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* Eduard Huet

Nasceu em Paris, França, no ano de 1822. Aos doze


anos ficou Surdo em conseqüência de sarampo. Embora já
falasse francês, alemão e português, após tornar-se
Surdo, aprendeu espanhol. Pertencia à nobreza, era
Conde. Casou-se em 1851 com uma dama alemã chamada
Catalina Brodeke e emigrou para a Corte Portuguesa no
Brasil em 1852, mesmo ano em que fundou a Escola do
Rio de Janeiro para a educação de Surdos ( Nota do
Editor: nesse ponto existe uma possível falha, já que o
INES dispõe de documento oficiais atestando a chegada de
Huet em 1855), a instâncias do Imperador Dom Pedro II,
sendo diretor e professor.
Prof. EDUARD HUET
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Em 1854 nasce na América sua primeira filha, Maria e, em 1856 nasce seu filho Pedro
Adolfo, afilhado do Imperador do Brasil, Pedro II. Algumas pessoas na Cidade do México tinham
interesse em que se iniciasse a educação para pessoas Surdas no México (...)

Em 1865, o governo do Presidente Juarez enviou uma carta, para a cidade do Rio de Janeiro,
ao sr. Luis G. Villa y Alacazar, convidando o Professor Eduardo Huet, diretor da Escola de Surdo
dessa cidade, a ir à Cidade do México com o objetivo de organizar e dirigir uma escola para Surdos,
oferecendo-lhe todas as facilidades e apoio para realizar tal tarefa ( Nota do Editor: Mais uma vez
podemos perceber que existe uma discrepância quanto às datas, 1861 ou 1865?) Dom Eduardo
Huet aceitou o convite com entusiasmo e mandou seus filhos à França, onde continuariam sua
educação, como era costume na época. Sua filha iria para um convento e seus filho estudaria com
os irmãos maristas

Chegou ao México no começo de 1866 e encontrou o panorama político mudado. A escola


começou com a inscrição de três crianças. Dizem as crônicas que, em janeiro de 1867, as três
crianças foram apresentadas em exame público, com a presença de autoridades da cidade, dos
vereadores e dos particulares que financiavam o projeto. O exame foi classificado de notável, visto
que em pouco tempo as crianças davam sinais de inteligência.

por Cesar Delgado


D. PEDRO II EDUARDO HUET
Túmulo de Huet na cidade de México
Nome: : César Ernesto Escobedo Delgado
E-Mail: : ced@correoweb.com
Comentário: : I am Ernesto Escobedo and I am Deaf mexican, and I search from history
your country, who established for school for the people Deaf in 1857 so that I believe that
man named EDUARDO HUET came in Mexico same the idea from Brazil´s institute but I
confused; becauseyour country named ERNEST HUET but I have been searched from
history of Eduardo or Ernest HUET and I have picture and his life and here great-
granddaughter live in Cuernavaca in Mexico still live then I interview with her. So that I
would talk you from History Don Eduardo or Ernest HUET then I have picture for
"ESCUELA NACIONAL PARA LOS SORDOMUDOS" en 1867. thanks you.. Can you
traslate in spanish or english?

Tradução:

Eu sou Ernesto Escobedo e eu sou mexicano surdo, e eu procuraro do


history seu país, que estabeleceu para a escola para os povos surdos
em 1857 de modo que eu acreditasse que EDUARDO nomeado homem
HUET veio em México mesmos a idéia do instituto de Brasil mas mim
confundisse; o país do becauseyour nomeou ERNEST HUET mas eu fui
procurarado do history de Eduardo ou Ernest HUET e mim tem o retrato
e sua vida e aqui vivo grande-granddaughter em Cuernavaca em
México ainda vivo então eu entrevisto com ela. De modo que eu fale
você do history don Eduardo ou Ernest HUET então que eu tenho o
retrato para "ESCUELA en 1867, de LOS PARÁGRAFOS NACIONAL
SORDOMUDOS" agradece-o. Pode você tradução em espanhol ou em
inglês?

SABÍAS QUE EN MÉXICO:

Se cuenta con la Escuela Nacional de Ciegos y la Escuela Nacional de Sordomudos?

La Escuela Nacional de Sordomudos fue fundada por Ignacio Trigueros y Eduardo Huet, en 1866?

Don Eduardo Huet era sordomudo de nacimiento?

También don Ignacio Trigueros fue quien fundó en 1870 la Escuela Nacional de Ciegos?

En la Escuela Nacional de Ciegos se proporciona una educación básica, además tienen una
educación musical que incluye solfeo, canto coral y varios instrumentos musicales, entre ellos el
piano?

Inicialmente se utilizó en la Escuela Nacional de Sordomudos el método dactilológico, el mismo


que la señorita Ana Sullivan practicó con Helen Keller?
Año de 1932 en la todavía entonces romántica Ciudad de los Palacios.
Por los coloridos pasillos de la feria caminan tomados de la mano, inadvertidos, de no ser por esa vistosa gorra
blanca, con un metálico escudo nacional al frente que porta él, una de tantas jóvenes parejas.
El es Gustavo Huet Bobadilla, 20 años, deportista, medalla de plata en la competencia de tiro con rifle a 50 metros, en
los recientemente celebrados Juegos Olímpicos de Los Angeles.
Ella es Luz Núñez, 15 años, novia, enamorada.
Pasan por el stand de tiro.
Bromea él:
-¿Quieres la exhibición gratuita de un campeón?
-¡Vamos!-, dice ella encantada.
Cinco centavos por doce tiros.
De pie los pequeños blancos, sobre plataformas de madera, a no más de 5 metros de distancia.
El arma es un destartalado rifle que dispara municiones.
-¡Tírale a los difíciles, a los clavitos!-, reta ella.
El se apresta. Apunta.
Ella espera expectante.
Dispara él. Una y otra vez. Caen algunos clavitos. Pero otros siguen de pie.
Se molesta él. Frunce el seño. -¡Otra carga!-, exige.
Pero se repite la historia: siguen erguidos, desafiantes, algunos clavitos.
De pronto, unos policías que rondan el lugar, se acercan y preguntan, agresivos, al hombre con el rifle en la mano:
-Oiga usté, ¿por qué trae esa gorra? ¿Dónde la compró?... Esa gorra nomás la pueden llevar los deportistas olímpicos
y está penado que otros la traigan...
-Precisamente, oficial, yo soy deportista olímpico...
-¿Usté? ¡No me diga! A ver, ¿cómo se llama?
-Soy Gustavo Huet. Gané medalla de plata en tiro con rifle.
-¡No me haga reir! Se me hace que usté se robó la gorra. Ande, jálele pa' la delegación.

A ver si ante el juez nos cuenta la misma historia.

Ella se angustia.

El trata de tranquilizarla:
-No te preocupes. Espérame aquí. Esto se arregla en un dos por tres.

Efectivamente, minutos más tarde, los avergonzados policías acompañan a Gustavo Huet en su regreso a la feria.

- ¿Ya lo ven? -les dice él, ante su novia, en suave tono recriminatorio-. . . Les dije que era Gustavo Huet, el que ganó
medalla de plata en tiro con rifle en Los Angeles.

-Pos sí, mi jefe, pero, pos, ¿cómo íbamos a creerle si ya llevábamos un buen rato observándolo y usté nomás no
tiraba los clavitos?

Ya estaba acostumbrado, Gustavo Huet, a trocar incredulidad por admiración.

Lo había hecho apenas un par de semanas antes -el 13 de agosto-, en un stand de tiro muy diferente a aquel de la
feria: el stand de tiro de los Juegos Olímpicos de Los Angeles.
Fue así:
La competencia de tiro, en esa Olimpiada, constó de únicamente dos pruebas: la de tiro con pistola -en la que el
coronel mexicano Arturo Villanueva obtuvo el cuarto lugar- y la de tiro con rifle de pequeño calibre .22 cuerpo a
tierra.

Hasta ella llegó Gustavo Huet.


Narran las crónicas de aquella época que la de tiro era, sin lugar a dudas, la más elitista de todas las pruebas
olímpicas. Los tiradores -sobre todo los europeos- pertenecían a ricas familias de abolengo y algunos de ellos se
presentaban a la competencia vestidos de frac, cubiertas las manos con blancos guantes; en los labios la inseparable
pipa y a su lado un mozo de ayudantía.
Ya Gustavo Huet les había sorprendido:
¿cómo es posible que este mexicano acompañe su comida con café y no con vino?... ¿Cómo es posible que tome café,
que duerma una siesta después de comer y que mantenga el pulso tan firme en los entrenamientos vespertinos?. . -
Pero cuando, ya en la competencia final, vieron tomar posición a aquel joven no tan alto, que cubría su cuerpo
moreno con modestas ropas, y que portaba una vetusta carabina que contrastaba con sus modernas armas de
competencia, dejaron escapar algunas sonrisillas burlonas.
Pronto tuvieron que mudar la expresión de su rostro.
Porque aquel mozalbete de apenas 20 años acertaba disparo tras disparo.
Con su vieja carabina firmemente pulsada, Gustavo Huet acumuló 294 aciertos. Y estaba ya en el primer lugar.
¿Medalla de oro?...
Los jueces revisaron minuciosamente cada tarjeta, cada blanco.
Y se produjo un largo debate porque los jueces, que al parecer no encontraban la perforación en un disparo del sueco
Bertil Ronnmark, decidieron otorgarle, también, 294 blancos. ¡Empate en primer lugar! Medalla de bronce al húngaro
Zoltan Hradetsky-Soos, quien logró 293 puntos.

A ronda de desempate, pues.

Dramática, intensamente dramática.


Porque Huet llegó nuevamente empatado con Ronnmark al último disparo, el 25. El sueco lo hizo bueno. ¡Huet lo
falló!

Logró, no obstante, el honor de una medalla de plata y por sobre todas las cosas, el honor de hacer escuchar por
primera vez en la todavía incipiente historia de los Juegos Oímpicos de la era moderna, el Himno Nacional Mexicano.
Porque, oficialmente, tanto Ronnmark como Huet habían finalizado en primer lugar y así se registró en la puntuación.

Pero el oro se lo llevó el rubio Ronnmark, quien, al revisar aquella vieja carabina del mexicano exclamó:

-Si yo hubiera tirado con este rifle, no hubiera hecho nada. Este, comparado con el mío, es como para matar
pajaritos.

Nadie, jamás, volvería a sonreir sarcásticamente cada vez que Gustavo Huet se tirara al piso con su vieja carabina al
frente.

Gustavo Huet, el menor de una extensa familia de 18 hermanos, nació en la ciudad de México el 22 de noviembre de
1911. Sus padres: el abogado Adolfo Huet -de padres franceses- y doña Celsa Bobadilla, de ascendencia española.
Fue la suya, una niñez feliz, sin angustias económicas. Porque su familia era de linaje. Tenía una inmensa casa en la
esquina de Doctor Velasco y Calzada de la Piedad -hoy Cuauhtémoc-. Su abuelo, don Eduardo Huet, fundó la escuela
de sordomudos en Brasil y posteriormente la de México. Su padre estudió derecho, pero jamás ejerció. Gustavo Huet
murió trágicamente el 20 de noviembre de 1951... Apenas a dos días de su cumpleaños número 40.
Le sobrevive doña Luz Núñez, aquella damita que era su novia cuando sucedió el incidente de la feria. Con ella casó y
procrearon tres hijos: Gustavo, Marcelo Humberto y Roberto Octavio.
Doña Luz está pensionada. Recibe del ISSSTE 105 mil pesos al mes y después de los sismos de 1985 se quedó sin
casa. Vive con su hijo Roberto -ingeniero químico- en un departamento de la colonia Cuauhtémoc. Ahora tiene 71
años de edad, pero se mantiene fuerte -"gracias al deporte"-, siempre sonriente -"es la herencia de mi marido"- y con
lucidez narrará, brevemente, una larga historia: la historia que no pudo ser contada por el propio Gustavo Huet.
Es, doña Luz, dueña de la palabra.
Concretémonos a escuchar.

Es suyo el relato:
- Conocí a Gustavo en la escuela y allí surgió nuestro romance. El cursaba preparatoria en otro colegio pero en el mío,
donde yo estudiaba comercio, él daba clases de guitarra. La tocaba muy bien, al igual que la armónica y el serrucho,
sí, un serrote cualquiera, de esos para cortar madera. El lo doblaba un poco encurvandolo y lo tocaba con el arco de
un violín. Su sonido era precioso, semejante al de un chelo.
- A Gustavo le fascinaba el tiro y como antes los deportistas no tenían ningún apoyo, él lo practicaba con Guillermo su
hermano mayor, quien también fue a la Olimpiada, en el patio de su casa. Un día vio en el periódico una convocatoria
al torneo selectivo para integrar el equipo de tiro que competiría en Los Angeles. La idea le entusiasmó tanto que
habló con mi cuñado y ambos se inscribieron. Su viejo rifle estaba tan acabado, que para concursar tuvo que atarlo en
algunas de sus partes. . . ¡Y aún así ganó!
Eran los primeros días de julio de 1932. Gustavo y yo teníamos apenas un mes de novios. Y nada más me hablaba de
su sueño de competir en aquellos Juegos Olímpicos. Sólo de eso. Recuerdo que me contaba que era la tercera
Olimpiada; que las dos primeras, en Paris y en Amsterdam, habían sido una buena experiencia para el deporte
mexicano. Fuimos de los primeros en saber que, pese a que el país no contaba con los suficientes recursos
económicos, poco más de 50 deportistas irían a esos Juegos Olímpicos. Se decía que, como Los Angeles estaba tan
cercana, seria una tontería no asistir. No obstante, los periódicos de la época calificaban como desorganizada misión
olímpica" a nuestra delegación.
Nos moriamios de nostalgia cuando llegó el momento de ese viaje a Los Angeles. Yo no fui a despedirlo a la estación
Colonia. Como ya dije, teníamos apenas un mes de novios y yo no frecuentaba a su familia. Y se fue. Pensé que me
escribiría, pero no lo hizo. Estaba segura de que se había olvidado de mi. Y es que estábamos muy chicos: yo tenía 15
años y él estaba por cumplir los 21.
Por los periódicos me enteré cuando ganó la medalla. Los compraba todos los días. Me acuerdo muy bien de ese día,
el 14 de agosto, cuando en los diarios apareció la noticia de que dos mexicanos habían ganado medalla de plata:
Paco Cabañas en boxeo y Gustavo Huet en tiro. De él decían: "Huet, segundo mundial en la Olimpiada". Y yo, claro,
me sentía en las nubes, muy orgullosa de su actuación.
Tampoco fui a recibirlo. No me acuerdo por qué. Tal vez se debió a que llegó muy tarde. Lo que si recuerdo es que su
familia le dio una gran fiesta de bienvenida. Y yo allí, en casa, nada más suspirando...
Al otro día me fue a ver. !Mira -me dijo-, gané esta medalla. Es tuya". Y también me enseñó un anillo muy bonito que
su madre le había regalado la noche anterior. Era su premio. Se lo quitó y me lo puso. Fue, de hecho, el anillo de
compromiso, porque al mes nos casamos. Una boda muy sencilla pero muy bonita, inolvidable.
Gustavo, cómo no, estaba muy orgulloso de su actuación, la primera en el extranjero, sobre todo porque logró el
reconocimiento de los tiradores europeos que tenían más, mucho más experiencia que él. Le enorgullecía su medalla,
pero más le excitaba el recordar como fue obtenida. Siempre recordaba aquella frase final de Ronnmark.
El era un hombre muy sencillo. Sonreía en todo momento. Hombre bueno y apacible, la medalla no lo cambió para
nada. Lo que sí cambió es que, como ya estábamos casados, tuvo que ponerse a trabajar. Ya había terminado su
preparatoria. Quería ser ingeniero. Inclusive, se había inscrito en la Facultad. Pero tuvo que dar marcha atrás;
primero, por los Juegos Olímpicos; después por nuestra boda. Entró a la policía, a la cual representaba en las
competencias.
Gustavo era, en ese tiempo, también el mejor armero de México. Era muy hábil con las manos. Compraba armas
usadas en La Lagunilla, las arreglaba y después las vendía. Una vez compró dos pistolas y extrayendo y uniendo las
mejores partes de cada una de ellas, hizo una sola, a la que quería mucho porque con ella ganó varios torneos en
México.
En 1935, tres años después de aquellos juegos, Gustavo volvió a Los Angeles. Lo invitaron a una competencia y allá,
el jefe de la policía, un tal mister Davis, le ofreció trabajo. Lo que en realidad quería era que Gustavo representara a
la policía angelina en los torneos, pero Gustavo no aceptó, aunque el sueldo era muy atractivo, muy tentador.
Gustavo le dijo: "No, mister Davis. Si alguna vez logro ganar otra medalla, el triunfo será de México, mi país". Davis
no lo convenció jamás y no obstante, siguieron siendo muy buenos amigos.
En aquellos años, practicar un deporte no era fácil y menos el tiro, muy costoso cuando no se recibía el apoyo del
sector militar. Gustavo tenía que hacer su propio parque. Con él aprendí a hacer balitas. Era todo un proceso que
Gustavo lograba muy bien, porque de lo contrario no tendría con qué entrenar. Las balas buenas, las de fábrica, sólo
las usaba en las competencias, cuando se las daban. De otro modo era imposible adquirirlas; nosotros no teníamos
dinero para ello.
A principios de 1936 Gustavo entró a la Policía Federal de Caminos. Y nadie pensó en favorecerlo con ese trabajo.
Entró como cualquier hijo de vecino. Traía su motocicleta y salía a la carretera, como todos los demás. Era muy feliz
en su trabajo, no obstante que no tenía tiempo para entrenar. O mejor dicho, no obstante que, como una
consecuencia de esas ilógicas envidias, sus superiores no le daban facilidades para entrenar. Lo terrible era que uno
de esos envidiosos era precisamente su comandante, Miguel Aranda Díaz, quien se sentía terriblemente celoso de él.
Le ponía los peores turnos para que Gustavo no tuviese tiempo de practicar. Quería evitar, a como diera lugar, que
Gustavo destacase. Pero, aún así y a pesar de que a muchas competencias llegaba sin una adecuada preparación, mi
esposo ganaba siempre.
Además, como eran civiles, tanto Gustavo como su hermano Guillermo tuvieron que enfrentar varios problemas con
los militares que recibían, ellos si, todo el apoyo económico y quienes querían que fueran sus representantes los que
participaran en los torneos importantes. Y así, no obstante que en los certámenes eliminatorios Gustavo y Guillermo
conquistaban a pulso su lugar en los equipos nacionales, la milicia encontraba la manera de poner piedritas en el
camino. Una de ellas estuvo a punto de causar que Gustavo no acudiera a los Juegos Olímpicos de Berlin, 1936.
Hace una pausa doña Luz.
Tercia su hijo Roberto, quien explica el incidente:
-Mi tío Guillermo, quien tiraba con pistola, me contó que él había ganado la eliminatoria pero que no fue seleccionado.
Que en su lugar había sido designado un militar. Que mi padre se indignó y declaró que si no corregían esa
arbitrariedad él no iría a Berlín. Y como mi padre había sido medallista cuatro años antes, respetaron los resultados
del torneo selectivo y, así, los dos fueron a Berlín.
La competencia de tiro de la Olimpiada tuvo lugar el 9 de agosto de 1936, en la capital alemana. En rifle, además de
Gustavo Huet, el teniente coronel Alvaro García Taboada y el teniente Antonio García Almanza representaron a
México.
Roberto Huet:
- Los europeos habían avanzado notoriamente. Sus armas eran magnificas y aunque en aquella época el gobierno del
general Lázaro Cárdenas apoyó mucho al tiro, el armamento de la escuadra mexicana no se comparaba con el de los
europeos sobre todo porque en esos tiempos de preparación para la guerra, la tecnología al respecto había avanzado
mucho. Y en el tiro esto es básico.
No obstante, desde los primeros disparos Gustavo Huet se colocó en el grupo principal encabezado por el noruego
Willy Rogeberg, quien finalizó con un perfecto 300 y conquistó la medalla de oro. Seis tiradores empataron en
segundo lugar con 294 aciertos -extraña coincidencia: los mismos que don Gustavo alcanzara cuatro años antes-:
Gustavo Huet, el húngaro Ralph Berszenyi, el polonés Wladyslaw Karas, el filipino Gison, el brasileño Trindale y el
francés Mazoyer.
Todo mundo, pues, esperaba el desempate, como había sucedido en Los Angeles 1932.
Pero los jueces ignoraron la posibilidad de una ronda extra y sorpresivamente, dictaminaron que las medallas de plata
y de bronce fuesen otorgadas a los representantes de Hungría y Polonia. La maniobra política había sido clara: eran
paises que podían jugar un papel muy importante para Alemania, en la inminente conflagración mundial.
Gustavo Huet fue relegado hasta el séptimo sitio.
Roberto Huet:
- Aquello, según nos explicaron, fue muy raro. Al parecer, los jueces celebraron un misterioso sorteo para dictaminar
los lugares. Pero nadie tuvo acceso a él. Simplemente, los jueces hicieron el anuncio... Había sido una sucia maniobra
de política y de racismo.
Actuación de los militares:
García Taboada finalizó en décimo lugar, García Almanza en el vigésimosexto.
A pesar de todo esto y como sucedió cuatro años atrás, la delegación mexicana no regresó de los Juegos Olímpicos
con las manos vacías. Conquistó tres medallas de bronce: la del boxeador Fidel Ortiz y las de los equipos varoniles de
polo y de basquetbol.

MEDALLA DE ORO
Y OJO MORADO

Vuelve la voz sonora, amable, de doña Luz:


-Gustavo siguió su vida de siempre: trabajando en la Policía de Caminos y compitiendo cada vez que le era posible.
Había torneos clásicos como la Bala de Oro, en el polígono de Santa Fe, así como disputas de varios trofeos
challenger. Lo ganaba todo. El era imbatible en México.
En 1938 nuestro país acudió a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Panamá, y Gustavo fue seleccionado.
Regresó con la medalla de oro en rifle y con un ojo morado...
Sucede que en Panamá querían mucho a los mexicanos y los alentaban en todas las competencias. Cuando Gustavo
ganó su prueba, el público local lo vitoreó y fue muy festejado. Pero tuvo la mala ocurrencia de ir a la final del
basquetbol femenil, un par de días antes de que los Juegos fueran clausurados. Le acompañó su gran amigo, el
futbolista Toño Azpiri -el equipo mexicano de futbol fue campeón de ese torneo- y cometieron el error de sentarse al
otro lado de la porra mexicana. Disputarían la medalla de oro el equipo de México, integrado casi totalmente por
jugadoras de las Politas y la escuadra de Panamá. El gimnasio estaba lleno. El público esperaba una nítida victoria
local. Sin embargo, las chicas mexicanas dieron brava pelea y en un juego muy disputado, empataron el marcador
cuando el final se acercaba. Hubo una acción muy discutida y la mecha se encendió en las tribunas: comenzó una riña
colectiva. De pronto Gustavo, quien era enemigo de las trifulcas, sintió un fuerte golpe en la cabeza y se desmayó.
Después le dieron un macanazo en el ojo derecho, mientras que a Azpiri casi le desprenden la oreja con un feroz
navajazo. Cuando la bronca acabó, ambos fueron llevados de emergencia a la enfermería. Y allí los curaron; muy
bien, por cierto. Pero, mientras eso sucedía allá, los periódicos mexicanos publicaban que Gustavo había perdido un
ojo; que estaba ciego. Yo me asusté muchísimo. Y ahora sí, estaba puntual en el aeropuerto para recibirlo, para ver
cómo se encontraba. El estaba bien, afortunadamente. Llegó con un inmenso parche sobre el ojo y Toño con la cabeza
vendada. Eso si, los dos muy orgullosos con su medalla de oro.

Dos paréntesis obligados. Para dos acotaciones.


Una: curiosamente, tanto en las ramas varonil como femenil, los equipos de basquetbol de México y Panamá
permanecían con el marcador empatado, al aproximarse el final de los respectivos partidos por el título. Y en ambos
se produjeron sendas broncas. Así que el Comité Organizador determinó que, en virtud de que no había garantías
para el equipo visitante
-México- se declararía vacante el primer lugar. Las escuadras mexicanas y panameñas recibieron medallas de plata.

La segunda es de Roberto Huet:


- Como tirador, mi papá tenía una característica muy peculiar: tiraba con los dos ojos abiertos. Y como se sabe, por lo
regular los tiradores cierran uno al apuntar. Es raro aquel que tira como lo hiciera mi padre.
La Segunda Guerra Mundial -1939-1945-, que vistió de luto al orbe entero, apagó la llama olímpica. El deporte
mundial quedó en la. oscuridad. El regional también. Don Gustavo Huet mientras tanto, se dedicó a entrenar y a
participar, en sus ratos libres, en el equipo de acrobacia de la Policía Federal de Caminos.

EL CHAMACO HUET

Doña Luz:
Decían que era tan bueno con la motocicleta como con el rifle. Desde que se fue a Los Angeles les dio por llamarlo El
Chamaco Huet. También se esforzaba por pulir sus tiros de fantasía, con los que incrementó su fama...
Por ejemplo: en una ocasión fue a una competencia a Puebla y allí le pidieron que diera una exhibición ante el
Presidente Manuel Avila Camacho. Ahí estaba también el cómico Palillo. Mi esposo, que lo conocía bien, lo llamó y le
dijo:
- Colócate aquí, muy firme, no te muevas.
Y le puso una naranja sobre la cabeza.
Y Palillo: -No, mano, pus como crees.
Gustavo, muy serio: -Tú nomás ténme confianza. Las balas son de salva. No te va a pasar nada...
- ¿Me lo juras?. .. Bueno, mi hermano, que conste...
Gustavo tiró y destrozó la naranja. Palillo se quedó tieso. No podía ni limpiarse la cabeza. Dijo después que sintió que
se le caían los pantalones.
En otra ocasión, otra vez en Puebla y asimismo ante un Avila Camacho, -nada más que este era Maximino, el
gobernador-, Gustavo puso un puro en la boca de un soldado y se alejó unos pasos. El chiste era romper el anillo del
puro, no destrozar el habano, como sucede a menudo. Y Gustavo lo hizo. Avila Camacho se quedó con el puro y lo
guardó como si fuera un trofeo.
También Roberto Huet quiere narrar una anécdota de su padre. Lo hace así:
- Un día, mi tío Guillermo, que era ingeniero y trabajaba en el reparto agrario, tenía que hacer un deslinde, una
medición de terreno en la sierra guerrerense e invitó a mi padre a que lo acompañara. Cuando llegaron a Chilpancingo
les dijeron que tuvieran cuidado, pues en la sierra se refugiaban muchos bandidos; les pidieron que fueran armados y
que tuvieran muchísimo cuidado.
Total, se internaron en la sierra y allá bien adentro, tal como les fue advertido, un grupo de forajidos los capturó y los
mantuvo incomunicados día y medio hasta que se dio cuenta de que no eran ni policías ni militares, y que sólo habían
ido a realizar un trabajo topográfico. Los soltaron y les ofrecieron una comida en señal de desagravio.
- Me contó mi tío que los bandidos platicaban que un alemán había estado con ellos y que tiraba muy bien. Supongo
que mi padre, de quien dicen era espléndido relatando anécdotas y chistes, les dijo que él había ganado una medalla
olímpica como tirador. Así que al finalizar la comida, mi padre pidió permiso de sacar su pistola y ofrecerles una
exhibición. A lo lejos se divisaba un naranjo. 'Me gustaría comer algunas naranjas; puedo tirar algunas de aquellas',
les dijo. Ellos se rieron: ¿cómo cree usted que se las va a comer, si las va a destrozar con la bala?'. Mi padre les
replicó: 'Hay que tirarlas, si, pero del rabito'. Y ellos, incrédulos. Hasta que mi padre comenzó a disparar. Y las
naranjas a caer. Los gritos de júbilo siguieron a las exclamaciones de admiración. Total, que quedaron tan
sorprendidos por esa extraordinana puntería que los invitaron a otras dos comidas y después los acompañaron hasta
que mi tío terminó su trabajo.

ABANDERADO EN
LONDRES '48

Por sus méritos deportivos, Gustavo Huet fue elegido como abanderado de la delegación mexicana a los Juegos
Olímpicos de Londres, en 1948. El primero de julio de ese año, el presidente Miguel Alemán le entregó el lábaro patrio
en una sencilla ceremonia realizada en el parque Anáhuac.
Y así, Huet encabezó al representativo mexicano en el desfile inaugural de la justa, el 29 de julio, en el estadio de
Wembley, ante el rey Jorge VI y poco más de 80 mil espectadores que cálidamente recibían a los deportistas de 59
países en aquellos llamados "Juegos de la austeridad", en tiempos de posguerra.
A Huet le fue concedido ese privilegio en una delegación en la que resplandecían los nombres de notables atletas
mexicanos, Como Humberto Mariles, Rubén Uriza, Joaquín Capilla, Antonio Carbajal, Raúl Cárdenas, Clemente Nicho
Mejía, Delmiro Bernal y Francisco Cabañas, el boxeador que conquistó para México la primera medalla olímpica y
quien ahora acudía como entrenador del equipo de pugilismo.
Pero a don Gustavo, deportivamente, no le fue tan bien: ocupó el trigésimo sitio, mientras que sus compañeros Oscar
Lozano y José Guadalupe de la Torre se situaban en los lugares 26 y 51 respectivamente, en una prueba dominada
por los estadunidenses Arthur Cook y Walter Tomsen.

Roberto Huet:
- Esto no es una excusa, sino la realidad:
mi padre seguía tirando muy bien, pero la gran diferencia eran las armas. Había que imaginarse los rifles que tenían
en ese momento, después de la guerra, los tiradores de Estados Unidos y de Europa.
Doña Luz:
Sus compañeros del 48 lo querían mucho. Le decían Sherezada porque de verdad los cautivaba con relatos y cuentos.
Su plática era muy amena. Ahora era él quien tenía la experiencia y los deportistas más jóvenes siempre se le
acercaban cuando necesitaban de un consejo... Le tenían mucha confianza, mucho aprecio.

...EN EL CUMPLIMIENTO
DEL DEBER

La charla va llegando a su final.


Arriba, ahora, al tristisimo capitulo en el que se hablará del fallecimiento del notable deportista.

Cuando doña Luz recuerda la forma en que murió su marido, sus tranquilos ojos se encienden por la ira y su voz se
quiebra por una emoción no contenida. Todavía...
Dice así la dama:

- En la Policía Federal de Caminos continuaba la labor del comandante en contra de mi marido. La guerra contra él fue
abierta. Nomás no le daban tiempo para entrenar. Y mucho menos para competir. Lo peor fue que, sin comprender
que el daño se lo hacían al país y no a Gustavo, le negaron el permiso para participar en los primeros Juegos
Panamericanos celebrados en Buenos Aires, en el verano de 1951.
Poco después de aquella amarga experiencia falleció mi marido. Fue a la una de la mañana del 20 de noviembre,
cuando ya nos preparábamos para festejar su cumpleaños número 40. Murió atropellado, en cumplimiento de su
deber como policía de caminos. Ostentaba ya el grado de capitán.
Fue así:
- Ese día a él no le tocaba el turno de la noche, pues había cumplido con el de la mañana. Estaba cansado pero como
no había personal suficiente e iba a celebrarse la carrera automovilística Panamericana, le llamaron para que con otro
compañero, se trasladara a la carretera de Puebla. Su misión era revisar la documentación de todos los transportes
que salían de la ciudad y que llegaban a ella.
Su compañero le dijo que tenía mucho sueño y le pidió el favor de cubrir el primer turno mientras él dormía un rato.
Mi marido accedió no obstante su cansancio... Ya era tarde cuando pasó un camión que iba a Puebla. Gustavo lo
detuvo y revisó la documentación. Al concluir, observó que de Puebla venía otro camión a la ciudad y se dispuso a
revisarlo. Pidió al chofer sus documentos. De repente, ¡Dios mío!, fue arrollado por un automóvil Packard que
circulaba a gran velocidad conducido, en completo estado de ebriedad, por Abraham Kuri Zaiter, a quien acompañaba
también perdido de borracho, Luis Aguilar Zavaleta. Mi marido murió instantáneamente, prensado entre el Packard y
el camión.
Esos señores hicieron caso omiso de los señalamientos de advertencia, pues la carretera estaba en reparación.
Incluso, había varios botes con fuego y más adelante, una aplanadora a la orilla del camino. Iban como a 120
kilómetros por hora, cuando se advertía a los conductores que no manejaran arriba de los 40. Se iban a estrellar con
el camión que iba a Puebla y que había arrancado muy despacio. Viraron violentamente para evitar el choque,
perdieron el control del vehículo y se fueron a estrellar contra el camión, contra mi esposo, que estaban al otro lado
de la carretera.
Es inútil hablar del dolor.
Mejor es hacerlo del orgullo de haber sido su esposa.
Del orgullo de mis hijos por haber sido sus hijos.
Gustavo junior que en ese entonces tenía apenas 9 años, me daría las gracias tiempo después, por haberlo llevado al
entierro de su padre. Me dijo que para él había sido un orgullo arrancado a la tragedia, escuchar los múltiples elogios
que la gente hacía al recuerdo de su padre y recibir las muestras de cariño y de amistad que, no sólo sus compañeros
y amigos le dieron en el adiós, sino también los propios camioneros... Porque mi esposo fue siempre un hombre
caritativo, buen compañero y honrado como pocos. Era un policía, como lo puede atestiguar su gran amigo León Rivas
Colín, muy respetado por los mismos camioneros, quienes, cuando no traían su documentación en regla y veían que él
estaba de turno, de plano aceptaban su culpabilidad y la consecuente infracción. A muchos choferes, incluso, Gustavo
les prestaba dinero para comer. Y siempre le pagaban...
Mi esposo fue, como tal, como padre, hijo, mexicano y deportista, un hombre ejemplar. Una muestra de que sin
importar las condiciones, es posible triunfar y ser buen ciudadano; una muestra de lo que el deporte puede lograr
cuando se forja un ser humano.

EL LEGADO
DE HUET

Narra, doña Luz, una última anécdota de su marido.


La llama "el legado de Huet".
Dice:
-Mis nietas, Odelie y Paola Huet Bello, se presentaron un día en el CDOM. Querían aprender esgrima, pero les dijeron
que no había lugar y les pidieron que dejaran sus datos por escrito. Cuando vieron que su apellido era Huet, les
preguntaron si tenían algún parentesco con mi esposo. "Sí, fue nuestro abuelo; ganó una medalla de plata en tiro en
Los Angeles", dijeron las niñas. Y todo cambió de inmediato: "entonces, por supuesto que hay lugar para ustedes".
Actualmente ellas viven en Guadalajara. Odelie continúa con la esgrima; Paola prefirió la equitación.
Ojalá y no sólo ellas a quienes se atendió por ser familiares de un medallista, sino cualquiera que así lo requiera,
reciba la adecuada atención y se impulse a todo aquel que quiera iniciar una carrera en el deporte... ¿Cómo, de no ser
así, surgirán los Gustavo Huet del futuro?
Dicho esto, cierra doña Luz el dorado libro de sus recuerdos.

Gustavo Huet Bobadilla es el único tirador mexicano que ha ganado una medalla olímpica. Su nombre aparece en las
placas alusivas a esta especialidad, en el Salón de la Fama del deporte mexicano.
Ernesto Huet

Ernesto Huet nasceu em Paris, França, no ano de 1822. Aos doze anos ficou Surdo em
conseqüência de sarampo. Embora já falasse francês, alemão e português, após tornar-se Surdo,
aprendeu espanhol. Pertencia à nobreza, era Conde. Casou-se em 1851 com uma dama alemã
chamada Catalina Brodeke e emigrou para a Corte Portuguesa no Brasil em 1852, mesmo ano em
que fundou a Escola do Rio de Janeiro para a educação de Surdos ( Nota do Editor: nesse ponto
existe uma possível falha, já que o INES dispõe de documento oficiais atestando a chegada de
Huet em 1855), a instâncias do Imperador Dom Pedro II, sendo diretor e professor.
Em 1854 nasce na América sua primeira filha, Maria e, em 1856 nasce seu filho Pedro Adolfo,
afilhado do Imperador do Brasil, Pedro II. Algumas pessoas na Cidade do México tinham interesse
em que se iniciasse a educação para pessoas Surdas no México (...)

Em 1865, o governo do Presidente Juarez enciou uma carta, para a cidade do Rio de Janeiro, ao
sr. Luis G. Villa y Alacazar, convidadndo o Professor Eduardo Huet, diretor da Escola de Surdo
dessa cidade, a ir à Cidade do México com o objetivo de organizar e dirigir uma escola para
Surdos, oferecendo-lhe todas as facilidades e apoio para realizar tal tarefa ( Nota do Editor: Mais
uma vez podemos perceber que existe uma discrepância quanto às datas, 1861 ou 1865?) Dom
Eduardo Huet aceitou o convite com entusiasmo e mandou seus filhos à França, onde
continuariam sua educação, como era costume na época. Sua filha iria para um convento e seus
filho estudaria com os irmãos maristas

.Chegou ao México no começo de 1866 e encontrou o panorama político mudado. A escola


começou com a inscrição de três crianças. Dizem as crônicas que, em janeiro de 1867, as três
crianças foram apresentadas em exame público, com a presença de autoridades da cidade, dos
vereadores e dos particulares que financiavam o projeto. O exame foi classificado de notável, visto
que em pouco tempo as crianças davam sinais de inteligência.

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