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La individuación a la luz de las nociones de forma y de

información
Gilbert Simondon
(Ed. Millon. 2005. Esta edición contiene textos en francés de Simondon publicados por 1ª
vez en 1964, 1989, y algunos textos inéditos, así como prefacio y posfacio, etc.)
Traducido con “fines educativos” no lucrativos por Iván Domingo: http://mesetas.net/?
q=blog/1
(Septiembre de 2007. Última revisión: Agosto 2008)
Parte I. La individuación física
Cap. 1 Forma y materia.
I. Fundamentos del esquema hilemorfista. Tecnología de
la toma de forma.

1. Las condiciones de la individuación

Las nociones de forma y de materia solo podrán ayudarnos a resolver


el problema de la individuación si son primeras, anteriores, respecto a su
empleo en dicho problema. Si, por el contrario, se descubriera que el sistema
hilemorfista ya expresa y contiene el problema de la individuación, entonces
deberíamos considerar la investigación del principio de individuación como
algo anterior lógicamente a las definiciones de materia y forma —so pena de
encerrarnos en una petición de principio.
Es difícil que las nociones de forma y de materia puedan ser
consideradas como ideas innatas. Sin embargo, en el momento en que nos tienta
asignarles un origen tecnológico, nos detenemos ante su notable capacidad de
generalización. No sólo se pueden pensar, según dicho esquema, la arcilla y el
ladrillo, el mármol y la estatua, sino que también éste nos permite pensar un
gran número de hechos de formación, génesis, y composición, en el mundo
vivo y en el terreno psíquico. La fuerza lógica de este esquema es tal que
Aristóteles ha podido usarlo para sustentar un sistema universal de clasificación
que se aplica a lo real tanto según la vía lógica como según la vía física,
asegurando el acuerdo entre orden lógico y orden físico, y autorizando el
conocimiento inductivo. La relación misma del alma y el cuerpo puede ser
pensada según el esquema hilemorfista.
Una base tan estrecha como la de la operación tecnológica podría
parecer difícil que sostenga un paradigma con tal poder de universalidad. Si
queremos examinar el fundamento de tal esquema conviene apreciar, por tanto,
el sentido y la relevancia del papel que tiene la experiencia técnica en la génesis
del paradigma hilemorfista.
El carácter tecnológico del origen de cierto esquema no invalida tal
esquema, a condición no obstante de que la operación que sirve de base a la
formación de los conceptos utilizados se encuentre por entero y se exprese sin
alteración alguna en el esquema abstracto. Si, por el contrario, la abstracción se
efectúa de manera infiel y somera, enmascarando uno de los dinamismos
fundamentales de la operación técnica, el esquema es falso. En vez de tener un
verdadero valor paradigmático, el esquema no sería más que una comparación,
una aproximación, que será más o menos rigurosa en según qué casos.

Ahora bien, en la operación técnica que da nacimiento a un objeto


con forma y materia determinadas, por ejemplo un ladrillo de arcilla, el
dinamismo real de la operación está muy lejos de poder ser representado por la
pareja de forma y materia. La forma y la materia del esquema hilemorfista son
una forma y una materia abstractas. Ese cierto ser definido que se puede dar
como ejemplo, cierto ladrillo listo para secarse sobre cierta tabla, no es el
resultado de reunir una materia cualquiera con una forma cualquiera. Tomen si
no arena fina y muélanla; métanla en un molde de ladrillo: tras el desmolde se
obtendrá un montón de arena, no un ladrillo. Tomen arcilla y pásenla por un
laminador o una hiladora [filière]: no se obtendrán ni placas ni hilos de nada,
sino montones de placas separadas y de segmentos cilíndricos cortos. La arcilla,
concebida como soporte de una plasticidad indefinida, es la materia abstracta.
El paralelepípedo rectángulo, concebido como forma del ladrillo, es una forma
abstracta. El ladrillo concreto no resulta de la unión de la plasticidad de la
arcilla y del paralelepípedo. Para que pueda haber un ladrillo paralelepipédico,
esto es, un individuo que exista realmente, alguna operación técnica efectiva
debe instituir una mediación entre una masa determinada de arcilla y esta
noción de paralelepípedo (1). Ahora bien, la operación técnica de moldeo no es
suficiente en sí misma, e incluso no instituye una mediación directa entre una
masa determinada de arcilla y la forma abstracta del paralelepípedo. La
mediación viene preparada por dos cadenas de operaciones previas que hacen
converger a ambas, materia y forma, hacia una cierta operación común. Dar una
forma a la arcilla no es imponer la forma paralelepipédica a la arcilla en bruto,
sino aprisionar la arcilla preparada en un molde fabricado. Si se parte de los dos
extremos de la cadena tecnológica, el paralelepípedo y la arcilla en la cantera,
se tiene la impresión de que en en la operación técnica se lleva a cabo un
encuentro entre dos realidades en sendos dominios heterogéneos, y de instituir
una mediación por comunicación entre un orden inter-elemental, macrofísico,
más grande que el individuo, y un orden intra-elemental, microfísico, más
pequeño que el individuo.
Y precisamente lo que debemos considerar en la operación técnica es
la mediación en sí misma: consiste, en este caso, en hacer que un bloque de
arcilla preparado llene sin dejar vacíos un molde; y, tras el desmolde, seque,
conservando un contorno definido sin fisuras ni impurezas. Ahora bien, la
preparación de la arcilla y la construcción del molde son ya una mediación
activa entre la arcilla bruta y la forma geométrica. El molde se construye de
manera que pueda abrirse o cerrarse sin causar daño al contenido interior.
Ciertas formas geométricamente concebibles de sólidos sólo son realizables por
medio de artificios muy complejos y sutiles. El arte de construir moldes es, aún
hoy, uno de los aspectos más delicados de la fundición. El molde, además, no
sólo está construido; también está preparado: un revestimiento definido, un
salpicado seco, evitarán que la arcilla húmeda se adhiera a las paredes en el
momento del desmolde, desagregándose o formando grietas. Para imprimir una
determinada forma debe construirse un cierto molde definido, preparado de
cierta manera, con cierta especie de materia. Existe por tanto un primer
camino que va de la forma geométrica al molde concreto, material, un camino
paralelo a la arcilla, existiendo de la misma manera que ella, dado al lado de
ella, en el orden de tamaño de lo manipulable. En cuanto a la arcilla, ella
también se encuentra sometida a preparación. En tanto que materia bruta, la
arcilla es lo que la pala toma del yacimiento al borde del pantano, con las raíces
de junco y los granos de grava incluidos. Luego será secada, despedazada,
tamizada, molida, apretada durante bastante tiempo, deviniendo la pasta
homogénea y consistente que conocemos, con una gran plasticidad, tanta como
para poder pegarse a los contornos del molde en el cual es apretada, y que es lo
bastante firme como para poder conservar cierto contorno durante el tiempo
necesario para que la plasticidad desaparezca. Además de la purificación, la
preparación de la arcilla tiene como fin el obtener la homogeneidad y el grado
de humedad apropiados que permitan conciliar plasticidad y consistencia. Hay,
en la arcilla en bruto, una aptitud para devenir mas plástica a la medida del
futuro ladrillo, y en razón de las propiedades coloidales de los hidrosilicatos de
aluminio: son dichas propiedades coloidales las que hacen eficaces los gestos en
esa semi-cadena técnica que acaba en la arcilla preparada. La realidad
molecular de la arcilla y del agua que absorbe es acondicionada por medio de la
preparación, de manera tal que pueda conducirse, a lo largo de la individuación,
como una totalidad homogénea a la escala de ese ladrillo que está por aparecer.
La arcilla preparada es aquella en la cual cada molécula será puesta
efectivamente en comunicación con el conjunto de los empujes ejercidos por las
paredes del molde, cualquiera que sea el lugar de la molécula con respecto a
dichas paredes. Cada molécula interviene en el nivel del individuo futuro, y
entra así en comunicación interactiva con el orden de tamaño superior al
individuo. Por su parte, la otra semi-cadena técnica desciende hacia el futuro
individuo. La forma paralelepipédica no es cualquiera, ella contiene ya un cierto
esquematismo que puede dirigir la construcción del molde, que es un conjunto
de operaciones coherentes contenidas en estado implícito. La arcilla no es solo
algo pasivamente deformable. Es activamente plástica, ya que es coloidal. La
facultad que tiene de recibir una forma no se distingue de la de conservarla,
porque recibir y conservar no conllevan más que una sola cosa: sufrir una
deformación sin fisuras y con coherencia en los encadenamientos moleculares.
La preparación de la arcilla es la constitución de este estado de distribución por
igual de las moléculas, de este arreglo en cadenas. La adquisición de forma
empieza ya en el mismo momento en el que el artesano remueve la pasta antes
de introducirla en el molde, puesto que la forma no solo es el hecho de ser
paralelepipédica, sino también el de convertirse en algo sin fisuras, en el
paralelepípedo, sin burbujas de aire y sin grietas: una buena cohesión es el
resultado de una adquisición de forma. Y esta adquisición se debe al hecho de
saber explotar los caracteres coloidales de la arcilla. Antes de toda elaboración,
en el pantano, la arcilla está ya formada, pues ya es coloidal. El trabajo del
artesano emplea esta forma elemental sin la cual nada sería posible y que es
homogénea con respecto a la forma del molde: solamente hay un cambio de
escala en las dos semi-cadenas técnicas. En el pantano, la arcilla tiene sus
propiedades coloidales, pero allí ellas se encuentran molécula por molécula, o
grano a grano, y eso pertenece ya a la forma; es eso lo que más tarde mantendrá
el ladrillo homogéneo y bien moldeado. La cualidad de la materia es fuente de
forma, elemento de forma, que la operación técnica hace cambiar de escala. En
la otra semi-cadena técnica, la forma geométrica se concretiza, deviene
dimensión del molde, maderas ensambladas, maderas con cierto salpicado o
molidas (2). La operación técnica prepara dos semi-cadenas de
transformaciones que se encuentran en un cierto punto, mientras que los dos
objetos elaborados tienen caracteres compatibles, están en la misma escala. Esta
puesta en relación no es única e incondicional; se puede hacer por etapas; la
forma única que se suele considerar como la adquisición de forma no es, a
menudo, más que el último episodio de una serie de transformaciones. Cuando
el bloque de arcilla recibe la deformación final que le permite llenar el molde,
sus moléculas no se reorganizan totalmente y de un solo golpe; se desplazan
poco las unas en relación a las otras; su topología se mantiene, se trata de una
deformación global. Ahora bien, esta deformación global no es solamente una
adquisición de forma de la arcilla debida a su contorno. La arcilla proporciona
un ladrillo porque esta deformación opera sobre las masas en las cuales las
moléculas están ya arregladas unas en relación con las otras, sin aire, sin granos
de arena, con un buen equilibrio coloidal. Si el molde no gobernara en una
última deformación todo este arreglo anterior ya constituido, no daría ninguna
forma. Se puede decir que la forma del molde opera sobre la forma de la arcilla,
no sobre la materia de la arcilla. Lo que hace el molde es limitar y estabilizar,
antes que imponer, una forma: da el fin de la deformación, la acaba,
interrumpiéndola según un contorno definido: modula el conjunto de lo ya
formado: el gesto del obrero que rellena el molde y aprieta la tierra es
continuación de anteriores gestos de apelmazamiento, estirado o amasado: el
molde tiene el papel de un conjunto fijo de manos moldeantes, actuando cual
manos amasadoras retenidas. Se podría hacer un ladrillo sin molde, con las
manos, por una elaboración que prolongue el amasamiento continuándolo sin
detención. La materia es materia porque encierra una propiedad positiva que
permite su moldeado. Ser moldeada no es sufrir desplazamientos arbitrarios
sino ordenar su plasticidad según fuerzas definidas que estabilizan la
deformación. La operación técnica es mediación entre un conjunto inter-
elemental y un conjunto intra-elemental. La forma pura contiene ya gestos, y la
materia primigenia es capacidad de devenir; los gestos contenidos en la forma
encuentran el devenir de la materia y lo modulan. Para que la materia pueda ser
modulada en su devenir, debe pertenecer, como la arcilla en el momento en el
que el obrero la aprisiona en el molde, a la realidad de lo deformable, es decir, a
la realidad de lo que no tiene una forma definida, sino indefinida y
dinámicamente todas las formas, ya que esta realidad, al mismo tiempo que
posee inercia y consistencia, es depositaria de fuerza, al menos durante un
instante, y se identifica punto por punto con esta fuerza. Para que la arcilla llene
el molde no es suficiente que sea plástica: debe transmitir la presión que le
imprime el obrero y debe ocurrir que cada punto de su masa sea un centro de
fuerzas. La arcilla se impulsa en el molde que ella rellena, propaga en su masa
la energía del obrero. Durante el tiempo del rellenado, se actualiza una energía
potencial (3). La energía que empuja la arcilla debe existir, en el sistema molde-
mano-arcilla, bajo forma potencial, con el fin de que la arcilla rellene todo el
espacio vacío, extendiéndose no importa en qué dirección, retenida solo por los
bordes del molde. Las paredes del molde intervienen entonces ya no tanto como
estructuras geométricas materializadas, sino punto a punto, en tanto que lugares
fijos que no dejan avanzar la arcilla en expansión y que oponen, a la presión
que ella se encarga de extender, una fuerza igual y de sentido contrario
(principio de reacción), sin efectuar ningún trabajo, ya que no se desplazan. Las
paredes del molde tienen, respecto a un elemento de arcilla, el mismo papel que
un elemento de esta arcilla con respecto a otro elemento vecino: la presión de
un elemento en relación con otro en el seno de la masa es casi tan fuerte como
la de un elemento de pared en relación a un elemento de la masa; la única
diferencia reside en el hecho de que la pared no se desplaza, mientras que los
elementos de la arcilla se pueden desplazar los unos respecto a los otros y
respecto a las paredes (4). Por tanto, una cierta energía potencial se actualiza
durante el rellenado, traduciéndose en el seno de la arcilla por las fuerzas de
presión. La materia vehicula con ella la energía potencial actualizándose. La
forma, representada aquí por el molde, tiene un rol informador, ejerciendo
fuerzas sin trabajo, fuerzas que limitan la actualización de la energía potencial
de la que la materia es momentáneamente portadora. Esta energía puede, en
efecto, actualizarse según tal o tal dirección, con tal o tal rapidez: la forma
limita. La relación entre materia y forma no se hace por tanto entre una materia
inerte y una forma que llegara desde fuera: hay una operación común, y en un
mismo nivel de existencia, entre materia y forma. Este nivel común de
existencia es el de la fuerza, que proviene de una energía momentáneamente
vehiculada por la materia, pero que es extraido de un estado del sistema
interelemental total de dimensión superior, y que expresa las limitaciones
individuantes. La operación técnica está constituida por dos semi-cadenas que,
a partir de la materia bruta y de la forma pura, se encaminan una hacia la otra y
se reúnen. Esta reunión es posible por la congruencia dimensional de los dos
términos de la cadena. Los eslabones sucesivos de elaboración transfieren
caracteres sin crear unos nuevos; establecen solamente cambios de orden de
tamaño, de nivel, y de estado (por ejemplo el paso del estado molecular al
estado molar, del seco al húmedo); lo que hay al término de la semi-cadena
material, es la aptitud de la materia para vehicular punto por punto una energía
potencial que puede provocar un movimiento en un sentido indeterminado; lo
que hay al término de la semi-cadena formal, es la aptitud de una estructura
para condicionar un movimiento sin realizar un trabajo, por un juego de fuerzas
que no desplazan su punto de aplicación. No obstante, esta afirmación no es
rigurosamente cierta. Para que el molde pueda limitar la expansión de la
plástica tierra y dirigir estáticamente esta expansión, debe ocurrir que las
paredes del molde desarrollen una fuerza de reacción igual al empuje de la
tierra; la tierra retrocede y se aplasta, colmando los vacíos, mientras que la
reacción de las paredes del molde es ligeramente más elevada que las fuerzas
que se ejercen en otros sentidos en el interior de la masa de tierra; cuando el
molde está completamente lleno, por el contrario, las presiones internas son por
todos lados iguales a las fuerzas de reacción de las paredes, de forma que no se
puede operar ningún movimiento. La reacción de las paredes es por tanto la
fuerza estática que dirige la arcilla en el curso del rellenado, prohibiendo la
expansión según ciertas direcciones. No obstante, las fuerzas de reacción solo
pueden existir seguidas de una muy pequeña inflexión elástica de las paredes;
se puede decir que, desde el punto de vista de la materia, la pared formal es el
límite a partir del cual un desplazamiento en un sentido determinado es posible
solo bajo el precio de un gran acrecentamiento del trabajo; pero para que esta
condición de acrecentamiento del trabajo sea eficaz, debe ocurrir que comience
antes de que el equilibrio sea roto y de que la materia no tome otras direcciones
en las cuales no esté limitada, empujada por la energía que vehicula con ella y
que actualiza avanzando; debe ocurrir por tanto que exista un ligero trabajo de
las paredes del molde, el que corresponde a un débil desplazamiento del punto
de aplicación de las fuerzas de reacción. Pero este trabajo no se suma al que
produce la actualización de la energía vehiculada por la arcilla; tampoco se
resta: no interfiere con él; y puede además ser también tan reducido como se
quiera; un molde en madera fina se deforma notablemente bajo la presión
brusca de la arcilla, después vuelve progresivamente a su lugar; un molde en
madera más gruesa se desplaza menos; un molde en silex o hierro colado se
desplaza muy poco. Incluso el trabajo positivo de volver al lugar compensa en
gran parte el trabajo negativo de deformación. El molde puede tener una cierta
elasticidad; solamente se requiere que no sea plástico. Es en tanto que fuerzas
como la materia y la forma se presentan la una a la otra. La única diferencia
entre el régimen de estas fuerzas para la materia y la forma reside en que las
fuerzas de la materia provienen de una energía vehiculada por la materia y
siempre disponible, mientras que las fuerzas de la forma son fuerzas que
producen un trabajo muy débil, y que intervienen como límites respecto a la
actualización de la energía de la materia. La forma y la materia difieren, pero no
en ese instante infinitamente breve sino en el devenir; la forma no es vehículo
de energía potencial; la materia es materia informable porque puede ser, punto a
punto, el vehículo de una energía que se actualiza (5); el tratamiento previo de
la materia bruta tiene como función hacer de la materia el soporte homogéneo
de una energía potencial definida; la materia deviene gracias a esta energía
potencial. La forma no deviene. En esa operación instantánea, las fuerzas que
provienen de la materia y las que provienen de la forma no difieren; son
homogéneas unas en relación con las otras y forman parte del mismo sistema
físico instantáneo; pero no son parte del mismo conjunto temporal. Los trabajos
ejercidos por las fuerzas de deformación elástica del molde no se encuentran ya
tras el moldeo; son anulados o son degradados en calor, y no han producido
nada en el orden de magnitud del molde. Por el contrario, la energía potencial
de la materia es actualizada en el orden de magnitud de la masa de arcilla dando
lugar a una repartición de las masas elementales. He aquí el por qué de que el
tratamiento previo de la arcilla prepare esta actualización: hace la molécula
solidaria de las otras, y el conjunto indeformable, para que cada región participe
igualmente a la energía potencial cuya actualización es el moldeo. Es esencial
que todas las parcelas, sin discontinuidad ni privilegio, tengan las mismas
probabilidades de deformarse en cualquier sentido. Un grumo o una piedra
serán dominios de no-participación en esta potencialidad que se actualiza
localizando su soporte: son las singularidades parásitas.
El hecho de que haya un molde, esto es, de que existan límites para la
actualización, crea en la materia un estado de reciprocidad de las fuerzas que la
conducen al equilibrio. El molde no actúa desde fuera imponiendo una forma.
Su acción reverbera en toda la masa por acción de cada molécula hacia cada
molécula, de región a región. La arcilla es, al final del moldeo, la masa en la
cual todas las fuerzas de deformación encuentran, en todos los sentidos, fuerzas
iguales y de sentido contrario que provocan su equilibrio. El molde traduce su
existencia en el seno de la materia haciéndola tender hacia una condición de
equilibrio. Para que este equilibrio exista debemos encontrarnos con que al final
de la operación subsista una cierta cantidad de energía potencial aún sin
actualizar, contenida en todo el sistema. No sería exacto decir que la forma
tiene un papel estático mientras que el de la materia es dinámico; de hecho, para
que haya un sistema único de fuerzas, debe ocurrir que materia y forma tengan
ambas un papel dinámico; pero esta igualdad dinámica no es cierta más que en
un instante preciso. La forma no evoluciona, no se modifica, pues no encierra
ninguna potencialidad, mientras que la materia sí. Ella sí es portadora en sí de
potencialidades, uniformemente esparcidas y repartidas. La homogeneidad de la
materia es la homogeneidad de su posible devenir. Cada punto tiene tantas
opciones como cualquier otro. La materia en trance de tomar forma está en
estado de resonancia interna completa; aquello que pasa en un punto repercute
en todos los otros. El devenir de cada molécula repercute sobre el devenir de
todos las demás, en todos los puntos y en todas las direcciones; la materia es
algo cuyos componentes no están aislados los unos de los otros ni son
heterogéneos unos con respecto a otros. Toda heterogeneidad es condición de
no-transmisión de fuerzas, por tanto de no-resonancia interna. La plasticidad de
la arcilla es su capacidad de encontrarse en un estado de resonancia interna si es
sometida a una presión en un recinto. El molde, como límite, es aquello por lo
cual se puede provocar dicho estado de resonancia interna, pero el molde no es
aquello a través de lo cual la resonancia interna es llevada a cabo; el molde no
es aquello que, en el seno de la tierra plástica, transmite uniformemente en
todos los sentidos presiones y desplazamientos. No se puede decir que el molde
dé forma; es la tierra la que toma forma según el molde, al ser puesta en
contacto con el obrero. La positividad encerrada en esta toma de forma
pertenece a la tierra y al obrero; es esta resonancia interna, el trabajo de esta
resonancia interna (6). El molde interviene como condición de cierre, límite,
detención de la expansión, dirección de mediación. La operación técnica
instituye la resonancia interna en la materia que toma forma, por medio de
condiciones energéticas y de condiciones topológicas; las condiciones
topológicas pueden ser llamadas 'forma', y las energéticas envuelven a todo el
sistema. La resonancia interna es un estado de sistema que exige esta
realización de condiciones energéticas, de las condiciones topológicas y de las
condiciones materiales: la resonancia es intercambio de energía y de
movimientos en un recinto determinado, comunicación entre una materia
microfísica y una energía macrofísica a partir de una singularidad de dimensión
media, topológicamente definida.

2. Validez del esquema hilemorfista; la zona oscura


del esquema hilemorfista; generalización de la noción
de adquisición de forma; modelaje, moldeo,
modulación.

La operación técnica de adquisición de forma puede por tanto servir


de paradigma si requerimos que esta operación nos indique las verdaderas
relaciones que instituye. Ahora bien, éstas no son las relaciones entre la materia
bruta y la forma pura, sino entre materia preparada y forma materializada: la
operación de adquisición de forma no supone solo materia bruta y forma, sino
también energía. La forma materializada es una forma que puede actuar como
límite, como frontera topológica de un sistema. La materia preparada es aquella
que puede vehicular los potenciales energéticos con los que es cargada
mediante la manipulación técnica. Para poder tener un papel en la operación
técnica, la forma pura debe devenir sistema de puntos de aplicaciones de
fuerzas de reacción, mientras que la materia bruta devendrá vehículo
homogéneo de energía potencial. La adquisición de forma es operación común
de la forma y la materia en un sistema: la condición energética es esencial, y no
es solo el aporte de la forma: en el sistema al completo es donde reside — es lo
que constituye el asiento de— la energía potencial, y precisamente porque la
adquisición de forma es una operación en profundidad y en toda la masa, y a
consecuencia de un estado de reciprocidad energética de la materia en relación
consigo misma. Lo que es determinante en la adquisición de forma es la
repartición de la energía, y la conveniencia mutua de la materia y la forma es
relativa a la posibilidad de existencia y a los caracteres de este sistema
energético. La materia es lo que vehicula esta energía, y la forma aquello que
modula la repartición de esta misma energía. La unidad materia-forma, en el
momento de la adquisición de forma, está en el régimen energético.
El esquema hilemorfista sólo retiene los dos extremos de estas dos
semi-cadenas que se llevan a cabo en la operación técnica. El esquematismo de
la operación en sí misma queda velado, ignorado. Hay una laguna en la
representación hilemorfista, que hace que desaparezca la verdadera mediación,
la operación en sí que asocia una cadena a la otra, instituyendo un sistema
energético, un estado que evoluciona y debe existir efectivamente para que
pueda aparecer un objeto en su ecceidad. El esquema hilemorfista corresponde
al conocimiento de un hombre que permanece exterior al taller y que considera
sólo lo que entra y sale de éste. Para conocer la verdadera relación hilemorfista,
no basta con entrar en el taller y trabajar con el artesano: se deberá entrar en el
molde mismo para seguir la operación de adquisición de forma en las diferentes
escalas de magnitud de la realidad física.

Tomada por sí misma, la operación de adquisición de forma se puede


efectuar de diversas maneras, según diferentes modalidades que son
aparentemente muy diferentes unas de otras. La verdadera tecnicidad de la
operación de adquisición de forma supera largamente los límites
convencionales que separan los oficios y los dominios de trabajo. Así, deviene
posible, por el estudio del régimen energético de la adquisición de forma,
comparar el moldeado de un ladrillo con el funcionamiento de un repetidor
electrónico. En un tubo electrónico de tipo triodo, la “materia” (vehículo de
energía potencial que se actualiza) es la nube de electrones que sale del cátodo
en el circuito cátodo-ánodo-efector-generador. La “forma” es aquello que limita
esta actualización de la energía potencial en reserva en el generador, es decir, el
campo eléctrico creado por la diferencia de potencial entre la rejilla de mando y
el cátodo, que se opone al campo cátodo-ánodo, creado por el generador en sí
mismo; este contra-campo es un límite a la actualización de la energía
potencial, así como las paredes del molde son un límite para la actualización de
la energía potencial del sistema arcilla-molde, vehiculada por la arcilla en su
desplazamiento. La diferencia entre los dos casos reside en el hecho de que,
para la arcilla, la operación de adquisición de forma es finita en el tiempo:
tiende, bastante lentamente (en algunos segundos) hacia un estado de equilibrio
y después el ladrillo es desmoldado; se desmolda cuando es alcanzado el estado
de equilibrio. En el tubo electrónico, se emplea un soporte de energía (la nube
de electrones en un campo) de una inercia muy débil, de modo que el estado de
equilibrio (adecuación entre la repartición de los electrones y el gradiente del
campo eléctrico) está obtenido en un tiempo extremadamente breve en relación
al precedente (algunas milmillonésimas de segundo en un tubo de grandes
dimensiones, algunas décimas de milmillonésimas de segundo en los tubos de
pequeña dimensión). En estas condiciones, el potencial de la rejilla de mando es
usado como molde variable; la repartición del soporte de la energía según
este molde es tan rápida que se efectúa sin retraso apreciable para la mayor
parte de las aplicaciones: el molde variable sirve entonces para hacer variar en
el tiempo la actualización de la energía potencial de una fuente; no se detiene si
el equilibrio es alcanzado, continúa modificando el molde, es decir, la tensión
de la rejilla; la actualización es casi instantánea, no existe jamás una detención
como la del desmolde, puesto que la circulación del soporte de energía equivale
a un desmolde permanente; un modulador es un molde temporal
continuo. En este caso la “materia” es, entonces, casi únicamente soporte para
la energía potencial; sin embargo conserva siempre una inercia definida, que
impide al modulador ser infinitamente rápido. Por el contrario, en el caso del
molde de arcilla, lo que se utiliza técnicamente es el estado de equilibrio que se
puede conservar desmoldando: se acepta entonces una viscosidad bastante
grande de la arcilla para que la forma sea conservada tras el desmolde, aunque
esta viscosidad ralentiza la adquisición de forma. En un modulador, por el
contrario, se disminuye lo máximo posible la viscosidad del portador de
energía, puesto que no se busca conservar el estado de equilibrio después de
que las condiciones de equilibrio hayan cesado: es más fácil modular la energía
llevada por el aire comprimido que por el agua bajo presión, y más fácil aún
modular la energía llevada por electrones en tránsito que por aire comprimido.
El molde y el modulador son casos extremos, pero la operación esencial de
adquisición de forma se lleva a cabo de la misma manera; consiste en el
establecimiento de un régimen energético, duradero o no. Moldear es modular
de manera definitiva; modular es moldear de manera continua y para siempre
variable.
Un gran número de operaciones técnicas usan una adquisición de
forma que posee caracteres intermedios entre modulación y moldeo; así, una
terraja, un laminador, son moldes de régimen continuo, creando por etapas
sucesivas (los pasos) un perfil definitivo; el desmolde es continuo, como en un
modulador. Se podría concebir un laminador que modulara realmente la
materia, y fabricara, por ejemplo, una barra agujereada o dentada; los
laminadores que producen lámina estriada modulan la materia, mientras que
un laminador liso sólo la modela. Moldeo y modulación son los casos límites
entre los cuales se encuentra el modelaje.
Querríamos mostrar que el paradigma tecnológico no está
desprovisto de valor, y que permite hasta un cierto punto pensar la génesis del
ser individuado, pero a condición —expresa— de que se mantenga como
esquema esencial la relación de la materia y de la forma a través del
sistema energético. Materia y forma deben ser consideradas durante la
adquisición de forma, en el momento donde la unidad del devenir de un
sistema energético constituye esta relación al nivel de la homogeneidad de las
fuerzas entre la materia y la forma. Lo que es esencial y central es la operación
energética, que supone tanto potencialidad energética como límite para la
actualización. La iniciativa de la génesis de la sustancia no recae en la materia
bruta en tanto que pasiva ni en la forma en tanto que pura: quien engendra algo
es el sistema completo, y engendra puesto que es un sistema de actualización de
energía potencial, que reúne, -mediante mediación activa, y en un orden
intermedio- dos realidades de diferente orden de magnitud.
La individuación, en el sentido clásico del término, no puede tener su
principio en la materia o en la forma; ni la forma ni la materia son suficientes
para la adquisición de forma. El verdadero principio de individuación no puede
ser buscado en aquello que existe antes que la individuación se produzca, ni en
aquello que queda después de que la individuación es llevada a cabo; es el
sistema energético el que es individuante en la medida en que realiza en él esta
resonancia interna de cierta materia en trance de tomar cierta forma. El
principio de individuación es una operación. Aquello que hace que un ser sea él
mismo, diferente de todos los otros, no es ni su materia ni su forma, sino la
operación mediante la cual su materia ha tomado forma en un cierto sistema de
resonancia interna. El principio de individuación del ladrillo no es la arcilla, ni
el molde: de este montón de arcilla y de este molde saldrán otros ladrillos que
aquel, poseyendo cada uno su ecceidad, pero es la operación por la cual la
arcilla, en un momento dado en un sistema energético que comprendería los
más mínimos detalles del molde como los más pequeños apelotonamientos de
esta tierra húmeda, ha tomado forma, bajo tal empuje, así repartida, de tal
manera difundida, y actualizada: ha habido un momento en el cual la energía
del empuje es transmitida en todos los sentidos, de cada molécula a todas las
otras, de la arcilla a las paredes y de las paredes a la arcilla: el principio de
individuación es la operación que realiza un intercambio de energía entre la
materia y la forma, hasta que el conjunto desemboca en un estado de equilibrio.
Se podría decir que el principio de individuación es la operación
alagmática común de materia y forma a través de la
actualización de la energía potencial. Esta energía es energía de un
sistema; puede producir efectos en todos los puntos del sistema de igual
manera, está disponible y se transmite. Esta operación se apoya sobre la
singularidad o las singularidades del hic et nunc concreto; las envuelve y las
amplifica (8).

3. Límites del esquema hilemorfista

No obstante, el paradigma tecnológico no se puede extender a la


génesis de todos los seres y de manera puramente analógica. La operación
técnica es completada en un tiempo limitado, y tras la actualización proporciona
un ser parcialmente individuado, más o menos estable, que extrae su ecceidad
de esta operación de individuación que ha llevado a su génesis en un tiempo
muy breve. El ladrillo, al cabo de varios años —o de miles años— vuelve a
convertirse en polvo. La individuación se completa de un solo golpe. Ese ser
individuado ya no volverá a estar mejor individuado que en el momento en que
acabe de salir de las manos del artesano. Hay entonces cierta exterioridad en la
operación de individuación en relación a su resultado. Por el contrario, en el ser
vivo, la individuación no es producida por una sola operación, limitada en el
tiempo. El ser vivo es para sí mismo su propio principio de individuación;
continúa su individuación; el resultado de una primera operación de
individuación, en vez de ser solo uno y degradarse progresivamente, deviene
principio de una individuación ulterior. La operación individuante y el ser
individuado no están aquí, por tanto, en la misma relación que en el interior de
la producción que se lleva a cabo en el esfuerzo técnico. El devenir del ser vivo,
en vez de ser un devenir tras la individuación, es siempre un devenir entre dos
individuaciones: en el ser vivo, el individuante y lo individuado están en
relación alagmática prolongada. En el objeto técnico, esta relación alagmática
no existe más que en un instante, mientras que las dos semi-cadenas están
unidas una con otra, esto es, mientras que la materia toma forma: en este
instante, lo individuado y el individuante coinciden; cuando esta operación se
acaba, se separan; el ladrillo no arrastra a su molde, y se despega del obrero o
de la máquina que lo ha prensado. El ser vivo, tras haber sido engendrado,
continúa individuándose a sí mismo; es a la vez sistema individuante y
resultado parcial de individuación. Se instituye en el viviente un nuevo régimen
de resonancia interna del cual la tecnología no es el paradigma: una resonancia
a través del tiempo, creada por la recurrencia del resultado que se remonta al
principio y deviene principio a su vez. Al igual que en la individuación técnica,
existe permanentemente una resonancia interna que constituye la unidad
organísmica. Pero, además, a esta resonancia de lo simultáneo se sobreimpone
una resonancia de lo sucesivo, una alagmática temporal. El principio de
individuación del ser vivo es siempre una operación, como la adquisición de
forma técnica, pero esta operación ocurre en dos dimensiones, la de la
simultaneidad y la de la sucesión, a través de la ontogénesis sostenida por la
memoria y el instinto.
Podemos entonces preguntarnos si el verdadero principio de
individuación no está mejor recogido en el ser vivo que en la operación técnica,
y si la operación técnica podría conocerse en tanto individuante sin que en
nosotros existiera ese paradigma implícito de la vida: en nosotros, que
conocemos la operación técnica y la practicamos con nuestro esquema corporal,
nuestras costumbres, nuestra memoria. Esta cuestión es de una gran importancia
filosófica, puesto que nos lleva a preguntarnos si puede existir una verdadera
individuación fuera de la vida. Para saberlo, lo que debemos estudiar no es la
operación técnica, antropomórfica y por consecuencia zoomórfica, sino los
procesos de formación natural de las unidades elementales que la naturaleza
presenta fuera del régimen de lo vivo.
Así, el esquema hilemorfista, que sale de la tecnología, es
insuficiente bajo las formas habituales, puesto que ignora el centro mismo de la
operación técnica de toma de forma, y conduce en este sentido a ignorar el rol
jugado por las condiciones energéticas en la toma de forma. Además, incluso
restituido y completado bajo la forma de una triada materia-forma-energía, el
esquema se arriesga a objetivar abusivamente el aporte del ser vivo en la
operación técnica; lo que constituye el sistema gracias al cual se establece el
intercambio energético entre materia y energía en la toma de forma es la
intención fabricadora; este sistema no forma parte del objeto individuado; ahora
bien, el objeto individuado es pensado por el ser humano como teniendo una
individualidad en tanto que objeto fabricado, por referencia a la fabricación. La
ecceidad de este ladrillo como ladrillo no es una ecceidad absoluta, no es la
ecceidad de este objeto preexistiendo al hecho de que es un ladrillo. Es la
ecceidad del objeto como ladrillo: ella comporta una referencia a la intención
del uso, y, a través de ella, a la intención fabricadora, por tanto al gesto humano
que ha constituido las dos semi-cadenas reunidas en sistema por la operación de
toma de forma. En este sentido, el esquema hilemorfista es tecnológico quizá
solo en apariencia: es el reflejo de los procesos vitales en una operación
conocida de forma abstracta, una operación que encuentra su consistencia en
que es realizada por un ser vivo y para los seres vivos. Por esto se explicaría el
gran poder paradigmático del esquema: viniendo de la vida, vuelve a ella y se
aplica a ella, pero lo hace con un déficit que viene del hecho de que la toma de
conciencia que lo ha explicitado lo ha comprendido a través del caso particular
y abusivamente simplificado de la toma de forma técnica; comprende los tipos
más que los individuos, los ejemplares de un modelo más que las realidades. El
dualismo materia-forma, que solo comprende los términos extremos de lo más
grande y de lo más pequeño que el individuo, deja en la oscuridad aquella
realidad que es del mismo orden de magnitud que el individuo producido, y sin
la cual los términos extremos permanecerían separados: una operación
alagmática que se despliega a partir de una singularidad.
Sin embargo, no basta con criticar el esquema hilemorfista y restituir
una relación más exacta en el desarrollo de la toma de forma técnica para
descubrir el verdadero principio de individuación. Y menos basta aún suponer
un paradigma en primer lugar biológico para el conocimiento que se tiene de la
operación técnica: incluso si la relación materia-forma en la adquisición de
forma técnica es fácilmente conocida (adecuada o inadecuadamente) gracias al
hecho de que somos seres vivos, no deja de ser aún necesaria la referencia al
dominio técnico para poder clarificar, explicitar, objetivar esta noción implícita
que el sujeto lleva con él. Si lo vital experimentado es la condición de lo técnico
representado, la técnica representada deviene a su vez condición del
conocimiento de lo vital. Se nos reenvía así de un orden a otro, aunque el
esquema hilemorfista parece deber su universalidad principalmente al hecho de
que instituye una cierta reciprocidad entre el dominio vital y el técnico. Este
esquema no es además el único ejemplo de semejante correlación: el
automatismo, bajo diversas formas, ha sido utilizado con más o menos éxito
para desentrañar las funciones del viviente por medio de representaciones
tomadas de la tecnología, desde Descartes hasta la cibernética actual. No
obstante, surge una dificultad importante en la utilización del esquema
hilemorfista: no indica cuál es el principio de individuación del ser vivo,
precisamente porque acuerda a los dos términos una existencia anterior a la
relación que los une, o por lo menos porque no permite pensar claramente esta
relación; no puede representar más que la mezcla, o la incorporación parte a
parte; la manera por la cual la forma informa la materia no
queda lo bastante precisada por el esquema hilemorfista.
Utilizar el esquema hilemorfista es suponer que el principio de individuación
está en la forma o en la materia, pero no en la relación entre las dos. El
dualismo de las substancias –alma y cuerpo- está en germen en el esquema
hilemorfista, y nos podemos preguntar si este dualismo no habrá salido de las
técnicas.
Para profundizar en este examen, es necesario considerar todas las
condiciones que rodean a una toma de conciencia nocional. Si solo existieran el
ser vivo individual y la operación técnica, quizá no podría constituirse el
esquema hilemorfista. De hecho, en el origen del esquema hilemorfista, parece
que la vida social hubiera sido el término medio entre el dominio del viviente y
el técnico. Lo que en primer lugar es reflejado en el esquema hilemorfista es
una representación socializada del trabajo y una representación igualmente
socializada del ser vivo individual: la coincidencia entre estas dos
representaciones es el fundamento común de la extensión del esquema de un
dominio al otro, y el garante de su validez en una cultura determinada. La
operación técnica que impone una forma a una materia pasiva e indeterminada
no es solo una operación considerada de forma abstracta por el espectador que
ve lo que entra y lo que sale del taller, sin conocer la elaboración propiamente
dicha. Es esencialmente la operación controlada por el hombre libre y ejecutada
por el esclavo; el hombre libre elige la materia, indeterminada puesto que es
suficiente designarla genéricamente por el nombre de sustancia, sin verla, sin
manipularla, sin prepararla: el objeto estará hecho de madera o de hierro, o de
tierra. La verdadera pasividad de la materia es su disponibilidad abstracta tras la
orden dada que otros ejecutarán. La pasividad es la de la mediación humana que
procurará la materia. La forma corresponde a aquello que el hombre que
controla ha pensado en sí mismo y que debe expresar de manera positiva
mientras da sus órdenes: la forma es entonces del orden de lo expresable; es
eminentemente activa puesto que es aquello que se impone a los que
manipularán la materia; es el contenido mismo de la orden, aquello por lo que
gobierna. El carácter activo de la forma, el carácter pasivo de la materia,
responden a las condiciones de la transmisión de la orden que supone la
jerarquía social: es en el contenido de la orden donde la materia es un indicio de
algo indeterminado mientras que la forma es determinación, expresable y
lógica. A través del condicionamiento social es por lo que el alma se opone al
cuerpo; no es por el cuerpo por lo que el individuo es ciudadano, participa en
los juicios públicos, en las creencias comunes, sobrevive a sí mismo en la
memoria de sus conciudadanos: el alma se distingue del cuerpo como el
ciudadano del ser vivo humano. La distinción entre la forma y la materia, entre
el alma y el cuerpo, refleja una ciudad que contiene ciudadanos por oposición a
los esclavos. Se debe remarcar no obstante que los dos esquemas, tecnológico y
cívico, aunque acuerdan en distinguir los dos términos, no les asignan el mismo
papel en las dos parejas: el alma no es pura actividad, plena determinación,
mientras que el cuerpo sería pasividad e indeterminación. El ciudadano es
individuado como cuerpo, pero está individuado también como alma.
Las vicisitudes del esquema hilemorfista provienen del hecho de que
no es ni directamente tecnológico ni directamente vital: pertenece a la operación
tecnológica y a la realidad vital mediatizadas por lo social, esto es, por las
condiciones ya dadas –en la comunicación interindividual- de una recepción
eficaz de información, en la forma de la orden de fabricación. Esta
comunicación entre dos realidades sociales, esta operación de recepción que es
la condicicón de la operación técnica, enmascara aquello que, en el seno de la
operación técnica, permite a los términos extremos —forma y materia— entrar
en comunicación interactiva: la información, la singularidad del hic et nunc
de la operación, acontecimiento puro en la dimensión del individuo en
trance de aparecer.
II. Significación física de la adquisición de forma técnica.

1. Condiciones físicas de la adquisición de forma técnica

No obstante, si bien el condicionamiento psico-social del


pensamiento es capaz de explicar las vicisitudes del esquema hilemorfista, no
puede explicar su permanencia y su universalidad en la reflexión. Esta
permanencia a través de sucesivos aspectos, o esta universalidad que recubre
dominios infinitamente diversos, parecen requerir un fundamento menos
fácilmente modificable que la vida social. Para el descubrimiento de este
fundamento incondicional debemos recurrir al análisis físico de las condiciones
de posibilidad de la adquisición de forma. La adquisición de forma en sí misma
demanda materia, forma y energía, singularidad. Pero para que una materia
bruta y una forma pura puedan conformar dos semi-cadenas técnicas que más
tarde reunirá la incorporación de información singular, debe ocurrir que la
materia bruta contenga, ya antes de toda elaboración, algo que pueda formar un
sistema que convenga al punto final de la semi-cadena cuyo origen es la forma
pura. Y es en el mundo natural donde debemos buscar esta condición, antes
de toda elaboración humana. La materia debe estar estructurada de una cierta
manera, de modo tal que ya tenga propiedades que son condición para la
adquisición de forma. Se podría decir, en un cierto sentido, que la materia
encierra la coherencia de la forma antes de la adquisición de forma; ahora bien,
esta coherencia es ya una configuración que tiene función de forma. La toma de
forma técnica utiliza adquisiciones de forma naturales anteriores a ella, que han
creado lo que podríamos llamar una ecceidad de la materia bruta. Un tronco de
árbol, en el taller, es materia bruta abstracta en tanto se lo considera como un
cierto volumen de madera a utilizar; solo la esencia a la que pertenece se acerca
a lo concreto, indicando que probablemente vamos a encontrar cierta conducta
de la materia en el momento de la adquisición de forma: un tronco de pino no es
igual a uno de sabina. Pero cierto árbol, cierto tronco, tendrá una ecceidad, en
su totalidad y en cada una de sus partes, hasta una escala definida de tamaño
mínimo; existe una ecceidad en su totalidad en el sentido de que es recta o
curva, casi cilíndrica o regularmente cónica, de sección más o menos
redondeada o fuertemente aplanada. Esta ecceidad del conjunto es aquello por
lo cual este tronco se distingue de todos los demás; no es solo aquello por lo
cual se le puede reconocer perceptivamente, sino aquello que es técnicamente
principio de elección cuando por ejemplo el árbol es empleado entero para
hacer un potro; tal tronco conviene mejor que tal otro para tal lugar, en virtud
de sus caracteres particulares, que ya son los de forma, y son los caracteres de la
forma válida para la técnica de la carpintería, aunque esta forma sea presentada
por la materia bruta y natural. Una mirada ejercitada puede reconocer un árbol,
en el bosque, cuando busca el tronco que más conviene a cierto uso preciso: el
carpintero irá al bosque. En segundo lugar, la existencia de las formas
implícitas se manifiesta en el momento en que el artesano elabora la materia
bruta: se manifiesta un segundo nivel de ecceidad. Un tronco partido con sierra
circular o con cinta dará dos vigas más regulares pero menos sólidas que las que
da el mismo tronco partido por medio de cuñas; sin embargo, las cuatro masas
de madera así producidas son sensiblemente iguales, cualquiera que sea el
procedimiento empleado para partirlo. Pero la diferencia consiste en que la
sierra mecánica corta abstractamente la madera según un plan geométrico, sin
respetar las delicadas ondulaciones de las fibras o su torsión en hélice de paso
muy largo: la sierra corta las fibras, mientras que la cuña las separa solo en dos
semi-troncos: la fisura avanza respetando la continuidad de las fibras,
curvándose alrededor de un nudo, siguiendo el corazón del árbol, guiada por la
forma implícita que revela el esfuerzo de las cuñas. Igualmente, un trozo de
madera torneada gana en esta operación una forma geométrica de revolución:
pero el torneado corta un cierto número de fibras, aunque la cubierta geométrica
de la figura obtenida por revolución puede no coincidir con el perfil de las
fibras; las verdaderas formas implícitas no son geométricas, sino topológicas; el
gesto técnico debe respetar estas formas topológicas que constituyen una
ecceidad parcelada, una información posible, sin crear ningún defecto en
ningún punto. La fragilidad extrema de las maderas desplegadas, que prohíbe su
empleo en una capa única no pegada, proviene del hecho de que este proceder,
combinando el serrado lineal y el torneado, da una hoja de madera que no
respeta el sentido de las fibras en la longitud suficiente: la forma explícita
producida por la operación técnica no respeta en este caso la forma implícita.
Saber usar un útil, no es solo haber adquirido la práctica de los gestos
necesarios; es también saber reconocer, a través de las señales que llegan al
hombre a través de la herramienta, la forma implícita de la materia que se está
elaborando, en el lugar preciso donde ataca la herramienta. El cepillo no es solo
lo que retira una viruta más o menos gruesa; es también lo que permite sentir si
la viruta se retira de forma fina, sin esquirlas, o bien si comienza a ser rugosa, lo
cual significa que el sentido de las líneas de madera es contrariado por el
movimiento de la mano. Lo que hace que útiles tan simples como la plana
permitan realizar un trabajo excelente es que en razón de su no-automaticidad,
del carácter no geométrico de su movimiento, enteramente soportado por la
mano y no por un sistema de referencia exterior (como el carro del torno
[chariot du tour]), estos útiles permiten recibir una señal continua y precisa
que invita a seguir las formas implícitas de la materia elaborable. La sierra
mecánica y el torno violentan la madera, la desconocen: este último carácter de
la operación técnica (que podría denominarse conflicto de los niveles de
formas) reduce el número posible de materias brutas que pueden usarse para
producir un objeto; todas las maderas pueden ser trabajadas por la plana; ciertas
son ya difíciles de trabajar con el cepillo; pero muy pocas maderas son
convenientes para tratarlas con el torno, una máquina que extrae una viruta
según un sentido que no tiene en cuenta la forma implícita de la madera, la
ecceidad particular de cada parte; las maderas que son excelentes para las
herramientas de corte orientable y modificable en el curso del trabajo devienen
inutilizables en el torno, que las ataca irregularmente y da una superficie
rugosa, esponjosa, arrancando haces de fibras. Solo convienen al torno maderas
de grano fino, casi homogéneas, y en las cuales el sistema de las fibras viene
doblado por un sistema de ligaduras transversales u oblicuas entre haces; ahora
bien, estas maderas de estructura no orientada no son necesariamente aquellas
que ofrecen la mayor resistencia y la mayor elasticidad ante un esfuerzo de
flexión. Las maderas tratadas con torno pierden el beneficio de su información
implícita; no presentan ninguna ventaja con respecto a una materia homogénea,
como pudiera ser una materia plástica moldeada; por el contrario, su forma
implícita se arriesga a entrar en conflicto con la forma explícita que se le quiera
dar, lo cual crea un malestar en el actor de la operación técnica. En fin, en tercer
término, existe una ecceidad elemental de la materia elaborable, que interviene
de manera absoluta en la elaboración imponiendo formas implícitas que son
límites que no pueden ser traspasados; lo que impone los límites previos a la
operación técnica no es la materia en tanto que realidad inerte, sino la materia
portadora de formas implícitas. En la madera, este límite elemental es la célula,
o, quizás, el cúmulo diferenciado de células, si la diferenciación está lo bastante
desarrollada. De esta forma, un vaso, resultado de una diferenciación celular, es
un límite formal que no puede ser transgredido: no se puede hacer un objeto de
madera cuyos detalles fueran de un orden de magnitud inferior al de las células
o los conjuntos celulares diferenciados, cuando existen. Si, por ejemplo, se
quisiera construir un filtro hecho con una lámina delgada de madera agujereada,
no se podrá hacer de agujeros más pequeños que los canales que ya se
encuentran naturalmente formados en la madera; las únicas formas que se
pueden imponer mediante la operación técnica son aquellas de un orden de
magnitud superior a las formas elementales implícitas de la materia utilizada.
La discontinuidad de la materia interviene como forma, y pasa al nivel del
elemento lo que pasa en el nivel de ecceidad de los conjuntos: el carpintero
busca en el bosque un árbol que tenga la forma requerida, puesto que no puede
por sí mismo enderezar o curvar un árbol lo suficiente, y debe dirigirse a las
formas espontáneas. Igualmente, el químico o el bacteriólogo que quisiera un
filtro de madera o de tierra no podrá agujerear una placa de madera o de arcilla:
eligirá el trozo de madera o la placa de arcilla cuyos poros naturales sean de la
dimensión deseada; la ecceidad elemental interviene en esta elección; no hay
dos placas de madera porosa exactamente iguales, puesto que cada poro existe
por sí mismo; no se puede estar seguro del calibre de un filtro sin haber
ensayado, puesto que los poros son resultado de una adquisición de forma
elaborada antes de la operación técnica; esta última, que es de modelado, de
moldeo o de serrado, adapta funcionalmente el soporte de estas formas
implícitas elementales, pero no crea las formas implícitas elementales: se debe
cortar la madera perpendicularmente a las fibras para obtener madera porosa,
mientras que se debe cortar longitudinalmente (paralelamente a las fibras) para
obtener madera elástica y resistente. Las mismas formas implícitas, las fibras,
pueden ser usadas bien como poros (por la sección transversal) bien como
estructuras elásticas resistentes (por la sección longitudinal).
Se podría decir que los ejemplos técnicos están aún deslustrados por
un cierto relativismo zoomórfico, cuando las formas implícitas se distinguen
únicamente en relación al uso que se les da. Pero se debe hacer notar que la
instrumentación científica trata de forma muy parecida con las formas
implícitas. El descubrimiento de la difracción de rayos X, y después de los
rayos gamma, por los cristales, ha fundado de una manera objetiva la existencia
de formas implícitas de la materia bruta, ahí donde la intuición sensorial no
encontraba más que un continuo homogéneo. Las mallas moleculares actúan
como una red trazada a mano sobre una placa de metal: pero esta red natural
tiene una malla bastante más pequeña que la de las redes más finas que se
puedan fabricar, incluso con micro-herramientas; el físico actúa entonces, en el
otro extremo de la escala de magnitudes, como el carpintero que va a buscar un
árbol conveniente al bosque: para analizar los rayos X de tal o tal otra longitud
de onda, el físico elige el cristal que constituirá una red cuya malla sea del
orden de magnitud de la longitud de onda de la radiación a estudiar; y el cristal
será cortado según tal eje para que la red natural que conforma se pueda usar de
la mejor forma posible, o que sea atacada por el haz de radiación según la mejor
dirección. Ciencia y técnica no se distinguen ya en el nivel de la utilización de
formas implícitas; estas formas son objetivas y pueden ser estudiadas por la
ciencia tal y como pueden ser empleadas por la técnica; además, el único medio
que la ciencia posee para estudiarlas inductivamente es el de implicarlas en un
funcionamiento que las revele; si tenemos un cristal desconocido, se puede
descubrir su malla enviando sobre él haces de rayos X o gamma de longitud de
onda conocida, para poder observar las figuras de difracción. La operación
técnica y la operación científica se reúnen en el modo de funcionamiento que
suscitan.

2. Formas físicas implícitas y cualidades

El esquema hilemorfista es insuficiente en la medida en que no tiene


en cuenta las formas implícitas, distinguiendo entre la forma pura (llamada
forma) y la forma implícita, confundida con otros caracteres de la materia bajo
el nombre de cualidad. En efecto, gran número de cualidades atribuidas a la
materia son de hecho formas implícitas; y esta confusión no implica solo una
imprecisión; también disimula un error: las cualidades verdaderas no comportan
ecceidad, mientras que las formas implícitas comportan ecceidad en el grado
más alto. La porosidad no es una cualidad global que un pedazo de madera o de
tierra podría adquirir o perder sin relación de inherencia con respecto a la
materia que lo constituye; la porosidad es el aspecto bajo el cual se presenta al
orden de magnitud de la manipulación humana el funcionamiento de todas esas
formas implícitas elementales que son los poros de madera tal y como existen
de hecho; las variaciones de porosidad no son cambios de cualidad, sino
modificaciones de estas formas implícitas: los poros se encogen o se dilatan, se
obstruyen o se liberan. La forma implícita es real y existe objetivamente; la
cualidad es a menudo el resultado de la elección que la elaboración técnica hace
de las formas implícitas; la misma madera será permeable o impermeable según
la manera en que haya sido cortada, perpendicularmente o paralelamente a las
fibras.
La cualidad, usada para describir o caracterizar una especie de
materia, solo lleva a un conocimiento aproximado, en cierta forma estadístico:
la porosidad de una especie de madera es la posibilidad más o menos grande
que se tiene de encontrar cierto número de vasos no tapados por centímetro
cuadrado, y cierto número de vasos de cierto diámetro. Un gran número de
cualidades, en particular aquellas relativas a los estados de la superficie, como
liso, granuloso, pulido, rugoso, suave, designan formas implícitas
estadísticamente previsibles: en esta calificación solo hay una evaluación global
del orden de magnitud de cierta forma implícita generalmente presentada por
cierta materia. Descartes ha llevado a cabo un gran esfuerzo por asociar las
cualidades a las estructuras elementales, puesto que no ha disociado materia y
forma, y ha considerado la materia como algo que puede ser portador de formas
esencialmente a todos los niveles de magnitud, tanto como al nivel de la
extrema pequeñez de los corpúsculos de materia sutil como en el nivel de los
torbellinos primarios de los que salen los sistemas siderales. Los torbellinos de
materia sutil que constituyen la luz o que transmiten las fuerzas magnéticas son,
a pequeña escala, lo que los torbellinos cósmicos son en la grande. La forma no
está vinculada a un orden de magnitud determinado, como tendería a hacernos
creer la elaboración técnica, que reduce o resume, arbitrariamente, en forma de
cualidades de la materia, las formas que la constituyen en tanto ser ya
estructurado antes de toda elaboración.
Por tanto se puede afirmar que la operación técnica revela y utiliza
formas naturales ya existentes, y además constituye otras, a mayor escala, que
emplean las formas naturales implícitas; la operación técnica es lo que integra
las formas implícitas antes que lo que impone una forma totalmente extraña y
nueva a una materia que permanecería pasiva ante esta forma; la adquisición de
forma técnica no es una génesis absoluta de ecceidad; la ecceidad del objeto
técnico es precedida y sostenida por varios niveles de ecceidad natural, los
cuales son sistematizados, revelados, explicitados por dicha ecceidad del objeto
técnico, y que son niveles que comodulan la operación de adquisición de forma.
Por esto es por lo que se puede suponer que las primeras materias elaboradas
por el hombre no eran materias absolutamente brutas, sino materias ya
estructuradas a una escala vecina de la escala de los útiles humanos y de las
manos humanas: los productos vegetales y animales, ya estructurados y
especializados por las funciones vitales, como la piel, el hueso, la corteza, la
madera flexible de las ramas, las lianas flexibles, serían usadas sin duda antes
que la materia absolutamente bruta; estas materias aparentemente primeras son
vestigios de una ecceidad viviente, y es por ella por lo que se presentan ya
elaboradas para la operación técnica que no tiene más que acomodarlas. El odre
romano es una piel de cabra, cosida en el extremo de patas y cuello, pero que
conserva todavía el aspecto del cuerpo del animal; de la misma manera tenemos
el caparazón de la tortuga de la lira, o el cráneo de buey que aún coronan los
cuernos, sosteniendo la barra en la que se fijan las cuerdas del instrumento de
música primitivo. El árbol podría ser modelado durante su vida, durante su
crecimiento, desarrollándose en una dirección dada; así es el lecho de Ulises,
hecho con un olivo al que éste hizo curvarse a las ramas a ras del suelo, cuando
el árbol era aún joven; el árbol, ya crecido, perece, y Ulises, sin desenraizarlo,
lo transformó en montante de su lecho, construyendo la habitación alrededor del
lugar donde había puesto el árbol. Aquí, la operación técnica acoge la forma
viva y la desvía parcialmente para su provecho, dejando que la espontaneidad
vital cuide de llevar a cabo la obra positiva de su crecimiento. Por lo tanto, la
distinción de forma y materia sin duda no es el resultado de técnicas de pastoreo
o agrícolas, sino más bien de ciertas operaciones artesanales limitadas, como las
de la cerámica o la fabricación de ladrillos de tierra arcillosa. La metalurgia no
se deja pensar de forma completa por medio del esquema hilemorfista, puesto
que la materia prima, que raramente está en el estado nativo puro, debe pasar
por una serie de estados intermedios antes de recibir la forma propiamente
dicha; después de que haya recibido un contorno definido, aún se verá sometida
a una serie de transformaciones que le añaden cualidades (el remojo por
ejemplo). En este caso, la adquisición de forma no se lleva a cabo en un solo
instante de manera visible, sino en varias operaciones sucesivas; no se puede
distinguir estrictamente la adquisición de forma de la transformación
cualitativa; el forjado y el remojo de un acero son uno anterior y el otro
posterior a lo que podríamos llamar la adquisición de forma propiamente dicha;
sin embargo el forjado y el remojo dan lugar a objetos. Al esquema hilemorfista
sólo se le podría asegurar una cierta apariencia de universalidad explicativa por
el hecho de que lo que dominan son las técnicas que se aplican a materias que
ya están dotadas de cierta plasticidad debido a su preparación, ya que esta
plasticidad suspende la acción de las singularidades históricas aportadas por la
materia. Pero este es un caso límite y enmascara la acción de la información
singular en la génesis del individuo.
3. La ambivalencia hilemorfista

En estas condiciones, nos podemos preguntar sobre qué reposa la


atribución del principio de individuación en la materia antes que en la forma. La
individuación mediante la materia, en el esquema hilemorfista, corresponde a
ese carácter de obstáculo, de límite, que constituye la materia en la operación
técnica; un objeto es diferente a otro debido al conjunto de límites particulares,
que varían de un caso a otro, y que hacen que este objeto posea su ecceidad; lo
que ha llevado a la idea de atribuir a la materia las diferencias que hacen que un
objeto sea individualmente distinto de otro es la experiencia de recomenzar la
construcción de objetos que salen de la operación técnica. La materia es lo que
se conserva en un objeto; y lo que le hacer ser él mismo es que el estado en el
que está su materia resume todos los acontecimientos que ha sufrido este
objeto; la forma, que solo es intención fabricadora, voluntad de disposición, no
puede envejecer ni devenir; es siempre la misma, de una fabricación a otra; es
por lo menos la misma en tanto que intención, para la consciencia de aquel que
piensa y da la orden de fabricación; es la misma abstractamente, para aquel que
controla la fabricación de un millar de ladrillos: los desea todos idénticos, de la
misma dimensión y según la misma figura geométrica. De ahí resulta el hecho
de que mientras que cuando aquel que piensa no es aquel que trabaja, sólo hay
en realidad en su pensamiento una sola forma para todos los objetos de una
misma colección: la forma es genérica no lógicamente ni físicamente, sino
socialmente: solo se da una orden para todos los ladrillos de un mismo tipo; y
esta orden no es, por tanto, lo que puede diferenciar, en tanto que individuos
distintos, los ladrillos realmente moldeados tras la fabricación. Y tenemos algo
completamente diferente cuando se piensa la operación desde el punto de vista
del que la lleva a cabo: cierto ladrillo es diferente de cierto otro no solo en
función de la materia que se toma para hacerlo (si la materia ha sido
convenientemente preparada, puede ser bastante homogénea como para no
introducir espontaneamente diferencias notables entre sucesivos moldeos), pero
también y sobre todo en función del carácter único del desarrollo de la
operación de moldeo: los gestos del obrero jamás son exactamente los mismos;
el esquema quizá es único, desde el principio del trabajo hasta el final, pero
cada moldeo está gobernado por un conjunto de acontecimientos psíquicos,
perceptivos y somáticos particulares; la verdadera forma, la que dirige la
disposición del molde, de la pasta, el régimen de gestos sucesivos, cambia de un
ejemplar a otro a modo de las variaciones sobre un mismo tema; la fatiga, el
estado global de la percepción y de la representación intervienen en esta
operación particular y equivalen a una existencia única de una forma particular
de cada acto de fabricación, traduciéndose en la realidad del objeto; la
singularidad, el principio de individuación, se encontrarán por tanto en la
información. Se podría decir que en una civilización que divide los hombres en
dos grupos, los que dan las órdenes y los que las ejecutan, el principio de
individuación, siguiendo el ejemplo tecnológico, se atribuye necesariamente ya
sea a la forma o ya sea a la materia, pero nunca a las dos en conjunto. El
hombre que da las órdenes de ejecución pero que no las lleva a cabo y que sólo
controla el resultado tiene tendencia a encontrar el principio de individuación en
la materia, fuente de la cantidad y de la pluralidad, puesto que este hombre no
experimenta el renacimiento de una forma nueva y particular en cada operación
fabricadora; así, Platón estima que cuando el tejedor ha roto una lanzadera, para
fabricar una nueva éste no fija su mirada sobre los pedazos de la lanzadera rota,
sino que contempla, con los ojos del alma, la forma de la lanzadera ideal que
encuentra en él. Los arquetipos son únicos para cada tipo de ser; existe una sola
lanzadera ideal para todas las lanzaderas sensibles, pasadas, presentes y futuras.
Por el contrario, el hombre que lleva a cabo el trabajo no ve en la materia un
principio suficiente de individuación puesto que para él, la materia es la materia
preparada (mientras que es la materia bruta para aquel que ordena sin trabajar,
puesto que no la prepara él mismo); ahora bien, la materia preparada es
precisamente aquella que es homogénea por definición, puesto que debe ser
capaz de adquirir forma. Por tanto, para el hombre que trabaja aquello que
introduce una diferencia entre los objetos preparados sucesivamente es la
necesidad de renovar el esfuerzo del trabajo en cada nueva unidad; en la serie
temporal de esfuerzos de la jornada, cada unidad se inscribe en tanto instante
propio: el ladrillo es fruto de este esfuerzo, de este gesto tembloroso o recio,
apresurado o lleno de lasitud; comporta con él la huella de un momento de
existencia del hombre, concretiza esta actividad ejercida sobre la materia
homogénea, pasiva, esperando ser empleada; sale de esta singularidad.
Ahora bien, existe una subjetividad muy grande tanto en el punto de
vista del maestro como en el del artesano; la ecceidad del objeto así definida
toca solo aspectos parciales; aquella que percibe el maestro atañe al hecho de
que los objetos son múltiples; su número es proporcional a la cantidad de
materia empleada; resulta del hecho de que esta masa de materia ha devenido
tal objeto, esta otra masa aquel otro objeto; el maestro reencuentra la materia en
el objeto, como ese tirano que, con la ayuda de Arquímedes, evitó el fraude del
orfebre que había mezclado una cierta masa de plata con el oro que le había
sido confiado para fabricar un trono; el trono, para el tirano, es trono hecho con
este oro, de cierto oro; su ecceidad es prevista y esperada antes incluso del gesto
de la fabricación, puesto que el artesano es, para aquel que controla sin trabajar,
el hombre que posee las técnicas para transformar la materia sin modificarla, sin
cambiar la sustancia. Lo que individualiza el trono para el tirano no es la forma
que le da el orfebre, sino la materia que ya tiene una quidditas antes de su
transformación: este oro, y no cualquier metal no cualquier oro. Aún hoy en día,
la búsqueda de la ecceidad en la materia existe en la práctica del hombre que
controla al artesano. Para el propietario de un bosque, el hecho de dar madera a
una serrería para hacerla cortar supone que la madera no será cambiada por la
de otro propietario, y que los productos de la operación de serrado estarán
hechos con la madera suministrada. Sin embargo, esta sustitución no supondría
un fraude como sí lo era en el caso del orfebre, que había mezclado plata con
oro para poder conservar una cierta cantidad de oro fino. El apego del
propietario a la conservación de su materia reposa en motivos irracionales, entre
los cuales se encuentra sin duda el hecho de que la ecceidad no abarca solo el
carácter objetivo despegado del sujeto, sino que tiene el valor de una
pertenencia y un origen. Solo un pensamiento comercialmente abstracto podría
no asociar ningún precio a la ecceidad de la materia, y no buscar en absoluto en
ella un principio de individuación. El hombre que da materia a elaborar valoriza
lo que conoce, lo que le corresponde, lo que ha cuidado y visto crecer; para él,
lo concreto primitivo es la materia en tanto que es de él, le pertenece, y esta
materia se debe prolongar en los objetos; mediante su cantidad, esta materia es
principio de un número de objetos que resultarán tras la adquisición de forma.
Este árbol será tal o tal tabla; todos los árboles tomados individualmente uno a
uno serán este montón de tablas; existe un canal de paso entre la ecceidad del
árbol a la de las tablas. Este canal expresa la permanencia de lo que el sujeto
reconoce de él mismo en los objetos; la expresión del yo [moi] es aquí la
relación concreta de propiedad, el lazo de pertenencia. Colocando la ecceidad
en la información, el artesano no actúa de otra forma; pero como no es el
propietario de la materia sobre la que trabaja, no conoce esta materia en tanto
algo singular; le es extraña, no está ligada a su propia historia individual, a su
esfuerzo, en tanto materia; es solo aquello sobre lo cual él trabaja; ignora el
origen de la materia y la elabora de manera preparatoria hasta que ya no refleje
más su origen, hasta que sea homogénea, y esté presta a tomar forma como
cualquier otra materia que pudiera convenir al mismo trabajo; la operación
artesanal en cierta forma niega la historicidad de la materia en lo que tiene de
humano y de subjetivo; esta historicidad, por el contrario, es considerada por el
que ha aportado la materia, y valorizada puesto que es depositaria de cierta cosa
subjetiva, puesto que expresa existencia humana. La ecceidad buscada en la
materia reposa sobre un apego vivido a cierta materia que ha estado asociada al
esfuerzo humano, y que ha devenido el reflejo de este esfuerzo. La ecceidad de
la materia no es solo material; es también una ecceidad en relación al sujeto. El
artesano, por el contrario, se expresa en su esfuerzo, y la materia que va a ser
obrada solo es el soporte, la ocasión de este esfuerzo; se podría decir que, desde
el punto de vista del artesano, la ecceidad del objeto solo comienza a existir con
el esfuerzo al ser llevada hacia la forma; como este esfuerzo de llevar hacia la
forma coincide temporalmente con el comienzo de la ecceidad, es natural que el
artesano atribuya el fundamento de la ecceidad a la información, aunque la
adquisición de forma solo sea quizás un acontecimiento concomitante al
acontecimiento de la ecceidad del objeto, siendo el verdadero principio la
singularidad del hic et nunc de la operación completa. Igualmente, la
ecceidad comienza a existir, para el propietario de la materia, con el acto de
compra o plantado un árbol. Aún no existe el hecho de que este árbol será luego
una materia para una operación técnica; este árbol tendrá una ecceidad no en
tanto futura materia, sino en tanto objeto o intención de una operación. Más
tarde, la ecceidad se conservará a vista del propietario, pero no para el artesano,
que ni ha plantado el árbol ni lo ha comprado en tanto árbol. El artesano que
firma su obra y pone una fecha, asocia a la ecceidad de esta obra el sentido de
su esfuerzo definido; para él, la historicidad de este esfuerzo es la fuente de esta
ecceidad; es el origen primero y el principio de individuación de este objeto. La
forma ha sido fuente de información, mediante el trabajo.
Ahora bien, si la cuestión del fundamento de la individuación puede
plantearse legítimamente, y si este principio es buscado unas veces en la forma,
otras en la materia, según el tipo de individuación a tomar como modelo de
inteligibilidad, es probable que los casos tecnológicos de individuación en los
cuales forma y materia tienen un sentido sean aún muy particulares, y nada
prueba que las nociones de forma y materia sean generalizables. Por el
contrario, aquello que aparece mediante la crítica del esquema hilemorfista, la
existencia, entre forma y materia, de una zona de dimensión medial e
intermediaria -la de las singularidades que son el comienzo [amorce] del
individuo en la operación de individuación- debe sin duda considerarse como
un carácter esencial de la operación de individuación. Al nivel de estas
singularidades es donde se encuentran materia y forma en la individuación
técnica, y es en este nivel de realidad donde encontramos el principio de
individuación, bajo la forma del comienzo [amorce] de la operación de
individuación: por tanto nos podemos preguntar si la individuación en general
no podría ser comprendida a partir del paradigma técnico obtenido tras
remodelar el esquema hilemorfista, dejando, entre forma y materia, un lugar
central a la singularidad, singularidad que tiene un papel de información activa.

III. Los dos aspectos de la individuación

1. Realidad y relatividad del fundamento de la


individuación

[La individuación de los objetos no es completamente independiente


de la existencia del hombre; el objeto individuado es un objeto individuado para
el hombre: hay en el hombre una necesidad de individuar los objetos que es uno
de los aspectos de la necesidad de reconocerse y de encontrarse en las cosas, y
de encontrarse en ellas como ser que tiene una identidad definida, estabilizada
por un papel y una actividad. La individuación de los objetos técnicos no es
absoluta; es una expresión de la existencia psico-social del hombre. No obstante
no puede ser arbitraria; le hace falta un soporte que la justifique y reciba. A
pesar de la relatividad del principio de individuación tal y como es invocado, la
individuación no es arbitraria; se asocia a un aspecto de los objetos que
considera quizás equivocadamente como lo único que tiene significación: pero
este aspecto es reconocido realmente; lo que no es conforme a lo real es la
exclusión de otros puntos de vista en los cuales uno se podría colocar para
encontrar otros aspectos de la individuación. Lo que es subjetivo es la
atribución única y exclusiva del principio de individuación a tal tipo o tal otro
de realidad. Pero la noción misma de individuación y la búsqueda de
individuación, tomada en sí misma como expresando una necesidad, no está
desprovista de significación. La subjetividad de la individuación para el
hombre, la tendencia a individuar los objetos no debe hacernos concluir con el
hecho de que la individuación no exista y no se corresponda con nada. Una
crítica de la individuación no debe necesariamente conducir a hacer
desvanecerse la noción de individuación; es el análisis epistemológico lo que
debe conducir a una aprehensión verdadera de la individuación.]
El análisis epistemológico y crítico no puede limitarse a indicar una
relatividad posible de la búsqueda del principio de individuación, y su
significación subjetiva, psico-social. Debe aún someterse al estudio el contenido
de la noción de individuación para ver si expresa algo de subjetivo, y si la
dualidad entre las condiciones de atribución de este principio a la forma o a la
materia se vuelve a encontrar en el propio contenido de la noción. Sin buscar el
principio de individuación, se puede plantear esta cuestión: ¿qué es la
individuación? Ahora bien, aquí aparece una divergencia importante entre dos
grupos de nociones. Nos podemos preguntar por qué un individuo es el que es.
También nos podemos preguntar por qué un individuo es diferente del resto y
no puede ser confundido con ninguno de ellos. Nada demuestra que los dos
aspectos de la individuación sean idénticos. Confundirlos sería suponer que un
individuo es el que es, en el interior de sí mismo, en sí mismo en relación a sí
mismo, debido a que mantiene una conexión definida con los otros individuos,
y no con tal individuo o tal otro, sino con todos los otros. En el primer sentido,
la individuación es un conjunto de caracteres intrínsecos; en el segundo, un
conjunto de caracteres extrínsecos, de relaciones. Pero ¿cómo se pueden ajustar
una con otra estas dos series de caracteres? ¿En qué sentido intrínseco y
extrínseco forman una unidad? Los aspectos intrínsecos y extrínsecos ¿deben
ser realmente separados y considerados como realmente intrínsecos y
extrínsecos, o bien deben ser considerados como algo que indica un modo de
existencia más profundo, más esencial, que se expresa en los dos aspectos de la
individuación? Pero entonces, ¿podemos aún decir que el principio de base es
justo el principio de individuación con su contenido habitual, es decir,
suponiendo que hay reciprocidad entre el hecho de que un ser es el que es y el
hecho de que es diferente de los otros seres? Parece que el verdadero principio
debe ser descubierto en el nivel de la compatibilidad entre el aspecto positivo y
el aspecto negativo de la noción de individuación. Quizá entonces la
representación del individuo deberá ser modificada, como el esquema
hilemorfista que debe incorporar la información.
¿Cómo lo propio a un individuo puede ser ligado a lo que este
individuo sería si no poseyera lo que posee propiamente? Nos debemos
preguntar si la singularidad o las singularidades de un individuo tienen un papel
real en la individuación, o bien si son aspectos secundarios de la individuación,
añadidas a ella, pero sin tener ningún papel positivo.
Colocar el principio de individuación en la forma o en la materia es
suponer que el individuo puede estar individuado por alguna cosa que preexiste
a su génesis, y que contiene en germen la individuación. El principio de
individuación precede a la génesis del individuo. Cuando se busca un principio
de individuación que existe antes del individuo se está constreñido a colocarlo
bien en la materia o bien en la forma, ya que solo le preexisten la materia y la
forma; y como están separadas una de otra y su reunión es contingente no se
puede colocar el principio de individuación en el sistema de forma y materia en
tanto sistema, ya que este último solo se constituye en el momento en que la
materia toma forma. Toda teoría que quiera hacer preexistir el principio de
individuación a la individuación debe atribuirlo necesariamente bien a la forma,
bien a la materia, y exclusivamente a una o a la otra. En este caso, el individuo
no es nada más que la reunión de una forma y de una materia, y es una realidad
completa. Ahora bien, el examen de una operación de adquisición de forma tan
incompleta como la que realiza la operación técnica muestra que, incluso si ya
preexisten las formas implícitas, la adquisición de forma no se puede efectuar a
no ser que la materia y la forma sean reunidas en un solo sistema por una
condición energética de metaestabilidad. A esta condición la hemos llamado
resonancia interna del sistema, instituyendo una relación alagmática en el curso
de la actualización de la energía potencial. El principio de individuación es en
este caso el estado del sistema individuante, este estado de relación alagmática
en el interior de un complejo energético que incluye a todas las singularidades;
el verdadero individuo solo existe un instante en la operación técnica: solo en
tanto que dura la adquisición de forma. Después de esta operación, lo que
subsiste es un resultado que se va degradando, no un verdadero individuo; es un
ser individuado más que un individuo real, es decir, un individuo individuante,
un individuo individuándose. El verdadero individuo es aquel que lleva consigo
su sistema de individuación, amplificando las singularidades. El principio de
individuación está en este sistema energético de resonancia interna; la forma
solo es forma del individuo cuando es forma para el individuo, es decir, si
conviene a la singularidad de este sistema constituyente; la materia solo es
materia del individuo cuando es materia para el individuo, es decir, si está
implicada en este sistema, si entra en él en tanto vehículo de energía y si se
reparte según la repartición de la energía. Ahora bien, la aparición de esta
realidad del sistema energético no permite ya decir que haya un aspecto
intrínseco y otro extrínseco de la individuación; el sistema energético es el que
es y se distingue de los otros en el mismo tiempo y por los mismos caracteres.
Forma y materia, realidades anteriores al individuo y separadas una de otra,
pueden ser definidas sin considerar su relación con el resto del mundo, puesto
que no son realidades que hagan referencia a la energía. Pero el sistema
energético en el cual se constituye un individuo no es más intrínseco en relación
a este individuo que lo que pueda ser de extrínseco: está asociado a él, es su
medio asociado. El individuo, mediante sus condiciones energéticas de
existencia no está solo en el interior de sus propios límites; se constituye en el
límite de sí mismo y existe en el límite de sí mismo; sale de una singularidad.
La relación, para el individuo, tiene valor de ser, no se puede distinguir lo
intrínseco de lo extrínseco; lo que resulta ser verdadera y esencialmente el
individuo es la relación activa, el intercambio entre lo extrínseco y lo intrínseco;
hay intrínseco y extrínseco en relación a lo que es primero. Lo que es primero
es este sistema de resonancia interna, singular, de la relación alagmática entre
dos órdenes de magnitud. En relación a esta relación, existe intrínseco y
extrínseco, pero lo que verdaderamente es el individuo es esta relación, y no lo
intrínseco, que solo es uno de los términos concomitantes: lo intrínseco, la
interioridad del individuo, no existiría sin la operación relacional permanente
que es individuación permanente. El individuo es realidad de una relación
constituyente, no interioridad de un término constituido. Solo cuando se
considera el resultado de la individuación llevada a cabo (o supuesta llevada a
cabo) se puede definir el individuo como ser que posee una interioridad y en
relación al cual existe una exterioridad. El individuo se individúa y es
individuado antes de toda distinción posible de lo extrínseco y lo intrínseco. La
tercera realidad que llamamos medio, o sistema energético constituyente, no
debe ser concebida como un término nuevo que se añadiría a la forma y la
materia: es la actividad misma de la relación, la realidad de la relación entre dos
órdenes que comunican a través de una singularidad.
El esquema hilemorfista no solo es inadecuado para el conocimiento
del principio de individuación; conduce además a una representación de la
realidad individual que no es justa: hace del individuo el término posible de una
relación, mientras que el individuo es, por el contrario, teatro y agente de una
relación; solo es un término de forma accesoria, puesto que es el teatro o el
agente, esencialmente, de una comunicación interactiva. Querer caracterizar el
individuo por sí mismo o en relación a otras realidades es hacerlo término de
relación, de una relación consigo mismo o de una relación con otra realidad; se
debe encontrar primero el punto de vista a partir del que se pueda comprender
al individuo como actividad de la relación, no como término de esta relación; el
individuo no está, propiamente hablando, ni en relación consigo mismo ni con
otras realidades; es el ser de la relación, y no ser en relación, puesto que la
relación es operación intensa, centro activo.
Esto es por lo cual el hecho de buscar si el principio de individuación
es aquello que hace que el individuo sea positivamente él mismo, o aquello que
hace que no sea los otros, no corresponde a la realidad individual. El principio
del individuo es el propio individuo en su actividad, que es relacional por sí
misma, en tanto centro y mediación singular.

2. El fundamento energético de la individuación:


individuo y medio

Querríamos mostrar que el principio de individuación no es una


realidad aislada, localizada en ella misma, preexistiendo al individuo como un
germen ya individualizado del individuo; y que el principio de individuación,
en el estricto sentido del término, es el sistema completo en el que se opera la
génesis del individuo; y que, además, este sistema se sobrevive a sí mismo en el
individuo viviente, bajo la forma de un medio asociado al individuo, en el cual
se continúa dando la operación de individuación; y que la vida es por tanto una
individuación perpetuada, una individuación continuada a través del tiempo,
prolongando una singularidad. Lo que le falta al esquema hilemorfista es
indicar la condición de comunicación y equilibrio metaestable, es decir, de la
condición de resonancia interna en un medio determinado, que se puede
designar con el término físico de sistema. La noción de sistema es necesaria
para definir la condición energética, puesto que solo hay energía potencial en
relación a las transformaciones posibles en un sistema definido. Los límites de
este sistema no están recortados arbitrariamente por el conocimiento que de él
tiene el sujeto; existen en relación al sistema en sí mismo.
Según esta vía de investigación, el individuo constituido no podría
aparecer como un ser absoluto, enteramente despegado, conforme al modelo de
la sustancia, en tanto σίνολον*["sínolon"] puro. La individuación sería solo
uno de los posibles devenires de un sistema, pudiendo existir además en varios
niveles y de manera más o menos completa; el individuo en tanto ser definido,
aislado, consistente, solo sería una de las dos partes de la realidad completa; en
lugar de ser el σίνολον sería el resultado de un cierto acontecimiento
organizador sobrevenido en el seno del σίνολον y partiéndolo en dos
realidades complementarias: el individuo y el medio asociado tras la
individuación; el medio asociado es el complemento del individuo en relación
al todo original. El individuo solo no es por tanto el mismo tipo de
ser; no puede por esta razón sostener relación en tanto que
término con otro término simétrico. El individuo separado es un ser
parcial, incompleto, que sólo podrá ser adecuadamente conocido si lo volvemos
a colocar en el σίνολον del cual extrae su origen. El modelo del ser es el
σίνολον antes de la génesis del individuo. En vez de concebir la individuación
como una síntesis de forma y materia, o de cuerpo y alma, la representaremos
como un desdoble, una resolución, una repartición no simétrica sobrevenida en
una totalidad a partir de una singularidad. Por esta razón, el individuo no es
algo concreto, un ser completo, en la medida en la que solo es una parte del ser
tras la individuación resolutoria. El individuo no puede dar cuenta de sí mismo
a partir de sí mismo, puesto que no es el todo del ser, en la medida en que es la
expresión de una resolución. Es solo el símbolo complementario de otro real, el
medio asociado (la palabra símbolo es tomada aquí, como en Platón, en el
sentido original, en conexión a su uso en las relaciones de hospitalidad: una
piedra rota en dos mitades da un par de símbolos; cada fragmento, conservado
por los descendientes de aquellos que se han unido mediante relaciones de
hospitalidad, puede ser ajustado a su complementario de forma tal que
reconstituyan la unidad primitiva de la piedra rota; cada mitad es símbolo en
relación a la otra; es complementaria de la otra en relación al todo primitivo. Lo
que es símbolo, no es cada mitad en relación a los hombres que lo han
producido por ruptura, sino cada mitad en relación a la otra mitad con la cual
reconstituye el todo. La posibilidad de reconstitución de un todo no es una parte
de la hospitalidad, sino una expresión de la hospitalidad: es un signo). La
individuación será así presentada como una de las posibilidades de devenir del
ser, respondiendo a ciertas condiciones definidas. El método empleado consiste
en no darse primero al individuo realizado que es cuestión de explicar, sino en
tomar la realidad completa antes de la individuación. En efecto, si se toma el
individuo tras la individuación, se está conducido al esquema hilemorfista,
puesto que en el individuo individuado solo permanecen esos dos aspectos
visibles de la forma y la materia; pero el individuo individuado no es una
realidad completa, y la individuación no es explicable por el único medio de los
elementos que puede descubrir un análisis del individuo tras la individuación.
El juego de la condición energética (condición de estado del sistema
constituyente) no puede ser comprendido en el individuo constituido. Es por
esta razón por lo que hasta hoy en día ha sido ignorada; en efecto, los diferentes
estudios de la individuación han querido obtener del individuo constituido un
elemento capaz de explicar la individuación de este individuo: eso no sería
posible a no ser que el individuo fuera un sistema completo de por sí, y siempre
lo hubiera sido. Pero no se puede inducir la individuación a partir de lo
individuado: solo se puede seguir etapa tras etapa la génesis del individuo en un
sistema; todo proceso regresivo que aspire a ascender a la individuación a partir
de realidades individuadas descubre en un cierto punto una otra realidad, una
realidad suplementaria, que puede ser diversamente interpretada según los
presupuestos del sistema de pensamiento en el cual se efectúe la investigación
(por ejemplo, por el recurso al esquema de la creación, para relacionar materia y
forma; o bien, en las doctrinas que quieren evitar el creacionismo, por el
clinamen de los átomos y la fuerza de la naturaleza que les empuja a
encontrarse, con un esfuerzo implícito: conata est nequiquam, dice
Lucrecio de la Naturaleza).
La diferencia esencial entre el estudio clásico de la individuación y el
que aquí presentamos es que la individuación no será considerada únicamente
bajo la perspectiva de la explicación del individuo individuado; será
comprendida, o por lo menos diremos que debe serlo, antes y durante la génesis
del individuo separado; la individuación es un acontecimiento y una operación
en el seno de una realidad más rica que el individuo que resulta de ella.
Además, la separación comenzada por la individuación en el seno del sistema
puede no conducir al aislamiento del individuo; la individuación es entonces
estructuración de un sistema sin separación del individuo y de su
complementario, aunque la individuación introduce un nuevo régimen del
sistema, pero no rompe el sistema. En este caso, el individuo debe ser conocido
no abstractamente, sino remontándose a la individuación, es decir,
remontándose al estado a partir del cual es posible comprender genéticamente el
conjunto de la realidad que comprende al individuo y a su complemento de ser.
El principio del método que proponemos consiste en suponer que hay
conservación de ser, y que solo se debe pensar a partir de una realidad
completa. Esto es por lo cual se debe considerar la transformación de un
dominio completo de ser, desde el estado que precede a la individuación hasta
el estado que la sigue o la prolonga.
Este método no aspira a hacer desvanecerse la consistencia del ser
individual, sino solamente a comprenderla en el sistema de ser concreto donde
opera su génesis. Si el individuo no es comprendido en este conjunto
sistemático completo del ser, se lo tratará según dos vías divergentes que son
igualmente abusivas: o bien deviene un absoluto, y es confundido con el
σίνολον, o bien queda de tal manera conectado al ser en su totalidad que
pierde su consistencia y es tratado como una ilusión. De hecho, el individuo no
es una realidad completa; pero tampoco tiene como complementaria a toda la
naturaleza por entero, ante la cual sería una realidad ínfima; el individuo tiene
como complemento una realidad del mismo orden que la suya como ser de una
pareja en relación al otro ser con el cual forma la pareja; y es gracias a este
intermediario, que resulta ser el medio asociado, como el individuo puede
asociarse tanto a lo más grande que él como a lo más pequeño que él.
[Entre la mónada de Leibniz y el individuo de Spinoza hay en cierto
sentido una oposición completa, ya que el mundo de Leibniz está hecho de
individuos mientras que el de Spinoza solo contiene un único individuo, la
naturaleza: pero esta oposición proviene de hecho de la falta de relatividad del
individuo en relación a una realidad complementaria del mismo orden que la
suya; Leibniz fragmenta la individuación hasta los límites extremos de la
pequeñez, acordando la misma individualidad a los elementos más pequeños de
un cuerpo viviente; Spinoza, por el contrario lleva la individuación hasta los
límites del todo, y es por lo cual Dios es natura naturante de la individuación
por sí misma. Ni en uno ni en otro encontramos relación entre individuo y
medio asociado, ni sistema del mismo orden de magnitud en el cual el individuo
pudiera recibir una génesis. El individuo es tomado por el ser, es considerado
coextensivo al ser. En estas condiciones, el individuo considerado como
coextensivo al ser no puede ser situado: toda realidad es a la vez demasiado
pequeña y demasiado grande como para recibir el estatuto de individuo. Todo
puede ser individuo, y nada lo puede ser completamente.] Si por el contrario el
individuo es comprendido no como término de una relación sino como
resultado de una operación y como teatro de una actividad relacional que se
perpetúa en él, se define en relación al conjunto que constituye con su
complementario, que es del mismo orden de magnitud que él y en el mismo
nivel que él tras la individuación. La naturaleza en su conjunto no está hecha de
individuos y tampoco es de por sí un individuo: está hecha de dominios de ser
que pueden o no comportar individuación. Hay dos modos de realidad en la
naturaleza que no son del individuo: los dominios que no han sido teatro de una
individuación, y lo que permanece de un dominio concreto tras la
individuación, una vez retiramos el individuo. Estos dos tipos de realidad no
pueden ser confundidos, puesto que el primero designa una realidad completa,
mientras que el segundo designa una realidad incompleta, que solo se puede
explicar por la génesis a partir del sistema del cual es el resultado.
Si aceptamos conocer al individuo en relación al conjunto sistemático
en el que opera su génesis, se descubre que existe una función del individuo en
relación al sistema concreto visto según su devenir: la individuación comprende
una cambio de fase de ser de este sistema, evitando su degradación,
incorporando, bajo la forma de estructuras, los potenciales energéticos de este
sistema, compatibilizando los antagonismos, resolviendo el conflicto interno del
sistema. La individuación perpetúa el sistema a través de un cambio topológico
y energético; la verdadera identidad no es la identidad del individuo en relación
a sí mismo, sino la identidad de la permanencia concreta del sistema a través de
sus fases. La ecceidad verdadera es una ecceidad funcional, y la finalidad
encuentra su origen en esta cimentación o fundamento de ecceidad que traduce
en funcionamiento orientado, en mediación amplificadora entre órdenes de
magnitud anterior y primitivamente sin comunicación.
Así, la insuficiencia de la relación forma-materia para suministrar un
conocimiento adecuado de las condiciones y del proceso de individuación física
nos conduce a analizar el papel que tiene la energía potencial en la operación de
individuación, siendo esta energía condición de la metaestabilidad.
* Ver para σίνολον [sínolon] y otros términos parecidos por ejemplo el
diccionario de http://www.filosofia.org
- Para σίνολον: http://www.filosofia.org/filomat/df040.htm

Notas:

1. Es decir, entre la realidad de un orden de magnitud superior al futuro individuo, que


contiene las condiciones energéticas del modeo, y la realidad-materia, que es, grano a grano,
en su disponibilidad, de un orden de magnitud inferior al del futuro individuo, al del ladrillo
real.
2. El molde, así, no solo es el molde, sino el término de la cadena técnica interelemental,
que contiene vastos conjuntos comportando al futuro individuo (obrero, taller, prensa,
arcilla) y que contiene la energía potencial. El molde totaliza y acumula estas relaciones
inter-elementales, así como la arcilla preparada totaliza y acumula las interacciones
moleculares intra-elementales de los hidrosilicatos de aluminio.
3. Esta energía expresa el estado macroscópico del sistema que contiene al futuro individuo;
es de origen interelemental; ahora bien, entra en comunicación interactiva con cada
molécula de la materia, y es de esta comunicación de donde sale la forma, contemporánea
del individuo.
4. Así, el individuo se constituye mediante este acto de comunicación, en el seno de una
sociedad de partículas en interacción recíproca, entre todas las moléculas y la acción de
moldeo.
5. Aunque esta energía sea una energía de estado, una energía del sistema interelemental.
Aquello en lo que consiste la comunicación entre órdenes de magnitud es esta interacción
entre dos órdenes de magnitud, en el nivel del individuo, en tanto encuentro de fuerzas, bajo
la égida de una singularidad, principio de forma, comienzo [amorce] de individuación. La
singularidad mediadora es aquí el molde; en otros casos, en la Naturaleza, puede ser la
piedra que comienza una duna, la grava que es el germen de una isla en un río con
aluviones: está en el nivel intermedio entre la dimensión interelemental y la intra-elemental.
6. En este instante la materia ya no es más materia preindividual, materia molecular, sino ya
individuo. La energía potencial que se actualiza expresa un estado de sistema interelemental
más vasto que la materia.
7. Esta reciprocidad causa una permanente disponibilidad energética: en un espacio muy
limitado puede efectuarse un trabajo considerable si una singularidad comienza y alimenta
[amorce] ahí una transformación.
8. Estas singularidades reales, ocasión de la operación común, pueden ser nombradas
información. La forma es un dispositivo para producirlas.
9. El ladrillo manifiesta solo las singularidades del hic et nunc que constituyen las
condiciones de información de su moldeo particular; estado de uso en el molde, piedrecillas,
irregularidades.
10. la individualidad del ladrillo, aquello por lo que este ladrillo expresa tal operación que
ha existido hic et nunc, envuelve las singularidades de este hic et nunc, las prolonga,
las amplifica; ahora bien, la operación técnica busca reducir el margen de variabilidad, de
imprevisibilidad. La información real que modula un individuo aparece como parásita; es
aquello por lo que el objeto técnico permanece siendo en cierta medida inevitablemente
natural.
11. Esta forma implícita, expresión de singularidades antiguas en el crecimiento del árbol —
y a tavés de ellas de singularidades de todo orden: acción de los vientos, de animales—,
deviene información cuando guía una operación nueva.
12. Las formas implícitas son información en la operación de la toma de forma: aquí, son
ellas las que modulan el gesto y dirigen parcialmente al útil, impulsado globalmente por el
hombre.
13. La operación técnica más perfecta —produciendo el individuo más estable— es aquella
que utiliza las singularidades como informacóin en la toma de forma: como la madera
partida con alambre. Esto no constriñe el gesto técnico a estar en el nivel, casi microfísico,
de tal singularidad o tal otra, puesto que las singularidades, utilizadas como información,
pueden actuar a mayor escala, modulando la energía aportada por la operación técnica.
14. Ellas son información, poder de modular las diferentes operaciones de manera
determinada.
15. El molde es un dispositivo para producir una información siempre igual en cada moldeo.
16. Es mientras que el sistema está en estado de equilibrio metaestable cuando es
modulable por las singularidades, y que es el teatro de procesos de amplificación, de suma
[sommation], de comunicación.
17. Ni la forma ni la materia son estrictamente intrínsecas, sino que la singularidad de la
relación alagmática en un estado de equilibrio metaestable, medio asociado al individuo,
está inmediatamente ligada al nacimiento del individuo.
18. Esta realidad, por otra parte, conlleva órdenes de magnitud diferentes a los del
individuo y a la singularidad que lo alimenta o lo inicia [l'amorce], aunque el individuo
juega un papel de mediador en relación a los diferentes órdenes de realidad.

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