DELICIAS DEL ERRAR (unas cosas que escribí alguna vez
sobre las virtudes del error creativo)
4 de diciembre de 2014 a la(s) 21:03 Como esas cosas que están frente a los ojos y no vemos, solemos ignorar que el origen de la palabra error está en errar. Ese acto inefable y delicioso de vagar. Tal vez por eso, porque vagamos, porque erramos, porque transitamos a diario en el camino de la incertidumbre los artistas nos llevamos tan bien con esa palabra. Para aquellos que creamos, el error no es otra cosa que la identificación de aquel no que nos conduce naturalmente a lo que sí. Los artistas erramos con fervor militante. “En mi obra cada cuadro es una suma de destrucciones. Hago un cuadro y lo destruyo. Pero al final no se ha perdido nada; el rojo que he quitado de una parte se encuentra ahora en otra parte.” Así decía Picasso, ese adorador del error. Llegué a la dramaturgia por error. Escribía narrativa, me iba muy bien y ya había ganado antes de cumplir los veinte un reconocido concurso de cuentos. Pero quería ser el mejor. Alguien me dijo entonces que los diálogos eran la parte más errada de mi literatura. Y que no había entrenamiento mejor para corregirlo que escribir teatro. Comencé un curso de escritura teatral en el viejo Nuevo Teatro. Y el error se volvió acierto: hace de eso más de cuarenta años y no volví jamás a escribir un cuento. Llevo ya escritas y estrenadas más de treinta obras teatrales. Qué hubiera sido de mí sin aquel errar. Es curioso ver qué derrotistas solemos ser los humanos frente al error. Y qué creativa la naturaleza frente a lo mismo. El perfecto sistema de limpieza interna de las otras tiene cada tanto un error y una partícula extraña se le enquista en el cuerpo blando. Con paciencia creativa reacciona cubriendo lentamente el grano con su nácar. Efectivamente: una perla no es otra cosa que un error transformado en materia preciosa. Frente al mismo error los hombres nos pasaríamos años enteros quejándonos de la maldita mala suerte y justificándonos en el fracaso. “Si sucede conviene” dice la sabiduría budista. Ingenuos, solemos pasarnos la vida esperando en cambio que lo conveniente suceda alguna vez. Hace pocos años había terminado una nueva obra, Ala de criados, y sentí que la mejor garantía para el espectáculo estaba en estrenarlo en alguna sala oficial. El Teatro Nacional Cervantes se interesó en ella y durante algunos meses debatimos sobre el mejor espacio para su estreno. Llegó el anuncio de la programación anual y descubrí con angustia que mi pieza había sido proyectada para un circuito de giras. Un error sin solución posible: me resultaba imposible por mis compromisos viajar con la misma. Decidí entonces ponerle el pecho a las balas y arriesgarme con una modestísima producción propia en el más crudo circuito independiente. Lo que iba a ser una reducida temporada de tres meses en el Cervantes se transformó gracias a aquel error en tres temporadas a sala llena en el querido Teatro del Pueblo. Cada nueva función –y fueron más de trescientas- agradecí aquel malentendido. Cualquier acto de creación, cualquier acción artística es en realidad una energía. Algo que para suceder debe fluir ininterrumpido. No es paso sino vuelo. Y no hay manera de volar, de fluir, temiendo al error, intentando acertar en cada movimiento. Aquello que llamamos inspiración no es si no esa corriente acrítica. Ese paso despreocupado por el error que a veces se corregirá y en otras incluso se convertirá en forma. Caminaba hace unos años por una callecita de tierra en un pueblito serrano y en un galponcito de chapa que vendía dulces y artesanías alguien había pintado con letra desprolija “Salame de chacra”. El acanalado de la chapa dificultaba entenderlo y leí Salomé. Como un relámpago el error armó en la cabeza una hipótesis de argumento: una versión del mito bíblico en una estancia durante un día de faena, de carneada. Le puse por título el del error, Salomé de chacra, y la tuve en cartel durante tres temporadas. El secreto es familiarizarte con el error, hacerlo un miembro más del hogar. Parece un integrante complicado pero cuando le encontrás la vuelta es gran compañero. En la segunda función tras el reestreno de aquella Salomé, Stella, una de las actrices del espectáculo se fracturó un pie. Reemplazarla hubiese llevado largas semanas, la prensa estaba lanzada y nos angustiaba la idea de tener que parar la temporada. Fue ella misma la que propuso hacer las funciones en silla de ruedas. Había hecho otra obra tiempo atrás en la que debía manejar una y lo hacía con solvencia. Al principio parecía disparatado pero en la desesperación retocamos algo el texto para que permitiese tal cosa y sin suspender más que una función para el ensayo volvimos con la nueva puesta ahora rodante. No tardaron en aparecer críticas elogiosas hablando de la metáfora poderosa de ese elemento sobre el escenario y en la acción. La puesta se dinamizó tanto además con la velocidad de ese personaje sobre ruedas que cuando dos meses después la actriz pudo volver a caminar decidimos incorporarla y hasta su última función el vehiculo fue parte del montaje. Una vez más comprobado el viejo axioma: “A problema técnico solución poética” Todo acierto es inevitablemente rutinario porque solo confirma cumplir con la norma. El error es el único camino para romperla y crear una nueva. Cualquier verdadera novedad es en su primera aparición un error. Errar entonces no solo es humano, hay que entenderlo. También es divino.