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Domingo | 03.10.

2004

Clarín.com » Edición Domingo 03.10.2004 » Zona » "No escribí con lápiz, sino con un pedazo del Muro de Berlín"

ENTREVISTA: UWE KOLBE, POETA ALEMAN


"No escribí con lápiz, sino con un pedazo del
Muro de Berlín"
¿Cómo era la vida cotidiana para quien vivía en Alemania del
Este, a 300 metros del Muro y su obsesión era escribir? En la
historia de uno se refleja la de una generación marcada por la
política.

Claudio Martyniuk
cmartyniuk@clarin.com

Usted nació y creció en Alemania del Este, en lo que fue la


República Democrática Alemana. A casi quince años de la caída del
Muro de Berlín, ¿existe la distancia suficiente para evaluar cómo
influyó el Muro en la vida cotidiana de los alemanes?

—No sólo crecí en el este de Alemania sino, además, en el este de Berlín y a


300 metros del Muro. Y aunque es obvio que esta circunstancia no tiene
ninguna significación política para un niño, para mí vivir donde vivía era
como vivir en el fin del mundo. Imagínese: mientras jugábamos al fútbol en
la escuela, nos quedábamos mirando los aviones con la insignia azul de la
aerolínea norteamericana Pan Am que pasaban volando para terminar
perdiéndose en la nada, del otro lado del Muro, en el fin del mundo. Pero lo
más absurdo de todo era que desde el fin del mundo cada tanto venía de
visita mi abuela, que vivía del lado oeste y "saltaba" el Muro para traernos
chocolates.

¿Cómo influyó el Muro sobre su elección de ser poeta?

—El Muro fue determinante en mi desarrollo como poeta porque sólo tenía
acceso a ciertos libros. A los clásicos modernos como Edgar Allan Poe,
Rimbaud, o T. S. Elliot apenas los conocí gracias a traducciones autorizadas
a ser publicadas en la RDA.

Suele decirse que detrás de todo artista de la RDA estaba


Bertoldt Brecht. ¿Era tan fuerte la presencia de este artista
convertido en modelo?

—Sin duda, Brecht era un referente obligado para todo artista de la RDA,
pero al mismo tiempo era una figura ambigua con la que había que lidiar:
pensemos por ejemplo en la actitud crítica que tuvo frente al levantamiento
obrero de 1953 contra el régimen de la RDA. Esa ambigüedad lo llevó a
escribir sus últimos poemas cargados de melancolía, las "Elegías de Bukow".
En ellos, después de aludir al 17 de junio de 1953, termina preguntándose si
"no sería mejor que el Gobierno disolviera el pueblo e hiciera elegir uno
nuevo". Ese Brecht crítico respecto de la RDA era mucho más interesante
para nosotros. Y cuando hablo de nosotros, me refiero a los autores jóvenes
de mi generación que en los 70 recién empezábamos a pensar, a escribir. Si
bien era una época de cierta estabilidad en la RDA y donde empezaba a
aparecer la crítica —pensemos en Christa Wolf o Heiner Müller, por nombrar
incluso a un heredero de Brecht—, al mismo tiempo eso que nosotros
escribíamos se volvió muy difícil de publicar porque nuestros escritos eran
tildados de vanguardistas o demasiado realistas; de hecho, la publicación de
mi primer libro fue una verdadera excepción. El dogma del realismo
socialista hacía que los textos fueran leídos con lupa y que se encontrara
crítica hasta donde no la había.

Ahora esas restricciones parecen absurdas, inconcebibles.

—Sí, y ese absurdo se ve representada en películas como "Good by Lenin",


que sé que los argentinos han visto hace poco.

Pero a la vez, esa película muestra el actual endiosamiento del


dinero y deja una sensación de nostalgia: nostalgia por un Estado,
un sistema que contiene a las personas, que les da protección, que
conserva un sentido para la sociedad y para el individuo. Un alemán
del Este, ¿tiene algo que añorar de lo que ya no está?

—Yo sólo puedo responder desde mi propia biografía: en lo personal, no


siento ninguna nostalgia. Me siento un privilegiado porque pude
autoexiliarme de la RDA en 1987, dos años antes de la caída del Muro. Como
muchísimos otros escritores y artistas, tenía motivos para querer irme y
ahora no extraño nada. Lo interesante es que sí hay una generación mucho
más joven, que en realidad no vivió casi nada de la RDA, que sí siente
nostalgia. Después de la caída del Muro se dio un fenómeno de glorificación
de muchos de los símbolos de la RDA: el emblema, la bandera, esa
contención, los jardines de infantes, el no-valor del dinero. Por supuesto que
estos símbolos pertenecen a un mundo ideal, pero el precio que pagábamos
por vivir en ese mundo ideal era demasiado alto: las fronteras cerradas, un
aparato represor, la vida entera en manos del Estado.

Usted tuvo problemas para publicar en la RDA. ¿Eso lo convirtió


en un disidente?

—Es un concepto difícil el de disidente. Creo que disidentes había en los


países del Este europeo, en Polonia, en Rusia. Nosotros, en el Este de
Alemania, nunca nos identificamos con esa palabra.

¿Por qué?

—Porque disidente es el que deja de creer, y para dejar de creer hay que
haber creído alguna vez. Más allá del término, lo que pasó conmigo fue lo
siguiente: en el 82 se publicó un poema mío en la RDA como parte de una
antología; era una suerte de pictograma, una sucesión de sustantivos sin
sentido. Pero si uno leía sólo las mayúsculas —y en alemán los sustantivos
se escriben con mayúscula— se podía leer otro texto, una especie de
metatexto que sí tenía sentido y que decía cosas como "a ustedes, ancianos
heroicos, los haga trizas la Revolución". Yo mismo me sorprendí de la
publicación, pero al parecer nadie había leído ese metatexto encubierto.
Claro que apenas esto saltó a la luz se ordenó excluir el poema de la
colección y las autoridades de la RDA me dieron "vacaciones" por tres años:
no pude volver a publicar, ni a participar de ninguna reunión oficial, ni a dar
charlas en la universidad. Entonces, con un grupo de amigos decidimos
editar una pequeña revista ilegal con una ti rada de no más de 100
ejemplares. Ediciones ilegales como esa no tardaron en plagar la ciudad, que
se convirtió en una suerte de rincón de juegos de la Stasi —la policía secreta
de Alemania Oriental—, con informadores en todas las esquinas.

¿Se podía ser poeta en la RDA?

—Sí, porque a diferencia de Rusia, o de los primeros años de la RDA, mi


generación vivió una forma de dictadura empalidecida. Durante gran parte
de mi historia como poeta, lo hubiera querido o no, no escribí con un lápiz.
Escribí con un pedazo de Muro, con un pedazo de historia: estaba
inevitablemente empapado de las dos guerras mundiales, el nazismo, el
Muro, la dictadura de la RDA. Y la mayoría de los escritores cargaba con la
historia alemana como lo hacía yo. Toda nuestra literatura era
inevitablemente política y eso hacía que fuéramos escépticos desde el
vamos. Eramos escépticos por la sola causa del medio de la escritura, el
alemán, una lengua pervertida por la experiencia nazi, y éramos escépticos
por el material de escritura, la historia alemana. Hoy, en cambio, vivimos en
un mundo en el que podemos expresar nuestra opinión política en un diario
sin tener que hacerlo en verso. En este sentido estoy feliz de vivir en una
sociedad de, al menos, fronteras abiertas, aunque es cierto que tenemos que
cerrar los ojos para no ver otros problemas.

¿Cómo se puede escribir en alemán apartándose de la tradición


esencialista que tiene la poesía en esa lengua?

—A eso me refería con ser escépticos. Hölderlin y Paul Celan son el meollo
de la cuestión. Hölderlin fue el más grande; era un visionario, tenía una
visión ideal de la Nación alemana como una nueva Grecia. En las antípodas,
Celan, el poeta judío venido de Bukowina que escribía en alemán, se volvió
cada vez más escéptico. Este poeta tanto escarbó en el lenguaje como
queriendo ir cada vez más adentro, que se le acabaron las palabras y
terminó por suicidarse. Hölderlin y Celan son los dos grandes polos de la
poesía escrita en alemán y nosotros escribimos en sus conciencias, como
también escribimos en la lengua de Weimar, la ciudad de Goethe, pero a la
sombra de un campo de concentración.

Adorno dijo que no se puede escribir poesía después de


Auschwitz. ¿Cómo se la escribe después de la caída del Muro?
—Escribir poesía después del Muro ya no es programático; la poesía ya no es
leída por masas que la malinterpretan, sino por unos pocos, pero que saben
interpretarla. El "problema" de la escritura política desapareció. Me refiero a
aquella necesidad interna inevitable, aun cuando a veces la elegíamos y
celebrábamos, o la necesidad externa impuesta por el carácter de lo
"publicable". Recién ahora, con 47 años, siento que puedo separarme de la
historia y que me estoy encontrando a mí mismo; finalmente puedo escribir
desde quien realmente soy.

Traducción: Carla Imbrogno.

Copyright Clarín, 2004.

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