Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
CC. Art. 1.137. Hay contrato cuando varias personas se ponen de acuerdo sobre una declaración de
voluntad común, destinada a reglar sus derechos.
CCyC. Art. 957.- Definición. Contrato es el acto jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su
consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales.
Lorenzetti: “acuerdo obligatorio que puede surgir de una promesa (expresa, implícita o construída ex post
facto), y esa promesa constituye un contrato cuando se otorga como contrapartida de la ejecución de un
acto, o de otra promesa, o de una razonable expectativa, o bien se basa en una forma exigida por la ley”.
El aspecto objetivo de la definición “reglar sus derechos”, no daba una idea de su amplísimo contenido,
dejando de lado solo a los acuerdos que no tenían por objeto una relación de derecho.
La declaración de voluntad común que surge del acuerdo se entendió tradicionalmente como la única
fuente de obligaciones que nace del contrato. La tesis voluntarista que impregna estas ideas parte del
principio de que la voluntad es autónoma y no puede ser modificada. Sin embargo, se afirma que el
contrato es un concepto normativo, por cuanto es el derecho el que le da vida, y es también el derecho el
que le atribuye distintos efectos, según las modalidades en que fueron formuladas las manifestaciones de
voluntad, como que también le adiciona efectos, que nunca fueron previstos por la voluntad, y además
existen estadios en que la voluntad no interviene y, sin embargo, están ya determinadas sus consecuencias.
Al final queda muy poco de la originaria voluntad.
Se trataba de una concepción voluntarista: el contrato se asentaba en la negociación libre de las partes que
actuaban en el mismo nivel, y con idénticas posibilidades, creando un sector netamente privado,
inexpugnable a las vicisitudes de los demás, al que se debían de lleno, y para el cual debían someterse.
Alrededor de esta negociación, para esta concepción no había nada más. Era una negociación
completamente aséptica. Así se concibió el contrato y así se desarrolló el principio consensualista en medio
del transcurrir de siglos. Pero tesis voluntarista entró en crisis. Es evidente que aquellos principios que
sustentaron la doctrina del Código Civil están muy lejos de explicar las actuales alternativas y consecuencias
que devienen de la relación contractual.
Actualmente la regulación general de los contratos se orienta por un conjunto de principios básicos, cuyo
respeto hace a la construcción de vínculos eficaces: a. Libertad de contratación: se trata de un principio
básico, que surge de diversas normas. b. Fuerza obligatoria: principio por el que el contrato válidamente
celebrado es obligatorio para las partes y solo puede ser modificado o extinguido conforme lo que en él se
disponga por acuerdo de partes o en los supuestos previstos por la ley. c. Buena fe: es un principio vertebral
del derecho privado, especialmente enunciado para los contratos en el art. 961 CCyC. d. Conservación del
contrato: mandato de optimización orientado a posibilitar que el vínculo negocial alcance los fines previstos
por las partes, más allá de la ineficacia de alguna de sus previsiones. e. Principio de relatividad de efectos:
es de la esencia de los contratos que las disposiciones enunciadas por las partes en ejercicio de la libertad
de determinación de contenidos que se les reconoce, solo las afecte a ellas y no perjudiquen a terceros,
quienes solo habrán de ser alcanzados en los supuestos expresamente previstos por la ley.
NATURALEZA JURIDICA
Es una especie de acto jurídico bilateral, de contenido patrimonial (esa característica de patrimonialidad es
lo que lo vuelve autónomo del resto de los actos jurídicos bilaterales).
Si bien puede seguir caracterizándose como un acto jurídico, es necesario advertir que los efectos no
derivan únicamente de la voluntad de las partes, sino que está-' destinado a cumplir una función, la de ser
una operación económica de producción, distribución y acceso a los bienes. Por lo tanto está sujeta a
diversos órdenes jurídicos económicos, que difieren de los que pueden recaer en el acto jurídico.
-bilateral o multilateral actualmente.
-supone la existencia de acuerdo.
-sobre una declaración de voluntad común, entre vivos.
-con el fin de regular relaciones jurídicas, causadas.
-de contenido patrimonial en el ámbito obligacional.
METODOLOGÍA
CC
LIBRO II (de los derechos personales en las relaciones civiles)
SECCIÓN III (de las obligaciones que nacen de los contratos)
TITULO I (de los contratos en general) 1137 a 1216, en 6 CAPÍTULOS.
El codificador argentino superó en método al francés, cuya principal crítica ha sido colocar a los contratos
entre las diferentes maneras de adquisición de la propiedad, de donde aparece mezclado con instituciones
referidas a las sucesiones, donaciones entre vivos, testamentos; no ha sido del todo un método técnico
depurado. En él sumó el concepto y clasificación de los contratos, al consentimiento, a los que pueden
contratar, al objeto, a la forma, a la prueba y a los efectos. Pero lo logrado se vio tal vez empañado por no
haber remitido buena parte de este contenido en lo que respecta al acto jurídico, ya que el contrato
pertenece a aquel como una de sus principales especies. Tampoco se logró reunir en esta parte general de
los contratos todo lo atinente a los mismos, porque se han incluido materias propias de los actos jurídicos,
como es todo lo pertinente a la capacidad, a la forma y a la prueba. En cambio, se han desbordado temas
como el de las formas y la prueba, porque muchos de ellos son materias de los actos jurídicos.
Vélez se inspiró en el método de Freitas, y a su vez éste en el Código Civil Francés. Separar las obligaciones
de los contratos fue una de las grandes innovaciones del codificador. Dos grandes errores fueron, por un
lado, tratar en esta parte del código también a dos cuasicontratos (la gestión de negocios y el empleo útil);
y no confirió a las fuentes de los contratos el lugar que se merecían, siendo, sin embargo, tratadas en forma
aislada de los mismos.
CCyC
LIBRO III (derechos personales)
TÍTULO II (contratos en general), 13 capítulos, arts. 957 a 1091.
TÍTULO III (contratos de consumo), 4 capítulos, arts. 1092 a 1122.
TÍTULO IV (contratos en particular), 31 capítulos, arts. 1123 a 1707.
Los contratos continúan siendo la principal fuente de obligaciones y generan el entramado por el que
circulan los recursos de todo tipo de los que dispone la sociedad. Para facilitar y ordenar esa labor jurídica
—y sin que ello implique limitar la libertad de generación de vínculos y de contenidos de los particulares,
salvo en lo que respecta a los límites establecidos por razones de interés público, se regula en este Código
la materia de los contratos por medio de una parte general (Libro Tercero, Título II); otra, dedicada a los
contratos de consumo, que son los que, sin agotarse en ello, hacen a la cobertura cotidiana de necesidades
básicas de la población (Libro Tercero, Título III); y una tercera, en la que se desarrolla la regulación
particular de distintos contratos (Libro Tercero, Título IV).. El Código regula tanto los contratos civiles como
los comerciales e incluye, como ya se ha expuesto, la regulación de los contratos de consumo, entendiendo
que no se trata de un tipo contractual especial más, sino de una fragmentación del tipo general, que influye
sobre los tipos especiales; solución consistente con la Constitución Nacional, que considera al consumidor
como un sujeto de derechos fundamentales.
Ley 24.240
TITULO I
NORMAS DE PROTECCION Y DEFENSA DE LOS CONSUMIDORES
CAPITULO I (disposiciones generales)
CAPITULO II (información al consumidor y protección de su salud)
CAPITULO III (condiciones de la oferta y venta)
CAPITULO IV (cosas muebles no consumibles)
CAPITULO V (de la prestación de los servicios)
CAPITULO VI (usuarios de servicios públicos domiciliarios)
CAPITULO VII (de la venta domiciliaria, por correspondencia y otras)
CAPITULO VIII (de las operaciones de venta de crédito)
CAPITULO IX (de los términos abusivos y clausulas ineficaces)
CAPITULO X (responsabilidad por daños)
TITULO II
AUTORIDAD DE APLICACION PROCEDIMIENTO Y SANCIONES
CAPITULO XI (autoridad de aplicación)
CAPITULO XII (procedimiento y sanciones)
LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD
Versión tradicional
El contrato suponía libertad de contratación o autodecisión y libertad contractual o autorregulación; y
presuponía partes iguales y con idéntico poder de negociación
La autonomía de la voluntad fue considerada una atribución del sujeto. Todo dependía de la voluntad
privada. Esta tenía poder suficiente para crear el negocio jurídico, con todos sus efectos. Por ello siempre el
contrato constituyó una de las especies del acto jurídico, construcción dogmática que significó que el poder
de la voluntad era suficiente para crear el derecho de las partes. Por eso el art. 1197 del CC establecía que
“las convenciones hechas por las partes forman para las mismas una regla a la cual deben someterse como
a la ley misma. Si bien no se le daba la categoría de ley, se asemejaba ella y aunque estaba por debajo, tenía
sus mismos efectos Aquí también se entronizaba el principio de que la voluntad individual creaba derechos,
pero debían respetar principios de orden público que estaban por encima de la voluntad individual y que
hacen al respeto del sistema de principios jurídicos que tutelan la organización de toda sociedad.
Esta tesis tradicional fue objeto de innumerables críticas, por cuanto esta resultaba totalmente egoísta,
atenida exclusivamente a los intereses particulares; desentendiéndose de toda cuestión ajena, por más
vinculada que estuviera con el negocio.
Versión moderna
Paulatinamente se ha ido socializando el negocio jurídico. y para ello muchas veces el propio legislador
acudió con leyes a revertir estas situaciones, corrigiendo los alcances del contrato con el propósito de
armonizarlos con las vicisitudes de la propia sociedad donde se desenvolvía. Esto ocurrió principalmente
con las leyes de alquileres, que recayeron sobre los propios contratos de locación vigentes, modificando o
cambiando sus términos o cláusulas, sobre todo con referencia a los precios y a los plazos de duración de
los contratos. Así se congeló el precio de los alquileres, por algún tiempo, o se estableció sistemas de
reajustes en los precios, que siempre fueron mucho más atenuados que los que se establecían por contrato.
Esta intervención del legislador en la contratación se llamó “dirigismo contractual a través de la legislación”.
Pero también hubo intervención a través de los jueces, cuando a petición de parte revisaban los términos
del contrato, en los supuestos excepcionales establecidos por ley. Esto ocurrió con la reforma del CC por la
ley 17.711 que introdujo el abuso del derecho, la teoría de la imprevisión y la lesión subjetiva. Antes de
dicha reforma, el CC era fiel reflejo de la teoría del acto voluntario, o sea que la voluntad era la única
creadora del negocio jurídico, y nadie podía intervenir en ese sector de la voluntad, cuyas reglas eran
consideradas como la ley, siempre y cuando, esa voluntad respetara el techo erigido, es decir, que no fuera
contraria al orden público, a la moral y a la buenas costumbres. Poco a poco el contrato se ha ido abriendo
a las necesidades de la propia sociedad donde el negocio se realiza, y se ha ido plasmando el criterio de que
este no puede permanecer extraño al medio donde se desenvuelva. El negocio que en un principio fue
egoísta, solamente ocupado en los intereses particulares, fue paulatinamente impregnándose de las
vicisitudes de la propia sociedad. Este y otros aspectos han hecho cambiar la concepción del contrato. La
teoría clásica entendía el contrato como fenómeno económicamente neutro. Esto no es así, porque el
contrato tiene un impacto que trasciende la privacidad. El análisis particularizado del contrato impide
muchas veces percibir la globalidad del negocio celebrado. La venta a bajo precio puede buscar la
eliminación de un competidor y transformarse en ilícita a la luz de la regulación de la competencia. Las
normas actuales de la contratación prevén no solamente la regulación particular, sino su incidencia en
determinados sectores, como son aquellos que se vinculan con el mercado. A su vez, como fenómeno
global, se lo regula impregnándolo de solidaridad.
Art. 2651 CCyC: Autonomía de la voluntad. Reglas. Los contratos se rigen por el derecho elegido por las
partes en cuanto a su validez intrínseca, naturaleza, efectos, derechos y obligaciones. La elección debe ser
expresa o resultar de manera cierta y evidente de los términos del contrato o de las circunstancias del caso.
Dicha elección puede referirse a la totalidad o a partes del contrato.
El ejercicio de este derecho está sujeto a las siguientes reglas:
a) en cualquier momento pueden convenir que el contrato se rija por una ley distinta de la que lo regía, ya
sea por una elección anterior o por aplicación de otras disposiciones de este Código. Sin embargo, esa
modificación no puede afectar la validez del contrato original ni los derechos de terceros;
b) elegida la aplicación de un derecho nacional, se debe interpretar elegido el derecho interno de ese país
con exclusión de sus normas sobre conflicto de leyes, excepto pacto en contrario;
c) las partes pueden establecer, de común acuerdo, el contenido material de sus contratos e, incluso, crear
disposiciones contractuales que desplacen normas coactivas del derecho elegido;
d) los usos y prácticas comerciales generalmente aceptados, las costumbres y los principios del derecho
comercial internacional, resultan aplicables cuando las partes los han incorporado al contrato;
e) los principios de orden público y las normas internacionalmente imperativas del derecho argentino se
aplican a la relación jurídica, cualquiera sea la ley que rija el contrato; también se imponen al contrato, en
principio, las normas internacionalmente imperativas de aquellos Estados que presenten vínculos
económicos preponderantes con el caso;
f) los contratos hechos en la República para violar normas internacionalmente imperativas de una nación
extranjera de necesaria aplicación al caso no tienen efecto alguno;
g) la elección de un determinado foro nacional no supone la elección del derecho interno aplicable en ese
país.
Este artículo no se aplica a los contratos de consumo.
El límite de la libertad contractual está contenido en los principios de orden público y las normas
internacionalmente imperativas del derecho argentino; también se imponen al contrato, en principio, las
normas internacionalmente imperativas de aquellos Estados que presenten vínculos económicos
preponderantes con el caso. Con esa solución legal se evita la posibilidad de fraude a la ley. La norma revela
que se admite la autonomía material, pero el contenido de las cláusulas del contrato deberá ser calificado.
Ello consiste en desentrañar la naturaleza de la relación jurídica para saber de qué negocio se trata y así,
consensuarlo, compatibilizarlo, con los principios de orden público de normas indisponibles.
LA SOLIDARIDAD
Este es un concepto tal vez un poco escurridizo, porque en definitiva se lo siente, pero no se alcanza a
delinear sus propios contornos. Siguiendo el pensamiento de Mosset Iturraspe, la solidaridad tiene que ver
con las actividades humanas, con la conciencia colectiva, con lo inmoral por antisocial. El descubrimiento
de la solidaridad como valor jurídico de primera magnitud no ha sido fácil ni sencillo; hubo que superar la
concepción de la persona como elemento aislado, dotado de plenos poderes, presumida de derechos
absolutos e ilimitados, con prescindencia del interés comunitario, con abstracción del contexto social en el
cual está inmersa. La persona tiene el deber social de cooperar a la consecución del bien común, del cual
obviamente participa. La vivencia de los valores de solidaridad y de cooperación, generalmente olvidada
por los juristas, debe presidir su actividad, signar su cotidiano quehacer. Ello obliga a la persona a colaborar
en la realización de las otras personas, para lo cual debe también abstenerse de toda acción contraria a ese
propósito.
EL MERCADO
Podríamos decir que mercado es el ambiente donde se desarrollan las diferentes transacciones, y que
inciden» sobre las mismas, así como estas inciden sobre el mercado, produciendo una influencia recíproca.
Este espacio o ambiente proyecta, indudablemente, influencias o efectos en la contratación, que sin
embargo en la tesis voluntarista no han sido considerados, ni siquiera sospechados. Hoy en día, los estudios
economicistas del derecho lo consideran, y la contratación no se desvincula de esta perspectiva económica
que trasciende en la misma con ribetes muy acentuados. La ley de protección o defensa del consumidor es
un resultado de este enfoque economicista de la contratación. La afirmación de que en la economía
existieran y, trasladados al derecho, juicios de valor normativo, implica una posición en el campo
económico sobre la significación del mercado y su realidad en la sociedad, y la verdad de la mano invisible
que hace depender del mercado algunas alternativas; así, pueden concretarse en las siguientes reflexiones:
1 ) la profunda influencia práctica que la vida económica ejerce sobre las relaciones sociales en general, y
sobre la formación y estructuración del derecho positivo de un Estado, y 2) que es un hecho evidente la
notoria influencia que ejercen y siguen ejerciendo los contenidos concretos de la vida económica, en la
mentalidad, en el contexto cultural y, específicamente, en las concepciones jurídico políticas del hombre
social. Existe un sector de la doctrina que hace depender la relación economía y derecho de la del derecho y
mercado. Sin entrar en tal exageración, ya que el mercado no es una estructura perfecta, sino con grandes
fallas que la juridicidad debe corregir, lo cierto es que la relación es bastante estrecha, y debe ser tenida en
cuenta para concluir con efectos útiles y provechosos.
La principal forma, aunque no exclusiva, de asignar los factores de producción se obtiene a través del
mercado, o sea que a través de este se regula la utilización del capital y de trabajo para la obtención de
determinados resultados. El mercado tiene también por función el crecimiento y desarrollo de una
sociedad, creando los incentivos necesarios para el progreso de la técnica. Finalmente, el mercado
determina en forma esencial el reparto y distribución de la renta y es también el responsable del nivel de
estabilidad de los precios. De esta manera, tendríamos tres tipos de mercado: 1) mercado de trabajo; 2)
mercado de capitales, y 3) mercado de bienes de consumo. Con respecto a este último -que incide
particularmente en la contratación, en el cual tiene lugar el cambio de mercaderías y servicios por dinero y
en el que las cosas adquiridas son usadas ya sea para la reproducción del capital empleado, ya sea para el
consumo individual, la influencia del mercado ha hecho nacer la necesidad de su regulación normativa para
corregir los defectos con los que el propio mercado incidía en los contratantes débiles.
EL PRINCIPIO DE BUENA FE
ARTÍCULO 9, CCyC. Principio de buena fe Los derechos deben ser ejercidos de buena fe.
Establece el art 961, CCyC.- Buena fe. Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena
fe. Obligan no sólo a lo que está formalmente expresado, sino a todas las consecuencias que puedan
considerarse comprendidas en ellos, con los alcances en que razonablemente se habría obligado un
contratante cuidadoso y previsor.
Art. 37, última parte, LDC. En caso en que el oferente viole el deber de buena fe en la etapa previa a la
conclusión del contrato o en su celebración o transgreda el deber de información o la legislación de defensa
de la competencia o de lealtad comercial, el consumidor tendrá derecho a demandar la nulidad del contrato
o la de una o más cláusulas. Cuando el juez declare la nulidad parcial, simultáneamente integrará el
contrato, si ello fuera necesario.
El principio de la buena fe está erigido como norma legal obligatoria en esta contratación, ya que tanto en
el período precontractual como contractual, el oferente debe observar estrictamente este principio.
Aunque la ley no lo aclara, porque impone expresamente este deber al oferente, el principio de la buena fe,
sin embargo, alcanza a toda contratación, y por ende a sus contratantes. Significa entonces que el
consumidor no puede quedar exento de tal obligación, pero es indudable que por lo que, en caso de
reclamo, recaerá sobre este probar que su conducta ha sido correcta y no ha violado el principio, no así el
consumidor, para quien no rige esta carga. Será el oferente quien deberá demostrar que el consumidor ha
obrado de mala fe.
La buena fe genera confianza y la defraudación de la confianza constituye un factor apto para generar
responsabilidad. La doctrina de la apariencia, la fuerza jurígena de los usos y la interpretación conforme a la
buena fe-lealtad son hoy principios vertebrales del derecho común.
AMBITO Y PROBLEMÁTICA
Los contratos atípicos están reconocidos por el derecho a condición de que estén dirigidos a realizar
intereses merecedores de tutela según el ordenamiento jurídico. En nuestro derecho, a diferencia del
italiano, no existe una regla que fije estos límites, pero la misma surge sin hesitación de los principios
generales del derecho. Cabe, asimismo, aclarar que el sistema contractual en vigencia en nuestro derecho
parte de la idea de normas contractuales generales que hacen a una teoría general del contrato, y tanto
pueden ser aplicadas a los contratos típicos como a los atípicos. También se ha entendido que son
aplicables a estos contratos las reglas del derecho obligacional. Sin embargo,-el área en que los mismos se
desenvuelven goza de una mayor autonomía y por cuanto en principio no están sometidos a reglas
particulares correspondientes a una determinada figura contractual.
Se han clasificado a las figuras más conocidas de los atípicos en tres grupos, según que: a) presenten
afinidad con un solo o determinado contrato típico; b) resulten de elementos atinentes a varios o diversos,
contratos típicos, o c) no tengan ningún parentesco conceptual con figuras típicas. Para el primer grupo, se
ha propuesto aplicar el principio de la analogía-; para el segundo grupo, las opiniones sostenidas por unos
son de aplicar el método de la absorción, en cambio otros piensan en aplicar el de la combinación. Tanto
con respecto a estos como a los del tercer grupo, se sostiene que siempre será aplicable el método de la
analogía.-. Como decíamos anteriormente, el área de los atípicos está constituida por un mayor margen de
la autonomía privada, pero circunscripta a los modernos criterios en que se concibe aquella, o sea, como
fenómeno de recepción. En este sentido el contrato es un instrumento para el orden social y económico,
por lo que este debe cumplir tales objetivos. Tanto la contratación típica como la atípica deben estar
afectadas a tales fines.
LA ATIPICIDAD EN EL CONSUMO
El contrato de consumo no es ni típico ni atípico porque no hay un contrato de consumo predeterminado,
un contrato fijo. En este cuadro interesa determinar qué alternativas se presentan en la relación contractual
entre un proveedor y un consumidor. Evidentemente no podemos, a priori, decir de qué naturaleza es el
contrato que une al consumidor y proveedor, ya que pueden relacionarse a través de cualquier tipo de
contrato, lo que sí se tendría que haber señalado, dentro de esa variedad contractual, cuáles eran las
constantes que se podían percibir en ese ámbito, en las que el consumidor era siempre la parte débil de la
relación, y el consumidor no podía discutir las cláusulas del contrato. No podemos precisar en la variedad
contractual del consumo cuáles serían las modalidades contractuales que se darían, pero es innegable que
primará sin lugar a dudas, la contratación atípica, por cuanto el contrato se integra siempre con la
publicidad que, con respecto a la oferta, se realiza, y esta publicidad siempre estará connotada por
innumerables alternativas y componentes que , no se ubicarán precisamente en un determinado tipo de
contrato, sino que estará integrado por prestaciones de distintos tipo.
LA TIPICIDAD SOCIAL
Mosset Iturraspe afirma que cuando nos referimos a tipicidad, es indudable que es la que surge de una
regulación legal. Pero hay momentos en que determinados contratos existen con caracteres particulares,
en la realidad social de una época -conciencia social, económica o ética- antes de que el legislador los
recepte y esquematice. Este proceso, consistente en la admisión por el legislador de una figura ya latente
en la realidad social, que no es otra cosa que el proceso de creación del derecho, nos está demostrando que
la vida jurídica no se fosiliza en forma inmutable, sino que, por el contrario, está en permanente
movimiento y en constante evolución. Agrega el autor, que el florecer de las figuras de contratos
innominados se debe no tan solo a un proceso técnico de diferenciación, sino también y sobre todo al
nacimiento de nuevas necesidades económicas: cuanto más rico es el desarrollo de la vida económica,
tanto más crece el número de nuevas figuras contractuales.
MODERNA CLASIFICACION
Hasta antes de la entrada en vigencia del CCyC, los contratos se encontraban clasificados en el CC, pero a su
vez interesaba sobremanera el espectro estructural en que se desenvolvía la contratación, que no era
justamente esa clasificación -sino que abarcaba un espectro mucho más amplio-, contemplada en
específicas leyes, como era la contratación en el consumo (ley 24.240), y en un ámbito con disposiciones
legales dispersas. Lo referido no era alarmante si, de acuerdo con lo normado, el contrato del Código Civil
seguía ocupando la figura principal de la negociación; pero lo cierto era que los roles se habían invertido, y
lo que antaño era la figura principal había dejado de serlo, para constituir la excepción.
Esa dispersión normativa se solucionó con la entrada en vigencia del actual CCyC.