Sei sulla pagina 1di 10

LOS INTELECTUALES Y EL PODER*

Michel Foucault.- Un maoísta me ha dicho: -Comprendo perfectamente por


qué Sartre está con nosotros, por qué hace política y en qué sentido la hace;
a ti, si acaso te comprendo en cierto modo: siempre has planteado el pro-
blema del encierro. Pero a Deleuze, en verdad, no le comprendo en absolu-
to». Esta duda me asombró enormemente, porque para mí está muy claro.

Gilíes Deleuze.- Puede ocurrir que estemos empezando a vivir de una ma-
nera nueva las relaciones entre la teoría y la práctica. Antes se concebía la
práctica o bien como una aplicación de la teoría, como una consecuencia,
o bien al contrario, como aquello en lo que la teoría tenía que inspirarse,
como si fuera ella misma creadora de. una forma futura de teoría. En todo
caso, se concebían sus relaciones como un proceso de totalización, en un
sentido o en el otro. Quizá para nosotros la cuestión se plantea de otro modo.
Las relaciones entre teoría y práctica son mucho más parciales y fragmen-
tarias. Por una parte, una teoría siempre es local, relativa a un dominio pe-
queño, y puede encontrar sus aplicaciones en otro dominio más o menos
lejano. La relación de aplicación no es nunca una relación de semejanza.
Por otra parte, cuando la teoría se enroca en su propio dominio, se en-
cuentra con obstáculos, con muros, tropiezos que hacen necesario el rele-
vo por otro tipo de discurso (y es esto lo que puede llevar a un dominio
distinto). La práctica es un conjunto de relevos de un punto teórico a otro,
y la teoría un relevo de una práctica por otra. Ninguna teoría puede desa-
rrollarse sin llegar a una especie de muro, y la práctica es necesaria para

* Conversación con Michel Foucault del 4 de marzo de 1972, publicada en L'A rc n2 49, Gilíes D e
leuze, 1972, pp. 3-10 (trad. cast. en M. Foucault, M icrqfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1993,
pp. 77-86, \N. del T.\). -
perforar ese muro. Por ejem plo, tú mismo has com enzado por analizar
teóricamente un medio de encierro como el asilo psiquiátrico del siglo xix
en la sociedad capitalista. Después, has desem bocado en la necesidad de
que personas actualmente encerradas pudieran hablar por su cuenta, lle-
vando a cabo un relevo (o bien, al contrario, tú eras ya un relevo para ellos),
y estas personas se encuentran en las cárceles, están en la cárcel. Cuando
organizaste el grupo de información sobre las cárceles, lo hiciste sobre esta
base: instaurar las condiciones para que los presos pudieran hablar ellos
mismos'. Sería completamente falso decir, como parecía sugerir el maoísta,
que tú has pasado a la práctica aplicando tus teorías. No había ni aplica-
ción, ni proyecto de reforma, ni investigación en el sentido tradicional. Se
trataba de otra cosa: un sistema de relevos en un conjunto, en una multi-
plicidad de piezas y de fragmentos prácticos y teóricos a la vez. Para noso-
tros, el intelectual teórico ha d ejad o de ser un sujeto, una conciencia
representante o representativa. Los que actúan y luchan han dejado de ser
los representados, ya sea por un partido o por un sindicato que se arroga-
rían el derecho de erigirse en su conciencia. ¿Quién habla y quién actúa?
Siempre se trata de una multiplicidad, incluso en la persona que habla o ac-
túa. Ya no hay representación, sólo hay acción, acción teórica y acción prác-
tica en relación de relevo recíproco o de red.

M ichel Foucault - Creo que la politización de un intelectual tenía lugar tra-


dicionalmente a partir de dos cosas: su posición de intelectual en la socie-
dad burguesa, en el sistema de la producción capitalista, en la ideología que
ella produce o impone (estar explotado, reducido a la miseria, ser rechaza-
do, «maldito», acusado de subversión, de inmoralidad, etcétera); y su pro-
pio discurso en cuanto revelador de cierta verdad, que descubría relaciones
políticas allí en donde no eran perceptibles. Estas dos formas de politiza-
ción no eran ajenas la una a la otra, pero no coincidían forzosamente. Es-
taban el tipo «maldito» y el tipo «socialista». Estas dos politizaciones se
confundieron con mucha facilidad en ciertos momentos de reacción vio-
lenta por parte del poder, después del 48, después de la Comuna, después
de 1940: el intelectual era rechazado, perseguido en cuanto las «cosas» apa-
recían en su «verdad», cuando no había que decir «el rey está desnudo». El
intelectual decía la verdad a quienes no la veían aún, y lo hacía en nombre
de aquellos que no podían decirla: conciencia y elocuencia.
Pero lo que los intelectuales han descubierto tras los recientes movimientos
es que las masas no les necesitan para llegar a saber; saben perfectamente,
claramente, mucho más que ellos; y lo dicen muy bien. Pero existe un sis-

' Véase la nota de presentación del texto n" 25.


tema de poder que interrumpe, prohíbe e invalida este discurso y este sa-
ber. Un poder que no se halla solamente en las instancias superiores de la
censura, sino que se arraiga profunda y sutilmente en toda la red de la so-
ciedad. Los propios intelectuales forman parte de este sistema de poder, la
idea de que ellos son los agentes de la -conciencia» y del discurso forma
parte ella misma de ese sistema. El papel del intelectual no consiste en si-
tuarse «un poco por delante o al lado» para decir la muda verdad de todos;
consiste más bien en luchar contra las formas de poder de las cuales él es
al mismo tiempo objeto e instrumento: en el orden del «saber», de la «ver-
dad», de la «conciencia», del «discurso».
En este punto, la teoría no expresa, no traduce, no aplica una práctica, es
una práctica. Pero local y regional, como decías: no totalizadora. Lucha con-
tra el poder, lucha para hacerlo aparecer y abatirlo allí donde es más invi-
sible e insidioso. No lucha por una «toma de conciencia» (hace ya mucho
tiempo que la conciencia como forma de saber llegó a las masas, y que la
conciencia como sujeto fue tomada, ocupada por la burguesía), sino para
minar y tomar el poder junto a todos aquellos que luchan por él, a su lado,
y no desde la retaguardia para iluminarles. Una «teoría» es el sistema regio-
nal de esta lucha.

Gilíes Deleuze.- Eso es una teoría: exactamente una caja de herramientas.


No tiene nada que ver con el significante... Se precisa que valga, que fun-
cione. Y no para sí misma. Si nadie puede utilizarla, empezando por el pro-
pio teórico que, entonces, deja de ser un teórico, es que no vale nada o que
no ha llegado su momento. No hay que volver a una teoría anterior, hay
que hacer otra nueva, hay otras por hacer. Es curioso que haya sido un au-
tor que pasa por ser un intelectual puro, Proust, quien lo haya dicho
con tanta claridad: usad mi libro como unas gafas orientadas al exterior y,
si no os ayudan, probad con otras, encontrad vosotros mismos vuestro dis-
positivo, que será necesariamente un dispositivo de combate.'La teoría no
se totaliza: se multiplica y multiplica. ‘Es el poder el que produce por natu-
raleza totalizaciones y, com o tú dices literalmente:-la teoría está por na-
turaleza contra el poder. ¡Cuando una teoría naufraga en tal o cual punto,
pierde la oportunidad de tener la menor consecuencia práctica, a menos
que explote, necesariamente en un punto distinto. Por eso es tan estúpida
e hipócrita la noción de reforma. O bien la elaboran personas que se pre-
tenden representativas y hacen profesión de hablar por los demás, en nom-
bre de ellos, y entonces es un dispositivo de poder, una distribución de
poder que se refleja en el recrudecimiento de la represión; o bien es una
reforma reclamada, exigida por aquellos a quienes concierne, y entonces
deja de ser una reforma para convertirse en una acción revolucionaria que,
desde el fondo de su carácter parcial, está determinada a cuestionar la to-
talidad del poder y su jerarquía. Esto es claro en las cárceles: la más mi-
núscula y modesta reivindicación de los presos basta para desinflar la reforma
Pleven.1’ Si los niños pudieran llegar a hacer oír sus protestas, o incluso sus
preguntas, en una Guardería, ello bastaría para hacer estallar todo el siste-
ma de enseñanza. En verdad, vivimos en un sistema que no p u ed e soportar
nada-, de ahí su fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su
potencia de represión global. A mi modo de ver, tú has sido el primero en
enseñarnos algo fundamental, tanto en tus libros como en un dominio prác-
tico: la indignidad que comporta hablar por los demás. Quiero decir: nos
burlábamos de la representación, decíamos que había terminado, pero no
extraíamos las consecuencias de esa conversión «teórica», es decir, que la teo-
ría exigía que las personas afectadas hablasen finalmente, en la práctica, por
su cuenta.

M ichel Foucault.- Y cuando los presos se ponen a hablar tienen ellos mis-
mos una teoría de la cárcel, de lo penal, de la justicia. Esta suerte de dis-
curso contra el poder, este contra-discurso 1que mantienen los presos o los
llamados delincuentes es lo que cuenta, y no una teoría de la delincuencia.
Este problema de las cárceles es un problema local y marginal, porque no
llegan a 100.000 al año las personas encarceladas; actualmente, en toda Fran-
cia, hay unas 300.000 o 400.000 personas que han estado en la cárcel. Pero
este problema marginal conm ueve a la gente. Me ha sorprendido ver que
se interesaban por las cárceles muchas personas que no habían estado en
ellas, ver que tanta gente que no estaba predestinada a entender este dis-
curso sobre las cárceles lo com prendía perfectamente. ¿Cómo explicarlo?
¿No será que, en términos generales, el sistema penal es la forma en que el
poder se muestra más manifiestamente como poder? Meter a alguien en la
cárcel, mantenerle preso, privarle de alimento, de calefacción, impedirle sa-
lir, hacer el amor, etcétera, es la manifestación de poder más delirante que
puede imaginarse. El otro día, hablando con una mujer que había estado
en la cárcel, me decía: «Cuando pienso que, a mis cuarenta años, me han en-
carcelado un día y me han tenido a pan duro...». Lo chocante de este asunto
no es solamente la puerilidad del ejercicio del poder, sino también el cinis-
mo con el cual se ejerce en cuanto poder, en la forma más arcaica, más pue-
ril, más infantil. Tener a alguien a pan y agua, así nos decían cuando éramos
niños. La cárcel es el único entorno en el cual el poder osa manifestarse al
desnudo en sus dimensiones más excesivas, justificándose como poder mo-
ral. «Tengo razón para castigarte, porque ya sabes que está mal robar, ma-

" Véase el texto na 25, nota c.


tar...» Esto es lo fascinante de las cárceles, que, por una vez, el poder no se
oculta, no se disfraza, se muestra como tiranía llevada hasta sus últimos de-
talles, cínicamente, y al mismo tiempo es puro, está enteramente -justifica-
do”, puesto que se puede formular enteramente en el interior de una moral
que enmarca su ejercicio: su tiranía brutal aparece entonces como la sere-
na dominación del Bien sobre el Mal, del orden sobre el desorden.

Gilíes D eleuze- Y también es cierto lo contrario. No solamente se trata a


los presos como a niños, sino a los niños como a presos. Los niños pade-
cen una infantilización que no es la suya. En este sentido, es verdad que las
escuelas son un poco como cárceles, y las fábricas lo son mucho. Basta con
ver la entrada de los obreros en la Renault. Tres oportunidades para hacer
pis a lo largo del día. Tú encontraste un texto del siglo X V III, de Jerem y
Bentham, en donde propone una reforma de las cárceles: en nombre de
esta importante reforma, establece un sistema circular en el cual la cárcel
reformada sirve a su vez de m odelo y se transmite insensiblemente de la
escuela a la industria, de la industria a la cárcel y al contrario. Esta es
la esencia del reformismo, de la representación reformada. Por el contrario,
cuando la gente habla y actúa en su propio nombre, no contraponen una
representación, ni siquiera invertida, a otra, no contraponen otra represen-
tatividad a la falsa representatividad del poder. Por ejemplo, recuerdo que
decías que no hay una justicia popular que se contraponga a la justicia,
que las cosas tienen lugar en otro nivel."

M ichel Fo u cau lt- Creo que no hay que ver solamente, bajo el odio que
el pueblo tiene a la justicia^ a los jueces, a los tribunales y a las cárceles, la
idea de otra justicia mejor ,y más justa, sino en principio y ante todo la per-
cepción de un punto singular en el cual el poder se ejerce a expensas del
pueblo. La lucha anti-judicial es una lucha contra el poder, no creo que sea
una lucha contra las injusticias, contra las injusticias de la justicia, y dirigi-
da a un mejor funcionamiento de la institución judicial. Es muy llamativo
que cada vez que ha habido motines, revueltas y sediciones, su objetivo era
el aparato judicial, tanto como el aparato fiscal, el ejército y las demás for-
mas de poder. Mi hipótesis —pero sólo es una hipótesis— es que los tribu-
nales populares, por ejemplo en la época de la Revolución, han sido una
estrategia de la pequeña burguesía, aliada con las masas, para recuperar, re-
conducir el movimiento de lucha contra la justicia. Y para reorientar este

‘ Cfr. Su r la ju sticep o p u la ire. D ébat avec les maos (5 de febrero de 1972), Les Temps Modernes,
nL>310 bis, junio de 1972, pp. 355-366. R ecogido en D itset écrits, Gallimard, París, 1994, vol. II, tex
to nu 108 (trad. cast. en M icrofísica del poder, op. cit., \N. del T\)
movimiento se propuso el sistema del tribunal que remite a una justicia que
podría ser justa, a un juez que podría dictar una sentencia justa. La propia
form a del tribunal pertenece a una ideología de la justicia que es la de
la burguesía.

Gilíes D e l e u z e Si consideramos la situación actual, el poder tiene nece-


sariamente una visión total o global. Quiero decir que todas las formas de
represión actuales, que son múltiples, se totalizan fácilmente desde el pun-
to de vista del poder: la represión racista contra los inmigrantes, la repre-
sión en las fábricas, la represión en la enseñanza, la represión contra los
jóvenes en general. No hay que achacar la unidad de todas estas formas so-
lamente a una reacción frente al Mayo del 68 sino más bien a una p re-
paración y a una organización concertada de nuestro futuro próximo. El
capitalismo francés tiene una gran necesidad de una «reserva» de parados,
y ha abandonado la máscara liberal y paternalista del pleno empleo. Es en
este sentido en el que tales formas encuentran su unidad: la limitación de
la inmigración, tras haber confiado a los inmigrantes los trabajos peores y
los más duros, la represión en las fábricas, ya que se trata de devolver a los
franceses el «placer» del trabajo cada vez más duro, la lucha contra los jó-
venes y la represión en la enseñanza, ya que la represión policial es tanto
más necesaria cuanto menos jóvenes necesita el mercado de trabajo... To-
das las categorías profesionales van a ser llamadas a ejercer funciones po-
liciales cada vez más precisas: profesores, psiquiatras, educadores de todo
tipo, etcétera Es algo que tú llevabas tiempo anunciando, y que no pensá-
bamos que pudiera producirse: el refuerzo de todas las estructuras de en-
cierro. Frente a esta política global del poder, se dan respuestas locales,
cortafuegos, defensas activas y a veces preventivas. No hemos de totalizar
aquello que sólo desde el puntó l e vista del poder está totalizado, aquello
que sólo podríamos totalizar a fuerza de restaurar las formas representati-
vas de centralismo y jerarquía. Al contrario, lo que hemos de hacer es lle-
gar a instaurar vínculos laterales, todo un sistema de redes, de bases populares.
Y esto es lo difícil. En todo caso, la realidad, para nosotros, no es lo que
pasa en la política en el sentido tradicional de competición y distribución
del poder, de las instancias llamadas representativas como el PC o la CGT.
La realidad es lo que hoy está pasando realmente en las fábricas, en un co-
legio, en un cuartel, en una cárcel, en una comisaría. Pero la acción nece-
sita un tipo de información completamente diferente de la de los periódicos
(por ejemplo, el tipo de información de la agencia de prensa Libération).

M ichel Foucault - Esta dificultad, nuestros problemas para encontrar las


formas de lucha adecuadas, ¿no procede del hecho de que aún ignoramos
qué es el poder? D esp u és de todo, ha habido que esperar hasta el si-
glo xix para saber lo que era la explotación, pero quizás no sabemos aún lo
que es el poder. Y quizás Marx y Freud no bastan para ayudarnos a cono-
cer esa cosa tan enigmática, a la vez visible e invisible, presente y oculta,
dispersa por todas partes, que se llama poder. La teoría del Estado, el aná-
lisis tradicional de los aparatos del Estado, no agota ciertamente el campo
del ejercicio y del funcionamiento del poder. Ésta es, hoy, la gran incóg-
nita: ¿quién ejerce el poder? ¿Y dónde lo ejerce? Hoy sabemos más o me-
nos quién explota, adonde van los beneficios, por qué manos pasan y en
qué se invierten, mientras que el p o d er... Sabemos que no son los gober-
nantes quienes detentan el poder. Pero la noción de «clase dirigente» no es
muy clara ni está muy elaborada. «Dominar», «dirigir», «gobernar», «grupo de
poder», «aparato de Estado», etcétera: hay todo un conjunto de nociones
que exigen un análisis. Asimismo, habría que saber hasta dónde se ejerce
el poder, mediante qué mecanismos y en qué instancias, a m enudo ínfi-
mas, de jerarquía, de control, de vigilancia, de prohibiciones, de coercio-
nes. Allí donde hay poder, éste se ejerce. Nadie es, hablando propiamente,
su titular; y sin embargo se ejerce siempre en cierta dirección, con unos de
un lado y los otros del otro; no se sabe quién lo tiene exactamente, pero
se sabe quién no lo tiene. La lectura de tus libros (desde el Nietzsche has-
ta lo que puedo imaginarme de Capitalismo y esquizofrenia) ha sido esen-
cial para mí porque me parece que avanzan en el planteamiento de este
problema: bajo el viejo tema del sentido, del significado, del significante,
etcétera, está finalmente la cuestión del poder, de la desigualdad de p o -
deres, de sus luchas. Cada lucha se desarrolla en torno a un foco particu-
lar de poder (de esos innumerables mini-focos que son un jefe, un vigilante
de HLM,T el director de una cárcel, un juez, un delegado sindical, el re-
dactor-jefe de un periódico). Y si el referirse a estos focos, denunciarlos,
hablar de ellos públicamente es una lucha, esto no sucede porque nadie
tuviera antes conciencia de ellos, sino porque tomar la palabra para hablar
de esto, forzar la red de información institucional, nombrar, decir quién ha
hecho qué, señalar el blanco ya significa uña primera inversión del poder,
un primer paso para otras luchas contra el poder. Discursos como los de
los reclusos o los médicos de las cárceles son ya luchas porque enajenan,
al menos momentáneamente, el poder de hablar sobre la cárcel, actual-
mente copado solamente por la administración y sus comparsas reformis-
tas. El discurso de lucha no se opone al inconsciente, se opone al secreto.
Parece como si esto fuera una rebaja, pero, ¿y si fuera una ganancia? Hay

1 HI.M: un tipo de vivienda social de alquiler conocido en Francia com o «habitations a loyer m o
deré» (habitaciones de renta limitada).
toda una serie de equívocos acerca de lo «escondido», de lo «reprimido», de
lo «no dicho», que permiten hacer un «psicoanálisis» barato acerca de lo que
ha de ser objeto de una lucha. Quizá el secreto sea más difícil de vencer
que lo inconsciente. Los dos temas que hasta hace poco nos encontrába-
mos constantemente eran: «la escritura es lo reprimido» y «la escritura es
subversiva de pleno derecho», y me parece que en estos temas se delatan
cierto número de operaciones que hay que denunciar con todo rigor.

Gilíes D eleuze.- Sobre este problem a que planteas: sabem os perfecta-


mente quién explota, quién se beneficia, quién gobierna, pero el poder
es algo aún más difuso, yo defendería la hipótesis siguiente; el marxismo
-so b re todo é l- ha determ inado el problem a en términos de interés (el
poder lo detenta una clase dominante definida por sus intereses). Al ha-
cer eso, se nos hurta la pregunta acerca de cóm o es posible que alguien
que no tenga esos intereses persiga el poder, se adhiera a él o mendigue
una parcela del mismo. Y es que quizá, en cuestión de inversiones (ya sean
económ icas o libidinales), el interés no tiene la última palabra, hay in-
versiones del deseo que explican por qué a veces se puede, no desear
contra el propio interés, puesto que el interés sigue siempre al deseo y va
a donde el deseo lo lleva, sino tener un deseo más profundo y difuso que
el propio interés. No podem os negarnos a escuchar el grito de Reich: ¡No.
las masas no han sido engañadas, han deseado el fascism o en algún mo-
mento! Hay cargas de deseo que modelan y difunden el poder, y que ha-
cen que el poder se encuentre tanto en el nivel de la policía com o en el
del prim er m inistro, y no hay ninguna d iferen cia de naturaleza entre
el poder que ejérce un policía sin importancia y el que ejerce un minis-
tro. La naturaleza de las inversiones deseantes en el cuerpo social es lo
que explica por qué los partidos o los sindicatos, que tendrían que tener
—o deberían tener—posiciones revolucionarias en nombre de los intereses
de clase pueden mantener posiciones reformistas o totalmente reacciona-
rias en el nivel del deseo.

M ichel Foucault.- Como tú dices, las relaciones erjtre el poder, el deseo y


el interés son más com plejas de lo que se suel^í creer, y no son siempre
quienes ejercen el poder los mismos que tienen interés en ejercerlo, y quie-
nes tienen interés en ejercerlo no siempre lo ejercen y, lo que es más, el
deseo de poder desem peña un papel singular entre el poder y el interés.
Las masas, en la época del fascismo, desean que alguien ejerza el poder, al-
guien que sin embargo no se identifica con ellas, ya que el poder se ejer-
cerá sobre ellas y a su costa, incluso hasta su muerte, hasta su sacrificio.
hasta su masacre, pero ellas, no obstante, desean ese poder, desean que se
ejerza ese poder. Sabemos aún muy poco de este juego del poder, el deseo
y el interés. Hemos necesitado mucho tiempo para saber qué era la explo-
tación. Y el deseo es también una cuestión de largo alcance. Puede que las
luchas que ahora se desarrollan y en consecuencia las teorías locales, re-
gionales, discontinuas que se están elaborando en estas luchas y forman
parte indisociablemente de ellas, sean el comienzo de un descubrimiento
del modo en que se ejerce el poder.

Gilíes Deleuze.- Vuelvo, pues, a la misma cuestión: el movimiento revo-


lucionario actual tiene múltiples focos, y ello no es muestra de debilidad o
de insuficiencia, puesto que un cierto tipo de totalización es lo propio del
poder y de la reacción. Por ejemplo, Vietnam fue una extraordinaria res-
puesta local. Pero ¿cómo concebir las redes, los vínculos transversales en-
tre estos puntos activos discontinuos, de un país a otro o en el interior del
mismo país?

M ichel Foucault.- Esta discontinuidad geográfica de la que hablas puede


querer decir algo como que, cuando se lucha contra la explotación, el pro-
letariado no es solamente quien conduce la lucha sino también quien defi-
ne los objetivos, los métodos, los lugares y los instrumentos de lucha; aliarse
con el proletariado es adherir a sus posiciones, a su ideología, asumir los
motivos de su combate. Fundirse con él. Pero cuando se lucha contra el po-
der, todos aquellos sobre quienes se ejerce el poder como un abuso, todos
los que lo reconocen como intolerable, pueden comprometerse en la lucha
allí donde se encuentren y a partir de su actividad (o de su pasividad) pro-
pia. Comprometiéndose en esta lucha, que es la suya, cuyos objetivos co-
nocen perfectam ente y cuyos m étodos pueden determinar, entran en el
proceso revolucionario. Desde luego, como aliados del proletariado, ya que
el poder se ejerce del modo en que se ejerce para mantener la explotación
capitalista. Sirven a la causa de la revolución proletaria luchando exacta-
mente allí donde la represión les afecta. Las mujeres, los presos, los solda-
dos de reemplazo, los enfermos de los hospitales, los hom osexuales han
iniciado en ese momento una lucha específica contra la forma peculiar de
poder, de coacción o de control que se ejerce sobre ellos. Estas luchas for-
man parte hoy del movimiento revolucionario, siempre que sean radicales,
sin com prom iso ni reform ism o, sin intentar reconstruir el mismo poder
para, como mucho, conseguir un cambio de titular. Y estos momentos se li-
gan al movimiento revolucionario del proletariado en la medida en que tie-
ne que combatir contra todos los controles y coacciones que en cualquier
parte conducen a ese mismo poder.
Es decir, que la generalización de la lucha no tiene lugar al modo de esa
totalización de la que hablabas antes, esa totalización teórica, al modo de
la «verdad». Lo que generaliza la lucha es el propio sistema del poder, las
formas de su aplicación y de su ejercicio.

Gilíes D eleuze - Y no se puede trastornar nada en un punto de aplicación


sin enfrentarse a ese conjunto difuso, que en tal caso nos vemos obligados
a hacer explotar a partir de la más mínima reivindicación. Toda defensa y
todo ataque revolucionario parcial se liga así a la lucha obrera.

Potrebbero piacerti anche