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1 Parte de este artículo circuló con el título “Cómo se lee”, presentado públicamente en el Coloquio
Internacional “La Peste Lacaniana”, organizado por la Escola Brasileira de Psicanálise en Florianópolis
(26 y 27 de octubre de 2001). Sin embargo, muchos de mis amigos, alumnos y compañeros de trabajo
en la Universidad de Buenos Aires tuvieron, en los últimos veinte años, que soportar su exposición. Si ha
mejorado con el tiempo, se debe a esa escucha de la cual yo no podría prescindir, y sin la cual este libro
no existiría.
demandas específicas (académicas o, para ser más precisos, de mercado institucional),
hemos tratado, cada vez, que los textos respondieran a una experiencia (¿acaso la
escritura es otra cosa?).
El título de este libro, entonces, viene dado por su propia arquitectura y, ahora sí, por
necesidad histórica. Poco es lo que hoy podemos dar por sentado, salvo la necesidad de
revisar nuestras propias convicciones. Si es cierta la sentencia de la filosofía más actual y
más alemana en el sentido de que el humanismo ya no nos sirve como dispositivo para
amansar a las fieras, también es cierto que eso nos obliga a sostener, aún en la derrota,
las viejas utopías de aquellas humanidades cuyo amparo nunca debimos rechazar.
Precisamente por eso es que nos pareció necesario comenzar este libro con algunas
reflexiones teóricas sobre el lugar de la lectura, de la literatura y de los intelectuales en
este Brave New World que nos toca atravesar y en el cual (soy consciente de la paradoja)
sólo las tecnologías comunicacionales de última generación parecen garantizar nuestra
supervivencia.
Una literatura difiere de otra, ulterior o “anterior, menos por el texto que por la manera de
ser leída: si me fuera “otorgado leer cualquier página actual –ésta, por ejemplo– como la
leerán el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil2.
Tratándose de Borges, la frase es un desafío. Lectores como somos del año dos mil, ¿qué
habría que leer en la frase escrita por Borges hace cincuenta años? ¿Cómo contestar ese
desafío? ¿Cómo explicar hoy los regímenes de sentido a partir de los cuales una frase
como la de Borges nos resultaría (estética y teóricamente) inteligible?
No cometeré la imprudencia de creer que estamos respondiendo el desafío formulado por
Borges, cosa que la jactancia del título parece insinuar. Hemos querido sencillamente
sentirnos interpelados por la pregunta de Borges y, como esos obsesivos que no tienen
paz, intentar una respuesta (desde ya, un balbuceo torpe, la glosolalia de un imbécil).
Nosotros –que tenemos una relación institucional, y de a ratos existencial, con la
literatura– hemos querido imaginar una comunidad de lectores obsesionada por
responder a la pregunta formulada por Borges, cómo se lee en el año dos mil. Muchos
intentarán dar cuenta de los sentidos que puede darse a aquella página de Borges (y en
la distancia entre “ésta” y aquélla) encontrar todas las combinaciones posibles de sentido
(“Ciencia con paciencia. El suplicio es seguro”). Los más perezosos (entre los que nos
incluimos) preferirán sentirse interpelados por el mecanismo del desafío borgeano para
intentar dar cuenta de una máquina de leer: cómo se lee.
En el “Seminario sobre 'La carta robada'” que encabeza sus Escritos hay un bello
fragmento en el que, para explicar determinados principios sobre el inconsciente y la
intervención analítica, Jacques Lacan recurre a una parábola, la del niño que, jugando con
la astucia de la razón (del otro) adivina una y otra vez si una cantidad determinada de
bolitas es par o impar.
En principio, Lacan define allí la intervención analítica, que es un modo de entender la
lectura (un modo propiamente experimental de leer las palabras del otro), como una
práctica radicalmente diferente de la descripción (patrimonio de la psiquiatría y la
psicología conductista) y de la interpretación (regla dorada de las corrientes posfreudianas
con las que Lacan se enfrenta). El “retorno a Freud”, entre otras cosas, no sería sino el
rechazo simultáneo de la descripción y de la interpretación (al menos la redefinición de lo
que se entendería por interpretación en el contexto de la intervención analítica) como
Ponga su hombro contra una puerta y trate de abrirla por la fuerza, enfrentando una
resistencia invisible, silenciosa y desconocida. Tenemos una conciencia bilateral de
esfuerzo y resistencia (...). En su conjunto, estimo que en este caso se trata de un modo de
ser de un objeto que consiste en cómo es un segundo objeto. Lo designo como
Segundidad.
Esa resistencia al (o del) sujeto es lo que Peirce denomina “Segundidad” y es por eso que
nosotros decimos que la lectura, necesariamente, surgirá de la confrontación de dos
series de sentido. De esa confrontación, de esa resistencia, surgirá la relación, la
“Terceridad”:
Por tercero entiendo el medio o enlace colectivo entre el primero y el último absoluto. El
comienzo es primero, el fin segundo, y el medio tercero (...). El hilo de la vida es un tercero;
el destino que la corta, su segundo. Una bifurcación en un camino es un tercero; supone
tres caminos. El camino recto, considerado simplemente como una conexión entre dos
lugares, es segundo; en la medida en que implique pasar a través de lugares intermedios
3 Suficientemente comentado e impugnado por Gilles Deleuze y Felix Guattari en El Antiedipo y Mil
mesetas, los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia, como para insistir aquí en la arbitrariedad de las
conclusiones de Freud.
4 Las citas están tomadas de Charles S. Peirce, Collected Papers en Obra lógico-semiótica, Taurus,
Madrid, 1987 (traducción de Ramón Alcalde).
es un tercero. (...) Es difícil que transcurran cinco minutos de nuestra vida en vigilia sin que
efectuemos algún tipo de predicción, y en la mayor parte de los casos tales predicciones se
cumplen en el evento. No obstante, una predicción es, en lo esencial, de naturaleza
general, y nunca se puede cumplir de una manera completa. Afirmar que una predicción
posee una decidida tendencia a cumplirse, equivale a afirmar que en cierta medida los
eventos futuros están regidos realmente por una ley. Si al tirar un par de dados aparece un
seis, cinco veces de corrido, se trata de una mera uniformidad. Podría ocurrir que los dados
dieran fortuitamente un seis, mil veces de corrido, pero eso no brindaría la menor seguridad
de predecir que aparecería un seis la próxima vez. Si la predicción tiene tendencia a ser
cumplida, debe ocurrir que los eventos futuros tienden a adaptarse a una regla general. (...)
Una regla a la cual los eventos futuros tienden a adaptarse constituye ipso facto algo
importante, un elemento importante en el acontecer de tales eventos. Este modo de ser
que consiste (...) en el hecho de que los hechos futuros de la Segundidad asumirán un
determinado carácter general, lo llamo una Terceridad.
He aquí, por lo tanto, lo que debemos entender por lectura (el 3). Los eventos de una
serie azarosa (hay que subrayar este rasgo presente ya en la argumentación de Peirce)
adquieren un sentido (y se vuelven predecibles) porque se adaptan a una regla general,
como quien dice una ley: la ley de la Terceridad. Antes de volver sobre este punto quisiera
hacer un rodeo en relación con determinadas prácticas estéticas.
El surrealismo se propuso resolver una de las grandes utopías modernistas, aquella que
se refiere a la continuidad entre práctica estética y praxis vital: el surrealismo como una
teoría de la experiencia. En su intención declarada de transformar la vida, el surrealismo
encuentra su programa revolucionario.
En cuanto al método de composición o teoría del texto que el surrealismo sostiene, todos
los análisis históricos han insistido en la importancia del montaje y la escritura automática
para producir lo impensado, lo no subjetivado. La utopía surrealista es la de un arte
objetivo (y, por eso mismo, al alcance de todos).
Entre 1919 y 1921 Breton y Soupault se entregan al que sería el primer experimento de
escritura automática. Sabemos, se nos cuenta, que sentados en una habitación a
oscuras, procurando conseguir un estado de trance, Breton y Soupault escribían lo
primero que a sus mentes acudía, y durante dos años se dedicaron a estos ejercicios
espirituales que dieron como resultado el libro Los campos magnéticos. Se trate de estos
trances o de los “cadáveres exquisitos” aplicados a la composición de poemas, la
escritura surrealista aparece dominada por el imperativo del automatismo, la garantía que
liberaría al proceso de escritura de todo resto de subjetividad.
Pero el surrealismo es, además de un método de composición, una máquina de leer,
probablemente la más rica y productiva del siglo XX, aquella que más lejos llevó la
reformulación del canon.
En un bello artículo muy poco conocido (que apenas si recogen las bibliografías últimas),
Jorge Luis Borges escribe:
Los historiadores más alemanes pierden la paz ante esas dinastías de la variación, del
plagio y del fraude; los franceses reducen la historia de la poesía a las generaciones de
Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Rimbaud, que
engendró a Apollinaire, que engendró a Dadá, que engendró a Breton.
Por muchas razones, ese texto de Borges5 es decisivo, pero lo es sobre todo porque (la
tesis de Eliot que Borges reivindica sostiene la influencia del presente sobre el pasado)
lee hacia atrás el mito de origen, el mito genealógico urdido por el propio surrealismo,
entendido como una máquina de leer.
En cuanto a la escritura automática, hay un texto ya bien tardío (1960) que se llama “El la”
5 “La eternidad y T.S. Eliot (fragmento)”, Revista internacional de poesía (Buenos Aires, julio de 1933),
reproducido por Radarlibros, 1: 90 (Buenos Aires, domingo 1 de agosto de 1999).
(refiriéndose a la nota musical)6, donde Breton habla sobre la escritura automática y
sobre la pureza necesaria para garantizar el “buen texto surrealista” (la palabra “soplada”,
el dictado del sueño o el dictado presubjetivo o inconsciente). Lo que dice Breton es lo
siguiente:
Me han sido de un inmenso valor esas frases o fragmentos de frases, restos de monólogo
o de diálogo extraídos del sueño y retenidos sin error posible. (…) Hubo una época en que
encastraba estas frases en estado bruto al comienzo de un texto, a partir del cual el texto
continuaba. (…) Si bien «la boca de sombra» no me ha hablado con la misma generosidad
que a Hugo y se ha limitado a frases inconexas, lo esencial es que se dignó soplarme a
veces algunas frases que siguen siendo para mí la piedra de toque, con la seguridad de
que se dirigían sólo a mí (…) y que, por desalentadoras que sean para la interpretación al
pie de la letra, sobre el plano emotivo estaban hechas para darme el la.
Es perfectamente admisible hoy que se pueda ser poeta sin haber escrito jamás un verso,
que exista una cualidad de poesía en la calle, en un espectáculo comercial, en cualquier
parte; la convulsión es general, es poética.
6 Incluido en la Antología (1913-1966), de André Breton, publicada por Siglo XXI, México, 1983, con
traducción de Andrés Segovia.
7 En el verano de 1935, once años después de la aparición del primer Manifiesto de Breton, el
surrealismo tenía ya una presencia hegemónica en Europa y se extendía a otros continentes. En marzo, Breton
y Éluard son aclamados en Praga, donde al mes siguiente se publica el primer número del Bulletin International
du Surréalisme. En junio se celebra en Santa Cruz de Tenerife la Segunda Exposición Internacional del
Surrealismo.
Ahora bien, ésa, que es sin duda la grandeza del surrealismo, es también su ruina, porque
en el mismo momento en que propone un arte sin sujeto, a la vez, para garantizar la
pureza del resultado, debe postular una conciencia vigilante. La aporía surrealista (una
disciplina de la revolución total) está atada al carácter moral de su práctica8.
Breton dice en el Segundo Manifiesto, publicado en el mismo número de La revolución
socialista en el cual aparece el guión de Un perro andaluz:
Por qué debemos aceptar que el método dialéctico sólo puede aplicarse correctamente a la
solución de los problemas sociales. La máxima ambición de nosotros, los surrealistas, es
brindarles posibilidades de aplicación que de ninguna manera chocan con sus
preocupaciones prácticas e inmediatas. Realmente no consigo comprender por qué, pese a
lo que piensan algunos revolucionarios cortos de mira, deberíamos abstenernos de
plantear los problemas del amor, del sueño, de la locura, del arte y de la religión, siempre
que consideremos estos asuntos desde el mismo ángulo desde el cual ellos, como
nosotros, contemplan la Revolución.
Se deduce de este párrafo, además de la melancolía por una suerte de alianza nunca
realizada entre el Partido Comunista y el movimiento surrealista, el profundo moralismo de
las posiciones de Breton, quien se propone en este punto no solamente como una
conciencia crítica, como el guardián y la garantía de la pureza de los métodos que se
aplican a la producción de textualidades que puedan reconocerse como surrealistas, sino
también aun como conciencia crítica o guardián de lo que sería un programa
revolucionario, cualquier programa revolucionario, aun el de los partidos comunistas. En
ese momento Breton ya está entregado a “la rigurosa disciplina del espíritu a la que
estamos resueltos a someterlo todo”. Se supone que esa disciplina del espíritu, a la que
estamos dispuestos a someterlo todo, es tanto lo que garantiza la “objetividad” del
fenómeno estético surrealista cuanto la revolución.
Esa necesidad de una “conciencia vigilante” que garantice la objetividad del arte (a través
de la recta aplicación del método de composición y de lectura que el surrealismo pretende
imponer al mundo como “arte nuevo”) es precisamente lo que precipita las crisis del
movimiento, las expulsiones y las desafiliaciones.
Podría entenderse la confluencia de un grupo de disidentes surrealistas y los “acefálicos”
del Colegio de Sociología (Bataille, Caillois), como el intento por construir una teoría que
pudiera dar cuenta del agotamiento de la experiencia. Los acefálicos pretenden huir de la
teoría del encuentro fortuito e impugnar la experiencia como mera vivencia.
En 1933, Jacques Lacan ya ha publicado De la psicosis paranoica y de sus relaciones con
la personalidad (inmediatamente saludada como una obra maestra por René Crevel y
Salvador Dalí, por ejemplo), donde concluye dictaminando que “La experiencia vivida
paranoica y la concepción del mundo que ella engendra” pueden ser concebidas “como
una sintaxis original que contribuye a afirmar, por los vínculos de comprensión que le son
propias, a la comunidad humana”9 . Ha publicado, además, algunos artículos10 en la
revista Minotaure, en la que Dalí anticipa fragmentos de El mito trágico del "Angelus" de
Millet, probablemente el más fascinante y riguroso ejercicio de lectura surrealista
(publicado en forma de libro recién en 1963 a partir del manuscrito original de Dalí que se
había perdido en 1941; la primera edición en castellano es de 1978).
8 César Aira ha reflexionado con particular agudeza sobre esta contradicción moral del surrealismo en su
Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 1998).
9 De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad. México, Siglo XXI, 1979, pág. 337
10 “Le problème du style et la conception psychiatrique des formes paranoïaques de l'expérience”,
Minotaure, 1 (1933) y “Motifs du crime paranoïaque: le crime des soueurs Papin”, Minotaure, 3 (diciembre de
1933). El segundo, sobre las sirvientas que asesinan a sus patrones, fascina a Jean Genet, quien escribe una
pieza, Las criadas, a partir del texto de Lacan. El primero influye mucho en Salvador Dalí.
Dalí, que viene siguiendo muy de cerca las hipótesis de Lacan, propone un método
paranoico-crítico para leer imágenes triviales. Al mismo tiempo que, fascinado por la
lógica del discurso paranoico, Lacan piensa que la cura psicoanalítica debía parecerse a
una paranoia dirigida11, Dalí propone un método paranoico capaz de devolver a las
imágenes más estereotipadas el sentido que han perdido.
La exposición de los fenómenos delirantes que desencadena el deseo de sentido de Dalí
constituyen una serie. Esa serie se analiza como serie, y el sentido surge de la serie en su
totalidad. El Angelus de Millet no tiene el sentido que Dalí encuentra en él; el sentido está
en la serie. Sin apartarse del todo de los dictados de André Breton (la serie le viene, en
efecto, “soplada”), Dalí construye una teoría del sentido radicalmente nueva. Dice:
Para que haya objetividad, dice Dalí, debe haber serie. El sentido está ahí, desplazándose
en la serie, y no es inmanente al objeto mismo pero tampoco viene de la conciencia del
intérprete (a la que, más bien, se impone por azar y coacción).
Por otro lado, habría que destacar que se plantea una oposición entre serie y colección.
La serie no tiene principio clasificatorio, por eso la serie puede agrupar elementos
heterogéneos y, sobre todo, la serie está regida por el azar y la coacción. Si la
modernidad del siglo XIX puede definirse como una máquina estatal generadora de
colecciones (museos, pinacotecas, parques botánicos, parques zoológicos), la
modernidad del siglo XX se opone a la colección (y a la lógica del principio clasificatorio)
por la vía de la serie. El minotauro, precisamente, ese espacio imaginario que convoca y
contiene tanto a Dalí como a Lacan a comienzos de la década del treinta, es un monstruo,
algo fuera del principio clasificatorio, fuera de colección, un freak, un alien, el octavo
pasajero.
Lo que está haciendo Dalí es sembrar la peste (la peste que Lacan creyó oír que Freud
había llevado a Estados Unidos en 1909): detrás de cada imagen, por más convencional
que parezca, hay una turbia historia de “sexualidad no multiplicativa”. La puesta en
discurso de ese relato requiere la construcción de una serie dominada por la coacción y el
azar, lo que eliminaría todo resto de subjetividad del intérprete (en el mismo sentido en
que Lacan se propuso eliminar del psicoanálisis todo lastre de biologismo y organicismo).
¿Cómo conciliar esa fuerza, esa furia, esa peste, con el afecto miserable, tranquilo,
insípido, imbécil, estereotipado al límite del Angelus de Millet? Se trata de liberar a las
imágenes de la insignificancia; se trata de imponer sentido al mundo, a este cuadro. Una
vez armada la serie, la imagen se analiza como un relato en tres tiempos. Primero: el hijo
en estado de erección. Segundo: el hijo efectúa con su madre el coito por detrás (La
carretilla de carne). Tercero: la hembra devora al macho después del acoplamiento.
De modo que la lectura, en el método paranoico–crítico propuesto por Dalí (a la sombra
de las hipótesis de Lacan), libera al sentido de la tiranía del sujeto pero, a la vez, lo
descoloca como propiedad inmanente del objeto. Para que haya sentido, volvamos a
Peirce, debe haber una relación. Pero además, Peirce quería que la lectura fuera
predictiva, para lo cual se vuelve necesaria la notación de regularidades.
Para demostrar que hay regularidades, aun en la serie más salvajemente dominada por el
azar, Lacan propone, en el “Seminario sobre ‘La carta robada’”, un truco de magia que
sirve para demostrar que siempre hay series de sentido y que, en todo caso, siempre se
pueden encontrar regularidades. Un texto es cualquier secuencia ordenada de
11 De allí a una explicación genético-política del “esquizoanálisis” hay solo un paso, que sería apresurado dar en este
contexto.
enunciados. El texto más primitivo, el que contenga menos información será un texto
formado solamente por dos opciones, un sistema binario de significación. Ese texto
“representa”, por ejemplo, una serie de tiradas de monedas al aire y cómo la moneda
cayó al suelo (cara o cruz).
He aquí ese texto:
123322333332222211222322211122123211
Hemos redenominado la serie pero los eventos que “describe” siguen siendo los mismos.
¿Hay ahora regularidad? ¿Se puede predecir el azar? Por supuesto: nunca hay un 3 al
lado de un 1. Siempre habrá, entre un 1 y un 3, una cantidad de números 2. Si esa
cantidad es par, la serie continúa de un modo, si esa cantidad es impar, la serie continúa
de otro modo. Así, hasta el infinito.
En este texto ejemplar y brutalmente dominado por el azar, el sentido (la regularidad, la
regla, la capacidad predictiva) aparece porque hay serie (cosa que Dalí ya había
demostrado) y, además, porque hay redenominación. La lectura como correlación de
series de sentido (el orden de los signos está en el objeto, la redenominación es una
operación del sujeto) permite que el sentido aparezca objetivamente, sin que intervenga
actividad interpretativa alguna12.
Ya podemos, pues, contestarle a Borges: en los textos de Lacan se deja leer una teoría
de la lectura (en la que se cruzan la ontología de los signos de Peirce y la práctica
surrealista) que todavía hoy podemos sostener. Primero está el “momento delirante
inicial”, el rapto, la paranoia, el deseo de sentido (se trate de una tirada de dados, una
tirada de monedas, una imagen trivial o una “vida”); la paranoia produce azar objetivo,
luego se arman las series (coactivas) de significantes. El sentido, claro, se desplaza a lo
largo de la serie. Para poder predecir algo sobre el comportamiento de la serie, y dado
que lo Real es tan imposible como la Primeridad13, debemos pasar de la relación
meramente imaginaria (el 2) con el texto, a lo Simbólico (el 3), es decir: redenominar,
cortar, escandir, puntuar de nuevo la secuencia.
Ya lo sabemos: toda carta llega siempre a destino (aunque Derrida no esté de acuerdo),
que es como decir que todos los textos pueden ser leídos o que encontrarán una serie en
relación con la cual su sentido aparezca. El problema, hoy, dado que se trata de poner la
paranoia en primer término, es ver quién se atreverá a abrir ese sobre que trae recuerdos
de la peste.
12 Por supuesto, este pasaje de un sistema binario (+/-) a un sistema ternario (1/2/3) no es inocente y a
Lacan le sirve para ordenar la primera formulación de su tópica (S.I.R.) alrededor de lo simbólico, la ley, el
nombre del padre.
13 A partir de 1970, cuando Lacan intenta construir una “ciencia de lo real”, lo Simbólico pierde su lugar
determinante, reemplazado por lo Real. La psicosis, en consecuencia, como lugar de la simbolización (de la
Terceridad) imposible, desafía todas las certidumbres de la ciencia. Lacan reescribe la tópica como R.S.I.,
donde lo Real permanece como un “resto” inasimilable e irrepresentable.
*
Volvamos a las preguntas iniciales: ¿Cómo leemos? ¿Y cómo afecta nuestra forma de
leer nuestra pedagogía?
Leemos de cualquier modo: en la cama, ante una mesa, de pie. En voz alta o en silencio.
En situación de inmovilidad absoluta o en movimiento (si uno lee en un tren o en un
avión). Si bien es cierto que difícilmente pueda leerse mientras se corre o hablando de
otra cosa, la lectura, sin embargo, no tiene un ritual muy establecido. Se lee fijando la
vista sobre el papel (celulosa o electrónico). La lectura es para nosotros una práctica
silenciosa (creo que fue San Agustín quien escribió su asombro cuando vio, por primera
vez, a alguien leyendo en silencio14). Se puede, por lo tanto, fingir que uno lee (fijamos
nuestra mirada en una página o una pantalla y pensamos en otra cosa: mentimos), pero
no se puede fingir que uno corre, o baila, o escribe (la ficción que inspira la “Lección de
escritura” de Lévi-Strauss en Tristes trópicos es, en esto Derrida no se equivoca, una
forma de escritura15. Escribir es una práctica fuertemente muscular y motriz. Leer implica
apenas el movimiento de los ojos.
Los ojos no recorren la página letra por letra o palabra por palabra: delimitan un campo
visual que van recorriendo como por barrido, moviéndose de manera discontinua. Cuanto
mayor es el campo visual, más rápido se lee. Esto es importante: cuanto más rápido se
lee, mejor se lee, porque se retiene mejor la información y se correlacionan mejor las
cosas que se van leyendo. Estas cosas son de extrema importancia en los primeros
niveles de escolarización. Más adelante, la escuela media trata la lectura como imposición
de sentido: lo que importa es la fuerza de una lectura y no el método. Se puede leer
cualquier cosa, sólo que hay que tener fuerza suficiente para imponer esa lectura, para
imponer el sentido que una lectura particular da a un texto. La historia de las lecturas de
un texto es, de algún modo, la historia de los combates por definir el sentido de ese texto,
Humpty-Dumpty:
La escuela enseña a leer y a escribir y todo proyecto escolar termina definiéndose por los
objetivos que en relación con esas prácticas la institución se fija. Leer (se trate de la
historia, la “realidad” o la literatura) es una práctica compleja que supone, como hemos
señalado, diferentes niveles de intervención del sujeto: la lectura como notación, la lectura
como interpretación y la lectura como experimentación.
Hay, pues, niveles de lectura, y esos niveles de lectura estructuran los sistemas
escolares: el nivel inicial, consagrado a la comprensión de textos, es decir: a la notación
de la información que el texto suministra, y el nivel secundario, consagrado a la
14 Para el pasaje de la lectura oral a la lectura silenciosa, cfr. Parkers, Malcolm. “La alta Edad Media” en
Cavallo, Guglielmo y Chartier, Roger (eds.). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus,
2001.
15 Tristes trópicos. Barcelona, Paidós Ibérica, 1988
16 Lewis Carroll. Alicia a través del espejo (1871)
interpretación de esa información. Hay que entender, como hemos señalado, que esos
modos de leer, en rigor, constituyen dos polos opuestos, los límites mismos de la lectura,
entendida como una correlación de series de sentido (una serie inherente al sujeto, otra
serie inherente al objeto)17. Cada uno de esos polos involucra al sujeto (y lo constituye,
por lo tanto) de diferente manera: la notación o descripción se presenta como el grado
cero de la subjetividad. La interpretación impone al objeto la serie de sentidos que viene
del sujeto. Roland Barthes ha señalado que "interpretar un texto no es darle un sentido
(más o menos fundado, más o menos libre), sino por el contrario apreciar el plural de que
está hecho”18.
En nombre de la democracia simbólica, la época de la reproductibilidad técnica (la edad
de los medios) hizo del libre juego de interpretaciones una verdad de mercado. Ese
relativismo interpretativo, favorecido por los medios masivos de comunicación, atacaba
mortalmente el principio de autoridad de la escuela, como institución que legislaba sobre
las interpretaciones legítimas, y de ahí la crisis que hoy vive ese modelo. Los lectores,
considerados como público o audiencia, descubrieron que podían leer cualquier cosa en
cualquier parte y dejaron, en un sentido estricto, de leer, para pasar a desarrollar
identificaciones narcisistas con aquello que leían. Y la escuela dejó de enseñar a leer o
reservó esa práctica sofisticada para las élites del mundo. Lo que llamamos “brecha
tecnológica” no es sino la diferencia entre poder o no poder construir lecturas legítimas.
Pero hay que insistir en que esos modos de comprender la lectura se corresponden con
diferentes momentos históricos y diferentes modos de reproductibilidad: para que todo el
furor de las batallas por las interpretaciones se desatara fue necesaria la imprenta, la
progresiva constitución de públicos alfabetizados y la consolidación de un mercado de
bienes simbólicos que otorgara a todos (y a cualquiera) los mismos derechos de
interpretación y de juicio. Y así, la cultura letrada sobrevivió apenas como una ruina del
pasado en medio de la marea masmediática.
Hoy, los medios de comunicación comienzan a perder terreno en todos los frentes. Y si
conviene detenerse en la transformación cultural que se avecina con el advenimiento de
las tecnologías digitales de reproducción, almacenamiento y comunicación es porque, con
Internet, las políticas de alfabetización19 vuelven ocupar el centro de la escena. Con
Internet, vuelve la escritura20. Y vuelven, naturalmente, las políticas de la lectura. Como
ha señalado Nancy Kaplan recientemente, las e-literacies21 designan “los conocimientos
y habilidades que se requieren para realizar señales en una era electrónica y con
dispositivos electrónicos”22. Y no habría forma de considerar que esos conocimientos y
for issuing computer-readable commands to save a document, print it, send it out over a network and the
like”. Cfr. Nancy Kaplan. “Politexts, Hypertexts, and Other Cultural Formations in the Late Age of Print” en
http://www.ibiblio.org/cmc/mag/1995/mar/kaplan.html.
23 Cfr. Kaplan, Nancy. op. cit.
24 Con sus teorías y pedagogías asociadas.
25 En otra parte he propuesto una correlación entre modelos de lectura (los ciclos de la teoría) y lógicas
culturales (los ciclos del arte). No es casual que el estructuralismo haya encontrado su vía regia (y su
momento de gloria) en el apogeo de la cultura de masas. Cfr. “Estudios culturais, literaturas comparadas
e análise textual: por uma pedagogia” en Como se lê e outras intervenÇoes críticas. Chapecó: Argos,
2002. Cfr. también Kaplan, Nancy. op. cit., donde la autora se refiere a una polémica sobre la
alfabetización electrónica: “the technological differences themselves tell only a part of the story of
technological and cultural change: by ignoring the social, Bolter and Lanham as well as Tuman and
Postman fail to articulate some crucial relations between technologies and cultures”. Cfr., para las
posiciones que Kaplan critica: Tuman, Myron. Word Perfect: Literacy in the Computer Age. Pittsburgh:
The University of Pittsburgh Press o Postman, Neil. Technopoly: The Surrender of Culture to Technology,
New York, Vintage Books.
26 Nancy Kaplan ironiza: “the source of Neil Postman's nightmares”.
27 Kaplan. op. cit. (http://www.ibiblio.org/cmc/mag/1995/mar/hyper/Politexts_605.html).
28 En “Educ.ar al soberano” (op. cit.), Cecilia Magadán se pregunta: “¿Alfabetizar para ejercitar un
pensamiento crítico (punto.ar) o alfabetizar para fabricar el sujeto que necesita el mercado (punto.com)?”