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desembarco
de Alhucemas
Primo de Rivera
Varios problemas habían precipitado esta solución, quizá el último
recurso de la monarquía para seguir ostentando la Jefatura del Estado. Uno era
la tendencia separatista de Cataluña, que el general conocía muy bien; otro era
una tensión social que los sucesivos gobiernos liberales y conservadores no
habían sabido afrontar, además de ser incapaces de frenar el terrorismo
anarquista, particularmente en Barcelona.
El tercer problema y el que probablemente desencadenó el principio del
fin de la forma de gobierno a través de los partidos, fue el desastre de Annual
ocurrido entre finales de julio y principios de agosto de 1921. Entre ocho y
diez mil soldados españoles murieron en la desbandada hacia Melilla que se
produjo en aquellas fechas, desbordados los puestos militares por el acoso
rifeño, incapaces de sostener los suministros de una larga línea de ellos. Con el
expediente Picasso, que el rey se vio obligado a permitir junto a un gobierno
de concentración dirigido por Maura (que también caería en poco tiempo),
quedaron claros para la opinión pública los errores estratégicos del general
Silvestre, la imprevisión del Alto Comisario para el Protectorado español,
Berenguer, así como un sistema donde convivía la corrupción de muchos
mandos junto a la inexperiencia de los soldados de reemplazo que, sin apenas
formación, habían de enfrentarse a un enemigo conocedor del terreno.
De manera que la situación en África, que había llevado el luto a miles
de humildes hogares españoles, a la humillación a un ejército español que
deseaba vengar las derrotas de 1898 frente a Estados Unidos, era un asunto
capital en el momento en que Primo de Rivera se hizo cargo del poder. Su
misión estaba clara: Terminar con el conflicto africano, sea venciendo a las
tropas rifeñas de Abd el Krim, asunto harto espinoso por aquellas fechas, sea
abandonando el Protectorado en beneficio de otra potencia europea o bien
incluso dejando que naciera la República del Rif, posible estado que el
dirigente rifeño pugnaba por conseguir incluso acudiendo a la ONU.
El dictador español había hecho declaraciones en el pasado que parecían
indicar el camino que seguiría. En 1916 pronunció un discurso en Cádiz,
cuando era Comandante militar de la zona, proponiendo ceder el Protectorado
español a Gran Bretaña a cambio de Gibraltar. En el Senado, dos años antes de
su llegada al poder (25 de noviembre de 1921) declaró: “Yo estimo, desde el
punto de vista estratégico, que un soldado español más allá del Estrecho es
perjudicial para España”. De ahí que no fuera extraño que, nada más culminar
el pronunciamiento de 1923, redujera las fuerzas españolas en Marruecos de
92.000 a 78.000 hombres, licenciando al reemplazo de 1920.
Por estos motivos, los comentarios sobre la política abandonista de
Primo de Rivera se multiplicaron entre los mandos del ejército español en el
Protectorado. Los llamados militares africanistas, entre los que estaban figuras
señaladas que más adelante conspirarían contra el gobierno republicano,
habían hecho de la guerra en Marruecos su forma de ascenso en el cuerpo al
tiempo que deseaban vengar la muerte de tantos soldados y oficiales españoles
en manos de los moros de Abd el Krim. En ese sentido, se rebelaban ante la
idea de abandonar el Protectorado.
A finales de 1923, el Alto Comisario del Protectorado, general Aizpuru,
tuvo una conversación con el jefe de los Tercios de la Legión, Francisco
Franco. Éste le comentó que había sabido por un oficial del Estado Mayor, que
el presidente del Directorio militar estaba planeando retirar hombres y
abandonar posiciones a todo lo largo de la línea entre Ceuta y Melilla.
Adujo enérgicamente que aquello era un error puesto que, si esto se
producía, los rebeldes rifeños se crecerían, aumentarían sus ataques y aquello
podría dar lugar a un nuevo Annual. Entonces Franco dijo algo que alteraría
profundamente al general Aizpuru: El jefe legionario le aconsejó meditar
sobre la conveniencia de ese abandono y que, si llegaba el caso y pensaba que
podía ser un desastre militar, pensara en la posibilidad de incumplir esa orden.
Aizpuru quedó conmocionado por esa petición y replicó que si había llegado
donde había llegado en su vida militar había sido por saber obedecer las
órdenes recibidas.
Su intranquilidad fue tal que habló con el comandante general de Ceuta,
Montero. Llegaron al acuerdo de que en la tradicional recepción del día de
Reyes de 1924 en la Comandancia, se pidiese juramento a todos los mandos
(incluido Franco) para que asegurasen su obediencia a las órdenes del
Gobierno, fuesen cuales fuesen. Así se hizo, algo que extrañó a los presentes y
que llenó de tensión aquel momento que en principio había sido festivo.
Uno a uno fueron jurando hasta que llegó el turno del teniente coronel
Franco, uno de los fundadores de la Legión y amigo íntimo de Millán Astray.
Levantó la voz para afirmar que era norma de toda su conducta obedecer a sus
superiores. De todos modos, por la calidad de la pregunta (fuesen las que
fuesen las órdenes) se atenía a la respuesta de las Ordenanzas y, en caso de
duda, haría lo que dictase su honor. “El propio Código de Justicia militar”
afirmó, “me ampara para el caso de que me negase a secundar órdenes de
rendición que en sí pueden ser punibles”.
Ante su arrogante actitud, todos los mandos presentes, incluidos los que
habían prestado juramento, dijeron estar conformes con lo afirmado por el jefe
legionario ante lo cual el general Montero minimizó la importancia de la
pregunta formulada pero lo comunicó poco después al Directorio en Madrid.
Según el mismo Franco casi al final de su vida, este enfrentamiento fue
el motivo de que el dictador viajara hasta Marruecos en julio de 1924. Los
hechos parecen desmentir esta valoración. Primo de Rivera debió tomar nota
pero siguió con sus mismos planes, auspiciado también por una continua
ofensiva de las fuerzas rifeñas.
A comienzos del año 1924 Abd el Krim atacaba en Tizzi Azza y en
marzo repetía su ofensiva hacia Xauen y el Rif oriental. Ese mismo mes,
Primo concedía una entrevista a un periódico británico donde afirmaba:
“Personalmente, soy partidario de una completa retirada de Marruecos y de
permitir a Abd el-Krim la posesión de sus dominios. Hemos gastado
incontables millones de pesetas en esta empresa sin jamás recibir un solo
céntimo. Decenas de miles de hombres han muerto por un territorio cuya
posesión no vale”. Lejos estaba el tiempo en que los intereses mineros de la
oligarquía financiera española, con el conde de Romanones a la cabeza,
obtenía jugosos beneficios de la explotación de minas en el Rif.
Primo dio instrucciones de retirar a 26.000 combatientes más y
abandonar diversos puestos fortificados de difícil defensa. En mayo la línea
militar se retrasaba de nuevo en la línea de la costa evacuando la mayor parte
de Gomara y casi todo el Rif. Fue entonces, tras una fuerte ofensiva rifeña
hacia Xauen en julio de 1924 cuando el general Primo de Rivera decidió
enfrentarse a los militares africanistas en su propio terreno valorando la
situación y las actitudes que habría de encontrar.
Incidente en Ben Tieb
El 19 de julio de 1924 fue un día de calor en Melilla. Como la agenda
era intensa, el marqués de Estella, título nobiliario de Primo de Rivera, con el
Alto Comisario de la zona general Aizpuru, la máxima autoridad militar
general Sanjurjo y los séquitos respectivos, salieron de la ciudad norteafricana
a las ocho de la mañana.
Pasaron por Nador, Segangan y Beni-Sidel hasta llegar a la localidad de
Kandussi. Allí las fuerzas militares le tributaron honores pero el desfile fue
aún mayor en Dar Quebdani donde pasó revista a 6.000 soldados alineados
bajo el sol de justicia que hacía aquel día. Hasta los soldados de la harca amiga
dirigida por el caíd Ámarussen desfilaron con brillantez al tiempo que éste
comentaba al dictador: “He jurado ser leal a España, y lo seré hasta que muera
en defensa de la nación protectora, la cual espero cuidará de mis hijos”. Por
supuesto, las tribus eran amigas en cuanto recibían los beneficios económicos
oportunos, en muchas ocasiones mediante diversas sumas de dinero.
Después, la comitiva se dirigió al campamento legionario de Ben Tieb.
El diario madrileño “El Imparcial” resumía en breves líneas lo allí sucedido:
“En el campamento de Ben-Tieb, donde se halla el Tercio, se celebró
un banquete, ofreciendo el homenaje el teniente coronel Franco,
quien pronunció un patriótico discurso, al cual contestó con otro de
elevados tonos el general Primo de Rivera” (El Imparcial, 20.7.1924,
p. 2).
Sin embargo, allí sucedieron muchas cosas y, pese al férreo control de la
censura militar sobre las noticias aparecidas en la prensa, los rumores
corrieron muy pronto. De hecho, dos periodistas que presenciaron lo allí
acontecido fueron detenidos inmediatamente para evitar que se propalase la
noticia (Víctor Ruiz Albéniz y Emilio Herrero) y un tercero (Rafael Sánchez
Guerra) que comentó más tarde los insistentes rumores también conoció la
cárcel. El dictador siempre negó oficialmente cualquier tipo de desavenencia
con los mandos de la Legión a pesar de lo cual los rumores se dispararon,
llegándose a decir que Franco le amenazó con retenerle contra su voluntad
hasta que cambiara de política, lo cual era inverosímil y radicalmente falso.
Pero el incidente de Ben Tieb existió y transcurrió de la siguiente manera.
El general Sanjurjo había asignado a Franco la organización de la
comida, que tuvo lugar en un barracón de la tropa habilitado al efecto. En el
proceso de limpieza anterior se habían retirado numerosos letreros sin que se
pudiese quitar uno que rezaba: “El espíritu de la Legión es de ciega y
fervorosa acometividad”. Unos dijeron que se había hecho a propósito, otros
que fue imposible borrar ese lema en concreto por estar pintado.
Se hallaban en el acto los Generales de la comitiva, los del Protectorado
incluyendo el Alto Comisario Aizpuru, además de otros jefes legionarios
invitados, incluido el entonces comandante Varela, que por estar aprendiendo a
volar como piloto hizo allí escala. Hay que recordar que el gaditano José
Enrique Varela tenía por entonces 33 años y era novio de una hija del dictador.
Resultaba un militar excepcional. El futuro ministro del Ejército con Franco
contaba con dos Laureadas de San Fernando por su heroísmo en combate
durante la guerra de África, algo que solo ostentaban precisamente dos
militares presentes: el general Sanjurjo y el mismo Miguel Primo de Rivera.
Desde Annual el rebelde Abd el Krim redobló sus esfuerzos por ampliar
su influencia militar y, particularmente, conseguir su legitimidad internacional.
Un primer paso en ese sentido lo constituía Francia. Fue por ello que en mayo
de 1922 envió dos emisarios a Fez, sede del Protectorado francés, a fin de
entrevistarse con las autoridades galas. El objetivo público era el de llegar a un
acuerdo para comerciar libremente en la zona fronteriza.
Abd el Krim
Lyautey no cayó en la trampa tendida por los rifeños y se negó a admitir
conversaciones al mismo nivel ni llegar a acuerdo comercial alguno. A fin de
cuentas, Francia solo reconocía la autoridad del sultán de Marruecos, por
entonces un títere de sus intereses. Como tampoco se deseaba un
enfrentamiento, los emisarios fueron recibidos por autoridades coloniales
menores y se les aseguró que no hacía falta acuerdo alguno porque Francia
garantizaba el libre comercio en los mercados de su zona de forma individual
para todos aquellos que deseaban llevar sus negocios allí.
Al año siguiente, Abd el Krim reiteró sus deseos de llegar a acuerdos
comerciales con los franceses, alabando su obra en Marruecos al tiempo que
criticaba la labor española en los terrenos que él empezaba a dominar. Bien
sabía la mala consideración que tenía Lyautey de las autoridades españolas, así
que se ofrecía implícitamente como sustituto de una autoridad ibérica que
empezaba a no existir en la realidad.
Aunque Lyautey tenía una impresión deficiente de los españoles, que se
agravaría profundamente respecto a Primo de Rivera desde que observara su
afán de abandonar el Protectorado, siguió sin aceptar a la República del Rif
como un Estado con el que tener relación alguna.
Hacia 1924, cuando el abandono español de gran parte de su
protectorado se iba consumando, en el momento en que las fuerzas rifeñas
atacaban diversos puntos en el mismo, particularmente Xauen, la actitud de
Abd el Krim hacia Francia fue cambiando. Ya que la vía diplomática no daba
ningún resultado, habrían de ser los hechos consumados los que forzaran a
Francia a tratar a la República del Rif como un Estado independiente.
Es cierto que Abd el Krim deseaba comerciar con las tribus del norte del
Uarga, en particular la poderosa y francófila tribu de los Beni Zerual, pero en
realidad había un afán de dominio: pretendía controlar el norte del río
mostrándose amistoso con esta tribu, captándola para sus intereses,
garantizando un comercio fluido con el norte de Marruecos, imponiendo
tributos y captando voluntarios para sus fuerzas militares.
Protagonistas de la Conferencia
Gran conocedor de los problemas africanos, hombre discreto y buen
diplomático, habría de ser a su vez Alto Comisario tres años después, además
de recibir el título de conde de manos de Alfonso XIII por su destacado papel
en las próximas acciones bélicas. Ministro de Asuntos Exteriores con Franco
era descrito a su muerte como
“De corta talla y aire tranquilo, era hombre íntegro profesionalmente
y de gran probidad personal (murió sin un céntimo), provocando
sinceros tributos de admiración de Sir Robert Hodgson, agente
británico en Salamanca y Burgos; de sir Samuel Hoare (lord
Templewood) posterior embajador inglés, y de Mr. Carlton Hayes, el
embajador norteamericano, en sus respectivos libros”
Como encargado de presidir la Conferencia franco-española a celebrar
en Madrid quiso restar importancia militar al asunto frente a los reporteros. Se
limitó a afirmar que al día siguiente por la mañana llegarían tres expertos
franceses (el delegado Sorbier de Pougnadoresse, el técnico militar Coutard y
el técnico naval Saint Maurice) que se unirían al embajador en Madrid, conde
Peretti de la Rocca, para iniciar las sesiones de trabajo esa misma tarde.
Al ser preguntado por los temas a tratar recordó que la Conferencia se
celebraba a instancias del gobierno francés. Así pues, junto a dos temas
fundamentales que interesaban al Directorio, como eran el control del
aprovisionamiento de los rebeldes rifeños por mar y, sobre todo, por tierra,
habrían de tratarse todas aquellas iniciativas que el gobierno francés tuviese a
bien plantear.
Efectivamente, al día siguiente llegaron a las diez de la mañana por la
estación del Norte las tres personas que se esperaban para que a la tarde ambas
delegaciones posaran ante la prensa en un ambiente que siempre fue de gran
cordialidad, no en vano había intereses comunes.
Entrevista Primo-Malvy
La existencia de dicho acuerdo había sido mencionada por el delegado
francés en el discurso inaugural de la Conferencia pero sin detallar su
contenido, que seguía siendo reservado. De manera que los rumores sobre esa
posible acción militar crecieron.
El 21 de agosto el mariscal Petáin y el general Primo de Rivera se
encontraron en Algeciras. Estaban cercanos los ecos del banquete de
despedida que dio el general Gómez Jordana en nombre del gobierno español
a la delegación francesa el 9 de julio. Tan sólo una semana después era
relevado de su mando en Marruecos el Residente general Lyautey, que había
dirigido el Protectorado desde 1912.
Se eligió para sustituirle a un decidido simpatizante de su homólogo
Primo de Rivera: el mariscal Petáin, héroe de la Gran Guerra. De esa forma, el
Alto Comisario español y el Residente General francés forjaban una alianza
que habría de terminar con la autodenominada República del Rif.
Ambos dirigentes se reunieron en el hotel Cristina y departieron a solas
durante una hora. Después fueron a pasear por la playa hasta regresar al hotel
para almorzar en compañía del almirante de la escuadra francesa Yolif, el jefe
del Estado Mayor de la Marina española Joaquín Monteagudo, además del
alcalde de Algeciras como anfitrión del encuentro.
La importancia de esta conferencia que, al decir de sus protagonistas,
había terminado con un acuerdo completo, no se le escapaba a nadie. “Nos
proponemos llevar adelante la campaña hasta batir a Abd el-Krim por
completo” afirmó un renacido general Primo, aparentemente alejado de su
tesis abandonista gracias a la actitud francesa.
Tampoco se le escapaba al ausente jefe rifeño todo lo que se estaba
preparando contra él ni por dónde vendría el ataque. De hecho, el mismo día
de la conferencia en Algeciras tuvo lugar un ataque desde la costa sobre el
Peñón de Alhucemas, posición fortificada española, fuertemente artillada, y
que, a 700 metros de las posiciones rifeñas de la tribu de Abd el Krim (los
Beni Urriagel) en la costa, constituía una posición amenazante ante un posible
desembarco de tropas españolas.
El jefe del Directorio restó importancia a lo que entendía que era una
provocación, solucionada con la presencia de dos buques españoles (los
cruceros Extremadura y Alfonso XIII) y la misma artillería del Peñón.
Preguntado por los periodistas si pensaba que esta demostración de fuerza
pretendiera reafirmar el prestigio militar del jefe rebelde ante una posible
campaña militar franco-española, Primo de Rivera afirmó desconocerlo por
completo. Eso sí, afirmó que el acuerdo entre Francia y España era completo.
“Tenemos todo dispuesto para emprender la campaña” sostuvo tajante.
El desembarco
A primeros de septiembre se sabía que las operaciones militares eran
inminentes puesto que el trasiego de soldados, armas y municiones, la llegada
masiva de barcos a las ciudades de Ceuta y Melilla, así lo daban a entender. El
domingo 6 de septiembre se dictaba zafarrancho de combate y los miles de
soldados eran embarcados zarpando seguidamente en dirección a la bahía de
Alhucemas.
Arenga del general Sanjurjo a la Legión
Se ignoraba en cambio en qué momento ni lugar se efectuaría el
desembarco. No era una táctica para desorientar al enemigo sino que las
circunstancias y los reconocimientos aéreos mandaban gracias a la
información que proporcionaban. Así, se supo muy pronto que no soplaría ni
levante ni poniente fuerte, algo que hubiera hecho retrasar las operaciones.
El objetivo inicial era tomar la playa de Suani, hacia el centro de la
bahía, pero los aviones Bristol que sobrevolaban todos los objetivos detectaron
unas fuertes defensas artilleras, no en vano los rifeños también conocían las
bondades de dicho punto para el desembarco.
Tomada la decisión por el general Sanjurjo de cambiar el lugar escogido,
mientras navegaba en el acorazado París y comunicando con el alto mando en
el Alfonso XIII, el general Primo, se determinó que la playa de Cebadilla, en
el lado oeste de la bahía, habría de acoger la llegada de las barcazas.
A partir de ahí procedía realizar dos acciones para garantizar la
viabilidad del proyecto: bombardear masivamente las defensas artilleras
rifeñas en la costa y realizar maniobras desorientadoras para que desde tierra
se ignorase hasta el último momento dónde tendría lugar la acción principal.
El bombardeo fue muy intenso, tanto el lunes día 7 como el mismo
martes 8 a partir de las diez de la mañana. Desde buques españoles y franceses
se dispararon numerosos obuses contra los blancos determinados por los 70
aviones que volaban sobre los objetivos. Un total de 50 cañones desde las
embarcaciones y las 33 piezas de artillería radicadas en el Peñón de
Alhucemas, dispararon sin cesar durante ese tiempo.
El citado Peñón, que había sido objeto de un ataque días antes previendo
precisamente su acción en aquellos momentos, es una isla de apenas 170
metros de larga por 85 metros de ancha y se levanta a unos 700 metros de la
orilla, por lo que sus proyectiles llegaban fácilmente desde la playa Suani
hasta la península de Morro Nuevo y los altos de Malmusi.
General Saro
El mismo día 8 por la mañana hubo simulacros de desembarco por parte
de las columnas de Melilla en el cabo Quilates, al otro lado de la bahía de
Alhucemas. De ese modo, cuando las columnas de Ceuta irrumpieron en la
playa de Cebadilla la oposición enemiga no era elevada.
Bahía de Alhucemas
Para tener una idea más cabal de las fuerzas empleadas en el desembarco
hay que aclarar que al final del día habría en total 9.000 hombres en tierra. Las
unidades de Ceuta, que fueron las primeras en intervenir, estaban dirigidas por
el general Saro de manera que al mando de las tres columnas existentes
figuraban el coronel Franco, el coronel Martín y el teniente coronel Campins.
Las de Melilla, que hicieron el primer simulacro en cabo Quilates y luego se
incorporaron a Cebadilla estaban dirigidas por el general Fernández Pérez y a
sus órdenes estaban el general Goded con la primera columna y el coronel
Vera con otra de reserva.
Todas estas fuerzas disponían de un total de 24 barcazas de origen
británico, pudiendo cada una transportar 300 hombres. Eran embarcaciones de
30 metros de eslora, 6 metros y medio de manga y capaces de abatir la proa
para dejar paso libre a los soldados. Eran lanchas históricas aquellas, porque
resultaban los restos que recuperaron los británicos en el fallido desembarco
de Gallípoli, en Turquía, durante la Primera Guerra Mundial.
Lanchones empleados
Embarcando en los lanchones
Mientras tanto los periodistas en Madrid asediaban al conde de Magaz,
presidente en funciones del Directorio. Fue a entrevistarse primero con el rey
y luego dio a conocer, al final del día, el telegrama enviado por Primo de
Rivera desde el acorazado Alfonso XIII:
Desembarco
Para entonces, los defensores de la playa habían huido ante la constancia
de que las barcazas vomitaban cientos y cientos de hombres y que no podrían
hacerles frente con medios tan escasos. Así que el intercambio de disparos que
debía haber durado pocos minutos se extendió media hora debido a las minas.
Finalmente, a las doce y media la playa estaba cubierta, se levantaban las
primeras fortificaciones junto a la orilla y se preparaba el desembarco de todas
las tropas. La prensa hablaba de muy escasa resistencia pero también hacía
constar casi 50 bajas, más de la mitad procedentes de harcas marroquíes
amigas, que también participaron en la operación bajo el mando del
comandante Varela.
Oficiales en Cebadilla
Kudia Tahar
En la parte occidental del Protectorado español, cerca de la ciudad de
Tetuán, se combatió muy duramente por aquellos días. La vega donde se
asentaba la localidad y por donde discurría el río Martín estaba rodeada por
una serie de barrancos que permitían acceder al macizo de Beni Hosmar, lugar
de asentamiento de una tribu del mismo nombre afín a los planteamientos de
Abd el Krim.
En un blocao enemigo
El Teniente Coronel Balmes ordenó que cesara el ataque. García
Escámez, Comandante de la Tercera Bandera, pidió voluntarios para
asaltar el caserío, presentándose veinticuatro legionarios con los
Tenientes Maraver, Anglada y Ceballos, estos dos de la Segunda
Bandera. Avanzó esta pequeña tropilla muy decidida y pegada al
terreno hasta situarse bajo las tapias de Dar Gazi, en cuyo interior
hervían los rebeldes.
Las primeras bombas de mano, arrojadas por encima de los tapiales
inesperadamente, produjeron efecto indescriptible. Los moros
saltaron al borde de la tapia, pero los legionarios, con fuego de fusil,
los iban derribando. Así transcurrieron varias horas. Nuestros
legionarios metiéndoles sus granadas, pegados a las tapias,
cercándoles, y los rebeldes, sin poder salir, sirviéndoles el caserío,
que tan cuidadosamente habían fortificado, de cárcel y sepulcro. El
guión de la Tercera Bandera, que representa un tigre, está todo
manchado de sangre de los que lo llevaron. Era portador de él el
Sargento Riego, gallego, tipo del verdadero militar, sereno y valiente,
y del que Balmes, los Jefes, Oficiales y legionarios hacen grandes
elogios. Murió cuando cargaba impetuosamente. Recibió un balazo
en la cabeza y cayó fuertemente abrazado a su Guión, que le arrancó
inmediatamente, alzándolo en alto, otro Sargento, Beistegui, que, con
él, avanzó llegando hasta la casa donde también fue muerto. Lo
recogió entonces el Sargento Ramos, quien sostuvo violenta lucha
cuerpo a cuerpo con un rebelde. Abrazados los dos y con el guión en
medio, cayeron rodando por una chumbera. Por fin, Ramos arrancó
la gumía al moro, matándolo.
Al entrar el Comandante García Escámez en la casa, un enemigo lo
encañonó, mientras aquél recogía su fusil; pero un gastador mató al
moro muriendo también él a los pocos momentos. Cuantos quedaron
ilesos en este asalto han sido ascendidos”.
Plano de la zona
En ese tiempo trabajaba en “La Voz” el periodista Valentín Gutiérrez de
Miguel, por entonces un corresponsal ya veterano de 34 años, ofreciendo cada
día algunas crónicas que destacaban por su calidad literaria y la capacidad de
describir el día a día de las tropas sobre el terreno.
En cierta ocasión, tras contemplar en primera línea la herida sufrida por
un teniente, que es retirado por su propio pie, comenta:
“Volvemos a subir a la loma del Tercio, impresionados por el
episodio. Cuando llegamos a lo alto oímos una formidable explosión.
Una granada enemiga ha caído a media ladera, abriendo brecha en la
muralla de sacos terreros. Cuando el humo se desvanece, llegan los
camilleros y recogen las bajas, que, afortunadamente, son pocas.
General Saro
El día 30 tuvo lugar un bombardeo sistemático por parte de la escuadra
francesa de cabo Quilates y Sidi Dris. Se encontraban en la parte oriental de la
bahía de Alhucemas pero parecía preparar el terreno, como era habitual, para
la llegada de la infantería. De ahí que los rifeños tuvieran que protegerse de las
bombas pero, al tiempo, concentraran el grueso de sus fuerzas en la zona
esperando un ataque que no habría de producirse.
En cambio, la columna melillense dirigida por el general Fernández
Pérez partió desde Morro Viejo siguiendo la línea de la costa hacia el sur. Por
el otro flanco, la ceutí del general Saro salió del mismo monte Malmusi por el
interior con la misma dirección.
Las primeras acciones fueron llevadas a cabo por la primera columna
que se dividió en dos a su vez: el grupo del coronel Vera continuó por la costa
ocupando la Punta de las Palomas; en cambio, el grupo del coronel Goded
alcanzó la altura del Taramara apoyando por el flanco el avance legionario del
general Saro, con las fuerzas de Franco en la vanguardia.
El combate por parte española seguía siempre la misma secuencia: con
la artillería ligera, incluyendo cañones que pudieran emplazarse en la base de
los cerros, se disparaba sistemáticamente sobre los nidos de ametralladoras
enemigos. Aunque el daño era elevado y se conseguía enmudecer a muchos de
ellos, la movilidad rifeña obligaba luego a un avance penoso ladera arriba,
expuestos al fuego de los defensores de aquella altura, resguardándose entre
las rocas y accidentes del terreno como bien se pudiera, a fin de repeler con
fusilería los disparos recibidos. Finalmente, las posiciones se ganaban en una
lucha cuerpo a cuerpo, a la bayoneta los españoles y con las gumías los
rifeños.
El momento más delicado en el avance legionario fue el paso del Islit (o
Tisdit como también se le denomina), que tuvieron que hacer a pie, con el
agua hasta el pecho. Los rifeños, quizá desconfiados de permanecer a cielo
abierto y sin el refugio de sus montañas, el terreno más natural para ellos y el
más propicio para su forma de combatir, no emprendieron ataque alguno
mientras las fuerzas españolas rebasaban el curso del agua.
Avance hacia las Palomas
De manera que llegaron hasta la base del decisivo cerro de las Palomas
sin recibir ataques importantes. Allí se emplearon a fondo con la táctica antes
indicada: bombardeo sistemático, fuego nutrido de fusil y avance entre las
peñas, disparando y resguardándose, hasta encontrar al enemigo en sus
trincheras y cuevas. La superioridad de armamento era notable, sobre todo en
lo que se refiere a la artillería. Los rifeños se sentían en desventaja y eran
propicios, como combatientes acostumbrados al ataque guerrillero, a salir
huyendo frente a una línea cerrada de soldados con gran potencia de fuego.
Así sucedió en aquel combate, como venía pasando desde el momento
del desembarco. No había batallas a cielo abierto, era una lucha en pequeños
grupos, desalojando a los rifeños poco a poco. Tales acciones comportaban
inevitablemente bajas. Lo sorprendente de aquella jornada fue el hecho de que
no se contara con ningún muerto. En cambio, hubo cien heridos, entre ellos el
jefe de la harca de musulmanes combatientes del lado español, Muñoz Grande.
Axdir, finalmente
El objetivo estaba cerca: el poblado de Axdir, sede del gobierno rifeño
de Abd el Krim, localidad donde se levantaba su casa personal y familiar
como miembro que era de la tribu de los Beni Urriaguel. Era también el lugar
donde habían permanecido durante largo tiempo muchos de los prisioneros
españoles desde la derrota de Annual, donde acudió el ingeniero Echevarría
como enviado del gobierno español para acordar los términos del rescate de
aquellos. Allí se habían visto obligados a trabajar construyendo en 1922 un
sendero que se llamaría “Camino de los prisioneros”, allí habían muerto no
pocos de ellos y permanecían enterrados casi anónimamente. Era pues, para
las tropas españolas, un destino importante, un objetivo que les animaba, junto
a la constante ocupación del terreno, para seguir avanzando sin cesar.
Todo el enfrentamiento hasta ese momento seguía idénticos patrones: Se
trataba de dominar las alturas en las cuales los rifeños habían situado su
artillería, en ocasiones alemana y a veces francesa. Como de costumbre, desde
el cerro de las Palomas, el avance se dividió en dos columnas: la de Fernández
Pérez marchó junto a la costa en dirección al Empalmadero, mientras la de los
legionarios de Saro marchaban por su derecha, a fin de confluir en el nuevo
objetivo, el monte Seddum.
Cuando abordaron esta elevación fueron recibidos con fuego graneado
pero no más que de ordinario. Además, se veía que los rifeños disparaban y se
escondían, disparaban y huían hacia arriba. No se aprestaban al cuerpo a
cuerpo que hasta ese momento les había deparado la derrota. Su moral, a estas
alturas, era frágil, empezaban también a faltarles suministros. A las 11 de la
mañana se había ocupado la posición desde la cual el poblado de Axdir estaba
a la vista.
Poblado de Axdir
Mientras se iba fortificando la cumbre del Seddum los soldados
españoles observaron a los últimos pobladores del lugar abandonándolo.
Asediados anteriormente por bombardeos franceses, más tarde por los
españoles, los habitantes de Axdir recogían sacos de grano, ganado y las pocas
pertenencias domésticas que poseían, dirigiéndose a la desembocadura del
Nekor o bien, siguiendo el cauce del Ibenloken, tomar precisamente el Camino
de los Prisioneros para trasladarse en dirección contraria, hacia el oeste.
Conquistar la última cumbre cercana, La Rocosa, fue cuestión menor.
Los indígenas se limitaban a un “paqueo” lejano y aislado que era pronto
callado por las baterías españolas. De manera que el grueso del ejército
español bajó pronto hasta el valle junto al Seddum para ocupar Axdir.
Algunos gritarían, lanzarían vivas, tal vez hubiera un clamoreo. Otros,
sin embargo, antiguos prisioneros de Abd el Krim, empezaron en silencio a
buscar la tumba de los que habían sido sus compañeros de cautiverio, a fin de
devolverles a la patria y realizar el entierro digno de sus restos.
“Dos leguas a la redonda, según las observaciones de la aviación, no
se veía alma viviente. Los propios jefes indígenas mostrábanse
maravillados de la soledad en que se hallaba el territorio de Beni-
Urriaguel, que dado el valor temerario. y la ferocidad de sus
habitantes no era posible soñar con una victoria semejante.
Las fuerzas penetraron en el caserío, cuyas viviendas están aisladas
entro las huertas, observando por todas partes los efectos de los
incendios del día anterior. En muchas casas habían desaparecido las
techumbres y otras se habían venido al suelo o estaban casi
derruidas. Los habitantes, en la precipitación con que se vieron
obligados a huir, habían abandonado sus enseres domésticos, útiles
de labranza y bastimentos, grano y otros víveres, lo que constituyó
un gran botín para indígenas y legionarios.
Cañones capturados
Tras las fuerzas de vanguardia penetraron por fin con gran curiosidad
las tropas peninsulares. Recordaban los soldados la tragedia de los
prisioneros de Axdir y reconocían minuciosamente los sitios en que
se suponía habían estado los cautivos, como si trataran todavía de
descubrir algunas de las víctimas.
Los efectos del bombardeos se observan bien patentes en las casas de
Abd-el-Krim, en las de Al-Luch-El Jatabi, que hoy combate con
nosotros, en el castillo de Muyahesin y en el Cuartel general que fue
del cabecilla rebelde…
Poblado de Axdir
El cementero de Axdir, por donde solían pasear los prisioneros, se
encuentra intacto. Entre otros objetos se han encontrado allí cadenas,
ruedas de carro, cureñas y herramientas de suplicio.
Sobre la una de la tarde seguían nuestras fuerzas de vanguardia
progresando en su avance y llegaban a la orilla izquierda del Guis,
cuyo río es bastante ancho en su desembocadura en el mar. Toda la
vega desde Axdir hasta la orilla del río es feracísima, y debido a esto
el avance fue muy fácil y cómodo. En el camino recogieron nuestras
tropas dos cañones, bastantes ametralladoras y enormes cantidades
de cereales abandonados. Los moros continuaban sin dar señales de
vida.
El Jatabi mostraba su gran satisfacción y las tropas en masa no
ocultaban su entusiasmo. Hace varios años que El Jatabi fue
desposeído por su primo Abd-el-Krim de grandes propiedades que
poseía en este territorio, y ahora, al cabo de tanto tiempo, volvía a
posar sus plantas sobre las tierras que le pertenecieron” (El
Imparcial, 3.10.1925, p. 1).
En efecto, Solimán el Jatabi avanzaba junto a las tropas españolas en
esta fase final de la ocupación. Era primo y también enemigo de Abd el Krim
que, por diferencias políticas, le había arrebatado sus propiedades e
influencias. El gobierno español le llevaba con el objetivo de que convenciera
a las tribus reticentes al dominio hispano para que colaboraran. Bien sabía
Primo de Rivera que la conquista militar había sido posible pero, para
mantenerla en el tiempo y asegurar la presencia española ante nuevos ataques
futuros, sería imprescindible adoptar una vertiente política y ayudar a las
tribus que se mostraran cooperadoras.
Muchas empezaron a presentarse a las autoridades de Melilla, a los
mandos españoles. Familias enteras con sus jefes invocaban su protección ante
un Abd el Krim que estaba siendo derrotado pero que aún era peligroso. De
hecho, fue en aquellos días cuando se supo que Sidi Mohamed Azerkane, uno
de los líderes de los Beni Urriaguel, cuñado además del cabecilla rifeño, había
intentado traicionarle con dos dirigentes Bocoya. La respuesta de Abd el Krim
fue contundente: colocarle atado a la boca de un cañón y mandarlo disparar,
destrozando la vida de aquel hombre culto de tan solo 35 años. La traición
había que pagarla con la vida, sobre todo en aquellos tiempos de tribulación.
Abierto el territorio de los rebeldes Beni Urriaguel, las tropas españolas,
que en su avance habían llegado al río Guis, tendrían que atravesarlo para
ocupar el espacio entre este último y el río Nekor. El lugar era estratégico
porque allí confluían el camino que iba desde Fez hasta Tazza y el de Tetuán
con Melilla. Si el primero garantizaba la comunicación con las fuerzas
francesas, el segundo resultaba imprescindible para asegurar el trasvase de
tropas entre dos poblaciones españolas tan importantes.
Ríos Guis y Nekor
Aunque Abd el Krim seguiría resistiendo durante meses y combatiendo
la ocupación española, hasta justificar nuevas campañas en Alhucemas a
principios de 1926, sus días como dirigente estaban contados. El 26 de mayo
de 1926 decidió entregarse en el cuartel general francés de Targuist,
desconfiando del trato que podría recibir de las autoridades españolas, para las
cuales había sido un viejo y tenaz enemigo, causante de miles de muertos
desde Annual.
Tras escapar de las autoridades francesas en 1947 huyendo de su exilio
en la isla Reunión, se refugiaría en Egipto, desde donde encabezó el "Comité
de Liberación del Magreb". En 1956, tras la independencia de Marruecos,
rechazó la oferta del rey Mohammed V de regresar con honores a su patria.
Murió en El Cairo en 1963, habiendo contemplado la completa
descolonización del Magreb, la tierra que quiso ver independiente y dueña de
su destino casi cuarenta años atrás.
Crónicas de Valentín
Gutiérrez de Miguel
Gutiérrez de Miguel, periodista
Entre las crónicas periodísticas sobre el desembarco de Annual destacan
las redactadas por Valentín Gutiérrez de Miguel, la mayoría de ellas desde la
primera línea de combate, acompañando a las fuerzas regulares y legionarios
que padecieron el bombardeo enemigo o atacaron cerros y trincheras en una
dura lucha cuerpo a cuerpo.
Este jiennense era periodista desde 1911 empezando a trabajar en “La
Voz” cuando el diario nació en 1920. Su actividad se prolongaría en él, versión
vespertina y popular del periódico republicano “El Sol”, que salía por las
mañanas. No siendo sensacionalista ocupó el primer puesto en la venta
callejera, alcanzando en 1930 los 130.000 ejemplares, casi la mitad de ellos en
provincias, con notas editoriales breves y ligeras y dedicando gran atención a
los sucesos o a los toros y una sección diaria dedicada al movimiento obrero.
En 1932 Gutiérrez de Miguel pasó a la redacción de “El Sol”
participando con diversas columnas en “El Socialista” desde 1936, cuando ya
era militante desde cuatro años antes en este partido político. Durante la guerra
civil fue comandante de la 112 Brigada Mixta y mayor de Infantería en la 65
División del Ejército del Centro en los frentes de Madrid. Además, como
periodista del diario fundado por Pablo Iglesias, Valentín Gutiérrez de Miguel
ejerció en esos momentos como corresponsal de guerra en el frente del
Guadarrama, siendo el artífice de dilatadas crónicas de guerra que se
publicaban a diario, motivando que el propio General José Riquelme le
impusiera la estrella de Alférez.
Detenido al finalizar la contienda y condenado a la pena de muerte ésta
terminó por serle conmutada. Estuvo recluido en la cárcel de Jaén y tras varios
años en prisión salió en libertad condicional. En noviembre de 1947 solicitó el
reingreso a la Asociación de Prensa de Madrid. Ignoro la fecha de su
fallecimiento. Ni siquiera su hermano José, con una carrera periodística y
política similar, doce años más joven y fallecido en 1974, consiguió ver la
democracia recuperada en España.
Dada la intensidad dramática de los acontecimientos que narraba para
“La Voz”, su tratamiento literario y su atención al componente humano de
aquellas acciones bélicas, me ha parecido de interés recuperar sus crónicas en
el mismo orden en que las ofreció a los lectores madrileños. Por la dificultad
de telegrafiar su contenido y su constante presencia en el frente de combate,
los datos y reflexiones que ofrecía aparecían algunos días después de
sucedidos y escritos.
La deuda de sangre
Hace cuatro años, al día siguiente de la toma por nuestras tropas do la
posición de Afso, en la qabila de Benibu-Yahi, un pastor moro guardaba
ganado perteneciente a Si Tieb Mohatar B. Bachina, chorfa de la zagüía de
Kerker. Un grupo de moros de la zagüía de Rabat, entre les que figuraba Si
Laarbi Beii Hamed, quisieron robar el ganado al pastor. Acudió cl dueño. Se
entabló un vivo tiroteo y quedó muerto. Como asesino fue señalado Si Laarbi.
Las dos zagüías se declararon rivales. La deuda de sangre encendió el
odio entre las familias, primero; entre los fieles de las dos zagüías, después. La
cabila se dividió en dos bandos. Y por t r a t a r se de dos familias chorfas, la
deuda de sangre tenía una importancia política extraordinaria.
Después de hábiles gestiones realizadas por el interventor de la cabila,
comandante Heredia, y el caíd de la cabila, Ben-Chel-lal, auxiliados y
asesorados por el jefe de las intervenciones, coronel Goded se llegó al arreglo.
Fuimos invitados para presenciar el acta de la reconciliación.
A primera hora de la mañana, el coronel Goded, muy amable siempre,
nos dejó sitio en su automóvil. Dejando atrás Nador y a la derecha Zeluán,
fuimos en busca de Ben-Chel-lal, donde esperaba el comandante Heredia. El
caíd nos hizo pasar a su casa, la misma casa donde el general Navarro sufrió
los tres primeros días de su cautiverio con los que cayeron en Monte Arruit.
Unas tazas de te. Seguimos por Monte Arruit. Al pasar ante la tumba que una
política excesivamente patética ha convertido en monumento, yo miro a Ben-
Chel-lal. El automóvil pasa rápido, y fue difícil recoger una impresión en los
ojos del moro. Continuamos por la pista hasta el desfiladero de Fum-el-
Krimat, donde tomamos los caballos. Un tabor de la mehala nos daba escolta.
El “Jaime I”
El general Sanjurjo iba en el acorazado almirante francés "París", con el
jefe de la flota de Francia, Hallier. El marqués de Estella había instalado su
Cuartel general a bordo del "Alfonso XIII".
Los rifeños vigilaban, sobre todo, al enemigo que esperaban de Oriente.
En la noche del domingo al lunes y en la del lunes al martes, la costa se
iluminaba con los resplandores de las hogueras, desde Tensaman al Morro
Nuevo.
Sanjurjo, embarcando
Las escuadrillas de aviones arrojaron centenares de bombas sobre
poblados y atrincheramientos. En las fotografías sacadas previamente por la
Aviación advertíanse perfectamente las líneas sinuosas de las trincheras, donde
los tiradores rifeños pensaban resistir los desembarcos.
Durante el domingo tarde y noche, la escuadra francoespañola,
acorazados, cruceros, destroyers, torpederos, barrió el litoral, sobre todo desde
Afráu a Cabo Quilates.
Hubo un momento emocionante, cuando el acorazado "París"
aproximóse audazmente a tierra y cañoneó la batería rifeña de Cabo Quilates,
que respondía apoyada por fuegos de fusilería y de ametralladoras.
Bien pronto los aviadores avisaron que los dos cañones de esa batería
estaban desmontados. Efectivamente, habían cesado los fuegos y los artilleros
rifeños huían o yacían despedazados por la explosión de los proyectiles
franceses. Otro momento de emoción fue cuando los barcos españoles se
desplegaron frente a la bahía, batiéndola con sus cañones de todos los calibres.
El enemigo respondía rabiosamente. El Peñón de Alhucemas disparaba
también.
Transcurrió la noche del domingo, y el lunes, mientras se seguía
llamando la atención por Oriente, se comenzó la operación por el lado
occidental. Los transportes que llevaban a la columna Saro habían hecho
amagos por el Lau, para desorientar al enemigo. En la noche del lunes se
dieron las últimas órdenes.
Amaneció el martes. La niebla era intensa. Las barcazas se aproximaron
a los costados de los transportes, y los soldados, con sus jefes, descendieron a
ellas. Se había amagado por Morro Viejo y Morro Nuevo, es decir, por Cala
Bonita y Cala Quemada.
Los moros disparaban desde la península y desde las alturas del Sur,
especialmente desde el monte de las Palomas. Se veían grupos que aparecían
por Aydir y por la playa de Suani. La aviación los bombardeaba, así como la
escuadra. En la parte occidental de la península de Morro Nuevo hay una
especie de cala o pequeña bahía, que ofrece fácil desembarco si el mar se
muestra propicio. Sin embargo, se siguió amagando por las playas interiores
de Cala Quemada y Cala Bonita. El Peñón, con sus baterías, no cesaba de
batirlas.
Llegado e! instante, las barcazas, henchidas de gente, se acercaron a la
cala de Cebadilla. En un abrir y cerrar de ojos cayeron las planchas
automáticas y desembarcaron las vanguardias mandadas por Franco.
Conforme las unidades pisaban tierra, se desplegaban y rompían el fuego.
Las guardias rifeñas, que habían sido desorientadas, acudieron. Era
tarde. La aviación, volando muy bajo, las barría. Una tempestad de hierro
ardiente caía sobre las estribaciones y las cimas de los próximos cerros, y a
cada momento nuevas unidades se unían a las desembarcadas, legionarios y
Regulares de Ceuta, Cazadores, artilleros, barcas amigas. Los cañones, de tiro
rápido y las ametralladoras eran emplazados.
Se iniciaba la ofensiva para coger de revés a los defensores de Morro
Viejo, Morro Nuevo, Cala Bonita y Cala Quemada. Y éstos huyeron, temiendo
que les envolvieran, disparando desolados y rabiosos. Varios cayeron
prisioneros, y no ocultaban su asombro. Dos cañones, algunas ametralladoras
y bastantes fusiles fueron el botín primero del afortunado desembarco.
Desde los buques, los periodistas hemos seguido anhelantes la rápida y
atrevidísima operación. Esperábamos la reacción ofensiva. No surgió. La
columna Saro acabó de desembarcar, con su material completo y sus carros de
asalto; ocupó la península, avanzó hasta poder fortificarse, y sus vanguardias
iniciaron vigorosos tiroteos con grupos de rifeños que acudían de Bocoya.
Mientras, en el centro de la bahía, y por Oriente, desde Cabo Quilates a
Afráu, seguían los bombardeos, los vuelos de la aviación, las fintas.
Indudablemente, los moros no habían previsto que sus tierras del Rif central,
invioladas hasta hoy, serian holladas y en tan poco tiempo. Ha debido de haber
en su campo aturdimiento, desorientación, terror. ¿Cuándo y cómo
reaccionarán?
Ese es el secreto del mañana.
GUTIÉRREZ DE MIGUEL
(La Voz, 9.9.1925, p. 1)
Después del desembarco
No reaccionan... Surgen grupos de bocoyas, que, sin duda, vivían en los
aduares próximos al Morro Nuevo, a la playa de Cebadilla, a la punta Busicut,
esos poblados que se llaman de Sidi-Mausur, de Tigonimin, de Adrar, y que
tantas veces incendiara nuestra Aviación, desgranando sobre ellos sus rosarios
de bombas. Se les distingue, con los prismáticos, reunirse en el Yebel Buhyar,
en los caseríos de Taganin, en el Yebel de Taramara. Adelantan, desaparecen,
vuelven a aparecer. El Yebel de Malmusi y el de Hach Mohamcd son teatro de
confusas luchas de guerrillas. Legionarios, Regulares de Ceuta y harqueños
amigos, que llegaron con sus vanguardias al riachuelo Tisdit, dominando
después de Cala Quemada Cala Bonita, se tirotean con enemigos sueltos que
se guarecen en las estribaciones de la punta de las Palomas.
Pero todo esto son episodios que no acusan ninguna organización
vigilante y eficaz. Las guardias de Abd-el-Krim, sorprendidas, apenas hicieron
resistencia. Sus dos cañones y su docena de ametralladoras fueron fácil botín
de las gentes de Franco y de la harca que manda el primo da Abd-el-Krim el
Jatabi. No esperaban el ataque por 1a espalda, y sólo pensaron en salvarse de
un copo, huyendo rápidamente por el estrecho istmo de Amekran.
En la tarde septembrina, mientras la niebla vuelve a elevarse con
lentitud, surgiendo de las aguas y de los cerros y anunciando un poético
crepúsculo, Franco y Saro se afanan por aferrarse al terreno de un modo
sólido. ¿Qué se sabe lo que guarda la noche? Y se crea la línea defensiva,
cerrando el desembarcadero y la península, combinando la instalación de las
baterías con los cañones de la próxima Alhucemas, abriendo trincheras,
montando reductos...
La playa es como una gran feria en organización. Las barcazas y demás
embarcaciones menores transportan desde los costados de los barcos, después
de los hombres, el material. Cañones, ametralladoras, puentes en pieza,
alambrada, sacos terreros, cocinas, maderos, cajas, tiendas de campaña...
Playa de Cebadilla
Ríen y cantan los legionarios, indiferentes y optimistas. Los pequeños
cazaflores, casi imberbes, miran con ojos de asombro ingenuo a las lejanas
crestas misteriosas que dora el sol. Los tiros discontinuos que suenan arriba y
junto al mar ya no preocupan. Las cornetas llaman a las unidades. Los jefes y
oficiales cruzan afanosos y cambian opiniones, con frases gráficas que
resumen en dos vocablos enérgicos la impresión de la jornada. Y los pájaros
mecánicos, incansables, siguen volando, escudriñando el horizonte, que puede
nublarse de peligros ignotos.
Una pequeña ciudad ha surgido de la nada en las pocas horas antes
desierta playa. Desde la punta Busicut al Tisdit, casi seco, barranquera que
baja del Yebel Malmusi, un ejército, mosaico de razas, se ha instalado y
vivaquea. Anochece. El paisaje se envuelve en cendales de niebla. Algunas
estrellas comienzan a titilar. Las masas enormes de los navíos de guerra y de
los vapores de transporte brillan en sus torres y cubiertas como
agujereándolas. Es una gigantesca procesión de fantasmas que comienzan más
allá de la punta Busicut, cerca del cabo Baba, y que cerrando la bahía de
Alhucemas, se pierde detrás del cabo Quilates en dirección a Sidi-Dris. Esos
fantasmas han lanzado sus ingenios mortíferos de ardiente metal sobre la
inhóspita costa rifeña, y aguardan vigilantes que se les confíen nuevas
misiones destructoras.
Desde los barcos miramos ansiosamente. Ya es noche cerrada. Cesan los
disparos. Ahora aullarán los chacales en los montes calvos, arañados por las
explosiones, de Bocoya, Deni-Urriaguel y Tensaman. Ahora habrá jontas y tal
vez castigos.
¿Qué pensarán esas gentes misteriosas, que nada supieron ni quisieron
saber de la civilización, salvo sus mecánicos procedimientos de exterminio,
del suceso único en su historia del día de hoy? Siempre fueron en busca del
rumí, armados y hostiles. El rumí era la presa, el cautivo, el vencido
saqueable. Hoy, el rumí ha saltado desde sus barcos a la tierra inviolada y
desconocida, se ha asentado firmemente en ella, cava, tiende alambres
punzantes, levanta tiendas y murallas de sacos terreros, cruza las barranqueras
hondas con puentes, alinea cañones, instala ametralladoras, se
prepara, en fin, a proseguir con energía suprema una empresa descomunal.
Ya están, sí, los rumís en el Rif ignorado, salvaje y cruel; en el Rif
indómito que no figura en las geografías sino con líneas imprecisas, en el Rif
de la conjetura y la leyenda...
Por los buques corre una ráfaga de optimismo. Hay risas y bromas. Hay
júbilo que asoma a los ojos y sale a los labios.
Enfrente, la costa negra se desgarra con resplandores que hacen más
espesa la tiniebla en torno suyo. Son las hogueras del enemigo...
GUTIÉRREZ DE MIGUEL
En el mar, frente a la costa de Bocoya y Beni-Urriaguel, en la noche del
martes 8 de septiembre.
(La Voz, 10.9.1925, p. 1)
La ocupación de Morro Nuevo
La noche ha transcurrido tranquila. Sin embargo, al filo de ella hubo una
alarma. Sonaron algunos tiros. Se creyó en un ataque pero pronto se
restableció la tranquilidad. Los pacos no se acercaban. Y se durmió bajo la
salvaguardia de los centinelas, en la tierra y en el mar.
Al amanecer salgo del camarote. Es miércoles. Se va a hacer una
operación complementaria, según nos ha dicho el coronel Goded. Subo a
cubierta. Hay neblina. El mar está levemente agitado. La enorme fila de
buques se extiende de Oeste a Este. Algunas embarcaciones menores la
recorren.
El "Dédalo", buque madrina, da suelta a los primeros aviones. Son como
grandes pájaros que, al salir el sol, levantan el vuelo. Se alejan en dirección a
tierra y bien pronto un eco lejano de sordas detonaciones llega hasta nosotros.
¿Bombardean o es que les disparan?
El globo cautivo del "Jaime I" se eleva también. Sus observadores hacen
señales. De pronto, se inflaman las ocres murallas del Peñón de Alhucemas.
Nubecillas de humo salen de sus cañoneras, y esas nubecillas son rasgadas por
relámpagos.
No tardan en aparecer por Oriente las escuadrillas de Melilla.
Aeroplanos e "hidros" se dispersan por el horizonte. Agiles, graciosos, vuelan
en diferentes direcciones, avizorando. No habrá en el campo enemigo un
grupo, por pequeño que sea, que se escape a su observación minuciosa.
Un torpedero, el número 22, recorre los barcos a cuyo bordo están las
fuerzas de la columna de Melilla. En él va Sanjurjo. Se le ve subir por las
escalas, saltar a los puentes, dar órdenes y descender rápido. Sabemos que ya
están en tierra la Infantería de Marina y los Pontoneros. ¿Qué fuerzas
desembarcarán ahora?
La playa de Cebadilla tiene unos sesenta metros de longitud. Por el Este
la dominan altos cantiles. Por el Oeste hay pequeñas dunas. Y en ella los
soldados preparan el desayuno.
Pero ha llegado la hora. Se rompe el fuego desde los buques. Se ve
desde éstos cómo avanza el Tercio por las alturas de la izquierda, la mehala de
Larache, por las de la derecha, y la barca del primo de Abd-el-Krim, por el
centro.
El enemigo tiene dos o tres piezas de pequeño calibre en unos picos que
son denominados Cuernos del Xauén, y dispara con ellas. Pero no puede
impedir que en menos de media hora sea ocupada totalmente la posición de
Morro Nuevo. Flota en ella nuestra bandera y es saludada por las sirenas de
los barcos. Todo ha concluido.
Se nos dice que la operación ha costado cinco bajas al Ejército y cuatro a
la Marina. Estas se han registrado en 1as dotaciones del "Uad Targa" y del
"Uad Martín". Dos granadas enemigas hicieron explosión en la playa de
Cebadilla mientras era ocupado el Morro; pero, según nos afirman, no
causaron víctimas.
Vemos desde los buques cómo la Infantería sube las ametralladoras a
brazo y la Artillería las piezas de montaña, y cómo los ingenieros fortifican
rápidamente la posición.
Vuelven los aeroplanos y los "hidros". Avisan que los moros siguen sin
reaccionar. No se advierten concentraciones en el campo. Apenas si algunos
rifeños armados aparecen en las proximidades del istmo. Las agresiones son
casi todas individuales.
Se nos cuenta un episodio interesante del desembarco de ayer. En la
playa de Cebadilla el enemigo tenía preparado un mortífero ingenio de
destrucción. Componíase de treinta bombas de aeroplano unidas con alambres
fijos a percutores. Estos habían sido conectados a un cable quo terminaba en
una casa del monte Malmusi. Sin duda pensaban los moros causar la explosión
de las treinta bombas a un tiempo, cuando nuestras fuerzas pisaran tierra.
Pero Franco, apenas desembarcó, dióse cuenta de ello, y sus gentes se
apresuraron a cortar los alambres y a arrojar las bombas al agua.
Se nos cuenta también que el martes por la tarde, después del
desembarco, unos legionarios vieron con sorpresa que dos moros se
aproximaban al Morro Nuevo, llevando una ametralladora. Su audacia les
sorprendió y quisieron cogerlos vivos. En un abrir y cerrar de ojos les cortaron
la retirada y precipitándose sobre ellos, los derribaron en tierra, los ataron y
los llevaron a la presencia de Franco. Este ordenó que los transportaran a un
navío.
Cuando cierro esta crónica, que os será enviada por los medios más
rápidos, llegan a la escuadra noticias del campo enemigo. En algunos aduares
de Bocoya flotan banderas blancas. Los proyectiles de grueso calibre de los
buques han causado en el interior, a mucha distancia de la costa, grandes
incendios. Millares de cabileños huyen tierra adentro, llevándose sus ganados.
Reina el pánico en todo el litoral, y los que no se han decidido a refugiarse en
los montes del Rif central se guarecen en las cuevas...
GUTIÉRREZ DE MIGUEL
En el mar, frente a Alhucemas, miércoles tarde.
(La Voz, 11.9.1925, p. 1)
En tierra de Alhucemas
Los periodistas que hemos venido a Alhucemas desde Melilla en el
"Lázaro" y desde Ceuta en el “Escolano" recorremos hoy, con permiso del
general Saro, la pequeña península de Morro Nuevo. Ha sido dividida en dos
sectores, que mandan los coroneles Franco y Martín.
En la parte arenosa del istmo se han hecho rápidamente trabajos de
fortificación. Las avanzadas de la columna Saro ocupan, más allá, las primeras
estribaciones del monte Malmusi, altura de unos trescientos metros, que enlaza
a Morro Nuevo con la pequeña cordillera de Bocoya. Al amparo de esa línea y
de esas avanzadas, sin preocuparse de los pacos lejanos, la columna Saro y los
elementos desembarcados de la columna Fernández Pérez trabajan
activamente y van convirtiendo esta zona costera en una base sólida para
futuras operaciones.
El mar está algo picado; pero, no obstante, se sigue desembarcando el
material sin tregua ni reposo. Cañones, ametralladoras, municiones, víveres,
carros de asalto, tiendas de campaña, medicamentos, barracones desmontables,
puentes pasan, en las lanchas, desde el vientre de los transportes a tierra firme.
Sanjurjo se manifiesta muy contento. Dice que todo marchará sobre
ruedas, y oyéndole hay que ser optimista. El marqués de Estella se ha ido a
Río Martín. Convengo con mi compañero de LA VOZ, Artigas Arpón, una
distribución de trabajo. Yo me quedaré en Alhucemas, bien en el campamento
de Morro Nuevo, ya en un buque, según las posibilidades que se me presenten.
El volverá a la Zona de Tetuán, de donde vino con la columna Saro. Estamos
en un compás de espera. Pagada la emoción del primer momento, llega la hora
del detalle, del episodio menudo, de la anécdota reveladora y sintomática. Con
López Rienda, de El Sol, y otros camaradas, visito las ruinas de la casa donde
tenía su puesto de mando el jefe rifeño del sector de Morro Nuevo.
Cala Quemado
Cerca de la punta de Morro Viejo se abre una especie de barrancada. En
el fondo de ella se alza el edificio en cuestión. Tiene ventanas con barrotes de
hierro y fuertes cerrojos. Estaba unido con hilos telefónicos al Morro Nuevo y
a Aydir. Los soldados que la ocuparon hallaron en él algunos sacos de harina y
muchas vasijas para agua. Descubrieron un sótano que era, según han dicho
los prisioneros, una de las cárceles de Abd-el-Krim.
A juzgar por lo que se ve y por lo que confiesan los moros que hemos
apresado (algunos de ellos, antiguos conocidos nuestros), Abd-el-Krim cuenta
con una especie de Estado Mayor extranjero, compuesto en su mayoría de
centroeuropeos y turcos. Todos ellos se batieron en la gran guerra. Son los que
han montado los cañones, tendido les hilos telefónicos, preparado las minas
eléctricas, enseñado a los rifeños el manejo de la artillería y de las
ametralladoras. Según parece, casi todos esos extranjeros, aventureros, y
mercenarios, están ahora en el Sur, preparando la resistencia contra los
franceses.
En el campamento reina gran animación. Los legionarios están en sus
glorias. No hacen más que preguntar cuándo se reanudará el avance. Los
soldados peninsulares cantan y bromean. Han aparecido, no se sabe cómo,
algunas guitarras. En cuanto a los regulares y harqueños parecen aburrirse;
contemplan con ojos codiciosos los aduares que se aperciben en la lejanía, y
seguramente piensan en el botín que en ellos debe haber. Creo que se
equivocan y que esos aduares están vacíos.
Y pasan los días y no surge la esperada reacción rifeña. Tiroteos,
tentativas de sorpresas nocturnas, aventuradas por grupos poco numerosos
que huyen apenas les descubren los reflectores; alguno que otro cañonazo,
disparado desde los Cuernos de Xauen o desde el monte de las Palomas. He
aquí todas las novedades.
Con los prismáticos se ve cómo, contrastando con estas hostilidades
esporádicas e intermitentes, siguen flotando banderas blancas sobre los
aduanes de Bocoya... Terminada la excursión por la península de Morro
Nuevo, volvemos a bordo. Nos reunimos en el "Escolano" todos los
corresponsales. Artigas ha logrado que le permitan ir a Ceuta en un torpedero.
Cuando cierro esta crónica, que envío a Melilla para que os la
transmitan, como las anteriores, por los medios más rápidos, las baterías de
Alhucemas disparan sobre la costa enemiga del lado de Aydir...
GUTIÉRREZ DE MIGUEL
En el mar, frente a Alhucemas.
(La Voz, 12.9.1925, p. 1)
El campamento del Morro
Artigas se fue a Tetuán, y yo me he quedado en esta tierra de
Alhucemas. Han comenzado los levantes; pero, hasta la hora en que escribo,
no son de una violencia extraordinaria para lo que es corriente en estas playas
salvajes. El cielo está encapotado, y sopla un viento duro que amenaza tumbar
las tiendas de campaña. La península de Morro Nuevo y su istmo son poco
suelo para tanta gente.
El enemigo sigue ocupando el monte Malmusi, el monte Taramara y las
alturas de Tiranimin, que dominan la cala de Izdain. Hacia el Occidente,
pasada esa cala, vese la desembocadura del Jandak, especie de riachuelo que
atraviesa la región bocoya conocida por Agrigües.
La vida no es monótona en este rincón rifeño, no sólo por la animación
natural de un campamento donde vivaquean varios miles de hombres de
diversas razas, sino también, y muy especialmente, por las frecuentes
escaramuzas.
Yo me he incorporado; como soldado honorario a la bandera del Tercio
del comandante Rada, que benévolamente se ha declarado mi aposentador.
Esta bandera se halla acampada en la loma que tomó el día del desembarco.
En la pendiente, a media ladera, han sido hechos muros de contención con
sacos terreros y formadas unas pequeñas explanaciones. Envuelto en un capote
he dormido allí, teniendo el cielo como único techo y viendo a lo lejos, antes
de que soplara el levante, el soberbio espectáculo del mar constelado por
cientos de luces de los barcos mercantes y de guerra.
Nuestra verdadera protección en estas noches rifeñas son los reflectores
marítimos y terrestres. Su resplandor brillante y escandaloso se pasea por la
espesa tiniebla de los montes de Bocoya y Beni-Urriaguel, y fingen un día
fantástico. Son como rampas de luz tendidas desde el mar a las crestas de las
lomas.
Conforme pasan los días la presión enemiga se va sintiendo más. Desde
el Peñón han avisado que van llegando grupos a las playas de Aydir y de
Suani.
******
Ayer recorrí nuevamente toda la península de Morro Nuevo, desde el
Pico del Fraile hasta el istmo. Al pie de 1a batería del Fraile, unos montoncitos
de tierra señalan las tumbas de los cadáveres enemigos que vi aun insepultos
el miércoles por la tarde. Me persigue el recuerdo de uno de ellos: un viejo de
barba blanca, cuya cabeza de santón se destacaba entre los otros muertos,
todos jóvenes y algunos puede decirse que niños.
Pregunto a un soldado que dónde enterraron al viejo de la barba blanca,
y me señala uno de los montoncitos de tierra. Se le concedieron los honores de
una sepultura para él solo porque se defendió hasta morir.
Algunos oficiales de Ingenieros me dicen que las fortificaciones donde
el enemigo tenía sus piezas emplazadas son una obra que sorprende por su
solidez. El muro tiene cerca de dos metros de grueso; fuertes maderos forman
los traveses que sostienen el techo, que es, así como los tabiques, de piedra y
argamasa. Este techo es de más de un metro de espesor, y así ha podido resistir
los efectos de los bombardeos de los aeroplanos. Uno de os cañones de la
batería de los Frailes miraba al mar, y con él se nos ha hecho mucho fuego.