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J. RATZINGER, La fraternidad cristiana, ed.

Taurus, Madrid 1962


(original alemán: Die christliche Brüderlichkeit, Kösel Verlag, München 1960)

“Pero, entonces, ¿qué relaciones tienen estos cristianos entre sí? ¿Es el cristiano no católico para el católico el otro
hermano, tan sólo en el sentido en que también lo es el no bautizado, o posee una forma su (*) perior de unión con el
Señor en virtud del bautismo y de la fe?” (pp. 113-114)

“Tal actitud parece que no es en modo alguno la que caracteriza la actual situación espiritual de los cristianos
protestantes. En el curso de su ya secular historia, el protestantismo se ha convertido en un factor importante de
verificación de la fe cristiana, factor que en la difusión del mensaje evangélico ha desempeñado una función
positiva”. (p.114)

“Así un acontecimiento, que en un principio pudo con razón ser condenado como herejía, ciertamente en lo sucesivo
nunca llega a convertirse en verdad, pero, sin embargo, puede ir desarrollando lentamente una eclesiasticidad
positiva, en que el individuo halle su iglesia propia en la que viva como "creyente" y no como "hereje".” (p.115)

“Aquí topamos con una categoría eclesiológica fundamental, cuya significación comienza lentamente a verse clara:
la de la "re-presentación". Así como la esencia de los sacramentos consiste en manifestar mediante signos sensibles
el misterio oculto de Dios, en proclamar ante la faz del mundo la participación de Dios en el drama de la historia y
en anunciar en el reino de las cosas visibles al invisible, mostrando el camino hacia Él, así sucede también respecto
del gran sacramento que es la Iglesia.
La Iglesia es el signo de Dios en el mundo, y su misión, representar visible y públicamente la voluntad
salvífica de Dios ante los ojos de la historia. Si bien la Iglesia sirve a la difusión de la gracia, no por esto (*) debe ser
confundida con ella; pues una cosa es la representación simbólica ante la historia del nuevo orden de la gracia, y otra
el estado de gracia, o la privación de ella, en los individuos, cosas que afectan a la interioridad del corazón humano
y que nadie conoce sino sólo Dios. Existe gracia fuera de los sacramentos y fuera de la Iglesia visible. El diálogo de
Dios con el hombre se verifica en libertad. Con todo, no es indiferente el número de iglesias o de sacramentos, pues
no existe más que un signo de Dios, en que su misterio se hace ostensible al mundo”. (pp.116-117)

“b) Si del plano dogmático pasamos al de las relaciones humanas en concreto, hemos de decir, de acuerdo con lo
anterior, que la comunidad de hermanos la forman inmediatamente aquellos que comulgan en una misma fe". En tal
caso, los separados de esta comunión -los protestantes en concreto- no forman parte de la comunidad. Ellos tienen su
propia comunidad, la de su Iglesia. En esto consiste precisamente la separación de Iglesias, en que los unos no viven
en comunión con los otros, estando, por tanto, cortada la participación en la fraternidad de la Iglesia que por
voluntad del Señor no debería ser más que una.
Ahora bien, si la comunidad en sentido estricto sólo la constituyen los fieles de una sola Iglesia, por lo
menos debería exigirse que ambas comunidades -la católica y la evangélica- se entendiesen como "hermanas en el
Señor". Esta es una idea que no se da en la Escritura ni en los Padres (pues, como se dijo, aquí sólo se concibe la
fraternidad de las comunidades católicas); pero que, en virtud de la nueva situación de una cristiandad dividida,
parece no carecer de fundamento. Ambas comunidades, como depositarias de la fe en medio de un mundo descreído,
pueden y deben entenderse realmente como hermanas, y de esta forma también. los fieles de ambas partes pueden
considerarse como hermanos entre sí en un sentido distinto del de los que no son cristianos”. (p.118)
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J. RATZINGER, La Iglesia se renueva. Mirada retrospectiva sobre la primera sesión del Concilio Vaticano II, ed.
Paulinas, Florida, Buenos Aires 1965
(original alemán: Die Erste Sitzungsperiode des Zweiten Vatikanische Konzils ein Ruckblick, J. P. Bachen Verlag,
Köln 1963)

“No obstante todas las esperanzas que el Concilio tenga el derecho de inspirar, naturalmente también debe quedar
bien claro lo que el Concilio seguramente no podrá hacer. Dos cosas hay que enumerar:

1) El Concilio no puede y de ningún modo debe suprimir el carácter humano de la Iglesia; también después del
Concilio ella seguirá teniendo la necesidad de renovación. Y seguirá teniéndola siempre hasta la vuelta del Señor. El
Concilio, cuyos testigos somos nosotros, tiene, y no en último término, el significado de ser una confesión de esta
continua necesidad de renovación de la Iglesia y de rogar al Señor, en esta nuestra hora histórica, por tal renovación,
tendiéndole para este fin la mano abierta. (p.57)

“El Concilio todavía no podrá producir la unión completa de la cristiandad, pero sí podrá hacer saber nuevamente
cuánto ya se tiene en común y cuánto estamos, en el fondo, ya unidos, si tan solo nos tomamos el trabajo de verlo y,
en lugar de contemplar las tumbas que nos separan, prestar atención a lo mucho que nos une (9). Aquí también
tendrá efecto la decisión fundamental del Concilio: guiarse por el sí, lo afirmativo en lugar del anti, lo negativo, y
así vivir de nuevo el peso de esa unidad fundamental que ininterrumpida ha de substituir y, en la unión concreta de
los cristianos, dejarle esa importancia que ella tiene verdaderamente y que no será superada por ninguna separación.
Por supuesto, con esto el Concilio va más allá de sus límites, porque semejante manera de realización cristiana
seguirá siendo una tarea que ciertamente fue formulada por el Concilio, pero podrá ser hecha realidad solo por cada
uno de los cristianos mediante la paciencia y el penoso esfuerzo de todos los días”. (pp.58-59)

nota 9: “Recientemente fue expuesto encarecidamente este punto de vista por Th. Sartory, Mut zur Katholizitaet
(Salzburg 1962).”

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J. RATZINGER, La Iglesia en el mundo de hoy, ed. Paulinas, Florida, Buenos Aires 1966
(original alemán: Die Letzte Sitzungsperiode des Konzils, J. P. Bachen Verlag, Köln 1966)

“Para hacer un balance del Concilio sería menester escribir un libro aparte, por no mencionar que el intentarlo
parecería un tanto prematuro.
Tal balance debería discurrir sobre los resultados escritos, lo mismo que los no escritos, del Concilio y cotejarlos con
la expectación y las esperanzas como también con los verdaderos fines, posibilidades y tareas del Concilio y de la
Iglesia en nuestro tiempo. Debería considerar, sobre todo, que el Concilio no quiso en lo esencial más que trazar las
grandes líneas, mientras que la aplicación práctica ha de venir en forma de "directorios", quedando, en parte,
reservada a las conferencias episcopales”. (p.117)

“Al decir esto no pienso tanto en que aquí y acullá (y, acaso, no pocas veces) se confunde renovación con dilución y
abaratamiento del conjunto; que en algunos casos uno se refugia en la euforia de la creación litúrgica eludiendo así
la exigencia mucho más profunda del culto y menoscabando y desacreditando el gran anhelo de una auténtica
reforma; que algunos parecen preguntar no tanto por la verdad cuanto por la modernidad, a la que aparentan
considerar como norma suficiente de toda acción. Todos estos son peligros muy reales y el salirles al paso no es cosa
para dejarla en manos de los integralistas y adversarios de toda innovación, como acertadamente observó Cullmann
en la ya citada conferencia de prensa”. (pp.118-119)

“Creo, en efecto, cosa importante, sin perjuicio de toda la euforia por la obra reformadora del Concilio, no pasar por
alto esa cierta dosis de injusticia ni aquel dejo de fariseísmo que tan fácilmente se infiltran en esta actitud.
Ciertamente, el Concilio nos ha hecho consciente hasta qué punto la Iglesia en una nueva situación había realmente
menester de una renovación intrínseca. Mas no por esto debe echarse al olvido que la Iglesia en todo momento
siguió siendo Iglesia y que siempre también se pudo hallar en ella el camino del Evangelio, y de hecho se halló”.
(pp.119-120)

“En última instancia, sea en tiempos tristes sea en épocas grandes, la Iglesia vive esencialmente de la fe de quienes
son de sencillo corazón, tal como Israel vivía en virtud de ellos durante los tiempos en que el legalismo de los
fariseos y el liberalismo de los saduceos desfiguraban la faz del pueblo elegido. Israel siguió viviendo en los que
tenían el corazón sencillo. Fueron ellos quienes transmitieron la antorcha de la esperanza al Nuevo Testamento y sus
nombres son los últimos del antiguo pueblo de Dios, a la vez que los primeros del nuevo: Zacarías, Isabel, José,
María.
La fe de aquellos que son de corazón sencillo es el más precioso tesoro de la Iglesia; servirle y vivido en sí
mismo, es la tarea suprema de toda reforma de la Iglesia”. (p.121)
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J. RATZINGER, Fe y futuro, ed. Sígueme, Salamanca 1973


(original alemán: Glaube und Zukunft, Kösel Verlag, München 1970)
“Y esto ¿qué significa en nuestra cuestión? Pues significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una
iglesia sin Dios y sin fe, son discursos vacíos. No necesitamos una iglesia que celebre en «oraciones» políticas el
culto de la acción. Nos es completamente superflua y perecerá con toda espontaneidad. Permanecerá la iglesia de
Cristo. La iglesia que cree en el Dios que se ha hecho hombre y nos promete vida más allá de la muerte. Del mismo
modo, el sacerdote que sólo es un funcionario social, puede ser sustituido por psicoterapeutas y otros especialistas.
Pero el sacerdote que no es especialista, que no se está mirando al espejo al dar asesoramiento ministerial, sino que,
a partir de Dios, se pone a disposición de los hombres, que está a su servicio en su tristeza, en su alegría, en su
esperanza y en su angustia, éste seguirá siendo muy necesario.
Demos un paso más. De la iglesia de hoy saldrá también esta vez una iglesia que ha perdido mucho. Se
hará pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en
la coyuntura más propicia. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad.
Se habrá de presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad voluntaria, a la
que sólo se llega por una decisión libre. Como comunidad pequeña, habrá de necesitar de modo mucho más
acentuado la iniciativa de sus miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y
consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión: en muchas comunidades pequeñas,
por ejemplo en los grupos sociales homogéneos, la pastoral normal se realizará de esta forma. Junto a esto, el
sacerdote plenamente dedicado al ministerio como hasta ahora, seguirá siendo indispensable. Pero en todos estos
cambios que se pueden conjeturar, la iglesia habrá de encontrar de nuevo y con toda decisión lo que es esencial
suyo, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la
asistencia del Espíritu que perdura hasta el fin de los tiempos. Volverá a encontrar su auténtico núcleo en la fe y en
la plegaria y volverá a experimentar los sacramentos como culto divino, no como problema de estructuración
litúrgica.

Será una iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato político y coqueteando tan poco con la izquierda
como con la derecha. Será una situación difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas
fuerzas valiosas. La empobrecerá, la transformará en una iglesia de los pequeños. El proceso será tanto más difícil
porque habrán de suprimirse tanto la cerrada parcialidad sectaria como la obstinación jactanciosa. Se puede predecir
que todo esto necesitará tiempo. El proceso habrá de ser largo y penoso. Hasta llegar a la renovación del siglo XIX,
también fue muy largo el camino desde los falsos progresismos en vísperas de la revolución francesa, en los cuales
incluso para los obispos era de buen gusto bromear sobre los dogmas y quizá hasta dar a entender que no se había de
tener de ninguna manera por segura ni siquiera la existencia de Dios (9).

Pero tras la prueba de estos desgarramientos brotará una gran fuerza de una iglesia interiorizada y
simplificada. Porque los hombres de un mundo total y plenamente planificado, serán indeciblemente solitarios.
Cuando Dios haya desaparecido completamente para ellos, experimentarán su total y horrible pobreza. Y entonces
descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo completamente nuevo. Como una esperanza que les
sale al paso, como una respuesta que siempre han buscado en lo oculto. Así que me parece seguro que para la iglesia
vienen tiempos muy difíciles. Su auténtica crisis aún no ha comenzado. Hay que contar con graves sacudidas. Pero
también estoy completamente seguro de que permanecerá hasta el final: no la iglesia del culto político, que ya ha
fracasado en Gobel, sino la iglesia de la fe. Ya no será nunca más el poder dominante en la sociedad en la medida en
que lo ha sido hasta hace poco. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da vida y
esperanza más allá de la muerte” (pp.75-77, del capítulo 5. Qué aspecto tendrá la Iglesia del año 2000, pp. 67-77).

nota 9: Cf. L. J. Rogier, l.c.,121 (se refiere a L. J. Rogier - G. de Bertier de Sauvigny, Geschichte del Kirche IV,
Einsiedeln 1966, citado en nota 1).

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