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De igual forma, la exhortación apostólica postinodal sobre los fieles laicos, en el numeral 23 se
contempla: “Dios es el primer y gran educador de su pueblo… La obra educadora de Dios se revela
y cumple en Jesús, el Maestro, y toca desde dentro del corazón de cada hombre gracias a la
presencia dinámica del Espíritu. La iglesia madre está llamada a tomar parte en la acción
educadora divina, bien en sí misma, bien en sus distintas articulaciones y manifestaciones y dentro
de ella tienen un importante lugar las universidades católicas”.
En el mismo numeral de este decreto sobre el apostolado de los laicos se indica: “En realidad,
ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para
la función y desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de
forma que su laboriosidad en este aspecto sea claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación
de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los
negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano,
ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento”.
Entre tanto, en el numeral 3 de ese Decreto se anota: “se impone a todos los fieles cristianos la
noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado
por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra… Para ejercer ese apostolado, el Espíritu
Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los sacramentos,
concede también dones peculiares a los fieles (cf. 1 Co 12, 7) ‘distribuyéndolos a cada uno según
quiere’(1 Co 12,11), para que ‘cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los
otros’, sean también ellos ‘administradores de la multiforme gracia de Dios’(1 P 4, 10, para
edificación de todo el cuerpo en la caridad (cf. Ef 4, 16) ”.
A renglón seguido, de este mismo numeral del Decreto sobre el apostolado de los laicos, se
plantea: “De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los
creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la
Iglesia, ya en la Iglesia misma, ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que ‘sopla donde
quiere’(Jn 3,8) y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus
pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto
para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo prueben y retengan lo que es bueno (cf. 1
Ts 5, 12; 19, 21)”.
En cuanto a los fines que hay que lograr, en los numerales 5 y 6 del susodicho Decreto, nos los
enseña de la siguiente manera: “la misión de la Iglesia no es solo anunciar el mensaje de Cristo y su
gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el
espíritu evangélico. Por consiguiente, los laicos, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado
tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal… El laico,
que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comprometerse siempre en ambos órdenes con una
conciencia cristiana… La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que
conseguir con la fe en Cristo y con su gracia.
“… el apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de
Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a comunicar su gracia… A
los laicos se les presenta innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la
evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y de las obras buenas,
realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia
Dios… Pero este apostolado no consiste solo en el testimonio de vida: el verdadero apóstol busca
las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a
los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: ‘la caridad de
Cristo nos urge’ (2 Co 5, 14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol:
‘¡Ay de mí si no evangelizara’! (1 Co 9, 16).
“… este sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno según sus dotes de su
ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la
Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los
problemas actuales”. (Cursiva, negrilla y subrayado fuera de texto).
Acatando los principios consignados en el capítulo 6 del Decreto, sobre el apostolado de los laicos,
destacamos:
“El apostolado solamente puede conseguir plena eficacia con una formación multiforme y
completa… Además de la formación común a todos los cristianos no pocas formas de apostolado,
por la variedad de personas y ambientes, requieren una formación específica y peculiar.
Como los laicos participan, a su modo, de la misión de la Iglesia, su formación apostólica recibe
una característica especial para su misma índole secular y propia del laicado y por el carácter
espiritual de su vida.
La formación para el apostolado supone una cierta formación humana, integra, acomodada al
ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el mundo
contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su
condición.
Además de la formación espiritual, se requiere una sólida instrucción doctrinal, incluso teológica,
ético-social, filosófica, según la diversidad de edad, de condición y de ingenio. No se olvide
tampoco la importancia de la cultura general, juntamente con la formación práctica y técnica.
Para cultivar las relaciones humanas es necesario que se acrecienten los valores verdaderamente
humanos, sobre todo, el arte de la convivencia fraterna, de la cooperación y del dialogo.
Pero ya que la formación para el apostolado no puede consistir en la mera instrucción teórica,
aprendan poco a poco y con prudencia desde el principio de su formación, a verlo, juzgarlo y a
hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismo por la acción con los otros y a
entrar así en el servicio laborioso de la Iglesia. Esta formación, que hay que ir complementando
constantemente, pide cada día un conocimiento más profundo y una acción más oportuna a causa
de la madurez creciente de la persona humana y por la evolución de los problemas. En la
satisfacción de todas las exigencias de la formación hay que tener siempre presente la unidad y la
integridad humana, de forma que quede a salvo y se acreciente su armonía y su equilibrio . (Cursiva,
negrilla y subrayado fuera de texto).
De esta forma el seglar se inserta profunda y cuidadosamente en la realidad del mismo orden
temporal y recibe eficazmente su parte en el desempeño de sus tareas, y al propio tiempo, como
miembro vivo y testigo de la Iglesia, la hace presente y actuante en el seno de las cosas
temporales. (Cursiva, negrilla y subrayado fuera de texto).
La formación para el apostolado debe empezar desde la primera educación de los niños. Pero los
adolescentes y los jóvenes han de iniciarse de una forma peculiar en el apostolado e imbuirse de
este espíritu. Esta formación hay que ir completándola durante toda la vida, según lo exijan las
nuevas empresas. Es claro, que a quienes pertenece la educación cristiana están obligados a dar
formación para el apostolado. (Cursiva, negrilla y subrayado fuera de texto).
En la familia es obligación de los padres disponer a sus hijos desde la niñez para el conocimiento
del amor de Dios hacia todos los hombres, enseñándoles gradualmente, sobre todo con el ejemplo,
la preocupación por las necesidades del prójimo, tanto del orden material como espiritual.
Es necesario, además, educar a los niños para que, rebasando los límites de la familia, abran su
alma a las comunidades, tanto eclesiásticas como temporales. Sean recibidos en la comunidad
local de la parroquia, de suerte que adquieran en ella conciencia de que son miembros activos del
Pueblo de Dios.
Esta formación hay que ordenarla de manera que se tenga en cuenta todo el apostolado seglar,
que ha de desarrollarse no solo dentro de los mismos grupos de las asociaciones, sino en todas las
circunstancias y por toda la vida, sobre todo profesional y social. (Cursiva, negrilla y subrayado
fuera de texto).
a) Con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los hombres, los laicos han de
formarse especialmente para entablar diálogo con los otros, creyentes o no creyentes,
para manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo. (Cursiva, negrilla y subrayado
fuera de texto).
b) En cuanto a la instrucción cristiana del orden temporal, instrúyanse los laicos acerca del
verdadero sentido y valor de los bienes materiales, tanto en sí mismos como en cuanto se
refiere a todos los fines de la persona humana; ejercítense en el uso conveniente de los
bienes y en la organización de las instituciones, atendiendo siempre al bien común, según
los principios de la doctrina moral y social de la Iglesia. Aprendan los laicos, sobre todo,
los principios y conclusiones de la doctrina social, de la forma que sean capaces de
ayudar, por su parte, en el progreso de la doctrina y de aplicarla rectamente en cada
caso particular. (Cursiva, negrilla y subrayado fuera de texto).
De otra parte, en cuanto a los medios de formación, el Decreto sobre el apostolado de los laicos,
en el numeral 32 señala: “Los laicos que se entregan al apostolado tienen muchos medios, tales
como congresos, reuniones, ejercicios espirituales, asambleas numerosas, conferencias, libros,
comentarios, para lograr un conocimiento más profundo de la Sagrada Escritura y de la doctrina
católica, para nutrir su vida espiritual, para conocer las condiciones del mundo y encontrar y
cultivar medios convenientes. Estos medios de formación tienen en cuenta el carácter de las
diversas formas de apostolado en los ambientes en que se desarrolla.
Con este fin se han erigido también centros e institutos superiores, que han dado ya frutos
excelentes. Además, se hace un llamado al establecimiento de “centros de documentación y de
estudios, no solo teológicos, sino también antropológicos, psicológicos, sociológicos y
metodológicos, para fomentar más y mejor las facultades intelectuales de los laicos, hombres y
mujeres, jóvenes y adultos, para todos los campos del apostolado”. (Cursiva, negrilla y subrayado
fuera de texto).
Finalmente, el Decreto sobre el apostolado de los laicos, culmina en el numeral 33 con la siguiente
exhortación: “el sagrado Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos, que
respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo… Pues el mismo Señor
invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este santo Concilio, a que se una cada vez más
estrechamente, y sintiendo sus cosas propias (cf. Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora. De
nuevo los envía a toda ciudad y lugar adonde Él ha de ir (cf. Lc 10, 1), para que con las diversas
formas y modos del único apostolado de la Iglesia ellos se ofrezcan como cooperadores aptos
siempre para las nuevas necesidades de los tiempos, abundando siempre en la obra de Dios,
teniendo presente que su trabajo no es vano delante del Señor (cf. 1 Co 15, 58)”.
Un primer punto que amerita ser resuelto es el procurar unificar, organizar y articular los procesos
formativos a nivel laical, alrededor del Centro Arquidiocesano de Formación para Laicos; de suerte
que se pueda superar la dispersión, atomización, duplicidad de esfuerzos y ante todo para que los
procesos formativos que se impartan puedan lograr una plena eficacia y efectividad donde la
misma se adelanta y los fieles laicos que la reciban puedan cumplir cabalmente el cometido que se
les encomiende.
Es bueno señalar que el Centro Arquidiocesno de Formación para Laicos, en ningún momento
pretende acabar, sustituir o imponer un modelo exclusivo de formación para los laicos en esta
sección del país, o en la región ni mucho menos a nivel nacional. Más bien, procura contribuir con
el diseño y puesta en marcha de un proceso unificador, aglutinador, dinámico, multiforme,
completo y práctico, alrededor del cual y con conocimiento y aportes de las otras experiencias
formativas dirigidas a los laicos de la región, podamos estructurar un cuidadoso, sólido, completo y
conveniente programa de formación para el desarrollo del apostolado de nuestros fieles laicos.
Se procura ir estructurando o construyendo una ruta formativa pertinente y al alcance de todos los
laicos de la región, tanto por la vía presencial como la virtual, a través de la estructuración de
módulos de estudios, que no pueden ser vistos como mera instrucción teórica, pues su validez está
en la vivencia de su puesta en práctica a través del testimonio de vida, contribuyendo con el
progreso de la doctrina y su aplicación rectamente.
Desde el momento que se ingresa al Centro de Formación para Laicos, sus alumnos deben tener un
completo conocimiento acerca del papel que le compete a este organismo, en términos de su
misión, visión, objetivos, finalidad, modelo o propuesta metodológica, pedagógica y didáctica.
Igualmente, el proceso formativo será adelantado de manera gradual, en correspondencia a las
edades y campos como los laicos ejercen su apostolado múltiple, tanto en la Iglesia como en el
mundo. De tal forma que se puedan establecer programas formativos diversos y acordes a los
grupos poblacionales específicos para ser atendidos, buscando en cierta medida que los mismos
guarden cierto nivel de afinidad u homogeneidad, sean éstos niños, jóvenes o adultos, pero todos
ellos guiados por la luz metodológica y pedagógica de la enseñanza de Jesucristo.
Otro aspecto central dentro del proceso formativo del Centro Arquidiocesano de Formación para
Laicos, está representado en que la Palabra de Dios (La Biblia) es el corazón de toda la actividad
eclesial, “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” (san Jeronimo). De acuerdo a la enseñanza del
Concilio Vaticano II y citando al Cardenal Carlo María Martini 1:
Todo esto, con el fin de conocer a Jesucristo, porque no se lo puede conocer por fuera de las
Escrituras, y conocerlo de manera óptima.
Citando nuevamente al Cardenal Martini 2, señala: “Así, pues, con la lectura y el estudio de los
Libros Sagrados ‘la palabra de Dios se difunda y resplandezca’ (2 Ts 3, 1) y el tesoro de la
Revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la
Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar
un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la Palabra de Dios que
‘permanece para siempre’ (Is 40, 8; cf. 1 P 1,23-25) (DV 26)”.
Así mismo, el camino de encuentro con Jesucristo mediante la Escritura exige, como enseña
Benedicto XVI, “el conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios” 3. En otro aparte de su
texto Silva Retamales4 señala: “En la acción evangelizadora de una Iglesia concebida según la
eclesiología del concilio Vaticano II, que hace cada vez más orgánica su propuesta pastoral, la Biblia
es fuente de evangelización en cuanto mediación insustituible de encuentro con Jesucristo vivo..,
además de ser ‘el alma de la teología’, la Palabra de Dios está llamada a convertirse en el alma de la
misión evangelizadora de la Iglesia”.
1
Martini, C. M. Enamorarse de Dios y de su Palabra (2013).
2
Idem.
3
Silva Retamales, Santiago. La animación bíblica de la pastoral su identidad y misión (2010).
4
Idem.
“Desde esta perspectiva de la evangelización, la finalidad de la Sagrada Escritura es la animación
bíblica de la pastoral del pueblo de Dios, es decir, que la Palabra de Dios consignada en la Escritura
suscite, forme y acompañe la vocación y misión del discípulo de Cristo y dé contenido a las
acciones organizadas de la Iglesia en su misión de ir y hacer ‘discípulos a todos los pueblos’ (Mt 28,
19). Por tanto, ya no se trata de la Biblia como preocupación exclusiva de algunos de la Iglesia
(grupos o círculos bíblicos), sino de la Palabra inspirada como fuente teológica y espiritual de
seguimiento del Señor (vocación), de santidad cristiana (formación) y de proclamación de la buena
nueva de Jesucristo (misión) para alcanzar ‘la madurez conforme a su plenitud’ (Ef 4, 13)” 5.
Sumado a lo antes expuesto, debemos tener en cuenta las palabras del Santo padre Juan Pablo II:
“hoy es necesario iluminar el camino de los pueblos con los principios cristianos, aprovechando las
oportunidades que la situación actual ofrece para desarrollar una autentica evangelización que,
con nuevo lenguaje y símbolos significativos, hagan más comprensible el mensaje de Jesucristo
para los hombres y mujeres de actualidad”. 6
En el momento en el que Jesús vive el Evangelio de la paternidad divina, su total entrega al Padre,
Él evangeliza totalmente. No con instrumentos, no con métodos, no con itinerarios; ni siquiera con
predicas o con palabras, sino siendo lo que es, creyendo en lo que cree, sin dejarse turbar por las
adversidades y por las contrariedades. Nosotros somos llevados por la escuela de Jesús a hacer
misión, lo cual es ante todo, “ser Evangelio”, dejar que el Evangelio de la filiación puesto en el
corazón por el Espíritu Santo se exprese en la verdad de la existencia cotidiana 7.
Cuando la Palabra de Dios entra en la vida de las personas, se inician procesos de conversión
personal, comunitaria y pastoral que las lleva, consecuentemente, a ser testigos valientes que
anuncian lo que el Señor realizó en sus vidas (cf. Mc. 5, 19). Como es propio, el encuentro con
Jesucristo vivo se transforma en un llamado para la misión, la propia vida transformada se
convierte en mensaje, por medio de la cual los valores cristianos son evocados. De allí la necesidad
de que, por el testimonio, sean capaces de “generar modelos culturales alternativos para la
sociedad actual”. No se puede olvidar que el Camino de Evangelización y Proclamación de la
Palabra nos impulsa al compromiso social y a la promoción de los valores auténticamente
5
Silva Retamales, Santiago. La animación bíblica de la pastoral su identidad y misión (2010).
6
Citado por Silva Retamales, Op. Cit.
7
Martini, C. M. Op. Cit.
8
Discípulos y servidores de la Palabra de Dios en la misión de la Iglesia (2013).
humanos. Esta Lectura se fundamenta en el hecho de que aceptamos que la relación frecuente y
comprometida con la Palabra de Dios genera la conversión personal, de la cual nacerá la
conversión pastoral y, consecuentemente, el testimonio elocuente o el “fermento en la masa” con
miras a la transformación de la sociedad9.
La misión de la Iglesia no puede ser considerada como algo facultativo o adicional de la vida
eclesial [...]. Es la Palabra misma la que nos lleva hacia los hermanos; es la Palabra que ilumina,
purifica, convierte. Nosotros no somos más que servidores. Es necesario, pues, redescubrir cada
vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios […]. No se
trata de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que
hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva. Recordar
continuamente que, al anunciar el Evangelio, nos exhortamos recíprocamente a hacer el bien y nos
empeñamos por la justicia, la reconciliación y la paz. Recordemos que “el compromiso por la
justicia y la transformación del mundo forma parte de la evangelización”. Llamar la atención para
que se entienda que la evangelización y la proclamación de la Palabra deben estar al servicio del
compromiso en la vida política y social, en la defensa y promoción de los derechos de todas las
personas y en la concreción de la reconciliación y de la paz. Es sobre todo a los fieles laicos,
educados en la escuela del Evangelio, a quienes corresponde la tarea de intervenir directamente
en la acción social y política10.
Es muy importante que no perdamos de vista el siguiente pasaje de las Escrituras: “Tu, en cambio,
persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quienes lo aprendiste, y
que desde niño conoces las sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación,
mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir,
para corregir y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado
para toda obra buena” (2 Tim 3, 14-17).
Además, la Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella. Somos, en verdad,
consagrados y enviados para anunciar a todos la Palabra de Cristo. Habiendo escuchado,
respondamos “con la obediencia de la fe” (cf. Rm 1,5; 16,26) y “el oído del corazón”, a fin de que
nuestras palabras, opciones y actitudes “sean cada vez más una transparencia, un anuncio y un
testimonio del Evangelio”11.
9
Discípulos y servidores de la Palabra de Dios en la misión de la Iglesia (2013).
10
Idem.
11
Idem.