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Barrios obreros y vivienda popular en Lima

Unidad Vecinal de Matute (La Victoria)

En LIma, hasta la década de 1930, los barrios obreros serían la solución de vivienda masiva para dar
alojamiento a este sector de la población. Su origen sería diverso: planificado o no, así como en las
modalidades de gestión (pública, cooperativa, privada, o simplemente ilegal).

a. En el caso de la iniciativa pública o cooperativa: los barrios tuvieron una edificación unifamiliar seriada y
contaron, desde sus inicios, con los servicios domiciliarios básicos.
b. En el caso de la iniciativa privada: se forman a través de urbanizaciones o ‘parcelaciones’ que carecen
de toda infraestructura urbana, y son gestionados por promotores privados. La edificación se lleva a cabo
mediante iniciativa individual por parte de los compradores de los lotes. Este tipo de barrios son los que
terminan adquiriendo una presencia abrumadora durante las primeras décadas del siglo XX y se pueden
observar en algunas zonas de Rímac, Barrios Altos, La Victoria o Surquillo.
c. En el caso de origen espontáneo o no planificado: surgieron, a partir de la década de 1940, en las faldas
de los cerros que bordean la ciudad o por la invasión de antiguos terrenos de cultivo. En el primer caso,
están los emblemáticos ejemplos de los cerros San Cristóbal y El Agustino; en el segundo, la ocupación
masiva de los terrenos que dieron origen a San Martín de Porres, en los años 50.
Los inicios de esta historia.- Una perspectiva amplia sobre el tema nos remontaría a las viejas rancherías
de las haciendas coloniales y republicanas y a los campamentos de algunos complejos agroindustriales,
como fue el caso de la company town de la hacienda Casa Grande (valle de Chicama) que diferenció los
sectores de empleados, obreros y campesinos. En Lima, según el arquitecto Juan Günther, los “barrios
obreros” fueron los primeros conjuntos de viviendas económicas que se construyeron y su origen estaría
en las concesiones que se hicieron, a los comerciantes del guano, durante los gobiernos de Castilla y
Balta, para formar los “callejones” y “casas de vecindad”. En este sentido, los “callejones” se remontaban al
Virreinato, como vivienda para los esclavos de una “industria”: eran dos filas de cuartos a lo largo de un
pasaje central. Se construían en forma perpendicular entre la “fábrica” (ubicada sobre un canal de
irrigación para aprovechar su fuerza hidráulica) y la calle más cercana. Las “casas de vecindad”, por su
lado, eran edificios de 2 a 4 pisos en que se ubicaban pequeños departamentos de 1 ó 2 habitaciones, a
los que se accedía por callejones y balcones corridos utilizados para la construcción.
Pero fue entre 1874 y 1876 que el empresario ferrocarrilero Enrique Meiggs construyó 24 casas-tienda en
una estrecha manzana de la calle Artesanos, al costado del cuartel de Santa Catalina, con el objetivo de
beneficiar a obreros limeños; este fue el primer proyecto de viviendas económicas en Lima y así empezó el
proceso de diferenciación social espacial en nuestra ciudad. Otro importante proyecto fue el realizado por
los ingenieros Basurco y Cartry quienes, luego de una intensa investigación sobre las condiciones de la
vivienda en Lima, proyectaron un conjunto de casas en las inmediaciones del Jardín Botánico.

Vitarte y el primer barrio obrero del Perú.- Muchos sabemos que, en la historia del movimiento obrero
peruano, el nombre del de Vitarte tiene un significado especial. Recordemos que las jornadas más
valientes de lucha por la defensa de la dignidad de los trabajadores y el fomento de una cultura obrera
moderna, así como la puesta en práctica de una cultura cotidiana alternativa, tienen que ver con la actitud
de estos trabajadores. ¿Cómo empezó esta historia? Según el historiador norteamericano Paul Gootenberg,
después de que la fábrica de “Los Tres Amigos” cerrara, en agosto de 1852, sus maquinarias quedaron
olvidadas en un almacén limeño durante casi dos décadas. En 1869, con casi ninguna esperanza de apoyo
gubernamental, Carlos López Aldana (el anterior capataz) mudó los equipos río arriba para fundar la
primera fábrica de algodón moderna del Perú en Vitarte; era 1871. Esta fábrica funcionó
espectacularmente bien a pesar de estar basada en una tecnología que, para esos años, era anticuada.
Esta fábrica, que fue reduciendo la cuenta peruana de telas importadas, fue la base del “renacimiento
industrial” del país en la década de 1890. Pero Vitarte es también importante porque allí se construyó el
primer barrio obrero urbano del Perú. Su aparición fue espontánea y allí se ubicaron las casas de los
operarios que trabajaban en la fábrica. Este barrio fue declarado patrimonio cultural, pero no tanto por su
importancia urbanística o arquitectónica sino por su significado social y político.

Uno de los asuntos que los trabajadores y sus líderes sindicales plantearon insistentemente ante los
distintos gobiernos fue la escasez de vivienda adecuada para los obreros. Todos sabemos que Lima, a
inicios del siglo XX, a pesar de que experimentó un gran desarrollo urbano, el déficit y la precariedad del
alojamiento obrero fue una de los problemas sociales más apremiantes. Lima no estaba preparada para
alojarlos y esto contribuyó a agudizar cada día los problemas de escasez de viviendas, hacinamiento e
insalubridad que ya acusara la ciudad desde el siglo XIX, con consecuencias devastadoras, como las que
generó la epidemia de peste bubónica entre 1903 y 1904.

Estas circunstancias obligaron al Estado a proponer una serie de medidas sobre higiene y construcción de
vivienda para mejorar las condiciones habitacionales de los sectores populares de la población. Asimismo,
indujo al resto de la sociedad a cuestionarse acerca de los mecanismos más eficaces que permitiesen
reorientar el desarrollo urbano y responder a las demandas de los trabajadores con la construcción de los
llamados “barrios obreros”. Se trató de una denominación que comienza a ser acuñada, por contraposición
a la de “barrios residenciales” (identificados con la residencia burguesa, como el Paseo Colón, primero, y
Santa Beatriz, después) y con la que se asocia, de manera peyorativa, una serie de desarrollos urbanos
periféricos y generalmente disgregados espacialmente con respecto a la Lima histórica (el “damero” no los
puede absorber) y a los nuevas zonas residenciales. En estos “barrios” se comienza a alojar esta población
pobre, integrada también por migrantes, compuesta por obreros de la construcción o de las primeras
fábricas que se instalan en Lima, junto con artesanos y pequeños comerciantes.

De la República Aristocrática al “Oncenio” de Leguía.- A inicios del siglo XX, la condición de los obreros en
Lima era muy precaria. Al encarecimiento de las subsistencias se sumaba la falta de vivienda. Una editorial
de El Comercio (17 de febrero de 1906) comentaba, con preocupación, lo siguiente: Y en realidad, el
problema de la habitación se hace cada día más grave para el pobre. De dos años a esta parte ha subido
aquí en un 50 por ciento el precio de os arrendamientos, y hoy las viviendas más modestas y menos
higiénicas se hallan casi fuera del alcance del obrero, que apenas puede satisfacer la urgente necesidad de
encontrar techo, que cobije a él y a los suyos… No basta para la vida comer; se necesita, a la vez, un
hogar, por pobre, por miserable que sea, donde satisfacer las exigencias primordiales de la familia y de la
sociedad; y si es doloroso para el proletario que los artículos de consumo escapen en ocasiones a sus
facultades económicas y le impongan sacrificios el día en que no baste su salario para procurarle el
alimento a que está acostumbrado, tratándose de la casa, ni siquiera le queda este duro recurso de las
privaciones voluntarias, porque no se puede dejar de habitarla si el jornal escasea. El arrendamiento corre
siempre, exigente, implacable, sin sujetarse a los vaivenes del salario, como las otras necesidades que
pueden restringirse en los momentos críticos, ya que, por fortuna se requiere bien poco para mantener las
fuerzas y con ellas la vida… Lo cierto es que la reciente carestía de la habitación en Lima, exige ya que se
adopte alguna medida, de las que son el resorte de los poderes públicos, para impedir a tiempo los graves
inconvenientes que pudieran derivarse de tal estado de cosas; y el momento de intentarlo es éste, en que
se procura remediar la ingrata situación del proletariado, motivada por el alza de subsistencias.

En medio de esta difícil situación, las sociedades de beneficencia impulsaron las llamadas “quintas de
obreros” en varias ciudades. En Lima, las primeras fueron La Riva y Los Huérfanos, ambas en 1908 (luego,
vendrían 22 más construidas en el Centro durante las décadas de 1920 y 1930. Pero, en realidad, fue
hacia 1909, cuando el Estado participa en la edificación de viviendas populares, bajo el impulso de la
Municipalidad de Lima. En efecto, el entonces alcalde, Guillermo Billinghurst, en su Memoria de 1910
alertaba sobre el tema: Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando el
noventa por ciento de nuestro capital vivo no tenemos derecho a llamarnos pueblo culto. Antes que nada
necesitamos higienizar la habitación del pueblo; hacer más alegre y sana la casa donde nacen y crecen los
que trabajan en la paz y defienden la patria en la guerra.

Por ello, a pesar de los escasos recursos, Billinghurst inició en la zona de Santa Sofía, en La Victoria, un
conjunto de viviendas, que paulatinamente se fue convirtiendo en un barrio obrero. El ejemplo fue seguido
por la Beneficencia Publica de Lima que le encargó al destacado arquitecto Rafael Marquina la construcción
de casas para obreros en los jirones Cusco y Miró Quesada, en Barrios Altos, en la avenida Pizarro en el
Rímac y en el Jirón Junín del Cercado. Marquina combinó los estilos de los callejones y las quintas para la
construcción de estas viviendas.

Cuando accedió a la presidencia de la República, Billinghurst, dedicó a la vivienda obrera un especial


interés. Por ejemplo, en su mensaje a la nación del 28 de julio de 1913, declaraba: Uno de los problemas
que más directamente atañen a las colectividades obreras es el que se refiere ala construcción, con
material conveniente, de viviendas sanas, alegres y baratas para reemplazar, cuanto antes, las
habitaciones insalubres, desprovistas de ventilación y sol, caras y de lúgubre aspecto en que actualmente
se hacinan los desheredados de la fortuna; albergue que es causa directa o inmediata de la alta cifra de
mortalidad en nuestras ciudades y especialmente en esta capital.

En este sentido, su gobierno compró en el populoso barrio de Malambo un amplio terreno bien ubicado,
con mucha ventilación, luz, agua y desagüe, para construir un barrio obrero. La idea era construir unas 40
casas bajo un modelo que debía extenderse a otros proyectos similares:

1. El obrero que deseara comprar alguna vivienda debía ser aportante de la Caja de Ahorros y tener en
depósito una cantidad igual al 15% del precio que debía pagar.
2. El comprador debía tener una familia formalmente constituida y comprometerse a ocupar con ella la
casa adquirida y no darla en alquiler.
3. La transferencia a una tercera persona solo podía realizarse previa autorización del gobierno.
4. Solo el 15% del precio de la propiedad debía abonarse al contado.

Asimismo, una ley de 1913, dada por el gobierno de Billinghurst, autorizó al ejecutivo ceder al Municipio
del Callao 4 lotes de terrenos en Chucuito y La Punta para que se construyeran casas para obreros.
Lamentablemente, toda esta política a favor de los obreros se vio truncada por el golpe de 1914 que puso
fin al régimen populista de Billinghurst.
Años más tarde, durante la “Patria” Nueva de Leguía se construyó, en 1925, el barrio de Empleados y
Obreros del Callao de 1925, el primero concebido a escala urbana construido en la capital. Asimismo, el
barrio obrero Leguía, ubicado en la Mar Brava (Parque Leguía), inaugurado el 3 de junio de 1927, con 72
casas, fue otro ejemplo por encarnar una serie de innovaciones desde el punto de vista tipológico en la
historia urbanística del país.

Pero fue el barrio obrero del complejo del Frigorífico Nacional del Callao, inaugurado en 1928, el primer
conjunto habitacional en registrar los atributos del llamado urbanismo moderno. Según Ludeña, es una
especie de grado cero. En su momento fue la instalación más moderna de América Latina. Cabe destacar
que, desde 1997, se produjo una campaña para declararlo patrimonio histórico (ver diarios La República,
6 y 8 de mayo de 1998, y El Comercio, 30 de abril y 6 de junio de 1998). Lamentablemente, la reacción
fue contundente: nada justificaba que una fábrica y mucho menos un barrio obrero pudieran ser objeto de
una declaración de patrimonio cultural y monumento sujeto de puesta en valor.

Los años 30: gobierno del general Benavides.- En 1933 se propuso una política sistemática para construir
“barrios obreros” siguiendo las más modernas técnicas urbanísticas: viviendas amplias, de material noble,
bien distribuidas, con jardines y comodidades tipo chalet, agrupadas en complejos urbanos dotados de
campos deportivos, piscinas, diversos servicios y medios de recreación.

Para ser más precisos, estas “viviendas económicas” contaban con una cocina, una sala, de 2 a 4
habitaciones y jardines comunes. Se obtenían mediante sorteos entre los hombres casados, sin
antecedentes penales, con trabajo estable y un mínimo de dos hijos. Como parte del contrato, los obreros
debían aceptar que trabajadores del Ministerio Salud realizaran inspecciones periódicas a sus casas para
asegurarse que los estándares de higiene de las viviendas se mantengan y que sus habitantes reciban
atención médica cuando la necesiten. Los barrios que se construyeron fueron:

a. El Barrio Obrero Modelo del Frigorífico (Callao), inaugurado el 7 de marzo de 1936. Fue el primer barrio
obrero “moderno” del país. Eran 118 casas construidas sobre un área de 36 mil metros cuadrados con
sistema de agua propio por medio de un pozo artesiano. Tenía una escuela para 300 alumnos; un puesto
de policía; un cine para 400 espectadores y una piscina de 8×18 metros; varios parques que sumaban 8
mil metros cuadrados; un centro cívico; y un mercado de abastos, con farmacia y consultorio médico
incluidos.

b. El Barrio Obrero de La Victoria tenía 60 casas en un terreno situado en las inmediaciones de la Escuela
de Artes y Oficios (Hoy Politécnico José Pardo), entre los jirones Andahuaylas, García Naranjo, 28 de Julio,
Obreros y el antiguo callejón de la Huerta de Mendoza. Contaba con campos deportivos, piscina, agua
potable y parques.

c. El Barrio Obrero del Rímac, con 44 casas en las tierras de la Huerta Samar, sobre la margen derecha del
río Rímac, vecino de la Alameda de los Próceres, arteria principal de la nueva urbanización del Rímac.
También tenía campos deportivos y pileta de natación, calzadas con alumbrado y jardines circundantes.

Respecto a los barrios obreros de los años 30, cabe destacar un par de puntos:

1. Todas estas obras fueron financiadas por la Junta de Pro Desocupados de Lima que, en 1931, se
estrenó construyendo 48 pequeñas viviendas en terrenos que habían sido el Camal, cerca de la actual
plaza Castilla. La Junta se dedicó a construir los “comedores populares”, los “barrios obreros”, mercados,
hospitales, centros escolares, pavimentos, canalizaciones, caminos, puentes y las llamadas “colonias
climáticas de Ancón” para que los hijos de los trabajadores pasaran sus “vacaciones útiles”. La mayor parte
de estas obras fueron diseñadas por el ingeniero Enrique Rivero Tremouille en estilo “modernista”, de
líneas verticales, y “buque”, con sus ventanas redondas en forma de 2ojo de buey”.
2. Alfredo Dammert, primer Decano del Colegio de Arquitectos, fue quien diseñó los barrios obreros del
Rímac y La Victoria en esta década; luego, en los 40, lanzó la propuesta arquitectónica de las unidades
vecinales, influidas por la corriente del Bauhaus.

Los años 40 y las unidades vecinales.- En esta década, se dejó el concepto de “barrios obreros” a otro más
complejo y totalizador, el de las “unidades vecinales”. Estas fueron concebidas como complejos
habitacionales autónomos. Por ello, contaban con mercado, posta médica, comisaría, centro cívico o local
comunal, oficina de correos, escuelas primarias para niños y niñas, cine-teatro, cancha de fútbol, piscina e
iglesia; además tenían un sistema de circulación peatonal y vehicular propio.

En 1940, ya cuando gobernaba Manuel Prado, se inauguraron los barrios obreros N° 4 (374 viviendas) y N°
5 (146 viviendas) en la avenida Caquetá, iniciados por Benavides. Luego, según el arquitecto Juan Günther,
la mayor parte de los profesionales que participaron en el diseño y la construcción de los barrios obreros
de la década anterior formó parte de la Dirección de Vivienda del Ministerio de Fomento.

Esta oficina proyectó la Unidad Vecinal n° 3, construida en 1946 sobre el antiguo fundo Aramburú, en la
avenida Colonial, a mitad de camino entre Lima y Callao. Este conjunto, con un total de 1,096
departamentos, contaba con todos los servicios urbanos para una población de 5,440 personas
(teóricamente, tenía 2 árboles por persona). Las viviendas o departamentos eran de varios tipos: las había
para solteros, matrimonios sin hijos, familias pequeñas y familias numerosas. Para estas últimas, estaban
destinados los chalets de dos pisos, en los que había departamentos de hasta cuatro dormitorios. Pero la
mayoría de viviendas se encontraban en los “blocks” de cuatro pisos, en los que los departamentos
contaban con dos dormitorios. Cuentan los que vivieron allí que la iglesia, el cine, el mercado y los
colegios hicieron que, en los primeros años, los residentes pasaran la mayor parte del tiempo en la Unidad
Vecinal. La mayoría dejaba sus puertas abiertas y los vecinos se conocían por lo que toda una generación
de niños se crío libremente en las calles de esta Unidad Vecinal, diseñada por un equipo de arquitectos
conformado por Alfredo Danmert, Carlos Morales, Manuel Valega, Luis Dorich, Eugenio Montagne y Juan
Benítez. Ese mismo año (1946), se creó la Corporación Nacional de Vivienda que usó esta Unidad Vecinal
como modelo para diseñar otras 6, en beneficio de los obreros (como Mirones, Matute y Rímac), y 4
“agrupamientos urbanos”, destinados a empleados, para los próximos 15 años.

Los barrios obreros ¿patrimonio urbanístico? Como sabemos, con excepción del barrio obrero de Vitarte,
ninguna de estas quintas o barrios obreros han sido declarados patrimonio urbanístico, así como tampoco
toda la serie de locales que estuvieron destinados a la clase trabajadora de Lima (comedores populares,
teatros o espacios de recreación de la época), que formaban parte de la vida cotidiana de los obreros.

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