Sei sulla pagina 1di 25

Comentario teológico y pastoral a la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (1)

Acompañar, Discernir e Integrar la Fragilidad:

¿Cómo interpretar el capítulo VIII de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia?

¿Qué debemos hacer?

Pbro. Andrés Esteban López Ruiz

1. Introducción

En el Capítulo VIII de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia1, el papa Francisco propone una vía
pastoral para las personas y las familias que se encuentran en situaciones irregulares. Esta vía está
expresada en tres acciones fundamentales: acompañar, discernir e integrar. Tienen un objeto
común: la fragilidad. Y, desde luego, un sujeto que las realiza: la Iglesia.

Iniciaremos la reflexión sobre el texto estableciendo algunos principios generales para la recepción
del documento. Posteriormente desarrollaremos una reflexión orientada a la comprensión de la vía
pastoral propuesta. En esta reflexión nos referimos, en primer lugar, al sujeto de la pastoral y,
conjuntamente, expondremos lo que significa la pastoral en la vida de la Iglesia en el contexto de
sus propios límites. Seguidamente presentaremos los destinatarios de la pastoral especial que se
propone para conjuntamente analizar las tres acciones del itinerario propuesto por el Papa
Francisco. Por razones del mismo texto la parte más extensa será la que trata el discernimiento.

La naturaleza del texto

La naturaleza del texto es la de un documento pontificio, que constituye un acto de Magisterio no


definitorio. De modo que sus contenidos son, por su misma naturaleza falibles, y, no son objeto de
fe2 como lo son aquellos contenidos del Magisterio solemne y definitorio. Estas enseñanzas, se
proponen no para ser creídas ni para ser tenidas como definitivas sino para alcanzar una inteligencia
más profunda de la revelación.

A este tipo de textos se les debe, en principio, un asentimiento religioso de la voluntad y del
entendimiento3. La negación pertinaz de un texto de esta naturaleza, en su conjunto, constituye un
acto temerario pero no un pecado contra la fe4. De modo que la primera sugerencia frente al texto
es recibirlo en un sentido religioso «para alcanzar una inteligencia más profunda» respecto a la
pastoral que debemos hacer como Iglesia, manifestando una confianza filial madura que sepa leer
el texto en su conjunto y en dependencia interpretativa con el resto del Magisterio.

Ahora bien, en relación a las doctrinas enunciadas por el Magisterio no definitivo, la adhesión
requiere un grado diferenciado «según la mente y la voluntad manifestada, la cual se hace patente
especialmente por la naturaleza de los documentos, o por la frecuente proposición de la misma

1
Francisco, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 8 de abril de 2016.
2
Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum Veritatis, n. 23
3
Ibid.
4
Ibid.
doctrina, o por el tenor de las expresiones verbales»5. En este sentido, podemos decir que el grado
de adhesión requerido en cada documento pontificio está determinado en primer lugar por el
mismo documento en la voluntad manifiesta del Pontífice a través del lenguaje utilizado. En
segundo lugar está determinado por su integración orgánica en el Magisterio continuado de la
Iglesia, es decir, por la frecuencia de las proposiciones pontificias de la misma doctrina.

Conforme a estos principios dogmáticos que la misma Iglesia ha dispuesto para la adhesión
diferenciada de los documentos pontificios, podemos afirmar, primeramente, que la Exhortación
Apostólica Amoris Laetitia no constituye una resolución6, en sentido estricto, de las discusiones
doctrinales, morales y pastorales del camino sinodal. Por el contrario, si bien pretende establecer
una cierta unidad de doctrina y de praxis, admite la posibilidad de que junto con ella subsistan
distintas interpretaciones.

En razón de esta posibilidad el Papa Francisco añade un imperativo que es de suma relevancia para
determinar el carácter de la adhesión debida: «la complejidad de los temas planteados nos mostró
la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales,
espirituales y pastorales. La reflexión de los pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, honesta, realista
y creativa, nos ayudará a encontrar mayor claridad».7 De modo que, la recepción del texto debe
considerar tanto su carácter específico no resolutorio como la necesidad de continuar la reflexión,
a partir del texto y en la fidelidad a la Iglesia para alcanzar mayor claridad.

En relación al capítulo octavo, que es el objeto de la presente reflexión el Papa Francisco manifiesta
que su deseo es que «todos se vean interpelados por él»8. De modo que es necesario aceptar la
interpelación que el papa Francisco propone en este capítulo. Esta provocación está presentada
como una «invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral»9 que, a su vez, oriente la
reflexión, el diálogo y la praxis pastoral10. Así pues, la interpelación invita a la misericordia y al
discernimiento, suscita la reflexión dialogante y propone una pastoral especial capaz de «ofrecer
aliento, estímulo y ayuda»11.

Debido a lo anterior, y, por los mismos contenidos del documento, estoy consciente de que el texto,
en sí mismo, admite interpretaciones diversas, incluso algunas de ellas probablemente
contradictorias. Este hecho por sí mismo, unido a lo señalado anteriormente, implica que la
recepción eclesial del documento exige la colaboración de teólogos y pastores a través de la
reflexión. En este sentido, el comentario aquí expuesto tiene como objetivo principal presentar un

5
Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal explicativa de la fórmula conclusiva de la Professio
Fidei, 11.
6
Así lo dice el Papa Francisco: «No todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas
con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis,
pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas
consecuencias que se derivan de ella» Francisco, Amoris Laetitia, 3.
7
Francisco, Amoris Laetitia, 2.
8
Ibid, 7.
9
Ibid, 6.
10
Ibid, 4.
11
Ibid.
camino posible de integración teológica y pastoral de la provocación que el papa Francisco ha
hecho.

Hermenéutica de la continuidad

La reflexión que se presenta tiene como primer principio de recepción del documento la
hermenéutica de la continuidad. Esto quiere decir que como norma general, la Exhortación
Apostólica será interpretada y recibida a la luz del Evangelio, de la Palabra de Dios, de la Tradición,
de la praxis multisecular y del Magisterio de la Iglesia en su conjunto. Este principio establece la
búsqueda de una interpretación católica del texto, o, mejor dicho, una interpretación del texto
conforme a la fe de la Iglesia Católica12.

Esto no significa que se siga inmediatamente del texto una continuidad fácilmente reconocible. Es
necesario un esfuerzo intelectual dedicado. Precisamente en esto consiste el desafío al que el Papa
Francisco nos invita. Se trata, pues, de una tarea tan ardua como necesaria que es exigida no sólo
en razón de los contenidos del mismo texto, sino, sobre todo como ha sido explicitado, en razón de
la naturaleza del texto y de las diversas interpretaciones que han surgido en torno a ella.
Establecidos estos criterios, desarrollamos el comentario conforme al itinerario propuesto.

2. La pastoral en la vida de la Iglesia

El sujeto de la pastoral: la Iglesia

La Iglesia es el sujeto que realiza la pastoral. La acción de la Iglesia en el mundo es una prolongación
de la acción de Cristo en el mundo y en los siglos a través de sus miembros. Así lo ha expresado el
CVII cuando menciona que la Iglesia es «sacramento universal de salvación»13, hace presente la
acción salvífica del Señor Jesús a través de los tiempos. De modo que tiene como fuente normativa
la acción de Cristo en los Evangelios (Jn 12, 12-17). Esta fuente no sólo determina los contenidos
(Mt 28, 19-20) de su acción, sino también los modos (1 P 2, 21) que, aunque diversos, están llamados
a seguir con fidelidad la acción del Señor en la historia, haciendo visible su rostro misericordioso14.

Esto significa, como el papa Francisco lo ha señalado15, que este capítulo no constituye un desarrollo
doctrinal, sino un itinerario pastoral16, es decir, no intenta solamente enseñar cuáles son los

12
Así lo explica la instrucción Donum Veritatis: «…el significado y el valor del Magisterio sólo son comprensibles
en referencia a la verdad de la doctrina cristiana y a la predicación de la Palabra verdadera. La función del
Magisterio no es algo extrínseco a la verdad cristiana ni algo sobrepuesto a la fe; más bien, es algo que nace
de la economía de la fe misma, por cuanto el Magisterio. en su servicio a la palabra de Dios, es una institución
querida positivamente por Cristo como elemento constitutivo de la iglesia. El servicio que el Magisterio presta
a la verdad cristiana se realiza en favor de todo el pueblo de Dios, llamado a ser introducido en la libertad de
la verdad que Dios ha revelado en Cristo.» Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum Veritatis,
n.14
13
CVII, Lumen Gentium, 14.
14
Francisco, Misericordiae vultus, 8.
15
Francisco, Amoris Laetitia, 4.
16
Así lo expresa Francisco cuando dice que la intención del documento es orientar la reflexión, el diálogo, y
la práxis pastoral. Cfr. Francisco, Amoris Laetitia, 4.
contenidos de la revelación respecto a la familia sino responder a una pregunta sobre la acción:
¿qué debemos hacer como Iglesia, para actuar en el nombre de Jesús?

Unidad intrínseca entre doctrina y pastoral

Para responder a esta pregunta, a la pregunta pastoral, a la pregunta sobre la acción que le es debida
a la Iglesia en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, tenemos que escucharlo a Él y contemplarlo
actuando17. Es decir, tenemos que considerar la acción de Jesús, llena de verdad (Jn 10, 38) y sus
palabras, tan llenas de verdad como de determinación para la acción (Jn 14, 23).

En este sentido podemos establecer un segundo principio de recepción del documento: la vía
pastoral propuesta, no debe interpretarse como una ruptura con la doctrina, sino, más bien,
interpretarse desde la doctrina y conforme a ella.

Este principio se funda en una razón cristológica: sólo es pastoral la acción de la Iglesia que realiza
en el tiempo la obra de Jesús, el buen pastor, cuando su acción se conforma a él. Si la acción de la
Iglesia no realizara la obra del Señor Jesús sino que se inspirara en fuentes contradictorias a él, no
sólo no sería pastoral perdiendo su identidad, sino que, tomando lo suyo del mundo, sería
mundana18.

En la acción de Jesucristo, existe una indisolubilidad perfecta entre la verdad que enseña y la
actividad que realiza. En Él no hay división alguna entre verdad y amor19. Actúa siempre con verdad
y siempre con amor, al punto que podemos decir que su amor expresa la verdad (Jn 15, 9) y la verdad
que comunica expresa el amor20.

Este principio adquiere una iluminación más profunda al considerar lo dicho por la Constitución
Dogmática del CVII cuando enseña que la revelación divina ha sido realizada en la historia a través
de obras y palabras intrínsecamente unidas21. Las palabras y las obras del Señor en verdad
constituyen una unidad en el amor que las integra: Cristo instruye cuando obra, obrando también
enseña, y, enseñando, establece el camino para la libertad, es decir, de la acción de sus discípulos
(Jn 13, 35).

Los límites de la Pastoral

Por lo tanto, por su carácter pastoral, para responder a la pregunta sobre qué debemos hacer, es
necesario excluir, cualquier acción que implique una ruptura entre el hacer y la fe que profesamos.
Si no lo hiciéramos, nuestra respuesta dejaría de ser pastoral y, por lo tanto, la acción misma
constituiría un distanciamiento de Cristo y a la misión de la Iglesia22.

En este sentido, podemos decir que la pastoral misma se encuentra con el límite de su propia
esencia. Para ser pastoral, requiere expresar la unidad intrínseca entre sus obras y palabras

17
Francisco, Amoris Laetitia, Capítulo III.
18
Francisco, Homilía en Santa Marta, 17 de Noviembre de 2015.
19
Benedicto XVI, Homilía, 1 de Abril de 2007.
20
Benedicto XVI, Deus caritas est, 12.
21
CVII, Dei Verbum, 2.
22
Paulo VI, Evangelii nuntiandi, 1
conforme a la unidad perfecta que realiza el Señor Jesús en el amor: instruir cuando obra, obrar
enseñando, y, enseñando, conducir el camino de la vida hacia la plenitud evangélica23, como lo ha
señalado el Papa Francisco.

La Iglesia actúa de modos diversos

La Iglesia actúa de modos diversos, siendo sus miembros diversos. En este sentido a cada uno de
sus miembros le corresponde actuar conforme a Cristo (1 Co, 11, 1) pero de modo distinto de
acuerdo a los dones recibidos por Él (1 P, 4, 10) para la mutua edificación (1 Co 10, 15-17). Y cada
uno, así, tiene tanto una misión como una responsabilidad distinta (Lc 12, 48) dentro de la altísima
misión y responsabilidad de la Iglesia.

Así pues, mientras la pastoral tiene como sujeto a la Iglesia, tiene como principales responsables24
a aquellos que por el sacramento del ministerio apostólico25 son miembros de Cristo Cabeza26. De
modo que, aunque, en cierto sentido, sea toda la Iglesia la que está llamada a acompañar, discernir
e integrar a las personas y a las familias que se encuentran en condiciones de fragilidad, son
principalmente los sacerdotes los que están llamados a realizar el itinerario pastoral propuesto por
el Papa Francisco. Por lo tanto, este capítulo, tiene una particular relevancia para los sacerdotes,
especialmente para los confesores y para los párrocos27 en comunión con el Obispo.

En este sentido, los confesores y los párrocos deben asumir el itinerario pastoral propuesto
conforme a las normas y orientaciones propias de su ministerio, establecidas tanto en el
Magisterio28 referido a él como en la disciplina de la Iglesia establecida por el CIC,29 en el mismo
sentido de lo que hemos señalado en el primer principio de recepción del documento, la
continuidad.

Ciertamente lo dicho en el Capítulo VIII no tiene como únicos destinatarios a los pastores, pero si
podemos afirmar que son sus principales destinatarios30. De cualquier manera cada quien puede
asumirlo de acuerdo a su condición particular en el pueblo de Dios, especialmente como una
invitación31 a la misericordia en la vida de la Iglesia. Mientras que todo el pueblo cristiano está

23
Francisco, Amoris Laetitia, 325.
24
CVII, Apostolicam Actuositatem, 2.
25
Catecismo de la Iglesia Católica, 1536
26
Código de Derecho Canónico, 1009 § 3.
27
Conviene recordar que la cura pastoral le corresponde directamente al párroco: «El párroco es el pastor
propio de la parroquia que se le confía, y ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada
bajo la autoridad del Obispo diocesano en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar, para que en
esa misma comunidad cumpla las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación también de otros
presbíteros o diáconos, y con la ayuda de fieles laicos, conforme a la norma del derecho» Código de derecho
canónico, 519.
28
Cfr. Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 2 de diciembre de 1984; Pontificio Consejo para la Familia,
Vademecum para confesores sobre algunos temas de moral conyugal, 12 de febrero de 1997; Congregación
para el Clero, El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la misericordia divina, 9 de Marzo de
2011.
29
Código de Derecho Canónico, Cánones 929-997.
30
Francisco, Amoris Laetitia, 300.
31
Ibid. 6.
invitado a unirse al acompañamiento y a la integración, bajo la guía de los pastores, el
discernimiento le es más propio a los presbíteros, especialmente por su relación con el sacramento
de la confesión. Sin embargo pueden ayudar en el discernimiento y en la formación de la conciencia
otras personas debidamente cualificadas. En este sentido será particularmente importante para
aquellos que se dedican a la orientación familiar dentro de su servicio eclesial.

Norma suprema de la pastoral: salus animarum

Toda acción está determinada por su finalidad32. De modo que asumir con claridad la finalidad de la
acción evita tanto la pérdida de sentido de la misma como su deformación. La finalidad de la
pastoral es la salvación de las almas33. Toda la acción de la Iglesia está dirigida en primer lugar a la
salvación de las almas, y, en segundo lugar, a la transformación de las realidades humanas conforme
a la verdad del Evangelio34. De modo que el orden y el sentido del itinerario pastoral aquí propuesto
está determinado por su servicio a la salvación de las almas de aquellas personas que viven en medio
de diversas situaciones dramáticas la fragilidad en una condición irregular.

En este sentido podemos decir que los medios propuestos, acompañar, discernir e integrar, son
medios que están determinados35 por la única finalidad en la que adquieren su especificidad propia:
están ordenados a conducir a las personas desde la fragilidad que experimentan, a la plenitud de
vida evangélica a la que están llamadas (Mt 5, 48), y, por tanto, a la ruptura con el pecado en la
conversión (Mt 1, 15). Dicho esto, podemos reconocer un tercer principio de recepción del
documento, en atención a la acción pastoral: la salvación de las almas.

3. El destinatario de la pastoral especial: fragilidad e irregularidad

El destinatario de la pastoral especial propuesta por el Papa Francisco no está reducido a un solo
tipo de casos. Incluye a todas aquellas personas que por su estado de vida habitual se encuentran
en una situación objetiva de pecado36 y que por diversas circunstancias requieran una atención
pastoral especial para superar la persistencia37 a través de un camino gradual de conversión38 que
provea lo necesario a su condición concreta.

En este sentido podemos afirmar que el alcance de la propuesta es mucho más amplio que sus
reducciones más simples que han tratado de presentar como destinatario pastoral de esta
propuesta únicamente a los divorciados vueltos a casar39.

Pero, al mismo tiempo, podemos decir que una visión amplia y contextualizada de los destinatarios
ayuda a entender tanto la condición específica a la que se refiere esta pastoral especial, como los
casos concretos.

32
Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-IIae, c. 1.
33
Código de Derecho Canónico, 1752.
34
Cfr. CVII, Apostolicam Actuositatem, 18 de Noviembre de 1965.
35
Cfr. Relación entre el fin y lo que es para el fin en: Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-IIae, c. 8.
36
Francisco, Amoris Laetitia, 297.
37
Cfr. San Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 13.
38
Francisco, Amoris Laetitia, 297.
39
Bastaría hacer un análisis del spin media para señalar como esta ha sido la interpretación más promovida
en medios distintos de comunicación.
Es decir, el punto de partida, de esta pastoral especial, aunque es diversa en cada caso, tiene un
aspecto común: la persistencia habitual en el pecado y la fragilidad40 experimentada respecto a Él.
De modo que la propuesta pastoral no pretende, de ninguna manera, negar el punto de partida,
sino, todo lo contrario, pretende reconocerlo con toda su complejidad para poder conducir con
amor a cada persona que experimenta esta condición hacia el punto de llegada, que está
determinado por el tercer principio que hemos aludido, la salvación del alma, en el camino de la
conversión, de ruptura con el pecado y de plenitud evangélica.

Dicho esto, se puede afirmar un elemento más referente a los destinatarios. La Iglesia puede y debe
exhortar, buscar, encontrar, invitar, llamar y salir en búsqueda de aquellos que se encuentran en la
periferia existencial41 que hemos aludido, sin embargo, la respuesta que cada destinatario pueda
dar conforme a su propia libertad, no sin el auxilio misterioso de la gracia, es imprescindible para
poder desarrollar un itinerario pastoral específico para cada caso. Es decir, para poder emprender
esta vía se requiere afrontar el desafío eclesial con valentía, con creatividad42 y con amor, pero, al
mismo tiempo, se requiere que la persona o la familia que se encuentra en tal situación quieran
también enfrentar el desafío del Evangelio con sus exigencias particulares43.

Por último, en esta sección, debemos decir que el desarrollar una opción pastoral por la fragilidad
no implica desarrollar una moral de la fragilidad, que estableciera en la misma debilidad el criterio
de la norma moral. Por ello, es importante considerar lo establecido en el Vademécum para
confesores en relación a este riesgo: «Resulta por tanto inaceptable el intento — que en realidad es
un pretexto — de hacer de la propia debilidad el criterio de la verdad moral. Ya desde el primer
anuncio que recibe de la palabra de Jesús, el cristiano se da cuenta que hay una « desproporción »
entre la ley moral, natural y evangélica, y la capacidad del hombre. Pero también comprende que
reconocer la propia debilidad es el camino necesario y seguro para abrir las puertas de la
misericordia de Dios».44

4. Acompañar

La primera acción pastoral a la que el papa Francisco invita es a acompañar45. Acompañar significa,
en primer lugar, caminar juntos, compartir la vida, las dificultades y los problemas. Acompañar
significa también sufrir juntos la fragilidad, ser compañía de quien padece de modo más dramático
el peso del pecado en un particular momento de su vida cristiana, es decir, sobrellevar (Ga 6, 2)
juntos las debilidades.

40
Francisco, Amoris Laetitia, 296.
41
Francisco, Amoris Laetitia, 312.
42
Francisco, Evangelii Gaudium, 11.
43
Francisco, Amoris Laetitia, 295, 300.
44
Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para confesores sobre algunos temas de moral conyugal,
10.
45
«Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, «la Iglesia debe
acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado,
dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en
medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad»
Francisco, Amoris Laetitia, 291.
En este sentido, la primera invitación del Papa Francisco es a mirar con amor46, a todos y a cada una
de las personas que se encuentran en esta condición y que han sido confiadas por la providencia
divina a la atención pastoral de la Iglesia. Esta mirada amorosa, no puede de ningún modo
despreciar a la persona por su condición específica, sino, todo lo contrario, debe apreciarla en sí
misma con las mismas entrañas de misericordia con las que Cristo la amó y se entregó a la muerte
(Ga 2, 20).

Es precisamente la virtud de la misericordia y los actos de amor que le son propios, el principio
operativo del acompañamiento47. La misericordia conlleva a compadecer, a padecer junto con el
otro su sufrimiento y su fragilidad hasta poder apropiarse de él para moverse a remediar el mal del
prójimo como si fuera propio. Así, la misericordia pasa de ser una pasión o un sentimiento de
simpatía o de empatía hasta transformarse en amor auténtico que busca remediar por todos los
medios el mal que padece el hermano48. Sólo el amor misericordioso puede imperar la disposición
pastoral adecuada para ayudar a cada persona a remediar los males más profundos que limitan su
respuesta a la gracia de Dios.

El amor misericordioso engendra la solicitud pastoral para las situaciones complejas que exigen una
atención y un cuidado especial49. Así, sólo una renovada y encendida caridad pastoral50 fruto de la
conversión pastoral51, puede animar la pastoral especial a la que aquí se invita. De esta actitud nos
han dado un altísimo ejemplo52 en la vida de la Iglesia, los santos sacerdotes y pastores,
especialmente aquellos dedicados con más vigor a la cura de almas y al ministerio de la
Reconciliación53.

Y no solamente aquellos que han sido canonizados, sino también nos fortalecemos en el ejemplo
humilde de tantos sacerdotes que ocultamente a los ojos del mundo son verdaderos ministros de
la misericordia54. Es indudable que este tipo de acompañamiento requiere de una dedicación
particularmente exigente de tiempo, de esfuerzo, de energías, de oración, de penitencia, y, en

46
«iluminada por la mirada de Jesucristo, «mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto,
reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para
hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan» Francisco,
Amoris Laetitia, 291.
47
Francisco, Amoris Laetitia, 296.
48
Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-IIae, c. 30.
49
Cfr. Francisco, Amoris Laetitia, 291.
50
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 11 de febrero de
2013.
51
Francisco, Evangelii gaudium, 25.
52
Así lo señala un reciente documento de la Congregación para el Clero: «En todas las épocas de la historia
eclesial se encuentran figuras sacerdotales que son modelos de confesores o de directores espirituales. La
exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia (1984) recuerda a San Juan Nepomuceno, San Juan María
Vianney, San Giuseppe Cafasso y San Leopoldo di Castelnuovo. Benedicto XVI, en un discurso en la Penitenciaría
Apostólica[12], añade a San Pío da Pietrelcina.» Congregación para el Clero, El sacerdote confesor y director
espiritual ministro de la misericordia divina, 14.
53
Francisco, Audiencia, 6 de Febrero de 2016.
54
Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 29.
resumen, de la vida entera del ministro que se entrega por el bien espiritual de las almas y de las
familias.

Una segunda invitación del Papa Francisco en el acompañamiento es a suscitar la confianza y la


esperanza55 en Dios, que no abandona nunca a sus Hijos, y en la fuerza de su gracia que en su
omnipotencia es capaz de conducir a todos a la liberación del pecado, a la restauración de la vida
cristiana, a la salud de las heridas y al fortalecimiento (Flp 4, 13) de la fragilidad. Por ello mismo el
papa indica que es necesario «proponer la perfección»56, invitar a la santidad y a la respuesta más
plena a Dios.

Junto a estas exhortaciones Francisco invita a que en el acompañamiento integral propuesto, debe
estar presente siempre tanto la valoración altísima de la persona como sujeto de la redención como
la valoración constructiva57, de aquellos aspectos de su vida que deben permanecer, conservarse y
acrecentarse a la luz del Evangelio.

Sobre aquellos aspectos positivos se puede establecer un itinerario que conduzca hacia la santidad
evangélica en la ruptura con el pecado con paciencia y delicadeza. Así lo explica el texto del Papa
refiriéndose a una de las aportaciones del Sínodo Extraordinario: «es preciso afrontar todas estas
situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la
plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas
con paciencia y delicadeza»58.

Un ejemplo sería el caso de un matrimonio civil que por diversas circunstancias no han contraído
matrimonio eclesiástico, sin embargo, han guardado fidelidad, rezan cada semana el rosario y han
engendrado varios hijos. Estos elementos positivos, de virtud, de comunión y de oración pueden ser
la base constructiva para conducirlos hacia el matrimonio sacramental de modo que puedan vivir su
propio estado conforme a su vocación a la santidad.

La ley de la gradualidad

El acompañamiento, entonces, sobrellevado con paciencia requiere, señala Francisco, conducir a


las personas por diversas etapas de crecimiento59. Estas etapas no significan una degradación del
fin del itinerario pastoral que está determinado por la ley evangélica para el bien integral de las
personas. Por ello mismo no se puede invocar ningún tipo de gradualidad de la ley, al contrario, se
afirma explícitamente que la ley evangélica es el único camino de libertad y de plenitud para las
personas y para las familias60.

Así pues, se afirma con fuerza que la ley es un don de Dios que indica el camino, don para todos sin
excepción61. Y seguidamente se presenta una de las afirmaciones más importantes de todo el
capítulo respecto al destinatario de la pastoral especial en su condición de debilidad: por más grave

55
Francisco, Amoris Laetitia, 291.
56
Ibid.
57
Ibid, 292.
58
Francisco, Amoris Laetitia, 294.
59
Ibid, 295.
60
Ibid.
61
Ibid.
que sea la fragilidad es posible vivir la plenitud evangélica con la fuerza de la gracia de Dios62. Es
decir, el texto, en este punto da un testimonio firme a favor de la fuerza de la gracia63 frente a las
posturas que reconociendo la fragilidad y desconociendo la fuerza de la redención han afirmado la
imposibilidad de la virtud.

En este mismo sentido, al considerar la ley de gradualidad es de gran utilidad nuevamente integrar
lo dicho en la Exhortación con lo expresado por el Vademecum para los confesores del Pontificio
Consejo para la Familia: «la “ley de la gradualidad” pastoral, no se puede confundir con “la
gradualidad de la ley” que pretende disminuir sus exigencias, implica una decisiva ruptura con el
pecado y un camino progresivo hacia la total unión con la voluntad de Dios y con sus amables
exigencias»64. Si no se considerara no sólo la universalidad de la ley y la fuerza del auxilio divino para
vivir conforme a ella, sino también la necesaria ruptura con el pecado no se podría conducir a las
personas hacia la salud espiritual.

De este modo, la ley de gradualidad significa que el camino de la conversión es un proceso que exige
se den pasos diversos que conduzcan, con la fuerza de la gracia, a la plenitud de vida evangélica en
la voluntad de Dios. Así, la ley de gradualidad debe ser tenida como una afirmación radical de la
vocación universal a la santidad65, como un camino personal, integral y progresivo hacia ella en
medio de la comunidad y con el acompañamiento de los pastores.

El icono cristológico de este acompañamiento pastoral está señalado por Francisco en el encuentro
entre Jesús y la samaritana, a la que conduce amorosamente hacia la conversión en la renovación
de su vida: «Es lo que hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,1-26): dirigió una palabra a su deseo de
amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del
Evangelio»66.

5. Discernir

Discernir consiste en distinguir, separar, cribar o dividir elementos diversos que conviven o están
mezclados, como cuando se separa la buena cosecha de la mala. Se trata, entonces, de un análisis
referido a la situación concreta de la persona en la complejidad propia de su existencia y de sus
circunstancias para valorar los elementos diversos que se presentan en ella.

Si discernir significa separar y distinguir los elementos positivos de los negativos, evidentemente la
criba ha de hacerse conforme a un criterio objetivo de discernimiento y de valoración. Tal criterio
objetivo está determinado por las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio67. Es decir, es la
luz de la verdad propia de la ley natural y del Evangelio el criterio del discernimiento. De este modo

62
Ibid.
63
Gerhard L. Müller, Testimonio a favor de la fuerza de la gracia, sobre la indisolubilidad del matrimonio y el
debate acerca de los divorciados vueltos a casar y los sacramentos, 23 Octubre de 2013.
64
Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para confesores sobre algunos temas de moral conyugal,
12 de febrero de 1997
65
CVII, Lumen Gentium, 32.
66
Francisco, Amoris Laetitia, 294.
67
«Dado que en la misma ley no hay gradualidad (cf. Familiaris consortio,34), este discernimiento no podrá
jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia.» Francisco,
Amoris Laetitia, 300.
la primera criba consisten en separar lo que es objetivamente pecado de aquello que no lo es, en
relación a la circunstancia compleja de la persona.

La segunda criba consiste, entonces, en considerar con diligencia la complejidad de cada situación
particular, precisamente para que se tenga en cuenta con claridad cuál es el punto de partida. En
este sentido «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas
situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su
condición»68.

Ahora bien, tomando en cuenta cuidadosamente tanto el punto de partida como el punto de
llegada, que es la salud espiritual de las almas, el Papa Francisco habla del modo en el que se debe
atender pastoralmente las situaciones irregulares. El modo consiste en: «revelarles la divina
pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene
para ellos»69.

Así pues, desde el proceso de discernimiento, se debe revelar el camino de superación del pecado
en la irregularidad. Es necesario enseñar, entonces, con gran paciencia, que frente a la debilidad en
medio de la complejidad específica, se eleva la fuerza de la gracia para edificar una vida nueva, un
camino nuevo. Un camino posible, a pesar de la fragilidad experimentada, en razón de la gracia que
es más fuerte que la fragilidad y conduce a cada persona hacia la plenitud de la vida cristiana.

Al llegar a esta reflexión conviene recordar lo dicho por San Juan Pablo II en Veritatis Splendor: «Por
numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el
Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del cumplimiento
perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a
Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera
de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva, Jesús
nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu»70.

En este mismo sentido, el Papa Francisco señala, como lo había hecho anteriormente, que alcanzar
aquella plenitud de vida cristiana no sólo es posible para algunos pocos capaces de hacer opciones
heroicas, sino que es siempre posible con la fuerza del Espíritu Santo71 para todos.

Pensar que sólo algunos podrían emprender el camino de la conversión significaría condenarlos
para siempre a vivir sujetos al pecado que les arrebata la plenitud de la vida y la bienaventuranza.
Significaría caer en el gravísimo pecado de la desesperanza72 pastoral. Pero, sin duda, este no es el

68
Francisco, Amoris Laetitia, 296.
69
Francisco, Amoris Laetitia, 297.
70
Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 118
71
Francisco, Amoris Laetitia, 297.
72
Conforme a la definición de desesperanza establecida en el Catecismo de la Iglesia Católica podemos pensar
en la posibilidad de la desesperanza pastoral que significaría dejar de esperar que una persona pudiera
obtener el auxilio para llegar a su salvación personal: «El primer mandamiento se refiere también a los pecados
contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción: Por la desesperación, el hombre deja de esperar
de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de
Dios, a su Justicia —porque el Señor es fiel a sus promesas— y a su misericordia.» Catecismo de la Iglesia
Católica, 2091.
camino de la Iglesia que debe difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con
corazón sincero73. Es precisamente la fuerza de la misericordia de Dios la que hace posible el camino
de la conversión y no se le debe negar a nadie la posibilidad de recorrerlo adecuadamente para ser
conducido a la vida nueva, a la ruptura con el pecado y a la libertad de los hijos de Dios74.

De lo dicho hasta ahora podemos resumir que el acompañamiento pastoral incluye el


discernimiento que conduce al reconocimiento del objeto del pecado75, de la complejidad de las
circunstancias, de los pasos posibles y necesarios para la ruptura con el pecado, de la complejidad
de la situación, inspirando siempre la confianza en la fuerza de la gracia y conduciendo a las personas
a la plenitud de vida evangélica y a la salud espiritual.

Este acompañamiento ha de ser realizado por los presbíteros «conforme a la enseñanza de la


Iglesia», es decir, conforme al criterio objetivo de la norma moral y de la norma canónica76. Y
requiere tanto de parte de los destinatarios como de los presbíteros unas condiciones necesarias:
humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, sinceridad en la búsqueda de la voluntad de
Dios y deseo de andar por el camino de la conversión77.

El presbítero, señala Francisco, requiere humildad para subordinar su orientación a la voluntad de


Dios expresada en su Palabra y en la enseñanza de la Iglesia. Requiere un gran amor a las almas y a
la Iglesia, para poder conducir a las personas por el camino, a veces arduo, del Evangelio. Las
personas y las familias que pidan el discernimiento requieren, también, una gran humildad para
poder recibir la invitación del Evangelio como el único camino auténtico de plenitud y de
bienaventuranza. Requieren, al mismo tiempo, amar a la Iglesia y confiar en ella, confiar en su
enseñanza, abriendo su corazón con sinceridad para descubrir el camino de conversión evangélica
y desear decididamente seguirlo.

Sin estas condiciones, no es posible el acompañamiento pastoral. Más aún, un acompañamiento


pastoral que no se realizara bajo estas condiciones no sólo no sería capaz de conducir a la persona
por el camino correcto con grave daño al bien espiritual tanto del presbítero, en razón de su
responsabilidad, como de las personas o familias implicadas sino que se correría el grave riesgo de
herir a la Iglesia misma.

Digámoslo con mucha claridad: lesionaría gravemente a la Iglesia el sacerdote que estableciendo
una excepción78 a la verdad y al Evangelio, concediera cualquier tipo de permiso a la persona o a las

73
Francisco, Amoris Laetitia, 296.
74
Francisco, Homilía, 4 de julio de 2013.
75
«Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que «orienta a estos fieles a la toma de
conciencia de su situación ante Dios. La conversación con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la
formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en
la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer.» Francisco, Amoris Laetitia, 300.
76
«Los presbíteros tienen la tarea de «acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento
de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un
examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento.» Francisco, Amoris Laetitia, 300.
77
Francisco, Amoris Laetitia, 300.
78
«Estas actitudes son fundamentales para evitar el grave riesgo de mensajes equivocados, como la idea de
que algún sacerdote puede conceder rápidamente «excepciones», o de que existen personas que pueden
obtener privilegios sacramentales a cambio de favores.» Francisco, Amoris Laetitia, 300.
familias de permanecer en una situación objetiva de pecado. No sólo no cumpliría la finalidad misma
del acompañamiento pastoral que tiene como norma suprema la salvación de las almas, sino que
haciéndose cómplice del pecado que promueve recaería sobre él mismo la misma culpa79.

Conjuntamente a esto, el daño eclesial consistiría en que tal presbítero, actuando en nombre de la
Iglesia e instruyendo en su contra, manifestaría a la Iglesia misma como falsa o portadora de una
doble moral como lo ha señalado el Papa Francisco. Por ello, es imprescindible que el presbítero se
sepa responsable no sólo de las personas o familias que le son confiadas, sino que en ellas se sepa
responsable también de toda la comunidad eclesial, procurando el bien común de la Iglesia80, en el
que está incluida su veracidad y su integridad.

Circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral

En el discernimiento concreto de las distintas situaciones irregulares el Papa Francisco pide tomar
en cuenta los «condicionamientos y las circunstancias atenuantes». Ésta, tal vez, sea la cuestión más
delicada de todo el documento. De modo que es importante asumir sus contenidos con prudencia,
sensatez y espíritu verdaderamente eclesial.

Comprendiendo al sujeto moral

En primer lugar hay que comprender, en sentido general la cuestión planteada. Mientras que existe
un orden objetivo de la moralidad existe también una estructura subjetiva de la moralidad. La
estructura subjetiva de la moralidad se funda en la naturaleza misma de la persona dotada de
inteligencia y voluntad.

El hombre, pues, actúa libremente en la medida en que dispone de sí mismo y es capaz de realizar
acciones deliberadas81. Las acciones deliberadas son aquellas que proceden de la voluntad con
conocimiento tanto de su finalidad como de su objeto, es decir, en el uso de razón.

Expliquemos más detenidamente: la persona humana, no está determinada a obrar de un modo u


de otro, sino que actúa conforme al conocimiento que tiene de sí mismo, de sus actos, del mundo,
de la ley moral y de Dios, desde el principio intrínseco82 que lo hace libre: la voluntad. Así pues, la
voluntad lo hace capaz de querer obrar o no obrar, de determinar si ha de obrar de un modo u de
otro, procurando un fin o buscando otro y en esto consiste precisamente su libertad.

79
Es importante mencionar los principios de cooperación con el mal, según los cuales si una persona tiene
cooperación formal o cooperación material directa, o ambas, con el pecado de otro, la misma falta realizada
por el otro es imputable al cooperador. Este principio apena incluso en la imputabilidad penal en el Código de
Derecho Canónico. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2268, 2272.
80
«Cuando se encuentra una persona responsable y discreta, que no pretende poner sus deseos por encima
del bien común de la Iglesia, con un pastor que sabe reconocer la seriedad del asunto que tiene entre manos,
se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral.»
Francisco, Amoris Laetitia, 300.
81
«La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o
aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo.»
Catecismo de la Iglesia Católica, 1731.
82
Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-IIae, c. 6.
Sólo los actos que llamamos voluntarios, están dotados de moralidad83. Para que un acto sea moral,
requiere, entonces, que el sujeto que lo realiza lo quiera realizar habiendo deliberado, es decir,
conociendo que es él quien actúa, qué cosa va a realizar y para qué lo va a hacer. De cada acto
moral, el sujeto libre es responsable delante de Dios. La responsabilidad moral se deriva
precisamente de la libertad en los actos. El sujeto moral cuando obra libremente no sólo es dueño
de sí mismo sino también de sus actos a los que les da existencia y por ello se hace capaz de
responder frente a ellos.

El modo concreto en el que el sujeto juzga moralmente sobre sus actos es llamado juicio de la
conciencia. La conciencia es la razón que juzga la moralidad de un acto concreto ya sea antes de
obrar, en el momento de obrar o después de haber obrado84. En efecto, la razón es capaz de juzgar
sobre la moralidad de los actos por su capacidad de descubrir la ley natural85 y las obligaciones
morales que se derivan de ella. Sin embargo, en el caso de un creyente, la razón no sólo juzga por sí
misma, sino que lo hace iluminada por la fe, en la escucha de la Palabra de Dios86.

Defectos de la conciencia

Cuando el sujeto juzga rectamente se adecúa su juicio a la norma moral, sin embargo, esto no
siempre sucede. Se puede dar el caso en el que el sujeto que actúa, haya deliberado su propia acción
desde un conocimiento disminuido o erróneo.

A este primer caso se refiere el Papa Francisco cuando señala que en el discernimiento se debe
tomar en cuenta un eventual desconocimiento de la norma. Se trataría, entonces, de un defecto de
la conciencia por razón de ignorancia, juicio erróneo, o inadvertencia en el obrar. A cuyo caso la
respuesta del pastor que realiza el discernimiento debe ser iluminar la conciencia, conforme a los
criterios objetivos de la norma moral que son la ley natural y el Evangelio.

Si hay ignorancia de la norma el Presbítero deberá instruir con delicadeza, a fin de formar una
conciencia adecuada que pueda conocer no sólo la norma moral sino también los valores inherentes
a ella y los bienes que preserva de modo que pueda ser asimilada integralmente.

Si hay inadvertencia basta con señalar con claridad las implicaciones de la conducta en la perspectiva
evangélica. Pero, si lo que descubre en el discernimiento es que la persona ha actuado desde un
juicio erróneo deberá realizar un camino pedagógico y paciente para poder enseñar no sólo la
norma moral sino sobre todo las razones más profundas de ella en la perspectiva del Evangelio
destacando los defectos y limitaciones del juicio erróneo que predomina en su conciencia.

83
«La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así
decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia,
son calificables moralmente: son buenos o malos.» Catecismo de la Iglesia Católica, 1749.
84
«La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de
un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho.» Catecismo de la Iglesia Católica, 1778.
85
«El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la
capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que
permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira…» Catecismo
de la Iglesia Católica, 1954.
86
Catecismo de la Iglesia Católica, 1785.
En estos casos, el acompañamiento no se debe apresurar sino más bien prolongarse el tiempo que
sea necesario para vencer las grandes dificultades que pudiera tener el sujeto para comprender los
valores inherentes a la norma87.

Considerar las circunstancias

Ahora bien, en el discernimiento no sólo es necesario tratar de conocer el juicio de conciencia que
el sujeto ha realizado. También es necesario conocer de la mejor manera posible las circunstancias88
en las que se ha tomado una determinada decisión o por las que se persiste en ella.

Las circunstancias afectan realmente al acto humano89. Pero el modo en el que lo afectan no
determina el objeto del acto, el cual está determinado por el acto en sí mismo y su relación con la
norma moral en la verdad90. Las circunstancias, ayudan a comprender mejor la situación concreta
de la persona pero no pueden determinar que un acto intrínsecamente malo llegue a ser bueno,
tolerable o permitido91.

Ya San Juan Pablo II advertía sobre el gravísimo error de apelar a las circunstancias para determinar
excepciones a la norma moral. Él mismo advertía que tal camino podría conducir a algunas
soluciones pastorales creativas contrarias a las Enseñanzas del Magisterio:

«Para justificar semejantes posturas, algunos han propuesto una especie de doble estatuto de la
verdad moral. Además del nivel doctrinal y abstracto, sería necesario reconocer la originalidad de
una cierta consideración existencial más concreta. Ésta, teniendo en cuenta las circunstancias y la
situación, podría establecer legítimamente unas excepciones a la regla general y permitir así la
realización práctica, con buena conciencia, de lo que está calificado por la ley moral como
intrínsecamente malo. De este modo se instaura en algunos casos una separación, o incluso una

87
«Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun
conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la
norma» Francisco, Amoris Laetitia, 301.
88
«Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto
moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo,
la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como
actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos;
no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.» Catecismo de la Iglesia Católica, 1754.
89
«Por eso, se llaman circunstancias las condiciones extrínsecas a la sustancia del acto, que afectan de algún
modo al acto humano. Pero se llama accidente de una cosa a lo que, siendo exterior a su sustancia, la afecta
realmente. Por consiguiente, a las circunstancias de los actos humanos hay que llamarlas accidentes de los
mismos.» Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-IIae, c. 7.
90
En este punto es necesario considerar ampliamente la cuestión tratada por San Juan Pablo II en Veritatis
Splendor, especialmente la relación entre conciencia, verdad y ley natural.
91
«Si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias particulares
pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla: son actos irremediablemente malos, por sí y en sí
mismos no son ordenables a Dios y al bien de la persona: «En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados
(cum iam opera ipsa peccata sunt) —dice san Agustín—, como el robo, la fornicación, la blasfemia u otros
actos semejantes, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos (bonis causis), ya no serían
pecados o —conclusión más absurda aún— que serían pecados justificados?». Por esto, las circunstancias o
las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto
subjetivamente honesto o justificable como elección.» Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 81.
oposición, entre la doctrina del precepto válido en general y la norma de la conciencia individual,
que decidiría de hecho, en última instancia, sobre el bien y el mal. Con esta base se pretende
establecer la legitimidad de las llamadas soluciones pastorales contrarias a las enseñanzas del
Magisterio, y justificar una hermenéutica creativa, según la cual la conciencia moral no estaría
obligada en absoluto, en todos los casos, por un precepto negativo particular.»92

Este camino, sin duda, no es el camino pastoral que propone el Papa Francisco. De modo que cuando
dice que un sujeto «puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera
diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa»93 debemos comprender que no se trata de
apelar a las circunstancias para establecer una excepción a la norma moral, sino para poder
descubrir de qué modo en aquellas circunstancias puede llegar a vivir las exigencias morales del
Evangelio.

Por ejemplo, en el caso de un matrimonio civil entre bautizados considerar sus circunstancias es de
suma importancia para entender cuáles son las condiciones concretas por las cuales no han
establecido el matrimonio sacramental. Conociendo aquellas condiciones en el discernimiento, el
pastor puede ofrecer soluciones pastorales creativas, sin establecer excepciones a la norma, para
conducirlos prudentemente hacia el sacramento del matrimonio.

Otro ejemplo es el caso de una pareja de divorciados vueltos a casar. El presbítero en el


discernimiento puede darse cuenta de que la separación no es posible, por razón de la salvaguarda
del bien integral de los hijos fruto de esta nueva unión.

En este caso, partiendo del conocimiento de las circunstancias que implica la inconveniencia de la
separación, el presbítero puede conducirlos progresivamente hacia una convivencia que sea libre
del pecado del adulterio, a través del compromiso mutuo y libremente asumido de castidad, según
la instrucción de la Familiaris Consortio94. De este modo, considerar las circunstancias ayuda al
presbítero a conducir a las personas y a las familias hacia la plenitud evangélica a la que nos pide el
Papa Francisco llevar a todos.

Un ejemplo más es el caso de una pareja de divorciados vueltos a casar que por sus condiciones, tal
vez de edad avanzada o de salud, tienen una convivencia que ha dejado de ser conyugal y, por lo
tanto, a pesar de encontrarse en una situación irregular no se puede decir que persistan en
adulterio. Respecto a una familia que se encuentra en esta situación concreta, o respecto a alguna
otra que hubiera recorrido un proceso como el anterior, aplicaría la expresión del Papa Francisco:

92
Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 56
93
Francisco, Amoris Laetitia, 301.
94
«La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico—
puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a
Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio.
Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo,
la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir
en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos» Juan Pablo II, Familiaris
Consortio, 84.
«ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular»
viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. »95

Defectos de la voluntad

Ahora bien, la complejidad del juicio respecto al sujeto moral implica no sólo tomar en cuenta los
límites de la conciencia sino también los posibles defectos de la voluntad. En este sentido el Papa
Francisco señala tomar en cuenta los elementos diversos que pueden afectar la imputabilidad en el
sujeto moral. Respecto a estos elementos, citando el Catecismo, no sólo considera los
condicionamientos que se derivan de los defectos de la conciencia, como son la mencionada
ignorancia, inadvertencia y error, sino también los defectos de la voluntad, como son la violencia,
el temor, la fuerza de los hábitos contraídos, los afectos desordenados, la inmadurez afectiva y
otros factores psíquicos o sociales96.

La voluntad, desde la que la persona decide, está constantemente afectada por las pasiones y por
los hábitos. La persona actúa siempre no sólo desde el principio intrínseco de la voluntad sino
también desde los hábitos que disponen operativamente a la misma y desde las pasiones que
ejercen sobre ella un influjo particular para obrar de un modo u de otro.

En este sentido, el confesor debe de tomar en cuenta las dificultades que una persona puede
experimentar para conformar su vida con la ley evangélica, y, conforme a ellas, ayudarle a superarlas
con la confianza en la gracia y la fuerza de la virtud. Por ello señala el Santo Padre: «En el contexto
de estas convicciones, considero muy adecuado lo que quisieron sostener muchos Padres sinodales:
«En determinadas circunstancias, las personas encuentran grandes dificultades para actuar en modo
diverso [...]»97

Es de gran importancia que el confesor acompañe con paciencia y delicadeza la fragilidad


experimentada en búsqueda de la superación de los límites, con la confianza en que es posible, a
pesar de las dificultades, la vida de santidad de los fieles. Los hábitos que afectan a la persona no
son definitivos, siempre es posible desarrollar la virtud con el auxilio de la gracia.

Por otro lado, las pasiones, difícilmente pueden anular absolutamente la libertad. Y si esto llegara a
suceder sucedería en un acto concreto, no respecto a una situación habitual de persistencia en
donde la persona deliberadamente decide permanecer. En este sentido, es importante conducir a
las personas por la vía de la educación afectiva en la virtud, que les permita mantener su libertad,
ordenar sus pasiones y dirigirlas hacia el bien objetivo.

95
Francisco, Amoris Laetitia, 301.
96
«Con respecto a estos condicionamientos, el Catecismo de la Iglesia Católica se expresa de una manera
contundente: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso
suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos
desordenados y otros factores psíquicos o sociales»[343] … En otro párrafo se refiere nuevamente a
circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran amplitud, «la inmadurez afectiva,
la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales». Francisco,
Amoris Laetitia, 302.
97
Francisco, Amoris Laetitia, 302.
También puede una persona verse fuertemente afectada en su libertad por otros factores de orden
psicológico como es la inmadurez o las patologías psíquicas. Si el discernimiento descubre una
situación de este tipo, el acompañamiento puede conducir a las personas hacia un proceso integral
en donde se atiendan estos condicionamientos que limitan a las personas, a través de las distintas
terapias psicológicas y afectivas98.

Respecto a las patologías psíquicas, es importante señalar que no es competencia del confesor
llevar a cabo el proceso terapéutico sino conducir a quienes lo requieran hacia él. Por ser estas
patologías diversas, afectan de modo diverso a la libertad. Sin embargo, hay que decir que incluso
en medio de las patologías psíquicas, ordinariamente, el sujeto conserva un grado de autonomía
moral. A no ser en los casos de psicosis, incluso en los trastornos compulsivos y en las adicciones es
verificable un grado, aunque sea mínimo, de responsabilidad moral.

En este sentido es necesaria una ponderación adecuada sobre la imputabilidad o la culpabilidad de


la persona en razón del estado de su libertad como lo señala el Papa Francisco: «Por esta razón, un
juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la
culpabilidad de la persona involucrada»99.

Para el discernimiento conforme a estas consideraciones es válido el siguiente principio: sólo aquel
acto que se realiza en defecto absoluto de la libertad no es imputable moralmente; los actos
realizados en defecto relativo de la libertad son imputables moralmente aunque en grado menor
de aquellos actos realizados en el uso pleno de la libertad.

Seguidamente, la Exhortación invita con insistencia a tomar en cuenta estos condicionamientos


concretos para establecer el proceso específico de crecimiento personal que conduzca, a través de
la ley de la gradualidad, a una vivencia cada vez mayor de la plenitud evangélica. Sin embargo,
reconoce que en razón de esta misma ley, el discernimiento puede buscar la forma de incorporar
mejor a la praxis de la Iglesia100, a las personas o a las familias que, en medio tal proceso no realizan
objetivamente las exigencias del Evangelio.

Esta idea es muy importante para la integración. Se debe pensar que si el acompañamiento pastoral
establece un proceso, hay que tomar en cuenta los tiempos del crecimiento y las dificultades que
se experimentan, al punto de valorar positivamente cada paso que se tome hacia la plenitud
evangélica, aunque los pasos que se den no sean todavía plenos101.

Podemos pensar, como ejemplo, en una pareja de divorciados vueltos a casar. Se han dado cuenta
en el discernimiento que las exigencias del Evangelio implican la ruptura con el pecado del adulterio

98
«El discernimiento pastoral, aun teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada de las personas, debe
hacerse cargo de estas situaciones. Tampoco las consecuencias de los actos realizados son necesariamente las
mismas en todos los casos». Francisco, Amoris Laetitia, 302.
99
Francisco, Amoris Laetitia, 302.
100
«A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la
conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no
realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio.» Francisco, Amoris Laetitia, 302.
101
«También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa
que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está
reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal
objetivo.» Francisco, Amoris Laetitia, 302
a través de la promesa de castidad. Sin embargo, por razones diversas, no se consideran capaces
de asumir tal compromiso de modo inmediato.

Uno de ellos manifiesta dificultades particulares para vivir la castidad, por razones de inmadurez
afectiva y la fuerza de los hábitos contraídos. El otro está dispuesto a contraer el compromiso pero
reconoce que es necesario hacerlo de común acuerdo, para el bien espiritual de ambos. El Pastor
conduce al primero hacia un proceso terapéutico de maduración y trabaja con él en el
acompañamiento espiritual la búsqueda de la vida virtuosa. Ambos se integran a un grupo de
oración y de estudios bíblicos. Deciden también integrarse en la pastoral caritativa de la Iglesia.

En este caso, estos pasos del proceso de acompañamiento, fruto del discernimiento, no son sólo
sumamente positivos y constituyen, como ha señalado el Papa Francisco, una respuesta que Dios
reclama en medio de los límites102, sino que tal vez, para ellos sea el único camino posible para llegar
con el paso del tiempo a la ruptura con el pecado y a la plenitud de vida evangélica.

Hay que recordar que el discernimiento no debe detenerse allí, sino tomando en cuenta estos
límites y condicionamientos debe ser siempre dinámico, es decir acompañar todos los pasos del
proceso. En este sentido el papa Francisco señala que: «este discernimiento es dinámico y debe
permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan
realizar el ideal de manera más plena»103.

Normas y discernimiento

La primera regla que establece el Papa Francisco es que el acompañamiento pastoral no puede
reducirse al juicio moral sobre la situación de la persona. Debe discernir y conducir a la persona en
su existencia concreta hacia la plena fidelidad a Dios104.

En segundo lugar, establece el Papa Francisco recurrir a la prudencia pastoral105. No anula el


carácter universal de la norma moral, como algunos han querido decir basándose en el texto e
interpretándolo aisladamente del resto del Magisterio, porque esto no es posible y ha sido

102
«Recordemos que «un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a
Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades».
La pastoral concreta de los ministros y de las comunidades no puede dejar de incorporar esta realidad.»
Francisco, Amoris Laetitia, 305.
103
Francisco, Amoris Laetitia, 303.
104
«Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma
general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de
un ser humano. Y También: El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a
Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino
de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios.» Francisco,
Amoris Laetitia, 304.
105
«Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino, y que
aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad,
cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción,
la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los
principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es
igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la
indeterminación». Francisco, Amoris Laetitia, 304.
rechazado por el Papa en el mismo documento. Simplemente apela al hecho de que la aplicación de
la norma moral en cada caso, requiere de un análisis complejo, para determinar respecto a las
condiciones concretas, al aquí y al ahora, lo que se debe hacer y cómo se debe hacer conforme a la
verdad de la norma moral.

Una interpretación de este texto aislada de su contexto, no sólo en el mismo documento sino
también de su contexto amplio que es el Magisterio podría invocar a un relativismo moral que
considerara cada caso como autónomo de la norma moral. Pero esto no debe de interpretarse en
este sentido.

Cuando el Papa Francisco dice que «Es verdad que las normas generales presentan un bien que
nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente
todas las situaciones particulares»106 debemos integrar ambos elementos de su expresión: La norma
que preserva el bien de las personas exige de todas y en cada caso la obediencia, pero no se formula,
en cada caso del mismo modo en relación a lo que se debe hacer en su forma concreta de
realización en el aquí y en el ahora. Sino que, tomando la exigencia universal de la ley natural se
hace concreta en formulaciones adecuadas en el juicio práctico sobre el obrar inmediato.

En este sentido hay que decir que en cada caso impera la norma una ruptura con el pecado, pero el
modo concreto en que esta ruptura ha de llevarse debe considerar la situación particular, como es
de esperarse. Esto mismo se entiende al considerar el texto íntegro de la Comisión Teológica
Internacional que el Papa Francisco ha citado para reforzar su argumentación: La ley natural no
constituye un conjunto acabado de normas formuladas sino la posibilidad de conocer conforme a la
recta razón lo que es justo y debido tanto en sentido universal como en cada caso107.

Estas normas que el papa Francisco establece para el discernimiento han de conducir a generar una
actitud realmente pastoral en el confesor. El Presbítero debe de señalar tanto la norma para indicar
el camino hacia la plenitud evangélica como acompañar el proceso de crecimiento para evitar
cualquier distancia injusta que no sea conforme a la actitud misericordiosa del Buen Pastor que lleva
a la oveja herida sobre sus hombros108.

La disciplina sacramental

Para poder integrar adecuadamente lo dicho tanto en el número 305 como en la nota 351 es
necesario recordar que el Papa Francisco no ha modificado la disciplina sacramental. Esto quiere
decir que respecto al oficio sacramental la normativa vigente es la que está establecida en el Código

106
Francisco, Amoris Laetitia, 304.
107
«En esta misma línea se expresó la Comisión Teológica Internacional: «La ley natural no debería ser
presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más
bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisión».
Francisco, Amoris Laetitia, 305.
108
«Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones
«irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones
cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de
Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas». Francisco,
Amoris Laetitia, 305.
de Derecho Canónico. Así pues, es a ella a la que debe conformarse el presbítero cuando ejerce su
ministerio de santificación si quiere proceder con fidelidad a la misma Exhortación y a la Iglesia.

En este sentido, es necesario recordar los cánones 915 y 916. El canon 916 dice: «Quien tenga
conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir
antes a la confesión sacramental…»109 Considerando lo dicho por este canon lo primero que se debe
decir es que si una persona tiene conciencia de haber cometido un pecado grave no debe comulgar
sin antes haber recibido la absolución sacramental.

Así pues, es un deber del presbítero instruir la conciencia de los fieles que se encuentran en
situaciones irregulares para que, con el criterio objetivo de la norma moral, puedan hacer un juicio
sobre su conciencia respecto al pecado y comprender, de este modo, las razones por las cuales no
deben comulgar. También es un deber del presbítero señalar que la persistencia en el pecado grave
conlleva una especial dificultad que se podrá ir superando precisamente en el discernimiento con el
debido acompañamiento según lo que se ha dicho respecto al proceso de acompañamiento
pastoral.

Una lectura superficial de la Exhortación que tratara de integrar una praxis que no tomara en cuenta
el canon 915 no sería conforme a la voluntad de la misma Exhortación que desea llevar a todos hacia
la plenitud de vida evangélica. Por el contrario, si se condujera a una persona a comulgar incluso en
la conciencia de hallarse deliberadamente en la persistencia del pecado, por ejemplo de adulterio,
se atentaría contra los mismos fieles conduciéndolos a un pecado más grave, a la vez que se
atentaría contra la santidad del sacramento eucarístico.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta lo establecido en el canon 915 que dice: «No deben ser
admitidos a la sagrada comunión… los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado
grave. »110 Este canon, a diferencia del 916 que apela a la conciencia de los fieles exhortándolos a
no recibir la sagrada comunión si se encuentran en conciencia de hallarse en pecado grave, apela a
la conciencia de los pastores para la custodia de la santidad del sacramento eucarístico.

Mientras que el canon 916 señala que no deben solicitar la sagrada comunión los fieles que se
encuentran en conciencia de pecado grave, el canon 915 señala que no deben ser admitidos a la
sagrada comunión aquellas personas que mantengan una persistencia obstinada en un pecado
grave manifiesto, es decir, conocido por la comunidad.

En este sentido, el presbítero debe hacer notar a la persona que se encuentra en estado de
persistencia obstinada en pecado manifiesto que no debe de comulgar y que de acuerdo a la
normativa de la Iglesia no debe ser admitida a la comunión.

Sin embargo, no es suficiente con darle a conocer la norma canónica como lo ha pedido el Papa
Francisco. Es importante que al tiempo que se da a conocer la disciplina sacramental se invite a los
fieles, que así lo deseen, a iniciar un proceso de acompañamiento que incluya al discernimiento y la
integración según lo establecido por la Exhortación.

109
Código de Derecho Canónico, c. 916.
110
Código de Derecho Canónico, c. 915.
Ahora bien, como se ha visto, el discernimiento en estos casos recae sobre el pecado grave. Es decir,
es necesario que los fieles hagan un juicio en conciencia sobre su situación de pecado. Es necesario,
también, que el presbítero haga un juicio en conciencia sobre el pecado grave de quienes se acercan
al discernimiento, tomando en cuenta no sólo la materia grave. El número 305 pide tomar en cuenta
en el discernimiento los condicionamientos o factores atenuantes111. Para este discernimiento vale
lo que ya hemos mencionado al hablar sobre la imputabilidad del sujeto moral en este comentario.

Sin embargo añadiríamos algunos principios más. El primero es que la conducta se presupone
siempre humana. Es decir que a no ser que conste, por razones de gravedad, que el sujeto no ha
actuado con plena libertad, se presupone siempre su libertad. En este sentido hay que recordar el
número 1736 del Catecismo que dice que «todo acto directamente querido es imputable a su
autor»112. A esto habría que agregarle algo más: el discernimiento no sólo contempla un acto sino
sobre todo la persistencia obstinada en el pecado grave.

De modo que para que el presbítero declare en el discernimiento que habiendo materia de pecado
no ha habido pecado debe tener certeza moral de que la conducta no ha sido humana, es decir, de
que la persona ha actuado en defecto absoluto de su libertad. Y esto vale sobre todo para el juicio
respecto a la persistencia obstinada. Es decir, para hacer una declaración en este sentido, el
presbítero tendría que tener certeza moral de que el pecado no se corresponde en el sujeto con un
acto deliberado, y la persistencia obstinada no se corresponde con una decisión libre. Esta certeza
es prácticamente imposible de alcanzar.

No basta la sospecha para declarar que una conducta no es libre. En caso de duda o sospecha se ha
de recordar lo primero que hemos dicho: a no ser que conste lo contrario la conducta se presupone
libre. Y en segundo lugar, recordando el célebre principio prudencial de San Alfonso María de Ligorio
que dice que en las cosas dudosas se ha de buscar siempre la verdad, si no se halla claramente la
verdad se ha de optar por la opinión más probable, se debe pensar que no habiendo certeza de la
no imputabilidad, lo más probable, por principio, es que la conducta sea libre y, por lo tanto,
responsable113.

Debemos hacer una advertencia en el discernimiento. Si una persona hiciera un discernimiento


superficial sobre su conciencia, que no tuviera como criterio objetivo la norma moral y se acercara
a comulgar, o bien, si un presbítero en el discernimiento hiciera lo mismo respecto a otro, o
declarara no imputable un acto o una conducta sin tener certeza moral, sobre ambos recaería la
advertencia del Apóstol que dice: «Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor
indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así
el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio
castigo.» (1 Cor 11, 27-29)

111
«A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva
de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de
Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la
ayuda de la Iglesia.» Francisco, Amoris Laetitia, 305.
112
Catecismo de la Iglesia Católica, 1735.
113
Alfonso María de Ligorio, Theologia Moralis, I, 255
Ahora bien, la nota 351114 no habla directamente de la comunión sacramental. Hace una referencia
general al auxilio de los sacramentos. De modo que se sigue el orden natural de la praxis
sacramental según el cual para recibir la comunión, en caso de haber conciencia de pecado grave,
se debe recurrir a la confesión sacramental. En este sentido, para todos estos casos, el paso previo,
necesario e indispensable para recibir la comunión es la confesión sacramental en la que se realizará
el juicio más delicado sobre el estado de la persona.

Para la confesión sacramental el confesor ha de tener en cuenta que para que el penitente reciba la
absolución sacramental se requieren unas condiciones. El canon 987 dice: «para recibir el saludable
remedio del sacramento de la penitencia, el fiel ha de estar de tal manera dispuesto, que rechazando
los pecados cometidos y teniendo propósito de enmienda se convierta a Dios.»115

En este sentido el confesor debe recordar que el penitente debe manifestar un propósito de
abandono de la persistencia en el pecado grave. De haber duda razonable respecto a esta
disposición el presbítero debe negar, o bien, retrasar116 la absolución sacramental hasta el momento
en el que a través del acompañamiento pastoral el penitente pueda asumir libremente el propósito
de enmienda requerido.

Si estas condiciones no se dieran, a pesar de que el confesor absolviera la absolución no sería válida
y se cometería un grave perjuicio contra el penitente, quien quedaría retrasado en su proceso de
conversión y, pensando estar absuelto de su culpa, recurriría a la comunión sacramental.

Dada la delicadeza de las cuestiones tratadas el confesor debe proceder con una gran caridad y una
gran misericordia, para tratar de ayudar a las personas en su proceso de conversión. En este sentido
debe recordar la importante exhortación del Papa Francisco que dice «a los sacerdotes les recuerdo
que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»117.

Ahora bien, tomando en cuenta la invitación del Papa Francisco a mantener siempre una actitud
misericordiosa es muy útil que el confesor que hace un determinado acompañamiento pastoral
tome como máxima las siguientes palabras del Vademecum para confesores: «A quien, después de
haber pecado gravemente contra la castidad conyugal, se arrepiente y, no obstante las recaídas,
manifiesta su voluntad de luchar para abstenerse de nuevos pecados, no se le ha de negar la
absolución sacramental. El confesor deberá evitar toda manifestación de desconfianza en la gracia
de Dios, o en las disposiciones del penitente, exigiendo garantías absolutas, que humanamente son
imposibles, de una futura conducta irreprensible[45], y esto según la doctrina aprobada y la praxis
seguida por los Santos Doctores y confesores acerca de los penitentes habituales»118.

Un ejemplo sería el caso de una pareja de divorciados vueltos a casar que han decido de común
acuerdo abandonar la persistencia en el pecado de adulterio a través de la promesa de castidad.
Requieren un acompañamiento paciente y delicado que tome en cuenta las posibles caídas con gran

114
«En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos.» Francisco, Amoris Laetitia, nota 351.
115
Código de Derecho Canónico, c. 987.
116
Código de Derecho Canónico, c. 980.
117
Francisco, Evangelii Gaudium, 44.
118
Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para confesores sobre algunos temas de moral conyugal,
11.
misericordia y conforme a lo dicho anteriormente recurran habitualmente a la confesión y a la
comunión eucarística.

Por último cabe mencionar que el auxilio que la Iglesia ofrece a todos sus hijos no se agota en la vida
sacramental. También incluye la vida de oración y la penitencia119. En este sentido el presbítero que
conduzca el acompañamiento es el primero que debe ejercer su oficio de santificación también a
través de la oración insistente y de la penitencia en favor de los penitentes, precisamente
implorando de la misericordia divina el auxilio para que los penitentes puedan alcanzar las debidas
disposiciones en su camino hacia la plenitud de vida evangélica.

6. Integrar

El Papa Francisco ha sido muy claro en que es su deseo que busquemos la forma de integrar a
todos120, en la vida de la Iglesia. Esta integración debe tomar en cuenta, por otro lado, la situación
de cada uno. Por ejemplo, el papa Francisco señala que si una persona persiste en una situación
objetiva de pecado manifiesto no debe dar catequesis o predicar121. Esta persona requiere un
acompañamiento para «volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión».
Pero incluso para una persona en esta situación se puede buscar algún modo de integración en la
vida de la comunidad. El Papa Francisco menciona explícitamente la tarea socio-caritativa y las
reuniones de oración a la vez que menciona otras opciones posibles en el discernimiento con el
Pastor.

Finalmente hay que decir que la lógica de la integración para el Papa Francisco debe de construir el
acompañamiento pastoral. Lo refiere, especialmente, para los divorciados vueltos a casar, «de
modo que todos se sientan miembros del cuerpo de Cristo» y cada uno pueda tener una experiencia
eclesial que les ayude en su propio proceso.

En este sentido nos invita a discernir sobre los modos concretos de realización de la integración
considerando algunas formas actuales de exclusión que requieran reformarse. Dice así: «Su
participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir
cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral,
educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados,
sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que
les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. Esta

119
«También por otros medios realiza la Iglesia la función de santificar, ya con oraciones, por las que ruega a
Dios que los fieles se santifiquen en la verdad; ya con obras de penitencia y de caridad, que contribuyen en
gran medida a que el Reino de Cristo se enraíce y fortalezca en las almas, y cooperan también a la salvación
del mundo.» Código de Derecho Canónico, 839 § 1.
120
«Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la
comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita».
Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio.» Francisco, Amoris
Laetitia, 297.
121
«Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer
algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay
algo que lo separa de la comunidad (cf. Mt 18,17). » Francisco, Amoris Laetitia, 297.
integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser
considerados los más importantes»122

FIN DE LA PRIMERA PARTE DEL COMENTARIO

Espera la siguiente reflexión:

Comentario teológico y pastoral a la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (2)

La lógica de la misericordia pastoral: Interpretaciones divergentes, pastoral permisiva, pastoral


rigorista y pastoral misericordiosa

122
Francisco, Amoris Laetitia, 306

Potrebbero piacerti anche