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La Piratería en el Mar Caribe y en el Atlántico

En la piratería atlántica, corsarios y piratas tendieron


a confundirse, ya que los monarcas franceses e
ingleses otorgaron patentes de corso para atacar
naves y plazas de un país con el que no siempre
estaban en guerra, como era España. La gran
piratería atlántica moderna empezó hacia 1521 y
terminó con las guerras de independencia
americanas (1808-25); su época dorada fue el
período comprendido entre 1568 y 1722, cuando la
fomentaron los franceses e ingleses durante la
formación de sus colonias americanas. Cuando
éstas fueron ya importantes, a comienzos del siglo
XVIII, ambas naciones se volvieron contra los piratas
y los exterminaron u obligaron a pasar al Pacífico o a
los mares africanos. Este gran período de más de
dos siglos puede ser subdividido en cinco etapas,
jalonadas por los años 1568, 1621, 1655, 1671 y
1722: La de 1521-68 fue de inicios del corso y la
piratería franceses; la de 1569-1621 se distinguió
como la de los perros del mar o corsarios ingleses;
entre 1622 y 1655 surgió el gran corso holandés, a
la par que continuó el franco-inglés y actuaron los
bucaneros. Concluyó con la toma de Jamaica en
1655. Desde 1656 hasta 1671 transcurrió el gran
filibusterismo, que terminó el último de dichos años
con la toma y destrucción de Panamá por parte de
Henry Morgan, sin duda la acción más notable
realizada por este tipo de piratas. Entre 1672 y 1722
se produjo el hundimiento del oficio, pues las flotas
inglesa y francesa se dedicaron a perseguir a los
piratas para asegurar el comercio de sus nuevas
colonias. Acosados en el mar y sin guaridas donde
cobijarse, sus banderas negras desaparecieron de
los mares americanos. En la siguiente etapa hubo un
gran corso español, formado para combatir el
contrabando y que duró hasta el comienzo de la
Guerra de la Oreja de Jenkins (1739), y
posteriormente un corso inglés y francés hasta la
Guerra de los Siete Años (1758-1763). Sus epígonos
desarrollaron su labor al servicio de los bandos
combatientes en las guerras independentistas
norteamericana primero y de las colonias españolas
después.

La piratería americana se nutrió con la emigración de


una población europea empobrecida, con las riquezas
transportadas en las flotas españolas y con la
debilidad de las poco pobladas colonias españolas.
La iniciaron los franceses con Juan Florín en 1521, un
pirata que se convirtió en corsario de Francisco I de
Francia y actuó primero en el Atlántico que se
extiende entre la costa andaluza y Canarias y
posteriormente en América. En el primero de dichos
escenarios destacó el corsario François Le Clerc
(primero de los muchos que se apodaron Pata de
Palo), que saqueó La Palma. En el segundo
sobresalieron Robert Wall, que tomó La Habana en
1543; Jacques Sore, un fanático hugonote que
conquistó Santiago de Cuba en 1554 y Martín Cote. A
fines de esta etapa empezó a actuar Richard
Hawkins, verdadero maestro de los piratas y corsarios
ingleses de la segunda etapa, como John Lowell y
Francis Drake. Durante ella, la reina virgen inglesa
lanzó contra España sus perros del mar o corsarios,
que eran piratas en realidad, pues no existió
declaración de guerra entre ambas monarquías de
1569 a 1588: Hawkins padre e hijo, Cumberland,
Raleigh, Parquer, etc. Drake fue el más famoso de
todos, gracias a sus correrías por el istmo de Panamá
y varias de las Grandes Antillas, a la vuelta al mundo
que dio en 1578 capturando varios mercantes
españoles. Fue nombrado caballero y luego
almirante, y se distinguió en la batalla contra la
Armada Invencible. Los corsarios holandeses
empezaron a actuar en esta etapa, sobresaliendo Van
Noort y Spielbergen. Durante la tercera etapa el corso
inglés fue suplantado por el holandés, auspiciado por
la recién creada Compañía de las Indias
Occidentales, con figuras como L´Hermite (que murió
asaltando El Callao en 1623), Hauspater (que tomó
Santa Marta en 1630), Schouten o Boudewijn
Hendrijks (Balduino Enrico), y sobre todo Pieter Piet
Heyn, que tras asaltar Salvador de Bahía logró el
sueño dorado de todo pirata, ya que en 1628 se
apoderó de la flota de plata de la Nueva España (más
de 11 millones de florines), por lo que alcanzó fama
de héroe nacional. Importantes fueron también
Cornelius Goll o Cornelis Jol, alias Pata de Palo, que
atacó Cuba, Santo Tomé y Santa Marta, y Hendrik
Brouwer. La Guerra de los Treinta Años acabó con el
acoso de los holandeses en la América Española.
Esta etapa se significó sobre todo por la presencia de
los bucaneros, que aparecieron en el Caribe a fines
del primer cuarto del siglo XVII. Ocuparon primero la
isla de San Cristóbal y luego, en la costa dominicana,
la Barbada y la Tortuga. De los bucaneros reunidos
en la isla de la Tortuga surgieron hacia 1640 los
filibusteros, que crearon la famosa Hermandad de la
Costa, una república libertaria de auténticos piratas
igualitarios gobernados por un Consejo de Ancianos.
Entre sus capitanes destacaron Mansfield y
Grammont. Desde 1656 hasta 1671 transcurrió el
gran período filibustero, cuando estos piratas
sirvieron temporalmente a Francia o Inglaterra desde
sus guaridas en Tortuga, Santo Domingo y Jamaica.
Esto les permitió operar con mayor comodidad en el
Caribe, pero perdieron su característica libertad e
independencia y se convirtieron en unos piratas
domesticados. Sus capitanes más notables fueron
Mansvelt, El Olonés y Morgan. El último de ellos logró
conquistar la ciudad de Panamá en 1671, donde se
apoderó de la plata que había llegado con la flota
española del Perú: salió del territorio panameño con
175 mulas cargadas de oro, plata y joyas.
Entre 1672 y 1722 sobrevino el ocaso de la piratería,
perseguida por las flotas inglesa y francesa, que
necesitaban asegurar los mares para el comercio de
sus nuevas colonias. Todavía hubo algunos
personajes destacados, como Granmont y Lorencillo,
pero el oficio fue desapareciendo. El acoso inglés a
sus filibusteros les obligó a abandonar el Caribe y huir
a las costas norteamericanas, al Pacífico e incluso al
Viejo Mundo. Francia siguió amparando a los suyos
durante los conflictos que mantuvo con España,
Holanda e Inglaterra, pero también los persiguió al
terminar la Guerra de Sucesión Española. Rediker ha
señalado que entre 1716 y 1718 había en el Caribe
más de 1.500 piratas, que se redujeron a unos mil
entre 1719 y 1722 y a sólo unos 200 en 1726. Los
filibusteros trasladados al Pacífico americano no
pudieron librarse de la persecución española. En
cuanto a los de las costas norteamericanas,
subsistieron gracias a la benevolencia de los
gobernadores de las colonias inglesas,
principalmente los de Nueva York y Carolina, hasta
que recibieron órdenes de apresarlos. Los piratas se
quedaron sin protectores y sin guaridas y tuvieron que
extinguirse en el mar, con sus banderas negras
izadas y luchando contra las armadas reales. Los que
sobrevivieron, una legión de piratas suicidas,
escribieron la página postrera de la piratería
americana, con figuras esperpénticas como Edward
Teach o Sangrenegra, Gant, Charles Vane y Jack
Rackham “Calico”, maestro de las mujeres piratas
Anne Bonny y Mary Read. Entre los muchos que se
marcharon al Índico destacaron Bartolomé Roberts,
Edward Low y John Fly. En este período el corso
español fue apreciable; dio figuras como los
santiagueros de Cuba Pedro Algarín y Manuel
Castañeda, Damián Salas, Manuel Duarte, Pedro
Reinaldo, Miguel Ramos y, sobre todo, el
puertorriqueño Miguel Henríquez. Los últimos
representantes de la piratería americana fueron
nuevamente corsarios. Ingleses y franceses operaron
durante la Guerra de los Siete Años y muchos de los
primeros se dedicaron luego al contrabando y a la
trata esclavista directa desde África. Las guerras
independentistas, primero de los Estados Unidos y
luego de Iberoamérica, propiciaron así mismo nuevos
brotes de piratería y corso, pero al terminar el conflicto
se les persiguió duramente.
Fuente: Britannica

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