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OPINIÓN

La crítica de la ciencia
A nadie le extraña que la prensa incluya secciones de crítica musical y literaria, como tam-
bién de arte, de cine o de exposiciones. Es normal que siendo, como son, empresas humanas
contingentes, sometidas a las presiones del entorno y a los caprichos del autor, merezcan
comentarios que califiquen el acierto, pertinencia, belleza u originalidad del producto que
se presenta ante al público. Además, en su conjunto, conforman una parte significativa del
entorno simbólico que sostiene nuestra vida social e íntima. No se trata solo de que poda-
mos dialogar con la obra de otros, sino que queramos explorar las condiciones de posibili-
dad para otras formas de mirar, narrar o sentir el mundo, es decir de construirlo y habitarlo.
Sin la buena crítica cultural sería difícil saber qué es lo que conecta unas cosas con otras o,
en otros términos, cómo darle sentido a la explosión de productos o mercancías culturales
que invaden nuestras vidas. ¿Y en ciencia?
Antonio Lafuente
Investigador del CSIC en el área de estudios de
la ciencia

¿Cabe una relación de ese tipo cuando contrataciones, evaluaciones, innovaciones, premios, priva-
hablamos de la ciencia? O, dicho en los tizaciones y desarrollos sostenibles. Seguro que queda poca
términos que le gustan a Bruno Latour, gente que todavía no haya oído hablar de secretismo, fraude
cabe una relación con la palabra científica o corrupción en ciencia. Y es que, al igual que cualquier otra
que no se limite al dictamen sobre su veracidad o falsedad? empresa social, la ciencia mejora con la crítica.
Los científicos tienden a comportarse como si la única re- Y todo esto es nada si pensamos en nuestra condición de
lación significativa con su trabajo fuera la aprobación —lo conejillos de indias en medio de experimentos de alcance
que normalmente implicaría el reconocimiento implícito planetario, como los que se pusieron en marcha una vez
en una cita— o el rechazo —lo que normalmente exigi- que nos pusimos a alimentar vacas con piensos de origen
ría del crítico más y mejores datos con los que sostener animal o desde que no sabemos cómo controlar las emisio-
su sospecha, duda u oposición—. En pocas palabras, o nes de CO2 a la atmósfera. Espero que nadie se sorprenda
citas o callas, pero si dices algo tienes que hacerlo des- si recordamos que la sucesión de crisis alimentarias, sani-
de el laboratorio. Y es así que, aunque parezca increíble, tarias o medioambientales tiene mucho que ver con, para
casi nadie puede hablar de ciencia. Los que lo hacen son decirlo suavemente, una insuficiente evaluación de los
inmediatamente calificados de ignorantes o, peor aún, de riesgos asociados a las nuevas tecnologías. Y si esta crisis
anticientíficos, que en nuestro mundo es como ser inculto del peritaje experto es manifiesta, sea o no provocada por
y socialmente peligroso. la existencia de conflictos de intereses, entonces hemos de
En fin, que si no es para avalar, tiene que ser para enmu- admitir que todos formamos parte de un sin fin de experi-
decer. Pero, si así fuera, si el único gesto posible ante la mentos que suceden en tiempo real y fuera del laboratorio.
ciencia fuera asentir o, alternativamente, rechazar, enton-
ces solo podrían tomar la palabra los científicos mismos, ¿Cómo no vamos a hablar de ciencia?
pues son los únicos capacitados para manejar los dispo- Si cada día se toman decisiones orientadas a minimizar
sitivos lingüísticos, tecnológicos y disciplinarios caracte- los riesgos, conservar la naturaleza, gestionar los recursos
rísticos de las ciencias. Una larga tradición, como explica o equilibrar el reparto de los males y todas estas iniciati-
Don Ihde, les otorga el discutible privilegio de no necesitar vas que acaban llegando al Boletín Oficial del Estado —o
críticas externas, pues durante la Ilustración se fraguó el publicación equivalente— tienen que pasar antes por los
mito de que la ciencia ya era la crítica que la sociedad laboratorios, los seminarios, los papers, los comités, los
necesitaba para hacer frente a las supersticiones, incluidas congresos, los foros y los paneles internacionales, ¿cómo
las religiosas. O, dicho de otra manera, la modernidad se no aceptar la necesidad de una crítica de la ciencia? Los
construye sobre una ecuación tan simple como peligrosa: partidarios de hablar de nuestro sistema de organización
si quieres ser crítico, hazte científico, trasciende el mundo política en términos de una democracia técnica o tecno-
de las opiniones y abraza el de los hechos.
Los hechos, sin embargo, contradicen esta tesis beata sobre
el funcionamiento de la ciencia. Todos los días, en los labo- «La divulgación no es el único pacto posi-
ratorios y en el ministerio, en la prensa y en el parlamento, ble entre ciencia y sociedad. Y al igual que
se habla del carácter apropiado, prioritario, solidario, es-
existe una crítica literaria o del arte, tam-
tratégico, competitivo, europeo o costoso de los proyectos
científicos. Tampoco faltan debates sobre patentes, retornos, bién necesitamos una crítica de la ciencia»

48 g Profesiones nº 141 g enero-febrero 2013


OPINIÓN

democracia se sorprenden de que las revistas a las que se «Si cada día se toman decisiones orienta-
asoman los intelectuales y los políticos sigan reservando das a minimizar los riesgos, conservar la
para estos asuntos espacios residuales y que los suplemen-
tos culturales que encartan semanalmente los periódicos de naturaleza, gestionar los recursos o equi-
más alcance solo sepan hablar de la ciencia para rendirse librar el reparto de los males y todas estas
ante las maravillas del emblemático «y es que las ciencias
avanzan que es una barbaridad» que ya proclamara la zar-
iniciativas que acaban llegando al Boletín
zuela La del Soto del Parral. Oficial del Estado —o publicación equiva-
Defender la necesidad de una crítica de la ciencia es más lente— tienen que pasar antes por los la-
fácil que ejercerla. Hacerlo bien es mucho más difícil. Igual
que la historia de la Iglesia no debieran hacerla los curas, ni boratorios, los seminarios, los papers, los
la del Real Madrid los merengues convictos, la crítica de la comités, los congresos, los foros y los pa-
ciencia es un trabajo para el que seguramente hace falta ser
un amante de la ciencia, pero no un científico. Su finalidad neles internacionales, ¿cómo no aceptar
se explica rápido, pues consistiría en comprender cómo de la necesidad de una crítica de la ciencia?»
profundamente interconectada está la ciencia con la polí-
tica, y explorar cómo las tecnologías están conformando atribuida a los intelectuales, y además les reprocha su indo-
nuestro mundo y nuestra manera de sentir, pensar y actuar. lencia ante los asuntos mundanos, incluido el desdén hacia
La ciencia es una actividad de naturaleza controvertida. Y las creencias religiosas populares. La fábula de Platón, pro-
así, la discrepancia es un instrumento clave en la conforma- bablemente tomada de Esopo, como vemos, no tiene nada
ción colectiva de los asertos científicos. Tanto, que haría- de inocente, pues el gesto atribuido a Tales, anticipando lo
mos muy bien sospechando bajos niveles de excelencia allí que sería ya norma en Sócrates, acabó siendo insoportable
donde falten dudas, errores y fracasos. Sin embargo, pocas en la polis griega, pues los sabios andaban cuestionándolo
veces se hacen públicas. Lo más frecuente es que solo se todo y revolviendo aquilatadas tradiciones. Y así quienes
escuche una loa interminable y cacofónica que quiere ver comenzaron siendo gente quisquillosa, acabaron parecien-
en los científicos una especie de atlantes civilizatorios. do criminales. El leve accidente de Tales se convirtió en
No entraremos a discutir esta cansina fábula de la moder- martirio para Sócrates.
nidad, pero la idea de que un experto hable en nombre de El mito ha sido muchas veces contado y otras tantas mo-
la objetividad es absurda. Y, por ello, cuando los problemas dificado. Su sombra se prolonga hasta nuestros días, por-
tienen mucho impacto social, los profesionales pueden lle- que la acusación de que el filósofo es un inútil, un parásito
gar a convertirse en actores tan decisivos como incontro- social, aunque nace al mismo tiempo que la astronomía,
lables. Muchas veces, en medio de la proliferación de opi- está lejos de ser un tópico superado. Y tenemos versiones
niones, los expertos, lejos de ser la solución, forman parte para todos los gustos. Montaigne acusó a la tracia de ser
del problema. No es raro entonces que parezca estar acen- enemiga de la sabiduría al no evitar la caída; Michel Serres
tuándose la tensión, siempre latente, entre las elites y la explicó con rabia que el pozo era un observatorio, no un
ciudadanía o, en otros términos, que avance la desconfianza lugar de perdición sino de trabajo. En fin, el problema de la
entre legos y sabios: un conflicto, por cierto, más antiguo incomunicación entre los sabios y los legos es viejo. Nace
de lo que sospechamos. Sus ecos nos llegan desde el siglo con la ciencia misma. Su representación como un conflicto
VI a.C, tal como lo cuenta Platón en el Teeteto. entre dos culturas —la humanista y la científica— es tan re-
ciente como carente de interés. Su popularizador fue Snow,
Cómo confiar en la ciencia alguien que durante la guerra fría avivó la sospecha de que
Veamos los detalles. Tales, uno de los siete sabios de la los intelectuales, además de coquetear con los totalitaris-
antigüedad, fundador de la filosofía y la astronomía, sale mos de derechas y de izquierdas, habían dado la espalda a
de casa para observar los cielos. Abstraído en sus pensa- la ciencia y la tecnología. Los humanistas entonces fueron
mientos no ve el pozo que hay en el camino y se precipita calificados de ignorantes, engreídos y ludditas. Gentes que,
al fondo. El único testigo citado es su sirvienta tracia, una por tanto, debían ingresar en la categoría de los legos.
mujer ignorante y, como todos los tracios, obsesionada por Más aún, aquella mujer plebeya puede renacer conver-
el culto a sus muchas deidades. ¿Pero qué pinta en el cuen- tida en la anónima heroína de una rebelión. ¿Contra la
to esa mujer? La respuesta es fácil: está ahí para reírse; ciencia? Tal vez, pues la deriva de los científicos hacia
la sirvienta se mofa de que alguien que mira tan alto se posiciones pretendidamente objetivistas y apolíticas —es
desentienda de lo que está a sus pies. Quien mira al cie- decir, al margen de los asuntos mundanos— está llegando
lo —de los astros—, ignora el suelo —de los creyentes—. a su fin. Todo parece indicar que en un mundo tan com-
La tracia entonces —los detalles los hemos aprendido con plejo tendrán que descender de la peana e implicarse en
Blumenberg— evoca la pérdida de sentido de la realidad los asuntos públicos.

nº 141 g enero-febrero 2013 Profesiones g 49

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