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Daniel P. Keating
∗
“Adolescent Thinking”, en S. Shirley Feldman y Glen R. Elliot (eds.), At the threshold. The Developing Adolescent,
Cambridge, EUA, Harvard University Press, pp. 54-89. [Traducción de la SEP con fines académicos, no de lucro, para los
alumnos de las escuelas normales.]
1
Las referencias correspondientes a los números entre paréntesis se encuentran al final del artículo.
Mtro. Mario Pérez Olvera 1
dio académico como en el informal.
Teniendo en cuenta este marco, podemos pasar a las cuestiones que organizan el
análisis del pensamiento adolescente. Obsérvese que este capítulo ha sido dividido en
secciones con fines explicativos; sin embargo, esta estructura no pretende sugerir que
las cuestiones planteadas bajo los diferentes rubros sean independientes entre sí. Por el
contrario, uno de los temas clave de la revisión de la actual investigación es que estos
La socialización cognitiva
Los tres enfoques que acabamos de describir se concentran en las estructuras in-
ternas de la actividad cognitiva y los cambios que en ellas ocurre. Vale la pena observar
otra perspectiva considerablemente distinta, aun cuando hasta hoy sea mínima su con-
tribución directa a la investigación de la cognición adolescente: el enfoque contextualista
o de socialización cognitiva descrito por Vygotsky (117). Según esta idea, la interacción
social, sobre todo el discurso, desempeña el papel principal al forjar las estructuras y
procesos cognitivos básico. Una importante distinción teórica separa este enfoque de los
otros tres: aquí (63), la idea principal es que muchas diferencias de desempeño cognitivo
pueden estar relacionadas con rasgos identificables del ambiente cognitivo.
Hasta la fecha, la perspectiva contextualista se ha centrado principalmente en vas-
tas diferencias ambientales, como la cultura y la clase social (28), y ha sido criticada por
cambiar el determinismo psicológico por lo social (113). Sin embargo, aún hay que hacer
frente a las cuestiones de mayor interés; éstas no enfocan amplias influencias demográ-
ficas, sino, en cambio, las interacciones sociales en que se involucran las personas —pa-
dre e hijo, maestro y alumnos, etcétera— y sus efectos sobre el desarrollo cognitivo (12,
63). Por ejemplo, varios comentadores observan el papel del discurso de un pequeño
grupo en la formación del pensamiento de orden superior de la adolescencia (87, 101). Si
es verdad que la naturaleza de las actividades sociales que experimentan los adolescen-
tes desempeña un papel fundamental en la formación de su pensamiento, entonces re-
sultarán indispensables las prácticas educativas o sociales que apoyen o que inhiban a
éste.
Conocimientos y pensamiento
El avance más notable en la investigación del pensamiento adolescente en años
recientes ha sido un renovado interés en el papel del conocimiento y su relación con los
procesos cognitivos, y ha surgido en dos contextos. Primero, un interés en la adquisición
de pericia en dominios específicos ha revelado consistentemente que la capacidad de ra-
zonar eficazmente depende, en grado crucial, en la familiaridad con el contenido acerca
de lo que se está razonando (26, 42, 101). Segundo, han fallado los intentos por encon-
trar pruebas de contenido formal lógico independientes altamente generalizable entre
adolescentes (y adultos) a través de toda una variedad de medios, incluyendo estudios
de intervención (56, 59, 77, 90).
A pesar de todo, la investigación actual da testimonios alentadores de que puede
alcanzarse un pensamiento de orden superior entre los adolescentes. Cabe advertir que
unos resultados cognitivos deseables no serán fáciles de obtener ni se alcanzarán auto-
máticamente.
Las estructuras del conocimiento. Resulta útil empezar con un programa general
de algunos de los principales cambios efectuados al paso de la edad en el desempeño de
los adolescentes, en toda una secuencia de tareas cognitivas complejas. Pueden obser-
varse datos confiables en las diferencias de edad y el desempeño cognitivo, con valor pa-
ra fines de planeación. En el análisis consideraré varias versiones de la mejor manera de
comprender tales diferencias.
En toda una vasta gama de contenidos, desde temas de lógica y matemáticas
(20), el razonamiento moral (27, 102), la comprensión interpersonal (61, 107, 109,
116), a cuestiones sociales y políticas, hasta la naturaleza del conocimiento mismo (23,
66), hay una consistencia notable en los modos en que los adolescentes, en comparación
con los niños, responden a los problemas que se les plantean.
En general los cambios observados han recibido una serie de etiquetas a veces
desconcertantes. Un riesgo al escoger una etiqueta es que a menudo es interpretada (o
se intenta dar) como una explicación del cambio. Pero en realidad hay varias explicacio-
nes plausibles para los mismos cambios descubiertos. Aunque los datos se deriven de di-
ferencias entre edades existe otra tendencia a asumir que tal pensamiento es caracterís-
tico de la mayoría de los adolescentes en casi todas las situaciones, suposición que no ha
sido bien sustentada por trabajo de investigación (77).
Teniendo en cuenta tales advertencias, podemos decir que a partir de la adoles-
cencia temprana el pensamiento tiende a involucrar representaciones abstractas, y no
simplemente representaciones concretas; a volverse multidimensional y no limitado a un
La autorregulación cognitiva
Bajo este rubro resumimos dos rasgos claves de la actividad cognitiva. Al primero
se le llama, en general, metacognición: la capacidad de supervisar la propia actividad
cognitiva en busca de congruencia, de lagunas en la información a llenar, de la precisión
de cierta aplicación procedimental, etcétera. Los intentos de enseñar la actividad meta-
cognitiva han tropezado con alguna de las mismas dificultades que (y a veces se trasla-
pan conceptualmente con) los programas de instrucción directa de procesos mentales.
Específicamente, las personas a menudo tienen dificultades para transferir tales habilida-
des a cualquier área de contenido fuera de aquella en que las aprendieron por vez prime-
ra (13, 21). Y sin embargo, cuando se desarrollan tales actividades de supervisión en el
contexto de capacidades particulares como leer, escribir o resolver problemas matemáti-
cos, ciertos testimonios iniciales parecen sugerir que la instrucción puede ser efectiva
(93).
Hasta podríamos suponer que un enfoque exclusivo en las actividades metacogni-
tivas podría ser contraproducente al comienzo del proceso de aprendizaje al llamar la
atención consciente hacia unas actividades a las que mejor sería permitir que procedie-
ran hacia la automatización. En este sentido, la metacognición tal vez sea un lujo de los
expertos. Una vez que se ha dominado una habilidad o un ámbito difícil, puede prestarse
atención a ver si el sistema está operando o no sin tropiezos. Los papeles de las habili-
dades de pensamiento generalizado y de autosupervisión cognitiva en el desarrollo del
razonamiento adolescente requieren así de considerable investigación adicional (114).
Una segunda clase de atosupervisión resulta más problemática para las teorías del
desarrollo cognitivo, de cualquier índole. Si concebimos el pensamiento como dirigido
hacia una meta y con un propósito (117), entonces debemos reconocer que las metas del
que se somete a la prueba pueden no ser las de quien aplica la prueba, y las metas del
alumno pueden no ser las mismas que las del maestro. Esta intrusión de las propias me-
tas, motivacionales y compromisos de la persona abre las puertas a numerosos modelos
—típicamente de sistema cerrado— de pensar, aprender y enseñar. Muchas limitaciones
al razonamiento y al pensamiento de orden superior acaso no sean estrechamente cogni-
tivas sino se deriven, en cambio, de motivaciones y disposiciones (106). Si el hábito del
pensamiento racional es tanto una disposición como una habilidad, entonces las circuns-
La escolaridad
La diversidad cognitiva
El logro educativo
La diferencia entre los logros educativos, ya sean indicadas por años de escuela
completados o por calificaciones de las pruebas de aptitud o de ejecución, están clara-
mente relacionadas con la pertenencia a un grupo étnico y racial, y con la clase social de
la familia en que crece la persona. En 1980, en Estados Unidos se puso a prueba una
muestra nacional, aleatoria, de adolescentes tardíos y jóvenes adultos, para la estandari-
zación de la Prueba de Calificación para las Fuerzas Armadas (100). La prueba tenía
muestras de contenido de las áreas académicas y vocacional. En el resultado general, los
blancos tuvieron calificaciones considerablemente mejores que los afroamericanos y los
hispanos. Y dentro de todos los grupos, el nivel educativo de la madre —utilizado como
índice clave de la clase social— permitió predecir con gran acierto el resultado. Cuando
se acumularon por clases sociales, las calificaciones entre los blancos fueron del 29% en
el grupo más bajo al 79% en el grupo más alto. Para los afroamericanos y los hispanos,
juntos, el rango fue del 14 al 52%. Estas cifras se pueden comparar con variaciones geo-
gráficas, que fueron del porcentaje de 60% en Nueva Inglaterra al 42% en los estados
del centro y del sudeste (Kentucky, Tennessee, Alabama y Mississippi). Como podría es-
perarse, el nivel de logro educativo estuvo directamente relacionado con las calificaciones
de las pruebas. Por ejemplo, en la lectura, la estimación del nivel de grados de logros ob-
tenidos reflejó con fidelidad el auténtico logro educativo. Entre quienes tenían una edu-
cación menor al octavo grado escolar, el nivel medio de lectura fue un grado equivalente
a 5.4; para los graduados en bachillerato fue de 9.2; y para los graduados de universi-
La socialización cognitiva
La educación formal no es más que uno de los agentes culturales que socializan el
pensamiento del adolescente, y acaso no sea siquiera el más poderoso. Una de las lagu-
nas más grandes de la investigación se encuentra en una veintena de factores que socia-
lizan la actividad cognitiva de los jóvenes. Tal vez esta laguna refleje una tendencia psi-
cológico-determinista; cualquiera que sea la razón, muchas cuestiones de apremiante
importancia práctica han generado poca investigación. Resultará útil considerar las in-
fluencias generales de socialización separándolas de las asociadas con las diferencias en-
tre los grupos.
¿Qué lecciones aprenden los adolescentes de las prácticas sociales cotidianas? A
veces es más fácil plantear esta pregunta en áreas en que ha ocurrido un rápido cambio
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