Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
TERRALUCE
“La Espada Real”
Lilith Cohen
© 2017
Esta historia está dedicada a todos aquellos que son nobles de
Aunque no sabía gran cosa sobre joyería, nada más le bastaba con darle
una fugaz mirada para darse cuenta de que había sido fabricado por las
manos de los mejores orfebres, y a pesar de que lo tenía en su poder
desde hacía casi veinte años, aún conservaba su brillo como si hubiera
sido pulido recientemente.
Por eso fue que se llevó un enorme susto cuando deshizo su cama para
irse a dormir y lo encontró ahí debajo de su almohada, su pequeña
cabeza comprendió que no podía haber sido Oriana quien lo había
escondido ahí y confirmó sus sospechas cuando ella se le fue encima en
ese mismo instante y la agarró a puñetazos para que se lo diera y Stella
la obedeció únicamente para que dejara de golpearla.
Pero eso no fue nada en comparación con el susto peor que se llevaría
después. La vieja Beatrice la había mandado a comprar pescado al
mercado, y mientras Stella estaba en la pescadería escogiendo los
filetes de salmón, notó que había tres sujetos con la pinta más
aterradora que jamás había visto en su vida: eran altísimos y
corpulentos, blandían espadas e iban protegidos por una pesada
armadura más oscura que el azabache como los famosos caballeros
medievales; sobre sus cabezas llevaban puestos unos yelmos tan
herméticamente cerrados que apenas dejaban asomar sus ojos por una
fina rendija, unos ojos brillantes de color ambarino, tan terribles eran
que no parecían siquiera humanos.
A pesar del miedo que sentía, Stella miró fijamente al viejo y a sus
acompañantes con los ojos totalmente abiertos por el desconcierto que
le produjo aquella peligrosa y a la vez extraña situación en que se
había metido.
El arlequín tomó por la muñeca a la chica que sostenía las rocas en alto
y el anciano a su vez lo tomó a él y a Stella. — ¡Bien, aquí vamos! —
anunció la joven de la mandolina mientras hacia chocar una piedra
contra la otra. — ¡Reino de Terraluce! — Y lo último que vio Stella
antes de abandonar aquel mundo para siempre fue un montón de
remolinos de humo pintados de diversos colores.
Capítulo 2
Los cuatro permanecieron completamente inmóviles y envueltos en
medio del colorido humo durante un par de minutos. Cuando la última
humareda se disipó dejando paso a una niebla débil, Stella parpadeó
repetidas veces, no podía dar crédito a lo que veía: a pesar de que ella y
sus acompañantes no habían movido ni un pie, ya no estaban más en
aquella pradera sino en el claro de un hermoso bosque que jamás en su
vida había visto antes. Se quedó pasmada observando en derredor, casi
todo el suelo estaba cubierto de musgo suave, tréboles, helechos y
hongos de todos los colores y tamaños crecían libremente entre los
frondosos árboles y a lo lejos se escuchaba el murmullo de un
riachuelo que fluía; todo era muy relajante.
— ¡Muy pronto le haré pagar a ese malvado tirano por las dos veces
que he sido perseguida por sus horribles podencos! ¡Ya lo verás!
— ¡Pero Giusy! ¿Tenías que ser tan imprudente? Mira que atreverte a
plantarte en la Plaza Mayor frente a una multitud de gente y ponerte a
cantar sobre el regreso de la princesa al reino ¡Eso fue prácticamente
un suicidio!
— ¡Lo sé, lo sé! ¡Pero insisto en que fue una completa imprudencia de
parte tuya!
— A pesar de todas las dificultades que hemos pasado desde que murió
su majestad, el rey Romeus Mordano, el Lucero de la Mañana sigue
apareciendo en el cielo al despuntar el alba para recordarnos que un
día la luz y la esperanza volverán a brillar en nuestro reino.
Al oír mencionar el apellido Mordano, Stella hizo una seña con la mano
al anciano para pedirle que parara un momento de hablar. — ¿El rey
Romeus Mordano? ¿Acaso él tiene algo que ver conmigo? — preguntó
sorprendida al mismo tiempo que señalaba la inscripción que había en
su brazalete.
— Está bien, pero primero, lo más importante para mí es saber por qué
crecí lejos de este reino.
— Son las dos Entidades Divinas Supremas que están conectadas con
todos los seres vivos formando una gran unidad con el Todo, Ellas son
parte de nosotros y a su vez nosotros somos parte de Ellas — le explicó
Ferruccio.
— No es nada, pero sólo podéis tomar una ampolleta por día, no debéis
abusar o las consecuencias podrían ser terribles — le advirtió la
doctora agitando su dedo índice.
— ¡No seas pesado o te compondré una canción con una rima burlona!
— replicó Giusy enfadada y comenzó a rasgar las cuerdas de su
mandolina mientras iba improvisando una letra y una melodía. —
"Ferruccio, tienes cabeza de cucurucho y te rebanaré el pescuezo con un
serrucho..."
Lázarus subió a la torre más alta del castillo haciendo ondear su capa
negra al viento conforme iba ascendiendo, siempre se escondía allí
cuando quería estar solo con sus pensamientos. El ambiente era
completamente silencioso y el único sonido era el del tacón de sus
botas al golpear los escalones de piedra.
Cuando llegó a la cúspide se asomó por una gran ventana desde donde
podía contemplar una buena parte del reino que se extendía bajo sus
pies y eso lo embriagaba de una enorme sensación de poder absoluto,
aunque siempre evitaba volver la vista atrás para no observar el
edificio más alto de todo Terraluce: la Facultad Alquímica de las Tres
Lechuzas, donde hacía más de veinte años había acudido para realizar
el riguroso examen de admisión, pero le fue imposible aprobarlo. Cada
vez que Lázarus recordaba aquel episodio una sonrisa retorcida se
formaba en sus finos labios. "¿Para qué he de lamentarme ahora?"
pensaba para sí mismo, después de todo, ahora tenía sometido un reino
entero bajo su mano de hierro gracias a la ayuda de una de las mentes
maestras más brillantes que había conocido jamás.
— Debí haberlo adivinado cuando los vi volver al castillo con las manos
vacías — replicó Lázarus en tono sarcástico.
— ¿Qué es este lugar? — preguntó Stella sin dejar de mirar hacia arriba.
Cuando el felino se alejó, Stella pudo ver a la mujer que había gritado:
era de mediana edad, baja de estatura, de busto amplio y tenía las
piernas tan cortas que le daban un curioso aspecto como una
pajarraca, y por si fuera poco, el tono de su voz sonaba como el cacareo
de una gallina.
— Pero el día que parecía tan lejano por fin ha llegado — le dijo
Mandrakus posando una de sus arrugadas manos sobre su hombro
para tranquilizarla.
— ¡Ven, Lampo! — llamó Giusy al felino, que había estado muy quieto y
con la mirada triste a causa de la reprensión de la Pajarraca, e
inmediatamente se animó, corrió al lado de Stella y comenzó retallarse
en sus piernas.
— ¿Qué le pasa a este gatote? ¿Por qué se comporta así conmigo si no
me conoce?
— Un gigiátt es una especie de felino que suele ser entrenado para ser
una mascota guardiana, puede acabar con alguien si se le da una
simple orden. Son muy fieles a su amo y en cuanto éste muera el
gigiátt también morirá junto con él. Lampo fue un cachorro que nació
el mismo día que vos, por eso la conexión entre ambos es tan fuerte
que ni el paso de los años ha servido para romperla, ni siquiera la ha
debilitado.
— Las cosas han sido muy difíciles para el reino en estos últimos años,
Alteza — suspiró Mandrakus melancólicamente tomando un panecillo
caliente de una cesta.
— ¡Oh sí! Y por supuesto, vuestra madre también fue una gran
mandataria que hizo tantas cosas buenas y sabias que no me bastarían
todos mis años para relatároslas todas — musitó el mago. — Nunca se
había visto en el reino a ninguna pareja de reyes como ellos...
— ¡Oh vaya! — suspiró Stella. — Después de tantos años sin saber nada
de mi familia, ahora resulta que el único pariente vivo que tengo es un
primo desalmado ¡Esto es realmente inusitado!
— Y gracias a ese ritual mágico es que vos podéis estar aquí con
nosotros — asintió Mandrakus. — En el Castillo Real todos estábamos
que no cabíamos de felicidad por vuestro nacimiento. Sus majestades
organizaron un gran festejo donde invitaron a todos los reyes y nobles
de Terrafuoco, Terraria, Terrasole, Terraluna, Terracqua junto con los
plebeyos de nuestro reino. Pero vuestra madre aún desconfiaba de
Lázarus, temía que hiciera algo malo y nos pidió al rey y a mí que los
tres trazáramos un plan de emergencia: vuestro padre puso a
resguardo su corona de plata y su espada real en un sitio donde nadie
pudiera encontrarlos y yo preparé todo lo necesario por si acaso tenía
que poneros a vos a salvo.
— ¿Cómo las piedras que utilizó Giusy para traerme de vuelta al reino?
— inquirió Stella y los otros tres le respondieron moviendo
positivamente la cabeza.
— Sí, pero cuando estaba buscando las rocas en una de las cámaras
subterráneas de la Facultad, noté que faltaba uno de los venenos que
guardaba ahí junto con ellas, y era precisamente el veneno de dipsa;
eso me desconcertó por completo, pero no tenía tiempo que perder. En
cuanto tomé las dos piedras que necesitaba, salí inmediatamente de
ahí y las utilicé para transportarnos a Altromondo. Una vez allí, decidí
que lo mejor sería dejaros a la puerta de un orfanato hasta que
cumplierais la edad suficiente.
— ¡Oh! Pues lamento mucho decírselo, pero eligió el peor sitio de
todos. La vieja Beatrice me hizo la vida imposible durante todo el
tiempo que estuve a su cargo — comentó Stella sacudiendo la cabeza
negativamente.
— Bien, ya ha sido suficiente charla. Creo que será mejor que vayamos
a acostarnos, mañana nos espera un día muy largo — dijo Mandrakus.
No le cupieron más dudas: aquellos eran sus padres y ella era el bebé
que estaba representado en esa pintura. Después reparó en que su
padre apoyaba su mano izquierda sobre la hermosa y reluciente
empuñadura plateada de una espada que había sido pintada
cuidadosamente con todos sus detalles: tenía incrustados zafiros y
esmeraldas alrededor de una estrella de ocho puntas. Y ahora, Stella
debía de ir en busca de esa espada que llevaba muchos años oculta en
algún lugar inhóspito del reino ¿Dónde estaría? No tenía ni la más
remota idea, pero ya pensaría en eso después de tomar un merecido
descanso. Acomodó su cabeza sobre la mullida almohada, Lampo se
acurrucó al lado de ella y cayeron inmediata y profundamente
dormidos.
Capítulo 6
A medianoche, el Castillo Real estaba sumido en la oscuridad total,
únicamente las ventanas del aposento real estaban todavía iluminadas.
Lázarus y su perversa esposa, Donnarella, estaban a punto de
acostarse.
Donnarella soltó una tétrica carcajada que era capaz de ponerle los
pelos de punta a cualquiera y se puso a dar vueltas como loca por toda
la habitación haciendo ondear las largas mangas de su vestido negro.
— ¡No puedo esperar más a tengas a Potentiam en tus manos y seas el
amo absoluto del reino!
— Te entiendo querida, Máximus y yo también lo hemos festejado.
— ¿Sabes? Pienso que debería ser un poco más discreto con sus visitas,
no sería conveniente que alguien llegara a descubrirlo.
— Quiero hablar con él a solas — les ordenó Lázarus con su gélido tono
de voz y entonces uno de los homúnculos introdujo la llave en la vieja
y oxidada cerradura que se abrió con un chasquido.
— ¡No lo hice! ¡Deje de fingir aquí conmigo! ¡De nada le sirve! ¡Usted y
yo sabemos perfectamente cuál es la verdad! El que envenenó el vino
fue ese maldito miserable de...
— Sí, tal vez; pero nadie sabe que yo fui engañado, él me dijo que usted
quería brindar con sus majestades con el mejor vino por el nacimiento
de la princesa, yo bajé a la cava a traerlo, después me lo arrebató de las
manos y me dijo "déjame a mí" y yo, a pesar de que siempre había sido
tan cauteloso, fui tan estúpido, completamente estúpido para fiarme
de él.
— ¡Eso aún está por verse! ¡La princesa lo derrotará y la noble Casa
Mordano recuperará su trono! ¡Ella arreglará todo lo malo e injusto
que usted ha hecho durante todo este tiempo!
— ¡Oh, pobre de ti! Tantos años de estar aquí pudriéndote entre las
paredes de esta oscura celda te han vuelto un iluso soñador ¡Nunca
verás a la princesa coronada y sentada en mi trono, yo mismo me
encargaré de eso! Es más... ¡Ni siquiera volverás a ver la luz de un
nuevo amanecer!
Acto seguido, Lázarus chasqueó los dedos para que los guardias
entraran en la celda y les arrebató las gruesas cadenas que sostenían a
los podencos. — Su cena está servida, queridos amigos — y en cuanto
los liberó, las bestias se abalanzaron ferozmente sobre Archinto.
Al ver que Stella había despertado abrió sus enormes ojos negros y
comenzó a brincar en un pie y luego en el otro mientras tarareaba una
alegre y chusca melodía.
En cuanto estuvo lista salió al pasillo con Lampo que corría pisándole
los talones. Pasó varios minutos entrando y saliendo por varios
corredores tratando de recordar por donde tenía que doblar para
llegar al comedor hasta que se topó con Avellino que la saludó con
expresión adusta.
— Buen día, Alteza. Hace ya varios minutos que el desayuno está listo
¿Por qué os habéis retrasado tanto? — le preguntó arqueando una de
sus cejas.
— ¿Qué tal, Alteza? No os preocupéis por eso ¿Habéis pasado una buena
noche? — le preguntó Giusy mientras untaba mantequilla a una
rebanada de pan.
— ¿Sí?
— Sí, Alteza; veréis, los caradrios son unos pájaros blancos que viven
en los jardines del Castillo Real, tienen la particularidad de que defecan
mientras comen y para nosotros los médicos alquimistas sus desechos
son muy valiosos porque tienen grandes propiedades curativas para la
inflamación de ojos, esas aves también nos ayudan para diagnosticar si
una persona tiene una enfermedad mortal o no. Pero desde que
Lázarus está ahí es imposible entrar a los jardines del castillo porque
no nos lo permite, hace un par de meses hubo una epidemia terrible de
conjuntivitis y no pudimos elaborar suficientes medicamentos porque
tuvimos que esperar a que nos trajeran las heces de contrabando desde
algún reino vecino.
— ¿Qué... qué era eso? — preguntó Stella sin parar de temblar por el
miedo.
Esperaron algunos minutos hasta que una voz cavernosa y fatigada les
respondió desde el interior. — ¿Quién llama?
Aunque aquel nuevo espacio era mucho más amplio era igual de tétrico
que el anterior, las paredes también estaban tapizadas de huesos
humanos y en las cuencas de los cráneos brillaban ojos de ratas y
ratones que observaban fijamente a los recién llegados.
— Ah... ¿Disculpe?
— ¿Es... es seguro que... que estemos aquí? — preguntó Stella con la voz
temblorosa.
— Por el ancho caudal del río deberás cruzar, más debes siempre
recordar que con una bestia colosal podrías tropezar...
— Pero ¿No se supone que este es un secreto que nadie más debe
saber? Mi amigo Ferruccio me ha dicho que los scrixoxiu...
El viejo mago se acercó a la orilla del río y metió los pies dentro del
agua a pesar de que estaba completamente helada.
Desde la orilla Giusy profirió un grito de terror que hizo a Stella volver
a la realidad y corrió lo más veloz que pudo. Los islotes volvieron a
sumergirse en cuanto ella puso sus pies en tierra firme y todos
corrieron desaforados tratando de huir, pero el dragón, que también
había salido fuera del río, los siguió dispuesto a atacar.
— "Espero que Mandrakus sepa lo que hace" — pensaba Stella para sus
adentros.
Al llegar otra vez a la orilla del río volvió a entrar en pánico pues cayó
en la cuenta de que estaba completamente indefensa ante el enorme y
furibundo dragón y Lampo no podría contenerlo para siempre.
Esta vez fue Giusy quien dio la respuesta. — Le gustaba merodear por
los pueblos y aldeas buscando niños pequeños para devorarlos.
— Cierto, eso hizo hasta que el rey Romeus decidió enfrentarlo para
ponerle un alto.
— Porque buscaba venganza, él pudo oler la sangre del rey en vos y por
eso os atacó — le explicó Mandrakus. — Si el Tarantasio os vencía
podría recuperar la libertad y moverse de su sitio de confinamiento,
pero como Lampo le arrancó la otra ala que le quedaba ahora ha
quedado totalmente atado al río y no saldrá nunca más, aunque aún
ahí podría continuar haciendo de las suyas, así que os aconsejo que no
volváis a nadar por ahí.
Cuando la criada; que era una tímida chica joven de cabello rubio, ojos
azules, tez blanca y numerosas pecas en la cara llegó a la mesa y sirvió
a Terrino, que tenía la piel extremadamente blanca como la de su
madre y el cabello profundamente negro como su padre, el niño hizo
una mueca de desprecio en cuanto olisqueó la sopa que humeaba en su
tazón, sacó el látigo de juguete que sus padres le habían obsequiado en
su último cumpleaños y golpeó a la sirvienta dejándole un enorme
verdugón en la cara. — ¡Odio la sopa de cebolla! — le gritó al mismo
tiempo que lanzaba el cuenco contra ella.
— Mas te vale que así sea, no querrías pasar otra noche encerrada allá
abajo ¿o sí? — le dijo Lázarus arqueando burlonamente su ceja derecha
y la criada movió la cabeza negativamente y se arrodilló frente a él
suplicándole. — ¡Oh no, vuestra Excelencia! Prometo ser más cuidadosa
de ahora en adelante ¡Pero por piedad, os suplico que no me volváis a
llevar a los calabozos!
— ¡Ah... — añadió Donarella — ... y también limpia ese desastre que has
provocado!
— ¡Oh no, por supuesto que no! El mago hizo uno de sus trucos y así
pudieron atravesarlo.
— Así fue, pero ellos lograron derrotarlo y pasar al otro lado, tal parece
que se dirigen rumbo a la Pradera Stellata.
Siguieron andando casi otro día entero y no fue hasta que cayó el
crepúsculo que por fin llegaron a las lindes del bosque y divisaron una
vasta y hermosa llanura que se extendía ante su vista.
— ¡Vaya! - exclamó el que parecía ser el más joven de los tres. — ¡Otros
caminantes despistados que han tratado de traspasar nuestros
dominios sin permiso!
— Así es, Biringuccio — comentó el más robusto del grupo — tal parece
que estos humanos nos subestiman demasiado a nosotros los gnefros
¿tú qué opinas, Ficino?
Stella abrió los ojos como platos al escuchar eso, obviamente sabía que
Mandrakus era anciano pero nunca pensó que pudiera ser demasiado
viejo, pensó en interrogarlo como era su costumbre, pero no tuvo
oportunidad porque Vanoccio interrumpió la alegre charla que
sostenía el anciano con su colega. — Bueno, sean amigos o enemigos, el
caso es que nadie puede cruzar ni pernoctar en esta pradera sin
nuestro consentimiento.
— ¡Está bien, está bien! Lo cambiaré por otro. Hmm, déjame pensar...
¡Ah, ya sé cual! "Órdenes da, órdenes recibe..."
— Así es, Alteza. Fue hace casi novecientos años y ya estoy a casi nada
de cumplir los mil años.
— ¡Oh no, por favor! ¡Ya bastante tengo con soportar tus
embotamientos cada vez que la ves en la Facultad como para que aquí
también te pongas así!
— ¡Lo que pasa es que le tienes envidia porque ella fue la primera en
lograr transmutar el hierro en plata y tú no!
— ¡Vaya! ¿Y cuáles son las causas por las que no admiten a los
interesados?
— Puede ser por tres motivos: ser de mente corta, pobre de espíritu o
tener el corazón podrido.
— Ah... ¿qué cada uno de los estudiantes tiene sus propios talentos y
cualidades?
— ¡Exacto! No importa que no tengas magia dentro de ti, tienes muchas
excelentes cualidades: eres de mente amplia, noble de espíritu y de
corazón puro, de no ser así no habrías sido aceptado en la Facultad. Así
que olvídate para siempre de las tonterías de los libros de Bettina
Farrara.
Pajarito cantor
Ven a reposar
— Y yo... — intervino la primer hada que habían conocido — ... soy Fata
Uccellina, la protectora de las aves y también hermana menor de Fata
Farfalla y Fata Fiorella.
— Porque de todo el reino este es el sitio que más odia Lázarus Rovigo.
Tanto que una vez ordenó a sus soldados incendiar el bosque, muchos
animales y árboles perecieron y tuve que adelantar una nevada en
pleno verano para así poder acabar con el fuego.
Stella no pudo evitar abrazar el tronco del sauce y al hacerlo notó una
calidez reconfortante, el alma de sus padres.
Fata Farfalla tomó una lira, Fata Fiorella un arpa y Fata Uccellina se
llevó una flauta de pan a los labios, y en cuanto empezaron a tocar y a
cantar una dulce melodía, todos los sauces comenzaron a mecerse y
sacudir sus ramas al compás de la música.
Aquellos fueron los mejores días que Stella había pasado en su vida y
cuando llegó la hora de volver al camino sintió una profunda tristeza y
les pidió a los otros que le dieran unos minutos para despedirse del
sauce de sus padres a solas.
— ¿Quiénes son esas personas? ¿Por qué vienen hacia aquí? — inquirió
Stella a nadie en particular.
Pero la joven criada no era la única persona que aún estaba despierta a
esas altas horas de la noche. En el comedor se encontraban Lázarus y
su fiel compañero Máximus hablando en voz baja.
— Espero que esta lección les sirva para entender de una buena vez que
yo soy el soberano absoluto y que no permitiré que nadie se atreva a
desafiarme.
Aunque ella había nacido un año después de que murieran los últimos
reyes de la gloriosa dinastía Mordano había escuchado hablar de ellos
y de cómo era la vida en el reino cuando ellos vivían, la gente estaba en
paz y todo era próspero. Más de una vez ella había soñado despierta
con vivir libre y tranquila lejos de la maldad de Lázarus y su
despreciable familia y sus esperanzas de lograrlo fueron en aumento
cuando un buen día en la Plaza Mayor escuchó a una juglaresa, que
tendría unos dos años más que ella, entonar una canción que hablaba
del regreso de la joven princesa que devolvería la felicidad a Terraluce.
Sabía que se decía que la pequeña hija del rey Romeus había sido
sacada del reino y puesta a salvo por el viejo mago alquimista y
consejero de la familia real y que cuando estuviera por cumplir los
veinte años sería traída de vuelta para pelear por el sitio que le
correspondía, pero ella prefería no prestar oídos a rumores vanos para
no hacerse ilusiones.
Pero después había comprobado que todo eso era cierto y un rayo de
esperanza iluminó su triste y miserable vida, no quería que hubiera
más miseria ni más personas encarceladas ni asesinadas injustamente
y había llegado el momento de ser valiente y actuar. Acababa de
escuchar algo terrible y tenía que hacer algo al respecto ¿Pero qué? Ya
se le ocurriría un plan, pero antes debía huir del castillo.
Siguió tirando hasta que la pared fue cediendo poco a poco y pudo
divisar del otro lado un túnel iluminado por la tenue luz de unas
cuantas lámparas perpetuas que colgaban del techo. Corrió por aquel
pasillo que olía a encerrado y humedad hasta llegar a una trampilla
que conducía al aire libre, salió y cuando por fin pudo aspirar el aire
fresco de la noche reparó en que no tenía modo de salir del castillo ya
que estaba enclavado en un acantilado y el único acceso externo era
por el puente levadizo que también estaba custodiado por soldados y
además el monumento circular se encontraba muy lejos al sur del
reino ¿Cómo llegaría hasta ahí a tiempo?
Aquella era su única esperanza, decían que una noble hada que
habitaba en un bosque encantado siempre acudía al llamado del
necesitado, no sabía si era verdad pero en esos momentos nada perdía
con intentar llamarla.
— ¡Por favor, tienen que escucharme! ¡No vengo a hacerles daño! — les
gritó Loretta para hacerse oír entre los murmullos de desconcierto. —
Me he arriesgado al escapar del Castillo Real sólo para advertirles de
un gran peligro que Lázarus ha enviado contra ustedes.
Llamamos por las fuerzas de la Tierra, del Aire, del Fuego y del Agua...
Llamamos por el Sol, por la Luna y las Estrellas para que provean lo que
necesitamos para obtener la victoria.
— La mirada del Bisso Galeto es letal inclusive para él, nada más
bastaba con obligarlo a mirar su propio reflejo para aniquilarlo — le
respondió.
Sin saber por qué, Stella sintió el impulso de estrechar en sus brazos a
esa chica que apenas hace un momento había conocido pero que ya la
sentía tan cercana, como si la conociera desde siempre. — Gracias, y yo
deseo que volvamos a vernos cuando corran tiempos mejores ¡Cuídate
mucho!
Loretta se separó de Stella y corrió a reunirse con las hadas y las cuatro
agitaron sus manos para despedirse y desaparecieron llevándosela
junto con el monocero. Los caminantes también se prepararon para
retirarse.
— Yo... — trató de excusarse Stella. — No... no creo que usted sea una
mala persona, no, para nada.
Cuando los otros despertaron, por alguna extraña razón, Stella decidió
no contarles nada acerca de su encuentro con la misteriosa anciana.
La más soberbia de las dos era una mujer mayor que tenía el cabello
completamente blanco y lo llevaba apretado en un chongo, sus ojos
eran de un tono azul glacial mientras que la otra era una mujer de
mediana edad de cabello castaño y ojos de color verde esmeralda.
La masca más joven posó sus ojos en Stella y dejó escapar una
exclamación de sorpresa. — ¡Madre! ¡Mira! ¡Es... es ella! — le dijo a su
acompañante.
— ¡Es por eso que vos, Mandrakus, sois de la peor calaña que se podría
encontrar! — continuó Monna Dora. — ¡No os habéis conformado con
el sólo hecho de existir, también nos habéis robado toda nuestra
sabiduría ancestral para enseñarla a esos otros asquerosos mestizos en
vuestra Facultad!
— ¡Mi madre era la dueña legítima de ese libro! ¡Su última voluntad fue
que yo lo tuviera en mi poder!
— ¡No tengo la más mínima idea de quién os haya hurtado esas cosas,
pero yo jamás me he llevado nada que no me pertenezca! ¡Dejad de
levantar falsos contra mi persona! — vociferó dando un fuerte golpe
con el báculo y el suelo tembló por un instante. Monna Dora se irguió
cuan alta era y miró a Mandrakus con aires de suficiencia e hizo
ademanes con las manos preparándose para lanzarle un maleficio.
— ¡Madre! — intervino Monna Russella. — ¡Déjalo, no vale la pena!
— Sin embargo — agregó Giusy — por cada treinta bebés que llegan a
nacer en su comunidad solamente uno es varón y es por eso que sus
clanes son matriarcales y la única función de los pocos hombres que
hay es fecundar a las mujeres.
— Hay dos maneras en que una masca puede dejar de ser inmortal: la
primera es que sienta que ya tuvo suficiente de su larga vida, los
cuerpos de las mascas no son inmunes a las enfermedades ni al
deterioro de la vejez, y para poder morir necesita ceder sus poderes
mágicos a otro ser viviente. Y la segunda forma es cuando se le
condena al destierro, como en el caso de mi madre.
El pantano era sombrío, los árboles y las plantas acuáticas eran tan
densos que no permitían pasar ni el más leve rayo de luz y al oscurecer
era aún más tenebroso todavía, lo único que se escuchaba era el croar
de un coro de sapos y la única iluminación provenía del montón de
luciérnagas que revoloteaban por doquier y eso los hizo sentirse un
poco más optimistas.
— ¡No te creo!
— ¡Pues adelante, no me creas!
Mandrakus, que ya había logrado enderezar el bote otra vez, les ayudó
a subir mientras Lampo y Cestín seguían dándole pelea a la Marroca.
Cestín logró atraparla con sus dos patas y el felino le hincó todos los
dientes en la cabeza. El cuerpo de la Marroca se contorsionó por unos
instantes hasta que murió, Lampo y Cestín dejaron que su cuerpo se
hundiera en el agua y nadaron hacia el bote para reunirse con los
demás.
— De... de nada.
La mujer mayor dio un paso al frente. — Como puede ver, somos dos
honorables mascas, hemos viajado desde las montañas del Sur para
entrevistarnos con vuestra Excelencia.
— Bueno, vos sabéis que para nosotras los viajes largos no son un
problema — replicó Monna Dora con orgullo.
— Como vos bien sabéis Excelencia, si hay algo que nosotras las mascas
despreciamos profundamente con todas nuestras entrañas son a todos
los mestizos como él.
Giusy, que era la mejor nadadora de los cuatro, fue la primera en lograr
salir a flote junto con Ferruccio y Stella que hacían grandes esfuerzos
para no dejarse arrastrar por el oleaje mientras ella los sujetaba con
sus dos brazos. Cuando terminó de escupir toda el agua salada que
había tragado, les advirtió a los demás. — ¡Es el pulpo Ozena! ¡Cómo no
se me pasó antes por la cabeza!
Stella trató con todas sus fuerzas de soltarse y escapar pero fue
totalmente inútil, el pulpo la tenía completamente aprisionada, y
mientras más resistencia oponía la estrujaba aún más fuerte y decidió
que lo mejor era rendirse. No tenía caso seguir luchando, el tentáculo
apretaba tanto su cuerpo que su columna vertebral podía quebrarse en
cualquier momento.
Ir a dormir...
Ir a dormir...
Después de un momento, que a Stella le pareció una eternidad,
comenzó a abrir poco a poco los ojos y la resolana hizo que los cerrara
de golpe nuevamente, ya no estaba en el fondo del mar pero no tenía la
más mínima idea de dónde se encontraba ni que había sido de los
demás, pero una cosa era segura: no había muerto, estaba viva y
coleando.
El rostro de una bellísima chica que tenía los ojos de un verde intenso,
el cabello rubio, ondulado y sedoso sobre el que portaba una corona
hecha de algas marinas y adornada con conchas y perlas apareció en su
borroso campo de visión, le tomó el pulso y se inclinó sobre su pecho
para escuchar los latidos de su corazón.
Giusy se levantó y se volvió hacia ella abriendo los ojos como platos. —
¡Oigan! ¡Su Alteza también ha sobrevivido! — les dijo completamente
entusiasmada a los demás. Lampo corrió y se abalanzó sobre Stella,
Cestín se puso a brincar en círculos a su alrededor y Mandrakus se
puso en pie apoyándose con el báculo para reunirse con ellos.
Ferruccio en cambio no se inmutó, estaba totalmente absorto
coqueteando con la sirena morena mientras la contemplaba con los
ojos entornados.
Las tres sirenas los ayudaron a subir, y antes de dejarlos partir, les
dieron algunas indicaciones. — Si vuelven a ver al pulpo Ozena,
cántenle una canción de cuna y se adormecerá.
— En parte eso podría ser una buena señal, ya que es muy poco
probable que Lázarus haya mandando soldados a custodiar la isla —
puntualizó Mandrakus.
— Creo que por ahora lo que deberíamos hacer es buscar un buen sitio
para pasar la noche, ya mañana pensaremos con calma lo que haremos
después — sugirió Giusy y los demás le dieron la razón.
Caminaron en dirección hacia el norte por más de una hora sin toparse
con nadie más hasta que se agotaron y decidieron sentarse a reposar a
los pies de una palmera que crecía solitaria, Mandrakus hizo caer
varios cocos con su magia para que pudieran refrescarse con el agua.
En cuanto sintieron que sus energías se habían renovado siguieron su
camino, y al tratar de ascender por una escarpada, avistaron una
humareda que subía desde lo alto de un acantilado.
— Así es, pero también significa que debemos de ser aún más
precavidos — le reconvino Giusy. — Podríamos toparnos con personas
non gratas.
— Yo pienso que deberíamos subir con cautela para ver quién está ahí
— sugirió Stella — sólo así saldríamos de dudas.
— ¿Sabes Giufino? ¡Yo creo que eres un chico muy especial! — comentó
Giusy para tratar de subirle la moral.
— Oh... ya veo — dijo Stella sin comprender bien del todo lo que la
anfisbena quería decirle.
— Y... pero ¿cómo es que conocen todos mis temores si nunca antes
hemos cruzado palabra?
— Sí, el rey Romeus se casó con una joven que no tenía sangre real la
cual se llamaba Cinzia, pero había un gran problema: ella era estéril y
por lo tanto no podría engendrar ningún príncipe que después pudiera
heredar el trono de Terraluce cuando él muriera. Entonces, Romeus no
tuvo otra alternativa que nombrar a su primo como heredero a la
corona por ser el único pariente cercano con sangre real. El gran sueño
de Lázarus prácticamente se había realizado.
— Tenéis grandes motivos para temer, sería muy malo que eso pasara,
más no es tan sencillo como parece, princesa. Potentiam es una espada
que fue forjada y hechizada por una masca que tenía extraordinarios
poderes. Cuando una masca obsequia a un tercero una espada que ha
sido encantada por ella misma el arma únicamente le será leal a esa
persona y cualquier extraño que ose apoderarse de ella, al tocar la
empuñadura con una sola yema de sus dedos, sufrirá horribles
quemaduras hasta que su cuerpo se desintegre por completo.
— Significa que sólo hay dos maneras en que una persona que desee
adueñarse de una espada hechizada que no le pertenece consiga
hacerlo: la primera es que el legítimo poseedor la herede
voluntariamente a uno de sus descendientes, lo que eventualmente
vuestro padre ha hecho; y la otra es mediante un duelo mortal, si el
propietario de la espada es derrotado con la muerte entonces la lealtad
de la espada será para con el vencedor del duelo.
— La... la verdad no tengo idea de por qué mis padres eligieron ese
nombre — replicó Stella bastante confundida ante aquella extraña
pregunta.
— ¡Las coles! ¡Esta vez han sido las coles! — sollozó Giufino secándose
las lágrimas con una mano y señalando un tonel vacío que estaba
recargado detrás de su choza con la otra. — Las había colocado todas
ahí dentro para lavarlas hoy temprano por la mañana y ya no queda
ninguna ¡Ninguna!
— Hmm... aún no lo tengo claro — murmuró Stella más para ella misma
que para los demás. Se sentó sobre una roca que ayer había acomodado
a modo de asiento y se quedó pensativa durante unos minutos
mientras el resto la observaba con expectación. — ¡Se me acaba de
ocurrir una idea! — exclamó poniéndose de pie con entusiasmo. — Pero
para llevarla a cabo voy a necesitar de la ayuda de Lampo y Cestín.
— ¡Ya verás que sí! — le dijo Stella animadamente. — Será mejor que
nos alejemos de aquí, ellos podrían venir en cualquier momento.
Los minutos y las horas que pasaron ahí esperando se les hicieron
eternos. La tarde había caído ya, y cuando pensaban que todo su plan
había sido un rotundo fracaso, dos sombras se deslizaron sigilosamente
como zorros y treparon con agilidad por el estrecho camino
sosteniéndose con manos y pies como si fuesen dos arácnidos.
Giusy fue la segunda en echar una mirada allá abajo y les gritó
furiosamente. — ¡Ladronzuelos!
Stella se acercó a ellos y les dirigió una mirada glacial y severa para
proceder a interrogarlos. — ¿Cuáles son sus nombres?
Al oír eso, Stella cruzó los brazos y emitió un hondo suspiro. — Sé que
la situación en el reino es realmente muy mala, no ha sido fácil para
nadie, muchas personas han perdido a sus seres queridos. Sin embargo,
eso no es excusa para andar por ahí robando las cosas ajenas que los
demás consiguieron con su propio esfuerzo y dedicación, hurtar no es
la forma correcta de solucionar las cosas. Los problemas jamás se
resolverán con más problemas.
Ante ese noble y sincero gesto, todos los demás cambiaron sus caras de
enfado por un amplia sonrisa de oreja a oreja.
— Bueno, muchachos — les dijo Giusy — ahora vengan acá que voy a
curarles esos tremendos golpes y raspones que se han hecho al caer.
— ¿Por qué? ¿Quiénes son esos? ¿Acaso los conoce? — cuestionó Giusy
completamente inquietada al mago.
— Eso sería un gran alivio para nuestros pies, así que ¡te tomaremos la
palabra! — aceptó Mandrakus estrechando vigorosamente las manos
regordetas de Mirko.
— ¡Y eso que todavía no han visto nuestros mejores actos! ¡Eh, Dino!
¿Tendrías la bondad de darles a nuestros distinguidos invitados una
demostración de tu gran maestría con los cuchillos?
Los demás la miraron con los ojos desorbitados. — ¡Pe... pero Alteza!
¿Estáis segura? — la cuestionó Ferruccio temeroso. — El acto es mu...
muy pe... peligroso y... y si algo saliera mal... ¡No quiero ni pensarlo!
— ¡Oh, Alteza! ¡Sería un gran honor para mí! ¡Ya me imagino las caras
de mis hijitos, cuando los tenga, y les cuente que una de mis
voluntarias para el acto fue nada más y nada menos que la princesa de
Terraluce!
— ¡Venga muchachos! — les dijo su padre al mismo tiempo que les daba
unas fuertes y afectuosas palmadas en la espalda. — ¡Déjense de
competencias absurdas! Ambos son realmente talentosos en lo que
hacen — y añadió volviéndose a sus huéspedes. — El espectáculo que
ofrecerá Torino deberá esperar hasta que oscurezca, de lo contrario no
se apreciará igual a la luz del día.
Después, Tina le aventó tres bastones que tenían cada uno de sus
extremos forrados con tela ignífuga, los empapó con alcohol y los
encendió uno a uno para posteriormente hacer veloces y hábiles
malabares con ellos sin quemarse si quiera un poco.
— Bien queridos amigos, están ustedes servidos... — les dijo Mirko con
mucha nostalgia al despedirse de ellos — ... nosotros todavía tenemos
mucho camino por delante, les agradecemos mucho el habernos
acompañado durante este breve lapso de tiempo, ha sido realmente
grandioso ¡Denles un apretón de narices muy fuerte a ese condenado
ejército de topos de parte nuestra!
— Así es, durante siglos han servido a la familia Mordano de ese modo,
edificando y construyendo, y en tiempos más recientes como soldados
guerreros de la Guardia Real.
— Pronto los veréis, pero antes, hay algo que debo advertiros: Nunca,
jamás, por ninguna circunstancia vayáis a mirarlos directamente a las
narices.
— ¿Por qué?
— Porque eso es una ofensa muy grande para ellos y no os lo
perdonarían ni aunque seáis la misma princesa de Terraluce.
Un ala le cercenó...
— Y sin duda alguna, nuestra querida Freccia vuela veloz como una
flecha — dijo Giusy en rima ya que se había quedado con las ganas de
seguir componiendo.
— ¿Qué pasa con ellos? — preguntó Stella que también estaba bastante
preocupada.
Dicho esto, se secó las lágrimas con sus manos, sacó un trozo de papel
y una pluma, garabateó un breve recado y lo guardó en el interior de
su no muy confiable invento. — ¡Encuentra a Brambilla, te lo suplico! —
lo soltó y el águila autómata se elevó en el aire dando trompicones.
Giusy pensaba que aquellos esfuerzos eran vanos, aquel artefacto había
demostrado en ocasiones anteriores ser un rotundo fracaso, pero
decidió no decírselo a su amigo para no arruinarle la moral más de lo
que ya la tenía.
Stella no pudo soportarlo más y soltó fuera todo aquello que la estaba
atormentando desde lo más profundo de su ser. — Amigos... ¡Es
terriblemente cruel e injusto lo que ha pasado! Y.. y me ha hecho
pensar que... ¡Habría sido mejor que ustedes nunca hubieran estado
involucrados conmigo en esto! ¡Me sentiría terriblemente mal si
Lázarus les llegara a hacer daño por mi causa! ¡Él podría mandar a
apresar a sus padres y hermanos o hacerles algo peor! Mandrakus no
quería que nos acompañaran en este viaje, y sin embargo, yo los dejé
venir ¿Cuántas veces no los he puesto en peligro? ¡Podrían estar
muertos ustedes también!
— ¡No, Alteza! ¡Por favor, no digáis eso! — levantó Giusy la voz entre
lágrimas. — Nosotros estamos muy orgullosos y somos muy felices de
poder serviros en la nueva Corte Real y no os abandonaremos por
ninguna circunstancia, permaneceremos fieles a vos hasta el día que
muramos.
— En ese caso debemos darnos prisa para ubicar ese árbol antes de que
oscurezca — comentó Giusy y los demás coincidieron con ella.
Kappa los llevó por una calle que parecía ser una de las avenidas
principales, ya que además de estar bastante transitada, se podían
distinguir varios letreros de madera que colgaban afuera de varios
establecimientos: uno de ellos tenía el dibujo de un diamante y al
asomarse por sus ventanas se podían ver diversas joyas y piedras
preciosas de todo tipo en exhibición, en otro letrero estaba pintado un
carrete de hilo con una aguja ensartada y unas tijeras y dieron por
hecho que aquel debía ser el local de algún sastre.
— Pues, el individuo ese daba mucho miedo, sí... pero no le hizo daño a
nadie, además, a las aves strige no les gusta la sangre de los odori-noi —
señaló Cernobbio mientras colocaba otros cuatro tarros a rebosar de
cerveza apta para humanos sobre la barra.
Barrilito...
Barrilito de cerveza...
Cuando bebo...
Se me sube...
Se me sube a la cabeza...
Y no puedo...
La cabeza...
La cabeza me da vueltas...
Y todo...
Y todo me da pereza...
— ¿Y eso por qué? — pregunto ella con los ojos desorbitados por la
sorpresa.
— ¿Rep osac iats odnalrap id ion eud? — cuestionó Enzo con suspicacia al
tabernero.
— ¿Sí, Alteza?
— No, me temo que no, alteza. Esa es una facultad que sólo los odori-noi
poseemos — respondió Enzo tristemente. — La última vez que hablé
con él me pidió que cuando llegarais a nuestro bosque os preparara
con ahínco para que aprendierais a luchar valientemente con su
espada, tal como lo hice con él en el pasado.
— Y... ¿Y sabes quién fue aquella masca que le obsequió la espada real?
— Es una pena que tengan que partir justo ahora que iniciarán las Siete
Noches Pre-invernales — comentó Cernobbio con resignación.
— ¡Oh sí! ¡Ya os recuerdo! — exclamó Giusy dejando escapar una risada.
— ¡Vos erais el anciano con la máscara de ciervo!
— ¿Qué habrá querido decir papá con eso de "el templo del poder" y "el
templo del saber"? — se preguntó al mismo tiempo que se ponía en pie y
caminaba desesperadamente en círculos por aquel refugio. — ¡Necesito
saberlo ya, no puedo desperdiciar tanto tiempo pensando! ¡Oh Padre
Cosmos y Madre Naturaleza, ilumínenme!
— ¿Qué tendrán? — inquirió Stella con una curiosidad cada vez más
creciente, se levantó y se dirigió presurosa para tomarlos y
desenrollarlos, pero luego vaciló. — No creo que sea correcto andar
husmeando sin permiso — se reprendió a sí misma. No obstante, una
vocecilla en su interior, como una especie de conciencia, le decía que
no debía temer en revisar el contenido de esos rollos. Al final, terminó
cediendo a sus primeros impulsos.
Cargó con los tres pergaminos sobre sus hombros para poder
revisarlos cuidadosamente a la luz de las antorchas. Con las manos
temblorosas desplegó el primero, se trataba de un detallado y bien
elaborado mapa del Sistema Solar con el Sol dibujado en el centro, los
planetas orbitando alrededor con sus respectivas lunas y el cinturón de
asteroides entre Marte y Júpiter. Después de contemplarlo un buen
rato, decidió volver a enrollarlo y revisó otro más; el segundo
pergamino era un dibujo del calendario solar igual a aquel donde
habían encontrado a los Cuatro Grandes Ancianos al llegar a las
montañas, al parecer era el diseño original en el que se habían basado
para esculpirlo. Con la misma lo devolvió a su sitio y tomó el tercer
rollo que quedaba, desató la cuerda que lo sellaba, y al extenderlo por
completo sobre el suelo, no pudo evitar soltar una exclamación de
sorpresa.
— ¿Y... y tú... tú qui... quién e... eres? ¿De... de do... dónde saliste? — lo
cuestionó la princesa completamente asustada.
— Está bien, Gatto Emme — replicó Stella más tranquila. — Y dime ¿qué
es lo que te ha traído hacia mí?
— He sido enviado por vuestro padre para conduciros hacia la recta
final. La señal que me fue dada para hacer acto de presencia fue en
cuanto vos comprendierais sus últimas palabras.
Los otros volvieron sus miradas hacia Stella y ella sintió que se le hacía
un nudo en la garganta que le impedía pronunciar bien las palabras. —
Esto... Mandrakus, Giusy, Ferruccio... por fin lo he conseguido.
No hubo necesidad de agregar más, ellos lo entendieron todo
perfectamente. Mandrakus se incorporó para reunirse con ella,
sostuvo su rostro entre sus viejas y nudosas manos y la miró fijamente
a los ojos. — Sé que será algo duro y difícil, pero tengo muchas
esperanzas de que todo irá bien, ya lo veréis.
Si la luz del reino viene ella a ser y su autoridad estará en el trono ¿qué
nombre ella tendrá?
— Lo estoy.
— ¿Es posible que el scrixoxiu esté oculto en una cueva como esta? — le
preguntó al Gatto Emme.
— ¡Oh sí! Diría que sí — exclamó el Gatto Emme. — Ese fue uno de sus
grandes secretos que se llevó consigo a la tumba, ni siquiera
Mandrakus estuvo informado acerca de aquel pasadizo oculto, los
Odori-noi que participaron en su construcción trabajaron sin hacer
preguntas y prometieron al rey Romeus guardar celosamente el
secreto de su existencia.
Cuando por fin pudo cerrar los ojos, tuvo un extraño sueño. Soñó que
caminaba sola por un sendero oscuro y rocoso que le era bastante
familiar: el camino que conducía a la choza de Giufino y su madre en la
Isla Luminata. Siguió andando hasta que su paso fue bloqueado por un
gran olivo que despedía un resplandor verde, sobre la copa del árbol
estaba enroscada Opposta, la anfisbena.
— Que aunque parezca extraño, a veces las cosas malas sirven para
traer cosas buenas, la destrucción da paso a la reconstrucción y
después de una tormenta siempre sale el Sol. No puede haber luz sin
oscuridad — le respondió la cabeza blanca.
Al fondo se alzaba una plataforma sobre la que había tres grandes sillas
de cedro que daban la impresión de ser tronos dispuestos para tres
grandes reyes ya que estaban enmarcadas de fondo por un gran telón
del color del vino tinto. Y en la parte superior estaba pintado un
elegante escudo con tres majestuosas lechuzas, una de ellas estaba
mirando de perfil con las alas extendidas hacia la izquierda y otra al
lado derecho mientras la tercera tenía la vista al frente y juntas
encerraban un pentáculo que estaba colocado justo en el centro.
Debajo del escudo se encontraba inscrito, en letras cursivas, el lema de
la Facultad:
— ¡Pan comido! — musitó el Gatto Emme con aire fanfarrón. Subió las
escaleras hasta el primer descansillo brincando los escalones de dos en
dos con felina agilidad, posteriormente descendió repitiendo el mismo
proceder y cuando se reunió con Stella de nuevo en el vestíbulo, el
primer tramo de escalones se transformó en una rampa que llevaba a
un túnel bajo tierra.
Continuó andando por el largo túnel hasta que llegó a un tramo donde
el camino se veía obstruido por un pilar hecho de mármol sobre el cual
reposaba un gran cofre de madera. Finalmente, después de tantos
fatigados y peligrosos kilómetros recorridos a través del reino en su
búsqueda, había encontrado el scrixoxiu. A ambos lados se encontraban
las estatuas correspondientes a los reyes Romeus y Cinzia Mordano
quienes parecían aguardar expectantes el instante en que su hija
unigénita tomara en posesión aquello que por ley le correspondía.
Stella dio unos pasos al frente y extendió sus temblorosas manos para
abrir el cofre y apoderarse de su contenido. Al levantar la tapa ésta
despidió una luz tan potente que la cegó por un breve momento. En
cuanto el resplandor se desvaneció, echó un vistazo al interior y se
encontró con una brillante corona de plata que reposaba sobre una
magnífica espada plateada que ella reconoció al instante por ser
idéntica a la que empuñaba su padre en la pintura de su habitación en
el Palacio Subterráneo.
Aún con la espada en alto, Stella siguió andando por el túnel cuyas
paredes ahora se sentían vacías y solitarias sin más estatuas que las
adornaran, hasta que se encontró con unas estrechas escaleras que
conducían hacia una pequeña trampilla que marcaba el final del
recorrido. — Ya es hora de que tú y yo nos encontremos cara a cara,
Lázarus Rovigo — murmuró Stella sintiendo como hervía la sangre por
sus venas.
Capítulo 28
Stella ascendió por las escaleras aferrando firmemente a Potentiam con
sus dos manos alrededor de la empuñadura, el destino de todo el reino
dependía de aquella espada y de su habilidad para manejarla. Al pisar
el último escalón abrió la trampilla y una ráfaga sobrenatural de aire la
arrastró consigo. Sintió como su cuerpo se elevaba con la misma
facilidad que el viento de Otoño levanta las hojas caídas y apretó los
ojos con fuerza para tranquilizarse. En cuanto sus pies volvieron a
pisar el suelo, abrió los ojos y cayó en la cuenta de que la trampilla era
en realidad un portal mágico que la había trasladado desde las
profundidades de aquel túnel hasta el exterior del Castillo Real donde
el cielo comenzaba a clarear anunciando el próximo amanecer.
— ¡Vaya! Debo reconocer que en eso eres igual que Romeus, él era una
persona muy condescendiente y eso me facilitó llevar a cabo los planes
que mi buen amigo y yo trazamos para quitarlo de en medio — replicó
Lázarus esbozando una sonrisa maquiavélica que se fue transformando
poco a poco en diabólica carcajada.
— Debo reconocer que no lo haces del todo mal para ser una chiquilla
inexperta — masculló Lázarus al mismo tiempo que soltaba una risa
socarrona.
Motivada por las palabras del guerrero odori-noi, Stella avanzó con
furia y decisión hacia su enemigo mientras el cielo matutino se cubría
de densos nubarrones grises que anunciaban la proximidad de una
tormenta. Lázarus retrocedió tambaleándose sin despegar la vista de
su rival y se abalanzó nuevamente sobre ella blandiendo su arma, la
legendaria Potentiam se movió más veloz que un relámpago en las
manos de la princesa y detuvo en seco el brutal golpe de Lázarus.
Abajo continuaba la cruenta pelea entre los dos ejércitos. El bando que
luchaba por Stella había sufrido considerables bajas, Kappa había sido
alcanzado por una flecha de los adversarios, y aunque la herida no fue
mortal, tuvo que abandonar momentáneamente el campo de batalla
para que Giusy lo atendiera y así recuperar un poco de fuerzas para
continuar. Iota, el músico que solía tocar el acordeón en la taberna de
los Erizos Ebrios, tomó su lugar y se puso al mando de los arqueros.
Stella hizo una finta y retrocedió unos pasos, flexionó los pies con
firmeza sobre el suelo tomando por sorpresa a Lázarus con la guardia
en bajo concediéndole apenas un breve instante para desviar el golpe.
La princesa sacó provechó de aquella ventaja y descargó su arma
contra el oponente repetidas veces. Un fuerte dolor punzaba su
hombro izquierdo cada vez que el filo de Potentiam se estrellaba con la
espada de Lázarus, no podría resistir por más tiempo aquel ritmo
vertiginoso que llevaba el combate, debía derrotar a Lázarus cuanto
antes.
Llamo por las fuerzas de la Tierra, del Aire, del Fuego y del Agua...
Llamo por el Sol, por la Luna y las Estrellas para que venga a mí el poderoso
relámpago del Cielo..!
En aquel mismo instante, una de las tantas parejas reales ahí presentes
se dirigió hacia Stella dando pasos firmes sin despegarle la vista de
encima. La reina tenía la tez blanca como la porcelana, el cabello de un
negro tan lustroso como el ala de un cuervo y unos prominentes
pómulos. En cuanto al rey, Stella quedó impactada al verlo; a pesar de
tener el cabello corto y blanco guardaba un asombroso parecido con
Lázarus, con aquellos mismos ojos azules y esa mirada dura y fría.
— ¡Oh sí, desde luego que sí! — le respondió el mago con más
entusiasmo del que había sido capaz de demostrar en toda su larga
existencia. El único que permaneció en silencio fue Avellino,
solamente se limitó a asentir satisfactoriamente con la cabeza tratando
de guardar la compostura.
— ¿Qué quieres decir con eso? — inquirió el mago mirándolo con los
ojos crispados de furia.
— Piensas que eres un hombre muy sabio y juicioso, crees conocer bien
a las personas que te rodean, confías ciegamente en tus allegados
pensando que serían incapaces de darte una puñalada por la espalda;
sin embargo, has cometido un grave error dejándote engañar por las
apariencias — le respondió Máximus rodeándolo lentamente
arrastrando los pies. Al volver a quedar frente a Mandrakus, se detuvo
y se quitó la capucha de un tirón.
Laureano hizo una pausa para tomar aire y soltó otra risotada malvada
y estridente. — ¡Todo salió tal y como Lázarus y yo lo planeamos! Una
vez que me gané la confianza de los reyes y el cariño de los miembros
de la Corte Real y la servidumbre me fue muy sencillo ayudar a mi
amigo. Mi primer logro fue conseguir que Mandrakus se fiara tanto de
mí, al grado de permitirme acompañarlo a la cámara subterránea de la
Facultad donde escondía los venenos más letales y así pude hacerme
con el veneno de dipsa. Y el día en que se celebró la fiesta por el
natalicio de la princesa, Archinto ni se imaginó lo que sería capaz de
hacer con el vino que Lázarus había mandado pedir.
Una lluvia torrencial se desató sobre el reino, el agua cayó con tanta
fuerza como si quisiera arrastrar consigo todo el mal y el dolor que
había ocasionado el reinado de Lázarus dejando todo en completa
quietud y silencio. La princesa y sus amigos seguían sin poder hablar,
todos estaban muy impresionados por las tantas cosas que se habían
suscitado en aquellos últimos momentos que no encontraron nada qué
decir ni opinar al respecto.
Pero la tranquilidad les duró muy poco, sobre las copas de los árboles
que los rodeaban, se escuchó el revoloteo de un gran animal que
trataba de abrirse paso hacia ellos quebrando las ramas con sus
potentes patas. La mujer y el niño apenas tuvieron oportunidad de
ponerse en pie, descalzos y con los pies aún adoloridos no pudieron
siquiera tratar de correr para escapar de la furiosa doncella de cabello
rubio y rostro pecoso que iba montada a los lomos de un monocero
alado como una guerrera cazadora armada con un arco, un carcaj de
flechas y una afilada daga plateada sujeta a un grueso cinturón negro.
La joven descendió de su montura dando un salto veloz y ágil, sacó su
daga para intimidar y acorralar a sus presas contra el grueso tronco del
árbol donde se habían cobijado.
— ¿E... entonces eso qui... quiere decir que... no... no vas a matarnos? —
preguntó Donnarella incorporándose con sumo cuidado de no
trastabillar.
— ¡De ninguna manera! ¡No soy una asesina despiadada como vuestro
difunto esposo! — replicó Loretta sumamente encolerizada. — Aún así,
debéis ser juzgada por las malas acciones que cometisteis en el pasado.
Os llevaré a vos y a vuestro hijo conmigo y agradeced que no tendréis
más que caminar... — agregó echando una mirada a los pies hinchados
y enrojecidos de ambos. Aguardó un momento a que se calzaran de
nuevo apuntándolos todo el tiempo con el arma blanca para
asegurarse de que no huyeran y cuando estuvieron listos, montaron
los tres juntos sobre el lomo del monocero.
Un fuerte relincho les anunció a los moradores del castillo que los
prófugos habían sido capturados y traídos de vuelta. Mandrakus fue el
primero en salir seguido por Stella, Giusy y Ferruccio, a los jardines
donde el monocero acababa de aterrizar. Loretta obligó a Donnarella y
a Terrino a desmontar amenazándolos con su daga, y en cuanto ambos
posaron sus pies en el suelo, el mago chasqueó los dedos y aparecieron
mágicamente unos grilletes en torno a sus muñecas.
Stella dio unos pasos atrás para alejarse de ella, puso los brazos en
jarras y le dirigió una mirada indiferente. — Podréis hablar largo y
tendido allá adentro, más os vale que hayáis preparado una buena
defensa porque me temo que no saldréis bien parada de ésta.
Condujeron a los dos prisioneros hacia la sala del trono, los hicieron
sentarse sobre el brillante piso de mármol azul con las rodillas
apoyadas en el suelo. Ambos permanecieron con la cabeza gacha,
tratando de mostrar la más absoluta humillación y arrepentimiento
para obtener la esperanza de que así su castigo fuera lo más
misericordioso posible.
El grupo se detuvo en medio del pasillo, Stella les ordenó a todos los
presentes mediante señas que guardaran silencio para que ella pudiera
hacerse oír. — Queridos y honorables ciudadanos, el inhumano reinado
de Lázarus Rovigo ha llegado a su fin y también el injusto cautiverio
que han sufrido durante todos estos años sombríos. Y ahora me
corresponde a mí, la princesa Stella Mordano heredera al trono de
Terraluce, concederles la añorada libertad.
Uno de los muchachos que era más alto y rechoncho que los demás, de
lacio cabello castaño que le llegaba hasta la mandíbula, un flequillo que
le cubría la mitad de los ojos, mejillas sonrosadas y una sonrisa
amigable y contagiosa que provocó que Loretta se ruborizara un poco,
se puso a rememorar todo lo sucedido. — Ya lo recuerdo, un día
llegaron varios soldados a la torre, hablaron con el profesor Irineo y le
dijeron que Lázarus ordenaba que acudiéramos a una cena especial que
se iba a celebrar en el castillo, lo cual nos pareció muy extraño ya que
en primer lugar, sólo los magos estábamos invitados y en segundo
porque Lázarus nunca antes había metido sus narices con los asuntos y
la gente de la Facultad...
El chico hizo una breve pausa para tomar aire y poner en orden sus
ideas. — Bien, continua Respo... — lo animó Mandrakus a proseguir.
— Entonces, los soldados nos trajeron al Castillo Real con ellos y tal
como nos habían dicho: Lázarus había preparado una cena para
nosotros, él y su mujer nos hicieron sentar a la mesa y la servidumbre
llenó nuestras copas con cerveza de raíz en lugar de vino, nos
ordenaron que bebiéramos y todos obedecimos sin titubear. Y de ahí,
lo único que recuerdo es que aquella bebida tenía un sabor
condenadamente empalagoso, como si la hubieran endulzado con
cinco costales de azúcar...
— ¡Claro! ¡Ahora todo cuadra! — comentó Stella que durante todo ese
tiempo se había mantenido al margen sin opinar nada al respecto. —
¿Recuerdan que Cernobbio el tabernero nos dijo que antes de nosotros
había acudido a la taberna un misterioso hombre encapuchado en
compañía de un ave strige y que le pidió un barril de la misma cerveza
que toman sus congéneres?
Por otro lado, una de las estudiantes que tenía los ojos azules y los
cabellos dorados y ondulados, tomó a Ferruccio por el brazo, éste dio
un respingo y se volvió para mirarla. — ¡Ah... Brambilla! Esto... bien,
yo... pues... ejem ¿Qué... qué ocurre? — le dijo escupiendo
incoherencias con el rostro completamente colorado por la vergüenza.
— ¿De Laureano?
— No debe atormentarse por eso, a todos los demás les tomó por
sorpresa saber quién era él realmente, yo también creí que era una
buena persona. Todos nos equivocamos.
— Pero ¿cómo pudo robárselas a las mascas, si ellas viven apartadas del
resto en las montañas?
— Es muy probable que su ave strige le haya echado una mano para
confiscarlas. Pero el caso es que uno de los grandes objetos perdidos
por fin ha sido encontrado.
— ¿Y qué hará con las botas? ¿Se las devolverá a aquellas mascas?
— No, de ninguna manera. No quiero tener más tratos con esas mujeres
y además considero que lo mejor es que las conservéis con vos.
— Creedme alteza, es más que justo que vos las tengáis en vuestro
poder, algún día os podrían ser de mucha utilidad.
— Las mascas nunca cambiarán su opinión respecto a mí. Las botas son
lo menos importante para ellas, lo único que en verdad les interesa
recuperar son sus dos grandes libros de magia ancestral: uno de ellos
continúa perdido y el otro lo tengo yo en mis manos... — y tomó el
grueso volumen que estaba leyendo y se lo mostró a Stella, era un libro
de tapas blancas cuyas páginas estaban cosidas cuidadosamente con
hilos plateados y tenía dibujado un pentáculo en la cubierta. — El Libro
del Cinquecento, llamado así porque les llevó quinientos años a las
antepasadas de mi madre reunir toda la información mágica que está
aquí escrita, hechizos para solucionar prácticamente toda clase de
problemas que puedan suscitarse en la vida.
— ¡Oh, vaya! — exclamó Stella admirando el libro con los ojos abiertos
como platos.
— ¡Sí, por favor! Es que huele tan delicioso — suspiró Loretta mientras
iba acomodando los pliegues de la falda del vestido de Stella y
haciéndole ojitos tristes al ama de llaves.
— ¡Ya les he dicho que no! — replicó Glenda con tal fastidio que dejó
por un momento de cepillar el cabello de la princesa.
— ¿Qué tanto tiempo pudo haberle tomado con sus tijeras mágicas? Y
además si llegara a estropearlo, Mandrakus podría solucionarlo con un
chasquido de dedos — le respondió Stella arqueando las cejas con
astucia.
La noche llegó ya
Ven junto a mí
No temas a la oscuridad
Encontraremos el paraíso
Escucha al ruiseñor
Entonando su canción
Todos brillaremos
Buio: ave strige, mascota fiel que acompaña a Máximus en sus visitas
al castillo.
Aves strige: pájaros de mal augurio que poseen un pico largo y dorado
semejante al de los colibríes sólo que en vez de chupar néctar lo
utilizan para succionar sangre y carne humana.
Ficino: es el líder y el más anciano del grupo de los tres gnefros. Usa
gafas cuadradas y es un viejo amigo de Mandrakus.
Iáculo: reptil con alas de águila que se posa sobre las ramas de los
árboles en espera de avistar una presa para lanzarse sobre ella y
atravesarla de lado a lado, es veloz pero no tanto como las flechas de
un guerrero odori-noi.
Facebook : https://www.facebook.com/elreinodeterraluce
Tumblr: https://elreinodeterraluce.tumblr.com
Facebook: https://www.facebook.com/lilithcohen87
Twitter: https://twitter.com/LaBoheme1987