Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Roger Bacon (1214 – 1294), filósofo, científico y teólogo escolástico inglés, de la orden
franciscana, nos dice que, en sus escritos, los filósofos se han expresado de muchas
maneras diferentes pero siempre enigmáticas. Nos han legado una ciencia noble entre
todas, pero completamente velada para la gente común por su lenguaje nebuloso,
enteramente oculta bajo un impenetrable velo. Y, sin embargo, han tenido razón para
obrar así. En algunos manuscritos antiguos se encuentran varias definiciones de este
arte. Hermes dice: “La Alquimia es la ciencia inmutable que trabaja sobre los cuerpos
con ayuda de la teoría y de la experiencia, y que, por una conjunción natural, los
transforma en una especie superior más preciosa”. Otro filósofo ha dicho: “La Alquimia
enseña a transmutar toda especie de metal en otra, esto con ayuda de una Medicina
particular, como puede verse por los numerosos escritos de los filósofos“. Por eso Roger
Bacon nos dice: “La Alquimia es la ciencia que enseña a preparar una cierta Medicina
o elixir, la cual, proyectada sobre los metales imperfectos, les da la perfección en el
instante mismo de la proyección”. Los principios de los metales son el Mercurio y el
Azufre. Estos dos principios han dado nacimiento a todos los metales y a todos los
minerales, de los que existe un gran número de especies diferentes. La naturaleza tuvo
siempre por fin llegar a la perfección, al oro. Pero a consecuencia de diversos accidentes
que dificultan su marcha, nacen las variedades metálicas, como lo han expuesto
claramente varios filósofos. Roger Bacon nos explica que, según la pureza o impureza
de los dos principios componentes, es decir, del Azufre y del Mercurio, se producen
metales perfectos o imperfectos: oro, plata, estaño, plomo, cobre, hierro. El Oro es un
cuerpo perfecto, compuesto de un Mercurio puro, fijo, brillante, rojo, y de un Azufre
puro, fijo, rojo y no combustible. El Oro es perfecto. La Plata es un cuerpo puro, casi
perfecto, compuesto de un Mercurio puro, casi fijo, brillante, y blanco. Su Azufre tiene
las mismas cualidades. No le falta a la Plata sino un poco más de fijeza, de color y de
peso. El Estaño es un cuerpo puro, imperfecto, compuesto de un Mercurio puro, fijo y
volátil, brillante, blanco en el exterior, rojo en el interior. Su Azufre tiene las mismas
cualidades. Sólo le falta al estaño ser un poco más cocido y digerido. El Plomo es un
cuerpo impuro e imperfecto, compuesto de un Mercurio impuro, inestable, terrestre,
pulverulento, ligeramente blanco al exterior, rojo al interior. Su Azufre es semejante y
además combustible. Al plomo le falta la pureza, la fijeza y el color; no está bastante
cocido.
El termino Alquimia deriva del árabe “Alkimiya“. Pero tenemos una segunda parte de
definición, que se remonta a la raíz egipcia “kmm” que significa negro. Alquimia viene
a ser pues “Arte Negro“. Otra interpretación se basa en el hecho de que el plomo negro
es una materia prima muy importante en los procedimientos alquímicos. Todas las
fuentes de que se disponen nos llevan a que la alquimia tiene su punto de partida
posiblemente en Egipto y Mesopotamia. El conocimiento hermético del que eran
depositarios los egipcios fue recogido por los hebreos. Numerosos pasajes de la Biblia,
sobre todo el Pentateuco de Moisés, nos permiten adivinarlo. Por otra parte, también los
griegos se nutrieron de la sabiduría egipcia, adecuándola a su civilización y a sus
divinidades y sirviendo de transmisores de sus misterios. Más tarde, bebiendo tanto de
las fuentes griegas como de las egipcias, los sabios doctores del Islam volvieron a
actualizar y transmitieron de nuevo el conocimiento hermético. Fue, finalmente, a través
de estos tres, hebreos, griegos y árabes, como llegó a tierras europeas, donde volvemos
a encontrarlo entre los alquimistas medievales, más o menos intacto, hasta finales del
siglo XVIII. No es tampoco despreciable el papel ejercido por algunos padres de la
Iglesia en esta misteriosa transmisión. Durante la Edad Media aparecerán una serie de
alquimistas cristianos que compararán la Gran Obra con la vida de Cristo. Con todo, los
elementos más importantes de la filosofía hermética proceden en su mayoría de los
griegos y de los egipcios. Varios mitos egipcios y griegos nos refieren que toda una serie
de usos, enseñanzas y costumbres fueron transmitidos al pueblo egipcio por Thot, dios
que recibiría entre los griegos los nombres de Hermes y de Mercurio. La raza negra que
sucedió a la raza roja austral en la dominación de mundo, hizo del alto Egipto su
principal santuario. El nombre de Hermes/Thot, ese misterioso y primer iniciador del
Egipto en las doctrinas sagradas, se relaciona sin duda con una primera y pacífica mezcla
de la raza blanca y de la raza negra en las regiones de la Etiopía y del alto Egipto, largo
tiempo antes de la época aria.
Lo que exotéricamente se entiende por tradición, nos narra la leyenda que fue
transmitido al pueblo egipcio por Thot-Hermes. El filósofo árabe Alkendi se refiere a él
en estos términos «En tiempos de Abraham vivía en Egipto Hermes o Idris segundo, que
la paz sea con él, y fue apodado Trismegisto, porque era poeta, rey y filósofo. Enseñó
el Arte de los metales, la Alquimia, al Astrología, la Magia, la Ciencia de los
espíritus… ». Con ello vemos que Thot o Hermes fue también el transmisor del
esoterismo. Dom Pernety (1716 – 1796), alquimista, bibliotecario, escritor y monje
benedictino francés, afirmaba que se consideraba a Mercurio/Hermes como el inventor
de las artes y de los caracteres jeroglíficos, porque Hermes los inventó a propósito del
mercurio filosófico, uno de los arcanos de la Alquimia. La helenización del nombre
de Thot como Hermes Trismegisto, fue el Mercurio de los romanos, considerado como
el padre de la Alquimia y que ha tomado de Hermes el nombre de «filosofía hermética».
Todos los alquimistas medievales estaban de acuerdo en ello y se llamaban a sí mismos
«filósofos herméticos», para diferenciarse de los filósofos «profanos». Entre los escritos
de los filósofos herméticos, aquellos en los que se hace alguna alusión directa a la
mitología egipcia son muy numerosos, por lo que resultaría poco menos que imposible
citarlos a todos. Muchos de ellos no han sido traducidos nunca ni del latín ni del griego
originales, y bastantes se conservan únicamente en forma de manuscrito. Entre los
autores señalaremos cuatro, que parecen los más representativos: Michael Maier,
médico y alquimista alemán del siglo XVII y prolífico escritor; Dom Pernety,
benedictino de la congregación de St. Maure, antes mencionado, y autor de
un Diccionario Mito-Hermético en el siglo XVIII, de obligada referencia; Saint Baque
de Buford, filósofo del siglo XVIII, autor de Concordancia mito-físico-cábalo-
hermética, probablemente relacionado con Dom Pernety o con el círculo hermético que
éste presidía. En su obra, Saint Baque de Buford describe Las fábulas y los mitos del
antiguo Egipto, las leyendas griegas y latinas, las enseñanzas de los druidas, la sabiduría
hebrea y los escritos de los Filósofos Herméticos, que no nos hablan más que de una
sola y única cosa: la Ciencia de la Naturaleza o Ciencia Alquímica, la llave de oro que
abre el secreto tradicional que permite la regeneración de toda la creación caída; también
tenemos un filósofo anónimo que se ocultaba bajo el nombre de Filovita o Uranicus,
autor de una Instrucción introductoria a una de las obras de Esprit Gobineau de
Montluisant.
Parece extraño ver relacionada la alquimia europea con la antigua mitología egipcia.
Memorizábamos nombres de dioses, de diosas y de personajes mitológicos, pero no nos
enterábamos ni de su simbolismo ni de su sentido profundo; dicho de otro modo: no
sabíamos a qué se referían y, lo que sin duda es peor, no intuíamos que posiblemente
eran símbolos y no mitos ni personajes reales de carne y hueso. Pero para los verdaderos
alquimistas no existía este problema, ya que todo lo que los dioses y las fábulas egipcias
representaban ya era conocido por ellos, y no les era difícil reconocer los principios y
operaciones de su arte en las leyendas que nos han transmitido Plutarco, Diodoro de
Sicilia o Porfirio. Comentando el texto que aparecía en una columna egipcia, transcrito
por Antoine Banier (1673 – 1741), eclesiástico, mitógrafo y traductor francés, en
su Mitología, Dom Pernety afirmaba que «si se comparaban estas expresiones con las
de los Filósofos Herméticos, se las encontrará tan conformes que se estará, por así
decirlo obligado a convenir que el autor de estas Inscripciones contemplaba el mismo
objeto que los Filósofos», y más adelante dice: «los Sacerdotes instruidos por Hermes
tenían otro objetivo que el de la historia, con la que no podrán conciliarse las diferentes
cualidades de madre e hijo, de esposo y esposa, de hermano y hermana, de padre e hija
que se encuentran en las distintas historias de Isis y Osiris, pero que convienen muy
bien a la Obra Hermética, cuando se toma su única materia bajo todos los puntos de
vista». El mismo autor nos dice: «Basta con un solo libro de los Filósofos Herméticos
para ver que han utilizado el mismo método que los Egipcios para hablar de la Piedra
Filosofal: han utilizado los mismo jeroglíficos y las mismas fábulas». Así pues, vemos
que los filósofos herméticos y los egipcios no sólo hablaban de lo mismo, sino que
empleaban un mismo lenguaje. Para el profano resultan tan jeroglíficos los textos de los
papiros como la mayoría de los tratados de los alquimistas, y en ello reside la dificultad
de traducción de los unos, tal como dicen los egiptólogos, como de comprensión de los
otros.
El personaje central de la mitología egipcia es Osiris, y lo que éste simboliza parece ser
también el tema central en los libros de muchos alquimistas. En el Discurso XXIV» de
su libro de emblemas sobre alquimia La fuga de Atalanta o Atalanta fugiens, Michael
Maier declara: «La alegoría de Osiris ha sido llevada por nosotros a su verdadero
origen, que es químico, y explicaba de manera completa en otro lugar…(Osiris) es el
sol, pero el sol filosófico, y este nombre, que le encontramos atribuido aquí y allá en
los libros, ha sido interpretado como el sol exterior por el vulgo que no conoce otra luz
que la luz de este mundo. El sol de los filósofos recibe su nombre del sol del mundo
porque contiene todas las propiedades naturales que descienden de este sol celeste o
que le convienen». Contrariamente a lo que pudiera parecer, los egipcios no adoraban
en realidad a una pluralidad de divinidades, sino a un solo Dios en todas las cosas, como
nos lo demuestran por una parte Plutarco y por otra Dom Pernety: «Léanse con atención
los himnos de Orfeo, particularmente el de Saturno, donde se dice que este dios está
extendido por todas las partes que componen el Universo y que no ha sido engendrado;
que se reflexione en Asklepios de Hermes, en las palabras de Parménides el Pitagórico,
en las obras del mismo Pitágoras; en todas las partes se hallarán expresiones que
manifiestan su sentimiento sobre la unidad de un Dios, principio de todo, él mismo sin
principio, y que todos los dioses mencionados no son sino diferentes denominaciones,
ya sean atributos, ya sean operaciones de la Naturaleza. Sólo Jámblico es capaz de
convencernos con lo que dice a propósito de los misterios de los egipcios. Hermes y los
otros sabios sólo presentaron a los pueblos las figuras de las cosas como dioses, para
manifestarles un solo y único Dios en todas las cosas: ya que aquel que ve la Sabiduría,
la Providencia y el Amor de Dios manifestados en este mundo, ve a Dios mismo: ya que
todas las criaturas no son más que espejos que reflejan sobre nosotros los rayos de la
sabiduría divina». Volviendo al sentido alquímico de las fábulas egipcias, vemos que,
según los alquimistas, dos dificultades principales se presentan a aquel que quiere
realizar la Obra. La primera es la determinación de qué materia ha de utilizarse y la
segunda de cómo manipularla. Saint Baque de Buford nos explica que: «Los Filósofos
Herméticos, en los escritos que nos han dejado, han hablado muy poco de la primera
materia (…) se han extendido mucho, aunque con mucha ambigüedad, sobre los
diversos principios del arte y sobre las formas progresivas que toma la materia en la
segunda operación, pero han cubierto de un velo impenetrable al primer agente
ostensible, los primeros procesos y todo el desarrollo de la primera operación… El
Antiguo Testamento, la teología egipcia, griega y la de los druidas, al contrario, casi
no hablan de la segunda operación, pero se extienden tan prolijamente y de un modo
tan variado sobre la primera que, a fuerza de envolverla con parábolas, enigmas y
ficciones, han formado un laberinto en el cual es casi imposible no extraviarse».
Y el filósofo Filovita añade que: «Cuando las Tempestades del Invierno sean
apaciguadas, que el mar conmovido, alterado y tempestuoso sea calmado, apaciguado
y hecho navegable, mis sacerdotes me ofrecerán una barquilla, como demostración de
mi paso por el mar de Egipto, bajo la guía de Mercurio, mandado por Júpiter. Esta es
la clave del gran Secreto filosófico para la extracción de la materia de los Sabios y del
huevo en el que deben encerrarla y operar en el atanor de torre, comenzando por el
régimen de la Saturnia Egipcia, que es la corrupción del buen augurio, para la
generación del Hijo real filosófico, que de allí debe nacer al final de los siglos, o de las
circulaciones requeridas». El texto de Apuleyo que Filovita citaba y comentaba gozó
de gran estima entre los otros filósofos. Dom Pernety, por su parte, nos lo explica de
este modo: «Isis pasaba por ser la Luna, la Tierra y la Naturaleza. Su corona, formada
por un globo brillante como la Luna, la anuncia a todo el mundo. Las dos espigas que
salen indican que la materia del Arte Hermético es la misma que la que emplea la
Naturaleza para hacerlo vegetar todo en el Universo. Los colores que esta materia va
tomando durante las operaciones, ¿no son exactamente nombrados en la enumeración
de los vestidos de Isis?». Y más adelante Dom Pernety dice: «Parece que Apuleyo haya
querido decirnos que todos estos colores nacen los unos de los otros; que el blanco está
contenido en el negro, el amarillo en el blanco y el rojo en el amarillo; por ello el negro
cubre a todos los demás». Para Saint Baque de Buford: «No hay ningún pasaje de los
tratados que los Filósofos herméticos han escrito que sea tan claro, tan verdadero y tan
instructivo para el comienzo de la obra hermética como aquel que Apuleyo ha referido
a propósito de la fiesta de Isis. Isis era, en efecto, la madre de todas las cosas, porque
unida a Osiris componen juntos el fluido luminoso que da la vida a todos los seres; era
la dueña de los elementos, porque unida a Osiris, constituían los elementos simples que
elementan a los cuatro elementos». He aquí lo que Dom Pernety explicaba a propósito
de la historia mítica de Isis y de Osiris: «Esta misteriosa historia, o mejor dicho, esta
ficción, se convirtió en lo sucesivo en el fundamento de la Teología Egipcia… Osiris
era para los ignorantes el Sol o el Astro del día e Isis la Luna; los Sacerdotes veían en
ellos a los dos principios de la Naturaleza y del Arte Hermético. Algunos, como
Plutarco, pretendían que Osiris significaba muy santo, otros, como Diodoro, Horus-
Apolo; Eusebio y Macrobio decían que quería decir que tiene muchos ojos, aquel que
ve claro. Pero los Filósofos veían en el nombre de este Dios al Sol terrestre, el fuego
escondido de la Naturaleza (25), el principio ígneo, fijo y radical que lo anima
todo…Para los Sacerdotes, Isis era la Naturaleza misma, el principio material y pasivo
de todo. Herodoto nos enseña que los Egipcios la tomaban también por Ceres, creyendo
que Apolo y Diana eran sus hijos. Hemos dicho que Osiris era el principio ígneo, suave
y generador que la Naturaleza emplea en la formación de los mixtos, y que Isis era el
húmedo radical; por los tanto no hay que confundir al uno con el otro, porque difieren
entre sí como el humo y la llama, la luz y el aire, el azufre y el mercurio. El humor
radical es en los mixtos el asiento y el alimento del cálido ígneo o del fuego natural y
celeste».
Para los filósofos herméticos: «Las dos obras que son el objeto de este Arte están
comprendidas, la primera, en la expedición de Osiris, la segunda, en su muerte y
apoteosis. Por la primera se hace la Piedra, por la segunda se forma el Elixir. Osiris,
en su viaje, recorre Etiopía, luego las Indias, Europa y regresa a Egipto por el mar
Rojo para gozar de la gloria que ha adquirido, pero halla la muerte. Es como si
dijéramos: en la primera obra, la materia pasa al principio por el color negro, luego
por colores variados, el gris, el blanco y finalmente aparece el rojo, que es la perfección
de la primera obra y la de la piedra o azufre filosófico. La segunda obra está muy bien
representada en el tipo de muerte de Osiris y los honores que se le rindieron. Siendo
esta segunda operación semejante a la primera, su clave es la solución de la materia o
la división de los miembros de Osiris en muchas partes. El cofre en el que ha sido
encerrado este Príncipe, es el vaso filosófico, cerrado herméticamente. Tifón y sus
cómplices son los agentes de la disolución. La dispersión de los miembros del cuerpo
de Osiris es la volatilización del oro Filosófico y la reunión de estos indica la fijación.
Se hace gracias a los cuidados de Isis o la Tierra, que, como un imán, dicen los filósofos,
atrae a sí las partes volatilizadas». En su obra La fuga de Atalanta, Michael Maier
dedica un emblema a Osiris. Representa el asesinato de este dios por Tifón. Escritores
helenísticos identificaron a Tifón con el dios egipcio Seth. Sabemos por Plutarco, que
Tifón era hermano de Osiris y fue su destructor, ya que Osiris representa a la «Palabra»
sagrada cuya restauración pertinente fue llevada a cabo por Isis. Numerosos autores
opinan que la muerte o el desmembramiento de Osiris en la tradición egipcia es
equivalente a la caída de Adán en la tradición judeo-cristiana. El culpable de la caída,
según los hebreos, es Samael, que se relacionará con Tifón. Veamos qué nos enseñaban
los alquimistas a propósito de este hermano de Osiris: «Decían que Tifón y Osiris eran
hermanos y que este último le hacía siempre la guerra al primero. Osiris era el buen
principio o el humor radical, la base del mixto y su parte pura y homogénea; Tifón era
el mal principio o las partes heterogéneas, accidentales; principio de destrucción y de
muerte, como Osiris lo era de vida y de conservación Tifón nació de la tierra, pero de
la tierra grosera, siendo el principio de la corrupción. Fue el causante de la muerte de
Osiris… El fuego que saca por la boca indica su aspereza corrosiva y designa su
pretendida fraternidad con Osiris, porque éste es un fuego escondido, natural y
vivificante; el otro es un fuego tiránico y destructivo. Por eso d’Espagnet le llama el
Tirano de Natura y el fratricida del fuego natural».
El lenguaje que emplearon los antiguos químicos, es decir, los alquimistas, era
simbólico, como lo ha sido siempre el de todas las religiones. Todo lo existente en el
mundo de los efectos tiene tres atributos, o sea una triple síntesis de los siete principios.
Esto resultará quizás más claro, diciendo que todo cuanto existe en el mundo está
construido sobre tres principios y cuatro aspectos. Así como el hombre es una unidad,
compuesta de un cuerpo, un alma racional y un Espíritu Inmortal, así cada objeto en la
Naturaleza tiene una forma objetiva, un alma vital y una Chispa Divina, puramente
espiritual y subjetiva. Ciertos metales, ciertas plantas y algunas drogas poseen poderes,
inherentes a ellos, capaces de producir efectos determinados en los organismos dotados
de vida, como lo demuestra la práctica diaria de la ciencia oficial. En cuanto a la
presencia de una quintaesencia absoluta en cada átomo, el Anima Mundi, sólo es negada
por el materialismo. Antes existía la Alquimia como una ciencia, en la que la
quintaesencia actuaba, a la vez, en todos los planos de la Naturaleza y en todas sus
correlaciones. Pero cuando alguien que trata de reproducir alguno de estos efectos por
un esfuerzo de su voluntad, se ve obligado a desarrollar en sí mismo una cierta facultad
o poder, latente en la constitución humana, llamada Kriyâshakti en terminología oculta.
Es ésta una facultad creadora, y es así simplemente porque no es más que el agente en
un plano objetivo del primer Principio Creador. Es algo así como un radiante conductor
que da una dirección definida y concreta a la creadora quintaesencia en su descenso a
los planos inferiores. Pero no debe olvidarse que el intelecto humano, considerado como
canal por donde se vierte esta enorme radiación, está constituido con arreglo a un plan
predeterminado. De este conocimiento fundamental nacieron la Alquimia, la Magia
magnética y las demás ramas de la Ciencia Oculta. Cuando mediante el transcurso del
tiempo fueron saturándose los pueblos de egoísmo y vanidad, llegando a considerarse
superiores a cuanto les rodeaba y a cuanto les precedió; cuando el desarrollo
del Kriyâshakti se hizo difícil y la divina facultad desapareció de la Tierra, fueron
olvidando poco a poco la sabiduría de sus antepasados. Entonces fue negada hasta la
existencia del hombre antediluviano y con ella huyó el espíritu y el alma contenida en
la más antigua de todas las ciencias. De los tres grandes atributos de la Naturaleza se ha
aceptado solamente uno, la materia, y aun así, en su más ilusorio aspecto, por más que
se presienta la existencia de una materia real o sustancia. Y, verdaderamente, al hablar
así, tienen razón los materialistas, por más que sea muy vaga la concepción que de ella
tienen. De este aspecto particular nació la nueva ciencia de la Química. El cambio es el
constante efecto de la evolución cíclica. El principio creador, emanado de la raíz de
existencia absoluta, sin fin posible y cuyo símbolo es la serpiente, o movimiento
perpetuo (perpetuum mobile), mordiéndose la cola, no puede ser bien aprehendido, tal
como ocurría con el ázoe (nitrógeno) de los alquimistas medioevales.
El nitrógeno se considera que fue descubierto formalmente por Daniel Rutherford (1749
– 1819), médico, químico, y botánico escocés, en 1772, al dar a conocer algunas de sus
propiedades. El nitrógeno es un gas tan inerte que Lavoisier se refería a él como azote
(ázoe), que significa sin vida. O tal vez lo llamó así por no ser apto para respirar. Se
clasificó entre los gases permanentes, sobre todo desde que Faraday no consiguiera verlo
líquido a 50 atm y -110 °C, hasta los experimentos de Pictet y Cailletet, que en 1877
consiguieron licuarlo. Los compuestos de nitrógeno ya se conocían en la Edad Media.
Así, los alquimistas llamaban aqua fortis al ácido nítrico y aqua regia (agua regia) a la
mezcla de ácido nítrico y clorhídrico, conocida por su capacidad de disolver el oro y el
platino. Volviendo al círculo simbólico, vemos que se convierte en un triángulo,
compenetrándose ambos mutuamente, como Minerva salió de la cabeza de Júpiter. Este
círculo simboliza el Absoluto. Todo cuanto existe tiende a transformarse, y por ende a
desaparecer, ya que la eternidad de las cosas es una quimera. El discípulo de los antiguos
filósofos aprende a encontrar lo verdadero bajo las sutiles apariencias que lo encubren
y sabe que la materia es como unl vestido con que se oculta la Naturaleza, la cual sólo
se muestra a quien sabe sacrificar la forma en aras del conocimiento superior. Las
modernas investigaciones apenas han hecho otra cosa sino otear el verdadero vestido de
la Naturaleza, creyendo que en él está la verdadera Ciencia. Se consuelan en su
ignorancia, imaginando que con poner nuevos nombres a las cosas viejas, explican su
esencia o han realizado verdaderos descubrimientos. Según ellos, la nigromancia de
Moisés no es más que Espiritismo; la Ciencia de los iniciados en los antiguos templos
es, si acaso, el magnetismo de los gimnósofos (magos) indos; mientras que el
mesmerismo de Esculapio queda reducido a hipnotismo o Magia negra. Para los
materialistas modernos, la Alquimia, con su transmutación de los metales en plata y oro,
no fue más que hábil charlatanismo. Los fundamentos son, según ellos, una superstición
y no una ciencia, y todos cuantos creían o decían creer en ella eran engañados o
impostores. Existen algunos científicos que no desesperan de poder llegar a reducir los
elementos a su estado primitivo y de éstos nadie se atreve a decir que están locos. Se
admite generalmente la teoría ígnea en la formación de la Tierra, es decir, una masa
homogénea primitiva de la que se derivaron los diferentes estados de materia, y no se
quiere conceder que sea posible volver, mediante transmutaciones sucesivas, cualquier
elemento a su estado original. Naturalmente hablamos en el terreno de las posibilidades,
pues la cuestión es tan ardua que resolverla sería hallar la clave de los procedimientos
naturales.
Por otra parte los químicos, y entre ellos el químico inglés Sir William Crookes (1832
– 1919), han probado que la relación que existe entre los metales proviene de su
generación idéntica. Por lo tanto, estaban en lo cierto los alquimistas que buscaban un
estado superior o sublimado en las cosas. Y así se prueba en La Síntesis, de el naturalista
y médico alemán Arnold Adolph Berthold (1803 – 1861), uno de los químicos más
profundamente versados en la materia. Michel Eugéne Chevreul (1786 – 1889) fue un
químico francés que valoraba mucho la utilidad práctica de los trabajos alquímicos El
hecho es que este padre de la química moderna encontró y legó a la posteridad los
numerosos trabajos que existían sobre la alquimia. Entre sus papeles se han encontrado
grandes ideas alquímicas que este hombre de ciencia se complacía en consignar. Pero
los libros herméticos tienen una clave, lo cual explica la dificultad para interpretarlos.
La sabiduría que contienen no está al alcance de la mayoría de la gente. Tal como ya
hemos dicho, toda ciencia tiene tres aspectos y toda la simbología tiene siete
interpretaciones diferentes, siendo tres las que aclaran los reinos de lo físico, lo psíquico
y lo Espiritual, por lo cual sólo los grandes iniciados son capaces de descifrar
correctamente el lenguaje críptico en que están escritas las obras de los filósofos
herméticos. Kenneth Robert Henderson Mackenzie (1833 –1886), lingüista y
orientalista inglés, en su obra Royal Masonic Cyclopaedia, cuando habla de las
sociedades herméticas, nos dice lo siguiente: “Para el alquimista práctico todo está
comprendido en la producción de oro según las reglas peculiares de su Arte, siendo de
importancia secundarla la evolución de la filosofía mística que, por otra parte, refiere
a un sistema completo de teosofía; pero el sabio que ha alcanzado un plano superior
de contemplación metafísica, desdeña sus estudios porque encontró allí la completa
realización de sus aspiraciones”. Es evidente que la simbología dada como guía para
alcanzar la transmutación de los metales, constituye el núcleo de lo que llamamos
Química. No es posible ya considerar como impostores a hombres de la talla intelectual
de Paracelso, Van Helmont, Roger Bacon, Boerhaave y tantos otros. Los académicos
franceses se burlaron tanto de la Kábala como de los alquimistas De hecho, la sabiduría
oriental no brilló jamás en Occidente y se la llamó Magia. Sin embargo, los alquimistas
que llegaron a comprender algo de su Arte, bebieron directamente en las fuentes del
Oriente. Algunos pretenden que este movimiento ocultista no fue sino la última
evolución de la Magia caldea, pero la Alquimia se remonta en su origen mucho más
atrás en el tiempo.
Ole Borch (1626 – 1690), o Olaus Borrichius, científico, físico y poeta danés, dice que
la Alquimia es anterior a Egipto. Pero, ¿cuándo se originó la Alquimia? Ningún escritor
moderno puede decirlo con exactitud. Unos hacen de Adán el primer adepto, otros se
refieren al pasaje: “los hijos de Dios, viendo que las hijas de los hombres eran hermosas,
las tomaron por mujeres”, como el nacimiento de este Arte. Moisés y Salomón fueron
los últimos adeptos conocidos de esta Ciencia, en la que se vieron precedidos por
Abraham, el cual, a su vez, fue iniciado por Hermes. Avicena dice que la Tabla
Esmeraldina fue encontrada en el sarcófago de Hermes, el cual había sido enterrado en
Hebrón por Sarah, mujer de Abraham. Sin embargo, Hermes no es el nombre de un
hombre, sino un título genérico, como los que después tuvieron los neo–platónicos y
hoy los teósofos. ¿Qué sabemos de Hermes Trimegisto? Más o menos lo que se sabe de
Abraham, de su mujer Sarah y de su concubina Agar, que San Pablo dice que son una
alegoría. En tiempos de Platón, Hermes era identificado con el dios Thot entre los
egipcios. Pero la palabra Thot no significa solamente inteligencia, sino también
asamblea o escuela. Realmente Thot – Hermes no es más que la personificación de la
clase sacerdotal egipcia, de donde viene el título de Gran Hierofante. Aun cuando
sepamos que este estado de cosas es posterior al tiempo en que la gran raza sacerdotal
florecía en tierra de Chemi (Egipto), no habremos adelantado gran cosa en la resolución
del problema. La antigua China, aunque no en tan gran escala como Egipto, tiene la
reputación de ser la patria de la Alquimia trascendental, y probablemente así es. William
Alexander Parsons Martin (1827 – 1916), que fue un misionero presbiteriano en Pekín,
la llama la cuna de la Alquimia. Ciertamente el Imperio Celeste puede considerarse
como una de las naciones en que las antiguas escuelas de la Ciencia Oculta tuvieron un
cierto auge. En cierta ocasión la Alquimia penetró en Europa desde China. En chino la
alquimia se denomina el arte del amarillo y el blanco. Y se remonta de forma
demostrable a la época que va desde el 400 al 225 a.C. Pero incluso existen datos que
nos podrían remontar hasta el siglo VI a.C. La meta de la Alquimia China es la
fabricación del “Chin Tan“, que se trataba de un medicamento que prolongaba la vida.
Pero los griegos ignoraron las ciencias herméticas hasta la época de los neoplatónicos,
entre los siglos IV y V, con la sola excepción de los Iniciados, pues la verdadera
Alquimia del antiguo Egipto no fue divulgada hasta mas tarde. Hacia el siglo III nos
encontramos con el famoso edicto del emperador romano Dioclecíano mandando buscar
en Egipto los libros e inscripciones que tratasen de la fabricación de oro, a fin de hacer
de ellos un auto de fe público. Diocleciano (244 – 311 d.C.) fue emperador de Roma
desde el 284 hasta el 305. Nacido en una familia iliria de bajo estatus social, fue
escalando puestos en la jerarquía militar hasta convertirse en el comandante de la
caballería del emperador Caro. Tras la muerte de Caro y de su hijo Numeriano en
campaña en Persia, Diocleciano fue aclamado emperador por el ejército. Consiguió
acceder al trono tras un breve enfrentamiento con Carino, el otro hijo del emperador
Caro, en la batalla del Margus, y su llegada al poder puso fin a la crisis del siglo III.
William Godwin (1756 – 1836), político y escritor británico, nos dice que después de la
publicación de este decreto de Diocleciano, y durante dos siglos, no se encontró ni se
oyó hablar de trabajos alquímicos en el antiguo reino de los faraones. Añade también
que la mayor parte de estas obras habían sido enterradas con las momias. El verdadero
secreto de estos libros no podía ser descubierto, así como el del Vellocino de Oro, por
cualquier buscador superficial de las tradiciones faraónicas. La Sabiduría Secreta,
encubierta bajo las alegorías de los papiros, no llegó a Europa con las ciencias
herméticas. La Historia nos dice que la Alquimia se estudiaba en China más de dieciséis
siglos antes de la Era cristiana, y que florecía en sus primeras centurias. Y fue hacia el
final del siglo IV, cuando China abrió sus puertas al comercio, el momento en que la
Alquimia penetró en Europa; Alejandría y Bizancio. Los dos centros principales de este
comercio, estaban poco tiempo después llenas de obras sobre transmutación.
Comparando el sistema chino con la llamada ciencia hermética, vemos que el doble
objetivo que persiguen ambas escuelas es idéntico: hacer oro, prolongar la vida humana
y rejuvenecer por medio del menstruum universale, y de la lapis philosophorum. Pero
todos los Adeptos iniciados despreciaban el oro y tenían una profunda indiferencia por
la vida, que consideraban como muy irrelevante para hacerla objeto de sus desvelos.
Ambas escuelas reconocen la existencia de dos elixires. El uso del segundo elixir en el
plano físico transmuta los metales y rejuvenece. El gran elixir, que no es tal elixir sino
algo simbólico, confiere la completa posesión de todo cuanto existe, o sea, la inmortal
unión del Espíritu y la conciencia, lo que sería el Nirvana, como consecuencia de una
precedente evolución, o el Paranirvana, o Absoluta Unión con la Esencia Única.
Los principios básicos de ambos sistemas son también idénticos, ya que se trata de unir
en un germen reproductor la naturaleza de los metales y sus emanaciones. La
letra tsing del alfabeto chino (germen) y t´ai (matriz), constituyen el fundamento
general del vocabulario alquimista chino, el cual es la raíz de muchas palabras de uso
frecuente entre los estudiosos herméticos. El mercurio, el plomo y el azufre se usan lo
mismo en Oriente que en Occidente, añadiéndoles diversas materias que ambas escuelas
aceptan bajo un triple significado, aunque el tercero no ha sido comprendido nunca por
los alquimistas europeos. Los alquimistas aceptan conjuntamente la teoría de un ciclo
transmutatorio, durante el cual los metales preciosos pasan a los elementos básicos. Las
dos escuelas de Alquimia mantienen estrechas relaciones con la Astrología y la Magia.
El Dr. William Alexander Parsons Martin, autor de Studies of Alchemy in
China, demuestra que el lenguaje de los alquimistas occidentales imita perfectamente la
fraseología metafórica de los chinos, hecho que demuestra que el origen de la Alquimia
europea hay que buscarlo en Oriente. No debemos dejarnos llevar del prejuicio con
respecto a la palabra Magia, puesto que la Alquimia tiene relación con ella y con la
Astrología. Magia es un antiguo término persa que significa conocimiento, y abraza
cuanto se refiere a todas las ciencias, tanto físicas como metafísicas, que se estudiaban
en aquel tiempo. La sabia casta sacerdotal de los caldeos cultivó la Magia, de donde
andando el tiempo vino el magismo y el gnosticismo. Los magos caldeos que
practicaban las ciencias ocultas tenían dos tipos de magia. Una era la Magia blanca, que
formaba parte del culto, para la cual se comunicaban los magos con los espíritus
superiores. Otra era la Magia negra, condenada por la religión, hecha por los hechiceros
que explotaban las malas pasiones. Abraham no fue considerado un caldeo. Y el israelita
José hablaba de matemáticas o ciencias esotéricas, incluyendo la Ciencia de las
Estrellas. Es decir, era un profesor de magismo y, por lo tanto, un astrólogo.
Pero sería erróneo confundir la Alquimia de la Edad Media con la de los tiempos
antediluvianos. La Alquimia obraba mediante tres agentes principales: la piedra
filosofal para la transmutación de los metales; el alkahest, o disolvente universal, y
el elixir vitae, que tenía la propiedad de prolongar indefinidamente la vida humana. Pero
ningún verdadero filósofo o iniciado se ocupó jamás del elixir vitae. Los tres agentes
forman la Trinidad una e indivisible. Y la casta sacerdotal lo dividió erróneamente en
tres personas que formaban dicha Trinidad. El filósofo e investigador italiano
Giambattista della Porta (1535 – 1615) dice claramente en su Magie Naturelle: “Yo no
os prometo montes de oro, ni la piedra filosofal, ni el divino licor que hace inmortal al
hombre. Todo eso es ilusión; cuanto existe en el mundo está sujeto al cambio, y todo lo
que ha nacido ha de ser aniquilado”. Abu Mūsa Ŷābir ibn Hayyan (721 – 815),
conocido también como Geber, es considerado el máximo alquimista de origen árabe
por haber sido el primero en estudiar la alquimia de forma científica, cambiando así el
significado de esta práctica. Abu Musa Yabir Alsufi Hayyan es aun más explícito.
Escribió las palabras que siguen con un espíritu verdaderamente profético: “Si te he
ocultado algo, tú, hijo de la ciencia, no te sorprendas, pues no lo he ocultado
precisamente por ti, sino que he empleado el lenguaje que oculta la verdad a
cualquiera, para que los hombres que son injustos e innobles no la comprendan. Pero
tú, hijo de la Verdad, busca y encontrarás el más preciso de todos los dones. Vosotros,
hijos del placer, de la impiedad y de las obras profanas, cesad en vuestro afán de
penetrar los secretos de esta ciencia; pues ellos os destruirán y os precipitarán en la
mayor miseria”. Vemos, pues, que otros alquimistas son de la misma opinión. Pensaron
que la Alquimia no era, en suma, más que una filosofía o metafísica basada en las
ciencias físicas y declaraban consiguientemente que la transmutación de los metales era
una alegoría o forma de expresión de la transformación humana, la cual va poco a poco
haciendo desaparecer cuantas enfermedades y causas de dolor existen en el cuerpo,
conforme el hombre se va acercando a Dios. Esto en cuanto se refiere a la síntesis de la
Alquimia trascendental y a su principal objetivo. Pero esto no es todo. Aristóteles dijo
en Alejandría que “la piedra filosofal no es solamente una piedra; cada hombre la posee
en sí mismo y en todo tiempo ha sido llamada el Alma por los filósofos”. En la primera
de estas afirmaciones Aristóteles parece que se equivocó, pero no así en la segunda. En
el plano físico el secreto del alkahest produce una sustancia que ha recibido el nombre
de piedra filosofal. Pero, como dice Alexander Wilder (1823 – 1908), médico, escritor,
teósofo y rosacruz norteamericano, no es otra cosa que el allgeist, el espíritu divino que
disuelve la materia más dura. El elixir vitae es, según William Godwin (1756 – 1836),
político y escritor británico, el agua de vida, “la medicina universal que tiene el poder
de rejuvenecer al hombre y prolongar indefinidamente su existencia”.
El químico alemán Hermann Franz Moritz Kopp (1817 – 1892) publicó Historia de la
Química. Cuando habla de la Alquimia, que reconoce ser el origen de la química
moderna: “Si sustituimos la palabra Mundo por el Microcosmos representado por el
hombre, la dificultad más grave desaparece en la interpretación de las obras de
Alquimia”. Ireneo Filaleteo, alquimista inglés del siglo XVII, declara que “la piedra
filosofal representa el Gran Universo (Macrocosmos) y encierra todos los poderes del
gran sistema, intensificados en ella. Su poder magnético está en correlación perfecta
con el del Universo. Es la virtud celestial del pensamiento creador, pero reducida a su
más mínima expresión, a fin de que pueda tener cabida en el hombre”. El alquimista
Alipile dice en una de sus obras: “Cuando conocemos el Microcosmos no podemos
ignorar por mucho tiempo el Macrocosmos”. Esta verdad fue expresada por los
egipcios, grandes investigadores de la Naturaleza, con la célebre sentencia: “Hombre,
conócete a ti mismo”. Ireneo Filaleteo, el autor hermético, escribía en 1659 acerca de
los que pretendían lograr el conocimiento de esta filosofía: “Algunos principiantes creen
que se trata de una materia fácil de asimilar, otros se preocupan por ello con exceso;
pero mirando muy alto, ambicionando los tres objetos ofrecidos por la Alquimia,
caminaremos con enorme velocidad y alcanzaremos el más alto”. Y, realmente, a esto
aspiran los alquimistas. Según Alexander Wilder, viviendo en una época en la que las
divergencias religiosas estaban tan acentuadas, en la que fácilmente se acusaba de
herejía y se proscribía a las gentes, cuando caía sobre la Alquimia el estigma de la
hechicería, el hombre que la cultivaba se colocaba fuera de la ley, e inventaba un
lenguaje simbólico que únicamente podía ser comprendido por los demás alquimistas.
Alexander Wilder nos recuerda la alegoría en la que Krishna pidió a su madre adoptiva
Yasoda que observase su boca. Cuando Krishna abrió su boca Yasoda vio el Universo
entero. Esto concuerda con la enseñanza cabalística, que sostiene que el Microcosmos
es únicamente la reflexión del Macrocosmos, o, como dice Cornelio Agripa, el más
conocido de todos los alquimistas: “Es una cosa creada que une los Cielos y la Tierra.
Es un compuesto de los reinos animal, vegetal y mineral. Es el fundamento esencial,
conocido de muy pocos, los cuales le han llamado por su nombre verdadero que no es
ningún nombre; El está enterrado bajo los números, los signos, los enigmas sin cuento
que ha de descifrar el alquimista o el mago antes de alcanzar la perfección”.
Ello es evidente cuando se lee cierto pasaje del Enquiridión de los Alquimistas (1672),
de León III, Papa nº 96 de la Iglesia católica del 795 al 816: “Ahora, quiero hacerte
comprender la naturaleza esencial de la piedra filosofal, encubierta bajo un triple velo;
piedra que descubre todos los secretos, maravilla en la Naturaleza que a muy pocos es
dado conocer. observa bien lo que te comunico y acuérdate de que se encubre bajo un
triple nombre: el Cuerpo, el Alma y el Espíritu“. En otras palabras, esta piedra filosofal
contiene el secreto de la transmutación de los metales, el elixir de larga vida y de la
inmortalidad consciente. Este último secreto es el que los antiguos filósofos pretendían
descifrar, pero no puede afirmarse que se haya descubierto. Esta sería la Palabra que
Moisés dice que no es necesario para ver a distancia, “porque la Palabra no es para ti;
ella está en vuestra boca y en vuestra cabeza”. Ireneo Filaleteo, el alquimista inglés,
dice lo mismo con distintas palabras: “Nuestros escritores se sirven de sus propias
palabras como de una espada de dos filos, con la que pretenden herir a sus ignorantes
adversarios. En realidad esta conducta no puede censurarse, puesto que al fin tratan
de velar por la pureza de la más elevada de las filosofías. Pero nosotros no seguimos
su procedimiento aunque se nos censure; bien o mal escribimos en inglés y pensamos
que harto mejor es para nuestros fines pedagógicos, que acudir al griego como ellos,
aun sin estar muy fuertes en el; nos da esto mucha menos ocasión de error”. Jean
d’Espagnet (1564 – 1637), magistrado y alquimista francés, recomienda a los
estudiantes de la Naturaleza poca lectura y mucha meditación, basándolo todo en la
intuición. Añade que el pensamiento sólo vive en la obscuridad. Los filósofos
herméticos nunca están más lejos de decir la verdad, como cuando hablan con claridad:
“cuanto más obscuros son sus conceptos, tanta más probabilidad existe de que en el
fondo lata una enseñanza“. La Verdad no puede ser dada al público, tal como indica la
recomendación a los Apóstoles de que no echasen las perlas a los cerdos. Estos
fragmentos de la literatura alquímica prueban que ninguna de las escuelas de Adeptos,
no asequibles para los estudiantes occidentales, ha publicado jamás ni una sola palabra
de Ocultismo, ni mucho menos de Alquimia. Los tratados que de una manera clara tratan
esta ciencia como si fuese una de las ciencias físicas, no son dignos de mención, pues
se ocupan de una cosa que no es Alquimia. Las obras de algún Adepto antiguo o
moderno, tienen seguramente en su fondo grandes enseñanzas, pero su lenguaje es
totalmente incomprensible para aquellos que no sean iniciados.
La filosofía hermética es una filosofía profunda que tiene, como punto de partida, la
teoría de la evolución y la teoría de la unidad. De ahí viene el axioma alquímico que
dice: “Todo está en todo”. Asimismo encontramos una aplicación de los principios de
la Cábala hebrea, vinculados con la tradición egipcia y gnóstica. También encontramos
numerosas prácticas de carácter físico, químico y biológico que apoyan esas teorías. Por
tales circunstancias, cuando lo único que se quiere ver en la Alquimia son prácticas de
naturaleza química, lo que se hace es limitar su enseñanza completa. Un verdadero
alquimista era, pues, al mismo tiempo, médico, astrónomo y astrólogo, filósofo,
cabalista y químico, una real visión holística. Asimismo, los estudios eran serios y
prolongados, y eran transmitidos, mediante iniciación, por un maestro, ocultándose
cuidadosamente a los profanos. Junto con aquellos sabios herméticos aparecieron los
charlatanes, que lo único que hicieron fue desacreditar a la Alquimia. Hemos hablado
de la alquimia como una ciencia hermética. Pero también se habla de otra alquimia, la
alquimia del espíritu y su desarrollo alquímico. Los Rosacruces mantienen, en diversas
formas, diversos principios que van mas allá de lo puramente material. En el Evangelio
de Juan se describe que Cristo alimentó a la multitud con panes y peces, que multiplicó
milagrosamente. Esto simboliza la doctrina mística que sirvió para los dos mil años
siguientes, ya que durante ese espacio de tiempo, el sol, debido a la precesión
equinoccial, pasaba por el signo de Piscis. La alquimia también puede ser tomada como
el desarrollo y el perfeccionamiento personal y espiritual de cada persona. Pero, ¿cómo
se transmitió esta tradición desde Egipto hacia Occidente? Parece que los esenios, por
una parte, y los gnósticos por la otra, fueron los únicos que guardaron las claves de la
Ciencia Oculta. Gnóstico es un adjetivo que puede emplearse para referirse a algo que
es perteneciente o relativo al gnosticismo, o bien para aludir a la persona que es
seguidora de esta doctrina. La palabra gnósis significa ‘conocimiento’. El gnosticismo,
como tal, es una doctrina con fundamentos en la filosofía y la religión, que mezcla las
creencias cristiana y judaica con elementos de las tradiciones religiosas de Oriente, al
mismo tiempo que comparte postulados esenciales del pensamiento filosófico de Platón.
De allí que, por ejemplo, para los gnósticos, el bien se asocia al espíritu, mientras que
la materia es el principio del mal.
Los alquimistas denominaron nada a su Primera Materia, pues en ella todavía «nada ha
nacido», aunque sea el origen de todos los nacimientos. Philalethes escribió: “Creo en
Ramon Llull y, en la medida de mi fe, me preocupo por mi salvación. No quiero desvelar
nada para que no pueda ser condenado. Pero si esto no te satisface, tú, quienquiera que
seas, permíteme que te murmure unas palabras al oído, luego, lo pregonarás a bombo
y platillo. ¿Sabes de quién y cómo procede este esperma o esta simiente que los
hombres, a falta de otro nombre más adecuado, llaman Primera Materia?“. Un
iluminado, que fue en su tiempo un miembro de esta Sociedad, escribió lo siguiente:
«Dios incomparablemente bueno y grande creó algo de la nada, pero de este algo fue
hecha una cosa en la que todas las demás fueron contenidas, tanto las criaturas celestes
como las terrestres». Este primer «algo» fue una clase especial de nube condensada en
agua, y esta agua es esa «cosa» única en la que todas las cosas están contenidas. Pero,
¿qué era esa «nada» de la que el primer algo fue creado. Es esa esencia trascendente
cuya teología es negativa aunque fue conocida por la Iglesia primitiva, pero que ya ha
sido olvidada hoy. Es aquella nada de Cornelio Agrippa, y cuando se encontraba
cansado de las ciencias humanas, en esa nada tomaba finalmente reposo. Decía:
«Conocer nada es la vida más feliz». Conocer esa nada constituye la vida eterna.
Aprende pues a comprender este axioma mágico: «Lo visible fue hecho de lo invisible».
A partir de los textos alquímicos clásicos podría deducirse que existen dos
interpretaciones del oro: la de los alquimistas y la vulgar. La primera sería el producto
de un conocimiento original mientras que la segunda lo sería del engaño. El ejemplo
utilizado tradicionalmente para explicar la naturaleza del oro vulgar se basa en la
leyenda del Rey Midas de Frigia, que gobernó en el período entre el 740 y el 696 a. C.
Este personaje quería que todo cuanto tocara se convirtiera en oro y, gracias a que acogió
al viejo sátiro Sileno, el preceptor de Dionisio, dios del vino, le fue concedido su deseo.
Así, todo lo que tocaba, incluso la comida o la bebida, se convertía en oro, y éste fue
precisamente el castigo a su codicia. El oro de los avaros sería un oro muerto, mientras
que el de los alquimistas sería un oro vivo, como la savia que fluye en el interior de los
árboles. Pero ese oro que fluye no puede mantenerse en vida y a la vez mostrarse al
exterior. Su vitalidad es su interioridad o su santidad. Basilio Valentin, alquimista
alsaciano del siglo XV, que según Philalethes fue el más excelente de los rosacruces y
quien más penetró en los secretos de la naturaleza, tituló una de sus obras con el nombre
de Azoth, o el medio para hacer el oro oculto de los filósofos. La palabra azoth designa
el algo de la alquimia, que también es su nada.
Cuando Jung constató que existían relaciones persistentes entre las metamorfosis
descritas en los libros de alquimia y los sueños de sus pacientes, dedujo que los símbolos
de la Gran Obra eran una proyección sobre la materia de los arquetipos y de los procesos
del inconsciente colectivo. Este descubrimiento confirmó su psicología de las
profundidades, pero también sirvió para explicar ciertos fenómenos espirituales y, en
definitiva, fue el inicio de un método de estudio de la relación entre alquimia y religión.
Mircea Eliade (1907 – 1986), filósofo, historiador de las religiones y novelista rumano,
quien utilizó las conclusiones de Jung para explicar el sentido del fenómeno religioso
universal, escribió lo siguiente: “C. G. Jung ha demostrado que el simbolismo de los
procesos alquímicos se reactualiza en ciertos sueños y fabulaciones de sujetos que lo
ignoran todo sobre la alquimia; sus observaciones no interesan únicamente a la
psicología de las profundidades, sino que confirman indirectamente la función
soteriológica que parece constitutiva de la alquimia“. Es importante el conjunto de
aportaciones de Jung, no solamente a partir de la obra de Eliade, sino también y de forma
más explícita con la obra de Henry Corbin (1903 – 1978), islamólogo y filósofo francés,
relevante por haber sido el introductor del filósofo Heidegger en Francia. El
conocimiento hermético del que eran depositarios los egipcios fue recogido por los
hebreos. Numerosos pasajes de la Biblia, sobre todo el Pentateuco de Moisés, lo
atestiguan. Por otra parte, también los griegos se nutrieron de la sabiduría egipcia,
adecuándola a su civilización y a sus divinidades y sirviendo de transmisores de sus
misterios. Más tarde, basados en las fuentes griegas y en las egipcias, los sabios doctores
del Islam volvieron a actualizar y transmitieron de nuevo el conocimiento hermético.
Fue, finalmente, a través de los hebreos, griegos y árabes, como llegó a tierras europeas,
donde volvemos a encontrarlo entre los alquimistas medievales, más o menos intacto,
hasta finales del siglo XVIII. No es tampoco desdeñable el papel ejercido por algunos
padres de la Iglesia en esta misteriosa transmisión. Durante la Edad Media aparecerán
una serie de alquimistas cristianos que compararán la Gran Obra con la vida de
Jesucristo. Con todo, los elementos más importantes de la filosofía hermética proceden,
en su mayoría, de los griegos y de los egipcios.
Nos encontramos con que existen pocos datos de los comienzos de la alquimia india y,
además, están poco claros. Pero el estar poco claros no quiere decir que no existiera una
larga tradición. También podemos interpretarlo como una tradición tratada con sigilo a
través de las generaciones. El Artha-shastra es un antiguo tratado indio acerca del arte
de gobernar, la política económica y la estrategia militar. Fue escrito en el siglo IV a. C.
por Kautilia o Visnú Gupta, que tradicionalmente se identifica con Chanakia Pandit (350
– 283 a. C.), que era un erudito pakistaní de Taksila y más tarde fue primer ministro del
Imperio mauria. Nos encontramos que en el Artha-shastra ya se describen con precisión
y de forma muy extensa los trucos de los falsificadores de oro. Existe una afirmación de
que la alquimia llegó a la India a raíz de los contactos que se establecieron con la cultura
árabe, después de las expediciones de conquista a partir del siglo VIII. Pero los
estudiosos afirman que mas bien hay que pensar en influencias chinas. El viajero árabe
Al-Biruni (siglo XI) menciona como alquimistas indios mas importantes a Vyadi y a
Nagarjuna. De modo parecido a la alquimia china, la meta de la alquimia india es la
fabricación de drogas que proporcionen la Vida Eterna y de remedios milagrosos contra
las enfermedades. Entre los materiales utilizados por los alquimistas, el mercurio (en
sánscrito, “Rasa“) ocupa un lugar muy especial. Se le denomina “príncipe de los jugos“,
y según los alquimistas indios su ingesta limpiaba y purificaba el cuerpo. La base de la
alquimia india es la teoría de los elementos: aire, fuego, agua y tierra, a los cuales se les
añade como quinto elemento el éter. Estos elementos estaban disponibles, según ellos,
desde un buen principio o se habían formado progresivamente a partir de lo que ellos
denominaban el protoespiritu o Atman, o de la protomateria o prakriti. El proceso de
creación se plantea como la formación de los elementos materiales a partir de elementos
etéreos. Todas las materias existentes, resultado de las mezclas de estos elementos, se
clasifican según el elemento dominante. Así los minerales, sales, etc. son sustancias de
agua; el humo sustancia de fuego; y los gases sustancias de aire. El éter es el considerado
como el vacío de un cuerpo en el que se mueven las partes o partículas mas pequeñas
de los elementos.
En la antigua Alejandría, uno de los centros mas importantes de la alquimia griega, había
muchos judíos que trabajaban como orfebres y plateros. Zósimo, historiador griego
pagano de finales del siglo V d. C. y primeros del VI, cuenta que muchos de ellos se
dedicaban a la magia y la demonología. A una alquimista judía muy conocida, llamada
María la Juadia, de la que ya hemos hablado, y que parece vivió en el siglo I d.C.,
aparece citada muy a menudo en la literatura y textos alquímicos. Se le atribuyen entre
otras cosas descubrimientos importantes, tales como por ejemplo un horno, con cuya
ayuda se podía hacer pasar cuerpos sólidos al estado liquido y separar las partes volátiles
de las que no lo son. Entre la Alquimia y la Cábala, términos casi sinónimos desde el
siglo XVII, no existe realmente ningún tipo de relación. La alquimia aplicada se dedica
a la transmutación de metales innobles en oro, que representa la alquimia especulativa
y el símbolo de la transmutación interna y la ultima perfección. En la Cábala el símbolo
del estado de perfección es la plata, que simboliza el lado derecho, de lo masculino y
del amor, mientras que el oro simboliza el lado izquierdo, lo femenino, y el rigor. Por
esta razón, resulta comprensible que en círculos cabalísticos, nunca se practicara la
alquimia. Tampoco se encuentran en los libros y manuscritos hebreos, instrucciones y
practicas relacionadas con la famosa y arcana Obra Magna. Aunque si se encuentran
esporádicamente símbolos y motivos alquímicos en los textos cabalísticos, cuya
interpretación correcta, demuestra la incompatibilidad mas absoluta entre la Cábala y la
Alquimia. Concretamente en el conocido libro del Zohar encontramos este texto: “El
oro supremo es el que brilla y reluce en los ojos; y quien se une a el, cuando viene al
mundo inferior, lo esconde dentro de si, y por eso, también es el oro escondido; el oro
de la tierra, es el oro inferior, y es mas fácil de percibir“. El interés de la alquimia se
vio incrementado durante las Cruzadas, cuando Occidente al contactar con el Oriente,
se familiarizó con un gran numero de materias oloríferas procedentes del Lejano
Oriente, para cuya elaboración eran necesarios conocimientos alquímicos. De esta
manera podríamos decir que llegamos a lo que los estudiosos consideran la Alquimia
Medieval, que tuvo un gran desarrollo y un gran auge.
Estos escritos, algunos de los cuales se remontan al Siglo I a.C., son los que han creado
un estrecho vinculo entre la alquimia y la astrología, la magia y el simbolismo secreto.
Y es que ante todo, se le atribuye al hermetismo, sobre todo a la Tabla de Esmeralda, el
que se resuma la totalidad de conocimientos sobre la Alquimia. En realidad estos textos
están considerados como los textos básicos de la alquimia esotérica. La edición de
la Tabla de Esmeralda que se conoce actualmente se basa en una muestra árabe del siglo
XII, la cual se entronca y se basa a la vez en fuentes greco-alejandrinas de los primeros
siglos después de Jesucristo. El máximo representante de esta alquimia, Zósimo de
Panópolis, alquimista griego de finales del siglo III y comienzos del IV, describe la idea
interior del ennoblecimiento de la alquimia como una visión en la que el cuerpo, liberado
de la carne, se convierte en espíritu y se asocia gradualmente con el alma de Dios. Los
alquimistas griegos posteriores se dedicaron principalmente a dar realce teórico a estos
principios alquímicos. La Alquimia, aun muy débil en su parte practica, obtuvo nuevos
impulsos después de la conquista de Egipto por los Árabes en el siglo VIII. Los árabes
se interesaron especialmente por la parte útil de la Alquimia, mejorando las técnicas de
laboratorio, como por ejemplo el proceso de destilación, inventando entonces el
alambique, que era un medio de destilación precursor de la retorta. Esta nueva técnica
pudo utilizarse para la fabricación de aceites esenciales. Los conocimientos teóricos de
los árabes sobre alquimia se han transmitido en un compendio de obras desde Jabir Ibn
Hayyan. Abu Mūsa Ŷābir ibn Hayyan (721 – 815), conocido también como Geber, es
considerado el máximo alquimista de origen árabe por haber sido el primero en estudiar
la alquimia de forma científica, cambiando así el significado de esta práctica. A pesar
de conocer la existencia de los elementos químicos, Ŷabir ibn Hayyan prefería
clasificarlos como “sustancias“. Esto se debe a que a la vez apoyaba la teoría de los
Cuatro Elementos (Agua, Fuego, Tierra y Aire). Ŷabir adopta inicialmente la existencia
de cuatro naturalezas : el calor, la humedad, la frialdad y la sequedad. Dichas naturalezas
se unen con la sustancia y de esta unión nacen los compuestos de 1° Grado, es decir lo
caliente, lo húmedo, lo frío, y lo seco. A su vez, estos compuestos van a producir los
elementos. Este hombre vivió en el siglo VIII y se le considera miembro de una secta
mística islámica. Posteriormente la Alquimia se extendió a Europa a través de España.
Dentro de las cosas se considera que existe una sustancia pura, ígnea, sulfúrica e
incombustible que, siendo fija se llama Luz de Fuego, que es bastante irregular en su
comportamiento. En realidad, es una sal interna que posee una fuerza que “cambia” las
formas, coloreándolas y penetrándolas. Esta fuerza penetra a todos los metales, los
forma radicalmente, se une a los mismos indisolublemente y los transforma en otro
metal, y así incluso los mismísimos diamantes son fundidos como el agua por esta sal.
A esta sal se la denomina “El verdadero Bálsamo de Azufre“. Esta sal, en todos los
pueblos de la tierra y en todas las religiones, se considera sagrada. Pero la
descalificación generalizada de la Alquimia en relación con la Química experimental se
inicia en el período de mediados de los siglos XVII-XVIII, con los químicos Robert
Boyle, Étienne François Geoffroy, Hilaire-Marie Rouelle, Nicolás Lemery, etc., fue
continuada por la mayoría de los químicos del siglo XIX. Fue denostada como
pseudociencia, propia de embaucadores y charlatanes. En el siglo XIX aparecen
diversas interpretaciones espiritualistas de la Alquimia, que presta atención secundaria
al aspecto experimental de la misma, despreciando su vinculación con el estudio de la
materia, único aspecto que presenta especial importancia en relación con la Química. El
estudio riguroso de la Alquimia comenzó hacia mediados del siglo XIX, a través de las
importantes monografías de Ferdinand Hoefer, Hermann Franz Moritz Kopp, Marcellin
Berthelot, manteniendo en general, con excepción de Hoefer, una actitud peyorativa,
esencialmente positivista, hacia la Alquimia en relación con la Química. Habría que
esperar hasta el primer tercio del siglo XX para que se produjese un cambio sustancial
en el enjuiciamiento de la Alquimia, cuya dimensión holística ha sido debidamente
comprendida y valorada gracias a la atención creciente que dicha temática ha recibido
por parte de un gran número de investigadores, utilizando metodologías historiográficas
rigurosas y analizando minuciosamente el contenido de un gran número de textos
alquímicos tradicionales, A partir de Paracelso y hasta finales del siglo XVIII,
las definiciones de alquimia y química son prácticamente coincidentes, según se
desprende de investigaciones recientes. En el confusionismo derivado del empleo
indiscriminado de ambos términos radica una de las mayores dificultades que impiden
diferenciar claramente entre Alquimia y Química. En opinión de Newman antes del
siglo XVII ambos términos eran sinónimos. Sólo a partir del siglo XVIII la alquimia
transmutatoria comenzó a segregarse claramente de la química experimental, sin
perjuicio de que se mantuviese con frecuencia un cierto solapamiento entre ambas.
Una nítida separación entre ambas materias se produce al final del siglo XVIII, con el
advenimiento de la revolución química protagonizada por Lavoisier, que marca un claro
punto de inflexión de la acelerada decadencia de la Alquimia junto con la aurora de la
química científica. Antoine-Laurent de Lavoisier (1743 – 1794) fue un químico, biólogo
y economista francés, considerado el creador de la química moderna por sus estudios
sobre la oxidación de los cuerpos, el fenómeno de la respiración animal, el análisis del
aire, la ley de conservación de la masa o ley Lomonósov-Lavoisier, la teoría calórica y
la combustión, y sus estudios sobre la fotosíntesis. Se ha prestado mucha atención a
la decadencia de la Alquimia y al significado integral de la revolución química, en base
a la interpretación de una serie de factores determinantes, tanto de tipo metodológico
como filosófico, habiéndose formulado muchas opiniones al respecto. Según Paracelso
la finalidad de la Alquimia la constituía la aceleración y el perfeccionamiento de la
Naturaleza, la purificación de sustancias, la extracción de principios activos y la
preparación de medicamentos. La idea de imitar, perfeccionar y acelerar procesos
naturales a través de la práctica alquímica constituye un objetivo común de la Alquimia
en los dos siglos siguientes, planteándose interesantes discusiones de tipo filosófico en
relación con los productos naturales y artificiales. Para Daniel Sennert (1572 – 1637),
físico, químico y alquimista alemán, la Alquimia sería un arte práctico, no una disciplina
teórica, que implicaría la habilidad de combinar y separar sustancias para la preparación
de medicamentos y para llevar a cabo la transmutación metálica. Significativamente, a
partir del siglo XVIII, prácticamente todas las definiciones de la Química se centran en
el análisis y síntesis de sustancias. Al igual que en la Filosofía, la Religión, la Ética y la
Medicina, también en la Alquimia y en la Química tiene especial importancia una
dialéctica dualística de oposiciones o contrarios, con las debidas salvedades
conceptuales.
Fuentes: