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La primera vez que vi a Roberto Assagioli, fue hace unos dos años, en su
casa, en Florencia, en la vieja casa donde se había desarrollado una gran
parte de su vida. Nos condujo a su oficina, desordenada con libros y
papeles hasta el punto que tuvo que desplazar uno de los montones para
que mi esposo y yo nos pudiéramos sentar.
Durante un largo momento nos miramos los unos a los otros, los tres, sin hablar. Assagioli
sonriendo, sus ojos, increíblemente vitales dentro de un rostro surcado por la edad avanzada,
moviéndose sobre nosotros, yendo de uno al otro. ¿Nos estaba sometiendo a un examen? De
hecho, era lo contrario. Nos estaba permitiendo descubrirle pausadamente, establecer una
conexión con él, incluso sin que nosotros nos diéramos cuenta de lo que estaba sucediendo.
Era un clima de comunicación donde las palabras hallaban su lugar más tarde, mientras que
algo, como una corriente, se estaba desarrollando entre nosotros. Su cara brillaba con una
alegría interior extraordinaria, radiante,
como la que nunca hubiera encontrado en
un octogenario, y raramente en hombres
mucho más jóvenes. Este mensaje de
alegría, percibido inmediatamente,
comunicado inmediatamente, es la mejor
memoria que yo guardo de los numerosos
encuentros que más tarde tuvimos con él.
“Todo es posible y accesible para ti:
alegría, serenidad, te los ofrezco como un
regalo”.
pueden ser comprendidos. Lo ideal para ellas sería permanecer dentro de los límites que son
tanto constructivos como justos.
“Por ejemplo, algunas mujeres van al extremo opuesto de los estereotipos sociales actuales.
Más que equilibrar e integrar sus energías femeninas con sus energías masculinas,
virtualmente pueden negar la femineidad en ellas mismas. Una mujer puede rechazar los roles
tradicionales femeninos para demostrar a los hombres que puede jugar roles masculinos. Aquí
hay el peligro de la masculinización de las mujeres.
“Irónicamente, esta actitud puede proceder de la evaluación inconsciente del principio
masculino y de los papeles masculinos, como inherentemente superiores a los femeninos. Pero
no hay tal superioridad inherente.
“Lo que se necesita es honrar y valorar el principio femenino y las formas y los roles a través de
los cuales esta energía puede ser expresada tanto por hombres como por mujeres. Los roles
masculinos no son ni mejores ni peores que los roles femeninos. Ambos son necesarios y de
igual valor.
“Una cuestión controvertida es si el hecho de que las mujeres frecuentemente tengan ciertas
funciones más desarrolladas y los hombres tengan otras, es el producto de la naturaleza, de la
educación o de la presión social. En mi opinión, los tres factores están presentes, en diferentes
proporciones, en cada individuo.
“Mientras que esto es un problema social importante, afortunadamente, desde el punto de
vista del individuo puede ser ampliamente esquivado. Él o ella solamente necesitan considerar
cómo él o ella está en este momento, y cómo él o ella puede mejorar.
“Por ejemplo, si una mujer tiene menos oportunidades o incentivos para expresar sus ideas,
sus pensamientos, no me parece que sea necesario gastar mucho tiempo ni energía en la
búsqueda de la comprensión de por qué, quién es responsable de ello, etc. Bastante
simplemente, si esta función esta insuficientemente desarrollada, ella puede desarrollarla. Y lo
mismo es verdad para el hombre que no tiene desarrollados sus sentimientos o su intuición.
No es necesario decir que hay hombres que necesitan desarrollar su intelecto y mujeres que
necesitan entrar en contacto con sus sentimientos y cultivar su intuición. La cuestión es
reconocer las cualidades y deficiencias más fuertes en la persona, y llevarlas a una condición
de armonía y equilibrio. Esto es lo que yo llamo un acercamiento práctico, tanto psicológica
como espiritualmente.
“Hablemos ahora de la pareja. Una pareja fundada sobre una base de igualdad fundamental,
respeto, aprecio recíproco como seres humanos, pueden trabajar juntos la psicosíntesis de su
pareja particular. Cada uno puede trabajar en su propia psicosíntesis, y cada uno puede
también colaborar en la psicosíntesis del otro, ayudando al otro a alcanzar su propia
psicosíntesis ayudándole a reforzar sus funciones menos desarrolladas. Entonces, una vez que
han hecho esto hasta cierto punto, pueden verdaderamente actuar como pareja, combinando
y complementando sus cualidades y funciones en todas las situaciones: en su matrimonio, su
papel como padres y en sus actividades sociales.
“Para que cada función pueda ser desarrollada, se necesita un entrenamiento –que a menudo
incluye ejercicios específicos. El proceso es análogo al entrenamiento de los músculos: si uno
quiere practicar un deporte determinado, busca a alguien competente en esa materia, se
entrena y después continúa entrenándose por sí mismo. Si un hombre reconoce que sus lados
emocional e imaginativo han sido desatendidos, puede cultivarlos. Si una mujer encuentra que
su mente no es tan activa como ella querría, puede entrenarla. Cada uno debe “cultivar su
propio jardín” plantando diferentes flores. Una mujer o un hombre pueden hacerlo solos, pero
a menudo es más efectivo, más fácil y más divertido, hacerlo juntos como dos personas.
“Cuando afrontamos problemas particulares, pueden surgir muchas dificultades y en cada caso
específico, podemos aplicar una terapia. Hablo de “terapia” aquí en el sentido más amplio de
la palabra, porque ninguno de nosotros es ciento por ciento saludables en el sentido
psicosintético superior. En situaciones difíciles, un terapeuta benevolente y sabio o un
consejero pueden ser de gran ayuda: alguien imparcial, amable, comprensivo, que ayuda a los
dos miembros de la pareja a ser más conscientes, quien explica la situación, quien indica las
posibles soluciones y ayuda a escoger los medios para alcanzarlas.
“Para cada pareja la situación es distinta. Cada ser humano es único. Así que único
multiplicado por único, da único al cuadrado; este es el principio fundamental de la
psicosíntesis.
“Cada caso es único, cada situación es única. Cada pareja es única. Cada familia es única.
Necesitamos enfocarnos en el único problema existencial de una situación determinada, más
que en generalidades, y después escoger las técnicas que son más adecuadas para resolver los
problemas de ese caso particular. Esto elimina los problemas ficticios, no auténticos. Esto
puede ser llamado la fase psicoanalítica: el descubrimiento de los obstáculos al trabajo
constructivo. Y los obstáculos son en su mayoría, aquellos de los que hemos hablado antes:
actitudes erróneas de hombres y mujeres. Creo por lo tanto, en la igualdad de valor y en la
diferenciación de funciones hasta un cierto punto. La colaboración y la integración, en una
base de igualdad.
Act. 04/12/2009