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Lo ideal en Georges Politzer, G.W.

F Hegel & Karl


Marx | Crítica de la imprecisión en las definiciones
científicas
Es necesario para la comprensión cabal y la defensa ideológica de la dialéctica
materialista una definición y separación bien clara de los conceptos «ideal» y «material»,
así como otra para los dos grandes campos de la filosofía, el materialismo y el idealismo.

Ante todo, conviene tener en cuenta que las categorías «material» e «ideal» no son
totalmente antagónicas, y que, siendo opuestas entre sí, pueden convivir en un mismo
sistema filosófico, aunque siendo dominada la una por la otra. Y dependiendo de cuál
domine a cuál en nuestro sistema nos encuadraremos, como sabe el lector, en el
idealismo o en el materialismo. Por el contrario, la contradicción entre idealismo y
materialismo sí es antagónica, en la medida en que sólo uno de ellos puedes ser
verdadero, sólo sobre uno de ellos puede basarse un sistema filosófico, excluyendo al
otro. Parece una obviedad recordar estos dos puntos, pero veremos como el
materialismo que excluye o reduce lo ideal a un mero problema de relación entre el
cerebro y las ideas, o aun problema limitado a la conciencia, es tan infantil y vulgar que
cualquier sistema de idealismo objetivo se acerca más a la realidad que él.

El motivo de este artículo no es otro que la relectura de los Principios Elementales y


Fundamentales de Filosofía, una colección de dos libros basados en los apuntes
tomados en las clases del profesor Georges Politzer por sus alumnos Maurice Le Goas,
Guy Besse y Maurice Caveing, durante las clases que este impartió sobre filosofía
marxista en la Universidad Obrera de París, en los años previos a la Segunda Guerra
Mundial. Politzer, debido a una marcada intención didáctica, simplifica brutalmente la
definición de idealismo, así como la de ideal y, como veremos, es la débil comprensión
de este último concepto la que posibilita los errores y lagunas en la definición del
primero. La reducción del idealismo a una serie de fórmulas supuestamente generales
tergiversa completamente el significado de este, afectando también, por supuesto, a la
definición de materialismo, que es lo que nos interesa defender.

El problema surge cuando, para explicar el idealismo, utiliza el sistema de Berkeley


como modelo y automáticamente prolonga sus características a todos los sistemas
filosóficos de corte idealista.

Así, resume el idealismo como:


1. El espíritu crea la materia
2. El mundo no exista fuera de nuestro pensamiento
3. Son nuestras ideas las que crean las cosas

El primer error consiste en reducir la esfera de lo ideal a la esfera del espíritu.


Efectivamente, el espíritu es una categoría ideal, y es el principio de la realidad en
Berkeley, Hegel, los escolásticos medievales, etc.
Pero, ¿qué hacemos con un sistema filosófico que se base en la voluntad, en la
conciencia o en lo inconsciente? ¿Nietzsche es materialista o idealista? ¿Schopenhauer
es materialista o idealista? ¿Freud es materialista o idealista? ¿Stirner es materialista o
idealista? Indudablemente, si reducimos lo ideal a lo espiritual, nos quedarán sueltas
una buena cantidad de categorías que, por exclusión, tendremos que enmarcar en el
materialismo. Por tanto, un sistema que construya el sujeto humano alrededor de su
voluntad subjetiva, por ejemplo, tendrá que ser forzosamente materialista.
No obstante, el problema mayor surge en el punto 2, con la afirmación de que el mundo
no existe fuera de nuestro pensamiento. Aquí hay una unión entre idealismo y
subjetividad que puede parecer un patinazo de Politzer, un error inconsciente. No
obstante, más adelante afirma:
Antes de estudiar esta cuestión (si tiene razón el materialismo o el idealismo -S.),
debemos estudiar dos términos filosóficos que utilizaremos y que encontraremos a
menudo en nuestras lecturas:Realidad subjetiva (subrayado por G. Politzer), que quiere
dicir: realidad que sólo existe en nuestro pensamiento.Realidad objetiva (subrayado por
G. Politzer), realidad que existe fuera de nuestro pensamiento.
Los idealistas dicen que el mundo no es una realidad objetiva, sino subjetiva.Los
materialistas dicen que el mundo es una realidad objetiva.1
Aquí se manifiesta, sin lugar a dudas, el error de identificación entre idealismo y
subjetivismo. De acuerdo que, según Berkeley, o mundo no es más que una ilusión de
la mente humana. Esto es, efectivamente, idealismo subjetivo. Pero los sistemas de
Platón y Hegel se basan en la existencia objetiva (y precisamente ahí reside su genio)
de un plano ideal que condiciona el mundo material, real, sensible, que experimentamos
los seres humanos mediante los sentidos, y que también tiene existencia objetiva. Por
tanto, de seguir el paradigma de Politzer, tanto Platón como Hegel son materialistas, por
reconocerle una existencia objetiva al mundo, tanto al material como al ideal. Esto está
en oposición directa con la sentencia de que el idealismo se basa en el espíritu, pues
siendo así, Hegel es, efectivamente, idealista. ¡Unos conceptos vagos pueden resolver
el problema fundamental de la filosofía mediante Hegel, que puede ser materialista a la
vez de idealista! Así, esta cuestión se reduce a un mero problema de enfoque, de
definición de términos.

Pero si queremos tener categorías científicas de lo ideal y de idealismo, conviene


profundizar un poco más en la definición de los conceptos. Comenzando por separar
idealismo de subjetivismo. De este modo podremos configurar un sistema idealista que
reconozca la realidad objetiva, tanto la material como la ideal. Se resuelve la
contradicción inmanente al sistema de Hegel cuando reconocemos como contradictorias
las definiciones proporcionadas por Politzer de idealismo y materialismo.

El genio de Hegel consiste en que, como fue señalado más arriba, establece lo ideal
como objetivo, es decir, independiente del sujeto pensante, frente a la concepción previa
de ideal, que lo limitaba a los productos de la actividad mental, psíquica, individual (como
en Berkeley, Hume o Kant). Es precisamente de esta concepción de donde nacen las
definiciones erróneas y contradictorias de Politzer que también le jugaron malas
pasadas a Kant.

Y si Hegel puede tratar lo ideal coma objetivo y afirmar la existencia real de la materia
(frente a Berkeley) es por el desarrollo de la lógica dialéctica, el otro gran logro del
hegelianismo, que permite relacionar la objetividad ideal y la objetividad material a través
de la alienación2.

Este movimiento toma en Hegel la siguiente forma: El espíritu (universal, ideal y


objetivo), en el curso de su despliegue necesita objetivarse materialmente, alienarse en
la materia para poder contemplarse y conocerse a sí mismo, a modo de espejo, por lo
que la evolución comprende también un autoconocimiento. Para volver a sí mismo, el
espíritu debe superar la alienación, la enajenación y volver a sí mismo. Este es el
movimiento de la Historia. Las diferentes ciencias no son más que momentos
particulares del espíritu, que se conoce a sí mismo en la naturaleza, en la física, en las
ciencias sociales, etc. a medida que construye esas disciplinas a partir de sí mismo. La
ciencia superior, absoluta, es la filosofía, que es la ciencia alienada de sí misma y que
se conoce a sí misma, es decir, coma si yo me contemplo desde una perspectiva exterior
a mí, coma si pudiese poner mis ojos fuera de mi cuerpo y así observarme. Y si la
filosofía de Hegel puede ser presentada por el como La Filosofía es porque reúne las
filosofías precedentes como partes de sí misma, como momentos del todo que culmina
en el sistema hegeliano.

Lo ideal, por tanto, se contempla a sí mismo en su reflejo material, y así se comprende


a sí mismo y a su evolución. El movimiento supondría la creación y desarrollo del mundo
material (como enajenación del espíritu) como herramienta de lo ideal objetivo para
desenvolverse a sí mismo y, en el proceso, conocerse (vuelta a sí mismo, superación
de la enajenación, desobjetivación).

Lo ideal subjetivo, la mente humana individual, no es más que una parte de esa
herramienta, en esencia ideal, que construye el mundo y el espíritu y que puede captar
al espíritu, a la totalidad (y eso es La Filosofía).

Por tanto, el sistema de Hegel se basa en el idealismo objetivo, pues lo ideal construye
el mundo sensible, pero aquél no está contenido en la mente humana particular, sino
que es «abstracción» de todas ellas y se sitúa por encima de ellas (o más bien, las
mentes particulares son emanaciones, momento de lo ideal, del espíritu universal). Este
espíritu no es, de ningún modo, una simple agregación de «espíritus individuales», como
nos podría hacer pensar una definición de lo ideal como ideal subjetivo, sino que supone
un todo, una estructura con cualidades agregadas, del mismo modo que en las ciencias
no podemos saber las características y funciones de un órgano estudiando sus células
individualmente y por separado. Por eso es necesaria La Filosofía.

Bajando de las nubes, desde La Filosofía hasta la filosofía, conviene adaptar la


definición de lo ideal en Hegel al materialismo, y esta es la tarea que realiza Marx,
consciente de la necesidad de términos científicos exactos.

Así, Marx parte de la enajenación, alienación del trabajo, que es una fuerza
material objetiva, y de ella surge lo ideal, como resultado de la cristalización de ese
trabajo (social y orientado hacia la transformación de la naturaleza) en los objetos
materiales, sensibles y objetivos. Lo ideal tiene, por tanto, existencia objetiva en la
contradicción, en el encuentro, entre la forma del trabajo objetivada y la forma objetiva,
natural, del objeto (producto) del trabajo.

El dinero, bajo la forma metal o papel moneda, es un claro ejemplo de cómo el valor es
una realidad ideal. La moneda no es más que una representación de esa forma ideal. O
valor del euro varía cada día respecto al del dólar, sin que por ello se produzca ningún
cambio en la representación material del euro ni en la del dólar. La moneda no cambia,
lo que cambia es el valor, que funciona, como todo lo ideal, a modo de mediación entre
dos o más realidades materiales. Por eso es técnicamente erróneo decir «tengo un
euro», sino que la construcción más adecuada y, en cierto modo pedante, sería «tengo
una moneda que representa el valor de un euro».

Y si el materialismo marxista puede hacer frente al problema de lo ideal objetivo,


planteado desde tiempos de Platón, y armonizarlo con la existencia de un mundo
material que lo determine se debe a que es, como la filosofía hegeliana, dialéctico.

Las formas ideales (el lenguaje, los códigos morales, las relaciones de producción, el
valor, etc. etc.) sólo pueden existir como producto de la acción del trabajo
humano social sobre la materia. Las palabras y el lenguaje articulado sólo cobran
sentido en una comunidad de seres humanos que las entiendan y las sepan utilizar, esto
es, producirlas como fenómenos materiales, productos del trabajo (las palabras no son
más que fenómenos sonoros o visuales), y dotarlas de significado, lo cual es posible
precisamente porque son producto de un trabajo de carácter social.

Lo mismo sucede con las relaciones de producción. Surgen de una circunstancia


material, unas bases de propiedad y no propiedad determinadas, y son mantenidas (esto
es, producidas y reproducidas) por el trabajo humano, que es coordinado con la base
material a través de estas formas ideales. Sin trabajo, sin reproducción constante y
social, estas formas dejan de existir.

El individuo asimila estas formas durante su etapa de educación o, mejor dicho, es


incorporado a la producción y reproducción de estas durante el aprendizaje. Y el propio
individuo resulta transformado por el proceso de objetivación de su trabajo. Del mismo
modo que dota a las formas naturales con una forma ideal, de trabajo alienado, con la
cual se puede relacionar, él mismo resulta refinado, asimilado por ese mundo de
relaciones ideales, que lo cambian, y hacen de él un individuo consciente (porque el
trabajo humano está orientado a un fin), volitivo (porque necesita voluntad para superar
el instinto) y social (porque su trabajo y las formas ideales que con él crea sólo cobran
sentido en relación a otros individuos, ya sea directamente o a través de
objetos humanizados, es decir, de relaciones ideales).

En este proceso de objetivación del trabajo o humanización, idealización, del objeto


juega un importante papel la dialéctica materialista, que, frente al materialismo
premarxista, puede plantear y resolver el problema en toda su magnitud, tal y como fue
planteado inconscientemente por Platón y posteriormente por Hegel. De hecho, la
dinámica entre lo ideal y lo material en el marxismo a través de los procesos de
enajenación no es más que la inversión, el cambio de sentido, de la enajenación en el
sistema de Hegel, que durante el proceso de conversión en materialismo llevado a cabo
por Marx, fue puesto -como señaló Engels- de pies en la tierra y cabeza arriba (aunque
esta analogía es un tanto imprecisa).

De este modo, el proceso que en Hegel era ideal-material-ideal, en Marx es material-


ideal-material, con todas las consecuencias teóricas que de este cambio de sentido se
derivan (y precisamente por esto es inadecuado decir que se trata de una simple
inversión o «recolocación cabeza arriba»), comenzando por la sustitución de la esencia
ideal humana por una esencia material que, bajo la forma de trabajo cristalizado en las
formas naturales, crea todo un mundo de relaciones objetivas e independientes de la
conciencia, al contrario de lo que defienden algunos «materialistas» que limitan lo ideal
al ámbito de la conciencia subjetiva. Esto no lleva más que a callejones sin salida y a
tener que recurrir a volteretas innecesarias que acabarán por llevar al «materialista» a
posiciones vulgares, solipsistas e incluso a caer en el campo del idealismo más burdo,
por muy dialécticos que pretendan parecer. Por eso es tan peligrosa la definición de
Politzer. Por eso es necesaria una crítica constante de los términos imprecisos.

Notas

1 POLITZER, G.: Principios elementales y fundamentales de filosofía, Akal, p.49


2 En alemán, los términos Entäusserung y Entfremdung tienen matices de significado,
aunque se traduzcan ambos
como alienacióno enajenación. La Entäusserung corresponde a una etapa particular del
desarrollo fenomenológico del espíritu en la que se da una contradicción entre Estado y
religión, mientras Entfremdung tiene un sentido de materialización, objetivación. Aquí
interpretamos alienación, enajenación con este último matiz, que es lo que interesa a
nuestro caso.
© Prosveschenie

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