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EL REINO DE

TERRALUCE
“La Espada Real”

Lilith Cohen

© 2017
Esta historia está dedicada a todos aquellos que son nobles de

espíritu, de mente amplia y de corazón puro.


Quiero hacer un agradecimiento especial a mi amigo Sergio Fiocca

por haber sido de gran ayuda en mi documentación sobre las

leyendas y el folklore medieval italiano que me sirvieron de

inspiración para crear esta historia.


Capítulo 1
Se sentía la persona más insignificante del mundo, para ella, su vida
era de lo más común y aburrido que pudiera existir. Era huérfana, la
habían abandonado a los pocos días de nacer en las puertas del
orfanato Santa Emiliana al cuidado de la hermana Beatrice Salmone,
una mujer religiosa, vieja y malhumorada que de santa no tenía ni un
pelo.

No tenía ni la más remota idea de quiénes habían sido sus padres, de


no ser por aquel misterioso brazalete de plata que llevaba siempre
consigo desde que tenía uso de razón, hubiera pensado que tan sólo
había brotado de la tierra al igual que un herbajo silvestre, pero
alguien debió de haberla colocado en aquella cestita de mimbre
envuelta en sábanas de seda y poner en sus pequeñas manos
regordetas ese fino brazalete grabado con una estrella de ocho puntas
y dos palabras gracias a las cuales tenía un nombre y un apellido a los
cuales responder: Stella Mordano.

Aunque no sabía gran cosa sobre joyería, nada más le bastaba con darle
una fugaz mirada para darse cuenta de que había sido fabricado por las
manos de los mejores orfebres, y a pesar de que lo tenía en su poder
desde hacía casi veinte años, aún conservaba su brillo como si hubiera
sido pulido recientemente.

Pero lo más curioso de todo es que, pasara lo que pasara e hiciera lo


que hiciera con aquel objeto, jamás podía perderlo. Recordaba que
cuando tenía cuatro años, otra niña de su edad llamada Oriana la
empujó al suelo, se lo arrebató de las manos y se fue corriendo con una
sonrisa triunfante. —"Nunca más podré recuperarlo"— pensó Stella
mientras se incorporaba y sobaba sus raspadas y adoloridas rodillas,
Oriana era mucho más alta y robusta que ella, sabía que cualquier
intento de parte suya para enfrentarla y obligarla a devolverle su
brazalete sería un rotundo fracaso.

Por eso fue que se llevó un enorme susto cuando deshizo su cama para
irse a dormir y lo encontró ahí debajo de su almohada, su pequeña
cabeza comprendió que no podía haber sido Oriana quien lo había
escondido ahí y confirmó sus sospechas cuando ella se le fue encima en
ese mismo instante y la agarró a puñetazos para que se lo diera y Stella
la obedeció únicamente para que dejara de golpearla.

Minutos después, la hermana Beatrice llegó corriendo al dormitorio


atraída por el escándalo que habían armado las niñas con su pelea, y en
cuanto vio a Oriana con el brazalete puesto, inmediatamente se lo
quitó y se lo devolvió a su legítima propietaria. — ¡Mocosa tonta! — le
gritó mientras le daba un fuerte manotazo. — ¡Ese brazalete está
embrujado, lo mejor será que nunca más te atrevas a volver a tocarlo!
— Esa última advertencia se la dio con la voz entrecortada por el
miedo.

Por supuesto, la vieja gruñona fue la primera en darse cuenta de que


aquel brazalete no era una joya común ni mucho menos corriente. En
cuanto lo encontró en las manos de la bebé Stella se lo quitó y decidió
ir a donde el platero, quien después de haberlo examinado
cuidadosamente, le comunicó que era una pieza de joyería realmente
extraordinaria; nunca en toda su vida había visto algo igual a ese
brazalete que, sin ninguna duda, era de pura plata de ley. Entonces
Beatrice, ni tarda ni perezosa, decidió vendérselo por una exorbitante
cantidad de dinero que el platero estuvo más que dispuesto a pagar sin
regatear. En cuanto la vieja volvió al orfanato, se llevó una menuda
sorpresa al encontrarlo de nuevo dentro de la cesta donde dormía la
niña. Y por un lado, eso era una ventaja para Stella, ya que la monja no
se atrevía a irse de la mano con ella a causa del temor que le infundía
todo ese asunto del brazalete encantado.

A veces Stella se preguntaba — "¿Qué hace una muchacha tan simple


como yo en posesión de algo tan extraordinario? Si fueron mis padres
quienes lo pusieron en mis manos debieron de ser magos o algo
parecido ¡Pero qué tontería! La magia no existe, debe de haber alguna
explicación razonable para tanto misterio." — Y en una ocasión que
encontró una buena oportunidad imposible de desperdiciar, se escapó
un momento para revisar los registros de los habitantes de la ciudad
buscando a alguien más que se apellidara Mordano a quien pudiera
contactar para que le diera al menos una pista sobre sus antepasados,
pero su búsqueda fue en vano.

Como nunca fue adoptada y se le daban muy bien las labores de


limpieza y el cuidado de los niños, la neurótica de Beatrice la dejó
quedarse ahí en el orfanato cuando cumplió la mayoría de edad, pero
únicamente con la condición de que le echara una mano con el trabajo;
o mejor dicho, dejarle todo el trabajo pesado a ella: lavar los retretes y
controlar a los chiquillos más latosos y berrinchudos. Stella aceptó
resignada, porque, siendo sincera consigo misma, no creía que allá
afuera pudiera conseguir una vida mejor que esa. Uno de sus tantos
sueños imposibles era estudiar en la Universidad de Siena, pero con
tanto quehacer apenas tenía tiempo para respirar, además de que no
contaba con los recursos económicos suficientes para poder costear
sus estudios.

Lo único que la ayudaba a sobrellevar sus rutinarios e infelices días era


tener en su poder aquella extraña conexión con sus orígenes, aquel
brazalete cuya estrella grabada le hacía pensar en el Lucero de la
Mañana, ese hermoso astro brillante que siempre le deseaba un buen
día al despertar temprano en cada madrugada. Cada vez que lo
observaba, la invadía la cálida y confortante sensación de que no
estaba sola en el mundo, en el fondo de su corazón, Stella quería creer
que algún día su destino cambiaría y eso le daba ánimos para sonreír.
Aunque cuando la hermana Beatrice la enviaba al mercado a comprar
pan y legumbres, la gente la miraba con desconfianza, ya que una fina
pieza de joyería no encajaba para nada con los vestidos viejos y
remendados que siempre llevaba puestos.

Después de tanto tiempo, acabó por acostumbrarse a esa vida


simplona. A pesar de que no tenía lujos ni comodidades, al menos
podía decir que todo transcurría siempre normal y sin agitaciones, o
bueno, casi.

La semana pasada, mientras extendía las sábanas recién lavadas en el


patio trasero, creyó ver a dos personas vigilándola desde el tejado de
una de las casas circundantes. No alcanzó a observarlos bien, pero le
pareció que se trataba de un anciano muy extraño que le recordó al
mago Merlín y otros personajes de la literatura fantástica porque tenía
una larga barba blanca y vestía con una túnica verde esmeralda que le
llegaba hasta los tobillos, un sombrero puntiagudo del mismo tono e
iba envuelto en una capa color azul cobalto salpicada con estrellas
plateadas de ocho puntas iguales a la de su brazalete. En su mano
izquierda sujetaba un enorme báculo que era tan alto como él y tenía la
punta superior enroscada formando una espiral.

Al lado del viejo se encontraba una joven morena y atractiva de cabello


rizado que vestía una blusa púrpura en cuello V con cordones blancos
entrelazados en el escote y mangas abombachadas, traía unos
pantalones bombachos del mismo color, unas medias satinadas de
color lila que le llegaban hasta las rodillas y en su mano derecha
sostenía una mandolina.

En cuanto los misteriosos personajes se percataron de que Stella los


había descubierto fisgoneando, desaparecieron de su vista
inmediatamente; ella pensó que lo más lógico era que todo aquello tan
sólo hubiera sido producto de su imaginación. Pero otro día, mientras
barría la hojarasca que caía de los árboles del jardín que rodeaba el
orfanato, volvió a ver al mismo anciano barbado vestido con su túnica
verde y la capa azul, sólo que esta vez no iba acompañado de la joven
sino de un arlequín que llevaba la cara completamente pintada de
blanco, con un antifaz negro que cubría gran parte de sus facciones, el
clásico sombrero en blanco y negro con cascabeles en las puntas y un
traje decorado con líneas y lunares de los mismos colores opuestos.
Ambos estaban apostados en una esquina recargados en uno de los
edificios de piedra sin quitarle la vista de encima. Fue tanta la
incomodidad y desconfianza que le inspiraron a Stella, que botó la
escoba y corrió a esconderse dentro de la casa.

Pero eso no fue nada en comparación con el susto peor que se llevaría
después. La vieja Beatrice la había mandado a comprar pescado al
mercado, y mientras Stella estaba en la pescadería escogiendo los
filetes de salmón, notó que había tres sujetos con la pinta más
aterradora que jamás había visto en su vida: eran altísimos y
corpulentos, blandían espadas e iban protegidos por una pesada
armadura más oscura que el azabache como los famosos caballeros
medievales; sobre sus cabezas llevaban puestos unos yelmos tan
herméticamente cerrados que apenas dejaban asomar sus ojos por una
fina rendija, unos ojos brillantes de color ambarino, tan terribles eran
que no parecían siquiera humanos.

Stella trató de ignorarlos, tomó el pescado, lo pagó y en cuanto le


tendieron el vuelto salió pitando de ahí. Miró hacia atrás por un
instante y vio que el más alto y robusto de los tres soldados apuntó a
ella con el dedo índice y eso fue una señal más que suficiente para huir
lo más rápido que le dieran las piernas.

Corrió a través de los numerosos puestos chocando contra todos


aquellos que se cruzaban en su camino dejando montones de frutas y
verduras desperdigadas por el suelo. Por la manera en que la gente la
miraba, le dio la impresión que nadie más reparaba en sus
perseguidores, probablemente estaban pensando que no era más que
una vulgar ladronzuela que huía porque le habían pillado en pleno
hurto, pero a Stella nada de eso le importaba, lo único que quería era
alejarse lo más que pudiera de aquellos tipos que claramente no tenían
buenas intenciones para con ella.

Cometió la imprudencia de disminuir la velocidad de la carrera para


volverse atrás y darse cuenta que ya estaba prácticamente a la merced
de uno de los hombres armados el cual levantó su espada tratando de
golpearla, pero los reflejos de Stella fueron más rápidos y le lanzó una
enorme sandía, de las tantas que habían terminado rodando por el
suelo a causa de aquella persecución desenfrenada, y logró enterrarla
en la punta de la espada y de ese modo pudo ganar tiempo para
retomar la veloz huida.

Se estaba quedando sin aliento y las piernas le quemaban por el


esfuerzo realizado, pero aún así no se detuvo hasta que terminó
alejándose por completo de la ciudad y llegó a un prado llano y
despoblado donde lo único que había era un montón de cipreses que
crecían muy juntos y solitarios justo en mitad del campo.

Aparentemente había logrado burlar a los extraños hombres de la


mirada diabólica y se recargó en un ciprés a descansar un rato. Pero el
alivio le duró muy poco, alzó su vista hacia el horizonte y divisó tres
figuras negras que se dirigían veloces como el rayo hacia ella, más no
eran los individuos que la venían persiguiendo desde el mercado sino
unos podencos de pelaje completamente negro que tenían los mismos
crueles ojos ambarinos que ellos.

No importaba lo mucho que pudiera correr, aquellos canes la


alcanzarían en cuestión de segundos. Comenzaba a prepararse para lo
peor cuando resonó un trueno ensordecedor que hizo retroceder un
momento a los podencos y por arte de magia, literalmente hablando,
aparecieron ahí en medio de aquel prado los otros tres misteriosos
personajes: el viejo de la larga barba blanca, la joven de la mandolina y
el arlequín.

El anciano se acomodó el sombrero rápidamente y con la misma tomó


a Stella bruscamente por el brazo. — ¡Alteza! Os ruego nos disculpéis,
pero si queréis salir con vida de ésta, tenéis que hacer todo lo que yo os
diga.

A pesar del miedo que sentía, Stella miró fijamente al viejo y a sus
acompañantes con los ojos totalmente abiertos por el desconcierto que
le produjo aquella peligrosa y a la vez extraña situación en que se
había metido.

— ¿Cómo me ha llamado? ¿Quién es usted? ¿Qué es lo que está pasando


aquí?

— ¡No hay tiempo para explicároslo ahora! — respondió la chica de la


mandolina mientras se colgaba su instrumento sobre los hombros y
volviéndose hacia el arlequín le gritó — ¡Ferruccio! ¡Las rocas!

El aludido palpó su vestimenta desde los hombros hasta los pies


buscando lo que le habían pedido.

— ¡Rápido, las bestias nos están dando alcance!

— ¡No las encuentro en ninguno de mis bolsillos, Giusy!

— ¡Mandrakus, ayúdelo por piedad! — gritó la muchacha que a esas


alturas estaba terriblemente desesperada. Entonces el anciano le quitó
el sombrero al arlequín y sacó de debajo un par de piedras que
parecían enormes canicas: eran muy redondas, brillantes y de un
diseño multicolor que les daba un asombroso parecido con la
superficie del planeta Júpiter.

La joven se las arrebató rápidamente al viejo y le dio una orden a


Stella. — ¡Sujetaos a mi brazo y no os vayáis a soltar por nada del
mundo! — Stella asintió moviendo la cabeza y al volver la vista atrás
vio que los podencos estaban ya a escasos metros de distancia.

El arlequín tomó por la muñeca a la chica que sostenía las rocas en alto
y el anciano a su vez lo tomó a él y a Stella. — ¡Bien, aquí vamos! —
anunció la joven de la mandolina mientras hacia chocar una piedra
contra la otra. — ¡Reino de Terraluce! — Y lo último que vio Stella
antes de abandonar aquel mundo para siempre fue un montón de
remolinos de humo pintados de diversos colores.
Capítulo 2
Los cuatro permanecieron completamente inmóviles y envueltos en
medio del colorido humo durante un par de minutos. Cuando la última
humareda se disipó dejando paso a una niebla débil, Stella parpadeó
repetidas veces, no podía dar crédito a lo que veía: a pesar de que ella y
sus acompañantes no habían movido ni un pie, ya no estaban más en
aquella pradera sino en el claro de un hermoso bosque que jamás en su
vida había visto antes. Se quedó pasmada observando en derredor, casi
todo el suelo estaba cubierto de musgo suave, tréboles, helechos y
hongos de todos los colores y tamaños crecían libremente entre los
frondosos árboles y a lo lejos se escuchaba el murmullo de un
riachuelo que fluía; todo era muy relajante.

La chica de la mandolina fue la primera en soltarse del círculo que


habían formado al tomarse de las manos. — ¡Madre mía! ¡Eso estuvo
realmente cerca! — suspiró mientras se secaba el sudor de su frente
con una de las mangas de su traje.

— ¡Ni qué lo digas! — exclamó el arlequín al mismo tiempo que se


desplomaba sobre el suelo terroso.

— ¡Muy pronto le haré pagar a ese malvado tirano por las dos veces
que he sido perseguida por sus horribles podencos! ¡Ya lo verás!

— ¡Pero Giusy! ¿Tenías que ser tan imprudente? Mira que atreverte a
plantarte en la Plaza Mayor frente a una multitud de gente y ponerte a
cantar sobre el regreso de la princesa al reino ¡Eso fue prácticamente
un suicidio!

— ¡Es que no pude contenerme! Después de tantos años llenos de


miseria e injusticias que hemos pasado... el pueblo necesitaba escuchar
algo bueno.

— ¡Lo sé, lo sé! ¡Pero insisto en que fue una completa imprudencia de
parte tuya!

La joven bufó al arlequín como última respuesta y se dejó caer sobre la


cepa de un árbol con los codos apoyados en sus rodillas sosteniendo su
rostro entre las manos.

El único que al parecer se encontraba sereno era el anciano quien se


acomodó con toda la calma del mundo sobre un árbol caído. — Sentaos
por favor, alteza — le suplicó a Stella mientras golpeaba con la palma
de la mano el tronco mostrándole que había espacio suficiente para
que ella también se sentara a descansar.

A pesar de que las piernas le dolían terriblemente por todos los


kilómetros que había corrido para ponerse a salvo, Stella se rehusó a
sentarse, frunció el ceño y puso los brazos en jarras. — ¡Por favor!
¡Explíquenme qué es lo que está pasando aquí! ¿Quiénes son ustedes?
¿Por qué han estado espiándome? ¿Dónde estamos? ¿Por qué me han
traído a este lugar? Y sobre todo ¿por qué me llaman alteza?

Los otros tres intercambiaban miradas entre ellos y el anciano volvió a


tomar la palabra. — Es una larga, pero muy larga historia, vuestra
Alteza, y os la contaré toda; pero primero, os recomiendo que toméis
asiento o de lo contrario os vais a cansar más de lo que ya estáis.

La expresión de Stella se suavizó poco a poco y se acomodó en el


tronco junto al viejo. — Bien, respondiendo a una de vuestras
preguntas: os espiábamos porque queríamos comprobar si erais vos
realmente, han pasado muchos años desde la última vez que os he
visto, además de que no queríamos que os asustarais si aparecíamos
repentinamente ante vos.

— Estábamos esperando el momento oportuno para poder


presentarnos como es debido — interrumpió la otra chica.

— Así es — prosiguió el anciano. — Pero las cosas no salieron como las


teníamos planeadas y tuvimos que llevaros con nosotros de un modo
un poco brusco... eh, bueno... bastante brusco en realidad.

El arlequín agachó la cabeza avergonzado. — Os ruego que nos


disculpéis por la falta de tacto, Alteza.

— ¡Oh, no se preocupen! Están todos disculpados... — respondió Stella


amablemente — pero estoy aún más confundida que antes... — y se
dirigió al mayor del grupo. — ¡Le suplico que siga explicándose!

— De acuerdo — asintió el viejo. — Ahora vuestra otra pregunta, como


habréis notado no os encontráis más en Altromondo.

— ¿Altromondo? — preguntó Stella abriendo los ojos como platos.

— Correcto, Altromondo es como nosotros llamamos al mundo alterno


al nuestro en donde vos habéis vivido durante todos estos años, pero
finalmente os hemos traído de vuelta al sitio al que pertenecéis
realmente, este es el Reino de Terraluce, vuestro verdadero hogar.

— ¿Mi verdadero hogar dice?

— Exacto, vos nacisteis en este grandioso país cuyo nombre significa


"Tierra de Luz".

— Aunque, más bien, creo que ahora debería llamarse "Terraumbra" —


volvió a interrumpir la joven de la mandolina mientras tomaba su
instrumento para afinarle las cuerdas.

— A pesar de todas las dificultades que hemos pasado desde que murió
su majestad, el rey Romeus Mordano, el Lucero de la Mañana sigue
apareciendo en el cielo al despuntar el alba para recordarnos que un
día la luz y la esperanza volverán a brillar en nuestro reino.

Al oír mencionar el apellido Mordano, Stella hizo una seña con la mano
al anciano para pedirle que parara un momento de hablar. — ¿El rey
Romeus Mordano? ¿Acaso él tiene algo que ver conmigo? — preguntó
sorprendida al mismo tiempo que señalaba la inscripción que había en
su brazalete.

— ¡Por supuesto! El rey Romeus y la reina Cinzia Mordano fueron


vuestros padres, por lo tanto, vos sois la princesa Stella Mordano; la
única y legítima heredera al trono de Terraluce.

— ¡Vaya! — exclamó Stella sorprendida. — Después de tanto tiempo sin


saber nada acerca de mis padres, ahora resulta que soy la hija de dos
reyes del reino de un mundo paralelo ¡Esto es realmente inusitado!

El viejo se quitó su sombrero y lo sacudió para quitarle las hojas


muertas que le habían caído encima. — Mucho me temo que así es.

— ¿Y entonces? — volvió a inquirir Stella. — ¿Cómo es que llegué a ese


mundo que ustedes llaman Altromondo?

— Esa es la parte más larga y complicada de la historia — replicó el


anciano volviendo a colocar el sombrero sobre su cabeza — pero antes
de hablar de eso, debemos presentar nuestros respetos hacia vos,
Alteza.

Dicho esto se levantó de su lugar, la chica de la mandolina y el arlequín


lo imitaron. — Mi nombre es Mandrakus Buonbarone, soy mago
alquimista, rector de la Facultad Alquímica de las Tres Lechuzas,
escriba y Consejero Real ¡A vuestras órdenes! — e hizo una
ceremoniosa reverencia hacia la princesa.

— Y yo soy Giusy Abruzzo... — dijo la chica sosteniendo la mandolina


en la mano izquierda y flexionando su brazo derecho al inclinarse — ...
estudiante de medicina alquímica por profesión y juglaresa por
diversión. Con mi vieja mandolina y un poco de imaginación, puedo
cantar todos los acontecimientos que requieren pronta comunicación
— Stella no pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar aquella rima.
— Y a partir de este momento, a vuestras órdenes me someto.

Por último, el arlequín se acercó lentamente y tropezó con la raíz de


un árbol. — ¡Oh, qué torpeza! Disculpadme, Alteza — al levantarse se
sacudió la tierra y el musgo que se habían adherido a su ropa y se
inclinó ante Stella para proceder a presentarse. — Me llamo Ferruccio
Molise, soy arlequín de la nueva Corte Real, estudio para ser un buen
alquimista y también soy aprendiz de mago...

— ¿¿Aprendiz de mago?? — preguntó Giusy sorprendida. — Más bien


¡eres un intento frustrado de mago!

Ferruccio torció las cejas. — ¡Pues cuando termine de estudiar el


último volumen de "Magia para todos" de Bettina Farrara tendrás que
tragarte tus palabras!

— ¡Esa Bettina es una charlatana que se aprovecha de aquellos que no


son magos y quieren serlo! Bien sabe que la magia es un don que nace
espontáneamente y no cualquiera lo tiene.

— ¿Magia? ¿Alquimia? ¿En serio? — inquirió Stella completamente


sorprendida. — Yo siempre pensé que eso era pura charlatanería y cosa
de locos.

— ¿¿Qué la alquimia es cosa de locos?? — exclamaron Giusy y Ferruccio


al mismo tiempo llenos de indignación.

— ¡Si eso es lo que piensan en el otro mundo sobre la alquimia y la


magia, no quiero volver a poner un pie allí jamás! — aseveró Ferruccio
cruzando los brazos.

Mandrakus, en cambio, sonrió divertido. — Así es, Alteza; los poderes


mágicos y alquímicos son algo muy común aquí en Terraluce. Hubo un
tiempo en que también en Altromondo hubo interés por estas
materias, pero luego fueron relegadas al olvido mientras aquí
progresaron de forma muy efectiva.

— ¡Oh vaya! — suspiró Stella. — Hay muchas, pero muchísimas cosas


nuevas que tengo que saber y aprender.

— Y las aprenderéis cada una de ellas a su debido tiempo, Alteza.

— Está bien, pero primero, lo más importante para mí es saber por qué
crecí lejos de este reino.

— De eso hablaremos largo y tendido, pero aquí no podemos, no es


seguro.

— Los soldados de ese... ¡ugh!... Lázarus, suelen patrullar estos bosques


por si acaso llegan a atrapar a alguno de los que todavía tienen el valor
de venir aquí a seguir llevando a cabo los rituales ancestrales para
venerar al Padre Cosmos y a la Madre Naturaleza — masculló Giusy.

— ¿El Padre Cosmos y la Madre Naturaleza? — inquirió la recién


devuelta al reino.

— Son las dos Entidades Divinas Supremas que están conectadas con
todos los seres vivos formando una gran unidad con el Todo, Ellas son
parte de nosotros y a su vez nosotros somos parte de Ellas — le explicó
Ferruccio.

— Oh... ¿y quién es ese Lázarus que mencionaron antes? — volvió a


preguntar Stella, y en lugar de una respuesta verbal, obtuvo gestos
repulsivos por parte de Giusy y Ferruccio. Al parecer, aquel era el
nombre de una persona que no les era nada grata.

— Ya os lo contaré todo sobre aquel hombre con pelos y señales


¡Vamos todos! Debemos ir hacia la entrada secreta que lleva al Palacio
Subterráneo — les ordenó Mandrakus mientras se apoyaba en su
báculo para moverse de su sitio.

— ¿Palacio Subterráneo? — repitió Stella.


— Sí, es nuestra guarida secreta, por así decirlo.

— ¿No está muy lejos, verdad? ¡Tengo los pies completamente


destrozados y si doy un paso más voy a caer muerta! — protestó Stella
y entonces Giusy inmediatamente hurgó entre sus bolsillos. — ¡No os
afanéis por esa nimiedad! — y sacó una ampolleta de cristal que estaba
sellada con un corcho y que contenía una extraña fórmula oscura en su
interior. La destapó con un hábil movimiento y se la alargó a Stella. —
¡Esto es mejor que cualquier vitamina, en un santiamén recuperaréis
todas vuestras energías gastadas! Pero para que surta efecto debéis
bebérosla toda.

Stella observó confusa el burbujeante líquido y lo ingirió todo de un


solo trago. — ¡Qué curioso! — exclamó hipando a causa de las burbujas.
— Esto sabe a refresco de cola, una bebida muy popular en mi mundo...
bueno, en el mundo que creía que era mi mundo.

Giusy rió. — No me sorprendería que eso que allá llaman "refresco de


cola" hubiera sido el producto de un experimento alquímico fallido.

Stella comprobó que su nueva amiga estaba en lo cierto, aquella


fórmula le había devuelto todas sus fuerzas, e incluso podía jurar que
las había multiplicado también. — ¡Muchas gracias! ¡Me siento como
nueva!

— No es nada, pero sólo podéis tomar una ampolleta por día, no debéis
abusar o las consecuencias podrían ser terribles — le advirtió la
doctora agitando su dedo índice.

— ¡Por favor! No es necesario que le des tantas indicaciones — bufó


Ferruccio. — La princesa no es uno de tus pacientes.

— ¡No seas pesado o te compondré una canción con una rima burlona!
— replicó Giusy enfadada y comenzó a rasgar las cuerdas de su
mandolina mientras iba improvisando una letra y una melodía. —
"Ferruccio, tienes cabeza de cucurucho y te rebanaré el pescuezo con un
serrucho..."

Stella miraba a Giusy y a Ferruccio alternadamente mientras éstos


discutían y se atrevió a preguntar. — ¿Ustedes dos son pareja?

— ¿Nosotros una pareja? ¡No! ¡Qué va! — respondieron al unísono y


Mandrakus murmuró al oído de la princesa. — ¿Sabéis? Yo siempre
digo que tarde o temprano ese par terminarán casándose. — Y la joven
se cubrió los labios con la mano para que los otros no la vieran reírse.

— ¿Qué es lo que le has dicho? — preguntó Giusy suspicazmente al


mago.

— Nada importante, será mejor que dejemos de parlotear y


apresuremos el paso que pronto caerá la noche.

Entonces el grupo emprendió la marcha ocultándose en medio del


espeso follaje.
Capítulo 3
El ocaso estaba por caer matizando los cielos de Terraluce con tonos
rojizos y violáceos. En el imponente Castillo Real que estaba enclavado
en el lado Oeste sobre la Cordillera Norte se encontraba Lázarus
Rovigo, un hombre bien parecido, alto, fornido, de piel pálida, cabello
lacio, largo y negro, sus ojos eran de un tono azul claro acorde con su
fría mirada; sobre la cabeza llevaba puesta una delgada corona hecha
de cromo en resignación de no poder tener en su poder la corona
plateada que su pariente, Romeus Mordano, portaba dignamente.

Aquella antigua corona estaba oculta en algún rincón desconocido del


reino junto con el objeto más valioso que ningún otro monarca había
poseído jamás en los últimos tiempos: Potentiam, la espada real. Una
espada tan poderosamente mágica con la que, según las leyendas, el
rey Romeus había logrado llevar a cabo las más grandes proezas
heroicas que nunca se habían visto antes en esos territorios.

Lázarus subió a la torre más alta del castillo haciendo ondear su capa
negra al viento conforme iba ascendiendo, siempre se escondía allí
cuando quería estar solo con sus pensamientos. El ambiente era
completamente silencioso y el único sonido era el del tacón de sus
botas al golpear los escalones de piedra.

Cuando llegó a la cúspide se asomó por una gran ventana desde donde
podía contemplar una buena parte del reino que se extendía bajo sus
pies y eso lo embriagaba de una enorme sensación de poder absoluto,
aunque siempre evitaba volver la vista atrás para no observar el
edificio más alto de todo Terraluce: la Facultad Alquímica de las Tres
Lechuzas, donde hacía más de veinte años había acudido para realizar
el riguroso examen de admisión, pero le fue imposible aprobarlo. Cada
vez que Lázarus recordaba aquel episodio una sonrisa retorcida se
formaba en sus finos labios. "¿Para qué he de lamentarme ahora?"
pensaba para sí mismo, después de todo, ahora tenía sometido un reino
entero bajo su mano de hierro gracias a la ayuda de una de las mentes
maestras más brillantes que había conocido jamás.

En cuanto el firmamento oscureció por completo una silueta alta y


delgada, que portaba en la mano derecha una lámpara que despedía
una tenue luz rojiza, apareció en la lejanía avanzando en dirección al
castillo. Lázarus se alarmó, temió que se tratara de aquel único hombre
a quien nunca se atrevería a enfrentar, pero cuando pudo distinguirlo
de cerca suspiró de alivio al ver que se trataba de su viejo y único buen
amigo, el Alquimista Oscuro.

Aquel hombre se detuvo frente a la torre y e inclinó su cabeza que


llevaba cubierta por la capucha de su túnica negra, que de tan larga, se
arrastraba por el suelo al caminar y sólo dejaba asomar su afilado
mentón, sus descoloridos labios y los dedos de unas manos macilentas
con afiladas uñas amarillentas que semejaban las garras de un buitre.

Lázarus le devolvió el saludo invitándolo a reunirse ahí arriba con él y


el Alquimista Oscuro se dirigió hacia la entrada secreta que conducía
directamente a la torre y mientras subía por las antiguas y gastadas
escaleras encendía con su lámpara perpetua las antorchas apagadas
para así iluminar un poco aquel oscuro pasaje.

Sobre su hombro derecho estaba posado Buio, su fiel compañero que


era un pájaro strige, un ave de mal augurio con un pico largo y dorado
similar al de los colibríes, sólo que no lo utilizaba para succionar néctar
sino para chupar sangre y desgarrar carne humana. Sus alas eran como
de murciélago y tenían un extraño color entre el rojo y el púrpura,
poseía cuatro garras negras como el carbón y sus ojos eran amarillos y
redondos sin pupilas. Recientemente se había dado un buen festín
succionando la sangre de los cadáveres de un par de Benandanti que
los soldados de Lázarus habían asesinado hacía poco en la espesura de
los bosques.

Al encontrarse con Lázarus, el hombre encapuchado le hizo una


profunda reverencia. — Vuestra honorable Excelencia — susurró en un
macabro tono de voz que sonó como el siseo ponzoñoso de una
serpiente.

Lázarus sonrió complacido. — Mi querido Máximus, pensé que hoy no


vendrías a verme.

— No podía esperar más, necesitaba veros lo antes posible. Traigo


buenas y malas noticias para vos, vuestra Señoría.

— Adelante, soy todo oídos.

— Tengo el honor de comunicaros que, después de tantos años de


búsquedas fracasadas, por fin... la hemos hallado.

A Lázarus se le iluminaron los ojos al escuchar aquella gran noticia. —


¿¿En verdad?? ¿Pero... dónde estaba?

— ¡Eso no lo vais a creer, Excelencia! La pequeña princesa siempre


estuvo escondida aquí mismo, pero en Altromondo.

— Vaya... Después de haber registrado en vano todos los reinos vecinos


en su búsqueda, mi ejército recorrió de cabo a rabo todos los rincones
de Terrafuoco, Terraria, Terraluna, Terrasole hasta Terracqua y ni
siquiera nos pasó por la cabeza que pudiera estar oculta en ese
mundo... debo reconocer que la astucia del viejo mago es enorme.

— Tal parece que ese anciano inoportuno siempre piensa en todo.

— ¿Y entonces? ¿La has atrapado ya?

— Esa es la mala noticia, mi Señor. Mis homúnculos, o mejor dicho,


vuestros soldados fracasaron en su intento de capturar a aquella
jovencita.

— Debí haberlo adivinado cuando los vi volver al castillo con las manos
vacías — replicó Lázarus en tono sarcástico.

— Y los podencos tampoco pudieron capturarla, porque Mandrakus y


sus discípulos llegaron en el peor momento, justo cuando ellos estaban
a punto de darle alcance.

El rostro de Lázarus se encendió de ira al escuchar aquel nombre. El


sabio hechicero era la única persona de todo el reino que tenía el
suficiente coraje para proclamar a los cuatro vientos su repudio hacia
él y hacia su gobierno, pero no podía hacer gran cosa para
confrontarlo. El buen Mandrakus Buonbarone era el único mago
alquimista que había culminado la "Gran Obra" descubriendo aquel
poder que todo hombre mortal sobre la Tierra ansía poseer.

— ¿Entonces? — preguntó Lázarus con un tono que denotaba rabia. —


¿Cuál es la buena noticia que me has traído? ¡Porque nada de lo que me
has dicho me satisface en absoluto!

— Os suplico que os tranquilicéis, pensad con calma: la chica está de


vuelta en el reino, así nos será más fácil dar con la espada y la corona
de plata, además debéis recordar que aquellos objetos están
encantados con un hechizo especial que sólo la princesa puede
romper. Sería contraproducente adelantarnos y dar un paso en falso, lo
mejor será dejar que ella haga el trabajo difícil por nosotros y después
podremos entrar en acción. Pero igual, debéis regocijaros y celebrar
que vuestra gloria más grande se acerca.

Lázarus soltó una carcajada malévola y estridente. — ¡Me gusta el


sonido de tus palabras, Máximus! He estado esperando durante
muchos años a que llegue el momento en que pueda tener esa valiosa
espada en mi poder, con ella finalmente podré doblegar a todos
aquellos que se han atrevido a desafiarme y controlaré a cada uno de
los rebeldes Odori-noi que habitan en los bosques ¡Finalmente, todos
doblarán sus rodillas ante mí!

Máximus sonrió maliciosamente y el pájaro se puso a soltar chillidos


de felicidad. — Y espero que no os olvidéis de recompensar a vuestro
humilde servidor tal como lo habéis prometido.

— ¡Pero por supuesto! Sin tu valiosa ayuda no hubiera podido llevar a


cabo mis planes con éxito, así que ten por seguro que serás muy bien
retribuido por toda tu ardua labor: te nombraré el único Alquimista
Oficial de mi corte y expulsaré a Mandrakus y a los otros dos rectores
para que puedas disponer de la antigua torre para enseñar la Alquimia
Oscura que a nadie más en el reino se le da tan bien como a ti.

— ¡Oh, vuestra Excelencia! Nada me haría más feliz que finalmente


poder enseñar mis oscuros secretos a todas las mentes brillantes que
han sido injustamente rechazadas en la Facultad.

— ¡Brindemos por eso! — exclamó Lázarus mientras descorchaba una


botella de vino que tenía sobre una pequeña mesa y servía dos copas.

— ¡Ah, los brindis! ¡Qué hermosos recuerdos me traen! — suspiró el


Alquimista Oscuro esbozando una diabólica sonrisa y haciendo
rechinar una de sus uñas contra el cristal de la copa que Lázarus le
tendía.

— A mí también, Máximus... — replicó Lázarus levantando su copa para


hacerla chocar con la de su fiel amigo - a mí también.
Capítulo 4
Caminaron riachuelo arriba, con mucho cuidado de no tropezar con
alguna piedra o las raíces de los árboles pues la oscuridad no los dejaba
distinguir bien por donde pisaban, hasta que Mandrakus los hizo
detenerse frente a una enorme roca que estaba recargada sobre un
viejo y grueso roble, golpeó la piedra tres veces con la punta inferior
de su báculo y ésta se movió dejando al descubierto un túnel oscuro y
estrecho que descendía bajo tierra.

El mago se volvió en todas direcciones para cerciorarse de que nadie


los veía. — ¡Deslícense, uno por uno! — les ordenó y Ferruccio le cedió
el lugar a Stella. — Vos primero, Alteza — y ella titubeó ya que resbalar
por el tobogán nunca había sido uno de sus juegos preferidos porque
no le gustaba el cosquilleo que sentía en el estómago cuando estaba
por llegar abajo, pero comprendió que la situación requería que hiciera
tripas corazón y entonces se deslizó rápidamente.

El trayecto no fue tan malo como pensaba y cuando menos lo esperó,


cayó sobre una enorme colchoneta rellena de plumas que había al final
de aquel tobogán de piedra, segundos después aterrizaron Giusy y
Ferruccio junto a ella. Mandrakus resbaló a lo último después de volver
a cerrar la entrada secreta y taparla con la roca. Se incorporaron y
caminaron por un largo pasadizo del que emanaba un ligero olor a
humedad y estaba iluminado por pequeñas luces rojizas que colgaban
del techo, Stella iba a paso lento contemplándolas con mucha
curiosidad.
— Se llaman lámparas perpetuas — le explicó Giusy — son un tipo de
luz alquímica que una vez encendida nunca se apaga.

— ¿Qué es este lugar? — preguntó Stella sin dejar de mirar hacia arriba.

— Es un refugio que mandó a construir vuestro tatara-tatarabuelo,


Demetrius Mordano, con la ayuda de los Odori-noi. Durante su reinado
tuvo algunas rencillas con el rey de Terrafuoco que fueron en aumento
hasta conllevarlos a tener enfrentamientos militares y cuando la
familia real creía que corría peligro, evacuaban el castillo y se
escondían aquí. Nunca nos imaginamos que podría sernos útil otra vez
— puntualizó Mandrakus que iba caminando varios pasos adelante del
resto del grupo.

Al final de aquel pasaje había una enorme y gruesa puerta de madera


que tenía tallada una estrella de ocho puntas en la parte superior,
Mandrakus golpeó tres veces la estrella con la espiral del báculo,
entonces el símbolo se iluminó despidiendo una refulgente luz
plateada y la puerta se abrió lentamente.

Entraron a una pequeña sala completamente iluminada por una araña


que pendía del techo donde había cuatro sillones de madera con
gruesos cojines de terciopelo rojo y una mesita en el centro sobre la
cual estaban varios libros abiertos cuyas páginas estaban llenas de
signos extraños, pergaminos con anotaciones ininteligibles, dos
plumas para escribir, un tintero vacío y tres tazas que aún tenían un
poco de café. Sobre las paredes de piedra había colgados varios
estandartes de tonos verde esmeralda y azul cobalto que en el medio
tenían bordada la estrella plateada de ocho puntas flanqueada por dos
grandes felinos de color blanco.

Stella daba vueltas sobre sí misma observándolo todo con


detenimiento, cuando de repente, un veloz destello plateado salió
disparado desde una entrada que daba acceso a otros aposentos del
palacio y corrió hacia ella. Era un felino grande de sedoso pelaje color
plata, su aspecto parecía el de un león joven sin melena, se abalanzó
sobre Stella y comenzó a retallarse y a maullarle fuertemente mientras
ella gritaba asustada. — ¡Quítenmelo de encima, por favor! — y una voz
femenina que no conocía vociferó. — ¡Lampo! ¡Compórtate! ¡Ven aquí!

Cuando el felino se alejó, Stella pudo ver a la mujer que había gritado:
era de mediana edad, baja de estatura, de busto amplio y tenía las
piernas tan cortas que le daban un curioso aspecto como una
pajarraca, y por si fuera poco, el tono de su voz sonaba como el cacareo
de una gallina.

— ¡Lampo! ¡He dicho que vengas! — volvió a ordenar la Pajarraca con


voz enérgica y entonces el felino emitió un maullido lastimero y se fue
caminando arrastrando su larga cola entre las patas y se echó sobre un
tapete que había debajo de la mesita del centro haciéndose un ovillo.

— ¡Vamos Glenda! No debería ser tan estricta con él — intervino


Ferruccio — el pobrecito ha estado separado de su compañera por
muchos años y le dio mucho gusto volver a verla.

Los negros ojos de la Pajarraca se desorbitaron al escuchar eso. —


¿¿Quieres decir qué ella es... su Alteza... ella... ha vuelto??

— ¡Aquí esta! — señaló Giusy. — ¡Es ella, de carne y hueso!

— ¡Oh, bendito sea el Padre Cosmos! — exclamó la mujer tan


desmesuradamente que parecía estar a punto de desmayarse por la
emoción. — ¡Llegué a pensar que nunca llegaría este día!

— Pero el día que parecía tan lejano por fin ha llegado — le dijo
Mandrakus posando una de sus arrugadas manos sobre su hombro
para tranquilizarla.

— Vuestra Alteza, mi nombre es Glenda Marchetti, era el ama de llaves


del Castillo Real cuando vuestros padres, que en paz descansen, aún
vivían y estoy encantada de ponerme a vuestro servicio — le dijo a
Stella haciendo una exagerada y prolongada reverencia. — ¡Oh, pero
Alteza! — exclamó al observarla llevándose las manos a la boca. — ¡Esa
pinta que tenéis no es digna de una princesa! — y hurgó en los bolsillos
de su delantal en busca de algo. — Enseguida os voy a confeccionar un
vestido hermoso y elegante.

Stella volteó a ver a Glenda y a los demás con expresión de no entender


nada. — Eh... bien, se lo agradezco mucho, pero... — ella no quería ser
una molestia para nadie, elaborar un vestido le tomaría a la Pajarraca
bastante tiempo.

— ¡No os preocupéis! ¡Quedará listo en unos minutos! — dicho esto sacó


unas largas tijeras plateadas, igual de relucientes que el brazalete de
Stella, se acomodó en uno de los sillones y comenzó a cortar en el aire.
Stella se quedó boquiabierta al contemplar que, con cada tijeretazo que
Glenda daba, aparecía un trozo de tela color verde esmeralda que iba
aumentando de tamaño hasta formar la falda de un vestido.

— ¿No son estupendas? — le preguntó la Pajarraca sonriendo


complacida. — Mandrakus me las regaló en mi último cumpleaños, sólo
un genio como él podría fabricar algo así.

— Bueno — suspiró Mandrakus un poco sonrojado por el cumplido. —


En lo que Glenda termina el vestido, nosotros podemos ir a darnos un
buen baño antes de cenar e ir a acostarnos.

— ¡Me parece perfecto! — dijo Giusy entusiasmada y cuando estaban a


punto de dirigirse hacia el otro lado del palacio, un hombre alto,
delgado, de cabello negro y con una expresión demasiado seria, les
salió al paso.

— ¡Vaya alboroto! ¡Con semejante escándalo podrían haberlos


escuchado allá arriba! — tronó dirigiéndose en especial a Giusy y a
Ferruccio. — ¡Y vean nada más que desorden! — y señaló los libros que
estaban desperdigados sobre la mesa.

— Perdone, es que... estábamos dando un repaso para el próximo


semestre que va a empezar, pero tuvimos que salir corriendo y no nos
quedó tiempo de acomodar... — respondió Giusy algo agitada.

— Como verá — intervino Ferruccio bastante nervioso. — Su... su


Alteza, la princesa, está aquí con nosotros finalmente. -

El hombre se volvió lentamente hacia Stella y le dirigió una mirada fría


debajo de sus espesas cejas negras. — Me complace enormemente
tenerla aquí de vuelta, Alteza — e inclinó su cabeza muy despacio. —
Soy Avellino Marchetti, mayordomo de la familia real.

— Él es mi hermano menor, por cierto — comentó la Pajarraca que


seguía ocupada cortando tela azul cobalto para una capa.

— Es un placer conocerle — replicó Stella tragando saliva por el


nerviosismo.

— ¿Y bien? — prosiguió Avellino dirigiéndose otra vez a Giusy y


Ferruccio. — ¿Esperan que yo arregle sus desbarajustes? ¡Ya bastante
trabajo tengo con las travesuras que hacen esos dos bribones de
Marranghino y Lengheletto!

Mandrakus se adelantó. — No te preocupes, yo lo arreglaré todo — con


un chasquido de dedos los pergaminos se enrollaron, se cerraron los
libros, que tenían símbolos extraños también en las cubiertas, y
mágicamente fueron a parar a las manos de Giusy y Ferruccio.

— Gracias por la ayuda— respondió Avellino con un tono de voz que no


denotaba mucho agradecimiento. — Iré a la cocina a preparar la cena,
si es que Laureano vuelve a tiempo con los encargos que le hice — y se
retiró del salón dando pasos firmes sin mirar a nadie.

— ¡Ven, Lampo! — llamó Giusy al felino, que había estado muy quieto y
con la mirada triste a causa de la reprensión de la Pajarraca, e
inmediatamente se animó, corrió al lado de Stella y comenzó retallarse
en sus piernas.
— ¿Qué le pasa a este gatote? ¿Por qué se comporta así conmigo si no
me conoce?

— ¡Oh, pero claro que os conoce! - rió Mandrakus. — Lampo es vuestro


gigiátt.

— Vaya, y... ¿y qué es un gigi..? Bueno, eso.

— Un gigiátt es una especie de felino que suele ser entrenado para ser
una mascota guardiana, puede acabar con alguien si se le da una
simple orden. Son muy fieles a su amo y en cuanto éste muera el
gigiátt también morirá junto con él. Lampo fue un cachorro que nació
el mismo día que vos, por eso la conexión entre ambos es tan fuerte
que ni el paso de los años ha servido para romperla, ni siquiera la ha
debilitado.

Stella acarició al animal detrás de las orejas y éste comenzó a


ronronear de felicidad.

— ¡Ese Avellino! — protestó Ferruccio mientras acomodaba en sus


brazos todos los libros que llevaba cargando. — ¡Su mal humor cada día
va de mal en peor!

— Ya veo que es una persona poco amigable... — comentó Stella


bajando la voz por si acaso él pudiera estar escuchándolos.

— Yo siempre he dicho que está resentido con nosotros porque


estudiamos para ser alquimistas y él no pudo hacerlo — agregó Giusy.

— Bueno... — dijo Ferruccio — Laureano tampoco fue admitido en la


Facultad y sin embargo él no es un amargado ni nos guarda rencor,
siempre está de buen humor.

— ¿Quién es Laureano? — inquirió Stella un poco avergonzada por las


tantas preguntas que no podía parar de formular.

— Otra persona que servía a vuestros padres en el castillo... — contestó


Mandrakus — ya lo conoceréis después, es algo torpe pero como dijo
Ferruccio, su carácter es agradable.

Condujeron a Stella por un pasillo bastante amplio e iluminado para


llevarla hacia el cuarto de baño. A pesar de que se lavaba con jabones y
perfumes que olían deliciosamente bien y la relajaban por completo,
no podía dejar de pensar en lo mucho que había cambiado su vida en
tan pocas horas: había sido llevada a otro mundo donde la magia era
real y ella no era una persona cualquiera sino una princesa que tenía
que recuperar un trono que aún no sabía exactamente cómo había
perdido y esperaba ansiosa la hora de la cena en que por fin pudiera
hablar tranquilamente con Mandrakus y los demás para saber toda la
verdad acerca de su pasado.
Capítulo 5
Se dirigieron los cuatro juntos al comedor que se ubicaba justo en el
corazón del Palacio Subterráneo. La estancia era cálida y estaba
alumbrada por otra enorme araña que pendía del techo, también tenía
colgados en las paredes estandartes con los colores de la Casa
Mordano, había cuatro relucientes armaduras apostadas en cada una
de las cuatro esquinas y el delicioso olor de la cena que llegaba desde la
cocina impregnaba todo el lugar. Stella, que iba envuelta en un pijama
color lila que le había prestado Giusy, estaba por sentarse al lado de
ella cuando Mandrakus la detuvo.

— Vos debéis ocupar el sitio de honor — le dijo retirando con magia la


gran silla que se encontraba sola en uno de los dos lados estrechos de
la larga mesa rectangular.

— ¡Oh! De acuerdo, gracias — respondió Stella algo turbada, le costaba


mucho trabajo acostumbrarse a ese trato tan formal que le daban sus
nuevas amistades después de tanto tiempo de haber vivido como una
ciudadana de tercer nivel.

Avellino salió de la cocina y les trajo la cena en una reluciente charola


de plata la cual consistía en patatas y pollo asado.

— ¿Serías tan amable de dejarnos a solas unos minutos? — le pidió


Mandrakus gentilmente, Avellino asintió con su seca expresión
habitual y salió del comedor con firmeza.

Antes de comenzar a cenar, Stella le hizo a Mandrakus una petición. —


Por favor, necesito saber todo lo que pasó con mi familia, no puedo
esperar más.

— Las cosas han sido muy difíciles para el reino en estos últimos años,
Alteza — suspiró Mandrakus melancólicamente tomando un panecillo
caliente de una cesta.

— Ese... ¡blegh!... Lázarus ha llevado a cabo muchas acciones crueles e


inhumanas — masculló Giusy indignada.

— En cambio, vuestro padre fue un excelente gobernante que abolió


muchas leyes injustas que habían proclamado sus antepasados y se
preocupaba por los débiles, los pobres y los desprotegidos — prosiguió
Mandrakus. — Pero nada más llegó Lázarus al poder, todo lo que el
buen Romeus había logrado se fue por el caño: asesinó a casi todos los
miembros de la corte, sólo Glenda, Avellino, Laureano y yo logramos
sobrevivir. Ahora las ejecuciones públicas son el pan de cada día, las
mazmorras del castillo están a rebosar de gente inocente cuyo único
delito ha sido oponerse y rebelarse contra la tiranía.

— Por favor, no hablemos de ese desgraciado, no vale la pena —


intervino Ferruccio. — Volviendo con el rey Romeus, también dicen
que él realizó muchas acciones heroicas y prodigiosas, como cortarle
un ala al feroz dragón Tarantasio y un tentáculo al pulpo Ozena.

— Y usó los poderes de Potentiam, la famosa espada real, para hacer


retroceder las olas del Mar Lucidum y salvar a un niño de ser
arrastrado por la marea — comentó Giusy muy embelesada.

— ¡Oh sí! Y por supuesto, vuestra madre también fue una gran
mandataria que hizo tantas cosas buenas y sabias que no me bastarían
todos mis años para relatároslas todas — musitó el mago. — Nunca se
había visto en el reino a ninguna pareja de reyes como ellos...

— ¿Y entonces? ¿Qué fue lo que pasó? — interrumpió Stella, para


variar.
— Bueno, sucedió que, después de que vuestros padres se casaron
pasaron varios años y a vuestra madre le era imposible concebir
porque había recibido un maleficio de infertilidad. Y como se no podía
estar tanto tiempo sin tener un heredero al trono, entonces el rey
Romeus tuvo que nombrar a Lázarus Rovigo, que era su primo
hermano y único pariente vivo de sangre real, como legítimo heredero
a la corona en caso de que él muriera.

— ¿O sea qué, ese Lázarus es familiar mío?

— Así es, por desgracia — respondió Mandrakus limpiándose los labios


con una servilleta.

— ¡Oh vaya! — suspiró Stella. — Después de tantos años sin saber nada
de mi familia, ahora resulta que el único pariente vivo que tengo es un
primo desalmado ¡Esto es realmente inusitado!

— Pues bien — continuó el anciano — en aquel entonces Lázarus era un


joven de vuestra edad, pero a la reina Cinzia no le agradaba en
absoluto que él pudiera ser el próximo rey, ella sabía que tenía el
corazón completamente podrido y que el pueblo sufriría lo peor
estando él al frente. Entonces, decidió ir a pedir ayuda a los Benandanti
para poder concebirla a vos.

— ¿Y ellos quiénes son?

— Los Benandanti... — se apresuró a explicar Giusy — ... son un grupo


de hechiceros campesinos practicantes del culto ancestral a la Madre
Naturaleza y al Padre Cosmos, suelen peregrinar en pequeños grupos y
realizan sortilegios para fertilizar la Tierra y protegerla de cualquier
intervención malévola. Desde que... ¡ugh!... Lázarus está sentado en el
trono la mayoría viven ocultos en las montañas de la Cordillera Norte,
porque él prohibió la práctica de los rituales antiguos para imponer su
absurda religión monoteísta en todo el reino.

— Entonces — interrumpió Ferruccio — vuestra madre fue a ver a


aquellos brujos para que le dieran una solución y ellos le indicaron el
ritual de fertilidad que debía realizar durante el Equinoccio de
Primavera y le aseguraron que para el Solsticio de Invierno ella daría a
luz un hijo.

— Y gracias a ese ritual mágico es que vos podéis estar aquí con
nosotros — asintió Mandrakus. — En el Castillo Real todos estábamos
que no cabíamos de felicidad por vuestro nacimiento. Sus majestades
organizaron un gran festejo donde invitaron a todos los reyes y nobles
de Terrafuoco, Terraria, Terrasole, Terraluna, Terracqua junto con los
plebeyos de nuestro reino. Pero vuestra madre aún desconfiaba de
Lázarus, temía que hiciera algo malo y nos pidió al rey y a mí que los
tres trazáramos un plan de emergencia: vuestro padre puso a
resguardo su corona de plata y su espada real en un sitio donde nadie
pudiera encontrarlos y yo preparé todo lo necesario por si acaso tenía
que poneros a vos a salvo.

Se hizo un completo silencio en el comedor que fue interrumpido por


los sonoros ronroneos de Lampo y la voz de Mandrakus.

— Y ahora, debo relataros la parte más dura de la historia. Nosotros


estábamos seguros que Lázarus iba a atacar el castillo, pues habíamos
oído algunos rumores acerca de una alianza suya con un siniestro
individuo que se hacía llamar "el Alquimista Oscuro" y que él había
creado unos homúnculos tomando algunas características físicas de los
podencos negros y que los estaban entrenando para ser unos guerreros
despiadados. Pero aún así, vuestro padre quiso darle una oportunidad a
su primo y lo invitó a la celebración por vuestro natalicio, y ese fue el
peor error que cometió en toda su vida.

Stella se estremeció y el mago dio un sorbo a su copa de vino para


refrescarse un poco la garganta antes de proseguir. — Lázarus se
presentó muy sonriente a la fiesta, buscó a vuestros padres para hablar
con ellos en privado y les propuso hacer un brindis por vos y mandó a
traer una botella del mejor vino de la cava, se la llevaron junto con tres
copas ya llenas, él levantó la suya y dijo: "¡Larga vida a la princesa Stella!"
Bastó con que los reyes dieran un pequeño sorbo al vino para que
cayeran muertos instantáneamente.

— Fueron envenenados con veneno de dipsa — explicó Ferruccio con


tono de tristeza. - La dipsa es una pequeña serpiente muy venenosa
que habita en el Pantano de las Luciérnagas, la personas que son
atacadas por una mueren inclusive antes de darse cuenta que las han
mordido.

— Así es - puntualizó Mandrakus. — Y cuando Lázarus vio que su


cometido había sido exitoso, se dirigió al resto de los invitados para
hacerles saber que entre ellos estaba un traidor que había envenenado
a sus majestades. Toda la gente ahí presente se puso como loca y
muchos salieron corriendo, pero yo no tenía tiempo de tranquilizar a
nadie ni de investigar nada, tenía que llevar a cabo el plan tal como lo
habíamos tramado: os tomé en brazos y os puse en una canasta junto
con el brazalete de plata alquímica que había fabricado con la ayuda de
un buen orfebre y luego le lancé un conjuro especial para que no lo
perdierais nunca y así poder encontraros fácilmente en el futuro, salí
del castillo con vos y me dirigí a la Facultad en busca de las rocas
transportadoras.

— ¿Cómo las piedras que utilizó Giusy para traerme de vuelta al reino?
— inquirió Stella y los otros tres le respondieron moviendo
positivamente la cabeza.

— Sí, pero cuando estaba buscando las rocas en una de las cámaras
subterráneas de la Facultad, noté que faltaba uno de los venenos que
guardaba ahí junto con ellas, y era precisamente el veneno de dipsa;
eso me desconcertó por completo, pero no tenía tiempo que perder. En
cuanto tomé las dos piedras que necesitaba, salí inmediatamente de
ahí y las utilicé para transportarnos a Altromondo. Una vez allí, decidí
que lo mejor sería dejaros a la puerta de un orfanato hasta que
cumplierais la edad suficiente.
— ¡Oh! Pues lamento mucho decírselo, pero eligió el peor sitio de
todos. La vieja Beatrice me hizo la vida imposible durante todo el
tiempo que estuve a su cargo — comentó Stella sacudiendo la cabeza
negativamente.

— Bueno — respondió Mandrakus un poco abochornado — digamos


que lo hice a propósito para que no sintierais nostalgia cuando
tuvierais que abandonar ese mundo.

Stella no se había puesto a pensar en eso hasta aquel instante, no hacía


ni veinticuatro horas que estaba en Terraluce y ya lo sentía como su
verdadero hogar, no echaba en falta para nada al otro mundo a pesar
de haber vivido en él durante muchos años.

— Y bueno... — intervino Giusy — pero el otro asunto también era, o


más bien es algo muy importante: está claro que Lázarus no llevó a
cabo su malévolo plan él solo, necesitaba la ayuda de alguien más...

— Eso siempre lo hemos tenido muy presente — la interrumpió


Ferruccio. — Lázarus cuenta con el apoyo de ese Alquimista Oscuro y...

— No, además de él hay alguien más involucrado en todo esto ¡Estoy


segura! — le gritó Giusy algo fastidiada por no ser tomada en serio.

— Bien pues... — prosiguió Mandrakus ignorando aquel comentario —


Lázarus fingió estar completamente desconcertado por el
envenenamiento de sus majestades y afirmó que el responsable había
sido Archinto Salvati, el copero real. Por supuesto que nadie se tragó
semejante cuento, Archinto no hubiera sido capaz de hacer algo tan
bajo como eso. Pero para tratar de calmar un poco las cosas, decidió
encerrarlo en una de las mazmorras del castillo como si él realmente
hubiera sido el culpable.

— Tal vez él no fue — volvió a tomar la palabra Giusy. — Pero insisto,


tuvo que haber otro involucrado y lo más probable es que fuera
alguien que trabajaba en el castillo, de modo que le resultara más fácil
poner el veneno en el vino sin que nadie sospechara y luego...

— Mi querida Giusy... — volvió a interrumpirla Mandrakus


amablemente — eso es algo que tal vez nunca sabremos a ciencia cierta
y no tiene sentido seguir dándole vueltas a ese asunto. Ahora que
tenemos a la princesa Stella con nosotros debemos dar el próximo y
más importante paso de todos: buscar el scrixoxiu.

— ¿¿El qué?? — preguntó Stella con los ojos completamente


desorbitados al mismo tiempo que tosía por haberse atragantado con
un pedazo de pierna de pollo.

— Veréis, Alteza... — empezó a explicar Ferruccio que había estado


atascándose de patata asada con pimienta. — Un scrixoxiu es un tesoro
valioso que se guarda dentro de un cofre que posteriormente se
esconde en algún lugar donde sea difícil localizarlo y su ubicación debe
ser revelada por la persona que lo escondió únicamente a la persona
que tiene que encontrarlo. El sitio donde se encuentra el scrixoxiu no
debe ser hallado por otro que no sea la persona indicada, o de lo
contrario el tesoro se convertirá en cenizas.

— Y ese... — puntualizó Mandrakus - es el motivo por el cual los


homúnculos y los podencos de Lázarus os perseguían, pero solamente
tenían la intención de capturaros, de ningún modo pensaban mataros.
Necesitaban dejaros con vida porque de lo contrario ese tirano jamás
podría apoderarse de la espada real, que es lo que más le interesa del
contenido del scrixoxiu.

Desde la sala que se encontraba cerca de la entrada, les llegó la voz


seca y dura de Avellino que resonaba haciendo eco por todo el lugar.
— ¡Por fin apareces, pedazo de alcornoque! ¡Hace siglos que Glenda y
yo te enviamos a buscar hongos comestibles y mira a qué hora has
regresado!

— Di... Discúlpeme usted, por favor — le respondió una voz nerviosa. —


Últimamente es muy, pero que muy difícil encontrar setas por los
alrededores y tuve que internarme en lo profundo del bosque para
poder...

— ¡No me interesa oír tus excusas! — lo interrumpió Avellino


vociferando mientras su voz se iba acercando poco a poco hacia el
comedor. — ¡Ahora, lo que debes de hacer es ir a presentarte con su
Alteza, la princesa Stella, y mostrarle tus respetos!

— ¿La... la princesa? ¿Ella ya está aquí?

— ¡Por supuesto! ¡Anda ve, bueno para nada!

Los demás sólo alcanzaron a observar la mano paliducha y huesuda de


Avellino que empujaba a un hombre de ralo cabello castaño,
extremadamente flaco y larguirucho con ojos despistados que sostenía
un viejo saco de tela donde había guardado los pocos hongos que había
logrado recolectar. Y por si fuera poco, su vestimenta no favorecía en
mucho a su aspecto: llevaba un traje que parecía ser al menos tres
tallas arriba de la suya, y a pesar de que traía puestos unos guantes, los
dedos de sus manos lucían tan delgados como los de un esqueleto.

Entró en el comedor dando traspiés con sus enormes zapatos y se


encorvó para no chocar contra la araña que colgaba del techo. —
Buenas noches, Alteza, perdonad el retraso. Soy Laureano Stocolmo,
para serviros a vos — y al realizar la correspondiente reverencia se le
cayó el saco y todas las setas rodaron por el suelo. — ¡Oh, no!
Disculpad, ya las recojo.

Y cuando se agachó, una cómica figura igual de delgada pero no tan


larguirucha como él, apareció de la nada y comenzó a lanzarle los
hongos a la cabeza mientras Laureano sólo atinaba a cubrirse con sus
delgadas manos para amortiguar el impacto de los golpes. Aquel
curioso hombrecillo, cuyo aspecto era similar al de un folletto, recogía
las setas que caían al suelo para volverlas a lanzar emitiendo unos
curiosos sonidos que parecían risitas burlonas y no se detuvo hasta que
la Pajarraca llegó y lo reprendió. — ¡Lengheletto! ¡Cuántas veces te
tengo que pedir que dejes en paz al pobre de Laureano!

Lengheletto sólo se limitó a volver a reírse y con la misma volvió a


desaparecer.

— ¡Siempre es lo mismo! — se quejó la Pajarraca al mismo tiempo que


ayudaba a Laureano a recoger los hongos del suelo. — ¡No
desaprovecha ninguna oportunidad para molestarte!

— No es tan malo después de todo — respondió Laureano — lo único


que me pone los pelos de punta es cuando le da por brincar sobre mi
estómago cuando estoy dormido ¡Odio que haga eso!

— Pero sí, Laureano tiene razón, Lengheletto es un amor comparado


con Buffardello, el folletto que suele aparecerse por la facultad —
recalcó Giusy.-

— ¡Ni lo menciones! — exclamó Ferruccio. — ¡Ese condenado rufián


siempre echa a perder mis deberes cuando estoy a punto de acabarlos!

— Bien, ya ha sido suficiente charla. Creo que será mejor que vayamos
a acostarnos, mañana nos espera un día muy largo — dijo Mandrakus.

— ¡Buena idea! Me muero de sueño y necesito un buen descanso —


comentó Stella al mismo tiempo que bostezaba y arrojaba un hueso de
pollo a un cesto de basura que, a su parecer, no estaba antes por ahí.

Inmediatamente el cesto escupió el hueso haciéndolo aterrizar sobre la


frente de Mandrakus. — ¿Y ahora qué? — gritó éste — ¡Ah, ya veo! — y
se dirigió hacia el cesto y lo golpeó con su báculo. — ¿Cuántas veces te
he dicho que no andes escupiendo las cosas que caen en tu interior?

Al cesto le salieron un par de piernas de mimbre que parecían dos


ancas de rana y se dirigió velozmente hacia Mandrakus brincando
como un batracio, levantó su tapa y atrapó una de sus manos al volver
a cerrarla, el mago profirió un aullido de dolor y Ferruccio corrió a
ayudarlo. — ¡Eres malo, Cestín! — lo regañó y le propinó una patada al
canasto que lo hizo saltar hacia atrás, chocó contra una de las
armaduras y finalmente se quedó quieto en una esquina.

— Lo siento mucho — se disculpó Stella al ver lo que había pasado. —


Creí que sólo era un ordinario cesto de basura — y todos comenzaron a
reírse, excepto el arlequín.

— ¡Qué va! Es un experimento mágico fallido de Ferruccio — comentó


Giusy al mismo tiempo que le lanzaba una mirada reprobatoria al
aludido.

— Bueno... — comenzó a defenderse el acusado — lo que yo quería era


encantarlo para que pudiera recoger por sí solo la ropa sucia, en el
libro de Bettina Farrara decía que...

— ¡Bettina Farrara es una estafadora! ¿Hasta cuándo lo vas a entender?


— vociferó Giusy bastante exasperada.

— ¡Por favor, basta de pleitos! ¿Quieren? — intervino Mandrakus. —


¡Estoy que me caigo de sueño!

Todos se levantaron de sus lugares y se dirigieron por un pasillo


estrecho que conducía hacia los dormitorios.

A Stella le proporcionaron el cuarto más amplio de todos que habían


preparado exclusivamente para ella. Estaba sumamente limpio, olía a
lavanda y la cama tenía un dosel de color azul cobalto salpicado de
estrellas de ocho puntas y la colcha era verde esmeralda. Detrás de la
cama estaba colgado un gran retrato al óleo rodeado por un marco
plateado donde estaba pintado un hombre rubio de ojos azules y
mirada severa, pero que a la vez tenía una expresión bondadosa, usaba
una corona de plata sobre la cabeza y a su lado estaba una mujer que
tenía el cabello de color castaño y los ojos de un verde encendido
iguales a los de Stella y cargaba en brazos a un bebé recién nacido.

No le cupieron más dudas: aquellos eran sus padres y ella era el bebé
que estaba representado en esa pintura. Después reparó en que su
padre apoyaba su mano izquierda sobre la hermosa y reluciente
empuñadura plateada de una espada que había sido pintada
cuidadosamente con todos sus detalles: tenía incrustados zafiros y
esmeraldas alrededor de una estrella de ocho puntas. Y ahora, Stella
debía de ir en busca de esa espada que llevaba muchos años oculta en
algún lugar inhóspito del reino ¿Dónde estaría? No tenía ni la más
remota idea, pero ya pensaría en eso después de tomar un merecido
descanso. Acomodó su cabeza sobre la mullida almohada, Lampo se
acurrucó al lado de ella y cayeron inmediata y profundamente
dormidos.
Capítulo 6
A medianoche, el Castillo Real estaba sumido en la oscuridad total,
únicamente las ventanas del aposento real estaban todavía iluminadas.
Lázarus y su perversa esposa, Donnarella, estaban a punto de
acostarse.

— ¿Por qué estás tan contento, querido? — preguntó con suspicacia la


mujer que tenía la piel de una palidez similar a la de la porcelana, el
largo cabello lacio de un tono rubio cenizo, sus gruesos labios de un
rojo carmesí intenso y unas uñas casi tan largas como las garras de una
fiera.

— ¿Por qué más va a ser? ¿Acaso no te lo imaginas? — le respondió


Lázarus esbozando una sonrisa maquiavélica y entonces, cuando
Donnarella cayó en la cuenta, se le iluminó el pálido rostro.

— ¡No me digas! ¿Eso quiere decir que... finalmente tienes a la mocosa


aquí encerrada en las mazmorras?

— No exactamente, pero se podría decir que prácticamente la tengo en


la palma de mi mano.

Donnarella soltó una tétrica carcajada que era capaz de ponerle los
pelos de punta a cualquiera y se puso a dar vueltas como loca por toda
la habitación haciendo ondear las largas mangas de su vestido negro.
— ¡No puedo esperar más a tengas a Potentiam en tus manos y seas el
amo absoluto del reino!
— Te entiendo querida, Máximus y yo también lo hemos festejado.

— ¿Máximus ha venido al castillo? ¿Cuándo? — inquirió Donnarella


totalmente sorprendida.

— Hoy antes del anochecer.

— ¿Sabes? Pienso que debería ser un poco más discreto con sus visitas,
no sería conveniente que alguien llegara a descubrirlo.

— Y a propósito de visitas, tengo que bajar a ver a un viejo amigo al


que estoy seguro le va a dar mucho gusto recibir esta noticia.

— ¿Y no puedes esperar hasta mañana para decírselo? — refunfuñó


Donnarella frunciendo el ceño y apachurrando las narices.

— No querida, tiene que ser ahora mismo.

Dicho esto, Lázarus tomó su látigo y salió de la habitación caminando


velozmente. Descendió por varios tramos de escaleras y cruzó
infinidad de lúgubres pasillos hasta llegar a las mazmorras del castillo.
Allá abajo hacía un frío que calaba los huesos a pesar de que las
enormes antorchas que las alumbraban estaban encendidas con un
vívido fuego.

Mientras caminaba por los sucios y malolientes pasillos de piedra,


Lázarus repartía latigazos a diestra y siniestra a todos los cautivos que
se atrevían a alargar sus temblorosas y maltratadas manos a través de
los barrotes de las celdas para tratar de asir su capa al mismo tiempo
que suplicaban clemencia. Él pasó de largo sin dignarse a mirarlos
siquiera.

Siguió adelante y descendió por unas estrechas escaleras de piedra que


conducían a los peores calabozos donde las condiciones en que los
presos se encontraban no podían ser más inhumanas: las paredes eran
húmedas y frías, las ratas y las cucarachas pululaban por doquier y en
el aire flotaba un hedor a mierda y podredumbre.
Lázarus llegó hasta la última celda que estaba custodiada día y noche
por un par de guardias que sujetaban dos enormes podencos negros
con gruesas cadenas, al verlo inmediatamente le dirigieron una
ceremoniosa reverencia.

— Quiero hablar con él a solas — les ordenó Lázarus con su gélido tono
de voz y entonces uno de los homúnculos introdujo la llave en la vieja
y oxidada cerradura que se abrió con un chasquido.

En la oscuridad de la mazmorra, apenas se podía distinguir una silueta


huesuda que se encontraba tirada sobre el mugroso y duro suelo.
—¡Levántate! — le ordenó Lázarus con voz atronadora.

La enclenque figura se incorporó lentamente usando las pocas fuerzas


que le quedaban y caminó a paso lento hacia Lázarus, un rayo de luna
que se colaba por una ventanilla enrejada iluminó su cuerpo por un
momento: era un hombre que casi llegaba a la tercera edad, tan
delgado que prácticamente estaba hecho un esqueleto viviente, sus
ojos negros se sumían en sus cuencas, había perdido mucho cabello y el
poco que le quedaba lo llevaba sucio y enredado, vestía harapos en
peor estado que muchos de los mendigos que se apostaban en la Plaza
Mayor a pedir limosna a los transeúntes.

El recluso fijó sus oscuros ojos en el malévolo y pálido rostro de


Lázarus. — ¿A qué ha venido? — le preguntó en tono hostil.

— ¿Esa es la forma apropiada de saludar a tu rey, mi querido Archinto?


— inquirió Lázarus sarcásticamente.

— ¡Usted no es mi rey! — declaró el prisionero con voz firme y


decidida.

— Ya sé que la gran mayoría de mis súbditos piensa lo mismo, pero


aunque no les parezca ¡Yo soy su soberano!

— ¡No por mucho tiempo! — replicó el antiguo copero de la Casa


Mordano. — La princesa Stella, la legítima heredera de la corona
regresará muy pronto, me han llegado muchos rumores al respecto
aún estando aquí encerrado.

— ¿Ah sí? — preguntó Lázarus con su acostumbrado tono socarrón. —


Precisamente, por eso he venido esta noche a hacerte una visita, los
rumores que has escuchado son ciertos, ella ha vuelto.

— ¿En verdad? ¿Y cómo lo sabe?

— Oh, yo tengo mis propios recursos para averiguar todo lo que me


concierne. Pero no te emociones tanto, viejo amigo...

— ¡Yo no soy su amigo!

— Por supuesto que lo eres ¿O acaso ya olvidaste como me ayudaste a


poner el veneno en las copas para que Romeus y Cinzia pasaran a
mejor vida?

— ¡No lo hice! ¡Deje de fingir aquí conmigo! ¡De nada le sirve! ¡Usted y
yo sabemos perfectamente cuál es la verdad! El que envenenó el vino
fue ese maldito miserable de...

— Nadie te creería ese cuento, mi buen Archinto — lo interrumpió


Lázarus acariciándose el mentón con la mano derecha. — La gente de
afuera te cree culpable porque todas las evidencias apuntaban en
contra tuya. Tu honor está completamente por los suelos.

— Sí, tal vez; pero nadie sabe que yo fui engañado, él me dijo que usted
quería brindar con sus majestades con el mejor vino por el nacimiento
de la princesa, yo bajé a la cava a traerlo, después me lo arrebató de las
manos y me dijo "déjame a mí" y yo, a pesar de que siempre había sido
tan cauteloso, fui tan estúpido, completamente estúpido para fiarme
de él.

— Bueno, si esto te sirve de consuelo, te diré que no fuiste el único. El


viejo, pero no tan suspicaz de Mandrakus, también confió ciegamente
en él — al decir eso soltó una risotada estridente que le puso la carne
de gallina a Archinto. — Gracias a su ingenuidad y a la tuya pude lograr
lo que me proponía, así que te guste o no, mi querido amigo, tú y el
anciano mago fueron mis cómplices en esto.

— ¡No es verdad! ¡Usted es peor que una serpiente ponzoñosa!

Un chasquido de látigo resonó haciendo eco dentro de la prisión. —


¡Muestra más respeto cuando hables con tu rey, maldito asqueroso!

— ¡Nunca! — gritó Archinto fulminando a Lázarus con su furiosa


mirada y apretando fuertemente los puños a pesar de estar tan
debilitado por la desnutrición y la herida que el latigazo le había
abierto en una de las sienes. La sangre no paraba de emanar a raudales.

— Bien — prosiguió Lázarus acariciando el mango del látigo. - Como te


decía, la princesa ha regresado al reino pero eso no será ningún
problema para mí, porque una vez que ella me facilite el trabajo
pesado, tendré el poder mágico e invencible de la espada de su padre
en mis manos y entonces nada ni nadie podrá detenerme y mucho
menos alguien tan débil e insignificante como tú.

— ¡Eso aún está por verse! ¡La princesa lo derrotará y la noble Casa
Mordano recuperará su trono! ¡Ella arreglará todo lo malo e injusto
que usted ha hecho durante todo este tiempo!

— ¡Oh, pobre de ti! Tantos años de estar aquí pudriéndote entre las
paredes de esta oscura celda te han vuelto un iluso soñador ¡Nunca
verás a la princesa coronada y sentada en mi trono, yo mismo me
encargaré de eso! Es más... ¡Ni siquiera volverás a ver la luz de un
nuevo amanecer!

Dicho esto volvió a levantar el látigo y golpeó repetidas veces el


maltrecho cuerpo de Archinto hasta que cayó agonizante en medio de
un charco de sangre. Los demás presos despertaron al oír los golpes,
temblaron y sollozaron llenos de pavor.

Acto seguido, Lázarus chasqueó los dedos para que los guardias
entraran en la celda y les arrebató las gruesas cadenas que sostenían a
los podencos. — Su cena está servida, queridos amigos — y en cuanto
los liberó, las bestias se abalanzaron ferozmente sobre Archinto.

Lázarus hizo oídos sordos a los desgarradores alaridos que profería su


víctima mientras era devorado vivo, se dio la media vuelta para salir
del calabozo sin mostrar misericordia ni remordimiento alguno.
Emprendió el camino de regreso a su aposento con los hombros
erguidos y la cabeza en alto, ignorando por completo a los reclusos que
le gritaban a su paso y con la sonrisa más demoníaca que jamás se
había dibujado en sus finos labios.
Capítulo 7
Stella durmió plácidamente sobre su nueva cama que era cálida y
suave; todo lo contrario de aquel colchón sucio, duro y viejo donde
dormía cuando estaba en el orfanato. Habría descansado hasta que su
cuerpo aguantara de no haber sido despertada por el sonido de unos
pasos en su habitación. — ¿Es usted Mandrakus? — preguntó con la voz
aún adormilada. — ¿Giusy? ¿Ferruccio? ¿Glenda?

Como no obtuvo respuesta se incorporó sobre el colchón y reparó en


que estaba mirando de frente la pintura de sus padres que anoche
estaba colocada detrás de la cama, se frotó repetidamente los ojos para
poder ver mejor y entender lo que había pasado. — ¿Pero qué... cómo
es qué..? — se preguntó completamente sorprendida.

Y entonces cayó en la cuenta de que alguien había hecho girar la cama


mientras ella dormía, después oyó unas risitas divertidas que
provenían del armario de caoba que estaba allí en la habitación y
entonces las puertas se abrieron de par en par y saltó un minúsculo
personaje de aspecto cómico y bonachón: era bajo de estatura, tenía un
tupido mostacho negro, una panza enorme y una cabeza tan grande
que se balanceaba ligeramente de un lado para otro sobre su corto
cuello; iba vestido con una camisa roja con cuello en V atravesado por
unos cordones negros, un ceñido pantalón azul sostenido por un
grueso cinturón marrón con una enorme hebilla dorada y cuadrada, un
par de zapatos marrones que terminaban en punta y sobre la cabeza
llevaba puesto un sombrero puntiagudo también de color azul cuya
punta se doblaba hacia abajo.

Al ver que Stella había despertado abrió sus enormes ojos negros y
comenzó a brincar en un pie y luego en el otro mientras tarareaba una
alegre y chusca melodía.

Stella no pudo evitar reírse de lo divertido que le parecía aquel


hombrecillo y cuanto más reía ella, él hacía cosas todavía más
graciosas como pararse de manos y columpiarse de la araña del techo
mientras Lampo lo observaba atentamente sin despegarle la vista de
encima.

Minutos después Mandrakus llamó a la puerta.

— ¡Adelante! — respondió Stella que seguía desternillándose de risa.

— ¡Buenos días, Alteza! — la saludó el mago. — ¡Oh! Veo que ya habéis


conocido a Marranghino — comentó con una amplia sonrisa al ver las
peripecias que realizaba aquel personaje, que en cuanto lo vio, le sacó
la lengua y salió de la habitación brincando en un solo pie y haciendo
trompetillas.

— Ese Marranghino es muy inquieto, una de sus travesuras favoritas es


voltear los muebles y cambiarlos de lugar mientras todo el mundo
duerme, pero eso sí, no es malicioso. Es tan simpático que es
prácticamente imposible enfadarse con él, hasta Avellino le tiene
paciencia — comentó Mandrakus sonriendo.

— Ya lo creo que sí — respondió Stella al mismo tiempo que salía de la


cama.

— Será mejor que os deis prisa, Giusy y Ferruccio os esperan en el


comedor para tomar el desayuno — dicho esto, Mandrakus se
encaminó fuera de la habitación para que Stella pudiera vestirse y de
repente se dio la media vuelta. — ¡Ah, casi lo olvidaba! — chasqueó los
dedos y la cama giró para volver a acomodarse en su posición original.
En cuanto Mandrakus cerró la puerta, Stella corrió a ponerse el vestido
que la Pajarraca le había hecho ayer por la noche y se sentó enfrente
del espejo del tocador para cepillarse y trenzarse el cabello. Sobre
aquel mueble había un brillante alhajero plateado con una estrella de
ocho puntas grabada en la tapa, Stella sintió mucha curiosidad por ver
lo que guardaba dentro y lo abrió, estaba lleno de exquisitas joyas de
plata igual de relucientes que su querido brazalete, también encontró
una nota que decía: "Estas eran las joyas de vuestra madre, ahora podéis
usarlas vos si así lo queréis" y entonces las sacó una a una para
observarlas mejor y entonces decidió colocarse un bonito adorno para
el cabello que particularmente le había gustado mucho.

En cuanto estuvo lista salió al pasillo con Lampo que corría pisándole
los talones. Pasó varios minutos entrando y saliendo por varios
corredores tratando de recordar por donde tenía que doblar para
llegar al comedor hasta que se topó con Avellino que la saludó con
expresión adusta.

— Buen día, Alteza. Hace ya varios minutos que el desayuno está listo
¿Por qué os habéis retrasado tanto? — le preguntó arqueando una de
sus cejas.

— Yo... este... — titubeó Stella — es que estuve andando en círculos


porque no recuerdo cuál es el pasillo que lleva al comedor, todos me
parecen iguales y me he confundido totalmente — comentó señalando
con las manos las lámparas y las puertas, que a su parecer, estaban
distribuidas exactamente igual en todos los corredores.

— No os preocupéis, yo os mostraré el camino. Seguidme, por favor —


ordenó Avellino suavizando un poco su expresión y Stella obedeció a
pesar de que aquel hombre no le inspiraba mucha confianza.

Cuando llegaron al comedor, Avellino cruzó la estancia para dirigirse a


la cocina mientras murmuraba algo en voz baja para sí mismo y
trataba de esquivar a Marranghino, Lengheletto y Cestín que corrían
desaforados alrededor de la mesa haciendo payasadas.

Mandrakus, Giusy y Ferruccio ya se encontraban desayunando


sentados en sus respectivos lugares y Stella los saludó mientras se
acomodaba en el asiento principal.

— ¡Buen día a todos! Espero no haberlos hecho esperar demasiado —


los saludó bastante apenada.

— ¿Qué tal, Alteza? No os preocupéis por eso ¿Habéis pasado una buena
noche? — le preguntó Giusy mientras untaba mantequilla a una
rebanada de pan.

Stella no alcanzó a responder porque desde la cocina llegó un


estruendo como de varias cacerolas que caían al suelo y la voz
desesperada de Laureano que se disculpaba. — ¡Lo... Lo siento! Es que...

— ¡Déjamelo a mí, inútil! — lo regañó Avellino quien minutos después


salió de la cocina echando chispas por los ojos y sosteniendo una
botella de jugo de naranja entre las manos que depositó bruscamente
sobre la mesa haciendo que todos se sobresaltaran.

— ¡Vaya genio! — comentó Ferruccio asustado mientras se servía jugo


en una copa plateada.

Parecía que por fin podrían desayunar tranquilamente, no obstante,


pasados unos diez minutos la paz volvió a ser perturbada, la Pajarraca
entró hecha un manojo de nervios, con la cara roja y goteando de
sudor, al parecer había estado corriendo lo más aprisa que le daban sus
cortas piernas.

— ¡Mandrakus! ¡Mandrakus! — llamó al mago desesperadamente


haciendo aspavientos con las manos y haciendo rodar las pupilas de
sus ojos en todas direcciones. — ¡Traigo noticias del pueblo! ¡Malas
noticias! ¡Ya verá si son malas! ¡Más que malas! ¡Son terribles!
¡Terribles!
El anciano se levantó inmediatamente de su lugar. — ¡Cosmos bendito!
¡Tranquilícese Glenda! ¿Pero qué es lo que ha ocurrido?

La Pajarraca se acomodó en una de las sillas para descansar un poco y


se abanicaba sacudiendo su delantal. — ¡Es Archinto! ¡A... Archinto ha...
ha muerto!

Todos los ahí presentes enmudecieron y palidecieron de terror, hasta


Marranghino, Lengheletto y Cestín dejaron de jugar y corretear por
todos lados.

— ¿Cómo se ha enterado de eso, Glenda? — preguntó Mandrakus


tratando de mantener la compostura a pesar de que aquella noticia
también lo había inquietado bastante.

— Las personas en el pueblo no paraban de hablar de eso, al parecer la


noticia corrió como un relámpago, dicen que colocaron su cráneo
sobre una estaca allá en la Plaza Mayor con una advertencia para todos
aquellos que se atrevieran a prestar oídos a los rumores del retorno de
la princesa.

Giusy dejó escurrir un hilo de leche que caía de su cuchara llena de


cereal. Ferruccio se quedó con los ojos abiertos sosteniendo su pan sin
llevárselo a la boca, estaba tan absorto escuchando lo que la Pajarraca
les contaba que ni siquiera reparó cuando Marranghino se lo arrebató
de entre las manos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Stella, el hombre que


supuestamente había ayudado a Lázarus a quitarles la vida a sus padres
ahora estaba muerto. Pero cabía la posibilidad de que él fuera inocente,
de ser así entonces había sido encarcelado y asesinado injustamente.

Mandrakus se quedó pensativo un momento con una expresión de


completa angustia dibujada en el rostro. — ¡Esto no pinta nada bien,
nada pero nada bien! Tal como lo temía, Lázarus hará cosas aún más
terribles de las que ha sido capaz de hacer en todos los años que el
reino ha estado bajo su dominio.

— Pero... ¿por qué? — preguntó Stella alarmada.

— ¿Por qué? — prosiguió Ferruccio a responder. — Porque sabe que


cuando los rumores de vuestro regreso se difundan por todo el reino
muchos de los que hasta ahora se han sometido a su yugo sin oponer
resistencia comenzarán a levantarse en contra suya. Él sabe
perfectamente que todos tienen muy claro que él mandó envenenar al
rey Romeus y a la reina Cinzia para quedarse con el trono, aunque el
muy cínico se empeñe en negarlo.

A Laureano le tembló todo el cuerpo y dejó caer al suelo una copa de


vidrio que sostenía entre las manos. — ¡Inepto! — le gritó Avellino al
mismo tiempo que lo empujaba de vuelta a la cocina y la Pajarraca los
siguió murmurando entre dientes algo que parecían plegarias.

Cuando los criados desaparecieron de la vista, Mandrakus volvió a


sentarse en su lugar. — ¡Apresúrense a tomar el desayuno, no debemos
perder más tiempo! Debemos salir en busca del scrixoxiu lo más rápido
posible, pero antes, vuestra alteza deberá consultar a Estéfanos.

Giusy y Ferruccio asintieron con la cabeza y se apresuraron a terminar


sus cuencos de cereal.

— Bueno y... — inquirió Stella que a esas alturas estaba realmente


asustada y preocupada — ¿Y quién es ese hombre al que tengo que ver?
¿Qué es lo qué debo que hacer? ¿Dónde puedo encontrarlo?

— Estéfanos es el nigromante más poderoso de todo el reino, él os


ayudará a contactar con el espíritu de vuestro padre y entonces él os
revelará el escondite del scrixoxiu.

— Pero.. — interrumpió Stella que a estas alturas del partido se


encontraba totalmente desmoralizada — ... Yo no conozco el reino, no
tengo ni idea de en dónde puedo encontrar a ese nigromante, no sé a
dónde debo ir. A decir verdad... no creo que yo pueda hacer algo... tal
vez ni siquiera logre encontrar esa espada escondida.

— No debéis angustiaros, esta empresa no tiene porque fracasar si os


preparamos bien para recorrer el largo camino que tenéis por delante.
Así que, será mejor que nos encaminemos hacia la guarida de Estéfanos
que no está muy alejada del pueblo más cercano — y después se dirigió
a los demás. — ¡En marcha!

— Esto... ¿Mandrakus? — preguntó Giusy titubeante.

— ¿Sí?

— Mientras usted y su alteza van a visitar a Estéfanos ¿Podríamos


Ferruccio y yo ir un momento al pueblo? Necesito con urgencia
encontrar un sitio donde pueda conseguir heces de caradrio.

— ¿Heces de caradrio? — preguntó Stella arrepentida de haber tomado


un poco de pan para comer en el camino, pues ahora que había
escuchado a Giusy hablar de excrementos se le había ido el apetito.

— Sí, Alteza; veréis, los caradrios son unos pájaros blancos que viven
en los jardines del Castillo Real, tienen la particularidad de que defecan
mientras comen y para nosotros los médicos alquimistas sus desechos
son muy valiosos porque tienen grandes propiedades curativas para la
inflamación de ojos, esas aves también nos ayudan para diagnosticar si
una persona tiene una enfermedad mortal o no. Pero desde que
Lázarus está ahí es imposible entrar a los jardines del castillo porque
no nos lo permite, hace un par de meses hubo una epidemia terrible de
conjuntivitis y no pudimos elaborar suficientes medicamentos porque
tuvimos que esperar a que nos trajeran las heces de contrabando desde
algún reino vecino.

— Pero si acaso alguien del pueblo llegara a tener heces de caradrio te


las venderá a un ojo de la cara — comentó Mandrakus desanimado.

— Nada pierdo con ir a buscar — replicó Giusy esperanzada.


Mandrakus, Giusy, Ferruccio, Stella y Lampo se dirigieron en fila hacia
la sala que daba al túnel que conducía a la superficie, Ferruccio, que iba
en la retaguardia, volteó para reñir a Cestín. — ¡Hey! ¡Tú no puedes
venir al pueblo con nosotros! ¡Quédate aquí!

Cestín hizo finta de dar la media vuelta, pero en cuanto Ferruccio


reanudó la marcha volvió a pisarle los talones. — ¡Te he dicho que te
quedes! — le gritó realmente fastidiado.

Esta vez Cestín comenzó a saltar de indignación y le propinó una


fuerte patada a Ferruccio en el tobillo que lo hizo enfadarse y soltar
una serie de palabrotas y maldiciones. — ¡Largo! — le ordenó con voz
enérgica y Mandrakus tuvo que intervenir — ¡Oh, vamos Ferruccio!
¡Déjalo venir con nosotros! Ya sabes que cuando se le pega la gana
seguirte los pasos no hay quien lo haga cambiar de idea.

Al llegar a la puerta, Mandrakus, que iba al frente de la comitiva, se


detuvo y golpeó tres veces la estrella con el báculo y ésta se abrió
lentamente revelando el largo túnel iluminado por la luz rojiza de las
lámparas perpetuas. Siguieron adelante hasta llegar donde se
encontraba el tobogán de piedra por donde habían resbalado ayer por
la noche al traer a Stella por primera vez al Palacio Subterráneo.

El anciano aplaudió una vez y el tobogán de piedra se removió para


formar varios escalones de piedra para poder subir y salir al aire libre.
Cuando estaban por llegar al final de la escalera, Mandrakus les ordenó
mediante señas que se detuvieran un momento y aguzó el oído por si
escuchaba algo allá afuera. — Bien, todo me indica que es seguro — y
golpeó el techo tres veces con la punta del báculo para dejar al
descubierto la entrada secreta.

En cuanto terminaron de salir uno por uno, Mandrakus volvió a sellar


la entrada que estaba oculta bajo una enorme roca e hizo andar a los
demás a paso presuroso. Continuaron caminando silenciosamente
riachuelo abajo siguiendo un estrecho sendero de tierra rodeado de
árboles que conforme más iban avanzando se hacían más y más
frondosos al grado que impedían que la luz solar se filtrara entre ellos.

Stella estuvo a punto de romper el silencio para preguntarle a


Mandrakus cuánto faltaba para llegar a su destino, cuando éste los hizo
detenerse en seco, escuchó atentamente y después se volvió despacio
hacia ellos y les ordenó en voz baja. — ¡Escóndanse, rápido! ¡Atrás de
aquellos árboles! — y señaló hacia unos viejos olmos.

Cada uno se escondió detrás del tronco de un árbol intercambiando


miradas entre ellos sin atreverse a respirar siquiera, no comprendían
qué era lo que había visto Mandrakus hasta que apareció un ave strige
a la vista de todos revoloteando sigilosamente mientras enfocaba sus
enormes ojos amarillos en busca de una presa para succionarle la
sangre. Stella, que nunca antes había visto una criatura similar a esa,
sentía que el corazón estaba a punto de saltar de su pecho por el
pánico. El terrible pájaro comenzó a volar en círculos, al parecer había
detectado que había personas escondidas en esa parte del bosque y
buscaba desesperado.

Stella abrazó a Lampo y volvió la vista hacia su derecha para no seguir


contemplando a ese animal y vio a Mandrakus que murmuraba unas
extrañas palabras entre dientes desde su escondite mientras apoyaba
sus nudosas manos sobre la espiral de su báculo, en medio de ellas
surgieron unos rayos de un azul brillante como pequeñas descargas
eléctricas y entonces el ave strige dejó de revolotear cerca de ellos y se
alejó rápidamente de aquel lugar.

— Se ha ido — les dijo el anciano a los demás mientras se encaminaba


de nuevo hacia el sendero.

— ¿Qué... qué era eso? — preguntó Stella sin parar de temblar por el
miedo.

— Un ave strige — le respondió Giusy. — Se dice que son pájaros de mal


agüero, pero eso no es lo peor ¿Habéis visto ese largo pico dorado que
tiene? — Stella asintió moviendo la cabeza. — Bueno, pues lo usan para
chupar sangre y machacar carne humana a picotazos.

— Antes de que Lázarus se impusiera en el trono a esas aves


únicamente se les veía cerca de la frontera con el reino de Terrafuoco,
pero ahora merodean a sus anchas por donde quieren — comentó
Mandrakus apoyándose en su báculo para subir por un montículo.

— Y... y dicen que, el... el Al... Alquimista Oscuro... — intervino


Ferruccio que al parecer tampoco se había repuesto del horror que se
había llevado — ti... tiene una de e... esas abominables aves como
mascota...

Giusy se detuvo a buscar algo debajo de su boina, sacó dos ampolletas


llenas de otra fórmula burbujeante, sólo que esta parecía refresco de
cereza. — ¡Tomen! — y les lanzó una a Stella y a Ferruccio — Para que
se les pase el susto.

Los aludidos destaparon sus ampolletas, bebieron de prisa todo el


contenido y al instante dejaron de temblar y se normalizó su ritmo
cardíaco.

— Y recuerden... — les advirtió Giusy.

— "No deben abusar de ellas o las consecuencias podrían ser


terribles..." — terminó Ferruccio la frase imitando el enérgico tono de
voz de la muchacha.

— Me alegro que al menos lo tengas presente — replicó Giusy


fulminándolo con la mirada.

Después de andar por un buen rato llegaron a un claro donde el


sendero se bifurcaba en dos caminos.

— Muy bien — suspiró Mandrakus al mismo tiempo que sacaba un


pañuelo de su sombrero para secarse el sudor de la frente. — Aquí nos
separamos.
Stella se volvió por todos lados esperando ver una choza o algún otro
sitio que pudiera ser la residencia del famoso nigromante, pero no vio
nada más aparte de los árboles que bordeaban el camino.

— ¿Aquí es dónde vive ese Estéfanos? — preguntó algo desconfiada.

— No exactamente — respondió Mandrakus con suma tranquilidad.

— Bien — dijo Giusy. — Esperamos no tardar demasiado en el pueblo,


nos veremos luego aquí en el cruce.

— ¡Buena suerte! — les deseó Ferruccio a la princesa y al mago


mientras él y Cestín seguían los pasos de Giusy que ya doblaba por el
camino de la derecha.

Cuando los dos jóvenes se perdieron de vista, Mandrakus se metió


entre la espesura del oscuro bosquecillo que estaba del lado izquierdo.

— Seguidme, Alteza. No tenemos tiempo que perder.

Stella obedeció y se adentró en medio los árboles con los nervios


nuevamente a flor de piel.
Capítulo 8
La princesa siguió a Mandrakus que la guiaba por el bosque tratando
de abrirse paso en medio de la espesura, había tramos en que los
árboles crecían tan cerca uno del otro que era prácticamente imposible
pasar en medio de ellos, pero el mago los golpeaba con su báculo y
éstos se hacían a un lado para permitirles el paso y después volvían a
su lugar.

Continuaron caminando aguzando el oído y la vista por si se topaban


con otra ave strige o alguna otra criatura indeseable y no se detuvieron
hasta que llegaron a un claro donde había una cueva cuya entrada
estaba sellada con rocas dejando solamente un estrecho espacio al
descubierto en la parte superior. Mandrakus tomó su báculo y con la
punta inferior golpeó una de las rocas, como todo estaba en completo
silencio, el ruido resonó con fuerza en el aire y a Stella le entró un poco
de temor, aquel sitio era tan sombrío que daba la impresión de que la
noche se había adelantado.

Esperaron algunos minutos hasta que una voz cavernosa y fatigada les
respondió desde el interior. — ¿Quién llama?

Y el mago replicó. — ¡Soy yo, Mandrakus! El tiempo ha llegado, he


traído a la princesa Stella conmigo.

Súbitamente, las rocas que obstruían la entrada desaparecieron. —


Después de vos, Alteza — y entonces Stella, Lampo y Mandrakus
ingresaron a la cueva.
En cuanto los visitantes entraron, las rocas volvieron a aparecer
sellando nuevamente la salida. Aquel sitio era realmente espeluznante,
era húmedo y frío, una infinidad de huesos humanos cubría todas las
paredes de la cueva que únicamente estaba iluminada por algunas
velas colocadas en el suelo dentro de cráneos que flanqueaban un
camino que conducía hacia unos estrechos escalones por los que se
podía acceder a una cámara subterránea y descendieron por ellos
lentamente.

Aunque aquel nuevo espacio era mucho más amplio era igual de tétrico
que el anterior, las paredes también estaban tapizadas de huesos
humanos y en las cuencas de los cráneos brillaban ojos de ratas y
ratones que observaban fijamente a los recién llegados.

Stella no podía avanzar, le temblaban las piernas por el miedo que le


daba aquel lugar, Lampo lo presintió y se retalló junto a ella para darle
un poco de tranquilidad, pero a pesar de eso seguía sintiéndose
incómoda, una persona que tuviera por pasatiempo coleccionar huesos
humanos debía tener la mente bastante retorcida y por lo poco que
había escuchado respecto a la nigromancia sabía que era una actividad
relacionada con las artes oscuras, pensaba que tal vez había cometido
un error al haber accedido a visitar a aquel personaje; entonces, volvió
la vista hacia Mandrakus para tratar de entablar conversación con él.

— Ah... ¿Disculpe?

— ¿Sí? — respondió el mago que, a pesar del aspecto tenebroso de la


cueva, lucía completamente tranquilo.

— ¿Es... es seguro que... que estemos aquí? — preguntó Stella con la voz
temblorosa.

— Estéfanos es un viejo amigo mío — replicó Mandrakus serenamente


y, como si pudiera leer las inquietudes de la princesa, agregó. —
Aunque él no suele ser bien recibido por el resto de la gente a causa de
su ocupación, ya que la nigromancia es una de las ramas de la magia
negra, pero es algo que a veces puede ser de mucha utilidad, como en
este caso. Y puedo jurar por mi vida que Estéfanos sería incapaz de
utilizarla para fines siniestros.

Finalmente llegaron al fondo de la cámara donde el nigromante había


colocado varios cráneos con velas ardiendo en su interior formando un
gran círculo en medio del suelo, dentro del círculo posaba un enorme
caldero negro que bullía y alrededor de éste estaban escritos varios
símbolos y palabras extrañas que Stella no logró comprender en
absoluto.

En un rincón apartado estaba el famoso Estéfanos sentado sobre un


tapete desgastado dándoles la espalda; era un anciano
extremadamente delgado, llevaba puesta una vieja túnica negra
remendada y mohosa, tenía el cabello largo y completamente blanco y
estaba inclinado sobre unos huesos humanos que había extendido en el
suelo y que analizaba detenidamente susurrando cosas ininteligibles
entre dientes, después se volvió lentamente y apoyó sus arrugadas y
esqueléticas manos sobre su bastón para incorporarse, avanzó a paso
lento hacia Stella y Mandrakus mientras la escasa luz del lugar
proyectaba su amenazadora sombra sobre las paredes cubiertas de
cráneos.

— Sí... — murmuró con voz misteriosa — ... la joven princesa Stella


Mordano, la legítima heredera de la corona de Terraluce ya está aquí;
he estado aguardando pacientemente este momento desde hace
muchos años.

Y se aproximó a Stella para observarla mejor con sus ojos fatigados


cuyos párpados estaban tan caídos que daba la impresión de que su
cara solamente era un cúmulo de arrugas. — ¿Sabéis, Alteza? Durante
casi toda mi vida he hecho volver a los espíritus de los muertos para
que puedan revelar a los vivos aquellas cosas que ellos tanto ansían
conocer. Pero hasta este momento, ninguna de esas revelaciones ha
sido tan importante como la que vos estáis a punto de recibir.
Stella no supo que responder, así que solamente se limitó a asentir con
la cabeza.

— Y ahora, debéis prepararos — prosiguió el nigromante. — Para


poder llamar al espíritu de vuestro difunto padre necesito que me
prestéis vuestra ayuda — y sacó un cuchillo plateado del interior de su
túnica.

— Y... ¿Pa... para qué? — preguntó Stella con la voz entrecortada


mientras observaba a Estéfanos introducir la hoja del cuchillo por una
de las cuencas de un cráneo para pasarla por la llama de la vela.

— Siempre se debe ofrendar algo a los muertos como un símbolo de


respeto — dicho esto el nigromante le tendió el cuchillo. — Además,
para que el espíritu de su majestad acuda a vuestro encuentro necesita
cerciorarse de que quien lo ha llamado es la persona indicada y para
eso es necesario que reconozca en la ofrenda su propia sangre, vuestra
sangre.

El nigromante se metió dentro del círculo y le indicó a Stella que


hiciera lo mismo, después entró en una especie de trance y extendió
sus manos sobre el caldero haciendo movimientos extraños mientras
pronunciaba una invocación. — ¡Por el poder que me han conferido las
fuerzas oscuras del Todo, he de hacer retornar al mundo de los vivos al
espíritu de Romeus Mordano!

El agua del caldero comenzó a burbujear rápidamente y a continuación


Estéfanos tomó la mano derecha de Stella y le hizo un corte en la
palma con el cuchillo dejando fluir un hilo de sangre que cayó
directamente dentro del caldero que en cuanto recibió la ofrenda
sanguinaria comenzó a arrojar una mortífera luz rojiza, después un
denso vapor plateado emanó de las profundidades del caldero, era tan
espeso que en poco tiempo inundó la habitación con una niebla que no
dejaba a Stella ver más allá de sus propios pies.

Cuando la neblina se disipó poco a poco, la princesa pudo distinguir de


nuevo los huesos que adornaban el techo y las paredes de la cámara,
Estéfanos y Mandrakus habían desaparecido, pero ella no se había
quedado sola, flotando sobre el caldero justo en medio del círculo
estaba su difunto padre mirándola fijamente con aquella mirada severa
y bondadosa.

Stella no supo qué hacer, por un lado quería correr a abrazar a su


padre, pero por otro sentía un profundo temor ya que era la primera
vez que se encontraba frente a la presencia de un espíritu, dio un paso
indeciso al frente, su padre continuaba observándola sin pronunciar
palabra y ella decidió romper el silencio. — Papá... ¿E... Eres tú
realmente?

— Sí, hija - respondió Romeus. — El buen Mandrakus te puso a salvo


cuando eras una bebé y ahora te ha traído de vuelta antes de que
cumplieras los veinte años tal como me juró que lo haría.

— Yo... te he echado mucho de menos, a ti y a mamá, me hubiera


gustado mucho poder conocerlos y ... — Stella no pudo evitar echarse a
llorar.

— Lo entiendo hija, el destino a veces es injusto. Pero debes tener valor


y seguir adelante, es por eso que hoy debo revelarte algo que es muy
importante.

— Es sobre el scrixoxiu, lo sé, Mandrakus ya me lo ha explicado.

— Exactamente, y ahora quiero que prestes mucha atención a lo que


voy a decirte ¿estás lista?

Stella tragó saliva y asintió lentamente sacudiendo la cabeza y el rey


dio comienzo a su revelación.

— Por el ancho caudal del río deberás cruzar, más debes siempre
recordar que con una bestia colosal podrías tropezar...

Confusos senderos te guiarán a la pradera donde las estrellas siempre


han de brillar, pero ahí sólo podrás descansar ya que tu camino
después deberás reanudar...

Y en el bosque eternal, tres nobles y grandes hermanas te recibirán, en


sus pastos descansarás y en su laguna te refrescarás...

Arribarás a las montañas del sur donde más conveniente es seguir


adelante y no volver la vista atrás...

Caminos tortuosos te conducirán al Pantano de las Luciérnagas y


deberás alistarte para navegar en el mar...

En la isla iluminada desembarcarás y la criatura de dos cabezas


sabiamente te aconsejará...

Retornarás a la tierra septentrional al otro lado del río y te internarás


en aquel bosque donde valerosos y fuertes guerreros aguardando tu
regreso están...

Y en las cumbres de las montañas del Norte los hombres de bien se


resguardan y una gran bendición te preparan...

Finalmente, entre el templo del poder y el templo del saber hallarás


por fin lo que debes poseer...

— Pero papá... — protestó Stella bastante preocupada. — ¡Tantos


lugares que tengo que recorrer y yo apenas conozco el reino! ¿Cómo
podré saber por dónde tengo que ir? Y además... yo no... bueno, a decir
verdad... tengo miedo.

El espíritu de Romeus sonrió. — El buen Mandrakus te ayudará, él


conoce el reino mejor que nadie.

— Pero ¿No se supone que este es un secreto que nadie más debe
saber? Mi amigo Ferruccio me ha dicho que los scrixoxiu...

El rey la interrumpió. — No habrá problema si le pides a alguien de


confianza que te ayude a descifrar lo que te acabo de decir, pero eso sí,
la última pista que te he dado habrás de resolverla por ti misma y estoy
completamente seguro de que podrás hacerlo.

— Eso espero — respondió Stella no del todo convencida.

— Ahora debo marcharme. El Equinoccio de Otoño está por llegar,


tienes toda la estación para llevar a cabo tu encomienda, antes del
Solsticio de Invierno deberás tener la espada en tus manos.

Stella iba a protestar otra vez, pero su padre la tranquilizó. — No te


preocupes, todo saldrá bien, confío en ti, querida hija — diciendo esto
último el espíritu del rey se desvaneció en el aire dejando a Stella
completamente sola.

Minutos después aparecieron Estéfanos y Mandrakus de nuevo junto a


ella. — Ya está — murmuró el nigromante con voz apenas audible y
entonces el caldero se apagó y dejó de humear.

— Bueno... — comentó Mandrakus tranquilamente - creo que ya es


hora de que nos retiremos, Alteza. -

— Mandrakus, tiene que ayudarme, mi padre me ha ordenado recorrer


varias partes del reino, me dijo tantas cosas que creo que ni siquiera
seré capaz de poder recordarlas todas.

— No será así — intervino Estéfanos. — Las palabras de los muertos


nunca se olvidan.

Dudando de lo que el nigromante le había dicho, Stella trató de hacer


memoria de las palabras de su padre y le vinieron a la mente tal y
como él se las había dicho. — ¡Oh... es verdad! — comentó
completamente sorprendida.

— Será mejor que volvamos al sendero, puede que Giusy y Ferruccio ya


estén allí esperándonos — y entonces se dirigió a Estéfanos. — Gracias
por tu ayuda, viejo amigo.

— No hay de que, espero que otro día regresen a consultarme.


— Por... por supuesto. - respondió Stella titubeando — Será un placer. -
Aunque en el fondo deseaba nunca más volver a poner un pie en ese
tenebroso lugar.

De vuelta en el bosque, Stella le dio un resumen a Mandrakus de las


palabras del rey — ... y me dijo que debía encontrar la espada antes del
Solsticio de Invierno ¿por qué?

— Hmm... — murmuró el sabio hechicero pensativo. — Es una tradición


muy antigua, los nuevos reyes deben coronarse al cumplir los veinte
años durante el Solsticio de Invierno, y para vuestra buena fortuna, vos
cumpliréis los veinte justo en esa fecha.

— Si es que llego al próximo Solsticio de Invierno — murmuró Stella


para sí.

— ¡Oh vamos, Alteza! No debéis ser tan pesimista, yo os guiaré en el


camino, por ninguna circunstancia os dejaré sola con vuestro
cometido.

Siguieron andando por el sendero y al llegar a la bifurcación


encontraron a Giusy, Ferruccio y Cestín sentados sobre unas rocas a la
orilla del camino y los seis reanudaron el camino de regreso al Palacio
Subterráneo.

— ¡Menos mal! Mis posaderas ya empezaban a protestar, estos asientos


no son muy cómodos que digamos — comentó Ferruccio al verlos
llegar.

— ¡No exageres, Ferruccio! — lo reprendió Mandrakus y después se


dirigió a Giusy. — ¿Has logrado encontrar lo que buscabas?

— No — contestó ella bastante decepcionada. — ¿Y a ustedes cómo les


fue?

— La princesa ha recibido instrucciones para recorrer varios rincones


del reino y por supuesto yo voy a acompañarla. El viaje nos tomará
algo de tiempo por lo que no podré estar con ustedes en la Facultad el
próximo semestre.

— ¡Oh vaya! — exclamó Giusy. — Ya me imagino lo mucho que esto le


va a agradar al profesor Nicodemus — diciendo esto último en tono
sarcástico.

— El profesor Nicodemus y Marcus podrán arreglárselas perfectamente


sin mí por algunos días, y si durante mi ausencia ocurre algo que
necesite saber urgentemente, me enviarán mensajes para mantenerme
informado.

— Sólo espero que no les dé el ataque cuando Ferruccio y yo les


avisemos que también nos tomaremos el semestre libre.

Mandrakus se detuvo en seco al escuchar eso. — ¿Y para qué quieren


Ferruccio y tú tomarse el semestre?

— ¿Cómo para qué? — inquirió Giusy sorprendida. — ¡Pues porque los


acompañaremos a recorrer el reino, claro está! — y después se volvió a
Ferruccio. — ¿Verdad?

— Por supuesto... — contestó Ferruccio algo asustado por la mirada de


desaprobación que les dirigía Mandrakus.

— Chicos... — comentó el anciano tratando de no sonar muy severo. —


Lo siento mucho, pero no pueden venir con nosotros. El viaje será duro
y además, no deben perder el semestre.

— ¡Qué importa! Podemos reponer el semestre el año que viene y en


cuanto al viaje, no tenemos miedo, estamos dispuestos a enfrentar lo
que sea ¿verdad, Ferruccio? — y le propinó a éste un fuerte codazo en
las costillas.

— Sí, así es; no le tememos a nada — respondió Ferruccio lanzándole


una mirada asesina a Giusy por el codazo recibido.

El viejo mago suspiró un poco irritado. — ¡Por favor, piénsenlo dos


veces! ¡Esto no será una excursión para hacer un pic-nic! Tendremos
que internarnos en sitios donde seguramente habrá muchos peligros
acechando, ustedes no tienen porqué arriesgarse.

— Mandrakus... — dijo Giusy pidiendo a todo el grupo mediante señas


que se detuvieran un momento. — ¿No fue usted quién decidió
confiarnos a Ferruccio y a mí todo lo concerniente al plan que trazó
para proteger a la princesa?

El mago iba a objetar algo, pero Giusy prosiguió. — ¿Y no fue usted


quién nos pidió que le ayudáramos a trazar el plan para traer de vuelta
a su Alteza sana y salva al reino?

— Eh, sí... pero...

— ¿Y no fue usted el de la idea de que Ferruccio y yo formáramos parte


de la nueva Corte Real? ¡Así que nosotros hemos de cumplir con
nuestro deber, juramos estar con la princesa en las buenas y en las
malas!

— ¡Así es! — agregó Ferruccio antes de que Giusy le pidiera su opinión.

— ¿Entonces? — preguntó Giusy expectante. — ¿Nos dejará ir?

— Me temo que esto lo tendrá que decidir su Alteza — dijo Mandrakus


dirigiéndose a Stella. — Vos tenéis la última palabra.

Stella no quería inmiscuirse en eso, pero al parecer no tenía otra


opción. — Eh, pues... si ellos desean venir con nosotros ¿por qué habría
de impedírselos?

Giusy y Ferruccio gritaron de alegría, hasta Cestín comenzó a brincar


en círculos alrededor del grupo y entonces reanudaron el paso.

— ¡Pero eso sí! — masculló Mandrakus. — Les pongo una condición:


tendrán que obedecer mis órdenes todo el tiempo o de lo contrario
podríamos meternos todos en un aprieto.
— ¡Claro! — gritaron Giusy y Ferruccio sin prestar atención a nada más.

En lo alto de la copa de un árbol, un ave strige había estado observando


atentamente toda la escena. Cuando perdió al grupo de vista retomó el
vuelo, mas no tenía ningún interés en seguirlos y atacarlos sino que
tomó otra dirección para así reunirse con su amo.
Capítulo 9
El grupo regresó al Palacio Subterráneo a preparar ropa, provisiones y
todo lo necesario para emprender el largo viaje por el reino. Al entrar
a la sala de estar encontraron a Glenda, Avellino y Laureano sentados
en los sillones esperando impacientemente a que volvieran, y antes de
que alguno de ellos pudiera preguntar algo, Mandrakus les puso al
tanto.

— Tendremos que partir hoy mismo, no sabemos cuánto tiempo


estaremos fuera, pero me temo que será por muchos días.

— ¡Cosmos bendito! — suspiró la Pajarraca totalmente agobiada,


mientras que Avellino tenía la misma expresión fría de siempre y
Laureano temblaba de pies a cabeza como una gelatina. — ¡Oh,
Mandrakus! Sólo espero que todo salga bien.

— No te preocupes, Glenda, trataré de comunicarme con ustedes para


informarles cómo van las cosas. — Y después se volvió hacia Stella,
Giusy y Ferruccio. — Bien, tienen media hora para empacar, lleven
únicamente lo que crean que vayan a necesitar.

— ¡De acuerdo! — contestaron los tres al unísono y se dirigieron por el


amplio pasillo que conducía hacia sus respectivas habitaciones.

— ¡Y tú! — vociferó Ferruccio a Cestín. — ¡Esta vez no vendrás con


nosotros a ninguna parte! Te quedarás aquí quietecito, serás un buen
cestito y le echarás una mano a Laureano con la colada.

Cestín se enfureció y comenzó a lanzar patadas a Ferruccio como si


fuera todo un profesional de las artes marciales.

— ¡Basta! ¡Basta! — le gritó Ferruccio mientras trataba inútilmente de


esquivar las patadas. — ¡Está bien! ¡Tú ganas! Ya que te empeñas en
venir a todos lados al menos harás algo útil, vas a guardar todas
nuestras cosas.

Cestín comenzó a dar saltos frenéticos que parecían como un baile de


tap y que podían ser tanto de satisfacción como de protesta por la
condición que le fue impuesta.

En menos tiempo del acordado cada uno acomodó sus pertenencias en


el interior de Cestín, quien no se veía nada contento con toda la carga
que llevaba dentro, y se reunieron con Mandrakus en el túnel sin
ponerse siquiera a pensar en que no volverían a pisar el Palacio
Subterráneo en mucho tiempo.

Caminaron durante toda la tarde dejando atrás las zonas boscosas


conforme se acercaban a la ribera del Río Uscita. El río era
tremendamente ancho y caudaloso, las corrientes de agua corrían
fuertes y furiosas como caballos galopantes, Stella se preguntaba cómo
habrían de cruzarlo.

— No es recomendable navegarlo — le dijo Mandrakus como si pudiera


leerle el pensamiento. — Aunque vos podríais atravesarlo a los lomos
de Lampo ya que los gigiátts son excelentes nadadores, pero de todos
modos no sería buena idea que lo hicierais, debemos buscar otra
manera.

— ¿Y por qué no atravesamos por un puente? — sugirió Ferruccio.

— ¿Cómo se te ocurre? — lo regañó Giusy. — ¡Los puentes son


custodiados día y noche por los soldados de Lázarus, les entregaríamos
en bandeja de plata a la princesa si se nos ocurriera cruzar por uno! ¡Y
luego dices que yo soy la imprudente!

— ¡Déjense de peleas! — los reprendió Mandrakus. — No resolveremos


el problema si ustedes dos se la pasan discutiendo en lugar de pensar
en una solución.

— Si tuviéramos la espada real... — suspiró Ferruccio desilusionado


— ... con ella podríamos hacer retroceder la corriente del río así como
lo hizo el rey Romeus con las olas del mar.

— ¡Pero claro! — exclamó Mandrakus entusiasmado. — ¡Por qué no


pensé en eso antes!

— ¿Qué va a hacer? — preguntó Giusy totalmente desconcertada.

— ¡Detener el cauce del río, por supuesto! — le dijo Ferruccio algo


exasperado.

— No exactamente — aclaró Mandrakus.

El viejo mago se acercó a la orilla del río y metió los pies dentro del
agua a pesar de que estaba completamente helada.

— ¡No! - gritó Stella. — ¡Vuelva, Mandrakus! ¡La corriente lo arrastrará!

Pero el hechicero hizo oídos sordos, a pesar de que la poderosa


corriente trataba de llevárselo, aferró firmemente el báculo con sus
dos manos y sumergió la punta inferior dentro del agua, cerró los ojos
y se concentró en su objetivo. Poco a poco fueron emergiendo
pequeños islotes de tierra completamente seca que atravesaban el río
de orilla a orilla.

— Mas vale apresurarnos, el encantamiento sólo durará unos minutos.

Mandrakus fue el primero en cruzar, seguido de Ferruccio que cargaba


a Cestín, después Giusy y por último Stella con Lampo.

La princesa trató de atravesar el río lo más rápido que le fuera posible,


pero un movimiento en el agua llamó su atención, una figura larga y
escamosa que semejaba a una enorme y gruesa serpiente se movía
amenazadora en el fondo del río.
Los demás ya habían llegado a la otra orilla y le gritaban que se
apresurara, pero Stella no fue capaz de mover ni un músculo de lo
aterrorizada que estaba. Una bestia enorme con escamas verdosas,
cuernos en la cabeza, ojos furiosos y un ala cercenada se había alzado
desde las profundidades del agua, aunque Stella no lo había visto
jamás, sabía perfectamente de quien se trataba: el legendario dragón
Tarantasio.

Desde la orilla Giusy profirió un grito de terror que hizo a Stella volver
a la realidad y corrió lo más veloz que pudo. Los islotes volvieron a
sumergirse en cuanto ella puso sus pies en tierra firme y todos
corrieron desaforados tratando de huir, pero el dragón, que también
había salido fuera del río, los siguió dispuesto a atacar.

— ¡Al suelo! — gritó Ferruccio y todos se agacharon justo a tiempo para


esquivar una llamarada.

— ¡Ocultémonos en lo alto de los árboles! — sugirió Giusy


terriblemente asustada.

— No creo que eso sea lo ideal — dijo Mandrakus tratando de mantener


la calma. — Lo que deberíamos hacer es volver al río. -

— ¿Pero se ha vuelto loco? — lo interrumpió Ferruccio. — Eso ni


pensarlo porque...

El Tarantasio se preparó para escupir fuego nuevamente cuando


Lampo se abalanzó sobre su lomo e intentó clavarle las garras en sus
duras escamas. El dragón se olvidó de los demás y se concentró
únicamente en quitarse de encima al felino que se empeñaba en
morderlo y arañarlo mientras Stella trataba de llamarlo para que
volviera con ellos.

— ¡Alteza, escuchadme! — le susurró Mandrakus al oído. — Acabo de


trazar un plan, pero para que funcione es necesario que obedezcáis las
instrucciones que os voy a dar.
— Eh... está bien — le dijo Stella no muy convencida.

— Después os lo explicaré con calma, ahora tenéis que llamar la


atención del Tarantasio y hacer que os persiga de vuelta al río.

— De acuerdo — asintió Stella tratando de controlar su miedo. —


Confío en usted. -

Se acercó lentamente al dragón que aún trataba de liberarse de las


garras de Lampo y derribarlo de su lomo. Acto seguido, tomó una gran
piedra para golpearlo en el hocico y así atraer su atención. — ¡Hey tú!
— le gritó. — ¡Anda! ¡Ven por mí!

El dragón volvió la vista hacia Stella que ya comenzaba a correr en


dirección al río tal y como le había ordenado Mandrakus mientras
Giusy y Ferruccio la observaban con los ojos abiertos como platos.

— ¿Pero qué hacéis, Alteza? ¡No debéis enfurecer más al Tarantasio! —


gritó Ferruccio y Mandrakus lo tranquilizó. — No se preocupen, todo es
parte del plan.

— ¿Cuál plan? — preguntó Giusy totalmente horrorizada. — ¡Ese


dragón está furioso, podría acabar con ella!

- ¡Tranquilícense ustedes dos! ¡No hay tiempo para explicaciones


detalladas! Por ahora sería mejor que nos echaran una mano. — Dicho
esto, el mago se echó a correr detrás de la princesa y el monstruo
mientras los otros dos lo seguían aún más perplejos y asustados que
antes.

Stella corría agotando todas sus fuerzas, el Tarantasio prácticamente


iba pisándole los talones y cada vez que trataba de lanzar una
llamarada Lampo se precipitaba sobre su cabeza para impedírselo
limitándolo a soltar humaredas por las fosas nasales.

— "Espero que Mandrakus sepa lo que hace" — pensaba Stella para sus
adentros.
Al llegar otra vez a la orilla del río volvió a entrar en pánico pues cayó
en la cuenta de que estaba completamente indefensa ante el enorme y
furibundo dragón y Lampo no podría contenerlo para siempre.

Cuando el anciano la alcanzó le ordenó que se metiera al río y Stella, a


pesar de no ser una buena nadadora, hizo lo que él le pidió. El agua fría
la estaba entumiendo, la corriente amenazaba con arrastrarla lejos y el
Tarantasio entró también en el agua mientras Lampo aún trataba de
encajarle una mordida letal en el pescuezo.

Mandrakus le lanzó su sombrero a Ferruccio. — ¡Saca la soga y lánzala


a la princesa!

Ferruccio obedeció inmediatamente y Stella estiró su brazo izquierdo


para atrapar la cuerda en el aire.

— ¡Sujetaos bien, Alteza! — le gritó Giusy y después se volvió al mago.


— ¿Pero qué rayos está haciendo, Mandrakus? ¡Yo no entiendo nada!

El anciano se deslizó por la cuerda para así poder sumergirse en las


aguas sin riesgo de ahogarse y así hablar con Stella que se aferraba
desesperadamente a la soga. — Alteza ¿recordáis lo que os expliqué
acerca de los gigiátts?

— Eh... ¿Qué son mascotas guardianas y que su lealtad a su amo es tan


grande que cuando éste muere el gigiátt muere también?

— Bueno... sí, pero hay un detalle más importante.

Stella se quedó totalmente perpleja preguntándose porqué Mandrakus


le hacía semejantes preguntas en un momento crítico como ese. —
¿Qué Lampo podría acabar con cualquiera si tan sólo yo se lo ordenara?

Mandrakus asintió satisfecho. — Exacto, pero es imposible para un


gigiátt acabar con un dragón como Tarantasio, pero con que le
cercenara la otra ala sería suficiente.

Stella no lo dudó ni un segundo y le gritó a su mascota. — ¡Lampo! ¡Al


ala del dragón! — El gigiátt enseguida dejó sus esfuerzos inútiles de
tratar de penetrar las duras escamas del Tarantasio y tomó la única ala
que aún le quedaba completa entre sus dientes y tiró con todas sus
fuerzas y la arrancó.

Tarantasio aulló por el dolor, de su herida comenzó a emanar sangre


de un intenso color púrpura a borbotones, trató de atacar a Lampo
pero ya no tenía las suficientes fuerzas para hacerlo y decidió
sumergirse en el fondo del río sin volver a asomar la cabeza a la
superficie nunca más.

Ferruccio y Giusy se apresuraron a tirar de la soga para sacar a Stella y


a Mandrakus del agua y los envolvieron en gruesas mantas de lana
para que se secaran, después, buscaron un sitio despejado donde
pudieran encender una fogata para calentarse y sentarse a descansar
un momento antes de seguir andando.

— ¡Nos salvamos por los pelos! — exclamó Giusy aliviada. — ¡Estaba


totalmente segura de que esa bestia iba a acabar con todos nosotros!

Ferruccio asintió temblando de pies a cabeza.

— Pero al fin y al cabo... — dijo Stella — lo importante es que estamos


sanos y salvos, el plan de Mandrakus funcionó de maravilla.

— Sí — comentó Giusy. — Aunque yo todavía no entiendo cómo fue que


todo salió bien.

— ¡Oh vamos! — los sermoneó Mandrakus. — ¿Acaso no conocen la


historia del dragón Tarantasio?

— Hmm, a ver... — contestó Ferruccio pensativo. — Si mal no recuerdo:


Tarantasio solía aterrorizar a los habitantes de Terraluce en tiempos
pasados.

— ¡Correcto! — puntualizó Mandrakus. — ¿Y qué más?

Esta vez fue Giusy quien dio la respuesta. — Le gustaba merodear por
los pueblos y aldeas buscando niños pequeños para devorarlos.

— Cierto, eso hizo hasta que el rey Romeus decidió enfrentarlo para
ponerle un alto.

— Lo que no entiendo es... — comentó Ferruccio — ¿por qué le cortó un


ala en lugar de matarlo?

— ¡A esa parte quería llegar! — exclamó Mandrakus. — Al Tarantasio no


se le puede aniquilar porque es inmortal, pero si se le corta una de sus
alas quedará confinado para siempre al sitio donde le fue cercenada y
el rey Romeus lo atacó en el río para que nunca más pudiera salir de
ahí.

— Pero ¿entonces... — inquirió Stella que aún no comprendía aquello


del todo - ...por qué me salió al paso cuando yo cruzaba el río?

— Porque buscaba venganza, él pudo oler la sangre del rey en vos y por
eso os atacó — le explicó Mandrakus. — Si el Tarantasio os vencía
podría recuperar la libertad y moverse de su sitio de confinamiento,
pero como Lampo le arrancó la otra ala que le quedaba ahora ha
quedado totalmente atado al río y no saldrá nunca más, aunque aún
ahí podría continuar haciendo de las suyas, así que os aconsejo que no
volváis a nadar por ahí.

— ¡Ahora entiendo! — exclamó Stella. — "Por el ancho caudal del río


deberás cruzar, más debes siempre recordar que con una bestia colosal podrías
tropezar..." Mi padre sabía que en cuanto pusiera un pie en el río el
dragón iría por mí.

— Me atrevo a decir que lo que él quería era que vos completarais su


heroica hazaña — afirmó Mandrakus con complacencia.

— Sí, seguro — respondió Stella mientras pensaba para sus adentros.—


“Si este es sólo el principio, no quiero ni imaginar lo que vendrá
después.”
Capítulo 10
El comedor del Castillo Real tiempo atrás había estado completamente
iluminado por la luz que entraba a través de los ventanales que daban
hacia los jardines y las montañas nevadas de la Cordillera Norte, pero
ahora se encontraba en una penumbra casi absoluta ya que habían
colocado dos pesados cortinajes negros que lo ensombrecían todo,
aquella estancia también solía estar engalanada con majestuosos
estandartes color verde esmeralda y azul cobalto con una estrella de
ocho puntas en el medio antes de que fueran cambiados por otros
negros con una cruz dorada. En medio de aquel ambiente deprimente
se encontraban sentados Lázarus, su esposa Donnarella y Terrino, su
hijo de diez años, esperando a que la servidumbre les llevara la comida.

Cuando la criada; que era una tímida chica joven de cabello rubio, ojos
azules, tez blanca y numerosas pecas en la cara llegó a la mesa y sirvió
a Terrino, que tenía la piel extremadamente blanca como la de su
madre y el cabello profundamente negro como su padre, el niño hizo
una mueca de desprecio en cuanto olisqueó la sopa que humeaba en su
tazón, sacó el látigo de juguete que sus padres le habían obsequiado en
su último cumpleaños y golpeó a la sirvienta dejándole un enorme
verdugón en la cara. — ¡Odio la sopa de cebolla! — le gritó al mismo
tiempo que lanzaba el cuenco contra ella.

Cualquier padre responsable se habría indignado profundamente ante


tal escena y hubiera castigado con severidad aquella grosería, pero ni
Lázarus ni Donnarella lo reprendieron, ni siquiera se enfadaron con él,
por el contrario esbozaron sonrisas de suficiencia por la conducta
déspota y autoritaria que tenía su hijo a pesar de su corta edad.

Lázarus miró con desprecio a la criada mientras esta se frotaba con un


pañuelo limpio el sitio donde el látigo la había golpeado y vociferó. —
¡Loretta! ¿Cuántas veces te ha dicho mi hijo que detesta la sopa de
cebolla?

La chica se estremeció por completo pues temía recibir lo peor. En una


ocasión en que había quemado las galletas favoritas de Terrino,
Lázarus la encerró en las mazmorras durante toda la noche, además de
tener que soportar a las repugnantes ratas que merodeaban por todos
lados, el niño bajó a divertirse a costa de ella aventándole piedras y
manzanas podridas por los barrotes de la celda.

— Yo... — contestó ella tímidamente — lo... lo lamento mucho, fue un


terrible descuido, no volverá a ocurrir, os lo juro por mi vida.

— Mas te vale que así sea, no querrías pasar otra noche encerrada allá
abajo ¿o sí? — le dijo Lázarus arqueando burlonamente su ceja derecha
y la criada movió la cabeza negativamente y se arrodilló frente a él
suplicándole. — ¡Oh no, vuestra Excelencia! Prometo ser más cuidadosa
de ahora en adelante ¡Pero por piedad, os suplico que no me volváis a
llevar a los calabozos!

— Por esta ocasión te daré otra oportunidad ¡Anda! Ve a la cocina a


hornear el pan con queso que tanto le gusta a Terrino ¡Y espero que
esta vez no lo quemes!

— Sí, vuestra Excelencia — respondió Loretta mientras se incorporaba


y recogía el cuenco de sopa que había caído al suelo al mismo tiempo
que los tres le dirigían crueles miradas.

— ¡Ah... — añadió Donarella — ... y también limpia ese desastre que has
provocado!

— Bueno — dijo Terrino con su voz de niño mimado acostumbrado a


salirse siempre con la suya. — Mientras esa estúpida prepara mi
almuerzo iré un momento a las perreras, una de las podencas acaba de
tener cachorros y necesitan que alguien los vaya educando.

Sus padres asintieron y Terrino se levantó bruscamente, esbozó una


malévola sonrisa y se retiró del comedor golpeando el suelo de mármol
azul con su látigo.

Cuando Lázarus y Donnarella se disponían a tomar sus alimentos entró


uno de los centinelas que custodiaba la entrada principal al castillo, se
inclinó ante ellos e hizo un anuncio. — Tenéis visitas, vuestra
Excelencia.

Lázarus no se molestó en preguntar quién era, pues sabía de antemano


la respuesta. — Hazlo pasar — le ordenó al guardia que con la misma se
retiró haciendo otra ceremoniosa reverencia.

Minutos después, ingresó Máximus vestido con su túnica negra con


capucha que le cubría casi todo el cuerpo y con Buio posado en su
hombro derecho.

— ¡Mi querido amigo! — exclamó Lázarus. — ¡Llegas justo a tiempo!


Siéntate a comer con nosotros.

El Alquimista Oscuro titubeó un instante y Donnarella insistió. — ¡Por


favor Máximus, haznos el honor!

Antes de que él pudiera dar una respuesta, Lázarus agitó una


campanilla para llamar a los sirvientes. Fue Loretta quien acudió veloz
al llamado. — ¿Me llamabais, Excelencia?

— ¿Para qué más iba a sonar la campanilla si no? — respondió Lázarus


sarcásticamente. — ¡Prepara un lugar en la mesa y sirve un plato de
sopa a nuestro invitado!

Loretta obedeció aunque estaba aterrada por la presencia del


Alquimista Oscuro y más aún por el ave strige que no le quitaba sus
diabólicos ojos de encima.
— No es necesario — le dijo Máximus y después se dirigió a la pareja. —
No dispongo de mucho tiempo, sólo vine porque tenía que deciros algo
personalmente.

En cuanto la criada se retiró del comedor, Lázarus prosiguió a


interrogar a Máximus. — ¿Alguna novedad?

— ¡Oh por supuesto! La princesa Stella fue a consultar al nigromante de


la caverna esta mañana y Mandrakus le ha acompañado.

— Bien — replicó Lázarus. — Eso significa que el espíritu de mi difunto


primo, que ojalá no descanse en paz, ya le ha revelado el sitio donde
ocultó sus valiosos tesoros.

— Así es, vuestra Excelencia. Y eso no es es todo, mi buen amigo Buio


ha averiguado otra cosa — añadió Máximus mientras acariciaba el pico
de su pájaro con una de sus largas uñas. — Algunos de sus congéneres
le informaron que vieron a la princesa y al mago que iban andando en
dirección al río junto con la juglaresa y el arlequín para tratar de
cruzarlo.

— ¿Por uno de los puentes? — preguntó Lázarus sorprendido. — ¡Eso es


imposible! ¡Mis soldados los habrían detenido!

— ¡Oh no, por supuesto que no! El mago hizo uno de sus trucos y así
pudieron atravesarlo.

— ¡Pero el río es el refugio del dragón Tarantasio, esa bestia debió


intentar atacarlos mientras cruzaban por sus dominios!

— Así fue, pero ellos lograron derrotarlo y pasar al otro lado, tal parece
que se dirigen rumbo a la Pradera Stellata.

— ¡Vaya! — comentó Lázarus. — Tal parece que mi querido primo no le


puso las cosas tan fáciles a su propia hija.

— Estaré completamente alerta de todos los movimientos importantes


y os mantendré informado. Ahora si me disculpáis, debo retirarme —
se despidió Máximus mientras daba la media vuelta. — Mi pobre y fiel
amigo Buio está fatigado de tanto volar y no ha comido en todo el día.

— Por cierto — le dijo Lázarus cuando el alquimista estaba a punto de


cruzar la puerta. — En la Plaza Mayor hay algunos cadáveres frescos de
algunos plebeyos insubordinados que han sido clavados en estacas.
Sería una verdadera lástima que su carne y su sangre se desperdiciara.

Al oír eso, Máximus intercambió una mirada de satisfacción con el ave.


— Ya lo has oído, tendrás una buena y merecida cena esta noche,
querido.
Capítulo 11
Los cuatro compañeros caminaron por varios días a través de
numerosos y confusos senderos que parecían no conducir a ninguna
parte en particular. Habrían pedido a los Benandanti que les ayudaran
a orientarse, ya que eran los únicos que solían transitar por aquellos
paisajes solitarios envueltos en sus túnicas color marrón, pero
preferían no hacerlo por miedo a llamar demasiado la atención; por
otro lado, tenían que andarse con sumo cuidado y ocultarse de los
soldados de Lázarus que a veces patrullaban los bosques por las
noches.

Siguieron andando casi otro día entero y no fue hasta que cayó el
crepúsculo que por fin llegaron a las lindes del bosque y divisaron una
vasta y hermosa llanura que se extendía ante su vista.

— ¡Hurra! — gritaron los tres jóvenes muy entusiasmados. — ¡Hemos


llegado a la pradera!

— Yo que ustedes aún no cantaría victoria — les dijo Mandrakus


seriamente.

— ¿Por qué no? — preguntó Giusy mientras se echaba a correr


desaforada junto con Ferruccio, y cuando estaban a punto de atravesar
hacia el destino anhelado, chocaron contra un muro mágico e invisible
que les impidió seguir adelante.

— ¿Pero qué rayos? — gritó Ferruccio que había caído de nalgas


golpeándose contra el duro suelo. Lampo también se había llevado un
buen golpazo en la nariz y Cestín rodó arrojando todo su contenido por
el suelo.

— ¿Qué fue lo que pasó? — inquirió Stella completamente confundida,


ya que ella también había rebotado contra el misterioso campo de
fuerza mágica.

La respuesta llegó junto con un grupo de tres diminutos hombrecillos


barbudos que aparecieron de la nada frente a sus atónitos ojos: no
pasaban del medio metro de estatura e iban vestidos con traje,
sombrero puntiagudo y zapatos verdes con la punta enroscada.

— ¡Vaya! - exclamó el que parecía ser el más joven de los tres. — ¡Otros
caminantes despistados que han tratado de traspasar nuestros
dominios sin permiso!

— Así es, Biringuccio — comentó el más robusto del grupo — tal parece
que estos humanos nos subestiman demasiado a nosotros los gnefros
¿tú qué opinas, Ficino?

— Bueno, Vanoccio — respondió el aludido que tenía pinta de ser


bastante viejo y que además llevaba puestas unas gafas cuadradas
sobre su nariz aguileña — me parece que estás exagerando un poco,
mira, son sólo tres mozuelos.

— ¡Pues ese otro hombre que los acompaña no es precisamente un


jovenzuelo! — exclamó Biringuccio señalando al viejo mago.

Ficino se acomodó las gafas para ver mejor y en cuanto lo reconoció le


dirigió un afectuoso saludo. — ¡Hola, buen Mandrakus! ¡Hace tanto
tiempo desde la última vez que nos hemos visto!

— Sí, ya lo creo — respondió el anciano esbozando una enorme sonrisa


de oreja a oreja. — Quinientos años para ser exactos.

Stella abrió los ojos como platos al escuchar eso, obviamente sabía que
Mandrakus era anciano pero nunca pensó que pudiera ser demasiado
viejo, pensó en interrogarlo como era su costumbre, pero no tuvo
oportunidad porque Vanoccio interrumpió la alegre charla que
sostenía el anciano con su colega. — Bueno, sean amigos o enemigos, el
caso es que nadie puede cruzar ni pernoctar en esta pradera sin
nuestro consentimiento.

— Es lo que trataba de explicarles a estos chicos atolondrados —


puntualizó Mandrakus.

— ¡Bah, estos jóvenes de hoy! — comentó Ficino. — Son demasiado


impulsivos y actúan precipitadamente sin escuchar la voz de la
experiencia.

— Nosotros... eh... lo sentimos mucho — se disculpó Giusy totalmente


abochornada. — Díganos ¿qué es lo que debemos hacer para conseguir
su permiso de tránsito?

— ¡Oh, no es nada fuera de lo común! Es una insignificancia, solamente


tienen que resolver un pequeño acertijo que les plantearemos —
respondió Vanoccio.

— ¡Oh no! — exclamó Ferruccio decepcionado. — ¡Soy muy malo con


los acertijos!

— ¡Tranquilo, jovenzuelo! — le dijo Biringuccio. — ¿Eres un estudiante


de la Facultad de las Tres Lechuzas, no es cierto?

— ¡Así es! — replicó Ferruccio con el pecho henchido de orgullo.

— Entonces debe de haber bastante materia gris dentro de esa cabecita


tuya, o de lo contrario, no habrías superado el examen de ingreso.

— ¡Basta de tonterías! — lo interrumpió Vanoccio. — Ahora


procedamos a recitar el acertijo.

Los tres gnefros se alinearon enfrente del grupo en silencio y


Biringuccio dio un paso al frente. — "Chiquito como un ratón, cuida la casa
como un..."
— ¡Oh por el amor del Padre Cosmos! — lo interrumpió Vanoccio. —
¿Por qué siempre tienes que ser tan básico? Ese enigma sólo lo usamos
cuando nos topamos con humanos demasiado cortos de mente y
ciertamente ellos no lo son.

— ¡Está bien, está bien! Lo cambiaré por otro. Hmm, déjame pensar...
¡Ah, ya sé cual! "Órdenes da, órdenes recibe..."

Después Ficino agregó. — "Algunas autoriza, otras prohíbe..."

— "Ahora díganme ¿Quién soy?" — preguntó Vanoccio para concluir.

Mandrakus, Giusy, Ferruccio y Stella formaron un círculo dándoles la


espalda a los gnefros para discutir la solución al enigma.

— ¡Vamos chicos! — los animó Mandrakus. — ¡Ejerciten su mente!

— "Órdenes da, órdenes recibe..." — repitió Stella.

— "Algunas autoriza, otras prohíbe..." — prosiguió Ferruccio. — Hmm,


vaya es algo complicado, dice que da órdenes, pues... ¿podría ser... eh...
Lázarus?

— ¡Claro que no! — rezongó Giusy. — Dice que "órdenes da y órdenes


recibe" Lázarus nunca recibe órdenes, sólo las da.

— Bueno, Lázarus queda descartado ¿entonces cuál es la respuesta? —


replicó Ferruccio quitándose el sombrero para rascarse la cabeza.

Stella meditaba y repetía el acertijo en voz baja para sí misma —


"órdenes da, órdenes recibe; algunas autoriza, otras prohíbe..." — Y después
sonrió triunfalmente pues creía haber dado con la solución. — ¡Ya lo
tengo! — gritó haciendo sobresaltarse a los demás y se dirigió a los tres
gnefros. — ¡La respuesta es el cerebro!

— ¡Esa respuesta es... — gritaron los tres hombrecillos al unísono —


¡COOOOOOOOOORRECTA!

Giusy y Ferruccio brincaron de felicidad mientras Cestín y Lampo


corrieron en círculos persiguiéndose el uno al otro.

— Bien, lo prometido es deuda. Tienen al acceso libre a la pradera


¡Disfruten su estancia y vuelvan pronto! — les dijo Ficino haciéndoles
una respetuosa reverencia y los cuatro amigos atravesaron el campo
mágico que antes les impedía el paso.

Antes de que oscureciera por completo, Ferruccio se apresuró a buscar


la tienda que guardaba en el interior de Cestín para montarla.

— No, Ferruccio — lo detuvo Giusy. — Con este hermoso paisaje


nocturno sería un crimen dormir a cubierto.

Así que únicamente sacaron los sacos de dormir y se metieron dentro


de ellos acostados boca arriba contemplando las estrellas y escuchando
a los grillos cantar.

— Ahora comprendo porque la llaman Pradera Stellata — comentó


Stella mirando embelesada hacia el firmamento. — Nunca había visto
un cielo totalmente tapizado de estrellas.

— Ya lo creo — replicó Mandrakus con voz ensoñadora. — Cuando era


joven y aún no había fundado la Facultad solía venir aquí para
observar detenidamente el Universo y trazar mis mapas celestes.

— ¿Usted fundó la Facultad de Alquimia? — le preguntó Stella


totalmente sorprendida.

— Así es, Alteza. Fue hace casi novecientos años y ya estoy a casi nada
de cumplir los mil años.

— ¡Oh vaya! Eh, si no es indiscreción preguntar... ¿cómo es que usted


ha podido vivir tanto?

— Pues, gracias al exitoso desarrollo de la medicina alquímica aquí en


Terraluce las personas pueden vivir hasta trescientos años. Pero desde
luego mi caso es algo particular, desde que era joven me sentía atraído
por la alquimia tanto que le dediqué toda mi juventud entera, mi
primer gran logro fue conseguir el elixir de la eterna juventud aunque
en realidad estaba obsesionado con obtener el elixir de la vida, no para
mí sino para una persona muy querida, estaba muy cerca de
conseguirlo pero desgraciadamente ella murió antes de que pudiera
obtener los polvos de proyección.

— Oh, lo lamento mucho — murmuró Stella reprendiéndose


mentalmente a sí misma por ser tan curiosa y hacer preguntas
imprudentes.

— Pero en fin... — prosiguió Mandrakus — ya que había aprendido


tantas cosas y acumulado tanto conocimiento del tema en mi afanosa
búsqueda, sentí que era mi deber compartir esa sabiduría y enseñarla a
otros para que pudieran mejorar sus propias vidas y las vidas de los
demás, y así fue como tomé la decisión de enseñar mis secretos y
fundar la Facultad.

— ¡Y qué bueno que lo hizo! — interfirió Giusy. — Porque gracias a


usted es que ahora podemos estudiar esta disciplina tan fascinante.

Mandrakus se sonrojó al oír aquel comentario. — Gracias, querida


Giusy. No sabes cuánto me alegra saber que al menos hice una buena
cosa en toda mi larga e insignificante vida.

— Lo que yo aún no comprendo es... — dijo Ferruccio de repente


sobresaltando al resto que ya que lo creía dormido. — ¿Por qué se negó
rotundamente a utilizar el elixir de la juventud? ¡Imagínese! Ser por
siempre joven y no sufrir nunca los achaques de la vejez.

— Eh... bueno, la verdad es que me gusta ser un anciano, las canas


infunden respeto — le respondió Mandrakus soltando una risilla
pícara. — Será mejor que durmamos, mañana por la mañana
tendremos que reanudar el camino.

Stella todavía no tenía sueño y al parecer Giusy y Ferruccio tampoco,


así que decidió conversar un poco con ellos. — Chicos, háblenme de la
Facultad, por favor.

— ¿De la Facultad? — preguntó Giusy un tanto desconcertada. —


¿Cómo qué os gustaría saber?

— Pues, cuéntenme lo que sea.

— Hmm... bueno, se encuentra sobre la Cordillera Norte detrás del


Castillo Real, es una altísima torre de veinte pisos y las clases son muy
interesantes.

— ¿Veinte pisos? ¿Y no es muy cansado subir y bajar tantas escaleras


para ir a sus respectivas aulas?

— No, porque además de las escaleras tenemos un ascensor mágico que


nos lleva en poco tiempo al piso que le indicamos.

— ¿Un ascensor mágico? ¡Eso suena interesante!

— Todo lo que hay en la Facultad es fascinante — comentó Ferrucio.—


Pero una de las mejores cosas es la comida que prepara Fennella, la
cocinera; es realmente exquisita, en el comedor tenemos un buffet y
podemos servirnos todas las raciones que queremos y cuando hace
pasta al horno acabamos con todo ¿verdad, Giusy?

— ¡Habla por ti, yo no soy tan glotona!

— Y claro, lo mejor de lo mejor, es mi querida Brambilla — comentó


Ferruccio emitiendo un largo suspiro y entornando los ojos.

— ¡Oh no, por favor! ¡Ya bastante tengo con soportar tus
embotamientos cada vez que la ves en la Facultad como para que aquí
también te pongas así!

— ¡Lo que pasa es que le tienes envidia porque ella fue la primera en
lograr transmutar el hierro en plata y tú no!

— ¡Me da igual! ¡Transmutar minerales comunes en metales preciosos


no es la especialidad del Área de Medicina!
Como aquello olía a una inminente discusión, Stella decidió cambiar un
poco el tema. — ¿Y es realmente difícil el examen de admisión? ¿En
qué consiste?

— Un mes antes del primer lunes de Septiembre, que es cuando inician


las clases, todos los interesados en ingresar acuden para ser evaluados
por tres lechuzas con poderes extraordinarios, cada una representa un
área específica: Kemia es la del Área General, Espagiria la de Medicina e
Incantésima la de Magia. Debemos colocarnos frente a ellas para que
puedan examinarnos, si una de las tres comienza a ulular fuertemente
eso significa que el aspirante ha sido admitido en el área que ella
representa, pero si las tres le dan simultáneamente la espalda eso
significa que ha sido rechazado — le explicó Giusy.

— ¡Vaya! ¿Y cuáles son las causas por las que no admiten a los
interesados?

— Puede ser por tres motivos: ser de mente corta, pobre de espíritu o
tener el corazón podrido.

— ¡Ja! A Avellino seguramente lo rechazaron por tener el corazón


podrido — afirmó Ferruccio con toda seguridad.

— Ya lo creo — respondió Giusy — y a Laureano... bueno, el pobre no


tiene una mente muy amplia que digamos.

— Y a decir verdad... — prosiguió Ferruccio — yo también creía que no


daría la talla requerida, hasta que Kemia comenzó a ulular después de
pasar casi una eternidad en silencio, aunque yo tenía esperanzas de
que fuera Incantésima quien me eligiera y tener poderes mágicos.

— Ferruccio ¿qué es lo que siempre nos ha dicho Mandrakus? — le


preguntó Giusy seriamente.

— Ah... ¿qué cada uno de los estudiantes tiene sus propios talentos y
cualidades?
— ¡Exacto! No importa que no tengas magia dentro de ti, tienes muchas
excelentes cualidades: eres de mente amplia, noble de espíritu y de
corazón puro, de no ser así no habrías sido aceptado en la Facultad. Así
que olvídate para siempre de las tonterías de los libros de Bettina
Farrara.

Ferruccio esbozó una tímida sonrisa y se enjuagó una pequeña lágrima


que dejó escapar y continuó. — Pues sí, diría que todo lo que he vivido
en la Facultad ha sido bueno, lo único desagradable que he pasado fue
la horrible novatada que me hicieron mis compañeros del área.

— ¿Acostumbran hacer bromas pesadas a los de nuevo ingreso? —


inquirió Stella abriendo los ojos como platos.

— ¡Vaya que sí! — respondió Ferruccio. — Los de sexto semestre me


llevaron a lo más alto de la torre, me sujetaron por los tobillos y me
hicieron colgar de cabeza en el vacío por cinco minutos ¡Con el terror
que le tengo a las alturas!

— ¿De qué te quejas? — protestó Giusy. — ¡A mí me obligaron a


caminar desnuda por el pasillo de los dormitorios de las chicas, fue una
suerte que estuviera completamente desierto en ese momento!

— Pero aún así la Facultad es grandiosa — suspiró Ferruccio. — Hace


más de una semana que comenzaron las clases y deberíamos estar
cursando el tercer semestre.

— No te preocupes, si el Padre Cosmos y la Madre Naturaleza nos lo


permiten volveremos el próximo año — le dijo Giusy para
tranquilizarlo.

Mientras Giusy y Ferruccio narraban otras de sus vivencias


estudiantiles, Stella pensaba en cómo sería ser una estudiante más de
la Facultad, si reuniría las cualidades requeridas para ingresar y si
podría ella siquiera presentarse a los exámenes de admisión, hasta que
poco a poco fue conciliando el sueño.
Todos dormían profundamente, el sonido de los grillos era lo único que
se escuchaba en derredor, pero Stella sintió una presencia
amenazadora irrumpir en medio de su sueño, abrió los ojos con
dificultad y distinguió frente a ella una enorme e imponente figura que
iba armada con una enorme espada y tenía unos ojos ambarinos que
refulgían en medio de la oscuridad y que, por desgracia, ya le eran
familiares.
Capítulo 12
El soldado de Lázarus desenvainó su espada y se acercó lentamente
hacia Stella quien quedó completamente paralizada por el terror, trató
de gritar pero solamente logró articular un débil chillido, tragó saliva y
sacudió a Giusy que dormía plácidamente al lado suyo y ésta se
despertó sobresaltada.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Giusy a nadie en específico tratando de


adaptar su vista a la oscuridad, y cuando pudo ver con claridad lo que
sucedía, el pánico también se apodero de ella. — ¡Ferruccio!
¡Mandrakus! ¡Despierten! — gritó con todas sus fuerzas.

Los otros dos despertaron y al ver lo que pasaba decidieron ponerse


también en guardia.

Con esfuerzos, Stella logró reaccionar y despertó a Lampo que aún


dormía sobre su regazo y le ordenó. — ¡Lampo ataca! — El gigiátt rugió
y se agazapó preparándose para saltarle encima al homúnculo, pero el
malévolo personaje dejó estallar una estridente carcajada que
lentamente se fue convirtiendo en una risilla aguda y chillona, también
su aspecto fue cambiando poco a poco transformándose en una figura
antropomorfa más pequeña y delgada de color verde con cuernos en la
cabeza y cola puntiaguda que los miraba a todos fijamente sin parar de
reír hasta que, al cabo de unos minutos, se esfumó sin dejar rastro.

— Sólo era Maskinganna — dijo Mandrakus suspirando de alivio.

— ¿Quién es ese? — preguntaron los tres jóvenes al mismo tiempo.


— Maskinganna, es decir "el maestro del engaño" es un diablillo
silvestre que ronda por estos parajes, disfruta mucho gastando bromas
a las personas que acampan por aquí haciéndolas despertarse
aterrorizadas.

— ¡Pues vaya que me ha dado uno de los peores sustos de mi vida! —


exclamó Ferruccio.

— Ya, ya pasó. Mejor tratemos de dormir de nuevo — les ordenó


Mandrakus y todos volvieron a meterse en sus sacos.

Por la mañana siguiente, reanudaron el camino aguzando cada uno de


sus cinco sentidos por si se topaban con un homúnculo de verdad o
alguna otra criatura peligrosa, ya que en la pradera eran más
vulnerables a cualquier ataque. A mediodía el sol cayó a plomo sobre
sus cabezas y decidieron buscar un manantial para refrescarse y
sentarse a descansar un poco.

— ¡Cómo me gustaría tener unas botas de diez kilómetros! — comentó


Ferruccio. — ¡Así podríamos avanzar más rápido!

— ¿Botas de diez kilómetros? — preguntó Stella incrédulamente. —


¿Qué no eran botas de siete leguas?

— No, aquí existe una leyenda diferente — le explicó Giusy. — Se dice


que una masca de las más poderosas logró confeccionar unas botas
especiales con las que podía recorrer diez kilómetros en cada paso que
daba.

— Ah... ¿Y qué es una masca?

— Las mascas son un grupo de hechiceras que viven refundidas en las


montañas de la Cordillera Sur porque no les gusta mezclarse con la
demás gente.

— Vaya... — comentó Stella mientras le venían a la mente las palabras


de su padre: "Arribarás a las montañas del sur donde más conveniente es
seguir adelante y no volver la vista atrás..."

— Pero como nosotros no tenemos botas de diez kilómetros ni de siete


leguas... — les dijo Mandrakus apoyándose en su báculo para
levantarse — ... debemos aprovechar la luz del día para seguir
avanzando.

— ¿Cuánto tiempo cree que tardaremos en llegar a los Bosques de los


Sauces Danzantes? — preguntó Ferruccio algo desanimado.

— Si seguimos caminando a buen ritmo deberíamos estar ahí antes del


anochecer — le respondió el mago. — ¡Así que, andando!

Caminaron hasta que el paisaje fue cambiando a uno más verde y


espeso, se internaron en un bosque que era completamente diferente
que el resto de los lugares por donde habían pasado antes, la mayoría
de los árboles eran una infinita cantidad de sauces llorones cuyas
ramas acariciaban el suelo, las flores eran más grandes y coloridas de
lo normal, los hongos también eran enormes, pájaros y mariposas
brillantes revoloteaban por doquier, ardillas, conejos, zorros, ciervos y
muchos otros animales corrían y saltaban alegres. Era un sitio
realmente mágico.

Siguieron andando sin saber exactamente qué hacer ni a donde ir,


cuando al anochecer, escucharon una angelical voz femenina que
entonaba una canción de cuna:

Pajarito cantor

Hazme un canto de amor

Ven a reposar

Que la noche caerá

Pajarito yo siempre cuidaré de ti

Y al oír tu cantar sé que me amas a mí


Pajarito las estrellas te guiarán...

A tu nido y allí a dormir te pondrás...

Trataron de ubicar la voz para averiguar de dónde provenía, pasaron


en medio de las ramas de los sauces que formaban tupidas cortinas que
les impedían ver más allá, hasta que finalmente, bajo un gran sauce
que crecía a la orilla de una laguna de aguas cristalinas, encontraron el
origen de aquel canto. Se trataba de una bellísima chica morena de
cabello largo y negro que llevaba puesto un hermoso vestido de color
violeta, sobre la cabeza portaba una tiara hecha de plumas y en su
espalda tenía unas hermosas alas brillantes y emplumadas. Entre sus
manos sostenía a un pequeño jilguero y lo colocó suavemente en un
nido que los pájaros habían construido sobre una de las ramas del
sauce.

— ¡Qué hermosa es! — dijo Ferruccio suspirando. — ¿Acaso es un ángel?

— ¡Es un hada, so bobo! — lo corrigió Giusy algo enfadada.

— En efecto, es un hada del bosque — corroboró Mandrakus. — Es Fata


Uccellina, la protectora de las aves.

El mago los animó a acercarse a ella, y cuando el hada los vio, se le


iluminó su hermoso rostro de alegría.

— ¿Qué tal Fata Uccellina? — la saludó Mandrakus haciéndole una


reverencia. — Espero que os encontréis bien.

— ¡Oh noble Mandrakus! — exclamó el hada devolviéndole la


reverencia. — ¿Qué es lo que os trae por aquí?

— Voy viajando acompañado de mis dos discípulos: Giusy y Ferrucio —


ambos inclinaron la cabeza para saludar. — Escoltamos a vuestra
Alteza en su camino.

El hada abrió los ojos intensamente cuando reparó en Stella. — ¡Es la


princesa! ¡La noble hija de la buena Cinzia y el buen Romeus! ¡Esto le va
a agradar mucho a mis hermanas! ¡Fiorella! ¡Farfalla! ¡Vengan!

Un resplandor cegador iluminó el bosque revelando a otras dos chicas


aladas; una era pelirroja, usaba un vestido color rosa, llevaba una tiara
hecha de flores y sus alas parecían dos pétalos de rosa. La otra tenía el
cabello castaño, su vestido era azul pálido, sobre su cabeza portaba una
corona hecha de ramas y hojas casi marchitas y en su espalda tenía
unas enormes alas de mariposa.

— ¿Qué sucede Fata Uccellina? — preguntó el hada pelirroja. — ¿Por


qué nos llamas con tanta urgencia?

— Miren... — les dijo mientras señalaba a Stella. — Es la hija de la reina


Cinzia y el rey Romeus, Mandrakus la ha traído de vuelta.

— Ahora comprendo — dijo el hada con las alas de mariposa. — Ha


llegado el tiempo ¿no es así, buen Mandrakus?

— Sí, su padre le ordenó que viniera a veros a vos y a vuestras


hermanas aquí al bosque.

— Entiendo... — y después procedió a presentarse. — Mi noble y


querida princesa, soy Fata Farfalla, la protectora de los animales y los
árboles del bosque.

— Es un honor teneros aquí con nosotras — dijo el hada pelirroja. — Yo


soy Fata Fiorella, protectora de las flores y hermana menor de Fata
Farfalla.

— Y yo... — intervino la primer hada que habían conocido — ... soy Fata
Uccellina, la protectora de las aves y también hermana menor de Fata
Farfalla y Fata Fiorella.

— Ya lo sabíamos, hermosa hada — le dijo Ferruccio guiñándole un ojo


y Giusy le dio un codazo. — ¡Tu querida Brambilla se enterará de esto!

— En verdad estamos muy felices de que estén aquí. Hace mucho


tiempo que nadie viene a visitarnos al bosque — comentó con
melancolía Fata Farfalla.

-—¿Por qué? — preguntó Stella. — Este lugar es hermoso, cualquiera


querría quedarse aquí para siempre.

— Porque de todo el reino este es el sitio que más odia Lázarus Rovigo.
Tanto que una vez ordenó a sus soldados incendiar el bosque, muchos
animales y árboles perecieron y tuve que adelantar una nevada en
pleno verano para así poder acabar con el fuego.

— ¡Ese hombre tiene el corazón totalmente podrido! — gritó Giusy


llena de indignación. — ¡Mira que intentar destruir un lugar tan bello y
mágico como este!

— Sí, pero es porque él le guarda un rencor especial a este bosque —


continuó Fata Farfalla — porque aquí fue donde la noble Cinzia y el
buen Romeus se conocieron.

— ¿¿En serio?? — preguntaron los tres jóvenes completamente


sorprendidos al oír eso.

— Ajá — les relató Fata Farfalla. — Cuando la reina Cinzia tenía


dieciséis años, anduvo vagando en pleno Invierno hambrienta y
cansada por el reino sin tener a dónde ir. Cuando creía que ya no
podría seguir adelante, suplicó ayuda a la protectora del bosque y yo
acudí a su rescate, mis hermanas y yo le dimos refugio y sustento aquí
hasta que conoció al entonces príncipe Romeus y se la llevó con él.

Stella quedó totalmente desconcertada al escuchar esa historia, desde


que supo quién era su madre la veía como una reina que siempre lo
había tenido todo y que jamás había pasado miseria ni penurias.

— Y es por eso... — prosiguió el hada interrumpiendo los pensamientos


de Stella — ... que el rey y la reina ahora reposan bajo este noble sauce.

— ¿Mis padres fueron enterrados aquí?

— Es lo que ellos hubieran querido — le respondió Mandrakus. — Este


era su sitio preferido, lo justo era que volvieran a integrar sus cuerpos
al ciclo vital de la Madre Naturaleza precisamente aquí.

Stella no pudo evitar abrazar el tronco del sauce y al hacerlo notó una
calidez reconfortante, el alma de sus padres.

— ¡Oh, pero qué desconsideradas hemos sido! — dijo repentinamente


Fata Fiorella y al dirigirse hacia el grupo, todos los capullos que aún no
habían florecido se abrieron inmediatamente a su paso. — Deben de
estar muy cansados y hambrientos de tanto caminar. — Después hizo
un movimiento con sus manos e hizo aparecer varios pastelitos y
bocadillos en forma de pájaros, flores y mariposas y se los ofreció para
que comieran.

Los cuatro se sentaron en el pasto, se quitaron los zapatos y


refrescaron sus pies en la orilla de la laguna donde patos, cisnes y
somormujos nadaban felices entre los juncos y los lirios acuáticos. A
Cestín y a Lampo también parecía gustarles mucho aquel lugar.

Fata Farfalla tomó una lira, Fata Fiorella un arpa y Fata Uccellina se
llevó una flauta de pan a los labios, y en cuanto empezaron a tocar y a
cantar una dulce melodía, todos los sauces comenzaron a mecerse y
sacudir sus ramas al compás de la música.

Sauce bailarín, la brisa sutil

Juega con tus ramas, las hace aplaudir

Muy sereno tú, cumples tu deber

¡Qué lindo eres, oh sauce bailarín!

Sauce bailarín, te meces sin parar

Miras hacia el Cielo

Danzas tan gentil

Muy sereno tú, cumples tu deber


¡Qué lindo eres, oh sauce bailarín!

Las celestiales voces de las hadas les hicieron conciliar el sueño


rápidamente y se tendieron sobre la hierba sin preocuparse por nada
más, en aquel sitio era imposible sentir tristeza y miedo.

Al otro día, las hadas volvieron a proporcionarles comida mientras


ellos se relajaban en el bosque. Fata Uccellina le mostró a Giusy como
les enseñaba a los pajaritos a cantar, Ferruccio se había hecho buen
amigo de un cervatillo que no paraba de lamerle las mejillas como
muestra de afecto y Stella estaba maravillada con las mariposas de alas
plateadas que se posaban tranquilamente sobre sus hombros aunque
Lampo las perseguía para tratar de atraparlas.

Para el mediodía el mago decidió que ya era hora de continuar, pero


los demás no querían marcharse. — ¡Por favor, Mandrakus! — le dijo
Giusy suplicante. — ¡Quedémonos aquí al menos un par de días!

— Está bien — accedió Mandrakus a regañadientes. — Sólo dos días más


y después nos iremos.

Aquellos fueron los mejores días que Stella había pasado en su vida y
cuando llegó la hora de volver al camino sintió una profunda tristeza y
les pidió a los otros que le dieran unos minutos para despedirse del
sauce de sus padres a solas.

— No os pongáis triste, princesa — le dijo Fata Farfalla. — En cuanto


pasen los malos tiempos podréis venir a nuestro refugio siempre que lo
deseéis. Pero ahora tenéis una misión que cumplir. Antes de que os
vayáis me gustaría obsequiaros esto... — y entonces sacó un pentáculo
que pendía de una cadena plateada y lo colocó alrededor de su cuello.
— Si os encontráis en un apuro y necesitáis de nuestra ayuda, tomadlo
entre vuestras manos y llamadnos con el pensamiento, si estáis
conectada con la Madre Naturaleza también lo estaréis con nosotras.

— Muchas gracias — le dijo Stella enjuagándose las lágrimas que


brotaron de sus ojos aún sin quererlo y se reunió con sus amigos.

Andaron nuevamente por rumbos desconocidos hacia la Cordillera Sur


cuidándose de peligros y descansando continuamente. Las hojas de los
árboles comenzaban a secarse y las noches se hacían más largas y frías.
Y en una de esas noches, mientras buscaban un sitio adecuado para
acampar y descansar, llegaron a un terreno plano donde se erguía un
colosal monumento circular formado por enormes piedras talladas y
no pudieron resistir la tentación de meterse y ponerse en medio del
círculo para admirarlo bien.

— Se parece mucho a Stonehenge — comentó Stella maravillada


mientras Ferruccio y Giusy le preguntaron sorprendidos. — ¿Qué es
Stone... bueno, eso?

— Sí, Stonehenge también es un crómlech o Círculo Mágico como este


— les explicó Mandrakus. — Me sorprende que aún esté en pie, creía
que Lázarus había ordenado destruirlo.

— Pues le fue totalmente imposible hacerlo — dijo Giusy. — Dicen que


este monumento está protegido por la magia ancestral de los
Benandanti.

— Pero no creo que hoy en día después de las prohibiciones de Lázarus


siga en uso ¿o sí? — preguntó Ferruccio desconcertado.

— ¡Guarda silencio! — le ordenó Giusy. — ¡Miren!

Los demás voltearon hacia donde Giusy les señalaba, un numeroso


grupo de personas encapuchadas que portaban linternas hechas con
grandes calabazas se dirigían sigilosamente hacia el monumento como
si tuvieran temor de ser descubiertos haciendo algo indebido.

— ¿Quiénes son esas personas? ¿Por qué vienen hacia aquí? — inquirió
Stella a nadie en particular.

— ¡Oh, Padre Cosmos! ¡Casi lo había olvidado! — exclamó Mandrakus.


— ¿El qué? — preguntaron los otros a coro.

— Que el Equinoccio de Otoño ha llegado.


Capítulo 13
Loretta seguía trabajando en la limpieza hasta bien entrada la noche,
había llovido intensamente en los últimos días y Terrino se la pasó
jugando en el exterior juntando bolas de lodo para después traerlas
dentro del castillo y lanzárselas a ella en la cocina. Como de costumbre,
el chiquillo mimado no fue castigado, y como si ella hubiera sido la
culpable, Donnarella le ordenó que no saliera de la cocina hasta dejarla
reluciente y sin una mancha de barro.

Pero la joven criada no era la única persona que aún estaba despierta a
esas altas horas de la noche. En el comedor se encontraban Lázarus y
su fiel compañero Máximus hablando en voz baja.

— Has conseguido traerlo, mi buen amigo.

— Por supuesto, Excelencia — siseó Máximus al mismo tiempo que


colocaba un pesado baúl sobre la mesa. — Aunque debo decir que no
fue nada fácil capturarlo.

Como el castillo estaba completamente en silencio, desde la cocina


Loretta pudo escuchar parte de su conversación y decidió subir las
estrechas escaleras que llevaban a la puerta que conducía al comedor
para entender mejor las palabras que intercambiaban aquellos dos
desalmados. Con suma cautela se agachó y pegó el oído a la rendija de
la puerta.

— Ya me lo imagino — le respondió Lázarus. — Todavía no puedo creer


que te las hayas ingeniado para salir del reino y acudir hasta Terracqua
sin que nadie sospechara de tus verdaderas intenciones.

— Hay personas a las que es muy fácil engañar, vuestra Excelencia.

— Bien, ahora debes encargarte de llevarlo hacia el círculo de piedras


para que acabe con esos plebeyos rebeldes que insisten en continuar
con sus absurdos festejos ancestrales.

— Si me permitís daros mi humilde opinión... ¿no sería mejor que


fuerais directamente allá con vuestros soldados y los apresarais a
todos?

— Hmm...tal vez, pero la sorpresa que se llevarán será más grande y el


sufrimiento mil veces peor para ellos.

— Será como vos lo deseéis, Excelencia.

— Espero que esta lección les sirva para entender de una buena vez que
yo soy el soberano absoluto y que no permitiré que nadie se atreva a
desafiarme.

Loretta se quedó petrificada, había descubierto uno de los macabros


planes del rey y le invadió un profundo temor, se alejó de la puerta y
trató de analizar aquella situación.

Aunque ella había nacido un año después de que murieran los últimos
reyes de la gloriosa dinastía Mordano había escuchado hablar de ellos
y de cómo era la vida en el reino cuando ellos vivían, la gente estaba en
paz y todo era próspero. Más de una vez ella había soñado despierta
con vivir libre y tranquila lejos de la maldad de Lázarus y su
despreciable familia y sus esperanzas de lograrlo fueron en aumento
cuando un buen día en la Plaza Mayor escuchó a una juglaresa, que
tendría unos dos años más que ella, entonar una canción que hablaba
del regreso de la joven princesa que devolvería la felicidad a Terraluce.

Sabía que se decía que la pequeña hija del rey Romeus había sido
sacada del reino y puesta a salvo por el viejo mago alquimista y
consejero de la familia real y que cuando estuviera por cumplir los
veinte años sería traída de vuelta para pelear por el sitio que le
correspondía, pero ella prefería no prestar oídos a rumores vanos para
no hacerse ilusiones.

Pero después había comprobado que todo eso era cierto y un rayo de
esperanza iluminó su triste y miserable vida, no quería que hubiera
más miseria ni más personas encarceladas ni asesinadas injustamente
y había llegado el momento de ser valiente y actuar. Acababa de
escuchar algo terrible y tenía que hacer algo al respecto ¿Pero qué? Ya
se le ocurriría un plan, pero antes debía huir del castillo.

Volvió a agacharse y a asomarse por la rendija de la puerta, todo estaba


en completo silencio lo cual significaba que la vía estaba libre. Pensó
por dónde podría salir: por la puerta principal era imposible, siempre
estaba flanqueada por homúnculos que tenían órdenes de atacar a
cualquier persona no autorizada que saliera o entrara por ahí. Tenía
que buscar otro modo.

De pronto, recordó que en una ocasión escuchó a otro de los criados


hablar acerca de un pasadizo secreto que había detrás de una de las
paredes de la cocina y que conducía al exterior. —"¡Por favor,
Loretta!"— se dijo a sí misma —"¡Estás en medio de una situación
urgente y tú te pones a fantasear con pasajes escondidos!" —Aunque
por otro lado se decía que nada perdía con buscarlo.

Comenzó a palpar cada tramo de las paredes de la cocina por si


encontraba alguna división pero era en vano, estuvo a punto de
rendirse cuando posó sus dos manos sobre el borde de la alacena y ésta
se movió ligeramente hacia afuera, después comenzó a tirar con más
fuerza porque tenía la certeza de que la alacena estaba pegada a la
pared que a la vez hacía de la entrada que conducía al pasadizo.

Siguió tirando hasta que la pared fue cediendo poco a poco y pudo
divisar del otro lado un túnel iluminado por la tenue luz de unas
cuantas lámparas perpetuas que colgaban del techo. Corrió por aquel
pasillo que olía a encerrado y humedad hasta llegar a una trampilla
que conducía al aire libre, salió y cuando por fin pudo aspirar el aire
fresco de la noche reparó en que no tenía modo de salir del castillo ya
que estaba enclavado en un acantilado y el único acceso externo era
por el puente levadizo que también estaba custodiado por soldados y
además el monumento circular se encontraba muy lejos al sur del
reino ¿Cómo llegaría hasta ahí a tiempo?

Se reprendió a si misma por haber sido tan ilusa y haber perdido el


tiempo de esa manera y sintió unas incontenibles ganas de llorar por la
impotencia que no pudo contenerse y sollozó desconsoladamente. —
¡Por favor noble hada protectora! — suplicó dejándose caer sobre la
tierra. — ¡Necesito ayuda!

Aquella era su única esperanza, decían que una noble hada que
habitaba en un bosque encantado siempre acudía al llamado del
necesitado, no sabía si era verdad pero en esos momentos nada perdía
con intentar llamarla.

Cuando estaba a punto de rendirse y volver por la trampilla, una


silueta blanca apareció volando en medio del cielo nocturno, Loretta se
dio la media vuelta para observarla bien y, aunque no daba crédito a lo
que sus ojos veían, se dio cuenta de que se trataba de un monocero, un
hermoso caballo blanco alado con un enorme cuerno en la frente
curvado como la hoja de un sable.

El animal comenzó a descender lentamente y se posó a sus pies,


Loretta se acercó muy despacio y alargó una mano para acariciar su
inmaculada crin. —¿Has venido a ayudarme? — le preguntó y el
monocero asintió moviendo la cabeza. — ¿Crees que puedas llevarme
hasta el Círculo Mágico? — Recibió la misma respuesta. Con sumo
cuidado la chica montó sobre su lomo y el monocero emprendió el
vuelo veloz y ligero como un águila.
Capítulo 14
Los cuatro estaban indecisos, no sabían si debían permanecer allí o
salir del Círculo Mágico para no importunar, pero como los caminantes
los saludaron con tanta alegría y entusiasmo en cuanto entraron al
monumento, decidieron quedarse ahí.

— ¡Os deseo que tengáis una excelente noche, queridos hermanos! —


les dijo un hombre anciano y barbado que iba envuelto en una túnica
marrón con capucha y llevaba el rostro cubierto por una máscara de
ciervo con todo y astas.

— Ha llegado el tiempo en que el día y la noche se equilibran mientras


el Astro Rey se prepara para iniciar la gran aventura rumbo a lo
desconocido en dirección a su renovación y su renacimiento. Y ahora...
— agregó volviéndose hacia los demás — ...es el momento de celebrar
este cambio de estación, demos la bienvenida al Equinoccio de Otoño.

Acto seguido, las otras personas que le acompañaban tomaron las


canastas que habían traído consigo y que estaban llenas a rebosar de
calabazas, mazorcas de maíz, espigas de trigo, nueces y otras frutas.

— ¿Qué es lo que van a hacer con eso? — le preguntó Stella a


Mandrakus en voz baja.

— Los campesinos juntan todo lo mejor de sus cosechas para


ofrecérselo a la Madre Naturaleza y así agradecerle por la buena
siembra que han tenido en el transcurso del año — le explicó.
Las mujeres jóvenes, que iban ataviadas con sencillos vestidos color
ocre y coronas hechas de hojas marchitas, llevaban muñequitas que
habían elaborado cuidadosamente con hojas de maíz; después las
lanzaron al aire junto con montones de hojas secas, bellotas, ramitas
de roble y ciprés, puntas de pino y piñas mientras brincaban formando
un círculo e iban recitando:

Las hojas caen, los días se enfrían

La Madre Naturaleza tira su manto de tierra a Su alrededor

Mientras tú, gran Astro Rey, navegas hacia el Oeste

Hacia las tierras de encanto eterno,

Envuelto en la frescura de la noche.

Las frutas maduran, las semillas caen,

Las horas del día y la noche están equilibradas.

Vientos fríos soplan desde el Norte gimiente.

En esta aparente extinción del poder de la Madre Naturaleza.

¡Oh, Divinidad Bendecida! Sé que la vida continúa.

Porque la Primavera no es posible sin la segunda cosecha,

Tan cierto como que la vida no es posible sin la muerte.

Bendiciones sobre ti ¡Oh, astro caído!

Mientras viajas a las tierras del Invierno

Y a los amorosos brazos de la Madre.

Después, el resto de los presentes colocaron sus cestas dentro del


círculo que habían formado las hojas y bellotas al caer y recitaron con
fervor:
¡Oh benigna Madre Naturaleza!

He sembrado y cosechado los frutos de mis acciones, buenas y malas.

Dame el valor para sembrar las semillas de la alegría y el amor

en el año venidero, desterrando la miseria y el odio.

Enséñame los secretos de una existencia sabia sobre este planeta

¡Oh, Luminosa de la noche!

Los cuatro amigos prorrumpieron en aplausos de alegría, sobre todo


los jóvenes que nunca antes habían tenido la oportunidad de
presenciar ni de participar en un ritual de celebración por los
equinoccios y solsticios.

— ¡Es maravilloso! — comentaban completamente extasiados.

— ¡Oh sí! Y en tiempos pasados, cuando se congregaba casi todo el


reino aquí en el círculo era aún más bello todavía — les contó
Mandrakus con aires de nostalgia.

— Pronto volverán aquellos días, ya lo verá — le dijo Ferruccio para


animarlo un poco.

Una de las jóvenes vestida de ocre, se acercó a ellos y les invitó a


convivir con los otros miembros de su grupo.

— Por favor hermanos, tengan la amabilidad de compartir con


nosotros el banquete especial que hemos preparado en honor de la
Madre Naturaleza y el Padre Cosmos.

Y les convidó pan de maíz, frutos secos, calabaza al horno e hidromiel


para que comieran y bebieran. El resto de sus acompañantes los
acogieron cálidamente y más aún porque allí estaban algunos ex
alumnos de la Facultad que conocían a Mandrakus y cuando se
enteraron de que ahí estaba la princesa Stella armaron un gran
alboroto.
Otras chicas colocaron coronas de hojas secas sobre las cabezas de
Stella y Giusy, mientras que a Mandrakus y a Ferruccio les pusieron
máscaras de animales.

— Bien... — carraspeó el anciano enmascarado para llamar la atención.


— ¡Ahora, debemos culminar la celebración y encender la tradicional
hoguera!

— ¿La hoguera? — preguntó la chica que les había llevado comida a


Stella y sus amigos. — ¡Pero si la encendemos llamaremos la atención y
podrían descubrirnos los guardianes de Lázarus! ¡No deberíamos!

— ¿Y por qué no? - exclamó un joven de cabello dorado que tendría la


misma edad que Stella. - ¡No debemos permitir que ese tirano nos siga
intimidando! ¡Así como no puede silenciar el canto de las aves,
tampoco podrá coartar nuestra libertad! ¡Nunca más! — Sus palabras
fueron coreadas por gritos de júbilo.

— ¡Tiene razón! — añadió Stella para sorpresa de todos. — Esta es una


fecha especial, estamos celebrando uno de los ciclos de la Madre
Naturaleza ¡Hagan conforme a la costumbre!

Animados por el entusiasmo de la princesa, un grupo de chicos


juntaron ramas y encendieron una gran hoguera en medio del Círculo
Mágico. Posteriormente, todos tomaron tambores, címbalos e
instrumentos de cuerdas y viento y comenzaron a tocar. Al poco rato
todos se dejaron llevar por la alegría de la música y empezaron a
danzar y a saltar en círculos eufóricamente alrededor del fuego
lanzando hojas, ramas y bellotas al fresco viento nocturno. Stella
sentía liberar todas sus cargas y llenarse de energía con cada salto que
daba.

Al cabo de una hora, el jolgorio se vio interrumpido por la repentina


llegada de un monocero alado que aterrizó dentro del círculo, sobre
sus lomos venía montada una chica rubia y pecosa que descendió
rápidamente y se acercó a la multitud que se había reunido en torno al
animal.

— ¿Lo ven? ¡Les dije que nos descubrirían! — exclamó aterrorizada la


muchacha que se había opuesto a la idea de encender el fuego.

— ¡Por favor, tienen que escucharme! ¡No vengo a hacerles daño! — les
gritó Loretta para hacerse oír entre los murmullos de desconcierto. —
Me he arriesgado al escapar del Castillo Real sólo para advertirles de
un gran peligro que Lázarus ha enviado contra ustedes.

Todos intercambiaron miradas de temor e incredulidad al escuchar


eso.

— ¿Quién eres tú? ¿De qué estás hablando? — le preguntó Giusy. —


¿Qué es lo que Lázarus planea hacer? ¡Explícanos, por favor!

Loretta estuvo a punto de responder cuando un coro de alaridos


resonó por todo el ambiente. Una pequeña pero horrenda criatura con
cuerpo y cabeza de gallo, una enorme cresta de color rojo, alas con
espinas y cola de serpiente los miraba con sus amenazantes ojos rojos
desde afuera del Círculo Mágico.

— ¡Conserven la calma! — les suplicó Mandrakus. — Mientras estemos


dentro del círculo, ese ser no podrá hacernos ningún daño.

— ¿Pero qué es esa criatura? — preguntó Stella señalando al


desesperado y furioso animal que trataba de entrar al monumento y
atacarlos a todos.

— Es el Bisso Galeto, una criatura malévola oriunda del reino de


Terracqua — le explicó Ferruccio brevemente. — Y fuera de eso no sé
gran cosa, no tengo la más remota idea de qué podríamos hacer para
librarnos de él.

— ¿Y cómo rayos llegó hasta aquí? — inquirió Giusy. — ¡Es un animal


extremadamente peligroso! ¡Con su mirada puede hacer cosas terribles
como secar las plantas, envenenar el agua y matar a cualquiera de
nosotros!

— ¿Pero es que no has oído a Mandrakus? — le reclamó Ferruccio. —


¡No nos pasará nada mientras permanezcamos aquí dentro!

— ¡Pero no podemos quedarnos aquí atrapados para siempre, genio! —


le gritó Giusy. — ¡Tenemos que encontrar un modo de deshacernos de
ese bicho para poder salir de aquí!

— ¡Por favor, chicos! ¡Contrólense! — los regañó Mandrakus. — ¡No es


momento de peleas infantiles sino de pensar en un plan para ponernos
a salvo!

Stella hizo acopio de fuerzas para no dejarse dominar por el pánico y


tratar de ayudar a Mandrakus pensando en alguna solución, pero no le
venía a la mente ninguna. Los nervios la llevaron a juguetear con el
pentáculo que pendía de su cuello, y entonces, se le ocurrió algo que
tal vez podía sacarlos de esa difícil situación.
Capítulo 15
El Bisso Galeto comenzó a aumentar paulatinamente de tamaño hasta
llegar a ser más alto que una avestruz y su aspecto se hizo aún más
aterrador que antes. Dos incautas mujeres se dejaron llevar por el
terror y corrieron desesperadas fuera del círculo para tratar de escapar
de aquel monstruo. — ¡Regresen! — les gritó Mandrakus. — ¡Aquí están
seguras! — Pero fue en vano, en cuanto cruzaron los límites del
monumento, el animal las fulminó con su letal mirada y cayeron
muertas instantáneamente.

Mientras tanto, Stella trataba de concentrarse con todas sus fuerzas en


las Tres Hadas recordando lo que Fata Farfalla le había dicho antes de
salir del bosque: "Si os encontráis en un apuro y necesitáis de nuestra ayuda,
tomadlo entre vuestras manos y llamadnos con el pensamiento, si estáis
conectada con la Madre Naturaleza también lo estaréis con nosotras." Ellas
eran su única esperanza, ya que ni siquiera el sabio Mandrakus tenía
idea de cómo acabar con aquella mortífera criatura. — ¡Por favor,
hadas protectoras! ¡Necesitamos urgentemente de su ayuda! — les
imploró Stella ya que cada vez era más difícil tratar de mantener la
calma.

Tres refulgentes luces surgieron repentinamente de la nada y


aparecieron Fata Uccellina, Fata Fiorella y Fata Farfalla. — ¿Qué es lo
que ocurre, princesa? ¿Por qué causa nos habéis llamado? — preguntó
esta última.

— Sucede que esa chica... — se explicó Stella apuntando con la cabeza a


Loretta que acariciaba al monocero para tratar de tranquilizarse — ...
ha venido desde el Castillo Real para advertirnos de que Lázarus nos
enviaría algo maligno para atacarnos y no sabemos qué podemos hacer
¿Cómo lograremos salir de esta?

Fata Uccellina intervino. — No debéis asustaros, esta criatura es


ciertamente muy peligrosa, más no es invencible, sólo hace falta
conseguir un instrumento muy simple para poder derrotarla.

Después se volvió a sus hermanas y éstas, como si le hubieran leído el


pensamiento, se acercaron a ella, las tres se tomaron de las manos
formando un círculo y cerraron los ojos muy concentradas mientras el
resto las observaban confundidos. Y entonces, comenzaron a elevar
una plegaria especial:

Llamamos por las fuerzas de la Madre Naturaleza y del Padre Cosmos...

Llamamos por las fuerzas de la Tierra, del Aire, del Fuego y del Agua...

Llamamos por el Sol, por la Luna y las Estrellas para que provean lo que
necesitamos para obtener la victoria.

En medio del círculo que habían formado las hadas, se materializó el


espejo más grande que Stella jamás había visto en su vida. El Bisso
Galeto lanzó un chillido de terror al darse cuenta de que ahora era él
quien se hallaba en peligro mortal y trató inútilmente de escapar, pero
las hadas fueron más rápidas y lo atraparon en un campo de fuerza
mágica que le impidió la huida. Mágicamente, el espejo se volteó hacia
donde estaba el monstruo y éste, al ver su propio reflejo sobre la
brillante superficie, se desintegró instantáneamente. Todos suspiraron
y gritaron de alivio.

— ¿Pero qué ha ocurrido exactamente? — preguntó Ferruccio


totalmente estupefacto a Fata Uccellina.

— La mirada del Bisso Galeto es letal inclusive para él, nada más
bastaba con obligarlo a mirar su propio reflejo para aniquilarlo — le
respondió.

— Muchas gracias por acudir a mi llamado y sacarnos de este apuro —


les dijo Stella con lágrimas en los ojos.

— Y yo también quiero agradeceros por enviar al monocero en mi


ayuda. Sois vosotras unas hadas muy benevolentes — interrumpió
Loretta dirigiéndoles una respetuosa reverencia. — Pero, ahora tengo
otro gran problema, no puedo volver al castillo. A estas alturas Lázarus
ya debe haber descubierto que escapé y si regreso con toda seguridad
me matará.

— No te preocupes, noble muchacha — la tranquilizó Fata Farfalla. —


En el Bosque de los Sauces Danzantes podrás refugiarte con nosotras
hasta que pasen las dificultades. Y ustedes... — dijo volviéndose a los
demás — ... será mejor que regresen a sus respectivos hogares y se
pongan a resguardo, Lázarus podría enviar más amenazas hacia aquí.

— Así es — la apoyó Mandrakus. — Nosotros también deberíamos irnos


y buscar un sitio seguro para acampar.

Loretta se acercó inesperadamente a Stella y le dio un caluroso apretón


de manos. — ¡Buena suerte, princesa! Espero de todo corazón que
pronto logréis recuperar vuestro sitio.

Sin saber por qué, Stella sintió el impulso de estrechar en sus brazos a
esa chica que apenas hace un momento había conocido pero que ya la
sentía tan cercana, como si la conociera desde siempre. — Gracias, y yo
deseo que volvamos a vernos cuando corran tiempos mejores ¡Cuídate
mucho!

Loretta se separó de Stella y corrió a reunirse con las hadas y las cuatro
agitaron sus manos para despedirse y desaparecieron llevándosela
junto con el monocero. Los caminantes también se prepararon para
retirarse.

— ¡Adiós queridos hermanos! Tengo la esperanza de que volvamos a


reunirnos todos juntos y celebrar sin temores el próximo Solsticio de
Invierno — les dijo el anciano de la máscara para despedirse, y
entonces, él y su grupo dieron la media vuelta. Mandrakus hizo un
movimiento con sus manos y apagó la hoguera que se había quedado
encendida para así poder caminar completamente protegidos por la
oscuridad de la noche.

El grupo se instaló en un valle desde donde se podían apreciar las


montañas de la Cordillera Sur a lo lejos. Aunque trataban de evitar los
poblados por temor a los soldados de Lázarus, esta vez no tuvieron más
remedio que dormir a las afueras de una aldea.

Stella se despertó muy de madrugada cuando el cielo comenzaba a


clarear, con mucho cuidado de no despertar a los demás, se dirigió a un
pozo que había ahí cerca para lavarse la cara, cuando se acercó se dio
cuenta de que había una diminuta anciana de mal aspecto que llevaba
un viejo vestido remendado y maldecía mientras trataba de desenredar
su espeso cabello gris con sus larguísimas uñas que medían más de
treinta centímetros cada una y al verla no pudo evitar soltar una
exclamación de susto.

— ¡Vaya! — dijo la mujer para sí. — ¡Otra humana que se aterroriza


nada más verme! — Stella estaba a punto de salir pitando, pero la
anciana la detuvo. — ¡Oh, por favor! ¡No creas todas esas tonterías que
se dicen sobre mí! "La Pettenedda es una bruja malvada", "Niño: no te
acerques demasiado al pozo o la Pettenedda te llevará al fondo, te
encadenará y te convertirá en su esclavo."

— Yo... — trató de excusarse Stella. — No... no creo que usted sea una
mala persona, no, para nada.

— ¡Créeme querida! ¡Estoy harta de la gente que me juzga por mi


apariencia! Si tú tuvieras el cabello tan enredado como el mío también
estarías siempre de mal humor, pero jamás me atrevería a hacerle
daño a un inocente e indefenso niño, así que déjame que te dé un
consejo: Nunca juzgues a una persona por su apariencia, hay personas
que pueden aparentar ser tontas y no serlo en absoluto y también hay
quienes pueden parecer de buen corazón y estar completamente
podridos por dentro.

Stella asintió mientras caminaba lentamente hacia atrás para volver al


campamento. — Recuérdalo, no debes fiarte de las apariencias — le dijo
la Pettenedda antes de desaparecer.

Cuando los otros despertaron, por alguna extraña razón, Stella decidió
no contarles nada acerca de su encuentro con la misteriosa anciana.

Siguieron caminando hasta que llegaron a las faldas de las montañas,


como allí parecía haberse adelantado el Invierno, se pusieron abrigos
de pieles para calentarse. Decidieron hacer un alto para comer y
descansar cerca de un riachuelo, en cuanto se acomodaron sobre la
hierba, vieron descender por una ladera a dos mujeres que caminaban
con expresión altanera e iban ataviadas con sendos peinados y vestían
con vestidos elegantes pero ligeros, al parecer eran completamente
inmunes al frío.

La más soberbia de las dos era una mujer mayor que tenía el cabello
completamente blanco y lo llevaba apretado en un chongo, sus ojos
eran de un tono azul glacial mientras que la otra era una mujer de
mediana edad de cabello castaño y ojos de color verde esmeralda.

Stella estuvo a punto de preguntar quiénes eran ellas, ya que le parecía


que eran demasiado refinadas para ser personas de montaña, cuando
Giusy comentó bastante sorprendida. — ¡Miren! ¡Son un par de mascas!

— ¡Oh no! — murmuró Mandrakus para sí en cuanto reconoció a las


mujeres. — De todas las mascas con que podíamos toparnos ¿por qué
teníamos que encontrarnos precisamente con ellas dos?

En cuanto las mujeres los vieron de cerca, sus ojos se encendieron de


ira y esbozaron muecas de absoluto desprecio, el mago les ordenó a los
jóvenes que se pusieran en pie y reanudaran el paso lo más rápido
posible, pero la masca mayor se apresuró para bloquearles el paso.

— ¡Mandrakus! — le gritó con rabia. — ¿Cómo os atrevéis a acercaros


por nuestros dominios?

— Salve, Monna Dora... — la saludó Mandrakus con sumo respeto y


después se dirigió a su acompañante — ... y salve vos también Monna
Russella. No os preocupéis, no era nuestra intención importunaros, tan
solo estamos de paso.

La masca más joven posó sus ojos en Stella y dejó escapar una
exclamación de sorpresa. — ¡Madre! ¡Mira! ¡Es... es ella! — le dijo a su
acompañante.

Monna Dora escudriñó a Stella de pies a cabeza fulminándola con la


mirada. — ¡No puede ser! — exclamó aún más enfurecida, apartó su
vista de la princesa como si ella fuera algo indigno de ser visto y siguió
riñendo con Mandrakus. — ¡Después de todo lo que habéis hecho,
todavía tenéis el cinismo de venir aquí y traer con vos a esta! — y
señaló con la cabeza a Stella.

— ¡"Esta" es la princesa Stella! — le gritó Ferruccio. — ¡Diríjase a ella


con respeto!

— ¡Nadie como tú me da órdenes!

— Mi querida señora, ninguno de nosotros os ha hecho daño alguno


para que nos guardéis un rencor tan grande como este — le dijo
Mandrakus serenamente.

— ¡Por supuesto que sí! — vociferó Monna Dora. — ¡Vuestra simple


existencia es un insulto para nuestra noble estirpe! ¡Vuestra madre,
esa inmunda traidora que le dio la espalda a su sangre, maldita fue
desde el momento en que abandonó el clan, se unió con un abominable
Benandanti y engendró a un repugnante mestizo como vos!
— ¡Cállese! — le gritó Giusy totalmente enfurecida. — ¡No le hable de
ese modo a un anciano venerable como Mandrakus!

— ¡Jamás vuelvas a gritarle a una masca, muchacha ajena! — le


respondió Monna Russella al mismo tiempo que le propinaba una
sonora bofetada. — ¡Nosotras no somos iguales a ti!

Giusy cerró los puños enfurecida y trató de responderle a la masca con


otro golpe, le habría acomodado un buen puñetazo de no ser porque
Ferruccio la detuvo.

— ¡Es por eso que vos, Mandrakus, sois de la peor calaña que se podría
encontrar! — continuó Monna Dora. — ¡No os habéis conformado con
el sólo hecho de existir, también nos habéis robado toda nuestra
sabiduría ancestral para enseñarla a esos otros asquerosos mestizos en
vuestra Facultad!

— ¡Yo no os he robado nada! — gritó Mandrakus mientras sus ojos


despedían rayos por el enojo contenido. Stella, Giusy y Ferruccio se
estremecieron pues nunca habían visto al bondadoso hechicero tan
enfadado como en ese momento.

— ¿Ah no? — prosiguió Monna Dora. — ¡Os habéis llevado el valioso


Libro del Cinquecento!

— ¡Mi madre era la dueña legítima de ese libro! ¡Su última voluntad fue
que yo lo tuviera en mi poder!

— ¿Y qué me decís del Libro del Comando y las botas de diez


kilómetros? ¡Os los habéis robado vos también!

— ¡No tengo la más mínima idea de quién os haya hurtado esas cosas,
pero yo jamás me he llevado nada que no me pertenezca! ¡Dejad de
levantar falsos contra mi persona! — vociferó dando un fuerte golpe
con el báculo y el suelo tembló por un instante. Monna Dora se irguió
cuan alta era y miró a Mandrakus con aires de suficiencia e hizo
ademanes con las manos preparándose para lanzarle un maleficio.
— ¡Madre! — intervino Monna Russella. — ¡Déjalo, no vale la pena!

— Tienes razón, hija. No puede esperarse nada bueno de un mestizo de


mala sangre como él. Todas las mezclas son malas pero hay dos que no
podrían ser más que indeseables, como la de una masca y un
Benandanti.

— ¡Madre, vámonos! — le dijo Monna Russella tomándola del brazo,


antes de irse, las dos dirigieron furibundas miradas a Mandrakus y a
Stella.

— Nosotros también nos retiramos - masculló Mandrakus y los demás


lo siguieron andando a paso rápido y firme. — Vuestro padre tenía
razón... — le dijo el mago a Stella — ... siempre que paséis por la
Cordillera Sur más vale continuar adelante y no volver la vista atrás.
Recordadlo siempre.

Stella no supo qué decir, el odio que aquellas mujeres habían


manifestado a Mandrakus la había impresionado demasiado, aunque
tenía muchas dudas que ansiaba despejar, decidió que lo más sensato
por el momento era no hacer preguntas.
Capítulo 16
Ninguno de los cuatro pronunció palabra mientras caminaban a paso
presuroso para alejarse de las montañas lo más rápido que les fuera
posible. Decidieron internarse en un bosquecillo para resguardarse de
los vientos gélidos que soplaban en los valles y se dejaron caer sobre
las gruesas raíces de los árboles para descansar un poco.

Ferruccio fue el primero en romper el sepulcral silencio que reinaba en


la atmósfera. — ¡Cosmos bendito! Nunca pensé que llegaría a conocer a
una masca en persona, son tan, tan...

— ¿Horribles? — preguntó Giusy tratando de encontrar el adjetivo


apropiado que Ferruccio buscaba para describirlas.

— ¡Así es! ¡Son horribles! ¡Mira que insultar a mi querida Brambilla


llamándola "asquerosa mestiza"!

— ¡Ni lo repitas, que reviento de coraje! ¡Ninguno de nuestros


compañeros magos es asqueroso! — protestó Giusy golpeando su puño
derecho sobre la palma de su mano izquierda. — ¡Y Mandrakus mucho
menos! ¡No sabes cómo me hubiera gustado romperles la cara de un
puñetazo a ese par de víboras!

— Chicos, por favor — les dijo Mandrakus con tono de resignación. —


No es sano que guarden rencores, recuerden lo que siempre les he
dicho: la violencia nunca generará nada bueno.

— Pero... — intervino Stella deseosa de conocer más a fondo aquella


incómoda cuestión. — ¿Por qué esas mascas odian tanto a las personas
que no son como ellas? ¡Es completamente absurdo!

— Bueno... — replicó Giusy — ... es algo demasiado complicado, pero


para que os podáis dar una idea trataré de explicaros lo mejor que
pueda. Si a Mandrakus no le importa, claro está.

El aludido le hizo una señal con la mano para invitarla a proseguir.

— Como ya os había dicho, las mascas son un grupo de brujas que


tienen enormes poderes y son inmortales. Ellas están muy orgullosas
de su noble estirpe mágica, tanto que nos consideran seres
infrahumanos a todos aquellos que no formamos parte de su
comunidad porque desde pequeñas las educan para que tengan
prejuicios en contra de aquellos que son ajenos a sus clanes.

— Es por eso que... — tomó la palabra Ferruccio — ...ellas solamente se


reproducen con los mascones, hombres que poseen sus mismas
facultades mágicas como transformarse en animales, vegetales u
objetos y sacar su espíritu del cuerpo para poder volar
inmaterialmente en el espacio.

— Sin embargo — agregó Giusy — por cada treinta bebés que llegan a
nacer en su comunidad solamente uno es varón y es por eso que sus
clanes son matriarcales y la única función de los pocos hombres que
hay es fecundar a las mujeres.

— En otras palabras... — volvió a interrumpir Ferruccio — los mascones


son pues... digámoslo así: unos zánganos.

— Y cuando una masca cumple los dieciséis años es dada en


matrimonio a un hombre mascone, que puede ya tener desde diez
hasta veinte esposas mascas, pero a ellas no les importa eso con tal de
mantener limpia su estirpe — siguió explicando Giusy.

— Bien, ahora viene la cuestión más dura — suspiró Ferruccio. — Hay


mascas que, a pesar de la estricta restricción de reproducirse
únicamente con mascones, se han enamorado de hombres ajenos a la
comunidad, se han casado con ellos y han engendrado hijos que las
otras mascas llaman "malditos mestizos."

— Así es — intervino Mandrakus después de haber permanecido en


silencio durante todo ese rato. — Tiempo atrás las mascas pensaban
que al mezclarse su sangre mágica con la sangre ajena las facultades
mágicas se perdían porque los mestizos no pueden usar sus poderes
hasta tener conocimiento de que los poseen, y una de las maneras en
que pueden saber que tienen magia es a través de la lechuza
Incantésima de la Facultad. Por eso es que ellas me guardan un
profundo odio, porque de no ser por mí, ningún mestizo sería
consciente de la existencia del poder mágico que guarda en su interior.

El viejo mago tomó aire y prosiguió.

— Pero el motivo principal por el que más me odian es porque mi


madre, que se llamaba Monna Tropea, era miembro de un clan de las
más poderosas y legendarias mascas y se enamoró del Fratello
Cagliostro Buonbarone, un hombre que no solamente era ajeno a la
comunidad sino que además era un Benandanti, las mascas han
mantenido una rivalidad ancestral con ellos porque los Benandanti
tienen el poder para controlar los poderes de la Madre Naturaleza y
ellas no, además de que siempre usan su magia en beneficio de los
demás y rompen los maleficios que las mascas lanzan sobre las tierras,
los animales y otras personas.

Los chicos escuchaban perplejos la historia con respecto a los orígenes


del buen Mandrakus, ya que ni siquiera Giusy y Ferruccio que habían
convivido con él muy de cerca conocían mucho acerca del pasado del
sabio hechicero.

— Y bueno... — volvió a pronunciar palabra el anciano — ... cuando una


masca se enamora de un hombre ajeno es repudiada y expulsada
inmediatamente de la comunidad y al abandonar su respectivo clan
pierde la inmortalidad para siempre.

— ¿Cómo es eso? — preguntó Stella.

— Hay dos maneras en que una masca puede dejar de ser inmortal: la
primera es que sienta que ya tuvo suficiente de su larga vida, los
cuerpos de las mascas no son inmunes a las enfermedades ni al
deterioro de la vejez, y para poder morir necesita ceder sus poderes
mágicos a otro ser viviente. Y la segunda forma es cuando se le
condena al destierro, como en el caso de mi madre.

Todos volvieron a quedarse sin palabras, únicamente se escuchaba el


soplo del viento entre las copas de los árboles. Mandrakus parecía
estar completamente sumido en sus propios pensamientos con una
expresión de tristeza dibujada en su viejo y cansado rostro.

— Bien muchachos, creo que ya hemos reposado lo suficiente.


Pongamos pies en marcha, todavía nos faltan algunos días para llegar
al Pantano de las Luciérnagas.

Durante el camino, Stella no pudo reprimir su curiosidad con respecto


al asunto de las mascas y siguió bombardeando con preguntas a Giusy
y a Ferruccio.

— Entonces ¿todos los estudiantes del Área de Magia de la Facultad son


hijos de mascas?

— No precisamente — le explicó Giusy — pero si deben tener como


mínimo una antepasada masca en su árbol genealógico, de otro modo
es imposible que hubieran nacido con facultades mágicas.

— Por ejemplo, el caso de mi Brambilla es curioso — intervino


Ferruccio — su bisabuela fue una masca, pero ni su abuela ni su madre
heredaron poderes mágicos, tampoco ninguno de sus once hermanos
mayores, solamente ella.

— Sí que es un caso muy peculiar — comentó Stella.


— Así es, es algo muy interesante y más porque todavía no se ha
comprendido bien del todo como funciona la herencia mágica, es
prácticamente un misterio — replicó Giusy.

Tal como Mandrakus había dicho, tardaron varios días en acercarse a


las orillas del Pantano de las Luciérnagas. Allí los vientos gélidos
cedieron repentinamente para transformarse en brisas salobres y
pegajosas. Como era prácticamente imposible caminar entre ciénagas y
arenas movedizas, Mandrakus derribó un árbol para transformarlo en
un pequeño bote que se impulsaba mágicamente y les ordenó que
subieran.

— Será mejor que crucemos las aguas pantanosas de este modo,


recuerden que este sitio está infestado de serpientes dipsa, cocodrilos
y otros animales peligrosos.

Se acomodaron todos en la barca a excepción de Cestín que, desde que


habían penetrado en los terrenos del pantano, se había mostrado muy
inquieto.

— ¡Ven acá! — le ordenó Ferruccio enérgicamente y Cestín se negó


rotundamente. — ¡Por eso te dije que te quedaras allá en el Palacio
Subterráneo con Glenda y Laureano y sin embargo te pegaste a mí
como una lapa, ahora obedéceme!

— Ferruccio, compréndelo — lo tranquilizó Giusy. — El ambiente de


este sitio no es precisamente muy reconfortante que digamos.

Al final, Cestín se resignó por completo y se sentó en el bote con los


demás.

El pantano era sombrío, los árboles y las plantas acuáticas eran tan
densos que no permitían pasar ni el más leve rayo de luz y al oscurecer
era aún más tenebroso todavía, lo único que se escuchaba era el croar
de un coro de sapos y la única iluminación provenía del montón de
luciérnagas que revoloteaban por doquier y eso los hizo sentirse un
poco más optimistas.

No obstante, cuando decidieron echar una cabezada y se acomodaron


en la superficie del bote de modo que todos pudieran acostarse y estar
cómodos, se escuchó un ruido fortísimo que sonaba como un gran
eructo y resonó haciendo eco por todo el ambiente. Ferruccio se puso
pálido como un fantasma y comenzó a temblar descontroladamente.
— ¡M... ma... ma... Marroooca!

— ¿Qué dices? — lo interrogó Giusy sin poder creer lo que estaba


escuchando.

— ¡E... es la Marroca! ¡Estoy seguro!

— ¡Ferruccio, la Marroca no existe, sólo es una leyenda! Seguramente


fue un sapo.

— ¡Los sapos no emiten semejantes sonidos! Además, yo ya he visto


antes a la Marroca con mis propios ojos.

— ¿En serio? ¿Dónde? ¡Por favor Ferruccio, no me tomes el pelo!

— ¡No te estoy tomando el pelo! El año pasado en la Facultad estaba


con Brambilla cerca de los baños, era muy tarde, todos estaban
dormidos y ella y yo fuimos pues... a...

— ¡Ferruccio! — lo interrumpió Giusy completamente exasperada. —


¡No me interesa conocer los detalles de lo que estabas haciendo con tu
Brambilla a altas horas de la noche, así que ve al grano!

— Bueno, mientras estábamos ahí juntos escuchamos ese mismo


sonido provenir del interior del baño de los chicos, nos asustamos
mucho y salimos corriendo. Después, estaba yo en uno de los retretes
haciendo mis necesidades y me llegó un terrible olor nauseabundo que
provenía del caño y entonces la vi... ahí estaba ese horrible bicho
asomando su cabeza.

— ¡No te creo!
— ¡Pues adelante, no me creas!

— ¡Hey, chicos! — interfirió el anciano. — Será mejor que dejen esta


vana discusión y traten de dormir un poco. Cuando naveguemos sobre
las aguas del Mar Lúcidum será más difícil descansar con el vaivén de
las olas.

— Mandrakus tiene razón — comentó Giusy. — Y en cuanto a tu


Marroca... — le dijo a Ferruccio — estoy segura de que no era más que
un sapo.

Ferruccio trató de tranquilizarse un poco y se acomodó en posición


fetal para reposar mientras que Stella no sabía qué pensar, a ella
también le había asustado ese ruido que se escuchó en el pantano y su
amigo podía estar en lo cierto, ahí en el reino se había topado con
diversas criaturas malévolas que antes creía que eran producto de la
fantasía y la imaginación de la gente crédula.

Al final, todos se olvidaron del asunto y durmieron profundamente


aunque los mosquitos no paraban de picotearlos por todo el cuerpo.
Stella habría dormido de corrido de no ser porque Lampo comenzó a
rugir en mitad de la noche. — ¿Qué sucede amigo? — le preguntó
totalmente despreocupada. El gigiátt tenía la mirada fija sobre la
superficie del agua, al parecer había algo ahí dentro que llamaba
mucho su atención.

Stella decidió asomarse por la borda, un olor putrefacto impregnó el


ambiente y le provocó nauseas. Los demás, que hasta ese entonces
dormían a pierna suelta, también se despertaron. - ¡Iugh! ¡Pero qué
peste! - exclamó Giusy tapándose la nariz con la mano. Stella insistía
tratando de encontrar aquello que había alarmado a Lampo sin ningún
resultado.

De repente, Ferruccio comenzó a sacudir a Giusy y a Stella por los


hombros. — ¡Mi... mi... miren! ¡Les dije que no mentía! — y señaló
detrás de él. Sobre el agua nadaba un repugnante animal con cuerpo de
babosa y cabeza de serpiente que trataba desesperadamente de subir al
bote. Los chicos gritaron con todas sus fuerzas y su instinto de
supervivencia los hizo ponerse en pie para huir. — ¡No hagan eso! — les
gritó Mandrakus. — ¡Siéntense!

El bote se volcó y todos cayeron dentro del agua oscura y cenagosa.


Mientras Mandrakus trataba de enderezarlo de nuevo, la Marroca se
dirigió hacia los tres chicos que se abrazaban unos a otros para tratar
de protegerse y mantenerse a flote. A pesar de sus grandes esfuerzos
por mantener al monstruo a raya, la criatura logró encajar una
mordida a Ferruccio en su hombro izquierdo, éste emitió un fuerte
chillido por el dolor, Giusy quiso ayudarlo pero ahí en el agua poco
podía hacer.

En cambio, Cestín chapoteó enfurecido y se dirigió hacia la Marroca


hecho una fiera, comenzó a patearla frenéticamente por todos lados
aunque no lograba hacerle mucho daño. Stella le ordenó a Lampo, que
se empeñaba en llevarla sobre su lomo, que fuera a llevar refuerzos al
pobre de Cestín.

Mandrakus, que ya había logrado enderezar el bote otra vez, les ayudó
a subir mientras Lampo y Cestín seguían dándole pelea a la Marroca.
Cestín logró atraparla con sus dos patas y el felino le hincó todos los
dientes en la cabeza. El cuerpo de la Marroca se contorsionó por unos
instantes hasta que murió, Lampo y Cestín dejaron que su cuerpo se
hundiera en el agua y nadaron hacia el bote para reunirse con los
demás.

— ¡Si que eres valiente! ¿Eh? — exclamó Ferruccio a Cestín al mismo


tiempo que Giusy le desinfectaba y le curaba la herida con sus fórmulas
especiales que llevaba siempre consigo.

— ¡Y tú también fuiste muy valeroso! — le dijo a Stella a Lampo


mientras le rascaba detrás de las orejas.

— Yo... este... — balbuceó Giusy completamente avergonzada —


lamento haber dudado de tu palabra, si te hubiera creído habríamos
montado guardia para no dejar que esa bestia nos atacara por sorpresa
y esto no habría sucedido — le dijo a Ferruccio mientras le vendaba el
hombro. — Aunque tuviste suerte de que la Marroca no fuera
venenosa, igual va a dolerte mucho la herida en lo que te recuperas.

— No te preocupes por eso Giusy — replicó Ferruccio con las mejillas


tremendamente coloradas. — Gracias por ayudarme.

— De... de nada.

Minutos después, el cansancio los venció y se acurrucaron juntos en un


extremo del bote, Giusy sin querer reposó la cabeza sobre el regazo de
Ferruccio y cayó profundamente dormida. Stella y Mandrakus
intercambiaron guiños de complicidad al contemplarlos y también se
dispusieron a disfrutar de un merecido descanso.
Capítulo 17
Dos cuervos llevaban un par de días volando sin descanso desde las
montañas de la Cordillera Sur atravesando la mayor parte del reino
con un solo objetivo en mente: llegar a la cordillera opuesta. Cuando
avistaron las torres del Castillo Real entre el espeso manto de niebla
que lo cubría casi todo, decidieron aterrizar en un terreno llano y
despejado, se cercioraron de que no hubiera ningún alma por los
alrededores, y con la seguridad que les proporcionaba la espesa niebla,
adoptaron su verdadera forma.

Las aves se transformaron dando lugar a dos mujeres con elegantes


vestidos y porte altanero, ninguna pronunció palabra, únicamente se
miraban la una a la otra con indecisión hasta que la más joven se
atrevió a romper el absoluto silencio formulando una pregunta que
desde hacía varios días no cesaba de darle vueltas en la cabeza.

— ¿Crees que esto sea una buena idea, madre?

— ¡Por supuesto que sí! — contestó la otra con total seguridad. — A


nuestra Excelencia le conviene escuchar lo que tenemos que decirle.

— ¿Y piensas que querrá recibirnos?

— Lo hará — volvió a aseverar la otra mujer. — Ahora debemos retomar


el vuelo, ya casi estamos cerca.

Dicho esto, ambas volvieron a transformarse en cuervos y batieron sus


alas para elevarse de nuevo en las alturas.
Al acercarse al castillo adquirieron nuevamente su forma humana, uno
de los centinelas que custodiaban el puente levadizo les ordenó desde
su puesto de guardia con voz firme y sonora. — ¡Identifíquense!

La mujer mayor dio un paso al frente. — Como puede ver, somos dos
honorables mascas, hemos viajado desde las montañas del Sur para
entrevistarnos con vuestra Excelencia.

El soldado las escudriñó atentamente con sus ojos ambarinos y agachó


los hombros en señal de desconcierto. — Bien, mandaré anunciar al rey
que están aquí. Él decidirá si las recibe o no — y entonces le indicó a
otro de sus compañeros que entrara al castillo.

Las mascas esperaron pacientemente con los brazos cruzados.

— No creo que nos reciba — dijo la que solía desconfiar.

— Ya veremos — le respondió su progenitora con toda serenidad.

No había pasado mucho tiempo cuando regresó el guardia, susurró


algo a su colega al oído, este asintió y entre los dos comenzaron a
maniobrar la polea para así poder bajar el puente levadizo. Las dos
mujeres no necesitaron preguntar nada, Lázarus había decidido
recibirlas, cuando el puente estuvo disponible lo cruzaron echando los
hombros hacia atrás y caminando con la espalda erguida, los guardias
les dirigieron una ceremoniosa reverencia a su paso y las escoltaron al
interior.

Lázarus se encontraba sentado en la sala del trono cavilando sobre sus


extrañas y poco frecuentes visitantes, cuando éstas entraron en la sala,
sus ojos se abrieron al máximo por el asombro.

— ¡Monna Dora, Monna Russella! ¡Vaya sorpresa!

— Salve, vuestra Excelencia. Espero que os encontréis bien — lo saludó


cordialmente Monna Dora.

— Bastante bien ¿y a qué debo el honor de vuestra visita? Ciertamente,


habéis venido desde muy lejos.

— Bueno, vos sabéis que para nosotras los viajes largos no son un
problema — replicó Monna Dora con orgullo.

— Ya lo creo — respondió Lázarus con su acostumbrada expresión


socarrona.

— Hemos decidido venir a visitaros por una buena razón y os


agradecemos mucho que hayáis tenido la bondad de recibirnos — dijo
Monna Russella.

— Es que, como comprenderéis, no suelo tener el honor de que me


visite alguna mujer de vuestra comunidad y debo confesar que muero
de curiosidad por saber qué os ha traído a mi humilde castillo.

— Venimos a haceros una petición muy especial... — respondió Monna


Dora — ... una petición que creemos os será imposible de rechazar.

— Hmm... ¿Y de qué se trata?

— Aunque supongo que ya lo debéis saber muy bien, la despreciable


hija de Cinzia y vuestro primo Romeus está aquí nuevamente en el
reino.

— Por supuesto que lo sé — masculló Lázarus haciendo una mueca de


exasperación. — Pero continuad.

— La desdichada ha estado paseándose cerca de nuestro territorio


junto con ese anciano hechicero cuyo nombre preferimos no
mencionar.

— Ah, qué interesante.

— Como vos bien sabéis Excelencia, si hay algo que nosotras las mascas
despreciamos profundamente con todas nuestras entrañas son a todos
los mestizos como él.

— ¿Y qué es lo que deseáis que yo haga? ¿Que mate a Mandrakus? ¡Es


imposible! Está protegido por la magia y la inmortalidad que ha
obtenido por medio del elixir de la vida, de lo contrario ya habría
acabado con él desde hace muchos años.

— No, no es eso lo que queremos pediros, pero estáis muy cerca.

— Bien, decidme ¿de qué se trata?

— De los malditos mestizos que estudian en la Facultad de las Tres


Lechuzas.

Al oír eso, Lázarus frunció el ceño. — Lo lamento mucho, pero me temo


que no puedo ayudaros. Juré que jamás en mi vida pondría un pie en la
Facultad mientras Mandrakus esté ahí, además es un sitio que no me es
grato en absoluto.

— Lo entendemos perfectamente, pero ahora Mandrakus no está ahí —


comentó atinadamente Monna Russella — se encuentra viajando con
esos tres insignificantes jovenzuelos.

— Buena observación, querida hija — la felicitó su madre.

— ¿Y qué ganaría yo con concederos vuestra petición? — inquirió


Lázarus no muy convencido.

— ¡Oh, Excelencia! Nosotras las mascas nunca pedimos un favor sin


ofrecer nada a cambio — enseguida, Monna Dora realizó una serie de
extraños movimientos con sus manos e hizo aparecer una magnífica
espada envainada. — Hemos traído este obsequio exclusivamente para
vos — y le alargó la espada haciendo una prolongada reverencia. — Por
favor, tened la bondad de examinarla.

Lázarus desenvainó la espada y la hizo girar en todas direcciones para


observarla detenidamente. — Está muy bien equilibrada y además está
hecha de...

— Hierro del reino de Terrafuoco — corroboró Monna Dora. — No será


de plata alquímica como aquella que ansiáis tener en vuestras manos,
pero también está imbuida de los poderes mágicos de las mascas.

— Debo admitir que es una oferta muy tentadora — murmuró Lázarus


más para sí que para ellas. — Dejadme pensarlo un momento por...

— ¡Querido, por favor! ¡No lo pienses tanto! — lo interrumpió la voz de


su mujer, Donnarella apareció repentinamente detrás de los cortinajes
negros que colgaban detrás de la sala. — Sin duda es un magnífico
obsequio, acéptalo y cumple la petición de estas gentiles damas, sea
cual sea.

Al ver que su marido aún estaba indeciso, prosiguió. — Querido, si


quieres permanecer sentado en este trono necesitarás una buena
estrategia para impedir que la mocosa hija de Romeus te lo quite y
tener una poderosa arma en tus manos sería muy útil. Piénsalo.

— Vuestra esposa es muy inteligente, Excelencia, haríais bien en


escucharla — le aconsejó Monna Dora astutamente.

Donnarella esbozó una enorme sonrisa de satisfacción, pues sabía que


aquello era un cumplido que una masca rara vez hacía a una persona
que no fuera de su comunidad.

Lázarus seguía pensativo sin poder dejar de acariciar la hermosa


empuñadura de aquella magnífica espada. Monna Dora y Monna
Russella aguardaban expectantes. Donnarella lo miraba arqueando
maliciosamente sus delgadas cejas. Tenía que tomar una decisión sí o
sí. — Y bien... — masculló dirigiéndose a las mascas — ¿Cuál es vuestra
petición?
Capítulo 18
Despertaron en cuanto los primeros rayos del Sol se reflejaron sobre
sus rostros, habían dejado atrás las tenebrosas sombras del Pantano de
las Luciérnagas y ahora la barca se encontraba navegando
plácidamente por el Mar Lúcidum cuyas cálidas aguas destellaban bajo
la luz como si miles de diamantes blancos flotaran sobre ellas.

— Debemos estar muy cerca de la Bahía de las Sirenas ¿no es cierto? —


preguntó Giusy frotándose los ojos para tratar de protegerlos y adaptar
poco a poco su vista a la intensa luz solar.

— Definitivamente nos encontramos bastante cerca, pero no lo


suficiente como para toparnos con alguna sirena — le respondió
Mandrakus mirando fijamente hacia el horizonte.

— ¡Pues es una lástima! — se lamentó Ferruccio. — Me habría gustado


mucho poder ver a una de ellas aunque sea por un instante, así podría
quitarme el mal sabor de boca por lo que sucedió en el pantano. Por
otro lado, también deseo que lleguemos lo más pronto posible y sin
ningún contratiempo a la Isla Luminata, no me agrada mucho la idea
de que estemos aquí solos en medio del océano.

— ¡Tú siempre con tus tonterías! ¡Anda, déjame echarle un vistazo a tu


hombro! — le ordenó Giusy y Ferruccio la dejó retirar los vendajes que
lo cubrían para que pudiera examinarlo. — Hmm, pues todavía no tiene
buena pinta, pero ha mejorado considerablemente — y le aplicó un
ungüento especial para el dolor y después le cambió las vendas.
Por otro lado, Stella estaba completamente ensimismada. Disfrutaba
como nunca de estar ahí navegando sobre el agua salada, ya que
cuando vivía en el orfanato nunca había tenido la oportunidad de ir a
la playa y conocer el mar. Inhalaba y exhalaba lentamente sintiendo
como la brisa marina iba llenando sus pulmones de aire y renovaba su
energía, hasta que una exclamación de Giusy la sacó de su ensoñación.

— ¡Miren, tenemos compañía! — gritó emocionada para que todos los


demás se volvieran a observar en derredor.

Un grupo numeroso de delfines de color azul nadaban contentos


alrededor del bote, algunos estaban tan emocionados que al saltar
daban un giro completo en el aire y caían de nuevo al agua empapando
a todos los que iban a bordo. Los cuatro amigos los contemplaban
felices y risueños, hasta Lampo se animó a saltar al agua para ir a
chapotear un poco junto a ellos.

Pero el gozo y la tranquilidad duraron muy poco, de repente, los


delfines azules comenzaron a alejarse del bote a una velocidad
tremenda y desaparecieron repentinamente como si algo o alguien los
hubiera asustado.

— ¿Y ahora? — preguntó Ferruccio totalmente extrañado. — ¿A dónde


se han ido todos?

— Sí, es muy raro ¿Qué habrá ocurrido? ¿Los habremos molestado? —


comentó Giusy tratando de encontrar una respuesta al extraño
comportamiento de los delfines.

Repentinamente, el aire se impregnó de un insoportable tufo


nauseabundo que les provocó arcadas.

— ¡Por el amor del Padre Cosmos! — exclamó Stella. — ¡Esta peste es


peor que la de la Marroca del pantano!

— ¡Ni la mencionéis! — gritó Ferruccio. — ¡No quiero volver a ver otro


bicho de esos nunca más en toda mi vida o jamás podré sacarlos de mis
pesadillas!

— Pues bien... — interfirió Mandrakus — al parecer no se trata de otra


Marroca, probablemente se trate de algo todavía peor — y les hizo
señas para que asomaran las cabezas fuera del bote.

Una silueta oscura y de un tamaño descomunal se perfilaba por debajo


de las profundas aguas e hizo que a todos se les pusieran los pelos de
punta.

— ¿Qué... qué e... es eso? — preguntó Stella bastante inquieta y como


respuesta a su pregunta, un grueso y viscoso tentáculo de color gris
oscuro que medía varios metros de longitud, salió a la superficie y
golpeó la barca con todas sus fuerzas haciendo que todos los
tripulantes cayeran al mar.

Giusy, que era la mejor nadadora de los cuatro, fue la primera en lograr
salir a flote junto con Ferruccio y Stella que hacían grandes esfuerzos
para no dejarse arrastrar por el oleaje mientras ella los sujetaba con
sus dos brazos. Cuando terminó de escupir toda el agua salada que
había tragado, les advirtió a los demás. — ¡Es el pulpo Ozena! ¡Cómo no
se me pasó antes por la cabeza!

Nadie alcanzó a preguntar ni a opinar nada al respecto porque el pulpo


gigante volvió enseguida al ataque y los envolvió a cada uno de ellos
con sus poderosos tentáculos y los arrastró consigo hacia el fondo.

Stella trató con todas sus fuerzas de soltarse y escapar pero fue
totalmente inútil, el pulpo la tenía completamente aprisionada, y
mientras más resistencia oponía la estrujaba aún más fuerte y decidió
que lo mejor era rendirse. No tenía caso seguir luchando, el tentáculo
apretaba tanto su cuerpo que su columna vertebral podía quebrarse en
cualquier momento.

Los otros tampoco lo estaban pasando mejor que ella, Ferruccio ya


estaba inconsciente, Giusy pataleaba inútilmente y Mandrakus
golpeaba al pulpo con su báculo y le lanzaba rayos azules, pero al
Ozena parecían no hacerle ni cosquillas. Estaban perdidos, ese sería su
fin, morirían ahí, el océano sería su sepulcro.

Toda la vida de Stella comenzó a pasar rápidamente frente a sus ojos:


vio escenas de cuando era niña en el orfanato, Oriana golpeándola a
puñetazos, a la vieja Beatrice cuando la castigó mandándola a la cama
sin cenar por haber derramado toda la leche, el momento en que vio
por primera vez a Mandrakus, a Giusy y a Ferruccio, los soldados de
Lázarus que la persiguieron por todo el mercado y a los podencos
negros que corrían velozmente para tratar de alcanzarla, Glenda en el
Palacio Subterráneo confeccionándole un vestido, la caverna de
Estéfanos el Nigromante decorada con huesos humanos, Lampo
luchando con el dragón Tarantasio en el Río Uscita, los gnefros de la
Pradera Stellata planteando su acertijo, las Tres Hadas en el Bosque de
los Sauces Danzantes cantando...

De repente todo se volvió completamente negro, tenía la sensación de


que se encontraba flotando en medio de la nada. — "Si estoy muerta..."
— pensó —"... entonces la muerte no es tan mala"— y un coro de
hermosas voces femeninas comenzó a resonar en su subconsciente:

Los animalitos que viven en el mar

Ninguno descansa igual

Cuando hay que ir...

Ir a dormir...

El pulpo sus tentáculos aflojará

Y a todas sus presas él soltará

Cuando hay que ir...

Ir a dormir...
Después de un momento, que a Stella le pareció una eternidad,
comenzó a abrir poco a poco los ojos y la resolana hizo que los cerrara
de golpe nuevamente, ya no estaba en el fondo del mar pero no tenía la
más mínima idea de dónde se encontraba ni que había sido de los
demás, pero una cosa era segura: no había muerto, estaba viva y
coleando.

El rostro de una bellísima chica que tenía los ojos de un verde intenso,
el cabello rubio, ondulado y sedoso sobre el que portaba una corona
hecha de algas marinas y adornada con conchas y perlas apareció en su
borroso campo de visión, le tomó el pulso y se inclinó sobre su pecho
para escuchar los latidos de su corazón.

— ¡Carmina, Brunella! ¡Ella también está viva! — gritó emocionada.

— ¡Bendito sea el Padre Cosmos! — respondió otra voz femenina que le


era desconocida. — Un poco más y hubiera perecido ahogada, menos
mal que pudimos sacarla a tiempo. — Entonces se acercó otra
muchacha de largo cabello rojo y ojos azules que le preguntó a la chica
rubia. — ¿Cómo se encuentra? Sus otros compañeros también se
salvaron por los pelos.

Stella se incorporó lentamente para ver lo que sucedía a su alrededor y


no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos: estaba tendida sobre una
escollera donde se rompía el oleaje del mar, Mandrakus, Ferruccio,
Giusy, Lampo y Cestín también estaban recostados sobre las rocas
mientras otra hermosa doncella de cabello negro los examinaba; pero
lo que más le llamó la atención era que andaba con el torso desnudo y
en lugar de piernas tenía una brillante y plateada cola de pez.

— ¡Son sirenas! — exclamó con total perplejidad.

Giusy se levantó y se volvió hacia ella abriendo los ojos como platos. —
¡Oigan! ¡Su Alteza también ha sobrevivido! — les dijo completamente
entusiasmada a los demás. Lampo corrió y se abalanzó sobre Stella,
Cestín se puso a brincar en círculos a su alrededor y Mandrakus se
puso en pie apoyándose con el báculo para reunirse con ellos.
Ferruccio en cambio no se inmutó, estaba totalmente absorto
coqueteando con la sirena morena mientras la contemplaba con los
ojos entornados.

— ¡Hey, zoquete! — le gritó Giusy bastante disgustada. — ¿No me has


oído? ¡La princesa se encuentra bien!

— ¿Qué, qué dices? — le preguntó Ferruccio, puesto que seguía


completamente embobado sin prestar atención a nada.

Giusy lo tomó del brazo y lo jaló bruscamente para así obligarlo a


levantarse.

— ¡Oye, ten más cuidado! ¡Este es mi brazo lastimado!

— Me alegra que estéis bien, Alteza — le dijo Mandrakus a Stella al


mismo tiempo que la ayudaba a ponerse en pie.

— ¿Qué fue lo que sucedió exactamente? — preguntó ella para no


perder la costumbre. — ¿Dónde estamos? ¿Cómo fue que nos salvamos
del pulpo gigante?

— Estamos en la Bahía de las Sirenas — le informó Mandrakus. — Y de


no ser por estas chicas acuáticas no estaríamos aquí para contarlo.

— ¡Oh, sí! — comenzó a explicar la sirena de cabello dorado. — Sólo hay


dos modos para poder escapar de los tentáculos del Ozena: uno es de
ellos es que el rey Romeus le corte uno con su espada, lo cual ya no es
posible, o cantarle una canción de cuna para que se duerma y te suelte.

— Y así fue como todos ustedes pudieron ser rescatados — agregó la


otra sirena pelirroja. — Por cierto, mi nombre es Carmina y ella es
Biondina — dijo al mismo tiempo que señalaba a la sirena rubia — y
nuestra otra compañera es Brunella.

— Estaremos eternamente agradecidos con ustedes por salvarnos la


vida — les dijo Stella mientras les dirigía una reverencia en señal de
agradecimiento.

— No hay de que. Ahora, mi consejo es que no naveguen por esta zona,


es muy peligrosa — les advirtió Biondina agitando enérgicamente su
dedo índice. — El Ozena ataca a los marineros y a los bañistas que
suelen alejarse demasiado de la orilla, los lleva a las profundidades y
los ahoga.

— Lo siento, pero... — se excusó Giusy — ... me temo que no podemos


alejarnos del mar, necesitamos llegar a la Isla Luminata lo más pronto
que podamos.

— ¿Pero cómo haremos ahora? — inquirió Stella. — Ya no tenemos el


bote, el pulpo lo hizo pedazos.

— Si tienen que ir a la isla y no cuentan con un medio de transporte


adecuado — dijo Carmina — nosotras podríamos echarles una mano
con eso. — Y entonces, emitió un sonido muy similar a un chillido y
acto seguido, surgió del fondo del mar una caracola del tamaño de un
navío pequeño que era tirada por una docena de delfines azules.

Las tres sirenas los ayudaron a subir, y antes de dejarlos partir, les
dieron algunas indicaciones. — Si vuelven a ver al pulpo Ozena,
cántenle una canción de cuna y se adormecerá.

— No hay problema — replicó Giusy mientras sacaba su mandolina que


había llevado guardada en el interior de Cestín durante casi todo el
viaje. — Conozco muchas lindas melodías que lo arrullarán en un
santiamén.

— Mientras sólo te limites a tocar y no te pongas a cantar con tu voz


que parece un chillido de rata atrapada en una ratonera, todo irá bien
— le dijo Ferruccio como no queriendo que ella escuchara.

— ¡¿Qué has dicho?! — le gritó Giusy y Ferruccio la ignoró volviéndose


hacia Brunella. — Espero que pronto volvamos a vernos — y se despidió
de ella guiñándole un ojo y agitando las manos mientras las sirenas se
sumergían en el agua para volver a vigilar su bahía.

Cuando todos se hubieron relajado y acomodado a lo largo de toda la


caracola, Stella le dijo a Ferruccio. — Recuerdo la primera noche en el
Palacio Subterráneo cuando dijiste que mi padre le había cortado un
tentáculo a ese pulpo que nos atacó.

— Sí — confirmó su amigo — la verdad no conozco esa historia a fondo,


pero Mandrakus podría contárnosla completa.

Todos volvieron su vista hacia el anciano y lo miraban expectantes y él


prosiguió con el relato. — Fue hace varios años, cuando el rey Romeus
y la reina Cinzia estaban recién casados decidieron ir a pasar su luna de
miel a la Isla Luminata, pero el barco en que viajaban fue atacado por
el Ozena y entre las personas que logró capturar estaba la reina y por
eso el rey saltó al agua con su espada Potentiam y le cortó la mitad del
tentáculo para que así pudiera soltarla a ella y a los demás,
definitivamente aquel fue uno de sus actos más heroicos y más
rememorados por el reino. Aunque circulan diferentes versiones de ese
acontecimiento, sólo yo conozco la historia original con todos sus
detalles.

En cuanto Mandrakus terminó de hablar, todos permanecieron en


completo silencio y durmieron un poco turnándose para montar
guardia por si acaso el pulpo volvía a asomarse por la superficie,
mientras tanto, los delfines seguían tirando de la caracola para
llevarlos a su próximo destino.
Capítulo 19
Había caído el atardecer cuando por fin llegaron a la famosa y rocosa
Isla Luminata que estaba rodeada de clarísimas aguas de color azul
turquesa en las que se podían ver perfectamente montones de bancos
conformados por diversos pececillos de diseños y colores llamativos
que nadaban armoniosamente entre los arrecifes de coral. En cuanto el
grupo desembarcó, los delfines azules dieron la media vuelta para
retornar a la Bahía de las Sirenas y se despidieron de sus pasajeros
lanzando chillidos de felicidad.

— Parece que nos desean buena suerte — comentó Stella mientras se


despedía de ellos agitando las manos en el aire.

— Será mejor que nos alejemos de la orilla y nos pongamos a cubierto


— les advirtió Mandrakus. — Esta isla es un terreno casi inexplorado
aún para un viejo como yo, así que lo más aconsejable es que tomemos
medidas de seguridad.

— ¡Pues esta isla es fantástica! — exclamó Giusy. — Ahora entiendo


porque los reyes la eligieron para realizar su viaje de bodas.

— Sí, pero este sitio da la impresión de estar casi desierto. No parece


que haya aldeas ni poblados por aquí — comentó Ferruccio que se
había recargado bajo un olivo junto con Cestín para descansar un poco.

— En parte eso podría ser una buena señal, ya que es muy poco
probable que Lázarus haya mandando soldados a custodiar la isla —
puntualizó Mandrakus.

— Pero ¿Qué es lo que haremos aquí? ¿A dónde iremos? — preguntó


Stella que trataba desesperadamente de atar cabos para entender por
qué su padre le había indicado que fuera hasta ese lugar tan recóndito,
nada parecía tener sentido.

— Creo que por ahora lo que deberíamos hacer es buscar un buen sitio
para pasar la noche, ya mañana pensaremos con calma lo que haremos
después — sugirió Giusy y los demás le dieron la razón.

Caminaron en dirección hacia el norte por más de una hora sin toparse
con nadie más hasta que se agotaron y decidieron sentarse a reposar a
los pies de una palmera que crecía solitaria, Mandrakus hizo caer
varios cocos con su magia para que pudieran refrescarse con el agua.
En cuanto sintieron que sus energías se habían renovado siguieron su
camino, y al tratar de ascender por una escarpada, avistaron una
humareda que subía desde lo alto de un acantilado.

— ¡Humo! — exclamó Ferruccio señalando hacia arriba. — ¡Eso quiere


decir que no estamos solos aquí!

— Así es, pero también significa que debemos de ser aún más
precavidos — le reconvino Giusy. — Podríamos toparnos con personas
non gratas.

— Yo pienso que deberíamos subir con cautela para ver quién está ahí
— sugirió Stella — sólo así saldríamos de dudas.

— Hmm, pues yo no creo que sea prudente — respondió Giusy. —


Deberíamos ir en dirección contraria y alejarnos de esta área.

— Es lo más razonable — masculló Mandrakus. — Aunque por otro lado,


si nos topamos con algún buen lugareño, podría sernos de mucha
ayuda para orientarnos por la isla.

— Opino que sometamos la decisión a votación — propuso Ferruccio. —


Los que quieran dar la media vuelta que levanten la mano... — Sólo
Giusy lo hizo.

— Bien, ahora los que quieran ir hacia allá... — Stella y Mandrakus


alzaron la mano, hasta Lampo levantó una de sus patas delanteras y
Cestín estiró su pierna derecha.

— Ya está democráticamente decidido, subiremos a averiguar quién


está ahí arriba ¡Andando! — les ordenó Mandrakus y Giusy se puso en
movimiento a regañadientes.

Subieron por un empinado sendero agazapándose y ocultándose detrás


de los peñascos que abundaban por la zona y al llegar a la parte más
alta encontraron una pequeña choza hecha de leño en forma de medio
círculo con dos ventanas redondas en el frente, también había un
camino serpenteante hecho de piedras y conchas marinas que
conducía a la puerta de entrada y un tenderete que colgaba entre dos
frondosos árboles atiborrado de pequeñas prendas de ropa.

El humo provenía de la parte trasera de la casita, alguien había


encendido un fuego para asar, pero la vara de hierro donde debía estar
cociéndose la carne, estaba vacía. De pronto, se hizo escuchar un
gemido lastimero y una vocecilla chillona que se lamentaba. — ¡Otra
vez no! ¡Otra vez no! ¡Oh, pobre de Giufino, mamá lo matará! ¡Mamá lo
matará!

Los cuatro se acercaron sigilosamente para ver quién estaba ahí


llorando. Sentado bajo un arbusto estaba un diminuto niño con las
características físicas inconfundibles de los folletti tummá: cabello lacio
y negro, piel cetrina, orejas puntiagudas, los ojos ligeramente rasgados
y una prominente nariz afilada; usaba una camisa blanca de manga
larga, un pantalón pesquero de color azul con un solo tirador, un gorro
puntiagudo de color rojo y andaba descalzo. El pequeño no paraba de
sollozar y abrazarse a sus rodillas para tratar de sosegarse un poco. —
¡Esto te pasa por tonto! ¡Por tonto! ¡Es lo que me dirá cuando vuelva!
Como aquel chiquillo parecía ser inofensivo, decidieron presentarse
frente a él.

— ¿Eh, disculpa? No queremos molestarte ni hacerte daño...


¿podríamos hablar un momento contigo? — le dijo Stella tratando de
sonar lo más pacífica y amigable posible.

El chico levantó su rostro para ver a sus interlocutores y se sorprendió


en gran manera. — ¡Un grupo de forasteros quiere hablar con Giufino!
Hace mucho tiempo que ningún extranjero quiere hablar con él.

— Oh, lo lamento... espero que no te causemos problemas, sucede que


tuvimos que venir aquí a tu isla y estamos buscando un lugar donde
poder pasar seguros la noche. A propósito, mi nombre es Stella
Mordano y ellos son mis amigos: el mago Mandrakus, Ferruccio y
Giusy.

— ¡Sois la hija del gran rey Romeus y la bondadosa reina Cinzia de


Terraluce! — exclamó el niño dejando de llorar repentinamente. —
Giufino los recuerda muy bien, ellos fueron muy buenos con él, sepan
que casi nadie es bueno con Giufino, todos lo tratan como un tonto y se
burlan de él.

— Pues... yo no pienso que seas un tonto, en absoluto... eh ¿te llamas


Giufino, verdad? — le preguntó Stella y él asintió con la cabeza.

— ¿Sabes Giufino? ¡Yo creo que eres un chico muy especial! — comentó
Giusy para tratar de subirle la moral.

— Díganselo a su madre cuando regrese, se enfadará mucho cuando se


de cuenta de que otra vez le han vuelto a robar el pollo a su hijo
mientras lo estaba preparando para asarlo — y volvió a echarse a llorar
amargamente.

— ¿Pero quién ha sido capaz de robarte? — lo interrogó Ferruccio. —


¿Es que hay alguien además de tu madre y tú en esta isla?
— ¿Serían soldados de Lázarus? — inquirió Giusy bastante preocupada.

— ¡Ah no! Guardianes del malévolo Lázarus, no — respondió Giufino


poniéndose de pie. — Pero en esta isla hay ladrones, malandros y
tunantes que estafan y roban al pobre de Giufino. Verán, ya le han
hurtado una olla, un cerdo, un burro, una gallina, un pavo y un pollo
¡Él no puede hacer nada para evitarlo porque es un completo inútil!

— No te pongas triste muchachito — le dijo Mandrakus al mismo


tiempo que le daba unas palmaditas en la espalda para reconfortarlo.
— No es culpa tuya en absoluto que haya personas malvadas y
deshonestas que se aprovechen de tu inocencia.

— ¡Pero si Giufino no fuera tan ingenuo y descuidado no tendríamos


tantos problemas! — masculló una diminuta mujer tummá de cabello
gris recogido en dos trenzas que iba vestida con una sencilla blusa
blanca con las mangas enrolladas hasta los codos, un vestido color vino
de tirantes decorado con un bonito bordado de flores en la orilla de su
falda, un delantal blanco con encaje y un gorro puntiagudo similar al
de Giufino también de color rojo.

— Ah... este... hola mamá — la saludó su hijo bastante nervioso y


asustado. — Yo, es que... lo siento mucho, pero...

— ¡No me digas! — lo interrumpió su madre. — ¿Otra vez volvieron a


robarte la cena de esta noche?

Giufino asintió lentamente con la cabeza y se agachó preparándose


para la dura reprimenda que iba a recibir.

— ¡¿Es que siempre va a ser lo mismo contigo?! — vociferó la mujercilla


estrujando su delantal ansiosamente. — ¡Si al menos fueras capaz de
elaborar una buena trampa para ladrones esto no ocurriría tan a
menudo!

— ¡Mamá por favor, tenemos visitantes! — le dijo Giufino para tratar de


calmarla.
— ¿Qué tal señora, eh..? — se apresuró Mandrakus a saludarla aunque
aún no conocía cuál era su nombre.

— Pulcinella... me llamo Pulcinella y soy la madre de este muchachito


atolondrado que al parecer ustedes ya conocen.

— Es un gusto conocerle señora Pulcinella, mi nombre es Mandrakus y


voy viajando con mis queridos acompañantes: Giusy, Ferruccio y la
princesa Stella. Esperamos no causarle molestias con nuestra
presencia.

— ¡Oh, por supuesto que no! No se preocupen—- le dijo con un tono


más amable. — Les invitaría a cenar con nosotros, pero no tengo gran
cosa que ofrecerles, me temo que únicamente quedaron puras patatas
cocidas.

— ¡Por mí no hay problema, me encantan las patatas cocidas! Siempre


y cuando les ponga un poco de pimienta claro está — exclamó
Ferruccio con entusiasmo.

— ¡Ferruccio, contrólate! — lo regañó Giusy entre dientes.

Al oscurecer todos se sentaron formando una media luna alrededor del


fuego de Giufino para no desaprovecharlo y así compartir todos juntos
la cena. Mandrakus no dejó pasar la ocasión para hacer preguntas a los
dos anfitriones. — Entonces ¿los homúnculos de Lázarus jamás han
puesto un pie en este sitio?

— No, para nada. De hecho... — replicó Pulcinella — ... han llegado


algunas personas de Terraluce a la isla buscando refugio.

— Sí — agregó Giufino con voz acongojada. — Y algunos de ellos son los


ladrones que siempre le roban todo a este humilde tummá.

— La verdad es que como mi hijo y yo vivimos completamente aislados


no tenemos ni la más mínima idea de qué es lo que ocurre exactamente
en el reino, pero por lo poco que hemos oído sabemos que el régimen
de ese Lázarus es realmente terrible.

— Lo único que a los terraluceses les da fuerzas para seguir adelante es


que la legítima heredera a la corona quite a ese tirano impostor del
trono — comentó Giufino embelesado. Stella no supo que decirle.

Después de un largo e incómodo silencio, el niño cambió bruscamente


el tema. — Los forasteros deben estar muy agotados, les hospedaríamos
en nuestra humilde morada pero temo que no hay suficiente espacio
para todos nosotros.

— No te preocupes, pequeño amigo — lo tranquilizó Ferruccio. —


nosotros podemos acampar aquí afuera.

Montaron la tienda atrás de la choza, casi a la orilla del acantilado


donde el viento soplaba suavemente sobre el océano. Cuando todos
habían conciliado ya el sueño, Stella aún daba tumbos dentro de su
saco de dormir mientras pensaba en el gran peso que cargaba sobre sus
hombros, todo el reino de Terraluce tenía puesta su última esperanza
en ella y eso la hizo sentirse completamente frustrada e impotente.
Necesitaba desesperadamente un consejo, alguien a quién poder
preguntar y que le ofreciera respuestas satisfactorias.

Siguió pensando en cómo enfrentar su responsabilidad hasta que el


cansancio la venció y cayó profundamente dormida, comenzó a soñar
cosas sin sentido y en medio de su sueño unas voces viperinas
empezaron a llamarla — ¡Venid aquí! — Trató de ignorarlas y seguir
durmiendo pero le fue imposible porque seguían llamándola cada vez
con más insistencia.

Stella salió de la tienda y trató de ubicar de dónde provenían las voces


que cada vez siseaban más bajo. Se dijo a sí misma que era insensato y
peligroso seguirlas y que lo mejor era dar la media vuelta para volver a
la comodidad de su saco de dormir. Como si pudieran adivinarle el
pensamiento, las voces le dijeron. — No tenéis nada que temer, sabemos
que tenéis muchas preguntas que hacer y nosotras tenemos muchas
respuestas que daros ¡Vamos, venid!

Escuchar eso solamente provocó que se asustara y se confundiera aún


más, pero lo cierto era que sólo tenía dos opciones para elegir: ignorar
las voces o acudir de una vez por todas a su insistente llamado.
Capítulo 20
Stella decidió armarse de valor y siguió avanzando mientras trataba de
orientarse en la oscuridad, le pareció que las voces provenían desde
abajo del acantilado y descendió con mucha cautela por el angosto
camino que había tomado anteriormente para subir a la casita de
Giufino. En cuanto sus pies se encontraron en suelo llano se detuvo, el
silencio era casi total exceptuando el ruido del oleaje que chocaba
contra las rocas.

La princesa se volvió en todas direcciones por si acaso lograba avistar a


alguien en medio de aquella densa penumbra, cuando repentinamente,
destellaron dos luces plateadas como dos pequeños ojos de reptil que
parecían flotar en medio de la nada y en otro extremo opuesto
aparecieron otro par de luces, pero que en cambio, emitían un extraño
resplandor dorado.

— Estamos aquí cerca — volvieron a susurrar las voces y entonces Stella


comprendió que venían del mismo sitio de donde brillaban las luces
que estaba observando. — Acercaos a este árbol, por favor — le ordenaron
amablemente y entonces, un fulgor verde y cegador iluminó un gran
olivo que crecía majestuosamente a pocos pasos de donde Stella se
encontraba. Sobre sus ramas estaba enroscada una gruesa y larga
serpiente que poseía dos cabezas en cada extremo de su cuerpo, la del
lado izquierdo era de color negro, la del lado derecho era
completamente blanca mientras que el resto era de un tono gris que se
iba difuminando con los colores opuestos de las dos cabezas.
Stella se acercó temerosamente y se mantuvo alejada del olivo a una
distancia prudente, pues los reptiles nunca habían sido animales de su
agrado y el aspecto desafiante de aquella víbora no era en absoluto
digno de confianza. — No temáis, princesa — la tranquilizó la cabeza
negra al ver que el cuerpo de Stella se estremecía de temor. — No
vamos a haceros daño alguno.

— Y usted... o más bien, ustedes ¿quiénes son? ¿Qué es lo que quieren


de mí?

— Nuestro nombre es Opposta, somos una anfisbena — siseó la cabeza


blanca. — Representamos la claridad y la bondad, la oscuridad y la
maldad y también lo malo que hay en lo bueno así como lo bueno que
se esconde dentro de lo malo.

— Oh... ya veo — dijo Stella sin comprender bien del todo lo que la
anfisbena quería decirle.

— Sabemos que estáis turbada por la difícil situación en que os


encontráis ahora — masculló la cabeza oscura. - Vuestro ser está lleno
de confusión y no sabéis qué hacer.

— Y... pero ¿cómo es que conocen todos mis temores si nunca antes
hemos cruzado palabra?

— Es porque la noble Madre Naturaleza nos ha dotado de una sabiduría


especial que ninguna otra criatura posee, por eso vuestro padre
también acudió presurosamente a nuestro encuentro cuando le
llamamos.

— ¿Mi padre habló con ustedes?

— Así es, pero ahora sois vos la que necesitáis de nosotras.

— Dijeron tener las respuestas a mis preguntas, por eso vine.

La cabeza negra cerró sus ojos y enmudeció para ceder el turno de


hablar a la cabeza blanca. — Habéis llevado una vida difícil, crecisteis
como una pobre huérfana en un mundo completamente ajeno y un
repentino día os enterasteis que erais una princesa y que teníais una
importante misión que cumplir: salvar a vuestro reino.

— Y a decir verdad, aún no estoy segura de poder lograrlo, pero sé que


debo morir en el intento por el bienestar, la paz y seguridad de mi
pueblo. Lázarus es infinitamente injusto y cruel con las personas
¡Quisiera saber por qué tiene el corazón tan podrido!

— Lo primero que debéis comprender, querida princesa, es que todos


tenemos un lado oscuro y malo así como uno lleno de luz y bondad.
Lázarus se convirtió en un hombre malvado sin escrúpulos porque
permitió que su lado sombrío lo devorara por completo, ahora ya no
queda prácticamente nada bueno dentro de él.

— Pero ¿cómo es que permitió que eso pasara?

— El pasado de Lázarus Rovigo es la clave fundamental para poder


entender lo que es él en el presente. Fue hijo de un noble de Terracqua
llamado Darius Rovigo y la princesa Mirna Mordano, la hermana
menor del rey Claudius Mordano y tía de vuestro padre. Desde
pequeño comenzó a mostrar inclinación por la tiranía y el poder
desmedido, hacía rabietas para que sus padres le cumplieran todos sus
caprichos y siempre terminaba consiguiendo todo lo que deseaba lo
cual acabó por convertirlo en un ambicioso sin medida que se empeña
en obtenerlo todo aunque tenga que ser a base de violencia y otros
métodos ilícitos.

— ¡Eso es terrible! — exclamó Stella completamente estupefacta.

La cabeza clara guardo silenció y se quedó completamente inmóvil


como una roca mientras la cabeza oscura despertaba de su letargo. —
Sin embargo, hubo una sola ocasión en que Lázarus no logró salirse
con la suya. Cuando cumplió dieciocho años se encaprichó con la idea
de estudiar alquimia en la Facultad de las Tres Lechuzas y llegar a
convertirse en el mejor alquimista de todos los tiempos y superar al
mismísimo Mandrakus. Al llegar el día en que debía presentarse al
examen de admisión, las tres lechuzas le dieron inmediatamente la
espalda. Esa fue la primera y única vez que se le negó algo y para él fue
un episodio muy humillante que no logró superar.

— ¿Lázarus quería estudiar en la Facultad? ¡Jamás lo hubiera


imaginado!

— Lázarus siempre tuvo envidia de vuestro padre, porque era muy


querido y popular entre la gente mientras que él siempre pasaba
desapercibido, muy pocos deseaban entablar amistad con él porque le
temían por su horrible carácter, por esta razón siempre codició la
buena posición de Romeus: ser el único príncipe heredero y el hombre
más admirado de todo el reino.

— Tanto así que se atrevió a asesinarlo a él y a mi madre sin ningún


remordimiento — comentó Stella agachando tristemente la cabeza
para evitar echarse a llorar.

— Sí, el rey Romeus se casó con una joven que no tenía sangre real la
cual se llamaba Cinzia, pero había un gran problema: ella era estéril y
por lo tanto no podría engendrar ningún príncipe que después pudiera
heredar el trono de Terraluce cuando él muriera. Entonces, Romeus no
tuvo otra alternativa que nombrar a su primo como heredero a la
corona por ser el único pariente cercano con sangre real. El gran sueño
de Lázarus prácticamente se había realizado.

— Mandrakus me había contado ya esa parte de la historia.

— Y eso no fue todo; cuando la reina Cinzia, quien nunca había


confiado ni simpatizado con él desde el día en que lo conoció, anunció
después de varios años de espera que por fin había concebido, eso
significaba que Lázarus ya no sería más el heredero y que volvería a ser
tan insignificante como antes. Entonces, su único amigo, otro hombre
de su edad que era todo un experto en la alquimia oscura, le sugirió
que entre los dos trazaran un plan maestro para quitar a Romeus y a su
futuro hijo del trono y apoderarse de Potentiam, su legendaria espada
real.

— Sé que mi padre la escondió en algún buen sitio antes de morir, su


espíritu me dijo que debía recorrer varios lugares del reino hasta poder
encontrarla, por eso estoy aquí en esta isla.

El cuerpo de la serpiente se estiró cuan largo era y se acomodó de tal


manera que las dos cabezas quedaran una al lado de la otra para poder
hablar al mismo tiempo. — La espada real que vuestro padre poseía
está dotada de cualidades mágicas muy especiales y si cayera en manos
de Lázarus finalmente gozaría de tener el control absoluto sobre las
criaturas mágicas y a todas las personas que ya viven maltratadas bajo
su puño de hierro les haría la vida aún más miserable de lo que es. Las
consecuencias serían completamente catastróficas.

— ¡No! ¡Yo no quiero que eso pase! — gritó Stella desesperadamente. —


Pero por otro lado, no estoy tan segura de que pueda impedirlo, existe
la posibilidad de que una vez que consiga la espada Lázarus me la
arrebate y pueda lograr su macabro objetivo.

— Tenéis grandes motivos para temer, sería muy malo que eso pasara,
más no es tan sencillo como parece, princesa. Potentiam es una espada
que fue forjada y hechizada por una masca que tenía extraordinarios
poderes. Cuando una masca obsequia a un tercero una espada que ha
sido encantada por ella misma el arma únicamente le será leal a esa
persona y cualquier extraño que ose apoderarse de ella, al tocar la
empuñadura con una sola yema de sus dedos, sufrirá horribles
quemaduras hasta que su cuerpo se desintegre por completo.

— Entonces ¿eso significa qué..? — preguntó Stella interrumpiéndolas


bruscamente. La cabeza blanca se aproximó un poco más a ella para
explicarle.

— Significa que sólo hay dos maneras en que una persona que desee
adueñarse de una espada hechizada que no le pertenece consiga
hacerlo: la primera es que el legítimo poseedor la herede
voluntariamente a uno de sus descendientes, lo que eventualmente
vuestro padre ha hecho; y la otra es mediante un duelo mortal, si el
propietario de la espada es derrotado con la muerte entonces la lealtad
de la espada será para con el vencedor del duelo.

— Ahora comprendo. Siempre había pensado que en cuanto recuperara


a Potentiam, tarde o temprano, Lázarus y yo tendríamos que
enfrentarnos y luchar hasta morir, más nunca me imaginé que sería de
esta manera — afirmó Stella tratando de ocultar el creciente temor que
poco a poco la iba invadiendo.

La anfisbena, que podía penetrar hasta lo más hondo de la mente


humana y los sentimientos, le preguntó. — ¿Sabéis por qué os habéis
llamado "Stella"?

— La... la verdad no tengo idea de por qué mis padres eligieron ese
nombre — replicó Stella bastante confundida ante aquella extraña
pregunta.

— Vos llegasteis a este mundo para devolver la luz a este reino,


nacisteis durante el Solsticio de Invierno cuando el Astro Rey renace
para vencer al frío y las tinieblas. Sois la princesa que traerá la paz de
vuelta a los corazones de los angustiados, la que liberará a los cautivos
de la desesperanza; sois el Lucero de la Mañana, Refulgente Estrella,
Hija bendecida del Padre Cosmos...

Un fuerte rubor encendió las mejillas de Stella, se sentía


profundamente cohibida por lo que sus oídos acababan de escuchar. —
Espero ser realmente digna del nombre que llevo y de portar esos
honorables títulos — le dijo a la serpiente agachando la cabeza en señal
de humildad.

— Y lo seréis — sisearon las dos cabezas al unísono. — Portareis la


espada con el mismo orgullo y valentía que el rey Romeus mostró en
tiempos pasados. Caminareis con la testa en alto para enfrentaros con
vuestro destino.

La luz que iluminaba el olivo comenzó a menguar poco a poco hasta


extinguirse por completo. De la anfisbena solamente quedó el eco de
sus últimas palabras que aún resonaban firmes y claras dentro de la
mente de Stella.

Hubiera permanecido plantada frente a aquel árbol durante toda la


noche de no ser por Lampo que la hizo volver a la realidad
abalanzándose abruptamente sobre ella. Giusy se había despertado
para hacer sus necesidades y al no encontrar a la princesa ahí
durmiendo a su lado decidió salir en compañía del felino para buscarla
por toda la isla.

— ¡Alteza, estáis aquí! — exclamó Giusy llena de alivio al encontrarla.


— ¡Me habéis dado un susto de muerte! Os hemos buscado
incansablemente, por un momento creí que os había sucedido algo
malo.

— ¡Oh... perdóname por favor! — se disculpó Stella totalmente


abochornada. — Es sólo, sucede que... — balbuceó tratando de buscar
una excusa, ya que temía que Giusy la tomara por una lunática si le
contaba lo de las voces que había escuchado — ... se me fue el sueño y
me apeteció salir a caminar un rato para tomar el aire fresco de la
noche, eso es todo.

— No hay problema, me preocupé mucho por vos porque no es


oportuno andar vagando sola por la isla, en la Facultad nos han dicho
que en este lugar hay anfisbenas y en la oscuridad son difíciles de
distinguir.

— ¿Anfisbena? ¿Qué clase de criatura es esa? — preguntó Stella


aparentando no saber absolutamente nada de ellas.

— Es una víbora muy peculiar ya que, en lugar de tener una punta en la


cola como las serpientes normales, tiene otra cabeza; sus colmillos son
bastante venenosos aunque su piel es muy apreciada por nosotros, los
alquimistas del Área de Medicina, porque con ella elaboramos eficaces
fórmulas para curar los resfriados, la artritis y también ayuda a las
mujeres encintas para que su embarazo se desarrolle sanamente y sin
complicaciones. En cuanto amanezca voy a explorar el terreno a ver si
acaso puedo recoger algún pellejo que hayan dejado tirado al mudar de
piel.

— Ah... vaya ¡Qué criaturas tan interesantes! Pero no... no he visto a


ninguna por aquí, afortunadamente. Las serpientes no me gustan
mucho.

Las dos amigas emprendieron el camino de regreso a la tienda, Giusy


seguía hablando acerca de las propiedades medicinales de la piel de la
anfisbena aunque Stella no le prestaba atención. Aquella conversación
que había tenido con la sabia y misteriosa serpiente había calado hasta
lo más profundo de su ser. —"En la isla iluminada desembarcarás y la
criatura de dos cabezas sabiamente te aconsejará..." — murmuró entre
dientes las palabras exactas que su padre le había dicho en la cueva del
nigromante ya que las había vuelto a recordar en ese momento.

— Eh... ¿Decíais algo, Alteza? — la cuestionó Giusy interrumpiendo


bruscamente sus pensamientos.

— Hum... no es nada importante, es sólo que hablar de serpientes me


pone los pelos de punta.

— Perdonadme, no era mi intención incomodaros.

— No te preocupes, sólo es una de mis tonterías.

La verdad era que, a esas alturas, Stella ya había perdido el miedo y la


repulsión a los reptiles por completo.
Capítulo 21
Los lamentos de Giufino despertaron a todos en cuanto despuntaron
los primeros rayos matutinos del Sol. — ¡No otra vez! ¡No otra vez! —
repetía desconsoladamente como si su propia vida estuviera llegando a
su fin. — ¿Qué ha hecho el pobre de Giufino para merecerse esto? ¿Qué
es lo que ha hecho?

Stella y los demás salieron presurosamente de la tienda para ver qué


era lo que consternaba tanto a su pequeño amigo.

— ¿Qué es lo que te ocurre? — le preguntó Mandrakus al mismo tiempo


que le ofrecía su mano para ayudarlo a levantarse del suelo terroso que
ya había ensuciado toda su ropa.

— ¡Las coles! ¡Esta vez han sido las coles! — sollozó Giufino secándose
las lágrimas con una mano y señalando un tonel vacío que estaba
recargado detrás de su choza con la otra. — Las había colocado todas
ahí dentro para lavarlas hoy temprano por la mañana y ya no queda
ninguna ¡Ninguna!

— ¡¿Qué es lo que has dicho?! — vociferó Pulcinella colocándose detrás


del niño con los brazos en jarras y un gesto que denotaba el más puro
enfado en su rostro.

Giufino volvió a dejarse caer en el suelo, se puso en cuclillas y metió la


cabeza entre sus rodillas alistándose para escuchar la misma
reprimenda de siempre.
— ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? — gritó la mujercilla tummá alzando
frenéticamente los brazos hacia el cielo. — ¿Y la trampa para ladrones?
¡Deberías ponerte en serio a ello!

— Es que... — trató de excusarse su hijo — ...el pobre de Giufino no


tiene idea de cómo construirla ¡Ni la más mínima idea! — y se echó a
llorar a lágrima tendida nuevamente.

— No Giufino, no llores más — lo consoló Stella y luego agregó con voz


decidida. — ¡Esos pillos nunca volverán a robarte nada, de eso me
encargaré yo personalmente! ¡Te ayudaré a preparar esa trampa para
ladrones!

— ¿La noble princesa quiere ayudar al insignificante de Giufino con la


trampa para ladrones? — sollozó éste enjuagándose la cara con las
mangas de su camisa. — ¡Es muy noble, realmente noble de vuestra
parte!

— Eh, pero... — masculló Ferruccio algo confundido — ¿pero qué es lo


que tenéis exactamente en mente, Alteza?

— Hmm... aún no lo tengo claro — murmuró Stella más para ella misma
que para los demás. Se sentó sobre una roca que ayer había acomodado
a modo de asiento y se quedó pensativa durante unos minutos
mientras el resto la observaba con expectación. — ¡Se me acaba de
ocurrir una idea! — exclamó poniéndose de pie con entusiasmo. — Pero
para llevarla a cabo voy a necesitar de la ayuda de Lampo y Cestín.

Lampo levantó la pata derecha y Cestín se puso a saltar eufóricamente,


Stella tomó eso como una respuesta afirmativa.

— Ahora — dijo volviéndose a Giufino y a Pulcinella — también voy a


necesitar una cosa suya que pueda ser de interés para los malandros.

— ¿Cómo qué? — preguntó Pulcinella con extrañeza. — ¡Prácticamente


ya no nos queda nada! Lo único que tenemos es un caldero viejo donde
ponemos el agua a hervir, no creo que eso pueda ser algo valioso y
atractivo para robar.

— ¡Claro que puede ser de utilidad! Por favor, tenga la amabilidad de


traerlo aquí afuera.

Pulcinella y el chico sacaron de su casa un gran caldero negro de peltre


bastante desgastado al que le faltaba una pata para poder apoyarse
bien sobre el suelo. Stella lo tomó por el asa, lo colocó en el sitio donde
Giufino solía encender el fuego para cocinar y volvió a dirigirse a
Lampo y a Cestín.

— Lampo, quiero que caves una zanja bastante profunda formando un


círculo alrededor del caldero y tú Cestín vaciarás todo lo que llevas y lo
dejarás en la tienda por un momento para que Lampo pueda echar
toda la tierra que saque adentro de ti.

Al recibir esa orden, Cestín comenzó a patalear en señal de absoluto


descontento.

— ¡Vamos Cestín! — lo regañó Ferruccio. — ¡Obedece a la princesa y sin


rechistar!

— Te prometo que en cuanto terminemos con esto vas a quedar


completamente limpio igual que antes — le aseguró Stella guiñándole
un ojo — pero por ahora es sumamente importante que nos ayudes, es
por una buena causa.

Inmediatamente pusieron manos a la obra, Lampo comenzó a escarbar


con sus fuertes patas tal como su ama le había ordenado en tanto que
Cestín iba recogiendo toda la tierra que sacaba aunque aún no muy
satisfecho del todo.

Mientras tanto, los otros cuatro bajaron a juntar montones de ramas y


hojas que necesitaban para cubrir la zanja, Stella trató de ubicar el
olivo en donde la noche anterior la serpiente de dos cabezas había
hablado con ella, pero no lo halló; en su lugar, Giusy encontró una piel
muerta que sin duda la anfisbena había dejado ahí y la guardó entre
sus pertenencias como si fuera oro molido.

Lampo y Cestín no terminaron su labor hasta después del mediodía, la


zanja quedó lo suficientemente profunda permitiendo que un
numeroso grupo de personas cayera dentro de ella, pues no tenían idea
de cuántos serían exactamente los malandros que subían a robarle las
cosas a Giufino. Al volver, Stella y sus amigos se dedicaron a colocar
todas las ramas y las hojas que habían conseguido de tal manera que
quedara completamente camuflada y aparentara ser suelo firme.

En cuanto la trampa estuvo lista los ocho se sentaron al borde del


acantilado para refrescarse con la suave brisa marina que les
alborotaba los cabellos y así disfrutar de un merecido descanso
mientras comían un poco de pan untado con aceite de oliva que
Pulcinella generosamente les preparó.

— Ahora... — comentó Stella — pasemos a la otra parte del plan, para


que podamos atrapar a los bribones con las manos en la masa
necesitamos hacerles creer que no hay nadie por aquí para que se
confíen y se acerquen a tratar de robar el caldero.

— Mi hijo y yo somos tan pequeños que podemos escondernos


perfectamente en cualquier rincón — musitó Pulcinella.

— ¿Y nosotros? Ah... — preguntó Ferruccio dubitativo — ¿tal vez


podríamos ocultarnos detrás de algún peñasco desde donde no sea
posible que los ladrones nos vean pero en cambio nosotros podamos
espiar todos sus movimientos?

— Debo admitir que cuando usas el cerebro tienes buenas ideas — le


dijo Giusy burlonamente y Ferruccio le sacó la lengua.

- ¿En serio creen que pillaremos a los malechores que le hurtan al


despistado de Giufino? — preguntó el niño no muy convencido del
todo.

— ¡Ya verás que sí! — le dijo Stella animadamente. — Será mejor que
nos alejemos de aquí, ellos podrían venir en cualquier momento.

Giufino y Pulcinella se ocultaron dentro de una pequeña cueva que


estaba muy cerca del camino de piedra que conducía a la puerta de su
chocita y los demás se colocaron detrás de los numerosos peñascos que
bordeaban el único sendero que había que tomar forzosamente para
subir a lo alto del acantilado.

Los minutos y las horas que pasaron ahí esperando se les hicieron
eternos. La tarde había caído ya, y cuando pensaban que todo su plan
había sido un rotundo fracaso, dos sombras se deslizaron sigilosamente
como zorros y treparon con agilidad por el estrecho camino
sosteniéndose con manos y pies como si fuesen dos arácnidos.

Cuando los intrusos se perdieron de vista, Stella y los demás decidieron


salir de sus escondites y ascender para acercarse un poco más hacia el
sitio exacto donde habían colocado la trampa. De pronto, un golpe seco
resonó en el ambiente y unos gritos llegaron amortiguados hasta sus
oídos. El plan había tenido éxito.

Stella fue la primera en asomar la cabeza hacia el fondo de la zanja y


allí encontró a dos adolescentes de dieciséis y catorce años
aproximadamente, supuso que debían ser hermanos ya que ambos
eran muy parecidos físicamente: tenían el cabello y los ojos negros y la
piel bronceada por el Sol.

Giusy fue la segunda en echar una mirada allá abajo y les gritó
furiosamente. — ¡Ladronzuelos!

Ferruccio tampoco pudo quedarse callado. — ¡Bribones!

— ¡Condenados rufianes! — vociferaron Pulcinella y Giufino en cuanto


se unieron a los demás.

— ¡Finalmente los hemos pillado, par de malhechores! — les dijo Stella


colocando sus manos en las caderas. Los dos muchachos, que no
paraban de emitir quejidos lastimeros, alzaron la vista hacia ella y le
suplicaron. — ¡Por favor, sáquennos de aquí! Nos hemos llevado un
buen golpazo al caer y nos hemos lastimado.

— ¡No lo haremos! — les dijo Ferruccio enérgicamente. — Si los


sacamos saldrán corriendo como dos ratas cobardes.

— ¡Por supuesto que no! — respondió el mayor de los dos. —


Prometemos hacer lo que ustedes ordenen, además, estamos tan
lastimados que no podríamos huir aunque quisiéramos ¡Por favor,
tengan piedad y ayúdennos!

Meditaron aquello durante unos minutos y después, Giusy y Ferruccio


les lanzaron una cuerda para poder subirlos a los dos; en cuanto
salieron, Stella y Mandrakus les ayudaron a sentarse en el suelo.

— ¡Me duele todo! — se quejó el más joven.

— A mí también — lo secundó su hermano mayor.

— No se preocupen — los tranquilizó Giusy. — Soy médico alquimista y


puedo curarlos en un santiamén, pero antes tenemos que ajustar
algunas cuentas con ustedes.

Stella se acercó a ellos y les dirigió una mirada glacial y severa para
proceder a interrogarlos. — ¿Cuáles son sus nombres?

— Me... me llamo Simone — respondió el más grande hecho un manojo


de nervios — y él es Ramone, mi hermano menor.

— Muy bien Simone y Ramone, ahora díganme ¿Por qué se dedican a


tomar lo que no les pertenece?

Los dos muchachos intercambiaron miradas y agacharon la cabeza


totalmente avergonzados, sólo Simone se dignó a dar una respuesta. —
Es que... nosotros... bueno, huimos de Terraluce cuando aún éramos
niños, la vida allá es muy dura e injusta, los hombres de Lázarus
asesinaron a nuestros padres y nos quedamos sin nadie en el mundo
que viera por nosotros. Al llegar aquí nos hemos tenido que valer de
todo para poder sobrevivir.

Al oír eso, Stella cruzó los brazos y emitió un hondo suspiro. — Sé que
la situación en el reino es realmente muy mala, no ha sido fácil para
nadie, muchas personas han perdido a sus seres queridos. Sin embargo,
eso no es excusa para andar por ahí robando las cosas ajenas que los
demás consiguieron con su propio esfuerzo y dedicación, hurtar no es
la forma correcta de solucionar las cosas. Los problemas jamás se
resolverán con más problemas.

Los hermanos se quedaron pensativos durante un largo rato


reflexionando en tanto que los demás no les despegaban la vista de
encima, al final, el remordimiento de conciencia les hizo ver lo mal que
habían obrado.

— Tienen razón, nos hemos comportado muy mal y estamos


profundamente arrepentidos por lo que hemos hecho — sollozó
Ramone dejando que las lágrimas rodaran por sus redondas mejillas,
después, él y su hermano se incorporaron con esfuerzos y se dirigieron
hacia Pulcinella y Giufino.

— Nos gustaría reparar todo lo incorrecto que hemos hecho, vamos a


regresarles la olla y el burro que aún tenemos en nuestro poder y
juramos solemnemente por el Padre Cosmos y la Madre Naturaleza que
no volveremos a actuar deshonestamente. — Dicho esto, los dos
muchachos se pusieron de rodillas y alzaron la vista al cielo al mismo
tiempo que tocaban la tierra con las palmas de sus manos para sellar
así su promesa.

Ante ese noble y sincero gesto, todos los demás cambiaron sus caras de
enfado por un amplia sonrisa de oreja a oreja.

— Bueno, muchachos — les dijo Giusy — ahora vengan acá que voy a
curarles esos tremendos golpes y raspones que se han hecho al caer.

Y mientras Giusy los atendía, le hicieron una propuesta a Giufino. —


Amigo ¿te importaría enseñarnos a cultivar y a pescar? Así podríamos
hacer equipo y dividirnos justamente lo que hayamos logrado atrapar.

El chiquillo comenzó a dar saltitos de felicidad. — ¡Por supuesto que sí!


¡El buen Giufino les enseñará a los muchachos reformados a obtener su
propia comida con métodos honestos! ¡Sí que sí! ¡Sí que sí!

— Es muy grato ver que las cosas se hallan arreglado — comentó


Mandrakus seriamente — pero ahora, nosotros debemos volver al
reino, pues aún nos queda un buen trecho que recorrer antes de que
llegue el Solsticio de Invierno.

— De acuerdo — asintió Giusy. — Será mejor que desmontemos la


tienda y guardemos todas nuestras cosas.

— Si necesitan un medio para salir de la isla, nosotros podemos


ayudarles — intervino Simone oportunamente. — Aún tenemos la
barca con la que llegamos hasta aquí, pueden quedársela, a nosotros ya
no nos es de utilidad.

— En verdad se los agradecemos mucho — les dijo Mandrakus


amablemente.

— ¿Cómo? ¿Se van tan pronto? — preguntó Giufino tristemente.

— Sí, lo siento pequeño amigo — se disculpó Ferruccio colocándole


amistosamente una mano sobre sus pequeños hombros. — En verdad
que lo hemos pasado muy bien aquí contigo, pero ya has oído al buen
Mandrakus, tenemos que regresar.

— Nos da mucha tristeza que se vayan, pero prométannos que volverán


a visitarnos algún día — les dijo Pulcinella con la voz cargada de
nostalgia.

— Por supuesto que sí — le aseguró el viejo mago guiñándole un ojo.

Había ya anochecido cuando Stella, Mandrakus, Giusy, Ferruccio,


Lampo y Cestín se acomodaron perfectamente en la barca que les
proporcionaron Simone y Ramone, y así, navegaron de nuevo a mar
abierto mientras sus cuatro amigos los despedían desde lo alto del
acantilado agitando sus manos en el aire.

Arribaron a las costas septentrionales del reino cuando el cielo


comenzaba a clarear. Al desembarcar, Mandrakus golpeó el bote con la
punta de su báculo para hechizarlo y devolverlo a la isla con sus
legítimos propietarios. Y cuando todos posaron los pies sobre la fina y
suave arena que formaba dunas casi tan inmensas como las de un gran
desierto, tenían que caminar con cuidado para no caer sobre aquel
suelo traicionero.

— ¡Eh, qué gusto da volver a casa! — exclamó Ferruccio agachándose


para sacudir la arena con sus manos y hacerla volar.

Lampo y Cestín también disfrutaban de aquel paisaje corriendo por


todos lados para dejar marcadas sus huellas en la arena. Giusy les
aplicó a todos un poco de protector solar alquímico en la cara para
evitar quemaduras.

Pero la tranquilidad se vio repentinamente interrumpida por la


aparición de un numeroso grupo de personas que avanzaban
lentamente desde el Sur en dirección al Norte igual que ellos, como
aún estaban alejados a una distancia considerable no podían distinguir
bien de quienes se trataba y decidieron poner pies en polvosa por si
acaso fueran gente indeseable.

Sólo Mandrakus decidió volver la vista atrás, y haciendo visera con su


mano derecha para proteger su vista del sol cegador, pudo reconocer
quienes eran aquellos extraños peregrinos. Todos vestían con trajes
llamativos y coloridos como si fueran actores de circo, algunos
llevaban banderas blancas con un círculo color magenta en el medio e
iban arrastrando un carro que parecía un tipo de escenario portátil
pintado de azul marino y decorado con soles, lunas y estrellas. Al
frente de toda la caravana iba un individuo trepado en zancos
apoyándose en un larguísimo bastón que también tenía la punta
enroscada igual que el de Mandrakus.

— ¡Esperen un momento! — les ordenó el anciano a los jóvenes.

— ¿Por qué? ¿Quiénes son esos? ¿Acaso los conoce? — cuestionó Giusy
completamente inquietada al mago.

— No te preocupes querida, son amigos, muy pero que muy queridos


amigos míos — replicó Mandrakus con total serenidad.

— ¿Amigos de usted? — inquirió Stella que estaba más que confundida.

— Así es, son los Caravaneros Errantes ¡Vengan! ¡Vayamos a su


encuentro!
Capítulo 22
Todos se dirigieron presurosos hacia el contingente de viajantes. El
líder de los Caravaneros Errantes, que era calvo, regordete, de baja
estatura, mejillas sonrosadas y nariz achatada, les ordenó a sus
acompañantes que se detuvieran, y cuando ambos grupos quedaron a
escasos metros de distancia, extendió los brazos en dirección a
Mandrakus y soltó una sonora risotada de júbilo. — ¡Condenado viejo
mago! ¡Pensé que nuestros caminos jamás volverían a cruzarse!
¿Dónde te has metido durante todo este tiempo, eh?

— ¡Hola Mirko! ¿Qué tal te trata la vida? En realidad a mí también me


sorprende mucho volver a verte, creía que desde que Lázarus había
prohibido las ceremonias y los festejos por los cambios de las
estaciones tú y los tuyos jamás habían vuelto a pisar el reino.

— Bueno, a ese no le importa que andemos por aquí mientras sólo


estemos de paso; en este momento vamos de camino al reino de
Terrafuoco.

Los otros tres intercambiaban miradas de curiosidad por saber quién


era exactamente aquel personaje hasta que Giusy carraspeó por lo bajo
para llamar la atención de Mandrakus.

— ¡Oh, por el Padre Cosmos! — exclamó el mago. — Casi me olvido de


presentarlos... chicos, él es Mirko Bampesti, el mejor prestidigitador,
malabarista y acróbata que se haya visto jamás por estos reinos.

— ¡Vamos, no es para tanto, Mandrakus! — le dijo Mirko con las


mejillas encendidas.

— Y ellos... - prosiguió el anciano ignorando aquel modesto comentario


— son Giusy Abruzzo y Ferruccio Molise, mis mejores discípulos en la
Facultad de las Tres Lechuzas y ella es vuestra alteza, la princesa Stella
Mordano.

— ¿La princesa? ¿En verdad? ¿No me estás tomando el pelo? —


preguntó Mirko lleno de perplejidad y Mandrakus asintió con la
cabeza. Acto seguido, el prestidigitador se bajó de los zancos para
poder hacer una respetuosa reverencia ante Stella.

— Vuestra noble y honorable alteza, los míos hemos aguardado


impacientes su regreso durante todos estos años duros y sombríos. —
Se incorporó y se volvió hacia la caravana y llamó a su esposa a grito
pelado. — ¡Eh Amelia, ven rápido! ¡No tienes ni la menor idea de con
quién nos hemos topado!

Una mujer baja, fortachona, de cabello rojo y erizado, dejó de tirar de


la gruesa soga con la que jalaba sin esfuerzo alguno el pesado escenario
portátil y se aproximó veloz como un rayo para reunirse con su
marido. — ¿Qué es lo que ocurre querido, por qué tanto alboroto? —
preguntó con desconcierto.

— ¡El buen Mandrakus está aquí y ha traído de vuelta a la princesa al


reino! — respondió Mirko rebosante de ánimo.

— ¡Gloria al Cielo! ¡El Padre Cosmos y la Madre Naturaleza se han


apiadado de nosotros! — exclamó Amelia llena de alegría. - Aún os
recuerdo cuando eráis una recién nacida — le dijo a Stella al
aproximarse a ella. — Vuestro padre nos invitó al Castillo Real para
formar parte del magno festejo por vuestro natalicio, fue un día
magnífico, los reyes de los reinos cercanos os llevaron presentes, los
nobles os mostraron sumo respeto y los plebeyos cantaban, danzaban y
brindaban por vuestra larga vida ¡Oh, aquel día fue tan excelso! Pero
también fue ese el funesto día en que vuestros padres murieron y
Lázarus se apoderó del trono sometiéndolos a todos a las injusticias
más crueles y despiadadas...

— Y bueno... — interrumpió Mirko a su mujer dirigiéndose a


Mandrakus — ¿qué es lo que los trae a ustedes por estas playas
viajando solos y desprotegidos? ¡Es muy peligroso, algún soldado de
ese despiadado podría atacarlos!

— Nos dirigimos hacia la Cordillera Norte, pero nuestra próxima


parada será en el Bosque de los Odori-noi, tenemos una importante
encomienda que cumplir antes de que llegue el Invierno — explicó el
anciano.

— ¡Uf! ¡Andando a pie no lograrán llegar a buen tiempo! Les propongo


que nos acompañen en lo que les queda de camino, el territorio de los
guerreros narices largas nos queda al paso — les sugirió el líder de los
Errantes.

— Eso sería un gran alivio para nuestros pies, así que ¡te tomaremos la
palabra! — aceptó Mandrakus estrechando vigorosamente las manos
regordetas de Mirko.

— Bien, bien. Ahora, si no les importa, los míos y yo pensábamos


detenernos un momento aquí para descansar un poco y almorzar... Por
cierto, aún no les he presentado a mis queridos retoños ¡Eh, niños!
¡Vengan acá!

Dos hombres jóvenes delgados pero musculosos de largo cabello negro


y piel bronceada que andaban cerca de los treinta años, saltaron desde
la tarima portátil junto con una adolescente trigueña y esbelta de
diecisiete años y se dirigieron velozmente hacia donde su padre.

— Él es Dino, mi hijo mayor, y no quiero parecer pretencioso, pero


jamás verán a otro lanzar cuchillos con mejor habilidad y puntería que
él... — el joven mencionado se ruborizó al escuchar los elogios de su
padre, dio un paso al frente y se inclinó para saludar — ... éste es
Torino, el hermano gemelo menor y nadie más que él puede dominar
el fuego con perfecta maestría... — el otro joven que era idéntico a Dino
agitó su mano derecha en el aire, pero en vez de sonrojarse, se
presentó ante Mandrakus y los otros con mucha soltura — ... y ella es la
pequeña Tina, no encontrarán otra chica tan elástica que sea capaz de
estirar y doblar su cuerpo con tanta flexibilidad... — para presentarse,
la muchacha dio varias volteretas y al terminar colocó su cabeza entre
sus rodillas y abrazó el resto de su cuerpo con sus largas extremidades.
— ¿Qué tal, eh? — les preguntó muy sonriente.

Mandrakus y los demás le aplaudieron con mucho entusiasmo.

— Muchachos... — agregó Mirko dirigiéndose especialmente a sus hijos


varones — él es el buen Mandrakus Buonbarone, el más grande mago
alquimista de todos los tiempos, tal vez no lo recuerden, pero él los
conoció a ustedes cuando eran apenas unos polluelos.

— ¡Oh sí! Aún me acuerdo de los gemelos cuando eran pequeños y


practicaban sus primeros malabares con juguetes y su talentosa
hermanita aún no llegaba al mundo... — comentó el viejo esbozando
una sonrisa cargada de gratos recuerdos — ...parece increíble, pero el
tiempo pasa de prisa aún para alguien como yo.

Mirko se carcajeó mientras le daba unas afectuosas palmadas a


Mandrakus en la espalda. — ¿Qué te parece si seguimos rememorando
viejos tiempos mientras almorzamos un poco?

Los cuatro se sentaron a charlar animadamente con la familia


Bampesti que les ofreció embutidos, queso, pan y vino para que
comieran; entre tanto, el resto de los caravaneros aprovechó la parada
para practicar sus artes: algunos lanzaban montones de pelotas al aire
mientras que otros aventaban banderas a bastante altura sobre sus
cabezas haciendo que dieran varias vueltas en el aire antes de
atraparlas. Mandrakus, Stella, Giusy y Ferruccio los contemplaban
extasiados y los vitoreaban sin cesar.
— ¿Les gusta mucho lo que hace mi gente? — les preguntó Mirko
estallando en estruendosas carcajadas y los demás respondieron
silbando y aplaudiendo.

— ¡Y eso que todavía no han visto nuestros mejores actos! ¡Eh, Dino!
¿Tendrías la bondad de darles a nuestros distinguidos invitados una
demostración de tu gran maestría con los cuchillos?

— ¡Por supuesto! — asintió el joven haciendo una profunda reverencia,


acto seguido, subió al escenario, acomodó en posición vertical una
gran tabla que tenía pintado un círculo magenta en el medio, cuatro
cuerdas en las esquinas y montones de tajos sobre la superficie.
Después, se acercó una mujer joven morena y muy guapa vestida con
un llamativo traje rojo con adornos brillantes y Dino le tendió la mano
para ayudarla a subir.

— ¡Damas y caballeros! Soy Dino "el lanzacuchillos" y ella es Marbella,


mi bella esposa y asistente en este grandioso y peligroso acto; a
continuación, voy a atarla firmemente a la tabla sin darle ni la más
mínima oportunidad de moverse o soltarse y mis cuchillos pasarán
volando cerca de ella sin hacerle ni un rasguño.

El resto de los presentes prorrumpieron en frenéticos aplausos


mientras Dino sujetaba las muñecas y los tobillos de Marbella, en
cuanto se cercioró que las cuerdas quedaron bien amarradas, se llevó
dos dedos sobre los labios pidiendo a su público que guardara absoluto
silencio, se retiró a una distancia de diez metros mirando la tabla de
frente, sacó de los bolsillos de sus pantalones una docena de afilados
cuchillos plateados y comenzó a lanzarlos uno a uno. Las armas
volaban ligeramente cortando el aire para terminar clavadas sobre la
madera a escasos milímetros de la piel de la mujer atada.

Los gritos y aplausos no se hicieron esperar, Dino soltó a Marbella y


ambos se inclinaron para agradecer el entusiasmo de los espectadores.
— ¡Gracias, muchas gracias! Ahora, me gustaría pedir a algún valiente
voluntario que suba aquí y sea mi asistente ¿qué tal usted, señorita? —
sugirió el actor señalando a Giusy.

La aludida tragó saliva y respondió nerviosamente. — ¿Y... yo? ¡P... pa...


paso!

— De acuerdo ¿algún otro quiere ofrecerse como voluntario?

Nadie pronunció palabra.

— ¡Oh vamos! ¿Acaso no confían en mí? ¿No acabo de mostrarles la


exactitud de mi puntería? — preguntó Dino un tanto decepcionado.

Stella sintió lástima por el lanzacuchillos y, aunque no estaba del todo


convencida, decidió envalentonarse. — E... está bien... ¡Yo iré!

Los demás la miraron con los ojos desorbitados. — ¡Pe... pero Alteza!
¿Estáis segura? — la cuestionó Ferruccio temeroso. — El acto es mu...
muy pe... peligroso y... y si algo saliera mal... ¡No quiero ni pensarlo!

— ¡Completamente! — afirmó con decisión.

— ¡Oh, Alteza! ¡Sería un gran honor para mí! ¡Ya me imagino las caras
de mis hijitos, cuando los tenga, y les cuente que una de mis
voluntarias para el acto fue nada más y nada menos que la princesa de
Terraluce!

Stella se encaminó a paso firme hacia la tarima mientras los demás le


aplaudían para animarla, Marbella la hizo subir, Dino le ató las manos y
los pies a la tabla y retrocedió a una distancia prudente. — Bien, Alteza
¿estáis lista? — le preguntó y la princesa asintió con la cabeza. Cerró
los ojos para no mirar y no entrar en pánico, sólo oía el silbido de la
hoja de los cuchillos pasar cerca de ella y el golpe al encajarse sobre la
superficie de madera. Cuando escuchó las atronadoras ovaciones del
público decidió despegar los párpados y observó con gran alivio que
todo había salido a la perfección.

En cuanto el lanzacuchillos la desató, bajó corriendo a reunirse con


Giusy y Ferruccio que no paraban de felicitarla por su osadía y se unió
a los calurosos aplausos hacia Dino quien no cesó de hacer reverencias
de agradecimiento hasta que Torino se aproximó hacia él con una
expresión llena de sarcasmo y suficiencia. — ¡Bien, bien, bravo
hermanito! Sí que te luciste, pero cuando yo ejecute mi acto esta noche
te voy a robar toda la gloria.

— ¡Venga muchachos! — les dijo su padre al mismo tiempo que les daba
unas fuertes y afectuosas palmadas en la espalda. — ¡Déjense de
competencias absurdas! Ambos son realmente talentosos en lo que
hacen — y añadió volviéndose a sus huéspedes. — El espectáculo que
ofrecerá Torino deberá esperar hasta que oscurezca, de lo contrario no
se apreciará igual a la luz del día.

— ¡Nos veremos por la noche! — les dijo el escupefuego mientras


pasaba entre ellos con los hombros hacia atrás y le guiñó un ojo
coquetamente a Giusy.

— ¡Vaya presumido! — masculló Ferruccio en voz baja.

Al caer la oscuridad todos se acomodaron formando una media luna en


un sitio bastante despejado de la playa, varias doncellas saltaban y
danzaban ceremoniosamente en círculos agitando eufóricamente sus
panderos. Media hora después, apareció Torino con el rostro pintado
en blanco y negro, el torso desnudo y un ajustado pantalón negro. Las
jóvenes dejaron de bailar y se retiraron para dejarle el campo libre.

El escupefuego se colocó en medio del círculo que las chicas habían


formado con sus huellas, hizo una prolongada reverencia a los
espectadores y estudió la dirección del viento. Su hermana Tina le
lanzó una pequeña botella llena de alcohol y en cuanto él la atrapó, la
destapó y le dio un buen sorbo. Acto seguido encendió un fósforo,
escupió el alcohol y una larga llamarada surgió de su boca rompiendo
la oscuridad de la noche provocando que todos quedaran
boquiabiertos.
— Esperen un momento, esto apenas comienza — dijo Torino a su
maravillada audiencia que estaba a punto de batir las palmas de sus
manos.

Después, Tina le aventó tres bastones que tenían cada uno de sus
extremos forrados con tela ignífuga, los empapó con alcohol y los
encendió uno a uno para posteriormente hacer veloces y hábiles
malabares con ellos sin quemarse si quiera un poco.

El público que lo observaba no hacía más que soltar exclamaciones de


asombro. Al terminar su acto, el malabarista apagó los bastones y se
inclinó repetidas veces para agradecer el entusiasmo mostrado. Pero
nadie lo vitoreó tan efusivamente como Giusy.

— ¡Oh vamos! ¡No es para tanto! — le dijo Ferruccio bastante fastidiado.


— Es un acto bastante sencillo, cualquiera puede hacer eso. Además,
estaba protegido por un círculo mágico ¡eso es hacer trampa!

— ¡Pues tú no podrías hacerlo! — replicó Giusy burlonamente. — Le


tienes pavor al fuego, he visto como te tiemblan las manos cuando
tienes que encender el atanor en los laboratorios de la Facultad.

— ¡Eso no es verdad, Giuseppina, no mientas!

— ¡Llamarme por mi nombre completo no le dará veracidad a tu


afirmación!

Al escuchar esa discusión, Stella y Mandrakus intercambiaron miradas


divertidas. — Ferruccio está celoso, aunque jamás lo admitirá delante
de Giusy — comentó el mago. Los dos se rieron por lo bajo hasta que los
otros se hartaron de discutir y se fueron a descansar.
Capítulo 23
Viajaron casi dos días enteros en compañía de los Caravaneros
Errantes quienes les prestaron cuatro de sus mejores caballos para que
cada uno cabalgara cómodamente y les convidaron de sus alimentos
hasta que, en una tarde fría y nublada que anunciaba la proximidad del
Invierno, arribaron a las lindes del Bosque de los Odori-noi.

— Bien queridos amigos, están ustedes servidos... — les dijo Mirko con
mucha nostalgia al despedirse de ellos — ... nosotros todavía tenemos
mucho camino por delante, les agradecemos mucho el habernos
acompañado durante este breve lapso de tiempo, ha sido realmente
grandioso ¡Denles un apretón de narices muy fuerte a ese condenado
ejército de topos de parte nuestra!

Mandrakus asintió esbozando una enorme sonrisa. — Al contrario,


somos nosotros quienes debemos darte las gracias a ti y a tu gente por
su generosa amabilidad.

— ¡No ha sido nada! Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse


algún día.

— Yo también lo espero de todo corazón, querido Mirko.

El malabarista y el mago se despidieron dándose un fuerte abrazo y un


caluroso apretón de manos, después, los otros miembros de la familia
Bampesti se acercaron para despedirse de ellos también.

— ¡Les deseamos la mejor de las suertes! — aseveró Amelia estrechando


las manos de Mandrakus, Giusy y Ferruccio. Al dirigirse a Stella se
inclinó casi a tierra. — Alteza, todos nuestros pensamientos estarán
siempre con vos, que el Padre Cosmos y la Madre Naturaleza os
bendigan y os acompañen en todo momento.

— Le agradezco infinitamente sus buenos augurios — respondió Stella


evitando derramar una lágrima por la conmoción.

Los tres hijos del matrimonio también presentaron sus respetos.

— Fue un enorme placer haberos conocido en persona — le dijo Dino a


la princesa dedicándole una ceremoniosa reverencia.

— Lo mismo digo, y siempre podrás contar conmigo cuando necesites


un voluntario para tu acto — le respondió ésta con un guiño cómplice
que hizo que el lanzacuchillos soltara una risilla divertida.

— ¡Cuidaos mucho! La próxima vez que nos veamos os mostraré el


nuevo número que aún estoy perfeccionando, se llama "la danza del
fuego" — aseguró Torino con su acostumbrado desenvolvimiento.

— ¡Nos encantará verlo! — replicó Giusy sonrojándose un poco.

Por último, la princesa se dirigió a todo el contingente de viajeros. —


Les prometo que cuando esté en el trono todo volverá a ser como antes
y podrán divertir y alegrar a todo el reino con su talento como lo
hacían en otros tiempos.

Todos los caravaneros soltaron gritos de júbilo al escucharla y la


ovacionaron. — ¡Larga vida a la princesa Stella!

Cada uno siguió su respectivo camino y cuando los Errantes se


perdieron de vista, el grupo se internó en el templado bosque cuyos
árboles de gruesos troncos, que en Primavera estaban siempre verdes y
frondosos, tenían ya pocas hojas secas en sus ramas. En las copas de
varios árboles, había simpáticas casitas de madera a las que se accedía
mediante unas tablas que estaban clavadas a lo largo de los troncos a
modo de escalera, algunas eran pequeñas y sencillas, otras eran más
amplias y contaban con balcones y terrazas y se comunicaban con
otras viviendas por puentes colgantes para atravesar de un árbol a
otro; pero al parecer, todas estaban deshabitadas.

— Los Odori-noi ya deben estar refugiados bajo tierra — observó


Mandrakus.

— ¿Bajo tierra? — preguntó Stella con mucha curiosidad.

— Sí, en Primavera y en Verano moran en las construcciones que


tienen sobre los árboles pero durante el Otoño y el Invierno se mudan
a sus refugios subterráneos para resguardarse de las bajas
temperaturas.

— ¡Oh! — exclamaron los demás llenos de asombro y Stella volvió a la


carga con sus preguntas. — ¿Cómo es que pueden vivir la mitad del año
debajo de la tierra?

— Los Odori-noi son los mejores guerreros y arquitectos de Terraluce,


todos los túneles, pasadizos y moradas subterráneas del reino fueron
construidos por ellos.

— Ya, recuerdo que usted me contó que ellos ayudaron a mi tatara-


tatarabuelo a edificar el Palacio Subterráneo.

— Así es, durante siglos han servido a la familia Mordano de ese modo,
edificando y construyendo, y en tiempos más recientes como soldados
guerreros de la Guardia Real.

— Siento mucha curiosidad por conocerlos — comentó Stella


animadamente.

— Pronto los veréis, pero antes, hay algo que debo advertiros: Nunca,
jamás, por ninguna circunstancia vayáis a mirarlos directamente a las
narices.

— ¿Por qué?
— Porque eso es una ofensa muy grande para ellos y no os lo
perdonarían ni aunque seáis la misma princesa de Terraluce.

— Muy bien — murmuró Stella al mismo tiempo que repetía para sí


misma. — "No mirar a los Odori-noi a la nariz, no mirar a los Odori-noi a
la nariz..."

De tanto caminar por el bosque se agotaron y reposaron un momento


sus cansados pies en un claro donde los Odori-noi habían acomodado
varias piedras formando un semicírculo en medio de un sitio donde al
parecer solían encender fogatas. Lampo estiró sus extremidades y se
echó una siesta, Ferruccio puso en orden todas las cosas que guardaba
dentro de Cestín mientras Giusy rasgaba las cuerdas de su mandolina y
componía una canción con una rima improvisada donde narraba cada
uno de los acontecimientos que habían vivido durante aquella gran
odisea.

Un osado grupo de amigos valerosos...

Partieron del Palacio Subterráneo presurosos...

Por el Río Uscita atravesaron...

Donde al furioso Tarantasio se encontraron...

El gigiátt, con confianza y valentía...

A aquel dragón no le temía...

Un ala le cercenó...

Para siempre al fondo del río lo confinó...

Los tres gnefros de la Pradera Stellata...

No los dejaron pasar ni aunque se les rogara...

Un acertijo muy complicado...

Que por los caminantes debía ser descifrado...


La princesa encontró la solución...

Y todos saltaron llenos de emoción...

Un homúnculo en medio de la noche les asustó...

Sin embargo, tan sólo ser Maskinganna resultó...

Con las Tres Hadas al Bosque de los Sauces Danzantes llegaron...

Y ellas amablemente los cobijaron...

Al llegar al Circulo Mágico...

El canto de Giusy se vio bruscamente interrumpido por Ferruccio


quien alzó la voz y su dedo índice apuntando un punto lejano que
volaba por el cielo y se dirigía claramente en dirección a ellos. —
¡Miren allá!

Los otros volvieron su vista hacia donde Ferruccio señalaba, minutos


después, un águila real descendió majestuosamente y aterrizó sobre el
hombro izquierdo de Mandrakus con un pergamino enrollado que
llevaba atado a su pata derecha.

— ¡Es Freccia, el águila mensajera de la Facultad! — exclamó Giusy al


reconocer al ave. — ¿A qué habrá venido hasta aquí?

— ¿Un águila mensajera? — inquirió Stella con asombro.

— Aquí en el reino utilizamos a las palomas y a las águilas para enviar


mensajes — le explicó Ferruccio — pero las primeras son un poco
lentas y si queremos entregar un recado con urgencia lo mejor es
enviar un águila, son mucho más eficientes.

— Y sin duda alguna, nuestra querida Freccia vuela veloz como una
flecha — dijo Giusy en rima ya que se había quedado con las ganas de
seguir componiendo.

Mandrakus acarició suavemente la cabeza del águila al mismo tiempo


que desataba la carta que ésta traía consigo. Desenrolló el pergamino
para leerlo mientras los jóvenes lo observaban curiosos.

— Es la letra del profesor Irineo — fue lo primero que comentó el mago.


Conforme seguía leyendo su semblante se iba alarmando cada vez más
y al terminar de leer, su rostro empalideció como la nieve y su mirada
se ensombreció. — ¡Cosmos bendito! ¡Esto no... no puede ser...no!

— ¿Qué? ¿Qué es lo que dice el profesor? — preguntaron Giusy y


Ferruccio sobresaltados.

— So... son los alumnos del Área de Magia de la Facultad...

— ¿Qué pasa con ellos? — preguntó Stella que también estaba bastante
preocupada.

— Hace unos días, los homúnculos de Lázarus irrumpieron en la torre y


se los llevaron al Castillo Real y desde entonces no han vuelto a saber
nada de ellos.

— Pe... pero ¿co...cómo?

— Eso es todo lo que dice la carta, el profesor Irineo no entra en más


detalles — respondió Mandrakus. — Esto es realmente grave y no sé
qué podría yo hacer.-

— ¡Tiene que ir a la Facultad enseguida e investigar bien lo que ha


ocurrido! — lo apremió Stella. — ¡No puede quedarse aquí de brazos
cruzados!

— Lo lamento Alteza, pero no puedo volver a la Facultad en este


momento, cada vez queda menos camino que recorrer, estamos muy
cerca del final. Además, me temo que mi presencia allá servirá de poco,
lo más probable es que Lázarus... bueno, es duro admitirlo... pero no
creo que los estudiantes aún sigan... con vida... — dijo el hechicero
quitándose el sombrero y agachando la cabeza en señal de duelo.

— ¡No! ¡No Mandrakus, no diga eso! — gritó Giusy estallando en llanto.


Ferruccio, aunque lo intentó, tampoco pudo contenerse y comenzó a
llorar desconsolado.

La noticia dejó a Stella completamente destrozada, aunque no conocía


a ninguno de los magos que estudiaban en la Facultad, había sido un
golpe muy duro enterarse de lo que Lázarus acababa de hacer. — Esto
es... realmente no tengo palabras para describir lo que siento, y me
imagino lo mal que deben estar ustedes que los conocían en persona,
eran amigos suyos y compañeros de estudio ¡Es en verdad algo
horrible! Lo... lo siento tanto.

— Yo simplemente no puedo aceptarlo... no puede ser que Brambilla,


Vicenzo, Loredana, Respo y todos los demás estén muertos, tenemos
que averiguar qué fue lo que les pasó — sollozó Ferruccio tratando de
encontrar un poco de esperanza.

— Ya escuchaste lo que dice la carta... — le espetó Giusy — ...los


homúnculos de Lázarus se los llevaron, aunque me duela
profundamente admitirlo, Mandrakus debe estar en lo cierto, a estas
alturas no creo que aún estén... vivos.

— Sólo se me ocurre una manera de salir de dudas... - replicó Ferruccio


mientras hurgaba en el interior de Cestín buscando algo y desde el
fondo sacó un extraño artefacto con la forma de un pájaro bastante
maltrecho que había sido elaborado con palitos de madera y forrado
con tiras de cuero, y al ver que Stella lo observaba muy confusa, le
explicó. — Es mi águila mensajera autómata, la inventé cuando cursaba
el primer semestre en la Facultad, escribiré un mensaje y le pediré que
se lo entregue a Brambilla, si aún está con vida tiene que encontrarla.

Dicho esto, se secó las lágrimas con sus manos, sacó un trozo de papel
y una pluma, garabateó un breve recado y lo guardó en el interior de
su no muy confiable invento. — ¡Encuentra a Brambilla, te lo suplico! —
lo soltó y el águila autómata se elevó en el aire dando trompicones.
Giusy pensaba que aquellos esfuerzos eran vanos, aquel artefacto había
demostrado en ocasiones anteriores ser un rotundo fracaso, pero
decidió no decírselo a su amigo para no arruinarle la moral más de lo
que ya la tenía.

Stella no pudo soportarlo más y soltó fuera todo aquello que la estaba
atormentando desde lo más profundo de su ser. — Amigos... ¡Es
terriblemente cruel e injusto lo que ha pasado! Y.. y me ha hecho
pensar que... ¡Habría sido mejor que ustedes nunca hubieran estado
involucrados conmigo en esto! ¡Me sentiría terriblemente mal si
Lázarus les llegara a hacer daño por mi causa! ¡Él podría mandar a
apresar a sus padres y hermanos o hacerles algo peor! Mandrakus no
quería que nos acompañaran en este viaje, y sin embargo, yo los dejé
venir ¿Cuántas veces no los he puesto en peligro? ¡Podrían estar
muertos ustedes también!

— ¡No, Alteza! ¡Por favor, no digáis eso! — levantó Giusy la voz entre
lágrimas. — Nosotros estamos muy orgullosos y somos muy felices de
poder serviros en la nueva Corte Real y no os abandonaremos por
ninguna circunstancia, permaneceremos fieles a vos hasta el día que
muramos.

— Así es, alteza — agregó Ferruccio sollozando también. — Hicimos un


solemne juramento ante la Madre Naturaleza y el Padre Cosmos,
prometimos que estaríamos siempre con vos en lo bueno y en lo malo
y no estamos en absoluto arrepentidos de haberlo hecho.-

— La verdad... ¡No entiendo por qué tú y Giusy decidieron hacer eso


por una extraña a la que ni siquiera conocían hasta hace poco tiempo!
— respondió Stella algo alterada.

— ¿Sabes? Creo que ya es hora de que le platiquemos a nuestra Alteza


toda la verdad acerca de nosotros... — afirmó Giusy con decisión
dirigiéndose a su amigo—- ... de nuestro pasado y de nuestros orígenes.

— Tienes razón, en realidad, creo que debimos haberlo hecho desde el


principio.
Stella y Mandrakus intercambiaron miradas de desconcierto y éste
último apremió a la juglaresa a comenzar su relato. — Sí querida, creo
que es justo y necesario.

Giusy trató de tranquilizarse y dejó de llorar, emitió un hondo suspiro


como un nadador apunto de zambullirse en el agua. — Mi padre se
llamaba Guderzo Abruzzo y era un juglar de la Corte Real y mi madre
Graziella era el médico alquimista oficial del Castillo Real. Después que
vuestros padres fueran asesinados, Lázarus subió al trono e invitó a
todos los miembros de la antigua corte a servirle y jurarle lealtad y
sumisión, pero ellos se opusieron rotundamente porque no les nacía
servir a otra pareja de reyes que no fueran Romeus y Cinzia Mordano
quienes se habían ganado su fidelidad a pulso. Nunca se imaginaron
que ese acto de rebeldía les costaría la vida.

Al terminar de hablar, Giusy hizo todo lo posible por contener las


lágrimas pero le fue completamente inútil, Stella quiso decirle algo
para consolarla y no le salieron las palabras.

— Y... y bueno... — prosiguió Ferruccio titubeando en vista de que su


amiga no podía seguir — mis padres se llamaban Favino y Fiona Molise,
mi papá era un arlequín en la corte y mi mamá una criada que servía a
vuestra madre. Ellos tampoco quisieron vivir bajo el mando de Lázarus,
prefirieron la muerte antes que traicionar a la familia Mordano a la
que tanta lealtad y aprecio tenían.

Ferruccio también trató de ser fuerte, pero al final le fue imposible


reprimir el llanto también. Stella seguía sin encontrar palabras
reconfortantes, así que recurrió a otra manera de expresar sus
sentimientos, envolvió a sus dos amigos en un fuerte y sincero abrazo
y compartió su tristeza.

— ¡Nosotros no podríamos abandonaros! ¡Jamás! — exclamó Giusy. —


Tenemos tantas cosas que nos unen: nuestros padres murieron por
culpa de Lázarus cuando éramos muy pequeños, vos erais apenas una
recién nacida y Ferruccio y yo sólo teníamos un año de edad.
Mandrakus y Glenda nos criaron, Avellino y Laureano nos cuidaban.
Mientras crecíamos nos hablaban mucho de vos y vuestro regreso
triunfal al reino, siempre estuvimos esperando el día en que volvierais
y conoceros, os sentíamos tan cercana a nosotros porque a pesar de
que somos diferentes nuestras historias son similares, por eso
decidimos formar parte de la nueva Corte Real sin siquiera dudarlo
cuando Mandrakus nos lo propuso.

— Sí, tienen razón — asintió Stella. — Es bueno que estemos juntos en


esto y debemos permanecer siempre unidos, somos más que unos
grandes amigos, somos una familia. — Giusy y Ferruccio
intercambiaron sonrisas con ella y Mandrakus asintió con la cabeza.

— Me alegro que hayan decidido ser sinceros con vuestra Alteza.


Ahora, creo que deberíamos retomar la marcha y encontrar a algún
odori-noi para que nos ayude a movernos por estos terrenos. Recuerdo
que en este bosque había un árbol con un tronco muy grueso en el que
se encontraba una puerta que daba acceso a sus moradas subterráneas,
mas no me acuerdo de su ubicación exacta.

— En ese caso debemos darnos prisa para ubicar ese árbol antes de que
oscurezca — comentó Giusy y los demás coincidieron con ella.

Abandonaron el claro, despidieron a Freccia con una breve respuesta


para el profesor Irineo y comenzaron a buscar entre los árboles alguno
que tuviera esas características que había descrito el sabio hechicero.
Caminaban en fila uno detrás del otro a causa de la extrema estrechez
de los senderos. El ocaso cayó repentinamente dando paso a la densa
oscuridad de la noche y ellos seguían vagando sin encontrar
absolutamente nada. El silencio de aquel extenso bosque era
inquietante: no se escuchaban grillos cantar, el ulular de alguna
lechuza ni ningún otro habitual sonido nocturno. Lo único que rompió
la quietud fue un grito de terror lanzado por Giusy que iba en la
retaguardia. — ¡¡¡CUIDADO!!!
Capítulo 24
Los demás únicamente alcanzaron a distinguir una oscura silueta que
pasó volando velozmente sobre sus cabezas y aterrizó inerte a los pies
de Mandrakus que iba al frente de la fila. Stella la observó con horror y
curiosidad a la vez: era el cadáver de una extraña criatura con cuerpo
de reptil y alas de águila cuyo corazón había sido atravesado
hábilmente por una flecha.

— Han corrido con suerte, me encontraba vigilando esta zona y mi


olfato detectó el peligro al instante — dijo una voz masculina detrás de
ellos. — Si no hubiera llegado a tiempo esa bestia los habría hecho
trizas en cuestión de segundos.

Todos se volvieron para observar al extraño personaje que les hablaba.


Sobre una gruesa rama de un árbol estaba agazapado un individuo alto,
de tez olivácea, cabellos largos y negros que llevaba peinados en varias
trenzas delgadas, tenía las orejas puntiagudas, los ojos un tanto
rasgados al igual que Giufino y una nariz extremadamente larga cuyas
fosas nasales sobresalían varios centímetros debajo de su barbilla. A su
espalda llevaba colgado un carcaj lleno de flechas, entre sus manos
sostenía un magnífico arco de madera e iba vestido con una tosca y
sencilla armadura. Era un guerrero odori-noi en toda regla.

Aunque a Stella le había impresionado mucho el descomunal tamaño


de la nariz de aquel personaje, recordó la advertencia que Mandrakus
le dio y desvió su mirada hacia sus oscuros ojos. — Si que fue una
suerte... ¿Y qué era ese bicho raro que quería atacarnos? — le preguntó
para entablar conversación.

— Un iáculo — respondió el arquero sonriendo y mostrando su


inmaculada dentadura — salen por las noches y se ocultan en los
árboles en busca de alguna presa para atravesarla de lado a lado y
después devorarla, son increíblemente rápidos pero no tanto como las
infalibles flechas de un Odori-noi. Por cierto, soy el Erongis Kappa,
capitán del ejército de arquería.

— Le agradecemos infinitamente por habernos salvado, señor Kappa.


Mi nombre es Mandrakus y ellos son Giusy, Ferruccio y la princesa
Stella.

— He escuchado hablar mucho de usted, Erongis Mandrakus y por


supuesto también de su Alteza la princesa. Sepan que me complace
enormemente conocerles en persona. — Dicho esto, saltó desde lo alto
para reunirse en el suelo con ellos y los saludó con un fuerte apretón
en las narices a cada uno de ellos provocándoles una terrible picazón
que los hizo estornudar. El mago le devolvió el saludo y los demás lo
imitaron para no quedar en ridículo.

— No les aconsejo andar paseando por el bosque cuando está oscuro,


suelen merodear muchas criaturas peligrosas y las temperaturas
descienden abruptamente durante la madrugada. Por favor, les suplico
que me acompañen a la Villa Subterránea, ahí estarán más cómodos y
seguros.

— Precisamente nos perdimos tratando de ubicar el gran árbol para


poder bajar a su refugio bajo tierra — le comentó Giusy.

— Se encuentra bastante alejado de esta zona, pero no se preocupen, sé


orientarme perfectamente por el bosque ¡Síganme!

El Odori-noi los condujo por varios senderos oscuros y solitarios, los


hizo adentrarse en un área donde crecían numerosos árboles de todo
tipo, pero sólo uno de ellos era de tronco grueso con una gran puerta
que tenía toscamente talladas sobre la corteza una flecha y una espada
cruzadas. — ¡Bajen por aquí! — les ordenó mientras abría la puerta y
les cedía el paso.

Detrás de la puerta había una larguísima escalera de piedra cuyos


escalones descendían varios metros bajo tierra. Cuando llegaron al
final, los jóvenes no pudieron dar crédito a lo que veían: una estancia
abovedada de proporciones estrambóticas se extendía delante de sus
ojos, estaba dividida por numerosas calles llenas de casas y
edificaciones de piedra y madera. Algunos eran callejones tan
estrechos que sólo se podía pasar de uno en uno y otras eran avenidas
tan amplias por las que podía caminar una inmensa muchedumbre.

— A esta hora acostumbro reunirme con mis amigos guerreros a tomar


algo en la taberna de los Erizos Ebrios — les comentó su acompañante.
— Me imagino que deben estar hambrientos, les invitaré a cenar y los
presentaré con todos mis colegas, si es que no tienen algún
inconveniente, claro está.

Nadie dijo que no, por el contrario, todos asintieron gustosos.

Kappa los llevó por una calle que parecía ser una de las avenidas
principales, ya que además de estar bastante transitada, se podían
distinguir varios letreros de madera que colgaban afuera de varios
establecimientos: uno de ellos tenía el dibujo de un diamante y al
asomarse por sus ventanas se podían ver diversas joyas y piedras
preciosas de todo tipo en exhibición, en otro letrero estaba pintado un
carrete de hilo con una aguja ensartada y unas tijeras y dieron por
hecho que aquel debía ser el local de algún sastre.

Finalmente el odori-noi se detuvo frente a una puerta cuyo letrero lo


adornaban dos simpáticos erizos que chocaban sus respectivos tarros
de cerveza. Nada más entrar los recibió un bullicio tremendo, los
congéneres de su nuevo amigo reían y hablaban en su dialecto a grito
pelado entre ellos mientras se atascaban de quesos, pan y embutidos y
bebían grandes cantidades de cerveza y vino en enormes tarros que, en
cuanto quedaban vacíos, corrían a llenar de nuevo en la larga hilera de
barriles que había junto a la barra donde el tabernero, que era un
odori-noi de mediana edad que llevaba barba y el cabello negro recogido
en una coleta, sacudía y acomodaba los tarros limpios.

Parecía que no encontrarían ninguna mesa disponible, ya que el local


estaba abarrotado hasta los topes, Kappa estuvo a punto de decirles
que salieran cuando uno de sus conocidos, que se encontraba sentado
en una de las mesas cercanas a la barra junto con otro numeroso grupo
de guerreros que habían dejado sus armas debajo de la mesa mientras
escuchaban embelesados a un odori-noi que tocaba una suave melodía
con un acordeón, comenzó a llamarlo con voz atronadora para hacerse
oír en medio del tremendo barullo. — ¡Ihe, ihe! ¡Kappa, omais iuq!

— ¡Ha, Enzo! ¿Emoc av? ¿Alleb Etton, he? — le respondió Kappa en su


respectivo dialecto ante la mirada atónita de los demás que no
entendían ni pío de lo que hablaban.

— ¡Ís, ís! Am... ¿e ihc onos i iout icima inamu?

— Onos Erongis Mandrakus, Ferruccio, Giusy e al assepicnirp Stella.

— ¿Al Assepicnirp Stella? ¿Etnemarev? — inquirió el amigo de Kappa con


los ojos desorbitados por la sorpresa.

— ¡Ís, Ís! ¡É iel!

El resto de los presentes comenzaron a cuchichear entre ellos sin dejar


de observar con desmedido asombro a los visitantes, en especial a la
princesa Stella, no podían despegarle la vista de encima.

Giusy estuvo a punto de suplicarles que les explicaran en lengua


humana lo que estaban diciendo, cuando Kappa reparó en que ellos no
comprendían nada. — ¡Oh, mil perdones! Me olvidé por completo que
es de pésima educación hablar en dialecto odori-noi frente a los
humanos y además, debí haberlos presentado antes como es debido. Él
es mi amigo Enzo, capitán del ejército y entrenador de los
espadachines.

El amigo de Kappa se levantó y prosiguió a saludarlos apretándoles las


narices a cada uno de ellos, y aunque habrían preferido estrecharle la
mano, ellos también lo saludaron al modo odori-noi para no parecer
unos maleducados también.

— Es un gusto enorme tenerlos de visita en la Villa Subterránea ¡Y más


aún a vos, princesa Stella! Nunca olvidaré a vuestro padre ¿sabéis? Yo
le enseñé mis mejores técnicas de combate a espada cuando era un
jovencito. Sin duda fue el mejor rey que ha tenido jamás este reino ¡El
imbécil de Lázarus nunca le llegará ni siquiera a los talones!

— ¿Es verdad lo que han escuchado mis oídos? — preguntó el


tabernero derramando un poco de la espumosa cerveza que estaba
sirviendo en un tarro. — ¿La hija del grandioso Romeus Mordano está
aquí?-

Stella asintió tímidamente con la cabeza, a esas alturas aún no se


acostumbraba a llamar la atención a donde quiera que fuese.

Entonces, el odori-noi limpió la barra con un trapo húmedo y les sirvió


cuatro tarros a rebosar de cerveza de raíz y preparó una charola con
diversos panes, quesos, cecina, salami y otros embutidos y se la ofreció
a la princesa.

— ¿Y esto? — inquirió Stella sorprendida.

— ¡Comida y bebida gratis para vos y vuestros acompañantes! Todo


corre por cuenta de vuestro servidor, Cernobbio, el tabernero.

— ¿En verdad podemos tomar todo eso completamente gratis? —


preguntó Ferruccio llevándose las manos al estómago.

— ¿Tienes taponeadas las orejas o qué? — masculló Giusy haciendo


rodar las pupilas de sus ojos.
— ¡Absolutamente todo! — afirmó Cernobbio. — ¡Por favor, sírvanse!

Stella y sus amigos le agradecieron infinitamente, se acomodaron en la


mesa con Enzo y Kappa y se apresuraron a tomar bocado pues se
encontraban realmente hambrientos, pero en cuanto sintieron en sus
papilas gustativas el sabor de la carne, hicieron muecas de completo
desagrado.

— ¡Iugh! ¡Esta cecina está condenadamente salada! — protestó Giusy


escupiéndola sobre una servilleta.

— ¡Eso que no le has dado un trago a la cerveza de raíz! ¡Es demasiado


empalagosa! — agregó Ferruccio haciendo a un lado su respectivo
tarro.

Kappa, Enzo y Cernobbio no pudieron evitar soltar una risada.

— Bueno... — les explicó el primero — nuestro gusto es muy diferente


al de ustedes los humanos, nuestras lenguas pueden soportar sabores
extremadamente salados y dulces.

— Voy a ver si tengo cerveza apta para humanos, como verán, no


suelen bajar muchos de sus congéneres por aquí... De hecho, hace
algunos días vino un sujeto muy raro aquí a la taberna y me pidió que
le proporcionara un barril de cerveza de raíz, de la misma que
tomamos nosotros.

— ¡Qué extraño! ¿Y para qué lo querría? — cuestionó Enzo.

— No tengo ni la menor idea — replicó el tabernero encogiéndose de


hombros.

— Sí, lo recuerdo... — corroboró Kappa — era un tipo misterioso y muy


siniestro, iba envuelto en una larga capa negra con capucha y llevaba
un ave strige posada sobre su hombro.

Los cuatro amigos intercambiaron temerosas miradas entre ellos al


escuchar esa descripción.
— ¿Se... será qui... quien estamos pensando? — preguntó Ferruccio algo
alarmado.

— Es muy posible... — respondió Mandrakus pensativo — ... es algo muy


posible y si nuestras sospechas son correctas, seguramente eso no es
nada bueno.

— Pues, el individuo ese daba mucho miedo, sí... pero no le hizo daño a
nadie, además, a las aves strige no les gusta la sangre de los odori-noi —
señaló Cernobbio mientras colocaba otros cuatro tarros a rebosar de
cerveza apta para humanos sobre la barra.

— A decir verdad... — masculló Enzo — las relaciones entre nuestras


razas nunca fueron muy buenas, los reyes anteriores a Romeus
siempre nos trataron como bestias vulgares, peones y ciudadanos de
segunda, sobre todo... — añadió volviéndose a Stella — ...perdonad que
sea así de duro y directo, Alteza, pero debo decirlo... vuestro abuelo
Claudius Mordano, ese... ¡Era un hijo de la gran puta!

— ¡Eh, vale! Es verdad, pero... ¡No es necesario ser tan explícito! — lo


reprendió Kappa.

— No se preocupen — los tranquilizó Stella. — Yo no conocí a mi abuelo


y no tengo idea de qué clase de persona haya sido.

— En resumen... — continuó el espadachín después de la interrupción


de su colega — vuestro padre no siguió la escuela de vuestro abuelo y
sus antepasados y dedicó toda su vida a establecer una buena relación
entre nuestras razas. Él fue el único y el primero en reconocernos
como seres pensantes y valoró nuestro talento como grandes maestros
de la arquería y el combate a espada y nos nombró soldados guerreros
oficiales del reino ¡Finalmente, un rey humano nos había dado el honor
y el respeto que merecíamos!

Los demás odori-noi vitorearon y silbaron llenos de júbilo al escuchar


eso. — ¡Evlas Er Romeus! ¡Avivve al Asac Mordano! ¡Evlas Er Romeus! ¡Avivve
al Asac Mordano!

— Por eso... — prosiguió Enzo en cuanto las ovaciones de sus


entusiasmados congéneres disminuyeron de intensidad — nuestro
pueblo realizó un grande y noble juramento para honrar su memoria:
juramos nunca servir a otra familia real que no fuera la familia
Mordano, cosa que por supuesto, a Lázarus Rovigo no le agradó
absolutamente nada. Él tiene sus soldados homúnculos que le sirven
fielmente, cierto, pero eso no le basta porque ellos no son tan hábiles
con las armas como lo somos nosotros, son más bestias que humanos.

— ¡Cosmos bendito! — exclamó Stella. — ¿Y no quiso tomar represalias


contra ustedes por no haberse sometido a sus órdenes?

— Sí, pero es un cobarde, sabe que no le conviene meterse con nuestro


pueblo porque lleva las de perder, prefiere hacerles la vida imposible a
los suyos. Ni siquiera sus inútiles guerreros tienen la osadía de
acercarse por el bosque.

— Pero lo importante es que gracias a Romeus ahora los humanos y


odori-noi estamos unidos como hermanos ¡Lucharemos juntos y
acabaremos con Lázarus y sus homúnculos! — gritó Kappa
interrumpiendo la conversación.

— ¡Sí! — gritó Cernobbio levantando su tarro de cerveza en el aire. — ¡Y


este es un buen momento para celebrar esa unión con la princesa aquí
presente! — Después, se dirigió hacia el individuo que tocaba el
acordeón. — ¡Vamos Iota! ¡Toca algo divertido y alegre!

El músico asintió con la cabeza y comenzó a tocar una simpática


melodía que en pocos segundos alegró a toda la taberna. Algunos se
entusiasmaron tanto que se treparon a las mesas a ejecutar una danza
típica que consistía en mover los pies lo más rápido posible mientras
entonaban una divertida canción.

Barrilito...
Barrilito de cerveza...

Cuando bebo...

Cuando bebo demasiado...

Se me sube...

Se me sube a la cabeza...

Y no puedo...

Y no puedo bailar ya con destreza...

La cabeza...

La cabeza me da vueltas...

Y todo...

Y todo me da pereza...

Los cuatro amigos, a pesar de la profunda tristeza que tenían por lo


ocurrido con los estudiantes de la Facultad, no pudieron evitar
contagiarse de la dicha de los odori-noi y los acompañaron en el
jolgorio. Stella, Giusy y Ferruccio se quitaron los zapatos y se subieron
a la mesa para que Kappa les enseñara a bailar tan rápido como ellos,
aunque enseguida desistieron, ya que más de una vez tropezaron con
otros bailarines más hábiles que ellos. Mandrakus los observaba sin
parar de reírse de lo mal que lo hacían.

Cestín también se unió a la fiesta y comenzó a brincar en un pie y


luego en otro demostrando tener mejor talento para la danza odori-noi
que los humanos. Mientras tanto, Lampo estaba ocupado cortejando a
Scintilla, la gigiátt hembra del tabernero que había permanecido
escondida detrás de la barra todo el tiempo y que tampoco pudo
resistirse a participar de aquel ambiente festivo.

Conforme la noche iba avanzando, los odori-noi comenzaban a desalojar


la taberna y los cuatro viajeros se quedaron solos con Kappa, Enzo y
Cernobbio. — Si no tienen sitio donde hospedarse... — les dijo éste
último - ... yo podría alquilarles uno de los cuartos para huéspedes que
tengo disponibles.

— Eso sería excelente — afirmó Kappa — porque es necesario que la


princesa Stella permanezca aquí en la Villa Subterránea por unos días.

— ¿Y eso por qué? — pregunto ella con los ojos desorbitados por la
sorpresa.

— Porque necesitáis entrenaros conmigo — le respondió Enzo — debéis


aprender las mejores estrategias para luchar con espada. Recordad que
el tiempo ya está próximo, tendréis que pelear con todas vuestras
fuerzas para recuperar vuestro trono, no os queda otra alternativa.
Pasaré a recogeros mañana a las diez en punto.

Stella asintió temerosamente con la cabeza, había olvidado que su


inminente enfrentamiento mortal con Lázarus estaba cada vez más
cerca y tenía que prepararse lo mejor posible si quería tener
esperanzas de salir victoriosa.
Capítulo 25
Cernobbio les proporcionó dos de las más cálidas y confortables
habitaciones que tenía disponibles arriba de su establecimiento: una
para Stella, Giusy y Lampo y otra para Mandrakus, Ferruccio y Cestín.
Por la mañana, bajaron nuevamente a la taberna donde Arongis
Marina, la bonachona esposa del tabernero, les preparó un suculento y
sustancioso desayuno para que pudieran comenzar el día con
suficientes energías.

— Espero que sea de su agrado — les dijo la mujer odori-noi en cuanto


llevó sus respectivos platos a la mesa. — He puesto todo mi esmero
para dar con el toque dulce justo en el jugo de naranja y la cantidad de
sal apropiada para el gusto humano en los huevos estrellados.

Los cuatro le dieron una probadita a la comida, y para su asombro,


estaba perfectamente bien sazonada y se zamparon todo en un
santiamén.

Kappa y Enzo acudieron puntuales a buscar a Stella a la taberna de los


Erizos Ebrios, exactamente a las diez de la mañana como habían
acordado anoche. Los guerreros odori-noi le prestaron a la princesa una
de las armaduras sencillas y toscas que ellos usaban para vigilar los
bosques por las noches, estaba confeccionada con una tela especial que
tenía la apariencia de una malla metálica pero que era bastante
cómoda, ligera y resistente al mismo tiempo.

— ¿Y mientras tanto nosotros qué haremos? — musitó Ferruccio


dirigiéndose a Giusy con un tono de voz que denotaba aburrimiento.

— Tú y tu novia pueden venir conmigo a practicar un poco de arquería


si lo desean — replicó Kappa guiñándole un ojo cómplice — yo tampoco
tengo nada importante que hacer y contar con un par de nuevos
aprendices no me vendría nada mal.

— ¡Nosotros no somos novios! — exclamaron Giusy y Ferruccio al


unísono con el rostro completamente colorado por el bochorno que les
causó la afirmación del arquero.

— En efecto, no son novios — susurró Mandrakus al tabernero en voz


casi inaudible —- pero mucho me temo que algún día de estos lo serán.

— Me imagino... — comentó Cernobbio con una sonrisa pícara —


...como otro par de enamorados que conozco y que nunca se han
atrevido a declararse su mutuo amor.

— ¿Rep osac iats odnalrap id ion eud? — cuestionó Enzo con suspicacia al
tabernero.

— ¿Oi? ¡Am iad on!

— ¡Olucnaffav, oznorts! — le respondió Kappa mostrándole el dedo medio


con las mejillas ruborizadas por la vergüenza y le ordenó a su
compañero mediante señas que se apresuraran a abandonar la taberna.

— ¡Es de muy mala educación hablar en dialecto cuando hay humanos


presentes, no lo olviden! — gritó Cernobbio muerto de risa cuando
Enzo salió del local dando un portazo.

Un gélido viento los golpeó en el rostro en cuanto salieron a la


superficie, aunque aún no nevaba, los árboles no tenían ni una triste
hoja y el suelo estaba cubierto por una capa de fina escarcha. Se
dividieron en dos grupos: Giusy y Ferruccio se fueron con Kappa a
aprender tiro con arco; por otro lado, Stella y Enzo buscaron un claro
en el bosque donde hubiera espacio suficiente para poder practicar el
combate a espada.

Enzo únicamente había traído consigo dos simples espadas sin


envainar, le arrojó una a Stella y ella la atrapó en el aire con
sorprendente agilidad. — ¡Nada mal para una primeriza, eh! — la elogió
el odori-noi. — Sin duda, la Madre Naturaleza os ha dotado de buenos
reflejos, lo cual es una gran ventaja al entrar en batalla. — Stella se
sonrojó como respuesta al cumplido.

— De acuerdo, ahora vamos a empezar. Estas son las espadas que


usamos para entrenar a los principiantes... — procedió a explicarle
— ...como podéis notar, no tienen filo; pero aún así, si os acomodaran
un buen golpe con una de esas, podríais llegar a lastimaros.

— Bien, lo tendré muy en cuenta — respondió Stella tomando nota


mentalmente.

— Las primeras sesiones no serán tan intensas, no obstante, debéis


tener siempre presente que cuando os vayáis a enfrentar con Lázarus
todo será completamente distinto, afortunadamente él no cuenta con
una espada encantada, pero eso no significa que debáis confiaros, los
ataques que os dé serán mortales en verdad. Así que, os aconsejo que
hagáis como si esto no fuera un simple entrenamiento y estuvierais
envuelta en una lucha verdadera.

Stella asintió seriamente con la cabeza. Un estremecimiento recorrió


todo su sistema nervioso al imaginar lo que pasaría si resultaba ser una
pésima guerrera con la espada, ni pensarlo, tenía que poner todo su
empeño para dominar todas las técnicas que su maestro le enseñara, sí
o sí.

— Antes de comenzar debemos realizar unos ejercicios para calentar


un poco los músculos. Imitad todos mis movimientos: afianzad los pies,
separad las piernas, doblad las rodillas, sujetad bien la espada con
ambas manos sobre la empuñadura y empezad a agitarla.
La princesa siguió al pie de la letra todos los pasos de Enzo, y al agitar
la espada, sintió que su muñeca estaba a punto de doblarse por el peso
del arma y esbozó una mueca por la molestia que aquel movimiento le
causó.

— No os preocupéis — la tranquilizó el odori-noi mientras le colocaba


un pañuelo alrededor de su muñeca para evitar que volviera a
doblarse. — Al principio cuesta acostumbrarse, pero en cuanto tengáis
práctica será mucho más sencillo. Además, Potentiam tendrá el
equilibrio adecuado al ser una espada que vuestro padre ha designado
especialmente para vos.

— Ah... ¿Enzo? — preguntó Stella titubeando.

— ¿Sí, Alteza?

— Tú conociste a mi padre cuando era joven ¿no es cierto?

— Así es — respondió el espadachín un poco extrañado por aquel


repentino cambio de tema.

— Cuéntame cómo era, por favor — le suplicó la princesa.

— Era una persona estupenda, muy generosa y comprensiva. Tenía un


gran sentido del humor y le encantaba venir a nuestro bosque a
montar a caballo. También solía acompañarnos por las noches cuando
hacíamos nuestras rondas de vigilancia y encendíamos fogatas e
incluso se aprendió muchas de nuestras canciones en nuestro dialecto.

— ¿En verdad? — musitó la joven dejando escapar una risotada al


imaginar a su padre cantando a todo pulmón con Enzo y sus
congéneres.

— Sí, juntos pasamos muchos momentos divertidos e increíbles. Su


muerte a manos del inescrupuloso de Lázarus fue un golpe muy duro
para nuestro pueblo. Aunque echamos mucho de menos su presencia
física, sabemos que su alma no ha muerto, está aquí presente y
conectada con el Todo a través de la Madre Naturaleza; y cuando deseo
hablar con su espíritu, abrazo uno de los árboles del bosque, pienso en
él con todas mis fuerzas y puedo oír su voz susurrándome a través de
las ramas y las hojas.

— ¿Y yo podría hacer eso también? — preguntó Stella emocionada ante


la idea de poder escuchar de nuevo la voz de su padre.

— No, me temo que no, alteza. Esa es una facultad que sólo los odori-noi
poseemos — respondió Enzo tristemente. — La última vez que hablé
con él me pidió que cuando llegarais a nuestro bosque os preparara
con ahínco para que aprendierais a luchar valientemente con su
espada, tal como lo hice con él en el pasado.

— Y... ¿Y sabes quién fue aquella masca que le obsequió la espada real?

Aquella duda había dado vueltas en su cabeza nuevamente. Desde la


noche en que Opposta, la anfisbena de la Isla Luminata, le había
contado que Potentiam había sido un presente hecho por parte de una
de aquellas déspotas y orgullosas hechiceras de las montañas del Sur,
se preguntó quién de ellas podía haber sido capaz de forjar una espada
especialmente para su padre; pero con tanta agitación que había
tenido desde que ella y sus amigos habían vuelto al reino, se olvidó por
completo de preguntarle a Mandrakus para obtener información al
respecto.

— ¿Cómo? — inquirió Enzo con total perplejidad. — ¿Acaso no lo


sabéis?

Stella estaba a punto de replicar para explicarle que apenas y conocía


información acerca de sus padres, cuando un extraño movimiento
entre los árboles la alarmó. Un diminuto caballo de color verde pasó
trotando velozmente abriéndose camino entre los troncos. — ¿Qué...
quién es esa criatura? — exclamó apuntando con su dedo índice el
punto exacto en que había perdido de vista al peculiar equino.
— Lo lamento, pero no alcancé a verla — replicó el odori-noi moviendo
negativamente la cabeza. — Este bosque está infestado de animales
mágicos y muy peligrosos ¿sabéis? Es bueno que permanezcáis alerta.

— Es que... me pareció ver un curioso caballo muy pequeño y lo que


más me llamó la atención fue su color, era de un tono verde bastante
llamativo.

— ¿¿Realmente habéis visto un Caddos Birdes?? — preguntó Enzo con


los ojos completamente desorbitados por la emoción. — ¡Oh alteza, no
tenéis idea de lo que eso significa!

— Eh, pues no... ¿y qué significa?

— Un proverbio nuestro muy conocido dice: "Nu omou otanutrof é úip


orar ied Caddos Birdes" que en vuestra lengua quiere decir que encontrar
un hombre con suerte es más difícil que encontrar un caballo verde
como el que acabáis de avistar, pero quien llegara a ver uno, aunque
fuera por un breve instante, es una señal de que tendrá una vida muy
afortunada.

— Oh... vaya — suspiró Stella sorprendida.

— Así que, poned todo vuestro empeño en este y los otros


entrenamientos que tengamos después, la buena fortuna está de
vuestra parte.

Stella asintió esbozando una tímida sonrisa y se concentró en realizar


correctamente los ejercicios de calentamiento como Enzo le había
enseñado, dejando relegada su inquietud sobre el origen de la espada
real.

Los cuatro amigos se alojaron en la taberna de los Erizos Ebrios por


diez días. Stella comenzó a entrenar con espadas de verdad al tercer
día y poco a poco fue perfeccionando las estrategias que su maestro le
había enseñado desde el primer día. Giusy y Ferruccio se defendían
bastante bien con el arco y su puntería era bastante certera. Sin
embargo, la princesa aún no se sentía del todo preparada para
combatir y sentía la necesidad de entrenar al menos un par de días más
con Enzo, Lampo tampoco quería separarse de su querida Scintilla y
del resto de gigiátts con quienes había hecho gran camaradería en la
Villa Subterránea; pero no tenían elección, debían partir rumbo la
Cordillera Norte sin más demora. Quedaba tan sólo una semana de
Otoño y después daría inicio el Invierno.

Muy de madrugada, antes que clareara el cielo, Kappa, Enzo y


Cernobbio los acompañaron hasta el amplio sendero que conducía
fuera de las lindes del bosque y desde el cual se podían divisar con
claridad las montañas septentrionales en lontananza.

— Es una pena que tengan que partir justo ahora que iniciarán las Siete
Noches Pre-invernales — comentó Cernobbio con resignación.

— ¡Qué mal! — se lamentó Giusy. — Mandrakus y Glenda nos han


hablado mucho de esas festividades y nunca hemos tenido oportunidad
de celebrarlas. Lo más parecido que teníamos a un festejo en el Palacio
Subterráneo era cuando en el Solsticio de Invierno Glenda preparaba el
panettone y ponía a los pies de nuestras camas el par de calcetines de
lana que religiosamente nos tejía año con año a Ferruccio y a mí.

— ¡Oh sí, son estupendas! — exclamó Kappa con mucha ilusión. — En


los poblados humanos ya no se festejan con bombo y platillo por miedo
a los castigos de Lázarus, pero nosotros aún lo hacemos. En cuanto
oscurece, subimos todos al bosque, encendemos montones de velas y
las colocamos a las orillas de los senderos para iluminar los oscuros
caminos así como el Astro Rey iluminará la Tierra al vencer a las
tinieblas en su renacimiento.

— Y lo mejor de todo... — agregó Enzo interrumpiendo a su amigo —


...son las fiestas que hacemos en torno a la luz de las hogueras:
cantamos, danzamos, comemos y bebemos hasta desfallecer e
intercambiamos regalos entre nosotros.
Mientras Stella, Giusy y Ferruccio escuchaban atentos a los odori-noi
menos ganas tenían de marcharse, le dirigieron una mirada suplicante
a Mandrakus y éste meneó negativamente la cabeza como respuesta.
No había más que agregar, se perderían las Siete Noches Pre-
Invernales aquel año también.

— Pero antes de que se vayan, hemos decidido darles algunos


presentes... — expresó Kappa cortando aquellos lúgubres
pensamientos que pasaban por la mente de los tres jóvenes.

Al escuchar eso, Cernobbio arrastró un pesado costal de tela áspera


que había escondido detrás del grueso tronco de un árbol, Kappa y
Enzo hurgaban en el interior al mismo tiempo que los humanos los
miraban expectantes.

— Para los dos nuevos arqueros: un arco y un carcaj para defenderse de


los iáculos y otros bichos peligrosos que acechan por los bosques... —
les dijo Kappa al colocar los regalos entre sus manos — ...y tampoco
tendrán que preocuparse por si se llegaran a acabar las flechas, los
carcaj odori-noi son mágicos y nunca se quedan vacíos.

Giusy y Ferruccio agradecieron infinitamente aquel estupendo e


inesperado obsequio. — Esto es mucho mejor que unos calcetines de
lana — masculló Ferruccio por lo bajo y Giusy le propinó un codazo
soltando una risilla.

— Para el buen Erongis Mandrakus... — añadió Cernobbio tomando una


simpática botella verde con un cuello muy estrecho adornado con un
vistoso moño de color rojo y una base tremendamente ancha colocada
dentro de una cestita entretejida de mimbre — ...una botella del mejor
vino de mi bodega.

- Gracias, gracias... pero no tenía que haberse tomado tantas molestias


— replicó Mandrakus al recibir el presente.

— Y para vuestra alteza real... — añadió Enzo al final — una armadura


confeccionada cuidadosamente por nosotros, los guerreros, hecha
justo a vuestra medida.

— ¡Oh, muchas gracias! ¡Es realmente formidable! — exclamó Stella


mientras sacaba su regalo que había sido envuelto en una caja de
terciopelo rojo y atada con un listón plateado. — Han sido ustedes muy
amables con nosotros y no tenemos nada que ofrecer para poder
corresponderles — agregó muy apenada.

— No os preocupéis por eso, alteza. Vos daréis a este reino el mejor


regalo que cualquier ser vivo podría recibir jamás: la libertad.

—"La libertad..." — pensó Stella dejando escapar un hondo suspiro


—"...es todo lo que nuestros pueblos han estado esperando recibir
desde hace mucho tiempo."

— No tenemos palabras suficientes para agradecer toda vuestra


hospitalidad — les dijo Mandrakus antes de partir.

— No se preocupen, para nosotros fue un gran honor servir a la


heredera de la Casa Mordano — musitó Cernobbio haciendo una
respetuosa reverencia a Stella, después, los tres juntos vitorearon a
todo pulmón. — ¡Evlas Er Romeus! ¡Evlas Assepicnirp Stella! ¡Avivve al Asac
Mordano!

El anciano mago se despidió apretando las narices a los odori-noi. Los


otros también se despidieron a la usanza del pueblo de los bosques y
emprendieron la marcha en dirección a las montañas guiados por el
Lucero de la Mañana que refulgía intensamente en el cielo.

Caminaron por dos días cruzando extensos campos helados y solitarios


que en Primavera y en Verano solían estar llenos de espigas de trigo y
girasoles. La Cordillera Norte era el último destino de aquel largo,
peligroso, incierto y a la vez divertido viaje. A partir de ahí, Stella tenía
que averiguar, valiéndose de sus propios medios, cuál era el sitio
exacto donde Romeus Mordano había ocultado el scrixoxiu con la
corona y la espada real. En cuanto diera con la respuesta, debía partir
ella sola en su búsqueda, sin la tranquilidad y seguridad que hasta
ahora le había proporcionado la compañía de sus amigos, y pelear a
morir por recuperar el trono que Lázarus le había robado. Aquel día
que se le antojaba tan lejano estaba prácticamente a la vuelta de la
esquina.

En las nevadas cumbres de las montañas del Norte se refugiaban los


Benandanti, aquellos nobles hechiceros que iban peregrinando por
todo el reino en pequeños grupos para bendecir las tierras de los
campesinos y revertir los conjuros malévolos que lanzaban las mascas
contra ellos, esos brujos a los cuales Stella les debía la existencia al
haber ayudado a la reina Cinzia con sus rituales de fertilidad.

Ascendieron lentamente por las empinadas laderas de las montañas,


con un poco de dificultad en comparación de los Benandanti que
subían y bajaban con total agilidad y rapidez. No se detuvieron hasta
llegar a una zona llana donde algo había llamado toda su atención: un
calendario solar trazado en bajorrelieve en forma de un gran círculo
que estaba dividido en cuatro secciones iguales que representaban las
estaciones Primavera, Verano, Otoño e Invierno; cada una adornada
con detalles alusivos a cada una de ellas, flores, frutos, hojas secas y
copos de nieve. Esos espacios, que formaban cuatro ángulos rectos en
el medio, a su vez estaban divididos por tres líneas inclinadas que
partían del centro donde habían esculpido un majestuoso Sol con
expresivo rostro humano y una docena de rayos que apuntaban a uno
de los doce estrechos espacios del círculo, cada uno en representación
de los meses del año.

En cada una de las divisiones principales estaban de pie cuatro


Benandanti encapuchados, tres hombres ancianos y una mujer
también de la tercera edad, vestían simples túnicas de color marrón
que llevaban ceñidas con una soga atada a la cintura y tenían colgados
en sus cuellos pentáculos de plata. Miraban hacia el cielo con los
brazos extendidos a los lados mientras entonaban unos potentes
cánticos que eran capaces de calar los huesos y enchinar la piel, a
Stella le sonaron muy similares a los cantos gregorianos. La princesa y
sus acompañantes no quisieron interrumpir a aquellas personas de lo
que fuera que estaban haciendo y retrocedieron a paso lento. No
obstante, los ancianos cesaron repentinamente su cantar, y uno de los
hombres, que parecía ser el líder del grupo, pronunció con voz firme.
— Sed vosotros bienvenidos, hermanos, esperábamos ansiosos vuestra
llegada.-
Capítulo 26
Los cuatro Benandanti salieron del círculo, se alinearon y avanzaron
pausadamente hacia ellos. Cuando ambos grupos quedaron a escasos
pasos de distancia mirándose frente a frente, el más veterano, quien
iba encabezando la fila, se adelantó dejando un poco rezagados a sus
tres compañeros.

— Mandrakus Buonbarone... — recitó al dirigirse al anciano mago —


...el hijo del noble Fratello Cagliostro.

— Estáis en lo cierto, mi buen Fratello Heráclito, soy yo y he traído


conmigo a la...

— ¡Oh! No hace falta que la presentéis... lo interrumpió el brujo — ...lo


sabemos ya, ha llegado el gran momento anhelado por todos los
ciudadanos del reino. Lo estábamos esperando hace mucho, mucho
tiempo atrás, desde que vuestra alteza la princesa fuera
milagrosamente concebida.

— Y... Yo... — comenzó a tartamudear Stella tratando de encontrar las


palabras adecuadas para agradecerles a aquellos bondadosos
hechiceros lo que habían hecho por su madre en el pasado — ... aunque
no conozco gran parte de mi historia y mis orígenes, sé que de no ser
por vuestros rituales yo no existiría, y ahora que estoy aquí presente
frente a vosotros quisiera daros las gracias.

— No tenéis nada que agradecer, joven princesa, es nuestro sagrado


deber el socorrer a todo aquel que precise de nuestra ayuda. Somos los
Cuatro Grandes Ancianos, vivimos para venerar al Padre Cosmos y a la
Madre Naturaleza. Yo soy el Fratello Heráclito, ella es mi mujer, la
Sorella Savina y ellos son mis dos hermanos menores, el Fratello
Plotino y el Fratello Ruggero, a quien me temo que vos y vuestros
amigos ya habéis tenido el gusto de conocer.

Los tres chicos intercambiaron miradas extrañas entre sí y observaron


discretamente al hombre a quien el Fratello Heráclito había señalado
como el Fratello Ruggero tratando inútilmente de reconocerlo.

— ¿Acaso no os acordáis de mí? — inquirió éste con una sonrisa


amable. — Soy quien dirigía a aquel grupo de personas hacia el Círculo
Mágico de piedras para la celebración del Equinoccio de Otoño.

— ¡Oh sí! ¡Ya os recuerdo! — exclamó Giusy dejando escapar una risada.
— ¡Vos erais el anciano con la máscara de ciervo!

El Fratello Ruggero asintió solemnemente con la cabeza.

— Bueno... — comentó Ferruccio a sus amigos - eso explica por qué no


lo reconocíamos.

— Nuestro Fratello Ruggero es el más joven de nosotros, baja de las


montañas durante el Equinoccio de Otoño y es quien guía los pasos de
nuestros hermanos más jóvenes — comentó Sorella Savina.

— Así es, cada uno de nosotros se ocupa de una respectiva ceremonia


por los cambios de estación — expresó el Fratello Plotino. - A mí me
corresponde el ritual por el Solsticio de Verano, a la Sorella Savina el
Equinoccio de Primavera y a mi hermano mayor el del Solsticio de
Invierno.

— Nosotros sólo hemos podido participar de una de aquellas solemnes


ceremonias en toda nuestra vida — masculló Giusy amargamente —
son tan hermosas, no entiendo por qué Lázarus las prohibió.

— Es que... — prosiguió Fratello Heráclito — a Lázarus no le gusta nada


que tenga que ver con su primo, el rey Romeus, quien veneraba
fervientemente a las Dos Entidades Divinas Supremas. Además, es
lógico que él prefiera adorar a un dios hecho a su imagen y semejanza:
un soberbio tirano dispuesto a castigar terriblemente a todo aquel que
se atreva a desafiarle, un dios que dice dar libre elección a la
humanidad y en realidad lo único que desea es que sus seguidores lo
obedezcan con fe ciega y absoluta, dejando de lado el raciocinio para
sembrar en sus incautas mentes el pánico al castigo eterno. El Padre
Cosmos y la Madre Naturaleza son muy diferentes de ese dios distante,
celoso y controlador. Son los progenitores de toda existencia, se haya
manifestado o aún no, y es posible conectarnos con Ellos porque son
parte de nosotros y nosotros somos parte de Ellos. Nunca nos
demandarán obediencia total, porque la verdadera libertad consiste en
hacer lo que queramos siempre y cuando no hagamos daño a los
demás.

Stella, Giusy y Ferruccio se maravillaron en gran manera de las sabias


palabras de aquel anciano. — Por favor... — le suplicaron — ...habladnos
más del Padre Cosmos y la Madre Naturaleza.

El Fratello Heráclito asintió suavemente con la cabeza y los invitó a


sentarse formando una media luna en torno a él y a los otros
Benandanti.

— Antes de que existiese el tiempo estaba el Todo, el Todo era lo único


y lo único era el Todo. Y la vasta extensión conocida como el Universo
era el Todo: omnisciente, inmanente, omnipotente y eternamente
cambiante. Y movióse el espacio. El Todo moldeó la energía en dos
entidades supremas, iguales pero opuestas a la vez, formando al Padre
Cosmos y a la Madre Naturaleza del Todo y desde el Todo.

La Madre Naturaleza y el Padre Cosmos crecieron y agradecieron al


Todo, pero las tinieblas los rodeaban, estaban en completa soledad
excepto por el Todo. Así pues, condensaron la energía en gases y los
gases en estrellas, planetas y lunas que salpicaron el firmamento de
cuerpos celestes y todo adquirió forma en las manos del Padre Cosmos
y la Madre Naturaleza.

Resplandeció la luz y el cielo fue iluminado por millones de soles. Y


entonces, la Madre Naturaleza y el Padre Cosmos se sintieron
satisfechos con su labor, se regocijaron, se amaron y fueron uno. De su
sagrada unión surgieron los elementos que combinados entre sí
hicieron posible el surgimiento de la vida en la Tierra. Todo nace,
muere y renace bajo el Sol y la Luna, todas las cosas suceden bajo la
bendición del Todo, tal como ha sido la manera de la existencia antes
de que comenzara el tiempo.

— Y todos los seres vivientes somos hijos de la Madre Naturaleza y el


Padre Cosmos sin importar nuestro origen ni el color de nuestra piel y
cabello — interrumpió el Fratello Plotino a su hermano.

— Pero... ¿Cómo es que vosotros los Benandanti tenéis esos poderes


mágicos que el resto de las personas no poseemos? — musitó Giusy
confundida.

— Es porque hemos recibido una bendición especial del Padre Cosmos


y la Madre Naturaleza - tomó la palabra Fratello Plotino — nos es
posible controlar las fuerzas naturales cuando la situación lo requiera,
por ejemplo, podemos invocar a los relámpagos aún cuando no haya
tormenta... — dicho esto levantó sus dos manos juntando ambas
palmas y un rayo solitario resplandeció en la negrura del cielo,
descendió directamente a través de las manos del anciano emitiendo
una potente descarga que, por increíble que pareciera, no le hizo daño
alguno. Los jóvenes amigos no pudieron evitar soltar una exclamación
de asombro.

— Por supuesto — intervino Fratello Ruggero — también tenemos el


poder de llamar al trueno. — Alzó su brazo derecho con el dedo índice
apuntando hacia arriba y un potente tronido estalló en el aire. — Y eso
no es todo, podemos transformarnos y convertir las personas en
plantas o animales.

— ¿En verdad? — preguntó Ferruccio sorprendido. — ¿Podríais


transformar a cualquiera de nosotros?

— ¡Desde luego! — aseveró Fratello Heráclito. — ¡Os lo demostraremos


ahora mismo!

Los cuatro ancianos se acomodaron alrededor de Ferruccio formando


un círculo, levantaron juntos sus manos hacia el cielo y al bajarlas
Ferruccio se esfumó en una voluta de humo dejando en su lugar a un
simpático cerdito rosado con manchas negras. Los demás aplaudieron
y vitorearon mientras Giusy se partía de la risa al ver el nuevo aspecto
de su amigo.

— ¡Oh, querido! — exclamó Sorella Savina en cuanto devolvieron a


Ferruccio su forma humana. — Ya ha sido suficiente, creo que
deberíamos darles a nuestros hermanos un merecido momento de
descanso, necesitan reponer todas las fuerzas y energías que han
gastado al escalar las montañas.

— Tienes mucha razón, querida... — respondió su marido — ...tú y los


demás encárguense de los acompañantes de la princesa, mientras
tanto, hay algo que debo mostraros, alteza — añadió dirigiéndose
solamente a Stella.

El Benandanti la condujo hacia una amplia cavidad oculta en medio de


las rocas, a excepción de los numerosos libros y pergaminos que
estaban amontonados por todos lados y el gran pentáculo dibujado en
medio del suelo, aquella estancia iluminada únicamente por un par de
antorchas no parecía tener nada de especial.

— ¿Y este sitio? — inquirió Stella totalmente confundida.

— Digamos que es mi refugio — le explicó el brujo. — Cuando necesito


meditar o estar un rato a solas conmigo mismo suelo esconderme aquí
y me pareció el lugar adecuado para que podáis pensar acerca de
vuestro cometido con calma.

En cuanto el Fratello Heráclito se retiró, Stella se sentó en el centro del


pentáculo y suspiró profundamente. Pensar, sabía lo que significaba
eso, tenía que resolver la última y más importante parte de las pistas
que su padre le había dado en la cueva del nigromante. —"Entre el
templo del poder y el templo del saber hallarás por fin lo que debes poseer..."—
repetía para sus adentros una y otra vez tratando de hallarle algún
sentido a esas palabras, pero ningún posible significado llegaba a su
mente.

— ¿Qué habrá querido decir papá con eso de "el templo del poder" y "el
templo del saber"? — se preguntó al mismo tiempo que se ponía en pie y
caminaba desesperadamente en círculos por aquel refugio. — ¡Necesito
saberlo ya, no puedo desperdiciar tanto tiempo pensando! ¡Oh Padre
Cosmos y Madre Naturaleza, ilumínenme!

Cansada de tanto deambular, decidió dejarse caer nuevamente en el


piso y se acomodó con las rodillas pegadas a su pecho y los brazos
alrededor de sus piernas. Escudriñó con atención en torno a ella hasta
que sus ojos se posaron sobre tres enormes pergaminos que
sobresalían de todos los demás por su gran tamaño, medían poco más
de un metro de alto, estaban perfectamente enrollados y atados cada
uno con una delgada soga y recargados en una solitaria pared donde la
luz de las antorchas casi no alumbraba.

— ¿Qué tendrán? — inquirió Stella con una curiosidad cada vez más
creciente, se levantó y se dirigió presurosa para tomarlos y
desenrollarlos, pero luego vaciló. — No creo que sea correcto andar
husmeando sin permiso — se reprendió a sí misma. No obstante, una
vocecilla en su interior, como una especie de conciencia, le decía que
no debía temer en revisar el contenido de esos rollos. Al final, terminó
cediendo a sus primeros impulsos.

Cargó con los tres pergaminos sobre sus hombros para poder
revisarlos cuidadosamente a la luz de las antorchas. Con las manos
temblorosas desplegó el primero, se trataba de un detallado y bien
elaborado mapa del Sistema Solar con el Sol dibujado en el centro, los
planetas orbitando alrededor con sus respectivas lunas y el cinturón de
asteroides entre Marte y Júpiter. Después de contemplarlo un buen
rato, decidió volver a enrollarlo y revisó otro más; el segundo
pergamino era un dibujo del calendario solar igual a aquel donde
habían encontrado a los Cuatro Grandes Ancianos al llegar a las
montañas, al parecer era el diseño original en el que se habían basado
para esculpirlo. Con la misma lo devolvió a su sitio y tomó el tercer
rollo que quedaba, desató la cuerda que lo sellaba, y al extenderlo por
completo sobre el suelo, no pudo evitar soltar una exclamación de
sorpresa.

Aquel último pergamino era un extenso mapa de todo el reino, Stella lo


estudió atentamente siguiendo con su dedo índice la ruta que había
recorrido con sus amigos: primero habían cruzado el Río Uscita que
estaba trazado en el mapa con una larga línea serpenteante de color
azul que atravesaba el reino desde el Norte hasta el Sur, después
llegaron a la Pradera Stellata que se ubicaba al noreste y más abajo,
con el dibujo de un sauce llorón, estaba señalado el sitio exacto donde
se encontraba el Bosque de los Sauces Danzantes junto con una marca
de color azul que representaba la Laguna de las Hadas.

Un poco más al Sur estaba el crómlech donde habían recibido el


Equinoccio de Otoño y la Cordillera Sur marcada por el diseño de
varias montañas nevadas, luego el Pantano de las Luciérnagas cerca la
desembocadura del río y en la zona costera la Bahía de las Sirenas y la
Isla Luminata. Del lado opuesto del río, al noroeste del reino, se
ubicaba el Bosque de los Odori-noi y las montañas de la Cordillera Norte
donde se encontraban ella y sus amigos ahora. Examinando
minuciosamente el mapa, cayó en la cuenta de que habían recorrido
casi todos los sitios ahí señalados, excepto tres: la Plaza Mayor, el
Castillo Real y la Facultad de las Tres Lechuzas que se ubicaban
bastante cerca el uno de la otra.

— Alguno de aquellos tres lugares restantes debe ser el escondite del


scrixoxiu, estoy segura — afirmó Stella. — ¿Pero cuál? — se preguntó
desesperadamente. La Plaza Mayor al ser un lugar público le pareció
un sitio demasiado inapropiado para ocultar algo tan importante, así
que la descartó de inmediato. Ahora quedaba solamente el Castillo Real
y la Facultad; el primero era otro sitio inadecuado ya que se hallaba
bajo el dominio de Lázarus, todo parecía indicar que la antigua y
solitaria torre era la respuesta. Pero aún así, sentía que algo no
cuadraba del todo. Recitó continuamente las palabras de su padre
hasta que un chispazo iluminó su mente. — ¡Pero por supuesto! ¡Ahora
lo entiendo! — exclamó dando saltos de alegría. — El "templo del poder"
es el castillo y el "templo del saber" es la Facultad. La espada se
encuentra oculta entre esos dos lugares.

— ¡Enhorabuena! ¡Lo habéis conseguido! — la felicitó de la nada una


extraña voz que provocó que Stella se sobresaltara, y antes de que
pudiera gritar o articular una palabra, la silueta de un gran felino de
aspecto aterrador surgió de lo más profundo de las sombras; era
completamente negro a excepción de una gran letra M de color blanco
que tenía sobre la frente.

— ¿Y... y tú... tú qui... quién e... eres? ¿De... de do... dónde saliste? — lo
cuestionó la princesa completamente asustada.

— Antes que nada, os ruego que no me tengáis temor. No puedo


deciros mi nombre completo porque el pronunciarlo es peligroso para
los mortales, llamadme simplemente: el Gatto Emme. Sé que parezco
un ser malévolo, pero en realidad soy un espíritu positivo inmune a
cualquier tipo de maleficio, de quien no debéis fiaros jamás es de mi
análoga, la Gatta Carogna, ella sí que es en verdad maligna.

— Está bien, Gatto Emme — replicó Stella más tranquila. — Y dime ¿qué
es lo que te ha traído hacia mí?
— He sido enviado por vuestro padre para conduciros hacia la recta
final. La señal que me fue dada para hacer acto de presencia fue en
cuanto vos comprendierais sus últimas palabras.

— Y aún no puedo creer que finalmente lo haya logrado...

— Pero lo habéis hecho, eso es lo importante. Ahora, el próximo paso


es emprender el último tramo del camino, yo seré quien os acompañe
de ahora en adelante. Sería aconsejable que vayáis a despediros de
vuestros compañeros, no debemos demorarnos más, bien dicen que al
mal paso hay que darle prisa.

Stella asintió tragando saliva, después de tantos días que habían


pasado juntos, ahora era el momento de separarse y enfrentar ella sola
lo que venía, aunque la idea la entristecía y le atemorizaba, sabía que
no podía ser de otra manera. — Tienes razón, queda muy poco tiempo
y no puedo darme el lujo de desperdiciar ni un valioso instante.

El Gato Emme asintió agachando su cabeza. — Me reuniré nuevamente


con vos cuando estéis lista para partir. — Dicho esto, se desvaneció en
el aire dejando únicamente un rastro luminoso de la M de su frente.

Stella abandonó la estancia para buscar a Mandrakus y a los demás. Los


encontró sentados no muy lejos de ahí conversando, comiendo y
bebiendo vino junto a los cuatro ancianos y otros Benandanti más
jóvenes alrededor de una gran fogata. El Fratello Heráclito reía a
carcajadas mientras brindaba con sus hermanos alzando su copa que
estaba a rebosar. — ¡Por el buen Fratello Cagliostro Buonbarone!

Se acercó lentamente, buscando la ocasión adecuada para


interrumpirlos y poder hablar con ellos por última vez, cuando la
Sorella Savina reparó en su presencia. — Alteza, estáis aquí.

Los otros volvieron sus miradas hacia Stella y ella sintió que se le hacía
un nudo en la garganta que le impedía pronunciar bien las palabras. —
Esto... Mandrakus, Giusy, Ferruccio... por fin lo he conseguido.
No hubo necesidad de agregar más, ellos lo entendieron todo
perfectamente. Mandrakus se incorporó para reunirse con ella,
sostuvo su rostro entre sus viejas y nudosas manos y la miró fijamente
a los ojos. — Sé que será algo duro y difícil, pero tengo muchas
esperanzas de que todo irá bien, ya lo veréis.

Los otros dos amigos también se acercaron. — Mandrakus tiene toda la


razón, debéis tener confianza y valor. La victoria será vuestra — le dijo
Giusy al mismo tiempo que la abrazaba fuertemente. Ferruccio
también la abrazó y Stella hizo lo posible por mostrar valentía y
fortaleza y tratar de no llorar a causa de la conmoción que aquella
sincera muestra de afecto le causó.

— Escuchen... — les dijo Stella — en cuanto me vaya de aquí, quiero que


vuelvan al Palacio Subterráneo a poner sobre aviso a Glenda, Avellino y
Laureano; necesitan estar preparados para lo que viene. Todo el pueblo
debe saber que está por llegar el día que tanto esperaban. Y a ti
Lampo... — añadió dirigiéndose a su fiel mascota — te pido que
permanezcas con ellos y les protejas de cualquier peligro ¿de acuerdo?

Lampo asintió sacudiendo su cola y su cabeza. Cestín, que se sentía


ignorado, comenzó a dar brincos para llamar la atención. — ¡Por
supuesto! No me he olvidado de ti, cuida de ellos también, por favor.
Ya has demostrado con creces ser un buen guardián.

Los cuatro Benandanti, que hasta ese entonces se habían mantenido al


margen, se aproximaron a Stella. El Fratello Heráclito fue el primero
en tomar la palabra.

— Antes de que os vayáis, me gustaría hablaros acerca del magno día


de vuestro natalicio, sobra decir que aquel fue el mejor Solsticio de
Invierno para todo el pueblo, ese grandioso día renació la esperanza de
que la noble familia Mordano continuaría en el trono. Hasta el Padre
Cosmos mostró su alegría haciendo brillar como nunca antes al Lucero
de la Mañana durante aquella noche, el fenómeno astronómico llamó
la atención incluso en los reinos vecinos y sus reyes entendieron lo que
significaba: la princesa prometida de Terraluce había nacido ya.
Nosotros partimos inmediatamente hacia el Castillo Real para
conoceros, mostraros nuestros respetos y dar congratulaciones a
vuestros padres. Ahí estabais vos, una pequeña niña que dormía
plácidamente en una cesta de mimbre, vuestra madre era muy feliz y
vuestro padre estaba muy orgulloso y complacido.

Lo primero que hice al veros fue preguntar — "¿y cómo habréis de


llamarla?" — Sin embargo, vuestros progenitores aún no habían
pensado en un nombre, nos pidieron consejo y nosotros les dijimos:

"Si una princesa ha nacido en Terraluce ¿su nombre cuál será?

Si la madre de la niña estéril fue ¿cuál nombre le pondréis?

Si el mismo padre una futura reina en ella proveerá y a su reino salvará.

Por fin llegó la heredera real ¿cómo se llamará?

Si la luz del reino viene ella a ser y su autoridad estará en el trono ¿qué
nombre ella tendrá?

Ella será admirable, consejera, el Lucero de la Mañana, Refulgente Estrella,


Princesa de Paz, Hija bendecida del Padre Cosmos, Elegida del Todo inmortal."

Entonces, la reina Cinzia declaró. — "Su nombre será Stella,


Resplandeciente Estrella."

— Y vuestra sabia madre no erró en su elección — comentó el Fratello


Ruggero. — no podría haberos dado un nombre más apropiado.

— Ahora... — añadió Fratello Plotino — nos corresponde otorgaros una


cosa más...

— ¿Y qué es? — preguntó Stella con gran curiosidad.

— Un don especial — le respondió Sorella Savina. — La bendición del


Padre Cosmos y la Madre Naturaleza.
Los Cuatro Grandes Ancianos se tomaron de las manos y formaron un
círculo en torno a la princesa y recitaron juntos con devoción:

Que los poderes del Todo,

La fuente de toda creación;

Inmanente, Omnipotente, Eterno.

Que la Madre Naturaleza, Señora de la Tierra

Y El Padre Cosmos, Señor del Cielo.

Que el poder de los espíritus de las rocas ancestrales,

Señores de los reinos elementales.

Que los poderes de las estrellas arriba y de la tierra debajo

Bendigan a la princesa Stella en este momento.

Minutos después, Giusy y Ferruccio llegaron con la bolsa donde le


habían preparado su saco de dormir, la armadura regalada por los
Odori-noi, provisiones y otros menesteres. En cuanto la pusieron en sus
manos, Stella se separó del resto en busca del Gatto Emme que, ni
tardo ni perezoso, emergió nuevamente de las sombras.

— ¿Estáis preparada? — inquirió con felina perspicacia.

— Lo estoy.

— Muy bien, ahora, os mostraré el camino...

Con los buenos deseos de sus amigos, la bendición de los Benandanti y


su corazón latiendo a gran velocidad, Stella partió rumbo al Oeste a
enfrentarse con su destino final.
Capítulo 27
Stella caminó a buen ritmo abriéndose paso entre las montañas
nevadas, siguiendo las pisadas del Gatto Emme que iba siempre un par
de pasos delante de ella. A diferencia de la primera ascensión, esta vez
el andar se hizo mucho más ligero gracias a la bendición especial de los
Benandanti. Al caer la noche decidió detener la marcha para buscar un
buen sitio donde pasar la noche y así descansar un poco antes de
retomar su camino en cuanto amaneciera.

Su misterioso compañero felino encontró un buen refugio entre las


rocas donde quedaban ocultos y muy bien resguardados del frío. Stella
encendió una buena fogata para entrar en calor, se acomodó cerca de
ella y se puso a pensar sin dejar de contemplar las hipnotizantes llamas
que danzaban y crepitaban sutilmente.

— ¿Es posible que el scrixoxiu esté oculto en una cueva como esta? — le
preguntó al Gatto Emme.

— Hmm... — suspiró éste — Eso sería demasiado obvio. No, se trata de


un escondite mucho más difícil de localizar y más profundo, mucho,
mucho más profundo... — añadió haciendo especial hincapié en la
última palabra.

— Algo más profundo ¿eh? — respondió Stella arrojando al fuego la


última rama del suministro que le habían preparado sus amigos.

— Vamos ¡pensad, pensad! — la apremió el gato.


Stella permaneció pensativa durante varios minutos chasqueando la
lengua en señal de desconcierto. — Ah... no tengo idea, tal vez... podría
ser... ¿un túnel bajo tierra? Aunque es un poco... raro ¿no crees?

El Gatto Emme esbozó una enorme sonrisa dejando al descubierto una


hilera de brillantes e impecables dientes blancos. — Raro, en efecto. Sin
embargo, habéis dado justo en el clavo.

— Así que, un túnel en medio de la Facultad y el Castillo Real. Muy


ingenioso por parte de papá.

— ¡Oh sí! Diría que sí — exclamó el Gatto Emme. — Ese fue uno de sus
grandes secretos que se llevó consigo a la tumba, ni siquiera
Mandrakus estuvo informado acerca de aquel pasadizo oculto, los
Odori-noi que participaron en su construcción trabajaron sin hacer
preguntas y prometieron al rey Romeus guardar celosamente el
secreto de su existencia.

— ¿Y cómo es que tú estás al tanto de todo esto si se supone que era un


secreto de mi padre? ¿No dicen que el encantamiento del scrixoxiu
podría romperse si alguien más llega a descubrirlo antes de tiempo?

— Bueno... yo no soy humano y además soy un espíritu, las cosas


funcionan de un modo muy diferente con nosotros. Por eso es que el
espíritu de vuestro padre me asignó esta encomienda.

— Ya veo — dijo Stella acomodándose dentro de su saco de dormir. — Si


me disculpas, necesito dormir un poco ¡Buenas noches!

Aunque había jurado no volver a pisar la caverna de Estéfanos el


Nigromante, pensó que tal vez sería necesario hacerle otra visita, si es
que salía con vida de su duelo mortal con Lázarus. Tenía muchas dudas
que aclarar y tantas cosas que preguntarle a su padre.

— Descansad... — le aconsejó el Gatto Emme — ... os hará mucha falta.

Stella no paraba de dar vueltas tratando inútilmente de conciliar el


sueño. La idea de su próximo enfrentamiento con Lázarus la llenaba de
un creciente temor que cada vez le era más difícil controlar. Tenía muy
presente que para recuperar su lugar en el reino no le quedaba otra
alternativa que matar a ese hombre, que si bien era una persona
malvada y sin escrúpulos, era un pariente suyo que llevaba su misma
sangre. Ella se consideraba una persona tranquila y pacífica, nunca
había recurrido a la violencia, ni siquiera cuando Oriana y los otros
niños del orfanato la molestaban hasta hacerla llorar se atrevió jamás a
emplear esos métodos.

Cuando por fin pudo cerrar los ojos, tuvo un extraño sueño. Soñó que
caminaba sola por un sendero oscuro y rocoso que le era bastante
familiar: el camino que conducía a la choza de Giufino y su madre en la
Isla Luminata. Siguió andando hasta que su paso fue bloqueado por un
gran olivo que despedía un resplandor verde, sobre la copa del árbol
estaba enroscada Opposta, la anfisbena.

— No temáis hacer lo que debéis hacer para redimir a vuestro pueblo,


es más que justo y necesario — le dijo la cabeza oscura.

Stella se quedó pasmada al escuchar eso. — ¿Qué quieren decir con


eso? — les preguntó a las dos cabezas en tono desesperanzado.

— Que aunque parezca extraño, a veces las cosas malas sirven para
traer cosas buenas, la destrucción da paso a la reconstrucción y
después de una tormenta siempre sale el Sol. No puede haber luz sin
oscuridad — le respondió la cabeza blanca.

Repentinamente, Stella se despertó con el corazón latiendo a gran


velocidad y el cuerpo bañado en sudor. El Gatto Emme, que vigilaba
desde la oscuridad, le preguntó. — ¿Habéis tenido un mal sueño?

La princesa fijó sus profundos ojos verdes en los de él y afirmó con


decisión. — Ya es hora de ir a enfrentarme con mi destino, no puedo
retrasarlo más. — Guardó el saco de dormir en su bolsa, se trenzó el
cabello y se vistió con la armadura de los Odori-noi. Estaba lista para la
batalla.

El gato emitió un sonoro ronroneo y asintió con la cabeza. — Os


mostraré el camino más rápido hacia la Facultad de las Tres Lechuzas.
La entrada secreta para bajar al túnel se encuentra ahí.

Salieron de su escondite y el Gatto Emme condujo a Stella por


hondonadas y laderas cubiertas de espesa nieve hasta que llegaron a la
famosa torre. Stella quedó muda de asombro nada más verla: su altura
era realmente intimidante, estaba hecha de tosca piedra gris rematada
con almenas en la parte superior y tenía numerosas ventanas de medio
punto que en ese momento estaban completamente a oscuras.

Subieron por una larga hilera de escalones de piedra que conducía a la


entrada principal donde se hallaba una enorme y gruesa puerta de
doble hoja con una aldaba de bronce en forma de una cabeza de
lechuza. Stella dio un paso dudoso al frente, alargó su mano derecha
para tirar de la aldaba, pero se lo pensó dos veces, volteó hacia el felino
que aguardaba detrás de ella y le dirigió una temerosa mirada
interrogativa.

— No tenéis de que preocuparos, la torre está vacía. Durante las


vacaciones invernales los alumnos y los profesores se van de la
Facultad — masculló el Gatto Emme antes de que ella formulara su
pregunta. — Sin embargo, me temo que no podréis abrir la puerta tan
fácilmente, está cerrada con magia.

— ¿Y entonces? ¿Cómo lograremos entrar? — preguntó Stella


completamente confundida.

— Descuidad, yo me encargaré de eso — replicó el felino colocándose


de frente a la aldaba, miró la lechuza fijamente a los ojos y susurró una
extraña palabra. — ¡Ambarabaciccicoccó!

Los ojos de la lechuza despidieron un intenso brillo azul y la puerta se


abrió lentamente produciendo un escalofriante chirrido que le puso a
Stella los pelos de punta. — Después de vos, Alteza — le dijo el Gatto
Emme dejándole el paso libre.

A pesar de que sabía que la torre se encontraba desierta, Stella se


adentró con cautela. Detrás de la puerta principal había un amplio
vestíbulo con un elegante y reluciente suelo de mármol gris, las
paredes de piedra las habían tallado formando sinuosos arcos en medio
de los cuales estaban colocados diversos candeleros con lámparas
perpetuas que apenas iluminaban la oscura estancia.

Al fondo se alzaba una plataforma sobre la que había tres grandes sillas
de cedro que daban la impresión de ser tronos dispuestos para tres
grandes reyes ya que estaban enmarcadas de fondo por un gran telón
del color del vino tinto. Y en la parte superior estaba pintado un
elegante escudo con tres majestuosas lechuzas, una de ellas estaba
mirando de perfil con las alas extendidas hacia la izquierda y otra al
lado derecho mientras la tercera tenía la vista al frente y juntas
encerraban un pentáculo que estaba colocado justo en el centro.
Debajo del escudo se encontraba inscrito, en letras cursivas, el lema de
la Facultad:

"A través de la Alquimia tendréis la gloria del mundo y toda oscuridad se


separará de vosotros."

A la derecha se ubicaban unas amplias escaleras que conducían a los


pisos superiores cercadas por una baranda de ébano custodiada por
dos lechuzas con las alas extendidas encima de las dos primeras
columnas de la escalera y del lado izquierdo de ésta se encontraba una
gran jaula redonda con relucientes y fuertes barrotes de metal
suspendida desde lo alto con una polea, Stella supuso que debía ser el
ascensor mágico que Giusy le mencionó hace tiempo cuando le pidió
que le contara cómo era la Facultad antes de conciliar el sueño en la
Pradera Stellata.

— Ahora, sólo falta encontrar el sitio exacto donde se encuentra la


entrada al pasadizo — puntualizó Stella.

— ¡Pan comido! — musitó el Gatto Emme con aire fanfarrón. Subió las
escaleras hasta el primer descansillo brincando los escalones de dos en
dos con felina agilidad, posteriormente descendió repitiendo el mismo
proceder y cuando se reunió con Stella de nuevo en el vestíbulo, el
primer tramo de escalones se transformó en una rampa que llevaba a
un túnel bajo tierra.

— ¡Apresuraos! — la apremió el gato. — En cuanto bajéis, la entrada


secreta se cerrará para nunca más volver a abrirse.

Stella descendió lentamente por la empinada rampa dejando al Gatto


Emme ir siempre por delante. El túnel era bastante estrecho y lúgubre,
tanto que le daba la impresión de que las paredes podían cerrarse
sobre ella en cualquier momento.

A pesar de la débil iluminación, Stella pudo notar que dos hileras de


estatuas de piedra flanqueaban el pasillo, del lado derecho estaban
representados hombres de expresión seria que llevaban coronas sobre
sus cabezas y espadas en sus manos; del lado izquierdo había varias
mujeres con elegantes vestidos que portaban tiaras y joyas exquisitas.
Todos parecían centinelas apostados para vigilar el paso de Stella por
aquel camino.

— Son los antiguos reyes y reinas de Terraluce — soltó el gato


repentinamente antes de que Stella prosiguiera a preguntar. — La
dinastía de vuestra familia comenzó hace poco más de mil años con el
rey Ptolomeo Mordano.

Continuó andando por el largo túnel hasta que llegó a un tramo donde
el camino se veía obstruido por un pilar hecho de mármol sobre el cual
reposaba un gran cofre de madera. Finalmente, después de tantos
fatigados y peligrosos kilómetros recorridos a través del reino en su
búsqueda, había encontrado el scrixoxiu. A ambos lados se encontraban
las estatuas correspondientes a los reyes Romeus y Cinzia Mordano
quienes parecían aguardar expectantes el instante en que su hija
unigénita tomara en posesión aquello que por ley le correspondía.

Stella dio unos pasos al frente y extendió sus temblorosas manos para
abrir el cofre y apoderarse de su contenido. Al levantar la tapa ésta
despidió una luz tan potente que la cegó por un breve momento. En
cuanto el resplandor se desvaneció, echó un vistazo al interior y se
encontró con una brillante corona de plata que reposaba sobre una
magnífica espada plateada que ella reconoció al instante por ser
idéntica a la que empuñaba su padre en la pintura de su habitación en
el Palacio Subterráneo.

La tomó cuidadosamente por la empuñadura y en cuanto sus dedos


entraron en contacto con el metal alquímico, sintió una oleada de
magia y energía recorrer por todo su cuerpo, como si aquella espada
hubiera aguardado todos esos años para encontrarse con ella. Stella
estaba tan jubilosa que comenzó derramar torrentes de lágrimas de
felicidad y levantó la espada en alto, decidida a darle el mismo uso
justo y sabio que su padre le había dado en vida.

— Mi deber con vos ha terminado, es momento de retirarme... — le dijo


el Gatto Emme agitando la cabeza — ... que la bendición del Padre
Cosmos y la Madre Naturaleza os acompañen, noble princesa. — Dicho
esto, el felino se esfumó en el aire dejando el inconfundible rastro
luminoso de la M de su frente.

Aún con la espada en alto, Stella siguió andando por el túnel cuyas
paredes ahora se sentían vacías y solitarias sin más estatuas que las
adornaran, hasta que se encontró con unas estrechas escaleras que
conducían hacia una pequeña trampilla que marcaba el final del
recorrido. — Ya es hora de que tú y yo nos encontremos cara a cara,
Lázarus Rovigo — murmuró Stella sintiendo como hervía la sangre por
sus venas.
Capítulo 28
Stella ascendió por las escaleras aferrando firmemente a Potentiam con
sus dos manos alrededor de la empuñadura, el destino de todo el reino
dependía de aquella espada y de su habilidad para manejarla. Al pisar
el último escalón abrió la trampilla y una ráfaga sobrenatural de aire la
arrastró consigo. Sintió como su cuerpo se elevaba con la misma
facilidad que el viento de Otoño levanta las hojas caídas y apretó los
ojos con fuerza para tranquilizarse. En cuanto sus pies volvieron a
pisar el suelo, abrió los ojos y cayó en la cuenta de que la trampilla era
en realidad un portal mágico que la había trasladado desde las
profundidades de aquel túnel hasta el exterior del Castillo Real donde
el cielo comenzaba a clarear anunciando el próximo amanecer.

Los centinelas que custodiaban el castillo desde las torres de vigilancia


se quedaron inmóviles y completamente sorprendidos sin saber cómo
reaccionar al ver a la princesa aparecer de la nada blandiendo con
firmeza la espada real. Stella llamó con sonora voz a su adversario para
hacerse oír claramente. — ¡Lázarus! ¡Sal y enfréntate conmigo!

Un silencio sepulcral se adueñó del ambiente, hasta que al cabo de un


rato, la puerta principal se abrió lentamente. Lázarus hizo su aparición
ataviado con una reluciente armadura, envuelto en una capa negra que
se había sujetado del lado izquierdo del pecho con un llamativo broche
hecho con cráneo de serpiente dipsa y sosteniendo la espada que
aquellas dos mascas le habían obsequiado a cambio de deshacerse de
los magos que estudiaban en la Facultad de las Tres Lechuzas.
Lázarus se acercó a paso lento hacia Stella y no se detuvo hasta quedar
a escasos centímetros de ella. Se miraron fijamente a los ojos
desafiándose el uno al otro. — Me alegro mucho de conocerte en
persona al fin, querida. Eres muy parecida a tu madre, lo cual es una
verdadera lástima, si te semejaras más a mi adorado primo me sería
mucho más fácil acabar contigo — le siseó a Stella al oído.

— A mí no me agrada en absoluto la idea de tener que matarte, pero no


me queda otra elección — le respondió la princesa fulminándolo con
sus chispeantes ojos verdes.

— ¡Vaya! Debo reconocer que en eso eres igual que Romeus, él era una
persona muy condescendiente y eso me facilitó llevar a cabo los planes
que mi buen amigo y yo trazamos para quitarlo de en medio — replicó
Lázarus esbozando una sonrisa maquiavélica que se fue transformando
poco a poco en diabólica carcajada.

— Terminemos con esto de una buena vez ¿quieres? — lo desafió Stella


con furia dando un paso hacia atrás y poniéndose en guardia.

— De acuerdo. No pienses que quiero jugar sucio, pero es mi deber


informarte que en esto no llevas las de ganar, mi niña. Podrás tener
una magnífica espada en tus manos, pero yo poseo mucha más
experiencia en el entrenamiento militar y además... — se interrumpió
para agitar su espada en el aire con un extraño movimiento y por arte
de magia reunió ipsofactamente a todo su ejército de homúnculos que
iban montados en robustos caballos negros de brillantes ojos rojos y
acompañados por los podencos que esperaban con ansias el momento
de lanzarse al ataque — ... tengo a mis guardianes que están dispuestos
a pelear por mí y obedecer todas mis órdenes.

Lázarus realizó otro movimiento frenético con su arma y los centinelas


inmediatamente bajaron el puente levadizo para que los soldados
avanzaran rápidamente en dirección a las aldeas y poblados cercanos
al castillo.
— ¿Qué es lo que pretendes? — le gritó Stella con una mezcla de rabia y
miedo apretando sus puños contra Potentiam sintiendo el metal y las
piedras preciosas incrustadas en la empuñadura enterrarse en la palma
de sus manos hasta dejar su carne casi al rojo vivo.

— ¿Sabes? El pueblo se ha rebelado mucho últimamente, el viejo mago


junto con tus otros dos amigos han armado un gran alboroto
proclamando que el fin de mi reinado está cerca. Pude haber tomado
cartas en el asunto enseguida, pero preferí esperar a que llegaras para
darte el honor de contemplar con tus propios ojos como aquella gente
por la que estás dispuesta a luchar es cortada a filo de espada mientras
las aves strige devoran sus cuerpos agonizantes.

El tirano elevó su espada en el aire una vez más, centenares de aquellos


pájaros malignos se arremolinaron en torno a él batiendo las alas y
chillando furiosamente para unirse a la carnicería que provocarían los
homúnculos. Stella no pudo evitar soltar un grito al imaginarse la
horrible tragedia que estaba a punto de desatarse.

— No te angusties, querida — le dijo Lázarus hipócritamente. — Aún


puedo ordenar a mis huestes que se retiren si tú no opones resistencia
y te entregas súbitamente a la derrota. Tendrás una misericordiosa
muerte y mis súbditos no serán masacrados, te lo prometo.

Stella estuvo a punto de sostener el pentáculo entre su mano para


implorar ayuda a las Tres Hadas, cuando un horrísono grito de guerra
se elevó desde las faldas de las montañas. Un numeroso ejército de
odori-noi armados con arcos y espadas montando a los lomos de feroces
gigiátts se había reunido para impedir el paso de los guerreros de
Lázarus hacia los poblados. Kappa y Enzo destacaban como adalides
portando cada quien un estandarte en tonos verde esmeralda y azul
cobalto con el símbolo del reino y la casa Mordano, la estrella de ocho
puntas. Giusy y Ferruccio también se encontraban entre las filas más
que dispuestos a dar batalla con sus respectivos arcos y carcajs con
flechas colgando de la espalda.
— ¡Lázarus Rovigo! — gritó Enzo con todas sus fuerzas aún cuando la
voz de los Odori-noi fuera capaz de alcanzar tonos más potentes que la
voz humana. — ¡Tus tropas nunca más volverán a aterrorizar al pueblo
de Terraluce! ¡Los días de miedo y oscuridad terminarán! ¡Pronto serás
derrotado!

Los demás soldados vitorearon tan efusivamente a su compañero que


hicieron vibrar la tierra. — ¡Evlas Er Romeus! ¡Evlas Assepicnirp Stella!
¡Avivve al Asac Mordano!

Los ojos azules de Lázarus refulgieron de ira al escuchar aquellas


palabras desafiantes, tal era su odio que únicamente alcanzó a farfullar
una simple orden a sus homúnculos. — ¡Ataquen!

Las malévolas huestes cargaron contra el ejército Odori-noi que


respondió súbitamente al ataque blandiendo sus espadas y tensando
sus arcos para disparar. Una lluvia de flechas cayó de lleno sobre el
campo de batalla hiriendo y matando a guerreros de ambos bandos, el
sonido del acero de las espadas al entrechocar entre sí mezclado con
los gritos de guerra y el rugir de los gigiátts al abalanzarse sobre los
podencos negros era lo único que se escuchaba en medio de aquel
ambiente bélico.

Para sorpresa de todos, los Caraveneros Errantes, liderados por


Mandrakus, llegaron justo a tiempo para unirse a la batalla.

— ¡Vamos muchachos, denles con todo a esos miserables! — les ordenó


Mirko a sus tres hijos. — ¡Y Dino... — añadió dirigiéndose al mayor de
los hermanos — ... por esta vez tu puntería tendrá que fallar para que
puedas clavar los cuchillos en la carne! — Dino asintió esbozando una
sonrisa de suficiencia y comenzó a lanzar sus armas contra los
enemigos. Mientras tanto, su hermano Torino escupió una potente
llamarada que calcinó a varios homúnculos que perecieron al instante
en cuanto el fuego entró en contacto con sus armaduras.

Por otro lado, Amelia la fortachona esposa de Mirko, recogió un buen


número de pesadas rocas para estrellarlas contra las cabezas de los
soldados de Lázarus. Tina, la hermana menor de los gemelos, repartía
hábiles puñetazos y patadas a diestra y siniestra mientras esquivaba
los ataques de sus oponentes con increíble facilidad debido a su
extrema elasticidad.

Mandrakus habría querido emplear sus poderes mágicos para echarles


una mano a los suyos en la pelea, pero no le fue posible porque debía
utilizarlos para retener a las aves strige y así evitar que éstas llegaran a
las aldeas y atacaran a las personas tal como Lázarus les había
ordenado.

En el Castillo Real, Stella y Lázarus dejaron de contemplar la cruenta


lucha entre sus respectivos aliados para resolver lo que aún quedaba
pendiente entre ellos dos. Aferraron sus espadas y se colocaron en
posición de ataque. El verdadero combate había empezado, el hierro de
Terrafuoco de la espada de Lázarus destelló al chocar contra la plata
alquímica de Potentiam. Lázarus no perdió el tiempo defendiéndose y
decidió ir directamente a la ofensiva, se lanzó adelante y logró asestar
un buen número de mandobles a la espada de su contrincante, soltó un
gruñido de satisfacción y presionó sobre la hoja para así obligar a Stella
a retroceder casi al borde del acantilado.

Stella cayó de sentón sobre el duro suelo cubierto de nieve escarchada,


Lázarus se aproximó a ella con una sonrisa triunfante en los labios con
la intención de ponerle el pie sobre el cuello para impedir que se
levantase y asestarle un golpe mortal, pero Stella era de reflejos
rápidos y se incorporó rápidamente saltando como un resorte para
cortar el ataque de su oponente en el aire.

— Debo reconocer que no lo haces del todo mal para ser una chiquilla
inexperta — masculló Lázarus al mismo tiempo que soltaba una risa
socarrona.

La joven no respondió a aquella provocación. —"Él intentará intimidaros,


haceros creer que no tenéis la fuerza ni el coraje suficiente para pelear y
mucho menos alguna posibilidad de vencerlo" — repitió en su mente
aquellas palabras que Enzo le dijo durante su segundo entrenamiento
al sentir que la inseguridad quería apoderarse de su ser. —"Lázarus
peleará motivado por el odio, pero vos sabréis luchar con verdadero valor y lo
más importante es que lo haréis con una inmensa sed de justicia."

Motivada por las palabras del guerrero odori-noi, Stella avanzó con
furia y decisión hacia su enemigo mientras el cielo matutino se cubría
de densos nubarrones grises que anunciaban la proximidad de una
tormenta. Lázarus retrocedió tambaleándose sin despegar la vista de
su rival y se abalanzó nuevamente sobre ella blandiendo su arma, la
legendaria Potentiam se movió más veloz que un relámpago en las
manos de la princesa y detuvo en seco el brutal golpe de Lázarus.

Abajo continuaba la cruenta pelea entre los dos ejércitos. El bando que
luchaba por Stella había sufrido considerables bajas, Kappa había sido
alcanzado por una flecha de los adversarios, y aunque la herida no fue
mortal, tuvo que abandonar momentáneamente el campo de batalla
para que Giusy lo atendiera y así recuperar un poco de fuerzas para
continuar. Iota, el músico que solía tocar el acordeón en la taberna de
los Erizos Ebrios, tomó su lugar y se puso al mando de los arqueros.

Stella trastabilló y perdió la concentración por un momento, Lázarus


aprovechó aquel descuido para volver a cargar contra ella, la princesa
logró desviar el arma con facilidad y esquivar el golpe. Los brazos
comenzaban a pesarle y a doler, pero no podía dejarse derrotar por el
cansancio, continuó parando y desviando cada uno de los ataques que
recibía. Lázarus se vio obligado a cambiar de estrategia y actuar a la
defensiva.

Las dos espadas se encontraron nuevamente emitiendo un estridente


chirrido metálico haciendo presión sobre el filo del contrincante.
Lázarus era más fuerte y Stella jadeó a causa del esfuerzo que le
costaba sostener a Potentiam contra la espada de su enemigo, mas la
fuerza de Lázarus no se comparaba con su rapidez y agilidad.

Stella hizo una finta y retrocedió unos pasos, flexionó los pies con
firmeza sobre el suelo tomando por sorpresa a Lázarus con la guardia
en bajo concediéndole apenas un breve instante para desviar el golpe.
La princesa sacó provechó de aquella ventaja y descargó su arma
contra el oponente repetidas veces. Un fuerte dolor punzaba su
hombro izquierdo cada vez que el filo de Potentiam se estrellaba con la
espada de Lázarus, no podría resistir por más tiempo aquel ritmo
vertiginoso que llevaba el combate, debía derrotar a Lázarus cuanto
antes.

Refulgentes relámpagos reverberaron en el cielo gris secundados por


truenos ensordecedores. Lázarus intentó sorprender a Stella lanzando
un golpe en dirección a su rostro, Stella respondió alzando su arma
para desviar el golpe sin dejar otra alternativa al adversario que bajar
su puño.

— Casi me olvidaba hablarte de otro detalle importante, querida... —


siseó Lázarus con la voz entrecortada por el agotamiento. Stella gruñó
por toda respuesta, preparándose para embestir de nuevo.

— Y ese detalle es que... ¡Nadie queda con vida después de enfrentarse


a mí! — gritó Lázarus al mismo tiempo que levantaba su espada al aire,
una extraña fuerza provocó que los pies de Stella flaquearan haciendo
que cayera de espaldas con los brazos extendidos, muy escasos
centímetros la separaban del borde del precipicio que se encontraba de
su lado derecho. Las aves strige, que hasta ese entonces Mandrakus
había logrado mantener a raya, volvieron al castillo y sobrevolaron en
círculos en torno a la letal arma de Lázarus. Enzo lo había subestimado
al pensar que él no poseía una espada con poderes mágicos.

La princesa apretó sus dedos alrededor de la empuñadura de Potentiam


y trató de incorporarse para reanudar la batalla, pero Lázarus se
anticipó a sus movimientos e hincó su rodilla derecha sobre su
estómago para inmovilizarla, Stella jadeó a causa de aquel peso que
comprimía su ya dolorido y cansado cuerpo.

— ¡Ha llegado el fin, princesita! ¡Rebanaré tu cuello, arrojaré tu cuerpo


al vacío y las aves strige te devorarán sin dejar ningún rastro de tu
patética existencia!

Lázarus se aproximó lentamente a la garganta de Stella con la espada


en alto, un relámpago iluminó su rostro crispado de ira, las aves strige
revoloteaban y chillaban sobre ellos cada vez más impacientes. Lázarus
sonreía como un demente prolongando aquel momento, disfrutaba ver
derrotada a la hija de su odiado primo.

Stella sentía que sus fuerzas la abandonaban, mas no podía rendirse,


no así, tenía que hacer un último esfuerzo. El futuro del reino estaba en
juego, todos tenían sus esperanzas puestas en ella, habían aguardado
impacientemente su regreso durante tantos años; era el Lucero de la
Mañana, una Refulgente Estrella, la Princesa de Paz, Hija bendecida del
Padre Cosmos, la Elegida del Todo inmortal...

— ¿Quieres decir algo por última vez, querida? — preguntó Lázarus


malévolamente mientras colocaba el filo de su espada bajo su cabeza.
— Nunca se debe negar a los condenados a muerte la oportunidad de
pronunciar sus últimas palabras.

Un rayo cayó en una cumbre cercana despidiendo un resplandor


cegador que obligó a ambos cerrar los ojos, iluminando no solamente
el cielo sino también la mente de Stella. Los Benandanti le habían
otorgado su bendición especial, ellos eran capaces de controlar las
fuerzas de las Dos Entidades Divinas Supremas, el Fratello Plotino
había convocado un rayo aún cuando no hubiera tormenta alguna en el
ambiente. Era algo descabellado, podía perder la vida pero era
necesario correr el riesgo si quería liberar al reino del yugo de Lázarus
Rovigo, aquel hombre de corazón podrido que había derramado la
sangre de miles de inocentes, la de los padres de Simone y Ramone, los
de Giusy y Ferruccio, los suyos propios...

Poniendo todo su empeño, Stella se concentró en el poder de la Madre


Naturaleza y el Padre Cosmos, su cuerpo comenzó a llenarse de
energía, la sentía correr por sus venas y desplazarse por todo su
interior; entonces, pronunció con claridad y firmeza aquella
invocación que había aprendido de las Tres Hadas en el Círculo Mágico.

— ¡Llamo por las fuerzas de la Madre Naturaleza y el Padre Cosmos...

Llamo por las fuerzas de la Tierra, del Aire, del Fuego y del Agua...

Llamo por el Sol, por la Luna y las Estrellas para que venga a mí el poderoso
relámpago del Cielo..!

Elevó a Potentiam justo a tiempo para interceptar el imponente rayo


que descendió directamente hacia ella sintiéndolo ser absorbido por la
plata alquímica. Lázarus se llenó de pavor ante aquella escena,
retrocedió dejando caer su espada a un lado. Stella se puso en pie
impulsada por la nueva energía que había acumulado. Con la espada en
ristre, descargó toda la potencia del rayo contra su enemigo que cayó
fulminado al instante, su cuerpo inerte se precipitó por el acantilado y
las aves strige bajaron en picada hacia el fondo dispuestas a devorar su
cadáver.

El rayo se desvaneció en el aire dejando a la princesa nuevamente sin


fuerzas alcanzando a emitir un breve suspiro de alivio antes de
desplomarse sobre el suelo, completamente agotada. Todo se oscureció
a su alrededor, sus párpados se cerraron, todo parecía tan lejano y
ajeno a ella, extrañas voces que la llamaban por su nombre se
entremezclaron con las voces de Mandrakus, Giusy y Ferruccio que le
decían que la batalla había terminado, le suplicaban entre sollozos que
resistiera.

Giusy acunó su cabeza en su regazo mientras lloraba


desesperadamente y sostenía su muñeca tratando de encontrar su
pulso. — ¡No, Alteza! ¡No podéis dejarnos! ¡No ahora! — Y después, no
escuchó nada más que silencio total.
Capítulo 29
La densa oscuridad se fue transformando poco a poco en impoluta
claridad. Stella sentía una extraña sensación, como si se encontrara
suspendida en medio de la nada. Abrió los ojos lentamente para
adaptarse a la refulgente luz y en su campo de visión aparecieron
numerosos rostros de hombres y mujeres que no recordaba conocer ni
haber visto antes, pero que extrañamente le resultaban familiares.
Aquellas personas la miraban con suma atención, parecían fantasmas
flotando en el aire, todos vestían túnicas relucientes e
inmaculadamente blancas.

Stella se incorporó con toda la calma del mundo, observó atentamente


a sus acompañantes tratando de reconocerlos e intentó comprender lo
que estaba pasando ahí: dónde estaba, quiénes eran ellos y qué hacían
ahí con ella. Y entonces, les preguntó tartamudeando por miedo a las
respuestas que pudiera recibir. — ¿E... Es... Estoy mu... muerta?

Nadie le respondió, únicamente se limitaron a sonreírle hasta que un


hombre de barba y cabellos rojizos, se abrió paso entre la multitud que
la rodeaba, y se acercó a ella. — No, no estás muerta; pero tampoco se
puede decir que estás viva en este estado. Mas bien, te encuentras
entre la vida y la muerte en un punto donde los muertos podemos
interactuar con los que aún viven. No pereciste gracias a la protección
que te otorgó la bendición de los Benandanti, no obstante, empleaste
demasiada energía mágica para poder invocar aquel rayo y es preciso
que recuperes tus fuerzas vitales antes de volver al mundo de los vivos.
— Entonces... — inquirió Stella con creciente asombro. — ¿Eso quiere
decir que ustedes son... es decir, que están..?

— ¿Muertos? — completó aquel hombre la pregunta por ella. — Así es.

Y antes de que Stella prosiguiera a formular más preguntas, el


desconocido decidió presentarse. — Yo soy Ptolomeo Mordano, el
primer monarca de la dinastía Mordano y ellos... — agregó volviéndose
al resto de los presentes — ... son todos y cada uno de mis sucesores a la
corona de Terraluce.

— ¡Oh! ¡Ahora comprendo por qué sus rostros me eran conocidos! —


exclamó Stella con entusiasmo. — Ya los había visto antes, en las
estatuas que custodiaban el pasaje subterráneo hacia el scrixoxiu.

— ¡Por supuesto! - corroboró Ptolomeo Mordano en alta voz para


hacerse oír en medio de los murmullos extasiados de los otros reyes.
— No podíamos perdernos ni un solo detalle de aquel gran
acontecimiento. Queríamos ser testigos del magno momento cuando la
última heredera de nuestro linaje recuperara el lugar de la familia en
el trono y la única manera que encontramos para poder presenciarlo
fue materializándonos como simples esculturas de piedra.

— Y a todo esto, permíteme decirte, joven princesa... — interrumpió un


hombre robusto, de baja estatura y expresión ceñuda — ... que has
dado una muy buena batalla completamente digna de una tatara-
tataranieta mía ¡Estoy muy, pero que muy, orgulloso de ti! — añadió
felicitando a Stella dándole unas afectuosas palmadas en la espalda.

— Gracias, y usted... Usted debe ser mi tatara-tatarabuelo Demetrius


¿No es verdad? — inquirió Stella avergonzándose un poco por el halago
recibido.

— ¡Chica lista! — exclamó Demetrius Mordano con inmensa alegría al


ver que su descendiente le había reconocido.

En aquel mismo instante, una de las tantas parejas reales ahí presentes
se dirigió hacia Stella dando pasos firmes sin despegarle la vista de
encima. La reina tenía la tez blanca como la porcelana, el cabello de un
negro tan lustroso como el ala de un cuervo y unos prominentes
pómulos. En cuanto al rey, Stella quedó impactada al verlo; a pesar de
tener el cabello corto y blanco guardaba un asombroso parecido con
Lázarus, con aquellos mismos ojos azules y esa mirada dura y fría.

Sin necesidad de que se presentaran por sus nombres, Stella


comprendió perfectamente y sin duda alguna que aquellos eran sus
abuelos. — Pues, bien... — comenzó Claudius Mordano dirigiéndose a su
nieta mientras la escrutaba con sus ojos glaciales — ... aunque mi hijo
cometió muchos errores durante su vida, entre esos el haberse casado
con una mujer como tu madre, debo admitir que me produce una
enorme satisfacción la idea de que un miembro de la gloriosa casa
Mordano vuelva a hacerse cargo del reino. Espero que tu reinado no
me decepcione, jovencita.

Stella permaneció en completo silencio sin saber qué responder, bien


le habían dicho los Odori-noi que su abuelo no había sido una persona
agradable en vida. Solamente se limitó a asentir con la cabeza y
esbozar una sonrisa nerviosa.

— ¡Por favor, Claudius! — lo reprendió Ptolomeo al ver la incomodidad


que le había causado a su última descendiente. — ¿Ni siquiera después
de muerto puedes hacer a un lado tu pedantería?

Claudius arqueó las cejas y susurró a su mujer con el mismo tono


socarrón que solía emplear su sobrino. — Mara querida, creo que aquí
no tenemos nada más que hacer.

En cuanto aquellos dos reyes non gratos se esfumaron en el aire sin


dejar rastro, Ptolomeo Mordano se dirigió amablemente a los demás
antiguos gobernantes. — Creo que sería prudente que nosotros
también nos retiráramos, nuestra Stella necesita estar unos momentos
a solas con sus progenitores antes de regresar al sitio que le
corresponde.

Los monarcas asintieron y se despidieron de Stella agitando las manos


antes de desvanecerse. Demetrius se quedó un poco rezagado para
poder darle a la princesa un último consejo. — No puedo irme sin antes
advertirte que tengas mucho cuidado con los miembros de la Casa
Monterosso del reino de Terrafuoco, no son de fiar en absoluto.

Stella no tuvo oportunidad de replicar, ya que Ptolomeo tomó a su


tatara-tatarabuelo por una de las mangas de su túnica para así
obligarlo a retirarse. — Fue un enorme placer conocerte querida
tatara-tataranieta, y te lo suplico: no eches en saco roto lo que te acabo
de decir — alcanzó a espetarle antes de desaparecer junto al primer
gran mandatario del reino.

Dos figuras difuminadas entre brumas se acercaron caminando con


absoluta calma en dirección a Stella, como si dispusieran de todo el
tiempo que quisieran. La joven no pudo controlar su excitación al
encontrarse nuevamente con su padre, y aún más por conocer a su
madre y hablar con ella aunque fuera solamente por un breve instante.
En cuanto ambas se encontraron frente a frente, a Stella no le quedó
otra opción mas que admitir que Lázarus había tenido razón en algo:
ella era la viva imagen de la reina Cinzia, tenía el mismo largo cabello
castaño y los mismos ojos brillantes de color verde esmeralda.

No pudo contenerse más y se lanzó directamente a los brazos abiertos


de sus padres mientras ellos la estrechaban con fuerza, le acariciaban
el cabello y le susurraban una y otra vez lo mucho que la querían.

— Sabíamos que lo lograrías — le dijo Romeus mirándola fijamente a


los ojos y sonriéndole con suma satisfacción.

Stella asintió con la cabeza y se dirigió a ambos. — Sí, aunque al


principio no fue fácil, tuve muchas dudas y también mucho miedo.
Crecí sola en un orfanato sin saber quién era exactamente y de un día
para otro mi vida dio un giro completamente diferente y todo cambió...
— Sí, hija. Te entiendo perfectamente, mi vida tampoco fue sencilla
durante mi juventud — la interrumpió su madre sin dejar de abrazarla.
— Pero a partir de ahora las cosas tomarán un curso distinto y debes
estar lista para saber enfrentar lo que viene con valor y sabiduría.

— Y además... — agregó su padre — debes recordar que ahora tienes


dos buenos amigos que siempre estarán a tu lado para apoyarte en los
momentos más difíciles. Y el viejo y noble Mandrakus te dará sabios
consejos y te ayudará a despejar las dudas que puedas tener.

Dudas, aquella palabra hizo recordar a Stella que aún quedaban


muchas interrogantes en su mente que necesitaban ser aclaradas y que
sólo sus padres podían darle respuestas. — Sobre eso, verán... yo
quisiera saber...

Antes de que pudiera terminar, su madre colocó cariñosamente dos


dedos sobre sus labios para hacerla enmudecer. — Hay tantas
preguntas que ni siquiera una eternidad bastaría para responderlas
todas, y por ahora, esta no es esta la ocasión adecuada para hacerlas.
Debes volver a la vida que te espera, tus amigos están muy tristes, pues
piensan que te han perdido para siempre.

— Lo irás comprendiendo todo paso a paso por ti misma — le dijo


Romeus a modo de despedida. — Tenemos que dejarte ir, ya
volveremos a estar juntos, tarde o temprano.

Romeus y Cinzia la soltaron despacio, Stella no dejó de mirarlos hasta


que sus rostros se tornaron borrosos en medio de la oscuridad que
volvía a envolverlo todo y que la arrastraba consigo muy lejos de ahí y
la traía de vuelta al mismo lugar del que la había tomado.

Stella entreabrió los ojos con dificultad y vio lo que acontecía a su


alrededor, Giusy no paraba de llorar mientras Glenda trataba
inútilmente de consolarla; Mandrakus, Ferruccio y Avellino se habían
quitado los sombreros y se tomaron por los hombros en señal de luto,
en sus caras aún quedaban huellas de las muchas lágrimas que habían
derramado por su deceso.

Lampo permaneció todo el tiempo dormido sobre su regazo esperando


a que despertara, los otros podían creer que estaba muerta, pero no el
gigiátt, ya que de ser así, él mismo habría fallecido junto con ella. Le
bastó con sentir el calor de la sangre volver a fluir con normalidad por
todo el cuerpo de su ama para saber que había regresado y lo anunció a
los demás emitiendo un sonoro ronroneo.

Glenda fue la primera en prestar atención a las buenas nuevas de


Lampo. — ¡La princesa ha vuelto a la vida! ¡Alabado sea el Padre
Cosmos! ¡Está viva! ¡Viva! — exclamó agitando sus manos regordetas y
rompiendo nuevamente en llanto, sólo que esta vez no estaba cargado
de tristeza sino de la más grande y absoluta felicidad. Giusy en cambio
soltó un fuerte grito mezclado con sorpresa y júbilo.

Ferruccio parpadeó repetidas veces para asegurarse de que aquello era


real y no una mala pasada de su imaginación. — ¿Es verdad lo que ha
dicho Glenda? ¿La princesa Stella ha vuelto a la vida? — le preguntó
con insistencia a Mandrakus para terminar de confirmarlo.

— ¡Oh sí, desde luego que sí! — le respondió el mago con más
entusiasmo del que había sido capaz de demostrar en toda su larga
existencia. El único que permaneció en silencio fue Avellino,
solamente se limitó a asentir satisfactoriamente con la cabeza tratando
de guardar la compostura.

Todos se acercaron presurosamente al sitio donde Stella había caído al


ser abatida por el rayo y la ayudaron a ponerse en pie. Aunque la joven
aún no se hallaba en todos sus cinco sentidos, se sentía totalmente
renovada, como si aquella dura pelea contra Lázarus no hubiera tenido
nunca lugar.

Giusy no pudo contenerse y estrechó a Stella fuertemente entre sus


brazos. — ¡Alteza, no tenéis idea de la tristeza y el dolor que hemos
pasado! ¡Pensamos que os habíamos perdido para siempre! — le dijo
sollozando de alivio.

— Por favor, no se angustien más — les suplicó Stella. — El conjuro que


utilicé para poder derrotar a Lázarus me dejó sin fuerzas, pero ahora
me encuentro bien, incluso mucho mejor que antes.

En cuanto cesó un poco la agitación que había causado la inesperada


resurrección de la princesa, Mandrakus prosiguió a relatar a Stella lo
ocurrido desde su propia perspectiva. — Supe que algo no marchaba
bien cuando las aves strige repentinamente desistieron de luchar
contra el hechizo que las detenía y volvieron todas juntas en dirección
al castillo, así que decidí seguirlas para averiguar que se traía Lázarus
entre manos.

— Abajo en el campo de batalla también sucedieron cosas extrañas —


intervino Ferruccio. — Los homúnculos que aún quedaban en pie
emprendieron la retirada así sin más y me dirigí con Giusy para
ayudarle con los odori-noi que estaban heridos. Después, vimos aquel
inusual relámpago descender a los terrenos del Castillo Real y corrimos
hacia allá sin dudarlo un segundo.

Glenda aprovechó la pausa de Ferruccio para contar su versión. —


Avellino y yo nos pusimos a resguardo en los bosques cercanos al
castillo con Lampo, manteniéndonos a una distancia prudente para no
perder detalle de los acontecimientos. Estuvimos todo el tiempo con el
alma en un hilo pues teníamos muchas preocupaciones en la cabeza:
vos, la batalla y Laureano que lleva varios días desaparecido. Y luego,
Lampo comenzó a inquietarse, nos maullaba con insistencia y al ver
que no comprendíamos lo que quería decirnos, tomó mi delantal entre
sus dientes y me jaló para llevarme por la fuerza. En el camino al
castillo nos encontramos todos y seguimos andando juntos, al llegar os
encontramos ahí inerte en el suelo y pues ya conocéis el resto de la
historia...

— Pero espere un momento, Glenda... — la interrumpió Stella con un


tono de preocupación en su voz. — ¿Cómo es eso de que Laureano
desapareció?

— ¡Oh, Alteza! — replicó la Pajarraca volviendo a sollozar


desconsoladamente. — Hace unos días lo mandé al pueblo a comprar
harina y levadura para hornear el panettone, como suelo hacer cada año
cuando se acerca el Solsticio de Invierno; pasaron los minutos, las
horas y él nunca regresó.

Al ver que Glenda no podía seguir hablando a causa de su congoja,


Avellino, quien nunca perdía la serenidad por muy duras que fueran
las situaciones, continuó por ella. — Salimos a buscarlo por todos lados,
preguntamos en los poblados cercanos pero nadie supo darnos
razones, registramos cada rincón de los bosques cercanos al Palacio
Subterráneo y no encontramos ni rastro de él.

— ¡Eso no puede ser! — exclamó Stella asustada. — ¡Tenemos que


seguir buscándolo! ¡Debe estar por ahí en algún sitio!

— ¡Tenéis toda la razón, alteza! — la secundó Giusy. — ¡No podemos


quedarnos así con los brazos cruzados!

— Sólo de imaginar que los soldados de Lázarus lo hayan apresado,


encerrado en una mazmorra, o incluso... incluso haberlo... — Glenda
ocultó su rostro lloroso tras su delantal y se dejó caer de rodillas en el
suelo.

— ¡Vamos, tranquilícese! — le dijo Mandrakus al mismo tiempo que se


arrodillaba a su lado y la envolvía en un abrazo para consolarla. — No
piense así, recuerde que las malas noticias tienen alas; si algo malo le
hubiera ocurrido nos habríamos enterado enseguida. Laureano no
puede estar muerto.

— Y estás en lo cierto, viejo hechicero... — siseó una macabra voz


detrás de ellos.

Todas las cabezas voltearon al mismo tiempo, como un imán atraído


por el hierro. Un hombre envuelto en una oscura capa acorde con el
color plomizo del cielo y un ave strige posada sobre su hombro
derecho, había presenciado todo lo acontecido en los terrenos del
Castillo Real sin que nadie se percatara de su presencia. Los pocos
homúnculos que sobrevivieron a la batalla custodiaban su paso
mientras se dirigía lentamente hacia el anciano mago dejando asomar
una maquiavélica sonrisa de suficiencia a través de la capucha que
ocultaba casi todas sus facciones.

Glenda dejó escapar un gemido de terror y se abrazó a su hermano


para tratar de ahuyentar el miedo que amenazaba con apoderarse de
ella, Giusy y Ferruccio dieron un respingo para después quedar
completamente paralizados sin quitarle la mirada de encima a aquel
siniestro individuo del que tanto habían escuchado hablar y que tantas
pesadillas les había provocado durante la infancia, Stella tomó su
espada por la empuñadura y la levantó preparándose para atacar en
caso de que fuera necesario.

Mandrakus fue el único que permaneció firme y tranquilo, como si la


presencia del malévolo alquimista no le incomodase en absoluto. —
Conque tú eres Máximus — le espetó tratando de sonar lo más severo
que le fuera posible.

— Así es, Mandrakus Buonbarone, yo soy Máximus, el famoso


Alquimista Oscuro — le respondió con cinismo. — Finalmente te he
dado el gusto de conocerme en persona, o al menos eso es lo que tú
piensas.

— ¿Qué quieres decir con eso? — inquirió el mago mirándolo con los
ojos crispados de furia.

— Piensas que eres un hombre muy sabio y juicioso, crees conocer bien
a las personas que te rodean, confías ciegamente en tus allegados
pensando que serían incapaces de darte una puñalada por la espalda;
sin embargo, has cometido un grave error dejándote engañar por las
apariencias — le respondió Máximus rodeándolo lentamente
arrastrando los pies. Al volver a quedar frente a Mandrakus, se detuvo
y se quitó la capucha de un tirón.

Cuando su rostro quedó completamente al descubierto, todos


emitieron una exclamación de asombro para después quedarse
completamente mudos al conocer la verdadera identidad del
Alquimista Oscuro, a excepción del anciano mago que únicamente
atinó a balbucear a causa de la impresión. — ¿Tú...? ¡Pero, no puede
ser... es... es..!

— ¿Imposible? ¿Increíble? — preguntó Laureano con la voz cargada de


sarcasmo y malicia, una voz que en nada se parecía a la de aquel
hombre bonachón a quien todos querían y apreciaban. — Comprendo
tu asombro, querido Mandrakus y no es para menos ¿quién iba a
sospechar que un criado torpe al que siempre se le caen las cosas de las
manos resultara ser uno de los más poderosos y temidos alquimistas
del reino? Mi disfraz fue muy convincente, aunque debo reconocer que
no logré engañar del todo a algunos. Al folletto Lengheletto nunca le
simpaticé, por eso se dedicaba a hacerme la vida de cuadritos en el
Palacio Subterráneo y Avellino... — siseó volviendo su vista hacia el
taciturno mayordomo — ... desde que empecé a trabajar para la familia
real siempre sospechó que había algo extraño e indigno de confianza
en mí, pero nunca pudo averiguar lo que era porque yo fui mucho más
listo y más astuto que él.

Máximus dejó escapar una estruendosa carcajada, disfrutaba


observado las expresiones de cada uno de los presentes, continuó
riéndose hasta que su estómago no aguantó más y entonces prosiguió
con su discurso. — Todavía lo recuerdo como si fuera ayer: yo era un
miserable y desdichado joven apostado frente a las torres de vigilancia
del Castillo Real en una fría noche de otoño suplicando misericordia a
los centinelas que se negaban a darme cobijo, hasta que apareció el
buen Mandrakus quien finalmente se apiadó de mí y me llevó a las
cocinas del castillo para alimentarme y abrigarme. Después me
reconoció como aquel aspirante a estudiante de alquimia que no tuvo
la dicha de ser admitido por las tres lechuzas de la Facultad y entonces
yo le solté aquella bien inventada historia acerca de mi pobre madre
enferma a la que no podía siquiera comprar un simple remedio para el
resfriado y que lo único que yo quería era tener un trabajo para
mantenerla y poder sobrevivir los dos juntos. El viejo hechicero se
tragó todo el anzuelo y le pidió al rey Romeus que me permitiera servir
como otro criado en la cocina.

Laureano hizo una pausa para tomar aire y soltó otra risotada malvada
y estridente. — ¡Todo salió tal y como Lázarus y yo lo planeamos! Una
vez que me gané la confianza de los reyes y el cariño de los miembros
de la Corte Real y la servidumbre me fue muy sencillo ayudar a mi
amigo. Mi primer logro fue conseguir que Mandrakus se fiara tanto de
mí, al grado de permitirme acompañarlo a la cámara subterránea de la
Facultad donde escondía los venenos más letales y así pude hacerme
con el veneno de dipsa. Y el día en que se celebró la fiesta por el
natalicio de la princesa, Archinto ni se imaginó lo que sería capaz de
hacer con el vino que Lázarus había mandado pedir.

Stella quedó tan estupefacta al escuchar esa terrible y cínica confesión


que no supo cómo reaccionar, Giusy y Ferruccio tampoco lograron
articular palabra, solamente intercambiaron miradas de desconcierto
con Avellino. Aquello se les antojaba una pesadilla, algo totalmente
irreal.

— ¡Cómo pudiste hacer eso, Laureano! ¿Cómo fuiste capaz de prestar tu


ayuda a Lázarus para sus macabros planes? ¡Eres un monstruo! ¡Un
maldito monstruo! — le gritó Glenda apretando los puños con furia.

— ¡Ya te diré por qué lo hice, mujer impertinente! Lázarus y yo


tuvimos la suerte de conocernos aquel día en que ambos fuimos
rechazados y humillados por esas estúpidas lechuzas, descubrimos que
compartíamos los mismos ideales y compaginamos a la perfección.
Ambos necesitábamos un aliado, alguien en quien confiar para llevar a
cabo nuestros propósitos. Lázarus fue la única persona que supo
entenderme y apreciar mi talento. Solamente a él le importaba en
realidad.

— ¡No seas ingenuo! — vociferó Mandrakus. — ¡Lázarus era un egoísta


al que no le importaba nadie más que él, sólo te utilizó para poder
lograr sus oscuros propósitos!

— ¡No tienes idea de lo que dices, estúpido mago! — replicó Laureano


echando chispas por los ojos. — ¡Yo ocupé un lugar muy importante en
la vida de Lázarus! ¡Y es por eso que estoy aquí! ¡Ahora que él se ha ido
para siempre, he venido a ajustar cuentas en su nombre!

Máximus se agachó rápidamente para recoger la espada que Lázarus


había dejado caer al suelo al despeñarse por el borde del acantilado. Al
asirla por la empuñadura, un terrible e insoportable dolor se propagó
por todo su cuerpo dejándole una última oportunidad de soltar un
agónico alarido antes de que su piel se cubriera por completo de llagas
rojas y ardientes hasta quemarse por completo y quedar reducido a
cenizas. El minúsculo ejército de homúnculos que el alquimista había
logrado rescatar y reunir consigo también se desintegró en el aire
junto con él. Y Buio, al verse abandonado por su amo, emprendió el
vuelo para unirse a las otras aves strige que en esos momentos volaban
de vuelta a su lugar de origen, la frontera con el reino de Terrafuoco.

Una lluvia torrencial se desató sobre el reino, el agua cayó con tanta
fuerza como si quisiera arrastrar consigo todo el mal y el dolor que
había ocasionado el reinado de Lázarus dejando todo en completa
quietud y silencio. La princesa y sus amigos seguían sin poder hablar,
todos estaban muy impresionados por las tantas cosas que se habían
suscitado en aquellos últimos momentos que no encontraron nada qué
decir ni opinar al respecto.

Glenda y Avellino decidieron que lo mejor era entrar al castillo para


guarecerse y descansar un poco, pero Stella no se movió de su lugar, a
pesar de que el agua estaba helada y la había empapado hasta calarle
los huesos, no podía dejar de observar fijamente la espada de Lázarus
que había caído junto a sus pies cuando Laureano murió. Mandrakus se
acercó a ella al notar su inquietud. — Otra espada encantada por
mascas, un secreto que tenía muy bien guardado, ni siquiera a
Laureano se lo confió — murmuró.

— Así parece — respondió Stella meditando en lo que significaba ese


hecho, aquella espada ahora le pertenecía al haber derrotado a Lázarus
con la muerte. — Yo no quiero conservarla, en cuanto tenga
oportunidad la arrojaré al mar.

— Es una sabia decisión — aprobó el hechicero y después susurró más


para sí mismo que para Stella. — Si esa espada le fue otorgada por
quienes sospecho, que el Padre Cosmos y la Madre Naturaleza las
perdonen, porque no sé si yo seré capaz de olvidar ese acto tan bajo y
vil.

— ¿Decía algo, Mandrakus? — inquirió Stella extrañada por el


furibundo tono de voz que había empleado el anciano.

— No... no era nada importante. Os sugiero que nos pongamos a


cubierto, no quiero que vayáis a pescar un resfriado.

Stella asintió moviendo la cabeza, tomó las dos espadas y acompañó al


mago al interior del castillo. Lázarus y su secuaz ya no estaban, pero
aún quedaban muchos asuntos pendientes que debían ser resueltos
cuanto antes.
Capítulo 30
Donnarella y Terrino llevaban más de una hora caminando a paso
presuroso envueltos en gruesas capas negras bajo la fría y tupida lluvia
a través de senderos solitarios. Ahora que Lázarus ya no estaba más
con ellos, sus vidas correrían peligro si permanecían ahí en el reino.
Ella había sido igual o incluso peor de aborrecida que su marido, ya que
gustaba mucho de acudir a las torturas y ejecuciones públicas que se
llevaban a cabo en la Plaza Mayor para disfrutarlas como si de un acto
de entretenimiento se tratase, y no le cabía duda que todos los
terraluceses querrían hacerle pagar todas y cada una de aquellas
perversas acciones.

La mujer había estado observado toda la batalla entre Stella y Lázarus


desde la torre más alta del castillo y en cuanto su marido cayó muerto,
corrió a buscar a su hijo Terrino, reunió unas pocas pertenencias y
provisiones de la cocina que pudieran serles útiles para el largo viaje
que iban a emprender. Donnarella era originaria del reino de
Terrafuoco y estaba emparentada con los miembros de la casa real, por
lo que a ella y a su hijo no les sería difícil comenzar una nueva vida allí
con los suyos.

Cansados de tanto andar, decidieron detenerse a reposar un momento


bajo unos de los tantos frondosos árboles de los bosques que
circundaban la Cordillera Norte, a pesar de lo mucho que acababan de
recorrer, aún no se habían alejado lo suficiente del Castillo Real y para
llegar a las montañas que marcaban la frontera entre el reino de
Terraluce y el reino de Terrafuoco necesitarían siete días más de
camino como mínimo y quizá muchos más debido a que no eran
personas acostumbradas a andar a pie y mucho menos a pernoctar al
aire libre. Se dejaron caer bajo las ramas de un altísimo y grueso roble,
Donnarella se descalzó las botas para descansar sus pies que a esas
alturas estaban totalmente cubiertos de dolorosas ampollas y ayudó a
Terrino a sacarse sus botines también.

Pero la tranquilidad les duró muy poco, sobre las copas de los árboles
que los rodeaban, se escuchó el revoloteo de un gran animal que
trataba de abrirse paso hacia ellos quebrando las ramas con sus
potentes patas. La mujer y el niño apenas tuvieron oportunidad de
ponerse en pie, descalzos y con los pies aún adoloridos no pudieron
siquiera tratar de correr para escapar de la furiosa doncella de cabello
rubio y rostro pecoso que iba montada a los lomos de un monocero
alado como una guerrera cazadora armada con un arco, un carcaj de
flechas y una afilada daga plateada sujeta a un grueso cinturón negro.
La joven descendió de su montura dando un salto veloz y ágil, sacó su
daga para intimidar y acorralar a sus presas contra el grueso tronco del
árbol donde se habían cobijado.

Terrino se echó a llorar de puro pánico y escondió su rostro entre las


faldas de su madre. Donnarella inclinó la cabeza para no mirar los ojos
fulgurantes de aquella chica a quien ella y su familia habían maltratado
durante todos los largos años que la tuvieron a su servicio en el Castillo
Real. Por primera vez en su vida, esa mujer arrogante y prepotente se
sintió atemorizada por una simple plebeya. Estaba dispuesta a dejar a
un lado su orgullo y arrodillarse ante ella, le suplicaría piedad con tal
de que la dejara marchar sana y salva con su hijo.

— ¡Lo... Loretta..! — comenzó a balbucear mientras su cuerpo entero se


sacudía y los dientes le castañeteaban. — ¡Po... por favor, yo... yo te lo
suplico que... que..! — No atinó a formular una frase coherente,
dejándose vencer por la desesperación, se echó a llorar amargamente,
soltó a Terrino y se tiró sobre el suelo lodoso de rodillas frente a ella.
— ¡Levantaos! — le gritó Loretta con voz de mando, impresionada por
la manera en que los papeles se habían revertido. Ella, la sirvienta que
siempre se había visto obligada a agachar la cabeza ante su ama, ahora
la tenía postrada a sus pies. — No corresponde a mí concederos
misericordia, señora; a quien debéis rogar perdón es a su Alteza la
princesa Stella. Cuando las Tres Hadas me informaron de los últimos
acontecimientos decidí regresar inmediatamente al castillo. La
princesa y los suyos me pidieron que os buscara y os trajera de vuelta,
tal como Mandrakus supuso, os encontraría escapando en dirección a
la frontera norte.

— ¿E... entonces eso qui... quiere decir que... no... no vas a matarnos? —
preguntó Donnarella incorporándose con sumo cuidado de no
trastabillar.

— ¡De ninguna manera! ¡No soy una asesina despiadada como vuestro
difunto esposo! — replicó Loretta sumamente encolerizada. — Aún así,
debéis ser juzgada por las malas acciones que cometisteis en el pasado.
Os llevaré a vos y a vuestro hijo conmigo y agradeced que no tendréis
más que caminar... — agregó echando una mirada a los pies hinchados
y enrojecidos de ambos. Aguardó un momento a que se calzaran de
nuevo apuntándolos todo el tiempo con el arma blanca para
asegurarse de que no huyeran y cuando estuvieron listos, montaron
los tres juntos sobre el lomo del monocero.

Un fuerte relincho les anunció a los moradores del castillo que los
prófugos habían sido capturados y traídos de vuelta. Mandrakus fue el
primero en salir seguido por Stella, Giusy y Ferruccio, a los jardines
donde el monocero acababa de aterrizar. Loretta obligó a Donnarella y
a Terrino a desmontar amenazándolos con su daga, y en cuanto ambos
posaron sus pies en el suelo, el mago chasqueó los dedos y aparecieron
mágicamente unos grilletes en torno a sus muñecas.

Donnarella corrió y se echó a los pies de Stella, trató de sujetar su capa


pero las cadenas que unían sus dos brazos se lo impidieron y comenzó
a llorar como una posesa. — ¡Por favor, os suplico que tengáis piedad
de Terrino, él no ha cometido nada malo!

Stella dio unos pasos atrás para alejarse de ella, puso los brazos en
jarras y le dirigió una mirada indiferente. — Podréis hablar largo y
tendido allá adentro, más os vale que hayáis preparado una buena
defensa porque me temo que no saldréis bien parada de ésta.

Condujeron a los dos prisioneros hacia la sala del trono, los hicieron
sentarse sobre el brillante piso de mármol azul con las rodillas
apoyadas en el suelo. Ambos permanecieron con la cabeza gacha,
tratando de mostrar la más absoluta humillación y arrepentimiento
para obtener la esperanza de que así su castigo fuera lo más
misericordioso posible.

— Bien, Donnarella Rovigo de Terrafuoco — comenzó Stella. — Vos que


mejor que nadie conocéis y podéis enumerar todos los delitos que
habéis cometido y los cargos por los que se os juzga en este instante.

Donnarella asintió con la cabeza. — Sí, lo sé... pero yo...

— ¿Tenéis algo que argumentar en favor vuestro? ¡Hablad ahora o


callad para siempre! — prosiguió Mandrakus con suma severidad.

— So... sólo quiero decir que... — respondió la acusada incorporándose


y dando pasos torpes hacia la princesa y el mago — ... no negaré que
apoyé a mi marido a llevar a cabo muchos actos terribles, pero hubo
algunas ocasiones en las que me remordió la conciencia. Cuando
vinieron esas dos mascas a visitarlo al castillo para pedirle que se
deshiciera de los magos de la Facultad a cambio de obsequiarle la
espada encantada, yo le insistí a Lázarus que accediera y después él
mandó a los homúnculos a sacar a los estudiantes del castillo y los
encerró en los calabozos. El trato que mi esposo había hecho con esas
hechiceras era acabar con ellos, asesinarlos... y entonces yo... yo le
sugerí que procediera de un modo menos cruel...
Stella intercambió miradas de estupefacción con los demás, y al no
comprender del todo lo que Donnarella quería decir, le exigió que
fuera más explícita. — ¿Qué intentáis decirnos con eso? ¡Más os vale
que este no sea un truco vil para tratar de evadir vuestro merecido
castigo!

— ¡Os digo sólo la verdad! ¡Los estudiantes no murieron, ninguno de


ellos! Todos están ahí abajo en las mazmorras... podéis comprobar por
vos misma que no os estoy mintiendo. Mi hijo es testigo de que es
cierto lo que os digo — replicó volviéndose a Terrino para pedirle con
la mirada que la apoyara dando fe de la veracidad de sus palabras.

— ¡Mi madre tiene razón! — intervino el niño por primera vez al


mismo tiempo que derramaba lágrimas de súplica. — ¡Por favor, deben
creerle!

Mandrakus emitió un largo suspiro y respiró lentamente tratando de


controlar los nervios provocados por la inesperada confesión de
Donnarella. — De acuerdo, bajaremos a los calabozos a corroborar lo
que nos ha dicho tu madre — le espetó a Terrino agitando
energéticamente su dedo índice.

El anciano, los cuatro jóvenes y los dos prisioneros descendieron por


las escaleras de piedra que conducían a las lúgubres y frías mazmorras.
Stella iba por delante junto con el mago que sostenía una antorcha en
alto para iluminar aquel tenebroso lugar, detrás de ellos marchaban
Donnarella y Terrino mientras Giusy, Ferruccio y Loretta los cubrían y
vigilaban por la retaguardia.

En cuanto la comitiva pasó frente a las primeras celdas, los presos se


asomaron por los barrotes, sacando sus manos y gritando
desesperadamente al mismo tiempo, algunos daban loores a la
princesa Stella rogándole que los liberara de su encierro y otros
injuriaban a Donnarella y a su vástago.

El grupo se detuvo en medio del pasillo, Stella les ordenó a todos los
presentes mediante señas que guardaran silencio para que ella pudiera
hacerse oír. — Queridos y honorables ciudadanos, el inhumano reinado
de Lázarus Rovigo ha llegado a su fin y también el injusto cautiverio
que han sufrido durante todos estos años sombríos. Y ahora me
corresponde a mí, la princesa Stella Mordano heredera al trono de
Terraluce, concederles la añorada libertad.

Mandrakus agitó sus manos sobre su cabeza concentrando una gran


energía mágica que se manifestó en una enorme cantidad de rayos
azules que se dispersaron en el aire por cada rincón de las mazmorras
provocando que todas las cerraduras de las celdas se abrieran al
instante. Los cautivos, ni tardos ni perezosos, corrieron desaforados
llorando de felicidad al verse nuevamente libres y al pasar junto a la
princesa le dirigían sinceras y afectuosas reverencias de
agradecimiento. En cambio, Donnarella y Terrino no recibieron otra
cosa que mas que insultos y maldiciones de toda índole.

Tanto mujeres y hombres, tanto jóvenes como viejos abandonaban


presurosamente las prisiones, pero entre ellos no se encontraba
ningún estudiante de la Facultad de las Tres Lechuzas. Al parecer,
aquella no había sido más que una mentira cobarde por parte de
Donnarella. Los cinco se volvieron a la mujer lanzándole miradas
acusadoras y ella prosiguió a defenderse. — ¡No es lo que piensan!
¡Deben registrar los calabozos que se encuentran en el nivel inferior!
¡Ellos están ahí, se los aseguro!

Los demás no quisieron perder el tiempo haciendo preguntas,


solamente se limitaron a encogerse de hombros e hicieron lo que la
mujer les sugirió, se enfilaron hacia los estrechos escalones que
conducían a las mazmorras más profundas. Mandrakus los guió al
frente con su antorcha, alumbrando cada una de las oscuras celdas
para inspeccionarlas con suma atención. Las primeras se encontraban
totalmente vacías a excepción de los ratones y las cucarachas que
causaban escalofríos y repulsión a Donnarella.
Habrían continuado revisando inútilmente cada una de las prisiones de
no ser por Giusy que, por un breve instante en que la antorcha de
Mandrakus alcanzó a iluminar su campo de visión, atisbó algo en una
de las tantas celdas que se ubicaban más al fondo. — ¡Oh, esperen!
¡Miren ahí! — les ordenó a los demás al mismo tiempo que señalaba el
sitio exacto donde creyó haber visto algo.

Se encaminaron presurosos hacia la última mazmorra, la más amplia y


también la más oscura de todas. Giusy y Ferruccio lloraron de emoción
al ver que todos sus compañeros se encontraban ahí tendidos sobre el
suelo de piedra total y profundamente dormidos, con sus respectivas
capas color violeta que los identificaban como magos aprendices llenas
de mugre y polvo, pero estaban vivos. Les gritaron llamándolos por sus
nombres una y otra vez pero ellos no despertaban, seguían durmiendo
a pierna suelta completamente ajenos a lo que ocurría a su alrededor.

Mandrakus colocó su antorcha sobre el soporte que estaba al lado de la


celda y entró para observar más de cerca a sus discípulos, los sacudió
despacio a uno por uno por los hombros y aún así continuaban sin
reaccionar. — No es normal que duerman así y que no despierten por
más que se les grite y se les mueva — comentó atinadamente. — Me
temo que esto es obra de algún tipo de maleficio, tendré que lanzarles
un hechizo para hacer que despierten.

El mago cerró los ojos para concentrarse y llevar a cabo su conjuro,


juntó las palmas de sus manos y de ellas salieron numerosas volutas de
humo azul que se esparcieron por todo el interior de la prisión y
después se desvanecieron a través de los barrotes. En cuanto el humo
entró en contacto con los cuerpos de los estudiantes, éstos
comenzaron a moverse y a pestañear lentamente hasta que
recuperaron el conocimiento y todos sus sentidos, hallándose
totalmente desconcertados al verse ahí encerrados.

— ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué fue lo qué pasó? — se


preguntaban entre ellos con los nervios a flor de piel. Mandrakus se
apresuró a explicarles la situación lo mejor que pudo. — Tranquilícense
muchachos, no tienen nada más que temer, ahora están a salvo. No sé
qué ocurrió exactamente, lo único que tengo entendido es que Lázarus
los sacó de la Facultad y los trajo al Castillo Real, de algún modo los
puso a dormir y los encerró aquí abajo en las mazmorras.

— ¡Respo! ¡Vicenzo! ¡Loredana! ¡Brambilla! — exclamó Ferruccio


estrechándolos a cada uno entre sus brazos con tanta efusividad que
estuvo a punto de sacarles todo el aire de los pulmones. — ¡Cuánto me
alegro de volver a verlos!

— ¡Cosmos bendito! ¡No saben lo tristes que nos pusimos cuando el


profesor Irineo nos dio la noticia de su desaparición! — interfirió Giusy
sin poder contener el llanto. — Creímos... por un momento pensamos
que... ¡Oh, no tiene caso seguir preocupándonos! ¡Están todos bien y
eso es lo único que importa!

Uno de los muchachos que era más alto y rechoncho que los demás, de
lacio cabello castaño que le llegaba hasta la mandíbula, un flequillo que
le cubría la mitad de los ojos, mejillas sonrosadas y una sonrisa
amigable y contagiosa que provocó que Loretta se ruborizara un poco,
se puso a rememorar todo lo sucedido. — Ya lo recuerdo, un día
llegaron varios soldados a la torre, hablaron con el profesor Irineo y le
dijeron que Lázarus ordenaba que acudiéramos a una cena especial que
se iba a celebrar en el castillo, lo cual nos pareció muy extraño ya que
en primer lugar, sólo los magos estábamos invitados y en segundo
porque Lázarus nunca antes había metido sus narices con los asuntos y
la gente de la Facultad...

El chico hizo una breve pausa para tomar aire y poner en orden sus
ideas. — Bien, continua Respo... — lo animó Mandrakus a proseguir.

— Entonces, los soldados nos trajeron al Castillo Real con ellos y tal
como nos habían dicho: Lázarus había preparado una cena para
nosotros, él y su mujer nos hicieron sentar a la mesa y la servidumbre
llenó nuestras copas con cerveza de raíz en lugar de vino, nos
ordenaron que bebiéramos y todos obedecimos sin titubear. Y de ahí,
lo único que recuerdo es que aquella bebida tenía un sabor
condenadamente empalagoso, como si la hubieran endulzado con
cinco costales de azúcar...

— Y así es tal y como lo recuerdo yo también... — interrumpió Vicenzo


que era un muchacho sumamente delgado, de baja estatura, nariz
achatada y el cabello castaño claro y ensortijado, corroborando la
historia de su amigo. — Después de darle un trago a la cerveza creo que
caí en un profundo sueño porque no me acuerdo de nada más.

— ¡Claro! ¡Ahora todo cuadra! — comentó Stella que durante todo ese
tiempo se había mantenido al margen sin opinar nada al respecto. —
¿Recuerdan que Cernobbio el tabernero nos dijo que antes de nosotros
había acudido a la taberna un misterioso hombre encapuchado en
compañía de un ave strige y que le pidió un barril de la misma cerveza
que toman sus congéneres?

— ¡Por supuesto! — la secundó Giusy. — Nosotros sospechamos que


podía tratarse del Alquimista Oscuro, que en ese entonces ignorábamos
que fuera Laureano. Al parecer el muy astuto formó parte del plan con
Lázarus, preparó un somnífero alquímico de aquellos tan potentes que
te ponen a dormir por meses e incluso años, y para que nadie
sospechara lo mezcló con el dulzor de la cerveza de raíz que había
traído de la taberna de los Erizos Ebrios para que nadie pudiera
percibir su fuerte olor y sabor al tomarla.

— ¡Vaya! Y pensar que nosotros creíamos que Laureano era tan


ingenuo e incapaz de tramar semejantes ardides... — suspiró Ferruccio
completamente anonadado.

Todos se quedaron pensativos intercambiando miradas entre ellos sin


agregar un comentario más sobre el asunto, sólo Mandrakus se decidió
a romper el silencio. — Es mejor que abandonemos este lugar, y en
cuanto a ustedes dos... — agregó volviéndose a Donnarella y su hijo
— ... se quedarán aquí encerrados en lo que vuestra alteza decide cuál
será su castigo definitivo.

Donnarella permaneció cabizbaja mientras ella y Terrino se


acomodaban en la oscura celda que antes habían ocupado los magos
alquimistas, la cual se cerró mágicamente en cuanto el viejo hechicero
chasqueó los dedos. Todos ascendieron por las escaleras para salir a los
pisos superiores, Stella se adelantó a los demás para susurrar en
privado con Mandrakus. — Si no tiene inconveniente, preferiría que
usted se hiciera cargo de los prisioneros, creo que podrá aplicarles una
condena justa, yo por ahora necesito descansar un poco para meditar
acerca de todo lo que ha ocurrido y prepararme para lo que vendrá en
el futuro.

El mago sonrió y asintió con la cabeza. — Me parece una buena idea,


pediré a Glenda y Avellino que os preparen la alcoba que era de
vuestros padres para que podáis dormir tranquilamente.

Por otro lado, una de las estudiantes que tenía los ojos azules y los
cabellos dorados y ondulados, tomó a Ferruccio por el brazo, éste dio
un respingo y se volvió para mirarla. — ¡Ah... Brambilla! Esto... bien,
yo... pues... ejem ¿Qué... qué ocurre? — le dijo escupiendo
incoherencias con el rostro completamente colorado por la vergüenza.

— Lamento haberte asustado... — se disculpó ella emitiendo una risilla


divertida — ...sucede que cuando me desperté, me encontré con este
extraño objeto junto a mí y si no me equivoco, creo que es tuyo... —
acto seguido le mostró el águila mensajera autómata y se la tendió
sobre la palma de su mano — ... así que debo devolvértelo. Agradezco
mucho que te hayas preocupado por mí, fue muy lindo de tu parte ¡Ya
nos veremos de nuevo en la Facultad! — Y se despidió de él
estampándole un sonoro beso en la mejilla y después regresó con su
amiga Loredana para reanudar la plática que dejaron a medias.
Ferruccio detuvo su andar para ponerse a suspirar y entornar los ojos
con un carnero que está a punto de ser degollado, habría permanecido
así todo el tiempo de no ser por Giusy que le acomodó un pequeño
bofetón para sacarlo de su ensoñación. — ¡Bájate de la Luna y muévete!
— Su amigo sólo atinó a mascullar frases sin sentido y ella lo jaló por el
brazo para obligarlo a seguir. — ¡No tienes remedio! — murmuró por lo
bajo mientras ponía los ojos en blanco.

Los estudiantes regresaron con sus familias para que dejaran de


preocuparse al verlos sanos y salvos, Stella y los demás se sentaron en
el comedor a disfrutar de un merecido almuerzo que Avellino les había
preparado gustosamente. Al terminar la comida, Glenda le anunció a la
princesa que su aposento estaba listo y sin pensárselo dos veces, Stella
se retiró de la mesa, se puso la ropa de dormir que le habían
proporcionado y nada más dejarse caer sobre la mullida cama, concilió
inmediatamente el sueño sin necesidad de tomar ningún somnífero
alquímico.

Stella no se levantó de su lecho hasta que anocheció, nada más


despertarse se echó su capa encima, tomó uno de candeleros que
estaba sobre su mesa de noche, salió de la habitación y recorrió todos
los pasillos de los pisos de abajo buscando a los otros, pero no se
encontró con nadie. El castillo estaba oscuro y silencioso, como si
todos se hubieran marchado dejándola completamente sola.

Por último bajó a la cocina y al no encontrar ahí tampoco a nadie, se


dio la media vuelta para regresar a la comodidad de su cama. Pero
entonces, la luz del candelero le mostró un bloque de piedra con una
lechuza grabada en bajorrelieve que estaba semioculto entre uno de
los hornos y los escalones que llevaban a las bodegas donde se
guardaba el vino. Se acercó para observarlo más de cerca y recorrió
todo el contorno de la figura del ave con los dedos, en cuanto lo hizo, la
lechuza se iluminó y el bloque de piedra se removió revelando unas
largas y estrechas escaleras de caracol. Stella no pudo resistir la
curiosidad y decidió bajar para averiguar a dónde conducían
exactamente.

La escalera terminaba en una especie de cámara subterránea


abovedada que olía a humedad y estaba llena de telarañas. A simple
vista, aquel sitio no tenía nada de especial e interesante, a excepción
de una vieja puerta de madera tallada con un símbolo que Stella
conocía ya muy bien: la estrella de ocho puntas. Con un poco de
incertidumbre, tiró de la aldaba que también tenía forma de lechuza
como la de la entrada principal de la Facultad y abrió la puerta con
mucha cautela, pues no tenía ni la menor idea de lo que podría
encontrar del otro lado.

El corazón de Stella se fue tranquilizando paulatinamente al asomar la


cabeza al interior y ver que se encontraba en una estancia apenas
iluminada por algunas lámparas perpetuas que pendían del techo y
que guardaba un fuerte olor a diversas sustancias que su olfato no supo
identificar.

Optó por entrar para seguir curioseando y echar un vistazo a todo lo


que se encontraba a su alrededor y le resultaba fascinante: numerosas
estanterías repletas de libros y pergaminos enrollados cubrían las
paredes en su totalidad, gran parte del centro estaba ocupado por
largas mesas atiborradas de extraños instrumentos de cristal
descansando sobre soportes de fierro y que contenían en su interior
líquidos que burbujeaban y humeaban así como otros materiales de
diversas texturas, olores y colores, en el medio había un curioso horno
de piedra en forma de cilindro y al ver que las llamas crepitaban en su
interior, Stella supuso que alguien debía haber entrado ahí antes que
ella.

Y estaba en lo cierto, en una de las esquinas encontró a Mandrakus


sentado frente a un escritorio leyendo con atención un grueso y
antiguo libro. Stella soltó una exclamación de sorpresa al verlo ahí e
hizo que el mago interrumpiera bruscamente su lectura. — ¡Oh, Alteza!
¡Qué sorpresa! Habéis encontrado mi laboratorio secreto, aunque
ahora ya no sea tan secreto — comentó esbozando una sincera sonrisa
de satisfacción.

— ¿Y por qué ya no es tan secreto? — inquirió Stella sin dejar de


observar detenidamente en derredor.

— Antes de abandonar el castillo lo protegí con varios hechizos


especiales para evitar que Lázarus y el Alquimista Oscuro lo
encontraran y lo utilizaran para sus terribles propósitos, ahora que lo
he recuperado modifiqué los sortilegios de protección, de lo contrario
no os hubiera sido posible haber llegado hasta aquí — respondió
Mandrakus sin dejar de sonreír.

— ¡Oh, ya veo! En verdad lo lamento, no fue mi intención venir a


perturbarlo, sucede que cuando me desperté y no encontré a nadie
recorrí todos los pasillos y habitaciones buscándolos y así fue como di
con la entrada secreta al laboratorio — se disculpó Stella.

— Los otros están fuera resolviendo varios asuntos pendientes, y no


tenéis nada de que disculparos. La curiosidad es una gran virtud para
nosotros los alquimistas ¿sabéis? No habríamos podido llevar a cabo
nuestros trabajos de investigación con éxito de no haber sido personas
curiosas — le dijo Mandrakus para tranquilizarla.

— Pero de todos modos, creo que será mejor que me retire...

— No Alteza, vuestra presencia no me incomoda en absoluto. Además...


— la detuvo el anciano — ... os tengo que poner al corriente sobre
algunas cuestiones que teníamos que tratar tarde que temprano. Por
favor, tened la bondad de sentaros... — añadió invitándola a tomar
asiento en un banquillo desocupado que estaba frente a su escritorio
de trabajo.

— Estuve pensando mucho en los posibles castigos para Donnarella y


Terrino, eran tantos que no me decidía por uno en concreto y al final
creo que hice la mejor elección... — afirmó el mago seriamente.
— ¿Y cuál fue su decisión? — preguntó Stella ansiosa por conocer la
respuesta.

— Decidí enviarlos a Altromondo y dejarlos en libertad allí — concluyó


Mandrakus.

— ¿En Altromondo? Pero... pero ellos estando allá podrían...


sinceramente, no sé qué pensar al respecto — replicó la princesa
totalmente desconcertada.

— No me limité solamente con transportarlos y soltarlos así sin más,


me quedé a vigilarlos de cerca por casi una hora, tiempo suficiente
para hacerme una idea del destino que les aguardaba en ese mundo...

— ¿Entonces, qué sucedió exactamente con ellos allá?

— Bueno, Donnarella se dedicó a gritar y pedir ayuda a todos los


transeúntes que pasaban por las calles, pero nadie creyó en su historia,
les sonó muy descabellado todo eso de que ella venía de un reino
desconocido y que un mago la había sacado de ahí junto con su hijo, así
que la tomaron por una demente. Después, llegaron unas personas
vestidas de blanco y le dijeron que la iban a trasladar a un sitio seguro,
a una isla llamada Poveglia al parecer.

Stella dejó escapar un chillido de horror mientras un escalofrío


recorría todo su cuerpo, pues recordaba la fama que tenía aquel sitio.
— ¿Y que ocurrió con Terrino? ¿A él también lo creyeron loco?

— No precisamente, pensaron que el pobre niño únicamente se


limitaba a repetir las locuras que decía su madre. En cierto modo,
podríamos decir que a él le aguardó un destino más benévolo: lo
llevaron a un orfanato, y no a cualquier orfanato sino a nada más y
nada menos que a Santa Emiliana con la hermana Beatrice.

— ¿¿Es en serio?? ¡Eso sí que no puedo creerlo! — exclamó Stella


completamente sorprendida.
— Así es, tal parece que estos dos mundos son un pañuelo — comentó
Mandrakus suspirando. — Y cuando regresé de Altromondo, me
encerré aquí en el laboratorio porque quería estar a solas y así meditar
un poco acerca de Laureano.

— ¿De Laureano?

— Sí, en todo aquello que me dijo antes de morir. Y es que, aunque me


incomode admitirlo, debo aceptar que tuvo algo de razón: lo subestimé
demasiado al dejarme llevar por las apariencias. Di por sentado que las
lechuzas de la Facultad le negaron el ingreso por ser de mente corta y
no por tener el corazón podrido al igual que Lázarus.

— No debe atormentarse por eso, a todos los demás les tomó por
sorpresa saber quién era él realmente, yo también creí que era una
buena persona. Todos nos equivocamos.

— Y no es solamente eso... — continuó Mandrakus — ...sino que me


sentí culpable porque incluso llegué a sospechar que, si aquel traidor
que había colaborado con Lázarus en el asesinato de vuestros padres
seguía entre nosotros, podía tratarse de Avellino. Como habréis notado
a los chicos y a mí no nos simpatizaba del todo por su manera de ser,
siempre tan hosco y poco sonriente, pero lo juzgamos mal. Avellino
solamente es pobre de espíritu, le cuesta trabajo mostrar sus
sentimientos pero no es malo en absoluto.

Stella quiso comentar algo, pero no encontraba las palabras apropiadas


para expresar lo que estaba pasando por su cabeza en esos momentos.

— Por otro lado, pude resolver el misterio acerca de cómo lograba


Laureano recorrer todo el largo camino desde el Palacio Subterráneo
hasta el Castillo Real y ese misterio a su vez me aclaró otro gran
misterio — agregó el mago cambiando un poco el tema.

— ¿A qué se refiere? — lo interrogó Stella.

— A esto... — respondió Mandrakus colocando sobre su escritorio un


par de botas altas de color arena para que la princesa las viera.

— ¿Son esas... esas son las famosas botas..?

— Exacto, las famosas botas de diez kilómetros. Las encontré en la


torre más alta donde al parecer Laureano solía pasar bastante tiempo
cuando venía a visitar a Lázarus.

— Pero ¿cómo pudo robárselas a las mascas, si ellas viven apartadas del
resto en las montañas?

— Es muy probable que su ave strige le haya echado una mano para
confiscarlas. Pero el caso es que uno de los grandes objetos perdidos
por fin ha sido encontrado.

— ¿Y qué hará con las botas? ¿Se las devolverá a aquellas mascas?

— No, de ninguna manera. No quiero tener más tratos con esas mujeres
y además considero que lo mejor es que las conservéis con vos.

— ¿¿Conservarlas conmigo?? Pe... pero...

— Creedme alteza, es más que justo que vos las tengáis en vuestro
poder, algún día os podrían ser de mucha utilidad.

— Pero si las conservo y ellas lo llegan a descubrir, creerán que usted


realmente se las ha robado y no quiero que sigan calumniándolo.

— Las mascas nunca cambiarán su opinión respecto a mí. Las botas son
lo menos importante para ellas, lo único que en verdad les interesa
recuperar son sus dos grandes libros de magia ancestral: uno de ellos
continúa perdido y el otro lo tengo yo en mis manos... — y tomó el
grueso volumen que estaba leyendo y se lo mostró a Stella, era un libro
de tapas blancas cuyas páginas estaban cosidas cuidadosamente con
hilos plateados y tenía dibujado un pentáculo en la cubierta. — El Libro
del Cinquecento, llamado así porque les llevó quinientos años a las
antepasadas de mi madre reunir toda la información mágica que está
aquí escrita, hechizos para solucionar prácticamente toda clase de
problemas que puedan suscitarse en la vida.

— ¡Oh, vaya! — exclamó Stella admirando el libro con los ojos abiertos
como platos.

— Solamente lo conservo por respeto a la memoria de mi madre, es lo


único que me quedó de ella. Personalmente, pienso que ningún mago
por muy poderoso que sea, debe recurrir a la magia en todo momento.
Sin duda alguna, la vida sería mucho más simple si utilizara todos mis
poderes: podría transportarme desde aquí a un reino muy lejano en el
otro extremo del planeta con solo desearlo, pero podría volverme vago
y perezoso y eso no es bueno, el cerebro necesita ejercitarse para
funcionar correctamente. Con la alquimia es diferente, se requiere
trabajo, esfuerzo y mucha paciencia para lograr hacer una
trasmutación y al final la satisfacción que te proporciona es mucho
más grata.

— Comprendo perfectamente su punto — respondió la princesa


dejando ver con una gran sonrisa en los labios lo maravillada que
estaba por la filosofía del anciano.

Mandrakus le devolvió el afectuoso gesto dándole unas palmaditas en


la espalda. — Ya hemos hablado demasiado, debéis volver a vuestros
aposentos a descansar lo mejor que podáis, mañana es el gran día en
que seréis coronada reina.

— ¿¿Qué mañana qué?? — gritó Stella asustada ante la idea de haber


perdido completamente la noción del tiempo al punto de haberse
olvidado de algo tan importante como su coronación.

El tan esperado Solsticio de Invierno estaba muy cerca y la nieve


comenzó a caer copiosamente cubriendo el reino con un inmaculado
manto blanco para anunciar su próxima llegada.
Epílogo
— ¡Oh vamos, Glenda! ¡Déjenos probar aunque sea un poquito! — le
suplicó Giusy señalando el gran panettone relleno de chocolate y
espolvoreado de azúcar refinada que reposaba en una bandeja de plata
sobre el gran tocador que tenía la princesa Stella en su aposento.

— ¡Sí, por favor! Es que huele tan delicioso — suspiró Loretta mientras
iba acomodando los pliegues de la falda del vestido de Stella y
haciéndole ojitos tristes al ama de llaves.

— ¡Ya les he dicho que no! — replicó Glenda con tal fastidio que dejó
por un momento de cepillar el cabello de la princesa.

— Pero yo también quiero probarlo — se lamentó Stella.

— ¡Vos aún menos deberíais! — le espetó la Pajarraca severamente. —


No quiero que os ensuciéis vuestro vestido antes de la ceremonia
¡tanto trabajo me costó confeccionarlo!

— ¿Qué tanto tiempo pudo haberle tomado con sus tijeras mágicas? Y
además si llegara a estropearlo, Mandrakus podría solucionarlo con un
chasquido de dedos — le respondió Stella arqueando las cejas con
astucia.

— ¡Estas jovencitas! — masculló Glenda entre dientes buscando


desesperadamente entre los bolsillos de su delantal. — ¿Dónde rayos
habré guardado las horquillas? — Y al no encontrarlas en ningún lado
dejó escapar un jadeo de frustración. — Seguramente las olvidé en mi
habitación, tendré que bajar a buscarlas. — Y antes de salir corriendo
por la puerta del aposento, se volvió hacia las chicas para advertirles
con suma severidad. — ¡Ni se les ocurra tocar el panettone en mi
ausencia!

— ¡Por supuesto que no! — respondieron todas a coro esbozando unas


sonrisas que parecieran lo más angelicales posibles. En cuanto los
pasos presurosos de la Pajarraca dejaron de resonar en el pasillo, Giusy
sonrió con picardía, sacó la navaja que siempre traía consigo y partió
con cuidado tres delgadas rebanadas de panettone que sus amigas se
devoraron en un dos por tres y para buena suerte de Stella, no quedó
ni una mancha de chocolate sobre su pulcro vestido blanco.

Glenda volvió resoplando y sudando por el esfuerzo que había hecho al


correr por todos los pasillos y se apresuró para terminar con el
peinado de Stella, un medio recogido de trenzas de espigas; después la
maquilló y la perfumó. En cuanto la princesa estuvo lista, las cuatro
salieron a los jardines del Castillo Real cubriéndose con gruesas capas
para protegerse del frío aire nocturno.

La coronación iba a tener lugar en el Círculo Mágico junto con la


celebración del Solsticio de Invierno a medianoche, tal y como lo
marcaba la antigua tradición. Las Tres Hadas se habían comprometido
a buscarlas para que así pudieran llegar a su destino a buen tiempo.

Un lejano punto brillante que se movía a través del firmamento les


anunció que las hadas estaban en camino, y conforme se iban
acercando al castillo, el punto fue aumentando de tamaño hasta
transformarse en un elegante carro hecho de hielo y tirado por cinco
monoceros alados encabezados por Rómulo, el monocero que había
acompañado fielmente a Loretta durante el tiempo que había
permanecido refugiada en el Bosque de los Sauces Danzantes. Fata
Farfalla, que en esa ocasión llevaba un vestido blanco y una tiara hecha
con hojas de acebo acorde con la nueva estación que estaba por
comenzar, sacudió suavemente las riendas para indicarles a los
equinos que disminuyeran la velocidad de su vuelo y se prepararan
para aterrizar.

Las Tres Hadas bajaron del carro y le dedicaron una respetuosa


reverencia a la princesa Stella. — Debéis estar muy dichosa, alteza,
pues habéis logrado derrotar al gobernante injusto y ahora estáis a
punto de ser coronada legítima reina de Terraluce. Vuestros padres se
sentirían muy orgullosos de vos — le dijo Fata Farfalla rebozando de
gozo y envolviéndola en un cariñoso abrazo.

En cuanto las cuatro mujeres tomaron asiento y se acomodaron, el


carro remontó el vuelo ligero como una hoja que se mece al viento.
Stella, Giusy y Loretta disfrutaban riendo con mucha emoción mientras
contemplaban el vasto paisaje que se extendía bajo sus pies, mientras
la pobre Glenda hacía todo lo posible por controlar su miedo a las
alturas.

Cuando apareció el imponente crómlech ante su vista, se llevaron la


grata sorpresa de encontrar a todos los ciudadanos del reino
congregados ahí. Todos iban vestidos de blanco, con guirnaldas hechas
de hojas de acebo o de agujas de pino sobre sus cabezas, en sus manos
portaban velas encendidas que iluminaban aquella dicha incomparable
reflejada en sus rostros, felices por volver a celebrar la fiesta más
importante del año sin necesidad de ocultarse por miedo a ser
encarcelados y ejecutados.

El carro descendió lentamente y se posó fuera del monumento y todos


los presentes le abrieron ceremoniosamente el paso a la princesa. En
medio del Círculo Mágico la aguardaban en torno a un gran trono
esculpido en hielo los Cuatro Grandes Ancianos, Mandrakus, Ferruccio
y Avellino. Fata Farfalla hizo revolotear sus alas y se adelantó para
reunirse con ellos, pues de acuerdo a la costumbre correspondía a ella
y al Fratello Heráclito por ser el Benandanti Mayor, colocar la corona
sobre la cabeza del nuevo soberano.
Mandrakus le indicó a Stella mediante señas que se sentara sobre el
trono de hielo. Fratello Heráclito, que en esa ocasión iba ataviado con
una túnica especial de color blanco, pidió que se hiciera el más
absoluto silencio para proceder con su discurso. — Queridos hermanos,
después de veinte largos años volvemos a reunirnos libremente para
festejar el Solsticio de Invierno, el día en que el Astro Rey renace con
todo su esplendor para llenar la faz de la Tierra de su luz, energía y
calor.

Un numeroso grupo de jóvenes Benandanti que sostenían grandes


velas de color rojo caminaron y danzaron en círculos alrededor del
trono de Stella lanzando agujas de pino al aire mientras recitaban estas
palabras:

Yo no me afanaré, aunque el mundo esté envuelto en un largo sueño.

Yo no me afanaré, aunque el viento gélido golpee con todas sus fuerzas.

Yo no me afanaré, aunque la nieve caiga dura y fría sobre el suelo.

Yo no me afanaré, porque esto pronto pasará.

Gran Astro Rey

damos la bienvenida a tu retorno

Puedes brillar luminoso sobre la Tierra,

fertilizando el suelo y haciendo crecer las semillas.

El Sol vive una vez más, el tiempo de la Luz aumenta

Bienvenido ¡Astro Rey que siempre retornas!

Al concluir el breve ritual todos volvieron a enmudecer, el Benandanti


Mayor y Fata Farfalla se colocaron a ambos costados del trono de la
princesa como dos centinelas vigilando con la vista al frente.
Momentos después, la gente se apartó dejando el camino libre a Lampo
que acababa de entrar al Círculo Mágico llevando sobre sus lomos un
cojín donde reposaba la corona real. Stella se preguntó cómo había
sido posible sacar la corona del cofre ya que el acceso al túnel donde
estaba escondido se había cerrado para siempre en cuanto ella lo
cruzó. La respuesta a su enigma llegó con una luminosa letra M que
apareció flotando en medio de la oscuridad del cielo nocturno y con la
misma se desvaneció.

— Stella Mordano de Terraluce, Princesa de Paz, Lucero de la Mañana,


Refulgente Estrella e Hija Bendecida del Padre Cosmos - comenzó
Fratello Heráclito. — Habéis demostrado con creces tener todo lo que
hace a un buen soberano: sentido de la justicia y compasión por los que
sufren, arriesgando vuestra propia vida para proteger y salvar a
vuestro pueblo. Y es por eso que estamos todos aquí reunidos en este
día tan especial en el que obtendréis un nuevo y glorioso título.

Después tocó el turno de hablar a Fata Farfalla. — Pero antes, os


corresponde hacer un solemne juramento frente al Padre Cosmos y la
Madre Naturaleza. Stella Mordano de Terraluce ¿Prometéis gobernar el
reino que os vio nacer con justicia, equidad y sabiduría; cuidarlo y
defenderlo en todo momento?

Stella se arrodilló colocando las palmas de sus manos en el suelo y


levantando la vista al cielo, pronunció su juramento con firmeza y
claridad. — Yo, Stella Mordano de Terraluce juro ante el Padre Cosmos
y la Madre Naturaleza gobernar el reino que me vio nacer con justicia,
equidad y sabiduría; cuidarlo y defenderlo en todo momento.

Al concluir volvió a sentarse en el trono, Fratello Heráclito y Fata


Farfalla tomaron la corona de plata y la colocaron sobre su cabeza
repitiendo al mismo tiempo. — Por los poderes que nos han conferido
las Dos Entidades Divinas Supremas, os coronamos reina soberana y
legítima del Reino de Terraluce.

La multitud prorrumpió en aplausos jubilosos y vitorearon a voz en


cuello a su nueva mandataria. — ¡Salve, Stella Mordano reina de
Terraluce!

Cuando la euforia del pueblo disminuyó un poco, Kappa y Enzo,


vestidos con sus blancas túnicas de gala y portando sus armas consigo,
se aproximaron a la recién coronada reina y le hicieron una
reverencia. — Venimos a presentaros nuestros respetos, Majestad.
Como líderes del ejército Odori-noi juramos ser siempre fieles a vos y a
vuestra casa y ayudaros a velar por el bienestar del reino, tal como
hace años lo prometimos a vuestro padre.

Stella les agradeció infinitamente sin poder evitar derramar unas


cuantas lágrimas que pronto se convirtieron en un torrente provocado
por la emoción que le produjo el hermoso canto que las Tres Hadas
entonaron con sus armoniosas voces.

La noche llegó ya

Y el mar tranquilo está

Acompáñame ¡Oh alma solitaria!

Ven junto a mí

No temas a la oscuridad

Alma solitaria, encontrarás una nueva luz

Sueña un hermoso sueño

Y través de los ojos de un hada encontrarás

Un lugar donde podrás volar

Galopa conmigo hacia la estrella más brillante,

Sobre el cielo iluminado por la Luna

Encontraremos el paraíso

Escucha al ruiseñor
Entonando su canción

Alma solitaria, encontrarás una nueva luz

El alba será radiante

Todos brillaremos

¡Alma solitaria, sal de la oscuridad!

La celebración del Solsticio se prolongó hasta altas horas de la


madrugada. Los odori- noi llevaron una gigantesca pignatta en forma de
estrella dentro de la cual había montones de dulces y regalos. Los
Caraveneros Errantes no desaprovecharon la oportunidad de volver a
presentar sus espectáculos en el reino después de haber sido
bloqueados durante tantos años, todos los actores estuvieron
magníficos, pero quien se llevó las palmas fue Torino al realizar su
nuevo acto en el que trabajó meses enteros hasta llegar a
perfeccionarlo y al que puso por nombre "la danza del fuego" ya que
consistía en hacer girar rápidamente en todos ángulos y direcciones
varias cuerdas con tela ignífuga encendida en sus extremos creando la
ilusión de que las llamas danzaban en medio de la oscuridad.

Stella sonreía complacida de ver a su gente dichosa y anhelaba que


aquella felicidad no se viera ensombrecida de nuevo, aunque sabía que
era completamente imposible que no surgieran otras adversidades en
el futuro, pero ya se preocuparía de eso a su debido tiempo. Por ahora,
su único deber era disfrutar al máximo de aquellos momentos
gloriosos y prepararse con ahínco para ser una gobernante sabia y
prudente.
Lista de personajes
(criaturas, animales y objetos animados
incluidos)
Stella Mordano: joven huérfana que vivió gran parte de su vida
pensando que siempre sería una persona infeliz e insignificante hasta
el día en que descubre que pertenece a otro mundo donde es la
princesa heredera legítima de la corona del reino de Terraluce.

Beatrice Salmone: mujer religiosa, vieja y gruñona que está a cargo


del orfanato Santa Emiliana donde Stella se crió.

Mandrakus Buonbarone: anciano (y muy anciano) mago alquimista,


rector de la Facultad Alquímica de las Tres Lechuzas, escribano y
Consejero Real.

Giuseppina "Giusy" Abruzzo: estudiante de medicina alquímica por


profesión y juglaresa por diversión. Detesta su nombre completo, los
podencos negros de Lázarus y las torpezas de su amigo Ferruccio.

Ferruccio Molise: arlequín de la nueva Corte Real, estudiante


alquimista e intento frustrado de mago.

Glenda Marchetti "La Pajarraca": ama de llaves de la Familia Real


que aguarda pacientemente el regreso de Stella al reino y la dinastía
Mordano a la corona.

Avellino Marchetti: hermano menor de Glenda y antiguo mayordomo


en el Castillo Real. Es muy temperamental y no inspira confianza.

Laureano Stocolmo: sirviente despistado de la familia Mordano,


aparenta ser torpe y bonachón.

Romeus Mordano: último rey legítimo de Terraluce, esposo de la


reina Cinzia y padre de la princesa Stella.

Cinzia Mordano: reina de Terraluce, esposa del rey Romeus y madre


de la princesa Stella.

Lampo: ejemplar de gigiátt terralucés que fue destinado para ser el


compañero guardián de la princesa Stella.

Gigiátts terraluceses: raza de grandes felinos de pelaje plateado, su


aspecto es entre el de un puma y un león joven. Pueden ser entrenados
para acabar con alguien al darles una simple orden, son muy fieles a su
amo y cuando éste muera el gigiátt morirá junto con él. Se recomienda
adoptar un cachorro que haya nacido el mismo día que su amo para
que la conexión entre los dos sea más fuerte.

Cestín: cesto de ropa sucia al que le crecieron pies debido a un hechizo


mal ejecutado por Ferruccio. Es muy inquieto y temperamental, para
evitar problemas con él se recomienda no insultarlo ni golpearlo con
un bastón (¿verdad Mandrakus?)

Lengheletto: folletto delgado y larguirucho que vive en el Palacio


Subterráneo, su pasatiempo favorito es molestar a Laureano
arrojándole cosas y saltando sobre su estómago cuando duerme.

Marranghino: otro folletto de aspecto cómico que vive en el Palacio


Subterráneo, bajo de estatura, con bigotes, una gran panza y una
enorme cabeza. Su aspecto bonachón le ayuda a caerle en gracia a todo
el mundo. Le gusta hacer trompetillas, tararear simpáticas melodías y
mover los muebles de lugar mientras todos duermen.

Lázarus Rovigo: primo hermano de Romeus Mordano y soberano


ilegítimo de Terraluce. Tiene el corazón podrido y no siente
remordimiento alguno por las crueles acciones que realiza.

Donnarella Rovigo: esposa desalmada y desquiciada de Lázarus.

Terrino Rovigo: hijo único y mimado de Lázarus y Donnarella Rovigo,


gusta de hacerle la vida imposible a la servidumbre y asustar a los
podencos con su látigo de juguete.

Máximus "El Alquimista Oscuro": sujeto siniestro y malvado al


servicio de Lázarus cuya voz es semejante a un siseo de serpiente
ponzoñosa, es un genio de la alquimia aunque gusta de usarla para
fines poco éticos. También es el alter ego de Laureano.

Buio: ave strige, mascota fiel que acompaña a Máximus en sus visitas
al castillo.

Aves strige: pájaros de mal augurio que poseen un pico largo y dorado
semejante al de los colibríes sólo que en vez de chupar néctar lo
utilizan para succionar sangre y carne humana.

Podencos negros: especie de canes entrenada rigurosamente para


rastrear, perseguir y atrapar a quien Lázarus o cualquier otro de sus
aliados ordene.

Soldados de Lázarus: homúnculos creados por el Alquimista Oscuro,


son una extraña mezcla de humano con podenco negro.

Archinto Salvati: antiguo copero del Castillo Real a quien Lázarus


acusó injustamente de haber envenenado a los reyes Mordano.

Loretta Padova: criada al servicio de Lázarus en el Castillo Real a la


que Terrino hace la vida imposible cada vez que tiene oportunidad.

Rómulo el monocero: caballo de color blanco con alas y con un


enorme cuerno curvado como la hoja de un sable en la cabeza. Suele
ser enviado por las Tres Hadas para ayudar a las personas que lo
necesitan.
Estéfanos el Nigromante: misterioso hechicero que vive en una cueva
apartada en la espesura del bosque. Tiene el pasatiempo retorcido de
coleccionar huesos humanos y decorar las paredes de su caverna con
ellos.

El Tarantasio: es un enorme dragón que mora en las profundidades


del Río Uscita, en tiempos pasados solía atemorizar a los aldeanos y
robaba niños para comérselos hasta que el rey Romeus le cortó un ala
con su espada confinándolo al río para siempre.

Gnefro: folletto similar a los gnomos que vive en la Pradera Stellata y


suelen andan en grupos de tres. Bloquean a los caminantes el paso a la
pradera con un campo de fuerza mágica hasta que resuelvan los
acertijos que ellos les plantean.

Biringuccio: es el más joven del grupo de los tres gnefros.

Vanoccio: es el más robusto del grupo de los tres gnefros.

Ficino: es el líder y el más anciano del grupo de los tres gnefros. Usa
gafas cuadradas y es un viejo amigo de Mandrakus.

Maskinganna: diablillo silvestre también conocido como "el maestro


del engaño" le gusta gastar bromas a las personas que acampan a
campo abierto en la Pradera Stellata haciéndolas despertarse
aterrorizadas.

Fata Farfalla: hada que habita en el Bosque de los Sauces Danzantes,


protectora de los animales, árboles y plantas.

Fata Fiorella: hermana menor de Fata Farfalla, es la protectora de las


flores.

Fata Uccellina: hermana menor de Fata Farfalla y Fata Fiorella,


protectora de las aves.

Pettenedda: misteriosa mujer anciana que siempre trata de


desenredarse el cabello con sus larguísimas uñas sin conseguirlo, lo
cual siempre la pone de mal humor. Las madres la usan para asustar a
sus hijos diciéndoles que tengan cuidado con ella o los atrapará con sus
largas uñas, los llevará al fondo del pozo y los convertirá en sus
esclavos; lo cual por supuesto, no es más que un mito.

Las mascas: hechiceras altaneras que viven en grupos dispersos a lo


largo de la Cordillera Sur. Están completamente orgullosas de su
estirpe mágica y no se mezclan con la gente normal.

Los mascones: grupos de hombres que poseen las mismas facultades


mágicas que las mascas, suele haber muy pocos por lo que tienen que
tomar una buena cantidad de esposas mascas para asegurar la
preservación de su grupo.

Monna Dora: anciana masca de muy mal carácter, estricta y celosa de


las tradiciones. Es la matriarca de un clan milenario de las mascas más
poderosas.

Monna Russella: hija de Monna Dora, es igual de soberbia y


prejuiciosa que su madre, pero a diferencia de ésta, suele ser
desconfiada.

Marroca: animal repugnante que habita en el Pantano de las


Luciérnagas, su apariencia es la de una babosa enorme con colmillos de
serpiente, emite un estridente sonido similar a un eructo que delata su
presencia. Quien ha tenido la desgracia de toparse con una difícilmente
puede sacarla de sus pesadillas (cof Ferruccio cof).

Ozena: pulpo gigante de olor nauseabundo que mora en las


profundidades del Mar Lucidum, ataca las embarcaciones y a las
personas que al ir a nadar a la playa se alejan demasiado de la orilla, las
arrastra con sus tentáculos al fondo y las ahoga para posteriormente
devorarlas. Si el Ozena te atrapa con sus tentáculos la única forma de
escapar con vida es cortándole un tentáculo o cantarle una canción de
cuna hasta que se adormezca.
Biondina, Carmina y Brunella: seres mitad mujer y mitad pez que
residen en la Bahía de las Luciérnagas. Cuando no están tomando el Sol
en las escolleras se les puede encontrar en el fondo del océano
ejerciendo como salvavidas cuando el pulpo Ozena ataca.

Giufino: es un folletto tummá niño que vive en una choza en lo alto de


un acantilado en la Isla Luminata junto con su madre. Es muy confiado
e inocente por lo que se convierte en presa fácil de los ladrones.

Pulcinella: madre de Giufino, suele ponerse de muy mal humor


cuando le roban a su hijo por ser tan despistado.

Opposta, la anfisbena: serpiente dotada con una sabiduría especial y


con dos cabezas en cada extremo de su cuerpo, sus ojos brillan en la
oscuridad, suele aparecerse sobre las ramas de un gran olivo en la Isla
Luminata.

Simone y Ramone: dos hermanos adolescentes que escaparon del


reino y se refugiaron en la Isla Luminata. Se las ven duras para
sobrevivir, motivo por el cual se dedican a robarle las cosas a Giufino.
Al final aprenden la lección gracias a la trampa para ladrones de Stella.

Los Caravaneros Errantes (o simplemente los Errantes): grupo de


malabaristas, prestidigitadores, acróbatas, músicos, bailarines y
quiromantes que viajan en caravana por todo Terraluce y los reinos
vecinos. Antes de que Lázarus tomara el poder acostumbraban ir al
reino a alegrar las fiestas de equinoccios y solsticios.

Mirko Bampesti: prestidigitador, acróbata, malabarista y líder de los


Caravaneros Errantes que suele caminar sobre dos enormes zancos.

Amelia "La Fortachona": esposa de Mirko y madre de Dino, Torino y


Tina. Puede levantar y arrastrar objetos sumamente pesados.

Dino "El Lanzacuchillos": hijo mayor de Mirko y Amelia que gusta de


pedir voluntarios para realizar su peligroso acto de lanzar cuchillos a
una persona que es amarrada a una tabla de madera (la buena noticia
es que su puntería es perfecta).

Torino "El Escupefuego": hermano gemelo menor de Dino cuyo acto


principal consiste en escupir llamaradas de fuego por la boca.

Tina "La Contorsionista": hermana menor de Dino y Torino, su


cuerpo es casi tan flexible como goma de mascar.

Freccia: águila mensajera de la Facultad de las Tres Lechuzas, vuela


veloz como una flecha y no siempre trae buenas noticias consigo.

Iáculo: reptil con alas de águila que se posa sobre las ramas de los
árboles en espera de avistar una presa para lanzarse sobre ella y
atravesarla de lado a lado, es veloz pero no tanto como las flechas de
un guerrero odori-noi.

Odori-noi: raza humanoide de tez olivácea lejanamente emparentada


con los folletti tummá. Habitan en casas de madera sobre las copas de los
árboles durante la Primavera y el Verano y en la Villa Subterránea
durante el Otoño y el Invierno. La característica física que los distingue
por excelencia es su nariz descomunalmente larga, saludan apretando
las narices a los demás, tienen el olfato súper desarrollado y son
excelentes guerreros y arquitectos. Son fieles a la familia Mordano y
no reconocen a Lázarus Rovigo como su rey.

Erongis Kappa: capitán de los arqueros del ejército odori-noi, su


puntería con la flecha es infalible.

Erongis Enzo: capitán de los guerreros espadachines del ejército odori-


noi.

Cernobbio el tabernero: odori-noi de mediana edad encargado de


atender la taberna-posada de los Erizos Ebrios.

Erongis Iota: músico y guerrero odori-noi que suele tocar el acordeón


en la taberna de los Erizos Ebrios.

Scintilla: gigiátt hembra mascota de Cernobbio. Lampó se enamoró


completamente de ella.

Arongis Marina: esposa de Cernobbio el tabernero, es una excelente


cocinera que sabe preparar comida al gusto de los humanos.

Los Benandanti: grupo de brujos practicantes del culto ancestral al


Padre Cosmos y la Madre Naturaleza, realizan sortilegios de fertilidad
para proteger los campos de cualquier maldición de las mascas.
Cuando Lázarus prohibió la religión y la práctica de aquellos antiguos
rituales se escondieron en las montañas de la Cordillera Norte.

Fratello Héraclito: líder veterano de los Cuatro Grandes Ancianos, es


el encargado de dirigir la ceremonia por el Solsticio de Invierno.

Fratello Plotino: hermano menor del Fratello Heráclito y miembro del


grupo de los Cuatro Grandes Ancianos, es quien dirige la ceremonia del
Solsticio de Verano.

Fratello Ruggero: hermano menor del Fratello Heráclito y el Fratello


Plotino, miembro del grupo de los Cuatro Grandes Ancianos, guía de
los hermanos Benandandti más jóvenes y director de la ceremonia por
el Equinoccio de Otoño.

Sorella Savina: esposa del Fratello Heráclito, miembro del grupo de


los Cuatro Grandes Ancianos, dirige la ceremonia de celebración por el
Equinoccio de Primavera.

Gatto Emme: criatura mágica con el aspecto de un gato enorme y


terrorífico, pero es un espíritu positivo inmune a los efectos negativos
de la magia negra.

Ptolomeo Mordano: primer soberano de la gran Casa Mordano.

Demetrius Mordano: tatara - tatarabuelo de la princesa Stella quien


mandó a construir el Palacio Subterráneo a causa de un conflicto
militar con la familia Monterosso del reino de Terrafuoco.

Claudius Mordano: abuelo de la princesa Stella, tiene un gran


parecido físico con Lázarus.

Mara Mordano: abuela de la princesa Stella y esposa de Claudius


Mordano.

Respo Trezzano: estudiante de magia y alquimia en la Facultad de las


Tres Lechuzas y compañero de semestre de Giusy y Ferruccio.

Vicenzo Lamora: estudiante de magia y alquimia en la Facultad de las


Tres Lechuzas y compañero de semestre de Respo, Giusy y Ferruccio.

Loredana Bertolotti: estudiante de magia y alquimia en la Facultad de


las Tres Lechuzas y compañera de semestre de Respo, Vicenzo, Giusy y
Ferruccio.

Brambilla Montefiore: estudiante de magia y alquimia en la Facultad


de las Tres Lechuzas y compañera de semestre de Respo, Vicenzo,
Loredana, Giusy y Ferruccio (de éste último más que una simple
compañera).
Nota final
Las aventuras de Stella y sus amigos no concluyen en este libro, muy
pronto se escribirán otros libros de la historia y para que no se pierdan
la fecha de publicación del próximo volumen, les invito a seguir la
página de Facebook y el Tumblr de "El Reino de Terraluce" donde les
mantendré informados acerca de los avances y otras noticias respecto
a la saga.

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