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Ante todo, conviene tener en cuenta que las categorías «material» e «ideal» no son
totalmente antagónicas, y que, siendo opuestas entre sí, pueden convivir en un mismo
sistema filosófico, aunque siendo dominada la una por la otra. Y dependiendo de cuál
domine a cuál en nuestro sistema nos encuadraremos, como sabe el lector, en el
idealismo o en el materialismo. Por el contrario, la contradicción entre idealismo y
materialismo sí es antagónica, en la medida en que sólo uno de ellos puedes ser
verdadero, sólo sobre uno de ellos puede basarse un sistema filosófico, excluyendo al
otro. Parece una obviedad recordar estos dos puntos, pero veremos como el
materialismo que excluye o reduce lo ideal a un mero problema de relación entre el
cerebro y las ideas, o aun problema limitado a la conciencia, es tan infantil y vulgar que
cualquier sistema de idealismo objetivo se acerca más a la realidad que él.
El genio de Hegel consiste en que, como fue señalado más arriba, establece lo ideal
como objetivo, es decir, independiente del sujeto pensante, frente a la concepción previa
de ideal, que lo limitaba a los productos de la actividad mental, psíquica, individual (como
en Berkeley, Hume o Kant). Es precisamente de esta concepción de donde nacen las
definiciones erróneas y contradictorias de Politzer que también le jugaron malas
pasadas a Kant.
Y si Hegel puede tratar lo ideal coma objetivo y afirmar la existencia real de la materia
(frente a Berkeley) es por el desarrollo de la lógica dialéctica, el otro gran logro del
hegelianismo, que permite relacionar la objetividad ideal y la objetividad material a través
de la alienación2.
Lo ideal subjetivo, la mente humana individual, no es más que una parte de esa
herramienta, en esencia ideal, que construye el mundo y el espíritu y que puede captar
al espíritu, a la totalidad (y eso es La Filosofía).
Por tanto, el sistema de Hegel se basa en el idealismo objetivo, pues lo ideal construye
el mundo sensible, pero aquél no está contenido en la mente humana particular, sino
que es «abstracción» de todas ellas y se sitúa por encima de ellas (o más bien, las
mentes particulares son emanaciones, momento de lo ideal, del espíritu universal). Este
espíritu no es, de ningún modo, una simple agregación de «espíritus individuales», como
nos podría hacer pensar una definición de lo ideal como ideal subjetivo, sino que supone
un todo, una estructura con cualidades agregadas, del mismo modo que en las ciencias
no podemos saber las características y funciones de un órgano estudiando sus células
individualmente y por separado. Por eso es necesaria La Filosofía.
Así, Marx parte de la enajenación, alienación del trabajo, que es una fuerza
material objetiva, y de ella surge lo ideal, como resultado de la cristalización de ese
trabajo (social y orientado hacia la transformación de la naturaleza) en los objetos
materiales, sensibles y objetivos. Lo ideal tiene, por tanto, existencia objetiva en la
contradicción, en el encuentro, entre la forma del trabajo objetivada y la forma objetiva,
natural, del objeto (producto) del trabajo.
El dinero, bajo la forma metal o papel moneda, es un claro ejemplo de cómo el valor es
una realidad ideal. La moneda no es más que una representación de esa forma ideal. O
valor del euro varía cada día respecto al del dólar, sin que por ello se produzca ningún
cambio en la representación material del euro ni en la del dólar. La moneda no cambia,
lo que cambia es el valor, que funciona, como todo lo ideal, a modo de mediación entre
dos o más realidades materiales. Por eso es técnicamente erróneo decir «tengo un
euro», sino que la construcción más adecuada y, en cierto modo pedante, sería «tengo
una moneda que representa el valor de un euro».
Las formas ideales (el lenguaje, los códigos morales, las relaciones de producción, el
valor, etc. etc.) sólo pueden existir como producto de la acción del trabajo
humano social sobre la materia. Las palabras y el lenguaje articulado sólo cobran
sentido en una comunidad de seres humanos que las entiendan y las sepan utilizar, esto
es, producirlas como fenómenos materiales, productos del trabajo (las palabras no son
más que fenómenos sonoros o visuales), y dotarlas de significado, lo cual es posible
precisamente porque son producto de un trabajo de carácter social.
Notas