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Sin embargo, San José ha sido con frecuencia representado en la forma de un canoso
y venerable anciano, probablemente con la intención de salvaguardar el carácter virginal de
María. Pienso no equivocarme al decir que durante mucho tiempo José nos ha sido
presentado más como el custodio de María y de Jesús ―casi como un mayordomo
cualificado― que como el padre virginal de Jesús y el esposo de María. Usando términos
de tipo conyugal, podría decirse que José ha sido presentado y tratado menos como el
esposo de María y más como el “príncipe consorte” de la Santísima Virgen.
Sin pretender disminuir en nada la figura de la Madre de Dios ―de Maria numquam
satis―, es perfectamente legítimo tratar de valorar la figura de José en toda su grandeza,
sin que por eso haya de temerse faltar en lo más mínimo a la virginidad inmaculada de
María ni a ninguno de sus otros atributos. Pues bien, esto es, precisamente, lo que se
pretende en esta obra: valorar la figura de José en toda su grandeza.
Además del objetivo mencionado, que es el principal, cabe desde ahora mencionar
otro objetivo: salir al paso de la posibilidad de que se revivan hoy viejas herejías, como la
de Valentín, en la forma moderna de un semivalentinismo. Este objetivo se aclarará en el
capítulo segundo.
Han sido muchos los intentos de valorar cada vez más la figura de José, tanto de
parte del Magisterio de la Iglesia como de parte de personas individuales. No obstante, un
intento más nunca sale sobrando, pues bien sabemos que el Depósito de la Revelación es de
una riqueza inagotable. Procuraré en esta obra, por tanto, avanzar en este campo sin dejar
de tener en cuenta lo que se ha dicho de San José en el pasado, sobre todo lo que ha dicho
el Magisterio de la Iglesia.
José es un santo de tal estatura que dista mucho de ser un simple custodio o “príncipe
consorte” de la Santísima Virgen, o un “mayordomo cualificado” de la Sagrada Familia. La
santidad de José, más bien, abarca todos los siguientes aspectos:
El desarrollo de esta temática puede llegar a ser muy delicado. Por este motivo, pido
luces a la Santísima Virgen María para que me ayude a conocer a San José y me permita
hablar con propiedad de su castísimo y amadísimo esposo. Desde otro punto de vista, nada
impide que este tema sea abordado sin peligros, siempre que se tengan las debidas
disposiciones referentes al juicio que al respecto pueda emitir el Magisterio de la Iglesia. A
este fin, cuento con el ejemplo de Santa Teresa, al cual me adhiero, repitiendo con ella:
“Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la Santa Iglesia Católica
Romana, será por ignorancia y no por malicia. Esto se puede tener por cierto y que
siempre estoy y estaré sujeta, por la bondad de Dios, y lo he estado a ella. Sea por
siempre bendito, amén, y glorificado”.
Santa Teresa, Moradas, en el prólogo, n. 4.
Desde el principio de la redacción el Sr. Pbro. y Dr. César García Sarabia me ayudó
con sus valiosos comentarios y observaciones, por lo cual deseo expresarle mi más
profundo agradecimiento. Deseo también agradecer al Ing. Luis Dumois sus agudas
críticas, su colaboración en la revisión de los borradores y su valiosa ayuda en lo referente
al equipo de cómputo. Además, y muy especialmente, deseo agradecer a mi esposa,
Rebeca, pues de no ser por ella tal vez este libro nunca habría llegado a escribirse. Quiero
agradecer también a los señores José Gómez Huesca, Guillermo Kunhardt, Gabriel Urrea,
Carlos Silva y a todas las personas que me han ayudado de cualquier forma en el desarrollo
de esta obra, tanto por su apoyo como por su valiosa colaboración. Agradezco, finalmente,
a Lucrecia Rego de Planas por haberme invitado a inaugurar en el portal de Catholic.net
―con el material de esta obra sobre San José― una sección dedicada a la investigación
teológica en curso.