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Población y Salud en Mesoamérica. Doi: https://doi.org/10.15517/psm.v15i2.

29255
Volumen 15, número 2, Artículo 5, enero-junio 2018

PSM

Prevalencia de depresión en hombres y mujeres mayores en


México y factores de riesgo
Perla Vanessa De los Santos y
Sandra Emma Carmona Valdés

Revista electrónica semestral


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Centro Centroamericano de Población
Universidad de Costa Rica

ISSN-1659-0201
http://ccp.ucr.ac.cr/revista/
Doi: https://doi.org/10.15517/psm.v15i2.29255
Población y Salud en Mesoamérica Volumen 15, número 2, Artículo 5, enero-junio 2018

Prevalencia de depresión en hombres y mujeres mayores en


México y factores de riesgo
Prevalence of depression in elderly men and women in Mexico and risk factors
Perla Vanessa De los Santos 1 y Sandra Emma Carmona Valdés 2

 RESUMEN: El objetivo de esta investigación fue determinar la prevalencia de depresión en


mujeres y hombres mayores de 60 y hasta 103 años en México a partir de los resultados de la
Encuesta Nacional de Salud y Envejecimiento. La metodología utilizada fue de corte tipo expo
facto, no experimental, transaccional; a través de un modelo de regresión logística binomial,
se determinó la prevalencia de depresión en las 5275 personas de un rango de edad de 60 a
103 años de edad. Dentro de los principales resultados se encontró que existe una
prevalencia de depresión en personas mayores de 74.3% (1734 hombres mayores y 2186
mujeres). Además, se evidenció que variables como la edad, la escolaridad, el estado civil, el
nivel de somatización, la ocupación y las actividades sociales son factores estadísticamente
asociados a la aparición de depresión en personas mayores. El estudio concluye que los
factores de riesgo personales, estructurales, económicos, sociales y de salud analizados en
este estudio actúan de forma diferenciada al hablar de hombres y mujeres.

De los Santos y Carmona-Valdés


 Palabras Clave: depresión; personas mayores; hombres; mujeres; factores de riesgo;
México

 ABSTRACT: The objective of this research was to determine the prevalence of depression in
men and women from 60 to 103 years old in Mexico from the results of the National Survey of
Health and Aging. The methodology used was a type of test expo facto, non-experimental,
transactional, correlational; through a binomial logistic regression model, the prevalence of
depression was determined in the 5275 people of an age range of 60 to 103 years old. Among
the main results, it was found that there is a prevalence of depression in people over 74.3%
(1734 older men and 2186 women). In addition, it was evidenced that variables such as age,
schooling, marital status, level of somatization, occupation and social activities are statistically
associated with the onset of depression in older people. The study concludes that personal,
structural, economic, social, and health risk factors analyzed in this study act differently when
talking about women and men.

 Keywords: older people; men; women; depression; risk factors; México

Recibido: 13 jun, 2017 Corregido: 08 nov, 2017 Aprobado: 09 nov, 2017

1 Universidad Autónoma de Nuevo León. MÉXICO. perla_dls@hotmail.com


2 Universidad Autónoma de Nuevo León. MÉXICO. carmona.uanl@gmail.com

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Población y Salud en Mesoamérica Volumen 15, número 2, Artículo 5, enero-junio 2018

1. Introducción

México se ha visto influido por diversos fenómenos como la globalización, la


industrialización, la modernización, la urbanización y los grandes logros del siglo XXI
en materia científica, médica, tecnología e higiénica, que han modificado la estructura
y dinámica de la sociedad actual (Ham-Chande, 2003; Huenchuan, 2005; Tuirán,
2003). Dentro de las transformaciones más significativas se encuentra la transición
demográfica que originó entre otros efectos el envejecimiento poblacional. Al
respecto, Aranibar (2001), puntualiza que este es uno de los logros más importantes
de la humanidad a nivel mundial. Así, el envejecimiento se presenta como un proceso
ascendente no solo de las personas que cumplen 60 años, sino también de las
personas con más de 80 años.

Lo anterior no implica que el vivir más tiempo se relacione de forma directa con un
mayor nivel de bienestar para las personas que envejecen, sino todo lo contrario: el
proceso de envejecimiento en hombres y mujeres mayores se encuentra

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condicionado por una serie de aspectos que les posicionan como grupo en situación
de vulnerabilidad. Así, uno de los principales focos de atención que actualmente están
adquiriendo relevancia por su magnitud y prevalencia son los trastornos mentales y/o
emocionales en la tercera edad, los cuales sitúan a las personas mayores como uno
de los grupos etarios que presentan mayor riesgo de sufrir algún problema de salud
mental, en especial las mujeres. Este hecho se relaciona con el conjunto de procesos
y cambios que experimentan las personas mayores en esta etapa de vida
(Organización Mundial de la Salud [OMS], 2006, 2011).

Hoy en día, se encuentra la depresión como uno de los síndromes geriátricos más
importantes que afecta a la población mayor, debido al aumento significativo en
magnitud y prevalencia (Secretaría de Salud, 2001). A partir de ello, se ha
documentado que la depresión en personas mayores se ha convertido en un
padecimiento con prevalencia significativa e incluso se le ha considerado como un
problema de salud pública (OMS, 2006). De acuerdo con cifras mundiales
presentadas por la OMS (2011), los episodios depresivos en personas mayores
oscilan entre el 30% y 70% (dependiendo de la forma de evaluación). Además, se
reporta que para el 2020 la depresión en pacientes mayores será la segunda causa
de morbilidad y mortalidad a nivel mundial. Empero, se evidencia que existe una
subvaloración del diagnóstico de este trastorno, asumiendo que es un proceso normal
del envejecimiento, y con ello, desconociendo que la depresión está estrechamente
relacionada con el bienestar de las personas mayores (Aguilar y Ávila, 2006).

Estudiosos sobre el tema, puntualizan que la depresión en la vejez es una


enfermedad que probablemente sea la principal causa de sufrimiento en la persona
adulta mayor y con la que se relaciona de manera directa a la disminución de su
calidad de vida (García, Juárez, Gallegos, Durán y Sánchez, 2001; Gómez,
Bohórquez y Pinto, 2004). Ruíz, Zegbe, Sánchez, y Castañeda (2014) asocian la
depresión en la vejez al cúmulo de pérdidas que enfrentan las personas conforme van

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envejeciendo, tales como pérdidas biológicas, físicas, funcionales, cognitivas,


económicas, sociales y emocionales.

Por su parte, Conde y Jorde (2006) señalan que la depresión es “una enfermedad
mental en la que la persona mayor experimenta tristeza profunda y una progresiva
disminución del interés para casi todas las actividades del desempeño social” (p.87).
Retomando el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSMIV),
definen la depresión a partir de un estado de ánimo depresivo la mayor parte del día,
pérdida del interés de actividades previamente placenteras, agitación o lentitud
psicomotriz, fatiga o pérdida de energía, sentimientos de inutilidad o culpa;
disminución de la capacidad para concentrarse, irritabilidad, alteraciones del sueño,
quejas somáticas recurrentes y pensamientos mórbidos de muerte tanto el miedo a
morir como la ideación suicida (Campos y Navarro, 2004; Secretaría de Salud, 2001).

En este caso, las estimaciones para México presentadas por el Instituto Nacional
Estadística y Geografía (INEGI, 2012a), estimaron que el 22.1% de mujeres y 12.5%
de hombres tuvieron síntomas como tristeza profunda, menor capacidad de
concentración, baja autoestima y pensamientos recurrentes de muerte. Bajo este

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tenor, la depresión mayor constituye uno de los padecimientos más frecuentes,
discapacitantes y asociado a una alta morbimortalidad en contextos como el mexicano
(OMS, 2006). Cabe puntualizar que en el riesgo de aparición de un cuadro depresivo
algunos autores y autoras concuerdan que en este síndrome convergen una serie de
factores, que interactúan y conducen en forma conjunta al detrimento de la calidad de
vida en hombres y mujeres mayores, tales como: vivir solos, la institucionalización, la
morbilidad/discapacidad de la pareja, la viudez, el abandono familiar y la falta de
ingresos, entre otros (Alarcón y García, 2003; Alonso, 2001; Martínez, Martínez,
Esquivel y Velasco, 2007; Parra y Aguilar, 2009).

Para teóricos como Estrada, Cardona, Segura, Ordoñez, y Osorio (2012), muchos
casos de depresión no son claramente apreciables en la práctica clínica, ya que sus
síntomas se presentan de forma heterogénea en esta población. Abordando
específicamente la heterogeneidad con la que se presenta este síndrome, se puede
decir que existen diferencias significativas en la depresión mayor de mujeres y
hombres. Bajo esta argumentación, numerosos estudios sobre el tema han
documentado una mayor prevalencia de episodios depresivos en mujeres mayores,
ya que ellas presentan una mayor severidad e impacto de los síntomas somáticos,
concluyendo que el género es factor de riesgo (Alfaro y Acuña, 2000; Campos y
Navarro, 2004; García et al., 2001; Parra y Aguilar, 2009). Así, estudios
epidemiológicos han reportado que la recurrencia del trastorno depresivo es por lo
menos dos veces más frecuente en mujeres que en hombres, ocasionado por una
mayor propensión a episodios de ansiedad (Secretaría de Salud, 2001; Urbina, Flores
y García, 2001).

Márquez, Soriano, García, y Falcón (2005) puntualizan que las mujeres mayores
están expuestas a experimentar más eventos estresantes que los hombres y pueden
ser más sensibles a los efectos de estos. Asimismo, la literatura al respecto ha
señalado que las experiencias de vida de las mujeres difieren de las de los varones,

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pues reflejan su carencia de poder en las relaciones personales, laborales,


económicas, sociales y profesionales (Buendía y Riquelme, 2004; Campos y Navarro,
2004). Cierto es que, tanto para hombres como para mujeres, enfrentarse a la
experiencia del envejecimiento les remite a un proceso de ajuste y adaptación y les
posiciona en diferentes grados de vulnerabilidad a padecer algún grado de depresión.
Consecuentemente, ante la importancia que cobra hoy tanto el envejecimiento
poblacional, como los problemas de salud mental y emocional asociados a este
fenómeno, es que se hace relevante analizar en un contexto específico con el fin de
profundizar sobre la depresión en personas mayores. De allí, surgen las siguientes
interrogantes: ¿cuál es la prevalencia de depresión en hombres y mujeres mayores en
México?, ¿cuáles son los factores de riesgo asociados a la aparición de la depresión
en hombres y mujeres mayores mexicanos? y ¿los factores personales, estructurales,
económicos, sociales y de salud inciden en la depresión en personas mayores
mexicanas?

Por lo tanto, el objetivo del escrito es determinar la prevalencia de depresión en


mujeres y hombres mayores en México a partir de los resultados de la Encuesta
Nacional de Salud y Envejecimiento (INEGI, 2012b). Para cumplir con el objetivo

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anterior se hace necesario estudiar la influencia de factores de riesgo como el sexo, la
edad, la escolaridad, el estado civil y el acceso a servicios de salud, polimorbilidad,
polifarmacia, nivel de somatización, capacidad funcional, limitación en actividades
básicas de la vida y actividades instrumentales de la vida diaria (ABVD-AIVD), los
ingresos, la ocupación, el apoyo económico, el apoyo no económico, el apoyo social y
la satisfacción con la vida, entre otras; estos permitirán, por un lado, visualizar la
influencia de estos factores en el contexto nacional mexicano, y por el otro, considerar
a estos factores como áreas de oportunidad dentro de las políticas sociales y de salud
hacia este grupo poblacional.

2. Fuentes de datos y metodología

2.1. Fuente de datos y población de referencia


Para hacer el análisis que se expone en este escrito se utilizó la Encuesta Nacional
sobre Salud y Envejecimiento (ENASEM) realizada en México en 2012. Esta encuesta
fue un proyecto longitudinal en conjunto del Instituto Nacional de Estadística y
Geografía (México) y de las Universidades de Texas, Pennsylvania, Maryland y
Wisconsin (Estados Unidos de América). Su finalidad fue actualizar la información
estadística recabada en los levantamientos anteriores (2001 y 2003) sobre la
población de 50 años y más en México, con representación rural y urbana en los 32
estados del país; esto permitió evaluar el proceso de envejecimiento, el impacto de
enfermedades y la discapacidad en la realización de sus actividades. Así, la población
de referencia del estudio fueron 13 millones de personas de 50 años y más (INEGI,
2012b).

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Para recabar la información se utilizó como técnica primordial el cuestionario 3. El


diseño del cuestionario estuvo a cargo de la Subdirección de Procesamiento y Bases
de Datos de Encuestas Especiales del INEGI en conjunto con la Universidad de
Texas; ambas fueron las instituciones encargadas de construir los apartados que
integran la encuesta: datos demográficos, salud, control y servicios de salud,
ejercicios cognoscitivos, padres y ayuda de padres, ayuda e hijos, funcionalidad,
empleo, vivienda, pensión, ingresos y bienes, y medidas antropométricas (INEGI,
2012b).

Con el propósito de dar continuidad al estudio longitudinal, la Universidad de Texas y


el INEGI llevaron a cabo una prueba de campo con el propósito fundamental de
fortalecer los procedimientos para captar información de calidad para dar respuesta a
los objetivos del proyecto, Dicha prueba piloto se realizó en la Ciudad de México del
27 al 31 de agosto. Después de la aplicación de esta prueba piloto y los ajustes
pertinentes, se procedió al levantamiento de datos del 1º de octubre al 23 de
noviembre del 2012. En este levantamiento la muestra total estuvo integrada por
19558 personas a partir de dos tipos de muestra: a) la primera corresponde a

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personas entrevistadas en el 2001 o 2003, y a las que se le dio seguimiento, con un
total de 14283 individuos; b) la segunda es una muestra adicional obtenida de casos
nuevos, la cual constaba de un total de 5275 personas (INEGI, 2012b).

2.2. Tipo de estudio y muestra


Para detectar la depresión en las personas consideradas en el estudio se utilizó un
panel de expertos conformado por personas del INEGI y de las Universidades de
Pennsylvania, Maryland y Wisconsin. Como se señaló anteriormente, la ENASEM
(INEGI, 2012b) consta de diversas dimensiones. Específicamente, en el área de
salud, se encuentra la depresión dentro del aparatado de salud, la cual consta de 10
ítems para evaluar la presencia de síntomas asociados a un estado depresivo. Cabe
puntualizar que por conveniencias del manejo de los datos solo se realizó el análisis
con el tipo de muestra adicional obtenida de casos nuevos en el 2012 (5275 personas
de 60 años o más)4 por ello, el tipo de análisis que se estructuró a partir de esta
submuestra es de tipo expo facto, no experimental, transaccional.

Es importante señalar que para evaluar la depresión en personas mayores existen


diversos instrumentos y escalas que provienen del área psicológica como la Escala de
depresión geriátrica de Yesavage, la prueba de depresión de Zung, la Prueba de
Hamilton y la Escala de Beck; sin embargo, dadas las pruebas de validad, la
ENASEM (INEGI, 2012b) se consideró un instrumento eficaz para evaluar la
depresión en personas envejecidas.

3
Para tener acceso al cuestionario completo consultar la siguiente página:
http://www.enasem.org/DocumentationQuestionnaire.aspx
4
Dado que la encuesta retoma personas desde los 50 años de edad, por conveniencia se usaron filtros para
considerar sólo aquellas personas que tuviesen 60 años y más.

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Dentro de las pruebas de validad del cuestionario sobre depresión se tomaron en


cuenta la consistencia y validez. Dentro de la prueba para medir la consistencia
interna se utilizó el coeficiente alfa de Cronbach (0.71), la correlación prueba contra
prueba (CCI) con el coeficiente de Spearman (rs=0.789, p<0.001) y el intervalo de
confianza de 95% entre 0.845 y 0.945 (p<0.001). De acuerdo a la curva de ROC del
cuestionario de la ENASEM mostró un área bajo la curva de 0.792. La ponderación
entre la sensibilidad y la especificidad permitió establecer un punto de corte en ≥5
puntos en dicho instrumento (preguntas positivas para síntomas depresivos). Con ese
punto de corte, la sensibilidad es de 80.7% y la especificidad de 68.7%. Dichos
resultados señalan que el cuestionario de la ENASEM esta significativamente
correlacionado con el diagnóstico clínico de la depresión (p<0.001).

Debido a la naturaleza categórica de las variables (opciones de respuesta sí/no) fue


posible realizar el análisis a partir de un modelo de regresión logística binaria. Para
poder emplear el modelo se utilizó el paquete estadístico SPSS versión 17; y,
tomando en cuenta que se aprecian diferencias en la prevalencia de síntomas
depresivos, se analizó cada población de manera separada (hombres y mujeres) para
medir el efecto de las variables independientes tomando en cuenta la diferencia de

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sexo. Cabe puntualizar que para la correr el modelo de regresión, primero se utilizó el
coeficiente de correlación de Pearson para estimar el grado de asociación entre la
variable dependiente y las variables consideradas factores de riesgo. Dentro de los
resultados, se comprobó en la mayoría de los casos asociación con un nivel de
significancia menor a .05. Esto permitió construir el modelo con 17 variables
dependientes y la variable dependiente, lo cual también se comprueba en el modelo.

2.3. Construcción del modelo de regresión logística binaria y análisis.


La variable dependiente del estudio fue síntomas de depresión. Para construir dicha
variable se usaron los siguientes ítems de la encuesta: ¿se ha sentido deprimido?;
¿ha sentido que todo lo que hacía era un esfuerzo?; ¿ha sentido que su sueño es
intranquilo?; ¿se ha sentido feliz?; ¿se ha sentido solo?; ¿ha sentido que disfrutaba
de la vida?; ¿se ha sentido triste?; ¿se ha sentido cansado?; ¿ha sentido falta de
energía?; ¿se ha sentido triste, bajo de ánimos o deprimido por dos o más semanas
seguidas? La opción de respuesta de dichas preguntas fue binaria (sí/ no) lo cual
permitió construir el indicador de “persona sin depresión” a partir de la sumatoria de
las respuestas sí, mientras que el indicador de “persona con depresión” fueron
aquellas personas que presentaron de 0 a 2 respuestas establecidas por la encuesta
(más de tres síntomas se consideró con depresión mayor).

Dentro de las variables independientes, se consideró el sexo, la edad, la escolaridad,


el estado civil y el acceso a servicios de salud (Instituto Mexicano del Seguro Social,
Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, Seguro
Popular y Petróleos Mexicanos, entre otros). Empleando una sumatoria de las
respuestas construyó los indicadores “con servicio médico” y “sin servicio médico”.

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En cuanto a los factores de salud se tomaron en cuenta las siguientes: polimorbilidad,


polifarmacia, nivel de somatización, capacidad funcional y limitación en actividades
básicas de la vida y actividades instrumentales de la vida diaria (ABVD-AIVD). En el
caso de la polimorbilidad se tomaron en cuenta ítems que tenían que ver con el
diagnóstico de diversas enfermedades como hipertensión, diabetes mellitus, cáncer,
enfermedades respiratorias, infarto, derrame, artritis, reumatismo, enfermedad del
hígado, enfermedad del riñón, tuberculosis y neumonía. Dado que las opciones de
respuesta a dichas preguntas fueron binarias, se pudo realizar una sumatoria de las
patologías que presentaban las personas mayores, estableciendo los indicadores “sin
enfermedades”, “de 1 a 3 enfermedades” y “4 o más enfermedades”.

Caso similar fue la variable de la polifarmacia, en donde para cada una de las
enfermedades señaladas se preguntó a los sujetos si estaba bajo tratamiento. Las
opciones de respuesta fueron igualmente binarias, hecho que permitió crear la
variable, estableciendo como indicadores de análisis “de 1 a 3 medicamentos” y “4 o
más medicamentos”. En la variable acerca del nivel de somatización se incluyeron las
preguntas que se referían a la presencia de hinchazón frecuente, dificultad para
respirar, mareos o desmayos, sed intensa, fatiga severa, dolor del estómago, pérdida

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involuntaria de orina y ardor o quemazón al orinar. Las respuestas fueron binarias
(sí/no), lo cual permitió hacer una combinación de éstas y establecer como
indicadores “leve”, “moderado” y “severo”.

La variable capacidad funcional se construyó a partir de los ítems que se refieren a


dificultad para caminar, para correr, para estar sentado, para levantarse, para subir
escaleras, para inclinar el cuerpo, para subir o extender los brazos, para jalar y
dificultad para mover objetos, cuyas opciones de respuesta fue binaria (sí/no). La
sumatoria de las opciones de respuesta permitieron formar los indicadores siguientes:
“sin dificultad”, “de 1 a 4 dificultades” y “5 o más dificultades”. Y en las limitaciones de
ABVD-AIVD se tomaron en cuenta actividades como bañarse, ir a la cama, usar el
excusado, hacer la comida, ir de compras, tomar medicamentos y manejar de dinero,
tales opciones de respuesta fueron sí/no. Se utilizó la misma forma de agrupación y
se crearon los indicadores “1 a 3 dificultades”, “4 o más dificultades”.

En cuanto a las opciones económicas de las personas mayores se tomaron en cuenta


la ocupación actual, la ayuda económica recibida (por familiares, vecinos, amigos,
etc.) y la ayuda no económica recibida (actividades del hogar, cuidados, consejos,
mandados, transporte, etc.). A partir del ingreso económico, la pensión, la jubilación y
los programas sociales se construyó la variable de ingresos múltiples, con indicadores
como “1 ingreso” y “2 ingresos o más”.

Dentro de las actividades sociales se tomó en cuenta el uso del tiempo libre con
actividades como cuidar a niños, realizar algún trabajo voluntario, asistir a algún curso
de capacitación, clase o plática informativa, asistir a un club deportivo y, hablar con
familiares o amigos, entre otras, cuya opción de respuesta fue binaria y se realizó la
sumatoria pertinente. De esta lista se construyeron los indicadores “sin actividad”, “de
1 a 3 actividades” y “4 o más actividades”. Igual caso para el contacto social se tomó
en cuenta la relación con familiares, amigos y vecinos durante los últimos dos años.

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De esta se obtienen los indicadores “con contacto social” y “sin contacto social”, los
cuales tienen como rango de 0 a 3 vínculos para la primera y 4 o más vínculos para la
segunda.

El apoyo social se midió a partir del ítem que se refiere a si la persona mayor puede
contar con vecinos, amigos o familiares en el caso de alguna necesidad como traer
comida, enfermedad, transporte, consejo. La actividad física se midió tomando en
cuenta el ítem que se refería a practicar algún deporte o actividad física durante los
últimos dos años.

Las pruebas de ajuste del modelo resultaron estadísticamente significativas para


explicar la depresión mayor (p< 0.05), por lo que se estimó que las variables
explicaron el modelo en un 72.9% en hombres, mientras que en el caso de las
mujeres este porcentaje aumentó a un 84.9%. Además, es importante mencionar que
la categoría de comparación o contraste es la última en cada variable.

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3. Resultados

El grupo de personas mayores estudiadas fue de 5275. La población entre 60 y 69


años de edad representó el 9%, el 64.6% de la población entrevistada tenía entre 70 y
79 años de edad y el grupo de 80 años y/o más fue el 26.4%; en total, la muestra
estuvo integrada por un 44.8% de hombres y 55.1% mujeres. El estado civil
predominante fue la categoría de casado o unido con el 61.5%, le siguen el 22.9% de
personas viudas, el 8.6% divorciado o separado y, por último, aparece el 7% de
solteros. El 81.5% señaló estar bajo un sistema de protección en salud, ya sea este
Instituto Mexicano del Seguro Social, Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de
los Trabajadores del Estado, Petróleos Mexicanos y Seguro Popular, entre otros.

De acuerdo al estado de salud, el 55.3% afirmó padecer de 1 a 3 enfermedades. De


los sujetos de estudio, el 39% mencionó no tener enfermedades y solo el 5.7% señaló
que tenía más de 4 enfermedades (polimorbilidad). El 64.6% indicó tomar de 1 a 3
medicamentos y el 35.4% tomaba más de 4 medicamentos para tratar sus
enfermedades (polifarmacia). En relación con los síntomas, el 43.8% comentó que
tenía de 1 a 3 síntomas, el 38.9% manifestó no presentar ningún síntoma y el 17.3%
indicó que tenía más de cuatro síntomas tales como mareos, hinchazón o dolor de
estómago (polisintomatología). El 66.8% sufría algún tipo de dolor crónico a causa de
alguna patología. El 87.5% de las personas mayores afirmó que tenía por lo menos
alguna limitación de la funcionalidad. En cuanto a las AVD-AIV, el 98.9% de las
personas entrevistadas indicó que tenía más de una dificultad para realizar
actividades como usar el excusado, tomar medicamentos y manejar dinero, entre
otras.

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En relación a la actividad laboral, el 51.5% refirió tener una ocupación laboral. El 91%
recibe ayuda económicas y no económicas (95%) por parte de sus familiares
cercanos, amigos e incluso vecinos. El 93% confirmó que tiene solo un ingreso
económico para solventar sus necesidades en esta etapa de vida, el 7% restante
percibe más de 2 ingresos ya sea por salario, pensión, jubilación, renta y/o el
programa social. El 49% realiza entre 1 y 3 actividades sociales y el 51% señaló
realizar más de 4.

Se encontró que 3920 personas entrevistadas presentaban depresión; es decir, el


74.3% de la población consultada se ha sentido deprimida, infeliz, sola, cansada, sin
energía, triste, agobiada, que no disfrutaba de la vida, con sueño intranquilo, síntomas
presentes durante dos o más semanas seguidas (1734 hombres y 2180 mujeres) (ver
tabla 1). Estas cifras sobrepasan las estimaciones propuestas por la ENSANUT 20125
y por la OMS, 20116 Es relevante advertir que el 55.8% de las mujeres y el 44.2% de
los hombres reveló estos síntomas, por lo que la situación concuerda con la evidencia
empírica que señala mayor prevalencia de depresión en mujeres mayores.

De los Santos y Carmona-Valdés


Tabla 1
Depresión en hombres y mujeres de 60 años y más.
Depresión

Con depresión Sin depresión Total

1734 634 2368

Hombres 73,2% 26,8% 100,0%

44,2% 46,8% 44,9%

2186 721 2907

Mujeres 75,2% 24,8% 100,0%

55,8% 53,2% 55,1%

3920 1355 5275

Total 74,3% 25,7% 100,0%

100,0% 100,0% 100,0%

Fuente: Elaboración propia con resultados de la ENASEM (2012).

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El 22.1% de mujeres y 12.5% de hombres tuvieron síntomas como tristeza profunda, menor capacidad de
concentración, baja autoestima y pensamientos recurrentes de muerte (INEGI, 2012a).
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Los episodios depresivos en personas mayores se presentan entre un 30% y 70% dependiendo de la forma de
medición (OMS, 2011).

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De acuerdo con los resultados que arrojó el modelo de regresión logística binaria, se
puede resaltar lo siguiente: en cuando a la edad se puede señalar que es significativa
solo en algunos casos. Para hombres y mujeres el hecho de tener de 70 a 79 años
incrementa su probabilidad de parecer depresión en esta etapa de vida (1.3 y 1.2
respectivamente), esto con un nivel de significancia de .006 y .008. Algo que llama la
atención es que, en el grupo de adultos de 60 a 69 años, la probabilidad disminuye en
ambos casos (.8 y .9); no obstante, no se observa un patrón diferencial para hombres
y mujeres mayores en ningunos de los grupos de edad, con un p valor de .002 y .003.

Esto contrasta con la evidencia empírica que señala que la edad se considera una
variable que incide de forma directa en la ocurrencia de trastornos emocionales. Al
respecto, un estudio realizado en personas mayores de 60 años y más encontró que
la prevalencia mujeres era de 25%, mientras que la de los hombres fue de 15%.

Empero estos porcentajes se revierten en el grupo de edad de mayores de 80 años,


pues los varones tuvieron una incidencia mayor de síntomas de depresión en

De los Santos y Carmona-Valdés


comparación con las mujeres de ese grupo de edad (35% y 28% respectivamente)
(García y Tobías, 2001). La principal explicación de este hecho apunta a que tanto
hombres como mujeres que se encuentran en la cuarta edad generalmente
experimentan un desgate físico y funcional más agudo y progresivo (Estrada et al.,
2012).

En la variable educación, los resultados estadísticamente significativos señalan que la


ausencia de educación formal incrementa las probabilidades de que se presente
depresión mayor en mujeres y hombres; en este sentido, se infiere que la escolaridad
contribuye a la aparición de la depresión en la vejez. Es decir, una mujer sin
educación tiene 2.5 veces mayor posibilidad de tener depresión que una mujer con
educación formal y un hombre sin educación tiene 1.34 veces más posibilidades de
tener depresión en esta edad (con un nivel de significancia de .002 y .004
respectivamente). Ello refleja que nivel educativo es un factor que contribuye a que
las personas mayores tengan mayor o menor tolerancia a eventos estresantes de
vida. Así, una investigación realizada con personas mayores de 65 años mostró que
sujetos con mayor nivel de escolaridad presentan una mejor condición de salud física,
desarrollo de actividades de la vida diaria y autonomía. En contraste con las personas
mayores sin instrucción o con nivel primaria presentaban un deterioro funcional y
dependencia en más de una de las actividades cotidianas, incidiendo de forma directa
en su estado de ánimo (Parra y Aguilar, 2009).

Por su parte, el estado civil es significativo para la aparición de la depresión en


hombres solteros, ya que presentan 1.203 veces más la probabilidad de tener
depresión que los casados. En cambio, los hombres que se encuentran separados o
divorciados disminuyen la probabilidad de sufrir depresión (0.79). No así para las
mujeres separadas o divorciadas que incrementa su riesgo de estar deprimidas 1.003
veces.

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Los resultados de diversos estudios señalan que la depresión también se encuentra


ligada al estado civil particularmente a las circunstancias que rodean a la viudez. La
separación de un ser querido incrementa la sensación de soledad, aislamiento,
abandono, frustración, descuido personal e incluso agudización de enfermedades
crónicas y discapacitantes (Bello, Medina y Lozano, 2005). No obstante, la viudez
tiene un mayor impacto en los varones al observarse una mayor sintomatología
depresiva por la ausencia de satisfacción de necesidades básicas como el cuidado y
la alimentación, además del afecto, el cariño y el apoyo social que brinda la pareja
(Ruíz et al., 2014). Las mujeres, en cambio, afrontan la viudez con mayores recursos
sociales debido a que presentan mayores relaciones significativas, las cuales, les
permiten adaptarse a su nueva situación de vida. Pero, las implicaciones financieras
que surgen con la viudez suponen un desafío para su estabilidad económica al
reducirse el ingreso conyugal.

En las condiciones de salud se observa que tanto para hombres como para mujeres la
presencia de enfermedades múltiples no es un factor que incida en el riesgo de sufrir
depresión7 En el caso de los hombres y mujeres mayores tener menos enfermedades
disminuye su probabilidad de sufrir depresión, no obstante, esto no es

De los Santos y Carmona-Valdés


estadísticamente significativo para ninguna de las variables incluidas en el modelo
(ver tabla 2). El nivel de somatización y la capacidad funcional (subir escaleras,
caminar o correr) surgen estadísticamente significativas en la regresión para la
aparición de la depresión en mujeres que presentan uno a tres síntomas (1,265) y una
a cuatro dificultades (1,568). Por ello, para las mujeres tener múltiples síntomas
aumenta 1.2 veces la posibilidad de tener depresión y batallar para subir escaleras,
caminar o correr 1.5 veces más que las personas sin limitaciones.

Tabla 2
Modelo de regresión logística binomial

Depresión

Hombres Mujeres

Variables Sig.
independientes Sig.
(<
Exp(B) 0.05) Exp(B) (< 0.05)

Edad

60 a 69 años .860 .002* .905 .003*

70 a 79 años 1.304 .006* 1.245 .008*

Continúa...
7
Contar con un sistema de atención médica no advierte hallazgos significativos, por lo que tener o no tener con un
sistema de salud no influye en que ocurra la depresión. De la misma forma el uso de medicamentos múltiples para
tratar problemas de salud en la vejez no muestra que sea relevante para la ocurrencia de la depresión.

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...Continuación tabla 2

80 años y más 1 1

Escolaridad

Sin educación 1.344 .004* 2.569 .002*

Primaria 1.022 .587 1.345 .005*

Secundaria .456 1.037 1.675 .330

Preparatoria o
Bachillerato 0.845 1.045 1.234 .067

Universidad y más 1

Estado civil

Soltero 1.203 .004* .765 1.248

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Casado o unido 1.023 .809 1.369 1.085

Divorciado o separado .792 .003* 1.003 .003*

Viudo 1 1

Polimorbilidad

Sin enfermedades .475 .708 .409 .916

De 1 a 3 enfermedades .569 .07 1.104 .014

4 o más enfermedades 1 1

Nivel de somatización

Leve .345 .004* .208 .609

Moderado .794 1.168 1.265 .003*

Severo 1 1

Servicio médico

Con servicio médico .156 .845 .126 .824

Sin servicio médico 1 1

Polifarmacia

1 a 3 medicamentos .304 .018* 1.009 .017*

Continúa...

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...Continuación tabla 2

4 o más medicamentos 1

Capacidad funcional

Sin dificultades .045 .008* .408 .056

1 a 4 dificultades 1.235 1.003 1.568 .001*

5 o más dificultades 1 1

Limitaciones de ABVD-AIVD

1 a 3 dificultades .190 .046* .321 .004*

5 o más dificultades 1 1

Ocupación

Con ocupación .191 .000* 2.304 .035*

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Sin ocupación 1 1

Ayuda económica

Con ayuda económica .504 .034* .392 .001*

Sin ayuda económica 1 1

Ayuda no económica

Con ayuda no
económica .203 1.437 .482 .004*

Sin ayuda no
económica 1 1

Ingresos múltiples

2 ingresos o más .828 1.059 1.458 .006*

1 ingreso 1 1

Actividades sociales

4 o más actividades .305 .005* .512 .000*

1 a 3 actividades .109 .089 .200 .004*

Sin actividad 1 1

Continúa...

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...Continuación tabla 2

Actividad física

Con actividad física .987 1.284 .781 1.025

Sin actividad física 1 1

Vínculos sociales

Con vínculos 2.006 .674 1.264 .021

Sin vínculos 1 1

Apoyo social

Con apoyo social .0458 .07 .745 .014

Sin apoyo social 1 1

Constante 45.600 .000 82.324 .000

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Notas: *Valores significativos para el modelo de regresión logística binaria.
Significatividad menor a 0.05 (p<.05).
Fuente: elaboración propia hecha con los resultados de la ENASEM (2012).

Relacionado con lo anterior, la población mayor se enfrenta a diferentes causas de


morbilidad y mortalidad que las generaciones que les precedieron, tales como
hipertensión, diabetes mellitus, enfermedades isquémicas del corazón, enfermedades
cerebrovasculares, enfermedades pulmonares, cáncer, embolias, artritis, reumatismo,
enfermedades de las vías urinarias y del riñón (OMS, 2006, 2011). Asimismo, es
frecuente la presencia de varios padecimientos (polimorbilidad) que incrementan las
consecuencias de deterioro de la salud, convirtiendo el envejecimiento óptimo en un
envejecimiento patológico; este se caracteriza por pérdida de funcionalidad,
dependencia, discapacidad, pérdida de alguna extremidad, deterioro cognitivo,
fragilidad, presencia de síntomas por periodos mayores de tiempo, intensificación de
dolor crónico y el uso intensivo de fármacos (Cerquera, 2008). Este conjunto de
condiciones actúan de manera conjunta para debilitar los mecanismos de respuesta y
la capacidad para conservar la armonía física, social y mental, de tal modo que
incrementa la probabilidad de desarrollar algún trastorno emocional como la
depresión.

Asimismo, la depresión aumenta el riesgo de discapacidad funcional para las


actividades básicas de la vida diaria y para las actividades instrumentales de la vida
diaria (ABVD-AIVD), lo cual debilita la percepción de las personas mayores con
respecto a su autonomía e independencia (Estrada et al., 2012). Además, el consumo
de fármacos para atender padecimientos crónicos degenerativos presenta
contraindicaciones; por ejemplo, personas que consumen 4 o más medicamentos
para tratar diversos tipos de patologías crónico-degenerativas aumentan su
probabilidad en un 50% de sufrir algún episodio depresivo (Urbina et al., 2001;
Martínez et al., 2007).

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Por otro lado, para las mujeres tener una ocupación laboral representa 2.304 veces
más la probabilidad de tener depresión y recibir más de dos ingresos incrementa la
posibilidad de tener depresión 1.458 veces. La ayuda económica y no económica para
las mujeres por parte de familiares cercanos, amigos o vecinos disminuye su
probabilidad de presentar depresión (.392 y .482 respectivamente). En cambio, para
los hombres tener trabajo y ayuda económica reduce el riesgo de aparición de
depresión (.191 y .504 respectivamente).

Consecuentemente, en la vejez se acentúan las necesidades y, por lo general,


disminuyen los recursos para hacer frente a sus demandas evidenciando que la
población envejecida tiene una desventaja económica (Ham-Chande, 2003).
Registros oficiales revelan que el 26.2% de la población de 60 años y más tienen
ingresos inferiores a la línea de bienestar, lo que les impide solventar sus
necesidades básicas en esta etapa de vida (INEGI, 2010). Cifras oficiales revelan que
la principal fuente de ingresos representan las transferencias familiares/apoyos
informales (59.3% de las mujeres y 48.4% de los hombres) (INEGI, 2010). Los
recursos económicos recibidos representan una alternativa para cubrir las

De los Santos y Carmona-Valdés


necesidades básicas a través de apoyos económicos y no económicos (como comida,
cuidado, apoyo y compañía) (Wong, González y López, 2014).

A causa de lo anterior, la población que se encuentra en la vejez se ha considerado


un grupo potencialmente vulnerable y con altas tasas de dependencia económica al
no tener recursos suficientes para satisfacer sus necesidades en cantidad y calidad
(Ribeiro, 2010). A consecuencia de esto, el depender económicamente de otros
individuos e incluso de las ayudas proporcionadas por el Estado altera la esfera
psicosocial de los individuos con sentimientos de inutilidad y desánimo. Así, diversos
estudios señalan que el contar o no con ingresos suficientes en la etapa de la vejez es
un predictor para el deterioro de la calidad de vida de las personas mayores,
ocasionando que se encuentren expuestos a una mayor prevalencia de trastornos
afectivos, cognitivos y conductuales tales como la depresión y la demencia senil
(García et al., 2001; Mejía, Miguel, Villa, Ruiz y Gutiérrez, 2007; Pando, Aranda,
Alfaro y Mendoza, 2001).

Por su parte, las actividades sociales influyen en la reducción de los episodios


depresivos, los hombres con 4 o más actividades sociales disminuyen .305 veces la
aparición de la depresión y las mujeres .512. Los vínculos sociales solo aparecen
significativos para las mujeres al aumentar su ocurrencia en 1.26 veces.

En este caso, las actividades sociales, educativas, artísticas, manuales, deportivas y


artesanales favorecen la salud física y mental de las personas mayores y ejercen una
función protectora frente a la vulnerabilidad (Campos y Navarro, 2004; García et al.,
2001; Mejía et al., 2007; Pando et al., 2001). En contraparte, Hernández (2001) ha
señalado que las personas adultas mayores sin actividades sociales son más
proclives al aislamiento social y, por lo tanto, a la soledad; esto aumenta su
irritabilidad, ansiedad, quejas somáticas y deterioro cognitivo.

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La población adulta mayor que conserva mayores relaciones entre familiares y


amistades mantiene un mejor nivel de bienestar que aquellas personas que
únicamente tienen un vínculo afectivo y social (Carmona, 2016). De acuerdo con
Alarcón y García (2003), los vínculos sociales fuertes y frecuentes en esta edad
incrementan las relaciones sociales y se constituyen como una fuente de apoyo e
intercambio social, por lo que los adultos mayores que descuidan las relaciones con
personas cercanas al núcleo familiar, amistades y vecinos y que cuentan con poco
apoyo no sienten satisfacción consigo, y tienden a presentar más síntomas de
depresión en comparación con quienes cuentan con vínculos sociales más cercanos y
satisfactorios.

4. Discusión

De acuerdo con los resultados encontrados, la depresión mayor en hombres y

De los Santos y Carmona-Valdés


mujeres presenta diferencias significativas en función de factores sociales,
estructurales, económicos, individuales y de salud, los cuales se reflejan en la
vulnerabilidad para padecer algún síntoma depresivo en esta etapa de la vida. De tal
manera, factores como la escolaridad, el estado civil, el nivel de somatización, la
capacidad funcional, las limitaciones para ABVD-AIVD, el trabajo, la ayuda
económica, las actividades sociales, los vínculos y el apoyo social actúan de forma
diferenciada para la ocurrencia de la aparición de la depresión en hombres y mujeres
mayores.

De manera particular, la escolaridad aparece como un factor de riesgo para la


aparición de la depresión mayor en personas sin instrucción formal, según los
resultados del modelo existe una relación significativa entre la falta de educación
formal y la aparición de la depresión sin distinción de sexo, esta condición continúa
estadísticamente significativa para las mujeres aun con estudios de primaria. Frente a
estos datos surge de manera automática la interrogante: ¿por qué razón las mujeres
sin educación formal son más propensas a la depresión? Posiblemente esta pregunta
se encuentra asociada a una diversidad de expresiones de desigualdad reflejadas en
la falta de acceso a la educación, la pobreza, a la falta de acceso al empleo, a los
sistemas de salud y a la protección social, los cuales son factores que se encuentran
intrínsecamente vinculados con la falta de educación. Por lo que, la aparición de
episodios de depresión trasciende el ámbito individual (expectativas insatisfechas,
componentes biológicos, rasgos de carácter) para insertarse en un factor de riesgo
estructural.

Asimismo, las personas mayores que no tuvieron la oportunidad de acceder a la


educación formal difícilmente tuvieron el acceso a trabajos formales con protección
social, vivienda digna y/o servicios de salud adecuados, condiciones intrínsecamente
ligadas con la pobreza. También, sobresale el trabajo como un factor económico de
riesgo para la depresión en las mujeres mayores de este estudio. Al respecto habría

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que cuestionarse si el empleo que desarrollan las mujeres mayores entrevistadas


representa una decisión propia de desarrollo profesional o atiende a necesidades
económicas no cubiertas, donde las personas tienen que seguir trabajando como
único recurso para subsistir. Es importante advertir que el empleo femenino en la
tercera edad representa uno de los grupos con mayor discriminación en el mercado
laboral, por lo que las personas mayores se enfrentan a condiciones de trabajo y
jornadas laborales inadecuadas, a poca cobertura en seguridad social y a salarios
bajos (Rendón, 2004). En este sentido, tener trabajo y su asociación con la aparición
de episodios de depresión en mujeres mayores trasciende el ámbito individual para
insertarse en un factor de riesgo económico al igual que la falta de educación formal.

Otro factor de riesgo económico para presentar depresión, en este caso para ambos
sexos, es recibir ayuda económica. Esta situación concuerda con Wong et al. (2014),
al señalar que las personas mayores tienen que aceptar su condición de dependencia
económica frente a su familia y asumir su vulnerabilidad al no contar con ingresos
suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Esta situación les “compromete” a
realizar actividades de correspondencia y/o compensación e influye en el sentimiento
de "ser una carga” para sus familiares. Además, las mujeres mayores que tienen dos

De los Santos y Carmona-Valdés


ingresos o más presentan 1.4 veces mayor posibilidad de tener depresión que el resto
de sus congéneres, por lo que recibir o manejar recursos puede involucrar mayor
responsabilidad frente a la familia por un lado y por otro lado, mezclar las relaciones
personales con intereses mercantiles.

El estado civil muestra asociación con la aparición de la depresión, al coincidir con


que el hecho de tener pareja disminuye la ocurrencia de depresión y la ausencia
incrementa la probabilidad de ocurrencia (Campos y Navarro, 2004; Cerquera, 2008;
García y Tobías, 2001; Parra y Aguilar, 2009). Así, para las mujeres el hecho de estar
divorciadas es un factor que aumenta sus probabilidades de depresión, situación que
posiblemente se asocie a otras condiciones como la vulnerabilidad económica.

De igual forma, los hallazgos de este estudio se contraponen con los resultados
obtenidos de otras investigaciones donde factores como la polimorbilidad, el dolor
físico, el acceso a sistemas de salud, la pérdida de alguna extremidad y la falta de
actividad física son dimensiones asociadas a la depresión mayor (Aguilar y Ávila,
2006; García y Tobías, 2001; García et al., 2001; Gómez et al., 2004; Márquez et al.,
2005; Martínez et al., 2007; Mejía et al., 2007; Pando et al., 2001; Parra y Aguilar,
2009; Ruíz et al., 2014; Urbina et al., 2001). En otras palabras, los resultados
derivados de 5275 personas mayores evidenciaron que dichos factores no se
encuentran asociados a la aparición de la depresión mayor.

Por su parte, el nivel de somatización aparece como un factor asociado a la depresión


sin distinción de sexo. Esto coincide con estudios hechos al respecto, que señalan
que la presencia de varios padecimientos incrementa las consecuencias de un estado
patológico (Aguilar y Ávila, 2006; Hernández, 2001; Pando et al., 2001). Al respecto,
Wong et al. (2014) indican que en los hombres existe mayor propensión a
enfermedades que requieren hospitalización (producto de riesgos de la ocupación y
estilos de vida asociados a la violencia, el alcohol y el tabaco) y en las mujeres a

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enfermedades crónicas e incapacitantes (producto de las desigualdades de género


que muestra el efecto acumulativo de deterioro físico y funcional), que en ambos
casos inciden en la disminución de calidad de vida de las personas.

Las actividades sociales aparecen como un factor que reduce la aparición de la


depresión, en las mujeres el impacto es mayor (0.745) que en hombres (0.305). Sin
embrago, se encontró que los vínculos sociales en mujeres mayores aumentan 1.23
veces la probabilidad de sufrir depresión. Una posible explicación pudiera estar
relacionada con las pérdidas de los mismos vínculos sociales conforme avanza la
edad, debido a la mayor esperanza de vida en las mujeres: se enfrentan a mayores
pérdidas de familiares, amistades, vecinas y vecinos que tienen que ir afrontando, y
que las confronta con su propia muerte.

5. Conclusiones

De los Santos y Carmona-Valdés


Las personas al llegar a la vejez están expuestas a múltiples factores de riesgo para
presentar algún síntoma depresivo en esta etapa de vida. Bajo este tenor, el estudio
expuesto evidencia una prevalencia de depresión de 74.3% de los sujetos estudiados.
Empero, los factores de riesgo personales, estructurales, económicos, sociales y de
salud analizados en este estudio actúan de forma diferenciada al hablar de hombres
y mujeres, ya que elementos como la educación, el estado civil, el nivel de
somatización, las limitaciones en la funcionalidad, el trabajo, la ayuda económica, las
actividades sociales, los vínculos sociales y la satisfacción con la vida apuntan en
diferentes direcciones para explicar este síndrome geriátrico, en algunos casos
incrementando su probabilidad, o en otros, disminuyendo la latencia de tener
depresión mayor.

Lo anterior hace diferir con los hallazgos encontrados por otros estudios que apuntan
a que la condición de salud es uno de los factores que mayor peso tienen a la hora de
predecir la ocurrencia de la depresión. Esto puede explicarse, en primer lugar, por la
inclusión de sujetos de estudio, los cuales son solo aquellas personas mayores
“nuevas” que se incluyeron en el levantamiento del 2012. En segundo lugar, habría
que considerar que los factores de riesgo analizados no pudieran tener relación
directa con la depresión mayor, pero si con otras esferas de vida del individuo, por lo
cual será necesario hacer estudios de mayor profundidad tomando en cuenta otras
dimensiones y variables. En este sentido, hay que considerar que existe una
heterogeneidad a la hora de envejecer en cuanto a condiciones de salud,
económicas, culturales, políticas, sociales e individuales que impactan de forma
diferente en las personas que envejecen.

Bajo este tenor, temas como el discutido en este documento tendrán una relevancia
dentro del debate político cada vez mayor al experimentarse el incremento masificado
de personas mayores y, con ello, la demanda creciente de problemas de salud físicos

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y emocionales. Por lo que, el tema del envejecimiento plantea retos en la creación y


operación de mecanismos de política pública que permitan a la población adulta
mayor vivir esta etapa con bienestar.

De forma particular, aunque la depresión se ha considerado un asunto individual y


privado, la depresión geriátrica representa una importante carga para cada paciente,
la familia y las instituciones encargadas de atenderles. Específicamente, es necesario
entender el envejecimiento como fenómeno social que lleven a replantear los
objetivos para satisfacer la demanda social de servicios sociales y de salud de las
personas adultas mayores. Ésta inclusión favorecería el diseño de políticas públicas,
sociales y de salud dirigidas a la atención integral de la población mayor en la salud
emocional y, con ello, salvaguardar el derecho humano a la salud en general, en
especial proveer los medios pertinentes para que las mujeres mayores no acumulen
desventajas sociales y culturales que incrementen su probabilidad de sufrir trastornos
emocionales y mentales.

De los Santos y Carmona-Valdés


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