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ÍNDICE

I. INTRODUCCIÓN............................................................................................................................. 2

II. ANTECEDENTES ............................................................................................................................. 5

III. COMUNICACIÓN POLÍTICA. ........................................................................................................... 6

MEDIOS, MEDIACIÓN, DEMOCRACIA. ............................................................................................. 10


IV. LA OPINIÓN PÚBLICA .................................................................................................................. 13

FORMAS DE OPINIÓN PÚBLICA ....................................................................................................... 13


HISTORIA DE LA OPINIÓN PÚBLICA ................................................................................................. 15

V. LA OPINIÓN PÚBLICA SEGÚN EL ESTATUS SOCIAL ...................................................................... 18

LA CLASE SOCIAL COMO INDICADOR DIRECTO DEL ESTATUS O PRESTIGIO SOCIAL ........................ 18
EVOLUCIÓN DE LAS CLASES SOCIALES ............................................................................................ 18
ANÁLISIS DE LAS VARIABLES: EMPLEO, EDUCACIÓN Y PATRIMONIO.............................................. 19
INFLUENCIA DE LA CLASE SOCIAL EN LA FORMACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA ............................ 21
LA OPINIÓN PÚBLICA HOY TIENE MUCHO INTERÉS ESTRATÉGICO ................................................. 23

VI. BIBLIOGRAFIA.............................................................................................................................. 25

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COMUNICACIÓN POLITICA Y OPINION PÚBLICA

I. INTRODUCCIÓN

Las fuentes de la cultura democrática y la prensa Cuando a la muerte

de Franco se plantea la cuestión de la continuidad o el cambio, la mayoría

de la población optaba por un futuro democrático, independientemente de

los caminos elegidos para ello. En efecto, los españoles de 1975 habían

entendido que la vía verdaderamente peligrosa era la del puro continuismo

que proponían los franquistas. La normalización democrática presentaba

riesgos, pero el empecinamiento inmovilista aparecía como la mayor

amenaza. Los españoles premiaron con su apoyo a los que parecían

propiciar las transformaciones pacíficas que condujeran a aquel objetivo.

No puede seriamente pensarse en una repentina y milagrosa

conversión de los españoles a la democracia por obra y gracia de la mera

desaparición física del dictador. El escenario posible tras la muerte de

Franco era uno de temas recurrentes de preocupación y conversación desde

hacía mucho tiempo. El primer gobierno de Arias, aún en vida de Franco,

encargó una investigación de opinión pública cuyos resultados consideró

luego erróneos y prohibió difundir.

Los datos indicaban que los españoles estaban dispuestos a participar

en un nuevo consenso político, sobre la base del rechazo a las instituciones

y protagonistas del régimen y "en torno a la aceptación de formas

constitucionales democráticas de corte europeo" y se pronunciaban por

fórmulas partidistas que iban desde la socialdemocracia hasta la

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democracia cristiana. ¿Cómo fue posible que bajo las duras condiciones de

la dictadura, que incluso se habían endurecido en los últimos años, se

difundiera una opinión tan favorable al cambio? ¿De dónde nace la cultura

democrática, insuficiente o inmadura pero real, de la España de 1975,

1976, 1977 y 1978? ¿Cómo se habían producido las transformaciones de la

mentalidad que volvieron tan fácil la asunción de los cambios necesarios

para transitar a la democracia? La tendencia a buscar explicaciones no

complejas del proceso transitorio, que muestran la algunos de los trabajos

aparecidos durante la moda editorial a propósito del vigésimo aniversario

de la transición, ha producido una variedad de interpretaciones más o

menos afortunadas que podrían agruparse en dos grandes corrientes.

La que premia a las élites salidas del régimen que, por razones que

no se nos alcanzan, decidirían de pronto convertirse a la democracia y

diseñarían algún itinerario ingenioso que tendría la virtud añadida de ser

más democrático que la misma alternativa sostenida por los demócratas.

Esta interpretaciones se centran o personalizan en uno u otro de los líderes

del momento (el Rey, Torcuato Fernández Miranda o Adolfo Suárez) y le

atribuyen el mérito de haber sorteado los obstáculos aunque, eso sí, con el

inteligente concurso de "la madurez de los españoles". Dos ejemplos

notables, por su calidad, de este tipo de orientación son los de Powell y

Pilar y Alfonso Fernández-Miranda. La otra corriente suele buscar los

méritos en un sector más amplio o difuso que habría sido capaz de

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interpretar los deseos de la ciudadanía. Este sector podía bien ser un grupo

inconexo, como los reformistas infiltrados en el Estado. Martín Villa podría

encuadrarse dentro de este grupo cuando presenta la transición a la

democracia como obra exclusiva los reformistas bajo la dirección de

Suárez. Otro tipo de explicaciones tienden a encomiar el papel de un partido

(el PSOE de Suresnes diseñando estrategias sobre una pizarra) que a

despecho de su debilidad y casi ausencia bajo la dictadura, habría señalado

el camino a la recuperación de las libertades. Otras, en fin, se han centrado

en algún sector social de peso, como la prensa, cuyo papel en la transición

puede hacerse crecer y maquillarse a voluntad hasta parecer el factor

clave. sí, la prensa habría sabido esperar hasta la apertura facilitada por

la Ley Fraga para aprender a forzar los límites de la libertad y, mostrando

la realidad tal cual era, habría ido aislando comunicativamente a la

dictadura. También en este caso resulta dudoso el cómo o porqué se pasó

del apoyo activo al régimen desde las páginas de los periódicos a la crítica

democrática; pero, tal vez, sea irrelevante a la vista de los resultados y, en

todo caso, siempre se puede recordar la censura.

¿A quién no le han censurado algo alguna vez?. Como un subtipo de

este que enfatiza el papel de la prensa pueden considerarse las visiones de

la transición escritas desde un periodismo democrático que han dado lugar

a la conocida teoría del "parlamento de papel". Sin negar la importancia

política de la prensa, particularmente de la llamada "de referencia", es

preciso situar en su justo punto esta cuestión, al menos por lo que hace a

la fase previa a las primeras elecciones libres.

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II. ANTECEDENTES

Un ejemplo de este tipo de explicación autocomplaciente lo ofrece

Alfonso Guerra ("El socialismo y la España vertebrada" en TEZANOS, J.F.;

COTARELO, R. Y DE BLAS, A. La transición democrática española. Madrid:

Sistema, 1989. Algunas interpretaciones pecan de una especie de

proyección del presente: La importancia adquirida por el PSOE durante la

transición y consolidación de la democracia y, sobre todo, con la victoria

aplastante de 1982, puede llevar a algunos a proyectar sobre el pasado ese

mismo papel preponderante. Hay bastantes ejemplos de visiones

embellecidas retrospectivamente del papel de la prensa, escritas, en su

mayoría, por periodistas. Un ejemplo es GRECIET, E. Censura tras la

censura. Crónica personal de la transición periodística (1970-1985).

Madrid: Fragua, 1998. LUCA DE TENA, G. El papel de la prensa en la

consolidación de la democracia. Madrid: Prensa Española, 1980. Puede

citarse aquí, pese a no tratarse propiamente de la transición sino de la

prensa en el período inmediatamente anterior a ella: BARRERA, C.

Periodismo y franquismo. De la censura a la apertura. Barcelona: Ediciones

Internacionales Universitarias, 1995. Cfr. CEBRIÁN, J.L. La prensa y la

calle. Madrid: Nuestra Cultura, 1980 Esta visión ha sido recogida y ampliada

por REDERO SAN ROMÁN, M. "Prensa y opinión pública en la transición

política española" en Anales de la Universidad de Alicante.

Cfr. LÓPEZ PINA, A. LÓPEZ ARAGUREN, E. La cultura política en la

España de Franco Madrid: Taurus, 1976.

5
Una encuesta de Emopública para el PSOE, realizada en Mayo de

1979 sobre una muestra de 4175 personas, introdujo algunas preguntas

relativas a esta cuestión. Los datos se encuentran en MARAVALL, J. Mª.

"Los apoyos partidistas en España" en REP, nº23. Sep-Oct 1981. Págs. 22-

23.

III. COMUNICACIÓN POLÍTICA.

Los inicios de la comunicación política los encontramos en los

orígenes de la civilización, cuando la vida social de las comunidades

dependía de líderes y pensadores con grandes habilidades en el manejo de

la retórica, la elocuencia y otras habilidades para comunicar sus ideas y sus

propósitos.

En tanto política, de acuerdo con Aristóteles "es la más subjetiva de

las ciencias, por lo complejo del proceder humano en su conjunto". Sin

embargo ésta, ha ido consagrando sus funciones hacia la vida de las

comunidades, donde con ayuda de la comunicación ha estado al servicio

del hombre durante siglos.

Aunque, la preocupación del hombre por la política y su difusión data

del origen de la civilización, explica Oscar Ochoa, en nuestro tiempo aún no

es posible establecer y conciliar intereses, lograr consensos, entregar de

una manera adecuada, equilibrada y equitativamente justa de

comunicación. Por el contrario, el autor señala, que los medios ejercen un

poder que sobrepasa las posibilidades del ciudadano común, y la política

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sigue siendo más el privilegio de unos pocos que el ejercicio donde todos

actúan por igual.

Desde la perspectiva del autor, "la política es una ciencia que estudia

las relaciones entre los ciudadanos y el Estado".

Es decir se genera una complicidad entre ambos en la que no puede

estar ausente la comunicación, ya sea en forma directa o no, esto, ya que

en democracia la vida política para Ochoa es un gran sistema de diálogos.

Tanto así, que en la actualidad para un político resulta difícil gobernar

sin el concurso de los medios de comunicación masiva. Esta participación,

entendiendo a la democracia como el gobierno de la opinión, podría ser

desfavorable o a favor del dirigente. Lo importante, sin duda, es que el

político o el grupo gobernante cuenten con los canales de comunicación

adecuados.

En este sentido, si no existen los canales informativos, se margina al

ciudadano de saber "si son correctas o justas las decisiones que afectan a

su vida cuando son tomadas por el grupo en el poder, tampoco podría

conocer a sus gobernantes y menos aún realizar una democracia

participativa".

En consecuencia, esto podría resultar claramente perjudicial para el

propio sistema político, ya que para Ochoa, la comunicación tiene como

uno de sus propósitos sistematizar los flujos de información entre

gobernantes y gobernados lo que, en una sociedad organizada, podría


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significar que sin comunicación la política se vería limitada en alcance,

significado y posibilidades. Afirma, por lo tanto, que comunicar es un acto

de naturaleza política. Aunque las definiciones de comunicación política son

diversas y han generado fuertes polémicas entre los distintos

investigadores del campo, existe un relativo consenso en que ésta cumple

un papel fundamental en el funcionamiento de los sistemas políticos.

Meadow la define como "el intercambio de símbolos o mensajes que

con un significativo alcance han sido compartidos por, o tienen

consecuencias para, el funcionamiento de los sistemas políticos".

De esta manera, Ochoa plantea que la comunicación política ha

desempeñado distintos papeles, dependiendo del sistema político del que

se trate. Por ejemplo, en una dictadura su papel se verá limitado a servir

como un mero instrumento del poder establecido. En tanto, en un sistema

democrático, la comunicación ocupará un rol más central en sus procesos.

Una visión institucionalizada de la comunicación política, es la de la

D. Nimo cuando sostiene que "una comunicación (actividad) puede ser

considerada política en virtud de las consecuencias (actuales y potenciales)

que regulan la conducta humana bajo ciertas condiciones de conflicto".

Entre todas estas definiciones, destacan la existencia de un campo

común que llaman comunicación y otro que llaman política, indica Monzón,

y que cuando el primero influye o guarda relación con el segundo, entonces

se puede hablar de "comunicación política".

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Sin embargo, para los efectos de ésta investigación utilizaremos el

planteamiento de Oscar Ochoa, el cual define a la "comunicación política

como el proceso de transmisión y recepción de mensajes, desde y hacia los

componentes del sistema político". El autor plantea, que si el ser humano

es político por naturaleza la comunicación que establece es un acto público

y de orden político, que trasciende y se ve afectado en lo social con el

propósito de establecer relaciones de poder.

En la comunicación política intervienen, además factores de tiempo,

lugar, acontecimientos y lo más importante, las intenciones de quienes

participan en ella dentro de un orden político establecido.

Finalmente, Ochoa explica que "la difusión de valores del sistema

social, a través de los medios de comunicación se va desarrollando hacia

relaciones más complejas, sobre todo en el ámbito del poder".20 Estas

condiciones determinan los acontecimientos estableciéndose un ciclo de

relaciones políticas y de comunicación.

Por último, Monzón señala la importancia que han adquirido los

medios en el desarrollo de la democracia desde los años noventa. Es la

"mediocracia o democracia centrada en los medios de comunicación que

está revolucionando el mundo de la información y la política".

Explica que los periodistas han pasado de ser testigos de la actividad

pública y política a actores, los lideres políticos aprenden nuevas técnicas

de comunicación y persuasión, los gobiernos deben dar cuenta de sus actos

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con mayor rapidez y transparencia y los partidos políticos pierden peso en

la escena política para dar paso a la popularidad e imagen de sus líderes;

el nuevo espacio público, sin lugar a dudas esta dominado por la

información.

MEDIOS, MEDIACIÓN, DEMOCRACIA.

La confusión entre los conceptos de mediación y mediatización, es

para Phillippe Breton, el punto de partida de la investigación en el terreno

de la comunicación política y el análisis del papel que desempeña la

ideología de la comunicación en la naturaleza del debate político actual.

Para el autor, "la mediatización es el hecho de recurrir a los medios

como canal de difusión de la información, y cataloga a ésta sólo como un

caso posible de la función más vasta que asegura la mediación".

En tanto, la mediación representa un conjunto de herramientas que

utilizan los medios en sus informaciones, estas son la transmisión, puesta

en escena y comentario.

Es así como, como Breton plantea que la forma concreta que toma la

ideología dentro de la comunicación política, se describirá como una doble

identificación: por un lado, entre mediación y mediatización; y por el otro,

entre medios y democracia.

Con respecto a la mediación y mediatización, el autor difiere de la

hipótesis que señala la no-distinción entre la palabra política y su

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formulación como mensaje, declarando que no existiría una co-producción

del mensaje entre mediador y el político. Sino, por el contrario, distingue

dos modalidades de la puesta en forma "mediológica", citando a Régis

Debray "la que realizan los medios como instancia independiente del

transporte del mensaje y la que realizan los propios productores de la

palabra política".

En el primer caso, se trata de la mediatización o canal de difusión que

se encuentra en manos de los medios; y en el segundo, de la

argumentación política propio de los políticos o grupos dirigentes.

Además de señalar una marcada diferencia entre los actores que

participan de la comunicación política a través de los medios, Breton explica

la importancia de la mediación, que no es sólo transmisión, puesta en

escena y comentario del mensaje, sino que además, es utilizada por los

medios para reducir la mediación a la mediatización, quebrando el hilo

argumentativo propio de lo político para sustituirlo por el "comentario

mediático".

Frente a esta situación, Breton indica que los políticos tienen dos

caminos para asegurar la integridad comunicacional de sus contenidos: lo

primero es anticipar las condiciones en la que los medios transmitirán,

pondrán en escena y comentarán dicho mensaje para mantener su eficacia

en la opinión pública, o bien tratar de ahorrase esta mediatización evitando

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a los medios y consiguiendo medios de transmisión propios (acción

militante o compra de publicidad política).

Si bien es cierto, que la segunda opción ha probado su eficacia en el

tiempo, en cuanto a los periodos electorales, fuera de ese contexto el

problema se presenta para el político en la legitimidad que pueda tener

para el público un mensaje transmitido por una vía propia, en lugar de

utilizar como canal a los medios. En cuanto a los medios y democracia, el

autor postula que el excesivo lugar que ocupan hoy los medios de

comunicación en detrimento de otros procesos de mediación, ha convertido

a estos en héroes del mundo moderno, situándolos en el centro de todo. "

La sobreexposición de la prensa idealizada por una ideología de fuertes

resonancias utópicas que, aprovechando el debilitamiento actual del

discurso político, sumado a la escasez de mediación, obstaculizan la función

(mediática) de la política que podría, asegura, enriquecer la democracia".

El valor ideológico- político que se le confiere hoy al trabajo de los

medios (mediación), incluso en el seno del mundo político, junto al contexto

del progresivo debilitamiento de la producción de las ideas políticas nuevas

y su fuerte repercusión en las convicciones del discurso político, han

terminado en generar un verdadero abismo entre el ciudadano común y

sus gobernantes. Aunque la postura del autor plantea una visión, un tanto

apocalíptica sobre el tema, sin duda reflexionar sobre la manera en que los

medios entreguen más espacios de participación y recuperen la función de

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mediación que perdieron en favor de la interposición, es el desafío para los

medios en la actualidad.

IV. LA OPINIÓN PÚBLICA

Es la tendencia o preferencia, real o estimulada, de una sociedad o

de un individuo hacia hechos sociales que le reporten interés.

La opinión pública ha sido el concepto dominante en lo que ahora

parece referirse a la comunicación política. Y es que después de muchos

intentos y de una más o menos larga serie de estudios, la experiencia

parece indicar que opinión pública implica muchas cosas a la vez, pero, al

mismo tiempo, ninguna de ellas domina o explica el conjunto. Además, con

el predominio de los medios de comunicación modernos, en una sociedad

masificada el territorio de la opinión parece retomar un nuevo enfoque.

También es necesario considerar que la opinión pública tiene una

amplia tradición como campo de estudio. Y, aun cuando se relaciona

estrechamente con la democracia, se diferencia de ésta. Es decir, la opinión

pública constituye sólo un sector dentro del amplio espectro de la

comunicación política.

FORMAS DE OPINIÓN PÚBLICA

Una ley de la antigua Atenas declaraba infame y detestable,

castigando con el destierro, al hombre que, tratándose de la causa pública,

no manifestaba y declaraba su opinión. Por este medio se sabía el modo de

pensar de cada uno.

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La opinión pública se manifiesta de distintas formas. Estas formas

incluyen desde acciones colectivas públicamente visibles, como:

 Protestas, la salida a las calles por parte de los

trabajadores y obreros de un respectivo lugar.

 Huelgas de trabajadores y colectivos particulares por

razones laborales.

 Tomas de establecimientos los paros forzosos y los

boicots.

 Los cierres patronales (ningún establecimiento que

participa en la manifestación funciona a lo largo de un período

determinado).

 Piqueteros, corte de vías de circulación.

 Movimientos sociales

Como en otras formas implícitas reflejadas en encuestas de opinión.

La orientación del voto, el nivel de aprobación o las actitudes frente a

colectivos o situaciones sociales también son formas de opinión pública.

Durante el siglo XX, se han desarrollado métodos de investigación

sociológica, frecuentemente con financiación pública para conocer

consensos sociales ampliamente compartidos o actitudes del público hacia

ciertos aspectos de la política gubernamental. Recientemente, se ha

investigado ampliamente hasta qué punto las redes sociales virtuales son

un reflejo fiel de opiniones públicas ampliamente compartidas incluso por

personas que no participan en dichas redes.

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La opinión pública no siempre es escuchada, depende del gobierno

que ostente en ese momento el poder político, si se trata de una dictadura,

nunca será atendida, en cambio si estamos ante una democracia es todo lo

contrario. Para esta, es muy importante la opinión pública, "el gobierno

democrático depende del pueblo".

Las peticiones del pueblo no siempre se cumplen, ya que siempre

existe una puja de intereses de diversos sectores, y una lógica que debe

racionalizarse para obtener un óptimo resultado.

HISTORIA DE LA OPINIÓN PÚBLICA

Desde la doxa griega, la vox populi medieval, la "reputación" de

Nicolás Maquiavelo, las "murmuraciones varias del pueblo" de Diego

Saavedra Fajardo o la "apariencia" de Maquiavelo o de Baltasar Gracián,

hay toda una serie de precedentes que muestran cómo los gobernantes

han tenido, desde siempre, interés por conocer qué piensan de ellos sus

súbditos o ciudadanos. Sin embargo, el término "opinión pública" aparece

por vez primera en 1750 en la obra de Jean Jacques Rousseau Discurso

sobre las artes y las ciencias.

En la Antigüedad, la opinión pública se remitía simplemente al diálogo

que establecían los notables, es decir, sólo aquellos que no dependían

económicamente de otros. Los demás, no podían opinar y dialogar sobre

las cuestiones de la polis, ya que sólo eran aptos para trabajos manuales.

Consecuentemente, imperaba la marginalidad en el espacio público y no

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existía el diálogo sobre los asuntos públicos como discusión extendida a

todas las capas de la sociedad.

Posteriormente, esa situación empezó a cambiar. Se conceptualizaba

entonces como la opinión "del pueblo". Durante el siglo XVIII español, el

concepto de opinión pública equivalía a “opinión de la multitud”,

normalmente expresada a través de una reunión masiva. A finales de este

siglo, sin embargo, empieza a adquirir connotaciones cualitativas y

adquiere las notas propias que le otorgaría el liberalismo, como instrumento

de guía y control del gobernante.

Se podría alegar que esa concepción correspondía a la del despotismo

ilustrado y se refleja en dichos comunes en esa época: "todo para el pueblo,

pero sin el pueblo" (José II) "La mejor forma de gobierno es la que nos

enseña a gobernarnos (en el sentido de controlarnos) a nosotros mismos"

(Goethe) y ¡razonad tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero

obedeced! (Mercedes Sosa).

El liberalismo moderado, sin embargo, modificó el concepto de

opinión pública relacionándola a los "ciudadanos instruidos", distinguiendo

entre opinión legal (expresada por el Parlamento) y natural (derivada de

los ciudadanos). Una opinión que sólo podía manifestarse a través de

medios jurídicos reglados: la libertad de prensa, el derecho de petición y el

sufragio. Esto, por un lado, la restringió: el número de ciudadanos

instruidos era muy bajo; y por el otro la extendió: para ser instruido no era

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requisito ser noble o miembro de las clases gobernantes. Esta

reformulación coincide con la visión de los teóricos de la democracia liberal

clásica (Jean-Jacques Rousseau, John Locke, Alexis de Tocqueville).

Se puede alegar que ambas concepciones están basadas en un

principio básico de la Ilustración (véase Immanuel Kant: ¿Qué es

Ilustración?).

Con el surgimiento de la cultura de masas y la expansión técnica,

productiva del modelo fordista y expansión de la burocracia, comienza un

progresivo ensanchamiento del término hasta que a fines del siglo XX el

ciudadano es la población misma, ahora transformado en "el público".

En el presente el concepto esta íntimamente ligado con los

"muestreos de opinión pública", aproximación que se basa en la necesidad

y habilidad de organizaciones estatales, empresariales y educativas que

comenzaron a desarrollar métodos que permitían la selección relativamente

imparcial de participantes y la recogida sistemática de datos entre un

amplio y variado sector del público. Esto ocurrió entre la década del 30 y el

40 del siglo XX. Entre los pioneros en este sector se encuentra el analista

estadounidense George Horace Gallup, inventor del sondeo que lleva su

nombre. Desde la década de los 50 comenzó el criterio estadístico, cuya

mayor crítica ha sido el grado de representatividad, cuestión contenida en

las teorías de estadística social.

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V. LA OPINIÓN PÚBLICA SEGÚN EL ESTATUS SOCIAL

LA CLASE SOCIAL COMO INDICADOR DIRECTO DEL ESTATUS O


PRESTIGIO SOCIAL

EVOLUCIÓN DE LAS CLASES SOCIALES

Desde los inicios de la humanidad, ésta se ha organizado en torno a

la división en clases sociales, las cuales, han ido evolucionando a lo largo

de los años desde la básica estamentación en clase alta y clase baja de las

sociedades feudales, pasando por la aparición de la clase media en la

revolución industrial, hasta el concepto de sociedad del bienestar y el

surgimiento, según Pierre Bourdieu, de la clase popular. La aparición de

esta cuarta clase media-baja, se debió a la afluencia de trabajadores

especializados y técnicos medios con la extensión del sector de servicios

públicos y la denominada sociedad de consumo. En palabras de José Félix

Tezanos, en España este hecho marcó la tendencia de la sociedad hacia la

diversificación, ya que significó una disminución en la radicalidad de los

escalones sociales ante la creación de las denominadas nuevas capas, y

hacia la postura política de “centro”. Se calcula que actualmente en los

países desarrollados, la clase popular supone el 40% de la población frente

al 35% de clase media, el 5% de clase alta y del 20% repartido entre el

resto de capas. Estudios recientes sobre esta evolución estructural, han

apuntado la aparición de capas intermedias ente las clases media y alta

(clase media alta), que disfrutan de un buen nivel de bienestar que

combinan con la defensa de la libertad, el pacifismo y la protección

medioambiental. Esta clase, llamada post-materialistas, supone un cambio,

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ya que la defensa de dichos valores había tenido hasta la fecha una relación

inversamente proporcional (descenso) a medida que mejoraba el estatus

social.

Los trabajadores del conocimiento suponen un paso más. Este nuevo

grupo surgido hace escasos años, con la sociedad de la información, se

definen por tener un estilo de trabajo y vida dedicados al manejo de la

complejidad informativa y a la capacidad comunicativa. Es decir, los

trabajadores de la sociedad de la información y del denominado 4º poder.

ANÁLISIS DE LAS VARIABLES: EMPLEO, EDUCACIÓN Y


PATRIMONIO

Para analizar la incidencia de la situación de la persona en la

determinación de la pertenencia del individuo a una clase social, partimos

de que este concepto de estatus social se compone de tres variables: La

variable inicial que consiste en la situación de empleo/ingresos/renta, más

las añadidas por Pierre Bourdieu, que son el nivel educativo y el patrimonio

o herencia patrimonial.

La relación o proporción con la que funcionarían estas dos últimas al

respecto de la clasificación social y su relación con la opinión sería la

siguiente:

 A mayor nivel de estudios, la disposición es tener una

mente más abierta combinada con una mayor independencia

económica.

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 Un mayor patrimonio, otorga estabilidad, seguridad y

respaldo –económico-, por lo que la confianza en el futuro aumenta

propiciando una mente más liberal y progresista posible gracias a la

disminución del miedo al riesgo o al futuro.

En cuanto a la influencia de la situación de empleo o el nivel de

ingresos del individuo, la historia la explica desde que Karl Marx definió al

trabajador asalariado en su posición de lucha y conflicto frente al

propietario o dueño. Con el paso de los años, la crisis industrial de los años

setenta significó la división de los mercados laborales, según los tres tipos

de contextos en los que realizaban su actividad, los cuales produjeron, a

su vez, distintas mentalidades políticas:

 En los mercados de trabajo independiente -empresa

grande o grandes cargos de la administración pública-, gracias a la

seguridad, buen salario y nivel tecnológico, la mentalidad del

trabajador puede priorizar aspectos tales como la calidad de vida

compaginada con la preocupación por el medio ambiente y, el

aumento de su movilidad.

 En el mercado secundario o subordinado -medianas o

pequeñas empresas frecuentemente subcontratas de las grandes-, al

carecer de estabilidad en el trabajo, al tener un bajo nivel de salario

y tecnológico, la mentalidad política es desarrollista, y asocia este

concepto al crecimiento económico en relación directa con el aumento

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de sus salarios. Es decir, asume una preocupación económica

respecto a su calidad de vida.

 En el mercado de trabajo precario, el trabajador no

cualificado, con un bajo nivel tecnológico, sin contrato -economía

sumergida- y cuyo sueldo se calcula según rendimiento, se posiciona

con una mentalidad sociopolítica en la que es esencial la defensa y la

lucha por conseguir subsidios públicos y buscar la protección estatal.

Es decir, prima la supervivencia y preocupación por el respeto a los

derechos básicos constitucionales de la persona.

INFLUENCIA DE LA CLASE SOCIAL EN LA FORMACIÓN DE LA


OPINIÓN PÚBLICA

Debemos partir de la idea de que pertenecer a una misma clase social

no es sinónimo de poseer una identidad compartida. Es decir, no significa

que todos los integrantes de la clase alta posean la misma ideología, los

mismos valores y las mismas tendencias. Aunque, no obstante, la clase

social suele determinar, de forma contundente, ciertos aspectos como el

comportamiento social, las ideas político-económicas o sus valores ético-

morales en su filosofía de vida ya que, al fin y al cabo, comparten una

mismo espacio geográfico-social característico, en función del rol derivado

del estatus otorgado por la sociedad.

En conclusión, se ha demostrado que el bienestar socio-económico

derivado del resultado de las variables que determinan la clase social y el

estatus, condicionan determinantemente o influencian la opinión del

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individuo según el principio de formación exógena –que viene del exterior

hacia el interior- en la que, la concepción y el entendimiento personal se

crea a partir de dos hechos relacionados: la percepción selectiva de los

hechos en función de las implicaciones afectivas y sentimentales (impulso

afectivo), y la que está sobre la base de nuestras experiencias vitales

desarrolladas en grupo, es decir, que las tenemos en sociedad porque el

hombre es un animal social. Así, aunque la opinión pública no está formada

por la suma de las opiniones individuales, ni es el resultado de la opinión

de la mayoría, si analizamos su definición operativa: «Por opinión pública

se entiende la valoración realizada o expresada –un pronunciamiento sobre

un posicionamiento- por determinada comunidad social, acerca de un

evento, oportunidad, problema, reto o expectativa que llega a su

conocimiento», es innegable en ella, que las clases o estatus y, por lo tanto,

el contexto social en el que se desenvuelve el individuo, realizan una

influencia explícita en la tendencia o rumbo de dicha opinión colectiva.

Desde la perspectiva de la opinión pública, se dirá que ésta se

encuentra dividida cuando existan distintas posiciones confrontadas ante

determinada cuestión, por razones distintas o al margen de las divisiones

de opinión que se puedan esperar por causas de estratificación socio-

política.

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LA OPINIÓN PÚBLICA HOY TIENE MUCHO INTERÉS ESTRATÉGICO

Los gobiernos y empresas utilizan los sondeos para conocer la opinión

pública sobre cuestiones de interés como los índices de desempleo,

mercado y de criminalidad entre otros indicadores sociales y económicos.

Walter Lippman, en su libro Opinión pública (1922), cuestiona que

sea posible una auténtica democracia en la sociedad moderna. Esta crítica

se fundamenta en su noción de estereotipo, de la cual es inventor: los

esquemas de pensamiento que sirven de base a los juicios individuales

convierten en ilusoria la democracia directa.

El filósofo alemán Jürgen Habermas desarrolló una teoría de gran

influencia sobre el surgimiento de la opinión pública. Habermas concibe

ésta como un debate público en el que se delibera sobre las críticas y

propuestas de diferentes personas, grupos y clases sociales. Para

Habermas, después de su desarrollo en el siglo XVIII, el espacio público

donde es posible la opinión pública y que es “controlado por la razón” entra

en declive, puesto que la publicidad crítica dará poco a poco lugar a una

publicidad “de demostración y manipulación”, al servicio de intereses

privados. Las tesis de Habermas han sido contrastadas críticamente, en lo

que se refiere a la evolución de la opinión pública, por la historiadora

francesa Arlette Farge en el libro Dire et mal dire (editorial Seuil, París,

1992), donde la autora pone de manifiesto que la opinión pública no

emerge solamente de la burguesía o de las élites sociales cultivadas, sino

también de la gran masa de la población. Ésta, que Farge estudia a partir

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de los informadores colocados en todo París por el Inspector General de

Policía, fragua por sí misma los conceptos de "libertad de opinión" y

"soberanía popular".

El sociólogo francés Pierre Bourdieu ha afirmado, de manera célebre,

que "la opinión pública no existe", tomando en cuenta que la estadística no

es garantía de imparcialidad, pues al ser un análisis social no hay

neutralidad valorativa en la formulación de los protocolos y cuestionarios.

Los medios de comunicación, además de tomar postura, difunden las

opiniones que desean. Otras críticas residen en temas técnicos tal como el

grado de error muestral, tamaño de la muestra, representatividad de la

población, etc. Sin embargo, existe en la opinión pública contemporánea

un grado alto de confianza a los sondeos debido en gran parte a la influencia

de los medios de comunicación.

Elisabeth Noelle-Neumann desarrolla con notable repercusión su

teoría sobre La Espiral del Silencio (1995). Según esta autora, el individuo,

para no encontrarse aislado, puede renunciar a su propio juicio o evitar

exponerlo públicamente si considera que no responde a la opinión

dominante o a los criterios socialmente considerados “normales”. Ese temor

al aislamiento social formaría parte de todos los procesos de conformación

de la opinión pública, concepto que mantendría vínculos estrechos con los

de sanción y castigo.

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VI. BIBLIOGRAFIA

 Habermas, J. (1962/1986). Historia y crítica de la

opinión pública. La transformación estructural de la vida pública.

México/Barcelona: Gustavo Gili.

 Ochoa, Ó. (2000). Comunicación política y opinión

pública. México: McGraw-Hill/Interamericana.

 Kant, I. ¿Qué es Ilustración? Universitas Ethica, Revista

número 2.

 Fernández Sarasola, I. (sep 2006) Opinión pública y

"libertades de expresión" en el constitucionalismo español (1726-

1845) Revista Electrónica de Historia Constitucional, Número 7.

 Neumann, N. E.. (1995). La espiral del silencio. Opinión

pública: nuestra piel social. Barcelona: Paidós.

 Mora y Araujo, M. (2012). El poder de la conversación.

Buenos Aires: La Crujía.

 Théry, J., "Fama: la opinión pública como presunción

legal. Apreciaciones sobre la revolución medieval de lo inquisitorio

(siglos XII-XIV)", en E. Dell’Elicine, P. Miceli, A. Morin (dir.), "De

jure: nuevas lecturas sobre derecho medieval", Buenos Aires: Ad

Hoc, 2009, pp. 201-243, en línea.

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