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Costa. Ambas están dispuestas a romper todo tipo de lazo que las
une a esas tierras. Ella no recuerda nada de ese lugar, la última vez
que estuvo allí, a los seis años, vivió una experiencia traumática
que le borró los pocos recuerdos que tenía, y su madre se encargó
de que nunca se preocupara en recuperarlos.
Ahora, que la brisa marina le baña el rostro, que el calor, los
aromas y sonidos de la selva y del mar le invaden los sentidos, en
su memoria comienzan a brotar imágenes dispersas, sin sentido.
Entre ellas, los ojos brillantes del chico que le salvó la vida.
En contra de los deseos de su madre, se esfuerza por recordar, por
conocer las tierras que vieron nacer y morir a su padre, por
reconciliarse con la Sociedad étnica a la que pertenece, por retomar
la cultura perdida, pero, sobre todo, por recuperarlo a él.
El único inconveniente es que llegó en mal momento: las profecías
comienzan a hacerse realidad y los oráculos se empeñan en
entrelazar los destinos. Tendrá que decidir, si se queda o huye de la
maldición que se avecina.
Capítulo 1. El Regreso
—No se te ocurra apegarte a este lugar —le advirtió con una voz
cargada de reproches.
—Y el cacao también.
—Rebeca…
Capítulo 2. El Reencuentro
Tenía seis años cuando asistió con sus padres a una fiesta en el
hotel más imponente de La Costa. Sentada en una silla y ataviada
con un brillante vestido azul —como el de una princesa— los
observaba bailar y reír, junto a los demás miembros de la Sociedad.
La cosecha había sido excelente ese año y las ventas insuperables,
sin embargo, había algo en el ambiente que empañaba la felicidad.
Capítulo 3. Sensaciones
—Al parecer, todos en La Costa saben de quien soy hija —dijo con
pedantería. No obstante, su verdadera intención era resultar
graciosa.
—Un poco. Si es así, tú debes ser Javier. —El sujeto afirmó con la
cabeza, pero dirigió la mirada a la oscuridad de la playa. La sonrisa
se le perdió de manera instantánea.
—Vine para invitarte a salir mañana —le dijo, al tiempo que giraba
el rostro de nuevo hacia ella y retomaba una expresión de júbilo.
—¿Salir?
—Cuando hay trabajo qué hacer, nadie tiene descanso. Todos los
días evaluamos la cosecha, cuidamos de que cada planta tenga la
cantidad justa de abono orgánico y realizamos desmaleza y poda si
es necesario.
Capítulo 4. Dudas
—¿Así como?
Ella quedó en silencio. Era consciente de que ese lugar estaba lleno
de misterios que Mariana nunca quiso revelarle, porque no quería
que se involucrara con esa gente. A pesar de los deseos de su
madre, necesitaba comprender lo que allí sucedía. Organizó en su
mente algunas preguntas para interrogar a Javier sobre la Sociedad
y sus tradiciones, pero pronto llegaron al lugar que iban a visitar.
—Es hermosa.
—Nos alegra que te guste. Yo soy Jonathan Ibarra y este imbécil es
Deibi Guerra —comentó el moreno, golpeando a su compañero en
el hombro.
—¿Puedo ir a saludarlo?
—¿A Gabriel?
Gabriel dirigió una mirada severa hacia sus compañeros, sin dejar
de enrollar las sogas.
—Él quiere que me sienta a gusto aquí tanto como los demás. Yo
me sentiría mejor si viajo contigo.
Él la observó confundido.
—Porque, en cierto modo… lo somos.
—Pero sí de espíritu.
Capítulo 5. Conjuro
—Aún está caliente —expresó con emoción y emitió una risa torpe
que fue interrumpida por una tos seca.
—Toma el espíritu que una vez dejaste y retórnalo ahora. Que sus
poderes se desvanezcan —recitó y agarró un puñal con mango de
hueso que tenía escondido bajo la falda del roído vestido—. El trato
que no debía ser hecho, dame el poder para verlo desecho.
Remueve lo que se ha movido y haz que el espíritu se eleve —
decía, mientras levantaba la mano que tenía el puñal. Sus ojos
miraban enloquecidos el corazón que descansaba dentro de la
cabeza de calavera y parecía haber recobrado sus latidos—. ¡Abre
el cielo y dale paso al animal! —rugió y clavó con furia el puñal en
el corazón.
La tierra del suelo alrededor de la mujer comenzó a moverse como
si fuera azotada por un tornado. El negro gritó aterrado y corrió en
dirección a la selva. Escuchaba que algo lo perseguía y eso lo
hacía acelerar la huída. La vegetación tras él se abría con violencia,
para dar paso a lo que había salido de la cueva, y ahora, iba por él.
Lo único que quedó, fue silencio. Y el cuerpo sin vida del negro.
—Perdona… yo…
Capítulo 6. La Promesa
—Bien. ¿Y tú?
—Me alegra que estés aquí —dijo ella, con intención de sacarlo de
su letargo, pero Gabriel no parecía reaccionar. Repasaba el oscuro
horizonte cómo si ansiara encontrar en él alguna respuesta—.
Nunca he podido darte las gracias.
—¿Por qué?
—Será mejor que regreses —le dijo e intentó alejarse, pero Rebeca
se lo impidió. Lo tomó por el cuello de la camisa y lo obligó a
acercarse más. De esa manera, pudo llegar hasta sus labios.
—¿Por qué?
—No.
—Rebeca…
Para Rebeca, aquello era indescifrable. Sentir algo tan fuerte por
alguien con quien había compartido tan poco, debía preocuparle.
Pero no podía ni quería evitarlo. Las emociones que la embargaban
la superaban. Luchar contra ellas la llenaría de ansiedades y
tristezas. Por primera vez, su corazón y su conciencia se aliaban,
para gritarle con fuerza que se dejara llevar. Que aceptara su
destino, aunque éste, estuviera impregnado de misterios.
—Lo mismo que haces tú con los líderes: trato de conocer a los
trabajadores y cada proceso de la siembra del cacao —le respondió
Rebeca, sin apartar su atención del espejo, para terminar de
recogerse el cabello en una cola alta.
—La sangre que hallaron en las manos del negro, que apareció
muerto cerca de la carretera, era de ella. —A esa altura de la
conversación Mariana contaba con toda la atención de su hija—. La
policía supone que se trata de una secta religiosa. —Alzó el rostro
para mirarla. Sus pupilas reflejaban angustia—. Buscan en la región
a grupos que practican magia negra.
—¿Por qué una secta? ¿No podrían ser personas que roban
órganos para venderlos en el mercado negro?
—Conmigo no ha mostrado…
—No quiero que vuelvas a estar a solas con él. ¡Mira lo que le
sucedió a esa pobre mujer! —expresó Mariana alterada, alzando los
brazos sobre su cabeza.
Capítulo 8. Enfrentamiento
Capítulo 9. Confesiones
—Un poco.
—¿Emparentados?
—¿Cuál?
—Eso quiere decir, que lo que siento por ti, es producto de nuestros
oráculos.
—Mi oráculo está mezclado con una profecía que te juro, jamás se
cumplirá.
Ella acarició la zona del brazo donde había visto las heridas de
garras. Recordó las heridas de Javier y la amenaza que algunos
miembros de la Sociedad, reflejaban en sus ojos.
—La Bestia.
Él solo pudo asentir. Ella pensó que al confirmarse sus dudas se
apaciguarían sus temores, pero jamás imaginó lo que vendría.
—Ya lo está.
—¿Dónde estabas?
—¿Nos vamos?
Ella pudo notar que aquella pregunta era un mandato y que una de
las manos de Ildemaro estaba oculta dentro del bolsillo de su fino
pantalón; oprimía algo en el interior de la prenda.
—Estás loca.
—¡¿Y qué fue lo que hizo hace unos minutos?! —gritó Mariana con
desesperación. Rebeca se abrazó a su cuerpo y se esforzó por
detener el llanto. Le dolía la actitud de su madre y las intrigas que la
envolvían.
Abrió la puerta del auto y se bajó con lentitud, sin apartar la mirada
de él.
—¿Javier?
—No.
Rebeca miraba entre ambos sin creerse lo que allí ocurría. Aquello
superaba sus expectativas. Entró al auto y cerró la puerta con
suavidad, para no alterar a ninguno de los presentes. Al estar a
salvo, la fiera rugió con fuerza y Javier corrió a la selva emitiendo
un alarido similar. El animal saltó a la vegetación, tras él. El
vehículo vibró por la fuerza de las pisadas. Ella lo observó
boquiabierta, con el alma anudada en la garganta.
—Sí.
En una zona rocosa y junto a una grieta, halló un nicho formado con
troncos y ramas. Tuvo que agacharse para entrar. La sangre se le
congeló al ver lo que había dentro.
—¿Te gusta jugar con magia? —le preguntó, con una voz gruesa,
llena de amenazas.
—Ya las cartas están echadas, lo único que falta, es que se cumpla
la profecía.
Fin…