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Unidad 4.

Ideología y producción social en la vida cotidiana

El concepto de “Ideología” en el
pensamiento de Louis Althusser
Documento de Cátedra
Por Juan Bustos

Quisiéramos aclarar que este ensayo intenta brindar cierta ampliación de algunos conceptos
fundamentales del texto Ideología y aparatos ideológicos de Estado, de Louis Althusser.

Comenzaremos por situar entonces, algunas consideraciones acerca del texto.

Louis Althusser hace en este escrito un “rodeo”, que el mismo autor denomina un “gran
desvío”, hasta llegar a plantear en toda su dimensión el concepto de ideología. Se hace
imprescindible entender lo que significa este rodeo.

Althusser, preocupado por la “esclerosis” (detenimiento) del pensamiento marxista y, por


ende, por la “revitalización” de dicho pensamiento, se dedica a proporcionar una teoría
científica (deudora del materialismo histórico o ciencia de la historia1) que permita, por un
lado, explicar la ausencia de movimientos sociales que impliquen cambios estructurales y, por
el otro, la de generar un instrumento teórico2 para pensar las posibilidades de dicho cambio.

Es, justamente en relación con la ausencia de movimientos sociales que comprometan la


continuidad del sistema capitalista de producción, que Althusser se plantea la pregunta
fundamental que articula el texto en su totalidad y lo dota de una coherencia que conecta el
principio con el “remate” de dicho texto, a saber, la interpelación.

1 “La teoría de la historia, teoría de los diferentes modos de producción es, por derecho propio, la ciencia
de la ‘totalidad orgánica’ (Marx) o estructura que constituye toda formación social debida a un modo de
producción determinado”. (Badiou, Alan y Althusser, Louis, Materialismo histórico y materialismo
dialéctico, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, número 8, Ediciones Pasado y Presente,
1972.)
2 El instrumento teórico - conceptual (la ciencia) es opuesto, en la teoría althusseriana, a la ideología.

(Sánchez Vásquez, Adolfo, Ciencia y Revolución - el marxismo de Althusser, México, Grijalbo, 1982.)
Sociología – Documento de Cátedra: Un acercamiento a la vida cotidiana…, por Florencia Schkolnik

La pregunta es la siguiente:

¿Qué es pues la reproducción de las condiciones de producción?

Dicha pregunta recibe su justificación a partir de la mencionada preocupación althusseriana,


que explicitada aún más es: Si no ha habido un elemento (movimiento social) que haya
perturbado la continuidad del sistema, tratemos entonces de reflexionar, en principio, acerca
de los fundamentos que sostienen la reproducción del modo de producción capitalista, es decir,
cómo la formación social reproduce las condiciones que son necesarias para realizar (seguir
realizando) la producción.

El rodeo que antes señalábamos indica el camino que Althusser trata de construir hasta llegar
al concepto de ideología como reproductora de las relaciones de producción.

Aclaremos este rodeo. Si el modo de producción capitalista necesita de condiciones que


posibilitan la producción, entonces habrá que garantizar la reproducción de dichas condiciones
para que la producción (y con ella el sistema y la formación social toda) no cese.

Luego, sabiendo que las condiciones son tanto las fuerzas de Trabajo, los medios de
producción, como así también, y fundamentalmente la relación de producción, habrá que
concluir que, según el planteo de Althusser, la ideología se ubica exactamente en relación con
este último término.

Para expresarlo en terminología althusseriana, serán los aparatos ideológicos de Estado


(A.I.E) y el mecanismo de la interpelación los encargados de “amarrar” al sujeto a la ideología
dominante y de esta manera garantizar la reproducción de la relación de producción.

Aclaramos el término reproducción dado que es fundamental para entender esa pregunta que
situamos renglones arriba y que es crucial para clarificar el desarrollo del texto. Comencemos
con el siguiente razonamiento: si tenemos en cuenta que “cualquiera que sea la forma social
del proceso de producción, éste tiene que ser necesariamente un proceso continuo o recorrer
periódica y repetitivamente las mismas fases. Ninguna sociedad puede dejar de consumir, ni
tampoco, por tanto, dejar de producir. Por consiguiente, todo proceso social de producción
considerado en sus constantes vínculos y en el flujo ininterrumpido de su renovación es, al
mismo tiempo, un proceso de reproducción”3.

La reproducción debe asegurar, por un lado, la producción y fijación de las condiciones y, por
otro, la reproducción misma del capital y trabajo como nexo de la explotación bajo el
capitalismo (reproducción de la relación de producción).

Tanto Marx como otros autores posteriores han ampliado el concepto de reproducción hasta
abarcar los procesos situados fuera de la producción misma que se consideran necesarios para
la existencia continuada de un modo de producción. Existen procesos básicos de un modo de
producción sin los cuales la reproducción dejaría de existir. Suelen distinguirse dos procesos
básicos que se relacionan con la clásica distinción marxista entre infraestructura y
superestructura; a este respecto los elementos superestructurales son los que resultan
necesarios en la práctica para la reproducción de la infraestructura pero no constituyen por
definición parte de la misma.

3
Marx, Karl, Tomo 1, Capítulo 21, en El Capital,. Varias ediciones.

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Para Althusser existen tres elementos prácticos: el económico, el ideológico y el político; los
cuales deben reproducirse de forma que la totalidad estructurada, que es el modo de
producción, pueda así mismo reproducirse.

Ideología, su materialidad y su relación con la vida cotidiana


Para abordar el concepto de ideología y su vinculación con los actos cotidianos, tomaremos
como referencia la organización conceptual que realiza el autor. Dicha organización está
estructurada a partir de tesis.

El autor se propone dar cuenta de la estructura y el funcionamiento de la ideología y para ello


ordena la argumentación a partir de tres tesis: una tesis central que se denomina
Interpelación, una tesis (1) que se refiere a la relación imaginaria del individuo con sus
condiciones de existencia y una tesis (2) llamada material que afirma la transposición en
actos de la ideología.

Una de las modalidades posibles de acercamiento al concepto de ideología puede ser a partir
de esta última tesis, es decir, de la realización material que tienen las ideas, de la concreción
en prácticas que tienen las concepciones del mundo de los hombres de una sociedad dada.

Althusser nos advierte que tanto la tesis (1) (relación imaginaria) como la tesis (2)
(materialidad) son un paso teórico necesario para abordar la tesis central que explicará la
estructura (simbólica e imaginaria) y el funcionamiento de la ideología (interpelación).

Hay que agregar que ambas tesis (1 y 2) representan un movimiento teórico que está
descompuesto en partes (tesis imaginaria y tesis material) dado el horizonte analítico que el
autor persigue, pero que para tener una visión completa del concepto de ideología es necesario
articularlas.

La relación imaginaria, sostiene Althusser, está dotada de "existencia material" y esto sucede
así dado que las representaciones (deformadas) que derivan de dicha relación se realizan, se
traducen en actos materiales.

De esta manera el sujeto humano conduce los actos de su vida en función de sus ideas. Sus
comportamientos cotidianos, sus conductas prácticas, son la puesta en acto de sus creencias,
de sus ideas, en definitiva de la ideología.

Ahora bien, esa ideología “habla” en actos , el sujeto en sus actos "habla” de ideología, dado
que la existencia de sus ideas, de sus creencias es material "en tanto esas ideas son actos
materiales insertos en prácticas materiales, reguladas por rituales materiales definidos, a su
vez, por el aparato ideológico material del que proceden las ideas de ese sujetos". (Althusser,
1988)

En definitiva, los actos y las prácticas de los sujetos aparecen insertos y, a su vez, regulados
por los A.I.E, lo que arroja como consecuencia que dichos actos se encuentren determinados
por la ideología del aparato, es decir, por la ideología dominante.

Se cierra, de esta manera, un circuito que explica el modo en el que el sujeto, vía la
realización (actos y prácticas) de la ideología dominante, contribuye a la reproducción de las
relaciones de producción.

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Explicitado aún más, los A.I.E son la realización de la ideología dominante y se convierte en
dominante justamente a partir de ser la "concepción" (las ideas) de la clase que detenta el
poder y que recibe del Estado su legitimación jurídica. Por esta razón, hablamos de A.I.E en
tanto la ideología que circula en estos aparatos es la ideología de la clase dominante que
encuentra en el Estado el modo de asegurar legalmente la apropiación de los medios de
producción.

Planteado esto, podemos articular la "deformación necesaria" con la materialidad de la


ideología, dado que las características "necesariamente deformantes" que adquieren las
representaciones respecto de las condiciones reales de vida y que ocultan la estructura real de
las relaciones de explotación, se realizan en actos y prácticas insertos en la ideología
dominante. El sujeto "actuado" por la ideología (dominante) de los A.I.E, se encuentra en
relación de "desconocimiento" (efecto de la deformación necesaria) respecto de la estructura
de las relaciones de producción.

Se garantiza así que el sujeto desde sus minúsculas actitudes cotidianas hasta sus prácticas
sociales más elevadas reproduzca (realice) en sus actos la ideología dominante que posibilita la
permanencia de la clase propietaria de los medios de producción en el poder, y así la
reproducción de la formación social capitalista.

Entonces, recapitulando en el recorrido que hemos propuesto para esta materia, podemos
afirmar que todo hombre vive una determinada “vida cotidiana” y que de ninguna manera es
algo “natural”, sino que se trata de una construcción social. En dicha vida cotidiana el hombre
se encuentra realizando ciertas actividades, dándoles un valor, un sentido, interactuando con
otros según parámetros de la época, por ejemplo, etc. Lo que tratamos de poner de relieve es
que este hombre que vive una vida de relaciones y de actividades lo hace en el contexto de lo
que dicha concepción de la vida, de los valores, del prójimo marca, y esto se produce en el
marco de la época en la que vive. Es decir, el sentido adjudicado a su vida de ninguna manera
es un acto de su libertad ni de su decisión “individual”, sino que dicho sentido está
determinado por la instancia social que lo contiene. De esta manera lo que “haga” el hombre
llevará la marca de dicho sentido. Sus quehaceres, sus prácticas, los modos de actuar y de
relacionarse estarán regulados por la concepción del mundo (ideológica) reinante en
determinado momento histórico. Es decir, parafraseando a Althusser (1988):

“Esa ideología habla en actos: nosotros hablaremos de actos insertos en prácticas.


Y destacaremos que tales prácticas están reguladas por rituales los cuales se
inscriben, en el seno de la existencia material de un aparato ideológico, aunque
sólo sea de una pequeña parte de ese aparato: una modesta misa en una pequeña
iglesia, un entierro, un match, de pequeñas proporciones en una sociedad
deportiva, una jornada de clase en una escuela, una reunión o un mitin de un
partido político, etcétera”.

Insistimos, queremos mostrar por ejemplo, que aquel orden “jerárquico” de actividades que se
encuentra en la vida cotidiana (ver concepto de jerarquía en Heller) no es “inocente”. Será, a
lo sumo, irreflexivo pero de ningún modo dejará de tener la impronta de la concepción del

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mundo que anima dicho orden. O si pensamos en la variedad de actividades que hacemos en
la vida diaria (heterogeneidad), debemos suponer que dicha variedad es el resultado de lo que
una sociedad, o más exactamente de las ideas que dominan esa sociedad, imprime sobre la
vida de los hombres aunque éste no lo advierta.

En esta línea de pensamiento queremos proponer la lectura de algunos fragmentos que


ilustran acabadamente la puesta en actos de determinadas ideas que le dan justamente a esos
actos su lógica y fundamento.

Se trata de la lectura de la novela de Umberto Eco (1993), El nombre de la rosa, nos


parecieron pertinentes los siguientes pasajes:

“Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado
un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de
espesor. A oscuras, enseguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea
del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las
montañas.

Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte,
vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había
visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo que después supe que era el
Edificio.

Se trataba de una construcción octogonal que de lejos parecía un tetrágono (figura


perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la Ciudad de Dios), cuyos
lados meridionales se erguían sobre la meseta de la abadía, mientras que los
septentrionales parecían surgir de las mismas faldas de la montaña, arraigando en
ellas y alzándose como un despeñadero. Quiero decir que en algunas partes,
mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, sin cambio de color
ni de materia, y convertirse, a cierta altura, en burche y torreón (obra de gigantes
habituados a tratar tanto con la tierra como con el cielo).

Tres órdenes de ventanas expresaban el ritmo ternario de la elevación, de modo


que lo que era físicamente cuadrado en la tierra era espiritualmente triangular en el
cielo. Al acercarse más se advertía que, en cada ángulo, la forma cuadrangular
engendraba un torreón heptagonal, cinco de cuyos lados asomaban hacia fuera; o
sea que cuatro de los ocho lados del octágono mayor engendraban cuatro
heptágonos menores, que hacia fuera se manifestaban como pentágonos. Evidente,
y admirable, armonía de tantos números sagrados, cada uno revestido de un
sutilísimo sentido espiritual. Ocho es el número de la perfección de todo tetrágono;
cuatro, el número de los evangelios; cinco, el número de las partes del mundo;
siete, el número de los dones del Espíritu santo [...]” (pp. 19-20)

Su arquitectura, su imponente majestuosidad, los sentidos otorgados y los sentidos que se


desprenden de tan imponente construcción. Ningún planeamiento arquitectónico se edifica
como caprichoso y mucho menos como fruto del azar. Año 1327 (nos ubica el autor), tiempos
de ideas religiosas y de prácticas que no se alejan un ápice de la concepción religiosa del
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universo; la arquitectura, el arte, la práctica inquisitorial y las modalidades de dominación


política.

Un libro también es la puesta en práctica de una idea, una lectura, una acción a seguir, un
desafío... y en algunos casos la muerte como consecuencia, como castigo, como otra práctica,
o mejor dicho la puesta en acto de una idea ofendida.

El fragmento que proponemos ahora va en esta línea e intenta también poner de manifiesto
cómo las prácticas que realizan los hombres se encuentran determinadas por las ideas que
gobiernan un pasaje histórico.

Se lee en el final de la novela y que encierra de alguna manera el desenlace argumentativo de


la obra de Eco. Se trata del ocultamiento de determinados libros filosóficos (de Aristóteles
más exactamente) que versaban sobre temas peligrosos para el poder eclesiástico. El
argumento que deja deslizar el Padre Jorge (responsable de la biblioteca de la abadía) es que
para sostener fuertemente la creencia en Dios es necesaria la existencia del “miedo”. Sin
miedo el hombre no necesitaría de la protección divina contra el diablo y, por lo tanto, se
erosionaría el pilar fundamental que sostiene a la iglesia como tal.

Los libros ocultos contenían ideas sobre la “risa”, y a continuación proponemos leer algunos
pasajes de la novela de Eco (1993):

“La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la


distracción del campesino, la licencia del borracho. Incluso la iglesia, en su
sabiduría, ha permitido el momento de la fiesta, del carnaval, de la feria, esa
polución diurna que permite descargar los humores y evita que se ceda a otros
deseos y a otras ambiciones... Pero de esta manera la risa sigue siendo algo
inferior, amparo de los simples, misterio vaciado de sacralidad para la plebe. Ya lo
decía el apóstol: en vez de arder, casaos. En vez de rebelaros contra el orden
querido por Dios, reíd y divertíos con vuestras inmundas parodias del orden... al
final de la comida, después de haber vaciado las jarras y botellas. [...]

“[...] La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos
también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro
podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando
ríe, mientras el vino gorgotea en su garganta, el aldeano se siente amo, porque ha
invertido la relación de dominación; pero este libro podría enseñar a los doctos los
artificios ingeniosos, y a partir de entonces ilustres, con los que legitimar esa
inversión [...]” (p. 447)

Las ideas sostienen los actos, los actos de la vida están fundados consciente o
inconscientemente en nuestra concepción del mundo, en nuestros valores, en el modo en
como nosotros entendemos la vida. Ahora aclaremos, la designación “nosotros” no nos hace
propietarios de las ideas que portamos y que nos guían; muy por el contrario, la fuerte
creencia de que somos “nosotros” en un acto de conciencia y voluntad los que gobernamos
nuestras vidas es un obstáculo para entender que es el sistema de ideas que impera en una
sociedad dada el que dirige y ordena los carriles por donde circula nuestra vida. Siguiendo con
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una metáfora de estilo espacial, diremos que uno circula por los caminos establecidos y que la
decisión que “creemos” tomar cuando elegimos un camino u otro no es más que una ilusión,
dado que nadie transita por rutas que no fueron construidas o nadie llega a lugares que no
figuran en ningún mapa.

Entonces, desde los actos más solemnes y comprometidos desde el punto de vista ético hasta
los pequeños gestos de nuestra vida cotidiana están atravesados por nuestra cosmovisión o,
como aclarábamos antes, por las ideas que dominan una sociedad (ideología dominante en el
decir de Marx y de Althusser).

Volviendo al texto literario que presentamos de Eco, es interesante prestar atención a la


cantidad de actos y prácticas que el libro relata y que acontecían en una abadía de la Edad
Media. Los rituales, los ocultamientos, los miedos, son protagonistas en cada religioso que
habita la abadía. Ellos hacen sin saberlo lo que la ideología religiosa determina. Sus prácticas
están reguladas por la existencia de Dios y lo que suponen sostiene dicha existencia, es decir,
que si la risa es la antesala del ateísmo, deberán ocultar todo aquello que guíe a semejante
acto. Afirma Althusser (1998):

“El individuo en cuestión se conduce de tal o cual manera, adopta tal o cual
comportamiento práctico y, además, participa de ciertas prácticas reguladas, que
son las del aparato ideológico del cual ‘dependen’ las ideas que él ha elegido
libremente, con toda su conciencia, en su calidad de sujeto. Si cree en Dios, va a la
iglesia para asistir a la misa, se arrodilla, reza, se confiesa, hace penitencia (antes
ésta era material en el sentido corriente del término) y naturalmente se arrepiente,
y continúa, etc. Si cree en el deber tendrá los comportamientos correspondientes,
inscriptos en prácticas rituales ‘conforme a las buenas costumbres’. Si cree en la
justicia, se someterá sin discutir a las reglas del derecho, podrá incluso protestar
cuando sean violadas, firmar petitorios, tomar parte en una manifestación,
etcétera.

Comprobamos en todo este esquena que la representación ideológica de la


ideología está obligada a reconocer que todo ‘sujeto’ dotado de una ‘conciencia’ y
que cree en las ‘ideas’ que su conciencia le inspira y acepta libremente, debe
‘actuar según sus ideas’, debe por lo tanto traducir en los actos de su práctica
material sus propias ideas de sujeto libre. Si no lo hace, eso ‘no está bien’. [...]

[...] Diremos pues, considerando sólo un sujeto (un individuo), que la existencia de
las ideas de su creencia es material, en tanto esas ideas son actos materiales
insertos en prácticas materiales, reguladas por rituales materiales definidos, a su
vez , por el aparato ideológico material del que proceden las ideas de ese sujeto”4

4 El destacado es del autor. Una aclaración, en este texto el autor define a los “aparatos ideológicos” de
la siguiente manera: “Designamos con el nombre de aparatos ideológicos del Estado cierto número de
realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y
especializadas”. Luego los caracteriza como funcionando predominantemente con ideología y en forma
secundaria con violencia. También argumenta que en su mayoría son privados pero que están unificados
por la ideología dominante y transmiten dicha ideología.
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Como conclusión de esta primera aproximación, diremos entonces que la ideología tiene
existencia material en la medida que toda concepción de la vida se traduce en actos y
prácticas concretas.

El concepto de interpelación, la constitución del sujeto y la


reproducción de las relaciones de producción
Ahora consideraremos al sujeto desde el aspecto simbólico para tratar de aportar elementos
que nos guíen en la comprensión de la tesis central que Althusser nos propone: la ideología
interpela a los individuos como sujetos.

En principio hay que aclarar que la noción de individuo es un recurso teórico que Althusser
necesita para explicar en un primer intento el surgimiento lógico del sujeto. Esta noción es
inmediatamente abandonada por Althusser (1998) cuando se ve obligado (en función de una
coherencia teórica) a considerar la “eternidad de la ideología”, suprimiendo de esta manera
toda forma de temporalidad y diciendo en forma conclusiva: “[...] la ideología ha siempre-ya
interpelado a los individuos como sujetos; esto equivale a determinar que los individuos son
siempre-ya interpelados por la ideología como sujetos , lo cual necesariamente nos lleva a una
última proposición: los individuos son siempre-ya sujetos”.

Cada vez que Althusser hable de sujeto tendremos que pensar que ha sido una importación
desde otro territorio disciplinar (el psicoanálisis de Jacques Lacan).

Diremos algo acerca de la etimología de la palabra sujeto. Uno de los derivados posibles nos
indica que es un término de origen latino -subjectum-5 y que aludiría a dos significados
posibles: “debajo de...” y “caído en...”.

Para hacer comprensibles los términos con los que trabajamos, crearemos el enlace con la
ideología, es decir, diremos por ejemplo: “caído o sujetado a la determinación ideológica”.
Luego, si la ideología se nos propone como un sistema de representaciones, es lícito pensarla
como un sistema simbólico que en su conjunto determina en forma estructural la existencia
del sujeto. Es decir, el sujeto nuevamente es efecto, en este caso efecto de una determinación
simbólica que lo constituye como tal, por lo tanto, tendremos en esta concepción del sujeto
una apoyatura para pensar la interpelación.

Queda claro entonces que “sujeto” mantiene una clara oposición conceptual con “individuo”
que se limita a designar la ilusión de autonomía respecto de cualquier instancia (simbólica,
económica, política o social).

Encontramos en los escritos althusserianos la analogía respecto de la ideología y el lenguaje


(lo simbólico):

“He aquí, sin duda alguna, la parte más original de la obra de Lacan, su
descubrimiento. Lacan ha demostrado que este paso de la existencia (puramente
en el límite) biológica a la existencia humana (niño humano) se operó bajo la Ley

5 Sujeto deriva del latín subjectum que traduce un vocablo aristotélico de vital importancia dentro de esa
filosofía, a saber, hypokeimenon.
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del Orden, a la que yo denominaré Ley de la cultura, y que dicha Ley del Orden
se confundía en su esencia formal con el orden del lenguaje. ¿Qué debe
entenderse en esta formulación a primera vista enigmática? Para empezar que la
totalidad de este tránsito sólo puede aprehenderse a través de un lenguaje
recurrente, designado por el lenguaje del adulto o del niño en situación de cura,
designado, asignado, localizado bajo la ley del lenguaje, con la que se fija y da todo
orden humano y, por tanto, todo papel asumido por el hombre. Pero además que,
en esta asignación a través del lenguaje de la cura, se trasnsparenta la presencia
actual, perpetuada, de la eficacia absoluta del orden en el mismo proceso de
tránsito, de la Ley de Cultura en el devenir humano”. (Althusser, 1964-65) [El
resaltado es de la Cátedra]

El orden humano, el sujeto posibilitado como efecto de un orden (ley) simbólico, he ahí la
concepción de sujeto que hay que mediar para abordar el problema planteado por la
interpelación.

Dado que la interpelación se asocia con la función de “reconocimiento”, diremos que es


necesario que un sujeto se encuentre “caído o sujetado” a un código simbólico para que tenga
efecto sobre él un “llamado” (por ejemplo), a la manera de reconocerse en dicho llamado. De
esta manera queda asociada la concepción del sujeto que estamos trabajando con los
fenómenos “evidentes” que se presentan en la relación de un sujeto con el “mundo”.

Nuevamente traemos las palabras de Althusser para explicitar la citada relación. Ahora la cita
siguiente adquiere un sentido privilegiado dado que la extrajimos de la autobiografía del propio
Althusser (1985):

“Un día, aproximadamente a principios de 1917, mi padre se presentó solo en la


casa forestal del Bois de Boulogne, y anunció a la familia Berger que su hermano
Louis había muerto en el cielo de Verdún, en un aeroplano en el que servía como
observador. Después Charles llevó aparte a mi madre en el gran jardín y acabó por
proponerle (estas palabras me las ha repetido numerosas veces mi tía Juliette)
‘ocupar junto a ella el puesto de Louis’. [...] Mi madre sin duda se sintió trastornada
por el anuncio de la muerte de Louis, a quien amaba profundamente a su manera,
pero sorprendida y desconcertada por la inesperada declaración de Charles [...] Tal
y como era y como la he conocido, sensata, virtuosa, sumisa, y respetuosa, sin
más ideas propias que las que intercambiaba con Louis, ella aceptó.

El casamiento religioso se debió celebrar en febrero de 1918, en el curso de un


permiso de Charles [...]

Cuando vine al mundo me bautizaron con el nombre de Louis, lo sé demasiado


bien. Louis: un nombre que, durante mucho tiempo, me ha provocado literalmente
horror. Me parecía demasiado corto, con una sola vocal y la última, la i, acababa
en un agudo que me hería [...] Sin duda decía también demasiado en mi lugar: oui,
y me sublevaba contra aquel ‘sí’ que era el ‘sí’ al deseo de mi madre, no al mío. Y
en especial significaba: lui, este pronombre de tercera persona que, sonando como
la llamada de un tercero anónimo, me despojaba de toda personalidad propia, y
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aludía a aquel hombre tras de mí: Lui, era Louis6, mi tío, a quien mi madre amaba,
no a mí. Aquel nombre había sido escogido por mi padre, en recuerdo de su
hermano Louis muerto en el cielo de Verdún, pero en especial por mi madre, en
recuerdo de aquel Louis a quien ella había amado y no dejó, durante toda su vida,
de amar”.

El relato es elocuente y pone de manifiesto que la interpelación, en su función de


reconocimiento, sujeta al sujeto a las determinaciones impuestas por los “sentidos” que lo
anteceden y constituyen.

Por último, trataremos de explicitar de qué manera la interpelación reproduce las “relaciones
de producción”, que recordamos es el elemento de las fuerzas productivas que se reproduce
mediante la ideología. Intentaremos unir la interpelación ideológica a la permanencia de la
formación social.

La interpelación ideológica como reproductora de las relaciones de producción se entiende a


partir de dos elementos: la concepción de sujeto y la consideración de la ideología dominante.

El mecanismo interpelador constaría de dos instancias, cuyo “montaje” arrojaría la posibilidad


de sujetar al sujeto a la ideología dominante capitalista (por ejemplo) y permitir de esa
manera que la formación social, cuyo modo de producción es el capitalista, se reproduzca.

Estaríamos en presencia de una “duplicación”, en donde a partir de un sujeto concebido como


efecto de determinados elementos simbólicos, se montaría el “sentido”, el “significado” de
dichos elementos y produciría entonces un sujeto amarrado a dichos sentidos o significados;
cuya determinación depende de la ideología dominante.

En otras palabras, entender al sujeto producido desde una matriz simbólica es la “condición de
posibilidad” para que la ideología dominante en la estructura social encuentre su anclaje y su
realización. Doble movimiento, del cual debe suprimirse rotundamente cualquier consideración
temporal (cronológica), dado que es en el mismo acto constitutivo del sujeto que se realiza su
sujeción a la ideología dominante, vía los sentidos o significados que participen en dicha
constitución.

El siguiente ejemplo intenta ilustrar lo dicho acerca de los sentidos o significados:

“[...] en el espacio ideológico ‘flotan’ significantes como ‘libertad’, ‘Estado’,


‘justicia’, ‘paz’ [...] y entonces la cadena de éstos se complementa con algún
significante amo (‘Comunismo’) que retroactivamente determina el significado
(Comunista) de aquellos: la ‘libertad’ es real únicamente mediante la superación de
la libertad formal burguesa, que es meramente una forma de esclavitud; el ‘Estado’
es el medio por el cual la clase gobernante garantiza las condiciones de su
gobierno; el intercambio de mercado no puede ser ‘justo y equitativo’ porque la
forma de intercambio equivalente entre trabajo y capital implica explotación, la
‘guerra’ es inherente a la sociedad de clases como tal; solo la revolución socialista

6 “Juego de palabras del autor con la fonética francesa: ‘Louis’, Luis; ‘lui’, en castellano ‘él’. ‘Él era Louis’;
‘oui’, en castellano, ‘sí’. (Nota de traducción).
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puede generar una ‘paz’ duradera, y así sucesivamente. (El ‘acolchado’ democrático
- liberal produciría claro está, una articulación muy diferente de significado; el
‘acolchado’ conservador un significado opuesto a los dos campos previos, y así
sucesivamente)”. (Žizěk, 1992)

Lo que aquí aparece como acolchado trata de ilustrar que es en función de una “idea
dominante” que las otras ideas (significantes) que flotan en el espacio ideológico cifran su
significado. Luego el sujeto como efecto del orden simbólico (significante) recibirá, según cual
sea la idea dominante que “acolche”, la sujeción a la estructura social de la que se trate
según cual sea el “modo de producción” en cuestión.

Queda de manifiesto así la articulación (mediación) entre las dos instancias en juego: el
sujeto y la estructura social.

“La ideología constituye la instancia que asegura la integración de la subjetividad


individual a la estructura social. Dicho de otro modo, la ideología es aquel
componente del todo social específicamente consagrado al ‘tratamiento’
(incorporación, adaptación, acomodamiento) de la subjetividad o, en términos más
descriptivos, de la ‘conciencia’ de los individuos como tales, a los efectos de que la
estructuración singular de su individualidad (de su ‘personalidad’) se conforme a la
exigencia de las leyes de funcionamiento de ese todo social”. (De Ípola, 1983)

De esta manera concluimos esta presentación de Althusser enfatizando los temas que nos
propusimos en la Unidad.

Bibliografía de referencia

Althusser, Louis (1988), Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Buenos Aires, Nueva
visión.

Althusser, Louis (1964-65), Freud y Lacan, en revista La nouvelle Critique, Nº 161-162.

Althusser, Louis (1985), El porvenir es largo, Barcelona, Ediciones Destino Áncora y Delfín.

De Ípola, Emilio (1983), Ideología y discurso populista, Buenos Aires, Folios Ediciones.

Eco, Umberto (1993), El nombre de la rosa, Barcelona, RBA Editores.

Žizěk, Slavoj (1992), El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI.

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