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La inseguridad alimentaria en México

De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la


Alimentación (FAO), la seguridad alimentaria: “existe cuando todas las personas
tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes,
inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y
preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana.”
Así quedó establecido en la Cumbre Mundial de la Alimentación, llevada a cabo en
1996, y desde la cual se definieron cuatro pilares fundamentales de la seguridad
alimentaria: a) la disponibilidad física de los alimentos, b) el acceso económico y
físico a los alimentos, c) la utilización de los alimentos y d) la estabilidad en el tiempo
de las tres dimensiones anteriores.
De manera preocupante, en la República Mexicana existen condiciones elevadas
de inseguridad alimentaria, lo cual implica severos efectos para la salud de las
personas, particularmente las niñas y los niños, quienes enfrentan un fenómeno
doble: la anemia y la desnutrición por un lado, y por el otro la obesidad y el
sobrepeso.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012 (Ensanut), en
México únicamente 19.2% de la población rural y 33% de la población urbana en
México viven en condiciones de seguridad alimentaria; esto es, sólo uno de cada
cinco y uno de cada tres en el ámbito rural y urbano, respectivamente.
Asimismo, 45.5% de la población rural vive en inseguridad alimentaria leve; mientras
que 40.6% lo hace en los ámbitos urbanos; 22.4% de quienes viven en zonas rurales
vive en inseguridad alimentaria moderada, mientras que en el mundo urbano lo está
16.5%. Finalmente, la Ensanut muestra que 13% de la población rural, y 9.7% de
quienes viven en las zonas urbanas, viven en lo que se considera como inseguridad
alimentaria severa.
Salarios para pasar hambre
Uno de los factores que en mayor medida influyen en las condiciones de inseguridad
alimentaria e incumplimiento del derecho a la alimentación en nuestro país es el
muy bajo nivel de los salarios que existe en todo el territorio nacional.
En efecto, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y
Empleo (ENOE), elaborada por el INEGI, en nuestro país había, al cierre del
segundo trimestre del 2014, un total de 6.56 millones de trabajadoras y trabajadores
con ingresos de hasta un salario mínimo al día. Esta suma es equivalente al 13.25%
del total de la población ocupada del país.
A esa cifra sin embargo, debe sumarse el dato relativo a la cantidad de personas
que perciben ingresos entre uno y dos salarios mínimos, ingresos laborales que en
sentido estricto, por sí mismos, no permiten superar los umbrales de ingreso de la
línea de la pobreza en los ámbitos urbanos.
Así, de acuerdo con la citada ENOE, 2014, había al cierre del segundo trimestre de
este año un total de 12 millones con ingresos que oscilan entre los 63 y los 126
pesos al día; esta cifra de trabajadores en ese nivel salarial equivale al 24.33% de
la población ocupada.
De este modo, lo que muestran los datos es que 37.6% de quienes tienen un trabajo
remunerado en el país perciben entre 1 y 126 pesos al día; esto es, uno de cada
tres trabajadoras y trabajadores del país percibe salarios que literalmente los
condenan a la pobreza.
Una tendencia peligrosa
El Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval) cuenta con
el Índice de la Tendencia Laboral de la Pobreza, el cual muestra el porcentaje de
trabajadores que teniendo ingresos, no superan el ya mencionado umbral de la línea
de la
pobreza.
Este índice muestra una caída continua del nivel salarial de las personas, pues en
el año 2005, el cual es la base para el Índice mencionado, el ingreso per capita,
deflactado a precios del 2010, era de 1996.41 pesos; cinco años más tarde, ese
ingreso se situó en mil 666.6 pesos mensuales per cápita; mientras que en el
segundo trimestre, ese mismo indicador se ubicó en mil 513.30 pesos.
Como puede verse, lo que ha ocurrido es que en términos reales el ingreso laboral
per capita ha caído en el orden de 25% en los últimos nueve años; lo cual va en
sentido inverso con lo que está ocurriendo respecto del costo del valor de la línea
del bienestar.
En efecto, la línea del bienestar en los ámbitos urbanos tuvo un costo, en el mes de
septiembre de este año, de dos mil 563 pesos, mientras que en los ámbitos rurales
se ubicó en mil 631.4 pesos mensuales.
Como puede verse, el ingreso laboral per capita es prácticamente 40% inferior a lo
que se requiere para superar el umbral de la pobreza en los ámbitos urbanos.
La carestía de los alimentos
Conjugado con la caída de los ingresos laborales, se encuentra el fenómeno
inflacionario en los precios de los alimentos, los cuales registran tasas de inflación
mucho más elevadas que el promedio de los bienes y servicios que forman parte
del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC).
En efecto, de acuerdo con los datos del INEGI, entre los años 2005 y 2013, la
inflación general fue de 39%, es decir, un ritmo de crecimiento anual promedio de
4.3%.
En contraste con este dato, el índice relativo a los precios de los alimentos tuvo un
crecimiento de 63.8%, lo cual implica un ritmo aproximado de incremento de 7.1%
anual.
Cabe destacar que entre los precios de los alimentos, los que mayor incremento
han registrado son los relativos a los aceites y grasas, en cuyo capítulo se registra
un crecimiento de 86% en el periodo señalado; en orden de magnitud le sigue el
capítulo de los panes y cereales, los cuales han crecido en su precio en el orden de
76.6%.
En tercer sitio se ubica el capítulo de la leche, el queso y los huevos, con un
incremento de 63.9%; le siguen las legumbres y hortalizas con 63.2%; los alimentos
y las bebidas no alcohólicas con 61.1%; las carnes con 58.1%; los pescados y
mariscos con 57.1% y las frutas con
50.5%

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