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El Cristianismo y la sexualidad

En el Cristianismo, aparece una actitud más comprensiva hacia María Magdalena. También
aparece muy riguroso, con la novedad de que se podía pecar con los pensamientos, no-solo con
los actos.
Juan José López Ibor, psiquiatra español, en su libro “EL LIBRO DE LA VIDA SEXUAL”, presenta
un apartado dedicado a la religión cristiana y la sexualidad, titulado: “EL CRISTIANISMO, UNA
NUEVA MORAL SEXUAL”, en donde cuenta que San Pablo, el dinámico y eficiente organizador
de la nueva comunidad, promotor de nuevas iglesias, sentó las bases del nuevo comportamiento
sexual. Aconsejaba a sus fieles que siguieran su ejemplo de soltería, pero que, si alguien no se
sentía con fuerzas para dominar los impulsos de la carne, debería tomar estado, “puesto que
mejor es casarse que abrasarse”. Creía, en realidad, que el matrimonio era sólo para aquellos
que no estaban dotados para la opción del celibato. El menosprecio de la relación sexual empezó
a apuntarse. Por esto el cristiano debe desprenderse de lo carnal para hacerse más puro y
cercano a lo Divino
Por un lado, se elevó la condición de la mujer y se le dio garantías que la protegieron del repudio,
pero se la encadenó en la vida familiar a la total autoridad del marido. El ascetismo de los
primeros tiempos de ilegalidad del cristianismo fue una necesidad. Los cristianos no sólo tenían
que defenderse de los enemigos exteriores, del poder imperial que había especializado su
aparato represivo contra ellos, sino del enemigo interno, de las propias pasiones, del pecado
que se agita en la carne y aparta al alma de la comunidad con Dios. El pecado de la
concupiscencia (deseo sexual) era el más temido, el más peligroso.
Se inició una etapa de exaltación de la castidad y de la virginidad a partir de las afirmaciones
de San Mateo y de San Lucas. Incluso dentro del matrimonio —el reducto de los débiles— se
aconseja la máxima continencia. La tentación estaba cerca. Por otra parte, Cualquier otro
contacto que no sea el pene con la vagina es considerado aberrante y castigado. Por tanto,
también la homosexualidad era sancionada y reprobada.
La nueva ascética era amenazada por la presencia de las mujeres; su cercanía era un estímulo
para la llamada de la carne. Era necesario, pues, atacar a la mujer; había sido elevada al rango
de compañera y no de sierva, pero escondía en sí el germen de la perdición.
Los ascetas y los primeros padres de la Iglesia se plantearon abiertamente la necesidad de
difundir una serie de obras para prevenir de los males y asechanzas que esconden las mujeres;
las potencias malignas se adueñaban fácilmente de ellas y se manifestaban por su cuerpo. La
literatura de aquella época —un compendio de obras apologéticas, escritas con la fogosidad de
la urgencia, en el tono polémico que da la lucha cotidiana- nos ha legado un vasto arsenal de
teorías antifeministas y contrarias, consiguientemente, a la práctica del acto sexual.
La mujer era la puerta del infierno, la que rompió los sellos del árbol vedado: la primera que
violó la ley divina, la que corrompió a aquél a quien el diablo no se atrevía a atacar de frente; la
causa de que Jesucristo muriera.” La mujer es, para Tertuliano, un ángel fatal eternamente
adherido al hombre para perderle. Conmina a la mujer para que lleve siempre cubierto el rostro
y adopte una actitud sumisa y de constante penitencia. Llega, incluso, a condenar las caricias
maternales.
La continencia absoluta, la supresión de toda práctica sexual, empezó a ser considerada como
una medida necesaria para alcanzar la máxima perfección. Para lograr este fin, era bueno
cualquier medio. Orígenes, una de las mentes más preclaras de aquellos primeros tiempos, llegó
a adoptar la medida máxima, con una acción que incluso objetivamente estaba penada por el
quinto mandamiento del Decálogo: queriendo dar al mundo un ejemplo de valentía y de
renuncia a la carne, resolvió castrarse.
La decadencia del Imperio, el ambiente de inestabilidad social y política, sirvió de buen campo
de cultivo para los que predicaban la terminación del mundo. El Ángel Exterminador estaba
próximo a hacer sonar su trompeta y era necesario que los hombres estuvieran libres de
ataduras.
Tertuliano llegó a rechazar a sus hijos y a aconsejar a su mujer que permaneciese viuda una
vez muerto él. Lo cierto es que, como han demostrado recientemente algunos estudios
históricos, la población descendió alarmantemente. Sin embargo, lo que tiene más importancia
es que esa actitud contra las relaciones sexuales habría de marcar una influencia determinante
en los siglos siguientes.
En medio de este clima pudo prosperar, lenta pero poderosamente, la idea del celibato en los
sacerdotes. Si se aconsejaba la virginidad y se enaltecía la soltería, en desprestigio de la
institución matrimonial, los primeros en dar el ejemplo debían ser los sacerdotes. Ya en las
reuniones de obispos, durante los primeros siglos del cristianismo, se reclamó que los
sacerdotes casados se separaran de su esposa o que, por lo menos, renunciaran a tener trato
sexual con ella.

El papa León IX estableció la obligación de la castidad para los sacerdotes, frailes y religiosos
de todas las órdenes, y les conminó a aceptarla so pena de ser considerados herejes.
En la década de ´60 después de un largo periodo de silencio sobre esta disposición, se ha
discutido públicamente sobre la procedencia o no del celibato. Y el día 23 de junio de 1967 se
hizo pública una encíclica de Su Santidad el papa Paulo VI que mantiene el principio de la
necesidad del celibato en el sacerdote católico.
Esta encíclica, titulada Sacerdotalis Celibatus, recomienda a los sacerdotes una castidad vivida
no por desprecio del don de la vida, sino por un amor superior a una nueva vida que brota de la
fe en Cristo, vivida con valiente austeridad, con gozosa espiritualidad, con ejemplar integridad y
en consecuencia con relativa facilidad.
Dice Paulo VI que la elección del celibato, presidida por la gracia divina, no es contraria a la
naturaleza. Se trata de la elección de una relación personal, íntima y completa con el misterio
de Cristo en beneficio de toda la humanidad.

Fuente: López Ibor, Juan José, EL LIBRO DE LA VIDA SEXUAL, EDICIONES DANAE, 1968.
Apartado extraído de: https://historiaybiografias.com/sexualidad4/

Aparece una actitud más comprensiva hacia María Magdalena. También aparece muy riguroso,
con la novedad de que se podía pecar con los pensamientos, no-solo con los actos. También
aparece la idea de la posibilidad de una vida más allá de lo terrenal y la posibilidad de redención.

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