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1.- Definitivamente, las letras "ch" y "ll", quedan fuera del alfabeto en
español. Serán dígrafos, tal como la "rr". Este cambio consiste en
reducir el alfabeto, debido a que estas letras son combinaciones de otras
que ya están incluidas en el abecedario.
Estas combinaciones vocálicas pueden articularse como hiatos (es decir, pronunciando cada
una de las vocales en sílabas distintas) o como diptongos (es decir, pronunciando ambas
vocales dentro de la misma sílaba). Ejemplos: des - via - do (diptongo) o des - vi - a - do
(hiato), je - sui - ta (diptongo) o je - su - i - ta (hiato). Sin embargo, sea cual sea su
articulación, se considerarán siempre diptongos a efectos ortográficos.
En la nueva ortografía se establece que todas las formas verbales con pronombres enclíticos
se acentúen de acuerdo con las normas generales de acentuación. Ejemplos: cayose, pidiole,
estate, deme (palabras llanas terminadas en vocal); mírame, dámelo, habiéndosenos
(palabras esdrújulas y sobresdrújulas).
La Academia Española, en junta del 29 de mayo de 1952, acordó por unanimidad una serie
de innovaciones ortográficas y prosódicas, que han entrado en vigor el 19 de septiembre del
mismo año. Como la ortografía de nuestra lengua ha llegado a la unidad en todos los países
de habla española y hay cierto acuerdo tácito, por razones precisamente de unidad, de
atenerse a las normas académicas, conviene analizar las que acaba de introducir la
Academia.
I. Simplificación ortográfica
1. s por ps. Se puede escribir sicología, sicológico, siquiatra, sicosis, etc., o bien
psicología, psicológico, psiquiatra, psicosis, etc., a gusto del que escriba. El sonido ps es
extraño al fonetismo castellano, y ya la Academia había autorizado seudo junto a pseudo, y
estaba impuesto salmos frente al tradicional psalmos. La nueva norma es liberal y permite
escribir una serie de palabras como se pronuncian.
3. n por gn, inicial. La Academia autoriza nomo junto a gnomo, etc. Ya antes había
admitido neis junto a gneis. El castellano no puede pronunciar gn, en la misma sílaba, y
probablemente ha de prevalecer la innovación, que afecta a poquísimos casos. Ya antes de
la autorización académica, un humanista colombiano, el P. Félix Restrepo, escribía
sistemáticamente nómico (poetas nómicos), y también nemotecnia, etc. De la norma
académica surge que se podrá escribir nóstico junto a gnóstico, pero siempre agnóstico, sin
opción, porque en este caso gn, ya no es inicial y no ofrece dificultades de pronunciación.
4. e por ee. La Academia autoriza remplazo, remplazar, rembolso, rembolsar. Sólo dos
sustantivos, con sus verbos correspondientes. La ee se mantiene en los otros compuestos en
re-: reedificar, reeditar, reeducar, reelegir, reembarcar, reencarnar, reencuadernar,
reenganchar, reengendrar, reensayar, reenviar, reexaminar, reexpedir, reexportar, y los
sustantivos y derivados correspondientes.
De todos modos, cada uno puede escribirlo como le parezca, pero se ha dado un paso para
una futura reducción de la ee en las otras voces.
1. Suprime el acento de fue, fui, dio, vio. Triunfa así el criterio de Rufino José Cuervo, que
estaba impuesto en Colombia. Eran los únicos monosílabos que conservaban su acento sin
necesidad, y aunque podían justificarse por la acentuación general de los pretéritos
regulares (comió, cantó, vivió, etc.), era en rigor una excepción innecesaria. La Academia
limita el acento de los monosílabos únicamente a los casos en que hay que distinguir una
forma acentuada de otra átona: mí-mi, tú-tu, té-te, sé-se, dé-de, sí-si, él-el, más-mas, y
además qué-que, quién-quien, cuál-cual, porque el pronombre interrogativo o exclamativo
lleva siempre acento. Contra una idea que encontramos frecuentemente repetida, la
Academia no hace distinción ninguna entre di de decir o de dar, ni entre ve de ir o de ver,
porque ambas formas tienen acentuación prosódica. Hay que observar que conservarán su
acento rió, lió, guió, lié, guié, huí, guión, Sión, etc., que son bisílabos en buena
pronunciación castellana. Y ahí, de paso, la tilde sirve para indicar el hiato.
2. Suprime el acento de los infinitivos en -air, -eir, -oir. Es decir, embair, reir, sonreir, oir,
desoir, desleir, etc., se escribirán en adelante sin tilde. El criterio anterior era ponerla para
indicar el hiato (lo que la gramática tradicional llamaba cómicamente «disolver el
diptongo», como si lo congénito fuera el diptongo y el acento ortográfico debiera actuar
como disolvente). Hoy lo considera la Academia innecesario, pues todos los infinitivos en -
ir llevan el acento necesariamente en la i [2]. Pero con ello establece una excepción a la
regla general de poner tilde en la vocal acentuada del hiato (país, raíz, etc.), que hasta ahora
tenía validez absoluta.
4. Suprime el acento en Feijoo, Campoo, etc. A Casares le parecía innecesario el acento «si
esas voces se han de pronunciar como llanas trisílabas». Pero ¿se pronuncian efectivamente
así? Nos parece que las dos oes finales se convierten en una sola, algo más larga, y que en
rigor esos nombres son agudos bisílabos. El hecho de que el autor del Teatro crítico
universal firmara –como parece– Feijoó no es decisivo, sin duda, pero quizá sí lo sea el que
alumnos sin experiencia y extranjeros que lo ven sin acento lo acentúan habitualmente en la
e. Y del mismo modo quizá debió haberse prescrito el acento en apellidos como Canals,
Llorens, Torrens, etc., que según nuestra experiencia se pronuncian erradamente como
nombres llanos. ¿Por qué si terminan en s –aunque esté agrupada– no se van a considerar
agudos terminados en s? Ello parece aún más inconsecuente cuanto que muchas veces
terminan en ns. Son apellidos de origen catalán o valenciano, pero incorporados a la vida
del castellano. Ya que la acentuación de los agudos terminados en n o s es una excepción
(los otros agudos terminados en consonante no se acentúan), resulta que el no hacerlo con
Llorens, Orleans, etc., es una excepción a una excepción.
5. Suprime el acento que prescribía hasta ahora en los nombres extranjeros. Es decir,
Wagner o Washington, que antes debían escribirse con acento, hoy no lo llevan, pues se
respeta la ortografía de la lengua original. Siempre nos había repugnado ese acento, porque
deformaba la fisonomía original del nombre. ¿Cómo podía compaginarse además con el del
original en casos como Fénélon o Valéry? ¿Cómo se iba a marcar el acento agudo de
Rousseau o Boileau? Si los nombres extranjeros –Shakespeare, por ejemplo– se pronuncian
en el castellano moderno con todo respeto por la pronunciación de la lengua original,
¿cómo se iba a justificar esa torpe y minúscula intromisión del acento ortográfico? Julio
Casares ha defendido el buen criterio, y la Academia ha procedido acertadamente al
adoptarlo.
6. Suprime el acento ortográfico en Tuy, Espeluy, etc., que era injustificable. Su regla
actual es que no llevarán acento ortográfico los agudos terminados en -y: virrey, convoy,
cocuy, cargabuey, etc. Nos parece perfecto, pero ¿qué es cargabuey, que no figura en el
Diccionario de la misma Academia?
Sin embargo, no nos parece del todo convincente la innovación académica, defendida, con
mucho énfasis, por Don Julio Casares. A pesar de la opinión de Amado Alonso y Pedro
Henríquez Ureña, en los numerales compuestos como vigésimoquinto, décimoséptimo, etc.,
oímos frecuentemente el doble acento; no son compuestos tan generalizados, tan populares,
como para que hayan actuado, como en rioplatense o asimismo, el debilitamiento acentual
del primer elemento y la pérdida o desvanecimiento de su valor significativo. Son por el
contrario formas eruditas, de uso ocasional, en que se mantiene muy despierta la conciencia
de los elementos integrantes: lo prueba el hecho de que hasta ayer la Academia escribía
décimotercia, décimatercia o décima tercia.
De todos modos, nos parece muy discutible el criterio de Don Julio Casares, al que se
pliega ahora la Academia: «Postulamos que no existe verdadero compuesto si el primer
elemento ha de conservar íntegra la intensidad de su acento prosódico, y proponemos esta
disyuntiva: o se pronuncia decimoséptimo con el acento en sép o la yuxtaposición de esos
ordinales no tiene la categoría de compuesto y no deben escribirse, por tanto, formando una
sola palabra» (§ 18). Si aplicara esa tremenda disyuntiva a los adverbios en -mente
(rápidamente, ágilmente, etc.), debiera quitarles el primer acento o escribirlos en dos
palabras, cosa que no hace, gracias a Dios. Además, el debilitamiento del acento se produce
no sólo en los compuestos perfectos, sino aun en muchos que se escriben separados –María
Teresa, García Gómez, Río Orinoco, Tío Tigre, Bartolomé Mitre, etc.– y sería exceso de
fonetismo el que la escritura corriente tuviese que tomarlo en cuenta. Pero no sólo en los
compuestos «imperfectos» puede haber doble acentuación prosódica. Uno perfectísimo
como ¡vámonos! se pronuncia muchas veces con dos acentos (vámonós), y aun en palabras
simples puede el énfasis poner doble acentuación: ¡Póbrecito!, etc. La ortografía no puede
rivalizar en este aspecto con la transcripción fonética. Nos inclinamos a creer que a la
Academia le repugnaba la doble acentuación ortográfica de algunas palabras
(décimoséptimo, céfalotárax, etc.), y ha decidido cortar por lo sano.
8. En cambio, prescribe acento obligatorio en vahído, búho, tahúr, ahíto, rehúso, etc. –
porque la h muda no tiene por función indicar el hiato–, frente a desahucio, en que la
Academia admite la pronunciación con diptongo. La necesidad de autorizar esta
pronunciación moderna frente a la etimológica y clásica desahúcio la lleva a introducir una
gran cantidad de acentos ortográficos nuevos, en una serie de formas de los verbos prohibir
(prohíbo, prohíbes, prohíbe, prohíba, etc.), rehusar, cohibir, ahijar, ahilar, ahincar, ahitar,
ahuchar, ahumar, desahumar, ahusar, sahumar, etc., y en algunos de sus derivados
sustantivos y adjetivos. ¿Era realmente necesario?
La h servía a veces en castellano, entre otros fines, para indicar el hiato en sílaba acentuada
(no en la inacentuada), y había ya en ese sentido un hábito visual. El único problema lo
ofrecía la pronunciación desahucio. Podía prescribir este acento excepcional, pero hubiera
sido una anomalía dentro de sus reglas. Prefirió introducir los acentos nuevos, y quitarle
enteramente a la h su función ocasional de signo del hiato. Pero tenía otra solución:
suprimir las haches (o al menos la de desahucio). Lo curioso es que algunas de ellas no son
etimológicas y sólo se habían puesto ahí para indicar el hiato: vahído procede de vaguido;
búho de bubo, etc. Y además ¿no la ha suprimido la Academia en el caso de traer, del latín
trahere? ¿Y no tenía en su apoyo aprender de aprehender, y comprender de
comprehender? Y aun una serie de casos que hemos señalado en otra ocasión [3]: ora
(conj.), armonía, arriero, aloque, invierno, ardido, arpa, acera, arpía, desollar, overo,
España, Elena, Enrique, etc., todos los cuales tienen h etimológica. Pero la Academia no se
ha atrevido en esta ocasión a entrar en los problemas de la h, que la hubieran llevado sin
duda muy lejos.
9. Prescribe el acento en aún cuando equivale a todavía («No ha venido aún». «Aún no ha
venido»), pero no en los usos conjuntivos, en que se pronuncia como monosílabo: «Aun los
sordos han de oirme». «No hizo nada por él, ni aun lo intentó». Se pliega así al criterio que
habían defendido Amado Alonso y Henríquez Ureña, y renuncia a su vieja distinción,
según precediera o siguiera al verbo, que Casares había adoptado con variantes (acentuar
cuando seguía al verbo o cuando se pusiera énfasis en la palabra). Y de modo análogo
prescribe ahora como obligatorio el acento del adverbio sólo: la Gramática lo recomendaba
«por costumbre» pero ahora la costumbre se ha vuelto ley. Es la consagración del uso,
árbitro y señor de la lengua, según Horacio. Pero la misma distinción, por razones más
poderosas aún, debiera entonces hacerse entre para, preposición, y para, del verbo parar;
entre, preposición, y entre, de entrar; como, conjunción, y como, de comer, etc. Y a este
respecto nada dice la Academia. Es decir, no autoriza la distinción. En rigor, el mejor
criterio es siempre el de la economía de tildes.
10. El acento de los pronombres sustantivos éste, ése, aquél, lo extiende, con carácter
optativo, a demostrativos como otro, algunos, pocos, muchos, etc., cuando haya que evitar
ambigüedad. Casares justifica este nuevo acento con una frase ad hoc: «Todos los
amotinados traían algo con que atacar: algúnos fusiles, pócos picos y múchos palos». En
ese caso la ambigüedad podría resolverse con la puntuación. Más importante es un ejemplo
real, que recoge de la Tragedia Josephina de Micael de Carvajal:
En conjunto, en esta materia suprime una serie de acentos y simplifica un poco la compleja
casuística acentual del castellano. Sólo ha agregado, en rigor, los acentos de búho, vahído,
etc., que nos parecen discutibles.
Sin embargo, nos parece que en este sentido ninguna ilusión puede parecer absurda, y
menos a la Academia. Hispanoamérica ha restablecido esos hiatos con todo éxito, sobre
todo en la lengua culta. «Hablar actualmente de una novela policíaca –dice Casares–
movería a risa». Entre nosotros no. La tendencia a la diptongación de esos casos data del
latín vulgar, y sin embargo en veinte siglos el hiato mantiene plena vida. Tendencias
hispánicas más universales que ésa (la pérdida de la d final, por ejemplo) no han tenido
consagración ortográfica. Probablemente Hispanoamérica recibirá con desagrado esta
innovación, ya que ella se había colocado en primera fila en la defensa de la pronunciación
etimológica, a la que España renuncia ahora tan despreocupadamente. Además, con la
innovación se crea inseguridad: ¿habrá que decir Ilíada o Iliada, Príamo o Priamo, océano
u oceano, miríada o miriada, Hesíodo o Hesiodo, etc.? Están exactamente en el mismo
caso de periodo o alveolo. La Academia debe aclararlo.
Todo nos parece bien, menos disenteria y antinomía. Aunque subsiste alguna vacilación,
nos parece impuesto disentería. Más uso tiene hemiplejia, en Venezuela, la Argentina, etc.,
y no lo vemos autorizado. El lenguaje médico, por su carácter técnico y erudito, prefiere
acomodarse a una norma única, de validez general. En cambio, no hemos oído nunca
antinomía, ni sabemos que se diga en ninguna parte (nos parece impuesto antinomia).
Casares lo defiende para mantener la analogía con autonomía, astronomía, economía, etc.
Pero entonces debía autorizar demagogía (por pedagogía) o melódia (por prosodia,
parodia, etc.), lo cual rechaza explícitamente. La lengua tendrá siempre, para desesperación
de gramáticos analogistas, una buena dosis de anomalías.
4. Otros casos acentuales. La Academia autoriza reúma (Casares dice que es la acentuación
que predomina en Castilla, aun entre la gente culta), junto a reuma; saxofón junto a
saxófono, y prescribe fútbol (rechaza ahora su anterior grafía futbol, que era antietimológica
y no se apoyaba tampoco en el uso). Ya aceptaba otras alternancias, algunas más raras que
éstas: áloe-aloe, cercén-cercen, dominó-dómino, elixir-elixir, grátil-gratil, maná-mana,
balaustre-balaústre, con preferencia siempre por la primera.
También nos hubiera parecido acertado que la Academia autorizara frijoles, mucho más
usado que fríjoles, y además perfectamente legítimo. Y en el caso de un indigenismo
venezolano, ¿cómo ha podido la Academia aceptar la acentuación caráota, con acento en la
a, que se debe a una diptongación tan vulgar como la de máiz o la de áhora (que también se
pronuncia áura, así como se oye igualmente caráuta)? La gente culta de todo el país
pronuncia caraota con acento en la o, que es lo etimológico (los testimonios más antiguos
son icoraotas en Fernández de Oviedo y carahotas en una relación de 1579) y lo general,
aun en el habla popular de Caracas y el centro del país.
La Academia prescribe que enhorabuena se escriba en una sola palabra cuando signifique
felicitación (uso sustantivo). En los otros casos prefiere que se escriba en tres: «Que venga
en hora buena» (con bien, con felicidad), «Que sea muy en hora buena» (aprobación,
aquiescencia, conformidad). En hora mala siempre lo prefiere separado. Se pliega así al
criterio de Tomás Navarro, defendido por Casares.
No podían ser más escasas las innovaciones en esta materia. La Academia concede cierta
libertad de unión o separación en algunos casos: adonde-a donde, adentro-a dentro,
enfrente-en frente, alrededor-al rededor (prefiere la unión), en seguida-enseguida, como
quiera que-comoquiera que (prefiere la separación), pero mantiene sin alternativa sin
embargo. Y escribe en una palabra dondequiera (como doquiera y doquier), pero en dos
los indefinidos como quiera, cuando quiera o cuanto quiera, «porque así lo ha establecido
el uso».
1. Suprime la diéresis que era obligatoria en voces como puar, dueto, etc., que en realidad
casi nadie usaba y que la misma Academia aplicaba sin regularidad. Limita el signo a la ü
de güe, güi (pingüe, pingüino, etc.). Claro que permite su uso discrecional en verso, o
cuando interese por cualquier circunstancia indicar con él una pronunciación determinada.
Ya hemos visto que suprime además el acento en casos como jesuita, casuista, huido,
destruimos, huisteis, etcétera, que servía hasta ahora para indicar el hiato. Matices sutiles de
pronunciación, como el hiato o cuasi-hiato de cliente, riente, destruido, etcétera, no
encuentran ahora expresión en la escritura castellana. Es decir, un importante rasgo
prosódico queda librado al buen criterio del hablante o lector, sin que se le guíe para nada.
El Diccionario puede, en cada palabra, indicar la mejor pronunciación –opina Casares–,
pero imponer para ello un sistema complejo de acentos y diéresis haría complicada nuestra
escritura, y, lo que es peor, metería al lenguaje en una camisa de fuerza que le quitaría
espontaneidad. El hombre culto, según las circunstancias, según esté en trance solemne o
familiar, según hable cuidadosa o apresuradamente, vacilará a cada paso entre el hiato y el
diptongo, o entre matices intermedios. La escritura tiene sus limitaciones y hay que
resignarse a ellas.
2. Recomienda el uso del guión, sin carácter preceptivo, para compuestos circunstanciales
como hispano-belga, anglo-soviético, cántabro-astur, etcétera, pero la fusión de los
elementos en una sola palabra en casos como hispanoamericano, en que los dos términos se
aplican a una entidad en que se han fundido lo hispano y lo americano. La recomendación
es indudablemente acertada. La composición de palabras constituye una de las libertades de
la expresión castellana; pero la Academia distingue entre la unión accidental –con guión– y
la composición permanente, con amalgama de elementos.
3. No está clara su norma 21ª: «Se incluirá en la Gramática una lista de los verbos
consonánticos, que, por tener encuentro de vocales dentro del tema, dan motivo a
vacilación, y se indicará en cada caso cuál es la acentuación correcta: reunir, reuno o
reúno; embaular, embaulo o embaúlo». Remite al § 37 del Informe de Casares. Este párrafo
nos dice que se suele llamar verbos «consonánticos» a los que no ofrecen encuentro de
vocales inmediatamente antes de la desinencia. Según eso, amar, cantar, etc., serían verbos
consonánticos. En cambio, se refiere a los verbos que presentan convergencia de vocales
(diptongo o hiato) en el tema, como en los dos ejemplos mencionados. Tal como está
redactada, la norma puede inducir a error. Es indudable que la Academia tiene que
prescribir reúno y embaúlo (a pesar de que éste presenta alguna vacilación). Pero ¿por qué
no enuncia de una vez el principio general? Que nos parece más o menos el siguiente: En
los verbos que presentan convergencia de vocales en el tema se ha de mantener el acento
etimológico cuando recaiga sobre una de las vocales: reúno, de re + úno; embaúlo, de baúl;
aíslo, de a + isla; pero reino, me afeito, me deleito, etc., como los sustantivos reino, afeite,
deleite, etc. (en rigor el diptongo es antiguo y la gramática normativa no tiene por qué
explicar el origen, que a veces es discutible). Otros verbos, como europeizar, se conjugan
europeízo, etc., con acento en la i como los otros verbos en -izar (bautizo, etc.). Fuera de
los casos de regularidad, la Academia puede autorizar, si le parece, ciertas anomalías:
embauco (de embabuco, formado sobre baba), desahucio (de desahucio), etc., en que se ha
perdido el sentimiento etimológico y parece haberse impuesto la diptongación. Pero en este
terreno no nos adelantemos. La Academia sólo promete dar una lista futura, y hay que
esperar.
A eso se reducen las nuevas normas de la Academia. Están inspiradas en un criterio liberal.
Algunas podrán discutirse, pero ante todas hay que inclinarse con respeto. Casi nunca ha
querido imponer un camino. Casi siempre ha dejado libertad para los dos criterios
contrapuestos, a fin de que no sea ella, sino el uso de los doctos, el que a la larga decida la
norma triunfante. Vuelve así a su más honrosa tradición.
Claro que la Academia parece infiel a su lema: «Limpia, fija y da esplendor». En una serie
de hechos ortográficos y prosódicos ha renunciado a fijar la norma y ha proclamado la
libertad. Quizá se pueda acuñar en su apoyo un principio nuevo: «A la fijeza, por el camino
de la libertad». Es la lengua literaria la que ha de fijar, y la Academia consagrará entonces
esa fijeza. Su función la explicaba en 1726, en uno de los Prólogos del Diccionario de
Autoridades: «La Academia no es maestra, sino juez». Como tal, debe siempre estar atenta
a los rumbos de la lengua.
Hay que reconocer que la Academia Española, en sus dos siglos de vida, ha realizado una
labor extraordinaria. Por eso, el mundo hispánico está atento a sus preceptos, y el
hispanoamericano aún más que el español, a pesar de su fuerte espíritu de independencia.
Discute casi siempre sus preceptos, pero en materia ortográfica termina por acatarlos.
Porque por encima de cualquier discordancia de criterio, prevalece un sentimiento, que ya
había enunciado Bello en momentos de rebeldía hispanoamericana: mantener la unidad de
nuestra lengua «como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad
entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes».
Las innovaciones académicas prueban que sigue viva el ansia de reforma ortográfica, que
es ideal hispánico desde Quintiliano hasta nuestros días y que tuvo un momento culminante
en el impulso reformista de Bello y de Sarmiento. Los clamores de reforma, muy vivos en
América, conmueven a veces las sesiones de la misma Academia, y han sido insistentes en
el Congreso de Academias de la Lengua celebrado recientemente en Méjico. Las
innovaciones últimas tienden a satisfacer ese anhelo permanente. Cada innovación abre el
camino para nuevas reformas. La sencillez ortográfica es un ideal hispánico.
2. Por la misma razón se hace innecesario el acento de huir, destruir, etc., que defendía
Cuervo.
3. Véase Andrés Bello, Estudios Gramaticales (Obras completas, vol. V), Caracas, 1951,
págs. CXXXIII - CXXXIV.