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TRABAJO INFORMAL Y FORMAL

Como empleo informal se denomina la actividad laboral de


quienes trabajan y perciben ingresos al margen del control
tributario del Estado y de las disposiciones legales en materia
laboral.
En este sentido, el empleo informal se refiere a la actividad laboral
de los trabajadores independientes, los vendedores ambulantes,
las trabajadoras de servicio doméstico, los limpiavidrios, entre
otros.

Este tipo de empleos, por lo general, son mal remunerados y


ofrecen condiciones laborales deficientes. Además, debido a
que no cuentan con la debida protección legal para las
relaciones laborales, son empleos sin protección social, que no
brindan estabilidad económica para los trabajadores.
De allí que en un empleo informal situaciones como el impago del
salario, los despidos sin compensaciones ni periodos de aviso, la
exigencia de trabajar horas extra o turnos extraordinarios, así como
el incumplimiento de los beneficios sociales, como pensiones,
reposos por enfermedad o seguro de salud, sean situaciones ante
las cuales los trabajadores se encuentran vulnerables y
desprotegidos.

Asimismo, los empleos informales pueden formar parte


TRABAJO INFORMAL de actividades económicas delictivas, como la piratería, la
prostitución, la facturación falsa, el blanqueo de capitales, el tráfico
de drogas y de armas, entre otras.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el
empleo informal representa entre 50% y 75% del empleo en
sectores no agrícolas en los países en desarrollo. No obstante, el
empleo informal no solo causa grandes pérdidas a la economía de
un país en materia tributaria, sino que también perjudica a todos
aquellas personas que se ven obligadas a aceptar empleos
informales, donde sus derechos laborales no son respetados.

Se denomina al trabajo cuyas condiciones no están regidas por la ley. Esta


particularidad deja en una situación de desprotección al trabajador.

El empleo informal también se conoce como empleo en negro o empleo


irregular. El trabajador, en este marco, no se encuentra registrado ante el
Estado. Esto le permite al empleador ahorrar dinero ya que no paga las
cargas correspondientes a la obra social y a la jubilación, por ejemplo. El
empleado, por su parte, no abona los impuestos correspondientes a sus
ingresos.
El empleo formal no sólo goza de protección legal con un contrato
registrado -lo que marca una diferencia sustantiva con el trabajo
informal- sino que, tan importante como ello, hace acreedor al
asalariado de las prestaciones de la seguridad social, como las
jubilaciones, la cobertura de salud extensiva a la familia nuclear, las
asignaciones familiares, el seguro de desempleo, la protección
contra riesgos del trabajo, entre otras.

Estas prestaciones se financian con contribuciones patronales y


aportes personales sobre el salario bruto, dice un estudio
preparado por la consultora SEL. En el segundo trimestre de 2011,
para una remuneración bruta promedio del sector privado de algo
más de $5.500, el costo no salarial (incluidos los aportes
personales) fue de $2.000; esto es cerca del 30% del costo laboral
total y algo más del 40% del salario neto. En este trimestre,
además, el costo no salarial fue casi 10% más alto que el salario
mínimo vital.

El costo laboral total incluye la remuneración bruta y las


contribuciones patronales. El salario neto es igual a la
remuneración bruta menos los aportes personales.
Disparidades
Al reflejar las disparidades sectoriales en la remuneración bruta,
TRABAJO FORMAL hay diferencias importantes en el costo no salarial, desde más de $
5.000 en minas y canteras, a menos de $ 1.200 en hoteles y
restaurantes. En 13 sectores, en su mayoría transables, el costo no
salarial es más elevado que el promedio. Esto ayuda a explicar -
ciertamente no a justificar- la alta incidencia de la informalidad en
los establecimientos de muy pequeña escala y baja productividad.
Crecimiento

Lo significativo -agrega el trabajo de SEL- es que en el último


quinquenio la proporción del costo no salarial ha crecido más de 4
puntos con relación al costo laboral total, y 7 puntos respecto del
salario neto. En 2006, en efecto, representaba el 25% del costo
laboral total y equivalía al 34% del salario neto. La contrapartida
obvia es que el salario neto ha reducido su participación en el costo
laboral: en 2006 era el 75% y ahora no llega a 71%.

Comparado con el salario mínimo vital -un valor de referencia- en


este período el costo no salarial promedio aumentó 20 puntos. En
el primer semestre, alcanzó un valor equivalente a un salario
mínimo.

Medida en términos reales, la brecha es sensiblemente mayor. En


este quinquenio, el salario neto deflactado por el IPC Provincias,
acumuló un aumento del 19%. El costo laboral no salarial ajustado
por los precios implícitos del PIB, por su parte, creció 78%. Lo
llamativo es que de los 4 puntos de caída del salario neto en el
costo laboral total, casi 3 puntos corresponden a los aportes
personales de los asalariados.

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