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Cómo leemos1

por Daniel Link


UBA

"Todo escritor, con el tiempo, llegará a parecerse


a quienes lo mencionan"
J.R.Wilcock

Este libro responde a un entusiasmo pedagógico, o dos, o tres. El primero se relaciona


con un campo de tensiones que una institución (la Facultad de Filosofía y Letras) nos
encomendó que interrogáramos: la Literatura del Siglo XX, que forma parte de la carrera
de Letras (materia del ciclo de "enlace", es decir, ni del ciclo de grado ni del de
especialización y, por lo tanto, de régimen totalmente libre: la cursa quien quiere y nadie
está obligado a hacerlo).
Desde hace años, como cátedra constituida, venimos inscribiendo con cierto entusiasmo
nuestra pedagogía y las investigaciones que con ella asociamos en el campo de la
Weltliteratur y los estudios comparados.
Lo segundo que, como docentes y críticos, suele arrebatarnos, es la relación de algo que
ya ha pasado (el siglo XX y sus literaturas) con el presente. Entendemos nuestra propia
práctica como una arqueografía de lo que somos y de lo que leemos. No leemos
meramente los textos de un canon pretérito sino que sometemos esos textos a criterios de
articulación que, creemos, sirven para interrogar el hilo de sombra que va trazando el sol
en su movimiento hacia la noche (que es nuestra propia noche pero también, la promesa
de una nueva alborada).
Es por eso que últimamente nos obsesiona lo que vive todavía y la comunidad de la que
participa. Si la cátedra es el lugar de todos los intercambios lo es porque, a su manera, se
deja arrastrar por un principio de comunidad y las tecnologías que permiten que esa
comunidad se sostenga (y, con ella, un manual de enseñanza).
Hemos trazado una serie de principios articulatorios, hemos definido nuestro campo de
operaciones en relación con el presente y hemos puesto a los estudios literarios que
proponemos como una suerte de comparatismo ad hoc. Pero además, hemos investigado
la fuerza de una pedagogía virtual (a través de internet), que sin desdeñar los afanes de la
textualidad, funcionara a la distancia, en la distancia, por la distancia.
Este libro es, pues, un manual de enseñanza no presencial que también puede
entenderse como un manojo de cartas de amor. Amor a la letra, a la enseñanza y al
trabajo en común.
Si bien este libro es una colección de clases, funciona como un conjunto coherente de
intervenciones alrededor de lo que podría llamarse “los límites de la literatura”: la teoría, la
política, la cultura y la historia son, en efecto, esos bordes en los cuales lo literario se
confunde con otra cosa (o sencillamente desaparece). Esos momentos de desaparición,
evanescencia o intermitencia de la literatura (en suma: esos momentos de peligro) son los
que este libro privilegia y por eso muchas de las colaboraciones que reúne se articulan en
relación con imaginarios de viaje o con viajes más o menos imaginarios.
También la lectura (y éste es un libro obsesionado por la idea de cómo se lee) es un viaje:
el momento en que la literatura se confunde con una experiencia, no necesariamente de
orden estético. De modo que si bien muchos de los objetos aquí analizados responden a

1 Parte de este artículo circuló con el título “Cómo se lee”, presentado públicamente en el Coloquio
Internacional “La Peste Lacaniana”, organizado por la Escola Brasileira de Psicanálise en Florianópolis
(26 y 27 de octubre de 2001). Sin embargo, muchos de mis amigos, alumnos y compañeros de trabajo
en la Universidad de Buenos Aires tuvieron, en los últimos veinte años, que soportar su exposición. Si ha
mejorado con el tiempo, se debe a esa escucha de la cual yo no podría prescindir, y sin la cual este libro
no existiría.
demandas específicas (académicas o, para ser más precisos, de mercado institucional),
hemos tratado, cada vez, que los textos respondieran a una experiencia (¿acaso la
escritura es otra cosa?).
El título de este libro, entonces, viene dado por su propia arquitectura y, ahora sí, por
necesidad histórica. Poco es lo que hoy podemos dar por sentado, salvo la necesidad de
revisar nuestras propias convicciones. Si es cierta la sentencia de la filosofía más actual y
más alemana en el sentido de que el humanismo ya no nos sirve como dispositivo para
amansar a las fieras, también es cierto que eso nos obliga a sostener, aún en la derrota,
las viejas utopías de aquellas humanidades cuyo amparo nunca debimos rechazar.
Precisamente por eso es que nos pareció necesario comenzar este libro con algunas
reflexiones teóricas sobre el lugar de la lectura, de la literatura y de los intelectuales en
este Brave New World que nos toca atravesar y en el cual (soy consciente de la paradoja)
sólo las tecnologías comunicacionales de última generación parecen garantizar nuestra
supervivencia.

En “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw” (1951), Borges escribió que

Una literatura difiere de otra, ulterior o “anterior, menos por el texto que por la manera de
ser leída: si me fuera “otorgado leer cualquier página actual –ésta, por ejemplo– como la
leerán el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil2.

Tratándose de Borges, la frase es un desafío. Lectores como somos del año dos mil, ¿qué
habría que leer en la frase escrita por Borges hace cincuenta años? ¿Cómo contestar ese
desafío? ¿Cómo explicar hoy los regímenes de sentido a partir de los cuales una frase
como la de Borges nos resultaría (estética y teóricamente) inteligible?
No cometeré la imprudencia de creer que estamos respondiendo el desafío formulado por
Borges, cosa que la jactancia del título parece insinuar. Hemos querido sencillamente
sentirnos interpelados por la pregunta de Borges y, como esos obsesivos que no tienen
paz, intentar una respuesta (desde ya, un balbuceo torpe, la glosolalia de un imbécil).
Nosotros –que tenemos una relación institucional, y de a ratos existencial, con la
literatura– hemos querido imaginar una comunidad de lectores obsesionada por
responder a la pregunta formulada por Borges, cómo se lee en el año dos mil. Muchos
intentarán dar cuenta de los sentidos que puede darse a aquella página de Borges (y en
la distancia entre “ésta” y aquélla) encontrar todas las combinaciones posibles de sentido
(“Ciencia con paciencia. El suplicio es seguro”). Los más perezosos (entre los que nos
incluimos) preferirán sentirse interpelados por el mecanismo del desafío borgeano para
intentar dar cuenta de una máquina de leer: cómo se lee.
En el “Seminario sobre 'La carta robada'” que encabeza sus Escritos hay un bello
fragmento en el que, para explicar determinados principios sobre el inconsciente y la
intervención analítica, Jacques Lacan recurre a una parábola, la del niño que, jugando con
la astucia de la razón (del otro) adivina una y otra vez si una cantidad determinada de
bolitas es par o impar.
En principio, Lacan define allí la intervención analítica, que es un modo de entender la
lectura (un modo propiamente experimental de leer las palabras del otro), como una
práctica radicalmente diferente de la descripción (patrimonio de la psiquiatría y la
psicología conductista) y de la interpretación (regla dorada de las corrientes posfreudianas
con las que Lacan se enfrenta). El “retorno a Freud”, entre otras cosas, no sería sino el
rechazo simultáneo de la descripción y de la interpretación (al menos la redefinición de lo
que se entendería por interpretación en el contexto de la intervención analítica) como

2 Obras completas. Buenos Aires, Emecé, 1974 y 1979, pág. 747.


formas de lectura.
La lectura de la que estamos hablando (y que constituye un régimen de producción de
sentido), limita con la descripción y con la interpretación y no debería confundirse ni con
una ni con otra. Las razones son más o menos evidentes pero de todos modos nos
detendremos en ellas porque permitirán interrogar el modo en que leía el propio Lacan,
cómo allí donde alguien había dicho “Se sorprenderán cuando sepan lo que vamos a
decir” (Freud), él pudo escuchar “No saben que nosotros les traemos la peste”, que es,
finalmente, la misma pregunta que sobrevive todavía en el texto de Borges y que, en
última instancia, nos interpela.
Podríamos comenzar cardinalizando los lugares de los que hablamos, antes de llegar al
texto lacaniano que nos importa recuperar. El sujeto lee un objeto. Llamemos 1 al objeto;
2 al sujeto; 3 a la relación entre sujeto y objeto: lo que llamamos lectura es sólo la puesta
en correlación de dos series de sentido, una inherente al objeto y otra inherente al sujeto
(¿acaso la escucha es otra cosa?). Si lo que aparece es sólo la serie de sentidos “que
viene” del objeto y sólo del objeto, estamos ante una descripción. Si lo que se impone es
la serie de sentidos del sujeto (paradigmáticamente, el “Extracto de una neurosis infantil”
de 19183, la fascinante invención freudiana sobre “El hombre de los lobos”), estamos ante
una interpretación. No se trata de “obturar” la descripción (el 1) y la interpretación (el 2),
sino sencillamente de declararlas los límites de la lectura (el 3).
La primera reflexión moderna sobre el estatuto y la ontología de los signos (como quien,
dice, la primera semiología moderna) fue formulada por Charles Sanders Peirce a fines
del siglo XIX. Peirce definía4, y en él nos basamos (inspirados, por cierto, en Deleuze)
para proponer esta manera de denominar los lugares de la lectura, diferentes “modos de
ser” de los signos: hablaba de “Primeridad”, “Segundidad” y “Terceridad”.
La “Primeridad” (el 1 en nuestro esquema) “es el modo de ser que consiste en que el
sujeto es definidamente lo que es, al margen de cualquier otra cosa”. Eso sólo puede ser
una posibilidad, dice Peirce, ya que nada puede ser en sí mismo sino en relación con otro
(“Pues hasta tanto las cosas no actúen una sobre otra, carece de sentido afirmar que
tienen un ser, a menos que sean tales que tal vez puedan entrar en relación con otros”).
“El modo de ser de un color rojo, antes aun de que cualquier cosa en el universo fuera
roja”, dice Peirce, es una “Primeridad”. Y continúa:

Ponga su hombro contra una puerta y trate de abrirla por la fuerza, enfrentando una
resistencia invisible, silenciosa y desconocida. Tenemos una conciencia bilateral de
esfuerzo y resistencia (...). En su conjunto, estimo que en este caso se trata de un modo de
ser de un objeto que consiste en cómo es un segundo objeto. Lo designo como
Segundidad.

Esa resistencia al (o del) sujeto es lo que Peirce denomina “Segundidad” y es por eso que
nosotros decimos que la lectura, necesariamente, surgirá de la confrontación de dos
series de sentido. De esa confrontación, de esa resistencia, surgirá la relación, la
“Terceridad”:

Por tercero entiendo el medio o enlace colectivo entre el primero y el último absoluto. El
comienzo es primero, el fin segundo, y el medio tercero (...). El hilo de la vida es un tercero;
el destino que la corta, su segundo. Una bifurcación en un camino es un tercero; supone
tres caminos. El camino recto, considerado simplemente como una conexión entre dos
lugares, es segundo; en la medida en que implique pasar a través de lugares intermedios

3 Suficientemente comentado e impugnado por Gilles Deleuze y Felix Guattari en El Antiedipo y Mil
mesetas, los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia, como para insistir aquí en la arbitrariedad de las
conclusiones de Freud.
4 Las citas están tomadas de Charles S. Peirce, Collected Papers en Obra lógico-semiótica, Taurus,
Madrid, 1987 (traducción de Ramón Alcalde).
es un tercero. (...) Es difícil que transcurran cinco minutos de nuestra vida en vigilia sin que
efectuemos algún tipo de predicción, y en la mayor parte de los casos tales predicciones se
cumplen en el evento. No obstante, una predicción es, en lo esencial, de naturaleza
general, y nunca se puede cumplir de una manera completa. Afirmar que una predicción
posee una decidida tendencia a cumplirse, equivale a afirmar que en cierta medida los
eventos futuros están regidos realmente por una ley. Si al tirar un par de dados aparece un
seis, cinco veces de corrido, se trata de una mera uniformidad. Podría ocurrir que los dados
dieran fortuitamente un seis, mil veces de corrido, pero eso no brindaría la menor seguridad
de predecir que aparecería un seis la próxima vez. Si la predicción tiene tendencia a ser
cumplida, debe ocurrir que los eventos futuros tienden a adaptarse a una regla general. (...)
Una regla a la cual los eventos futuros tienden a adaptarse constituye ipso facto algo
importante, un elemento importante en el acontecer de tales eventos. Este modo de ser
que consiste (...) en el hecho de que los hechos futuros de la Segundidad asumirán un
determinado carácter general, lo llamo una Terceridad.

He aquí, por lo tanto, lo que debemos entender por lectura (el 3). Los eventos de una
serie azarosa (hay que subrayar este rasgo presente ya en la argumentación de Peirce)
adquieren un sentido (y se vuelven predecibles) porque se adaptan a una regla general,
como quien dice una ley: la ley de la Terceridad. Antes de volver sobre este punto quisiera
hacer un rodeo en relación con determinadas prácticas estéticas.
El surrealismo se propuso resolver una de las grandes utopías modernistas, aquella que
se refiere a la continuidad entre práctica estética y praxis vital: el surrealismo como una
teoría de la experiencia. En su intención declarada de transformar la vida, el surrealismo
encuentra su programa revolucionario.
En cuanto al método de composición o teoría del texto que el surrealismo sostiene, todos
los análisis históricos han insistido en la importancia del montaje y la escritura automática
para producir lo impensado, lo no subjetivado. La utopía surrealista es la de un arte
objetivo (y, por eso mismo, al alcance de todos).
Entre 1919 y 1921 Breton y Soupault se entregan al que sería el primer experimento de
escritura automática. Sabemos, se nos cuenta, que sentados en una habitación a
oscuras, procurando conseguir un estado de trance, Breton y Soupault escribían lo
primero que a sus mentes acudía, y durante dos años se dedicaron a estos ejercicios
espirituales que dieron como resultado el libro Los campos magnéticos. Se trate de estos
trances o de los “cadáveres exquisitos” aplicados a la composición de poemas, la
escritura surrealista aparece dominada por el imperativo del automatismo, la garantía que
liberaría al proceso de escritura de todo resto de subjetividad.
Pero el surrealismo es, además de un método de composición, una máquina de leer,
probablemente la más rica y productiva del siglo XX, aquella que más lejos llevó la
reformulación del canon.
En un bello artículo muy poco conocido (que apenas si recogen las bibliografías últimas),
Jorge Luis Borges escribe:

Los historiadores más alemanes pierden la paz ante esas dinastías de la variación, del
plagio y del fraude; los franceses reducen la historia de la poesía a las generaciones de
Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Rimbaud, que
engendró a Apollinaire, que engendró a Dadá, que engendró a Breton.

Por muchas razones, ese texto de Borges5 es decisivo, pero lo es sobre todo porque (la
tesis de Eliot que Borges reivindica sostiene la influencia del presente sobre el pasado)
lee hacia atrás el mito de origen, el mito genealógico urdido por el propio surrealismo,
entendido como una máquina de leer.
En cuanto a la escritura automática, hay un texto ya bien tardío (1960) que se llama “El la”

5 “La eternidad y T.S. Eliot (fragmento)”, Revista internacional de poesía (Buenos Aires, julio de 1933),
reproducido por Radarlibros, 1: 90 (Buenos Aires, domingo 1 de agosto de 1999).
(refiriéndose a la nota musical)6, donde Breton habla sobre la escritura automática y
sobre la pureza necesaria para garantizar el “buen texto surrealista” (la palabra “soplada”,
el dictado del sueño o el dictado presubjetivo o inconsciente). Lo que dice Breton es lo
siguiente:

Me han sido de un inmenso valor esas frases o fragmentos de frases, restos de monólogo
o de diálogo extraídos del sueño y retenidos sin error posible. (…) Hubo una época en que
encastraba estas frases en estado bruto al comienzo de un texto, a partir del cual el texto
continuaba. (…) Si bien «la boca de sombra» no me ha hablado con la misma generosidad
que a Hugo y se ha limitado a frases inconexas, lo esencial es que se dignó soplarme a
veces algunas frases que siguen siendo para mí la piedra de toque, con la seguridad de
que se dirigían sólo a mí (…) y que, por desalentadoras que sean para la interpretación al
pie de la letra, sobre el plano emotivo estaban hechas para darme el la.

Mucho tiempo antes, en octubre de 1924, cuando se publica el Primer Manifiesto


Surrealista7, Breton propone la escritura como “un monólogo de emisión tan rápida como
sea posible sobre el que el espíritu del sujeto no pueda abrir ningún juicio”. Desde el
Primer manifiesto Surrealista hasta “El la” (cuarenta años: una doctrina expuesta y
defendida, de allí la importancia histórica del surrealismo, a lo largo de cuarenta años) se
trata de afirmar un arte objetivo, sin sujeto, cuya eficacia viene garantizada sólo por la
aplicación de un método (de composición o de lectura).
Los documentos surrealistas resuelven la articulación entre arte y vida por la vía de la
escritura como mero informe o protocolo o registro de una experiencia y es en ese sentido
que los textos surrealistas producen una radical y nueva manera de articular arte y vida
(diferente de la vía de la representación).
Volviendo por un instante a Peirce y su lógica de los signos, podríamos decir que los
surrealistas proponen un arte que funcione como índice puro, y no como símbolo.
Ninguna interpretación, pues, sería posible en este contexto, porque precisamente de lo
que se trata es de eliminar del arte la presencia del sujeto. El sentido debe liberarse, pues
de la tiranía del sujeto (el 2) pero sin que por eso se lo considere una “propiedad” del
objeto (el 1). El nombre del proceso que permite producir estos hechos que los textos
documentan es el azar objetivo, que permite producir hechos–documentos, hechos–
informes, hechos–protocolos.
En 1934, luego ya de la primera gran crisis del movimiento, es decir, luego de la
publicación del Segundo Manifiesto surrealista (1929), Tristan Tzara publica un texto que
se llama “Ensayo sobre la situación de la poesía”, donde señala lo siguiente:

Apresurémonos a denunciar un malentendido que pretendía clasificar a la poesía bajo la


rúbrica de los medios de expresión. La poesía que expresa ideas o sentimientos ya no le
interesa a nadie; y opongo a esa manera de entender la poesía, la poesía-actividad del
espíritu,

insistiendo en el carácter puramente objetivo de esa poesía-actividad. Y continúa:

Es perfectamente admisible hoy que se pueda ser poeta sin haber escrito jamás un verso,
que exista una cualidad de poesía en la calle, en un espectáculo comercial, en cualquier
parte; la convulsión es general, es poética.

6 Incluido en la Antología (1913-1966), de André Breton, publicada por Siglo XXI, México, 1983, con
traducción de Andrés Segovia.
7 En el verano de 1935, once años después de la aparición del primer Manifiesto de Breton, el
surrealismo tenía ya una presencia hegemónica en Europa y se extendía a otros continentes. En marzo, Breton
y Éluard son aclamados en Praga, donde al mes siguiente se publica el primer número del Bulletin International
du Surréalisme. En junio se celebra en Santa Cruz de Tenerife la Segunda Exposición Internacional del
Surrealismo.
Ahora bien, ésa, que es sin duda la grandeza del surrealismo, es también su ruina, porque
en el mismo momento en que propone un arte sin sujeto, a la vez, para garantizar la
pureza del resultado, debe postular una conciencia vigilante. La aporía surrealista (una
disciplina de la revolución total) está atada al carácter moral de su práctica8.
Breton dice en el Segundo Manifiesto, publicado en el mismo número de La revolución
socialista en el cual aparece el guión de Un perro andaluz:

Por qué debemos aceptar que el método dialéctico sólo puede aplicarse correctamente a la
solución de los problemas sociales. La máxima ambición de nosotros, los surrealistas, es
brindarles posibilidades de aplicación que de ninguna manera chocan con sus
preocupaciones prácticas e inmediatas. Realmente no consigo comprender por qué, pese a
lo que piensan algunos revolucionarios cortos de mira, deberíamos abstenernos de
plantear los problemas del amor, del sueño, de la locura, del arte y de la religión, siempre
que consideremos estos asuntos desde el mismo ángulo desde el cual ellos, como
nosotros, contemplan la Revolución.

Se deduce de este párrafo, además de la melancolía por una suerte de alianza nunca
realizada entre el Partido Comunista y el movimiento surrealista, el profundo moralismo de
las posiciones de Breton, quien se propone en este punto no solamente como una
conciencia crítica, como el guardián y la garantía de la pureza de los métodos que se
aplican a la producción de textualidades que puedan reconocerse como surrealistas, sino
también aun como conciencia crítica o guardián de lo que sería un programa
revolucionario, cualquier programa revolucionario, aun el de los partidos comunistas. En
ese momento Breton ya está entregado a “la rigurosa disciplina del espíritu a la que
estamos resueltos a someterlo todo”. Se supone que esa disciplina del espíritu, a la que
estamos dispuestos a someterlo todo, es tanto lo que garantiza la “objetividad” del
fenómeno estético surrealista cuanto la revolución.
Esa necesidad de una “conciencia vigilante” que garantice la objetividad del arte (a través
de la recta aplicación del método de composición y de lectura que el surrealismo pretende
imponer al mundo como “arte nuevo”) es precisamente lo que precipita las crisis del
movimiento, las expulsiones y las desafiliaciones.
Podría entenderse la confluencia de un grupo de disidentes surrealistas y los “acefálicos”
del Colegio de Sociología (Bataille, Caillois), como el intento por construir una teoría que
pudiera dar cuenta del agotamiento de la experiencia. Los acefálicos pretenden huir de la
teoría del encuentro fortuito e impugnar la experiencia como mera vivencia.
En 1933, Jacques Lacan ya ha publicado De la psicosis paranoica y de sus relaciones con
la personalidad (inmediatamente saludada como una obra maestra por René Crevel y
Salvador Dalí, por ejemplo), donde concluye dictaminando que “La experiencia vivida
paranoica y la concepción del mundo que ella engendra” pueden ser concebidas “como
una sintaxis original que contribuye a afirmar, por los vínculos de comprensión que le son
propias, a la comunidad humana”9 . Ha publicado, además, algunos artículos10 en la
revista Minotaure, en la que Dalí anticipa fragmentos de El mito trágico del "Angelus" de
Millet, probablemente el más fascinante y riguroso ejercicio de lectura surrealista
(publicado en forma de libro recién en 1963 a partir del manuscrito original de Dalí que se
había perdido en 1941; la primera edición en castellano es de 1978).

8 César Aira ha reflexionado con particular agudeza sobre esta contradicción moral del surrealismo en su
Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 1998).
9 De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad. México, Siglo XXI, 1979, pág. 337
10 “Le problème du style et la conception psychiatrique des formes paranoïaques de l'expérience”,
Minotaure, 1 (1933) y “Motifs du crime paranoïaque: le crime des soueurs Papin”, Minotaure, 3 (diciembre de
1933). El segundo, sobre las sirvientas que asesinan a sus patrones, fascina a Jean Genet, quien escribe una
pieza, Las criadas, a partir del texto de Lacan. El primero influye mucho en Salvador Dalí.
Dalí, que viene siguiendo muy de cerca las hipótesis de Lacan, propone un método
paranoico-crítico para leer imágenes triviales. Al mismo tiempo que, fascinado por la
lógica del discurso paranoico, Lacan piensa que la cura psicoanalítica debía parecerse a
una paranoia dirigida11, Dalí propone un método paranoico capaz de devolver a las
imágenes más estereotipadas el sentido que han perdido.
La exposición de los fenómenos delirantes que desencadena el deseo de sentido de Dalí
constituyen una serie. Esa serie se analiza como serie, y el sentido surge de la serie en su
totalidad. El Angelus de Millet no tiene el sentido que Dalí encuentra en él; el sentido está
en la serie. Sin apartarse del todo de los dictados de André Breton (la serie le viene, en
efecto, “soplada”), Dalí construye una teoría del sentido radicalmente nueva. Dice:

Incluso suponiendo que apartemos la hipótesis de la intervención de ese azar objetivo,


nada puede impedir la formación de la hipótesis más grave aún (nosotros subrayamos)
según la cual la asociación sistemática, producto de la potencia paranoica, sería hasta
cierto punto una actividad productora de “azar objetivo”.

Para que haya objetividad, dice Dalí, debe haber serie. El sentido está ahí, desplazándose
en la serie, y no es inmanente al objeto mismo pero tampoco viene de la conciencia del
intérprete (a la que, más bien, se impone por azar y coacción).
Por otro lado, habría que destacar que se plantea una oposición entre serie y colección.
La serie no tiene principio clasificatorio, por eso la serie puede agrupar elementos
heterogéneos y, sobre todo, la serie está regida por el azar y la coacción. Si la
modernidad del siglo XIX puede definirse como una máquina estatal generadora de
colecciones (museos, pinacotecas, parques botánicos, parques zoológicos), la
modernidad del siglo XX se opone a la colección (y a la lógica del principio clasificatorio)
por la vía de la serie. El minotauro, precisamente, ese espacio imaginario que convoca y
contiene tanto a Dalí como a Lacan a comienzos de la década del treinta, es un monstruo,
algo fuera del principio clasificatorio, fuera de colección, un freak, un alien, el octavo
pasajero.
Lo que está haciendo Dalí es sembrar la peste (la peste que Lacan creyó oír que Freud
había llevado a Estados Unidos en 1909): detrás de cada imagen, por más convencional
que parezca, hay una turbia historia de “sexualidad no multiplicativa”. La puesta en
discurso de ese relato requiere la construcción de una serie dominada por la coacción y el
azar, lo que eliminaría todo resto de subjetividad del intérprete (en el mismo sentido en
que Lacan se propuso eliminar del psicoanálisis todo lastre de biologismo y organicismo).
¿Cómo conciliar esa fuerza, esa furia, esa peste, con el afecto miserable, tranquilo,
insípido, imbécil, estereotipado al límite del Angelus de Millet? Se trata de liberar a las
imágenes de la insignificancia; se trata de imponer sentido al mundo, a este cuadro. Una
vez armada la serie, la imagen se analiza como un relato en tres tiempos. Primero: el hijo
en estado de erección. Segundo: el hijo efectúa con su madre el coito por detrás (La
carretilla de carne). Tercero: la hembra devora al macho después del acoplamiento.
De modo que la lectura, en el método paranoico–crítico propuesto por Dalí (a la sombra
de las hipótesis de Lacan), libera al sentido de la tiranía del sujeto pero, a la vez, lo
descoloca como propiedad inmanente del objeto. Para que haya sentido, volvamos a
Peirce, debe haber una relación. Pero además, Peirce quería que la lectura fuera
predictiva, para lo cual se vuelve necesaria la notación de regularidades.
Para demostrar que hay regularidades, aun en la serie más salvajemente dominada por el
azar, Lacan propone, en el “Seminario sobre ‘La carta robada’”, un truco de magia que
sirve para demostrar que siempre hay series de sentido y que, en todo caso, siempre se
pueden encontrar regularidades. Un texto es cualquier secuencia ordenada de

11 De allí a una explicación genético-política del “esquizoanálisis” hay solo un paso, que sería apresurado dar en este
contexto.
enunciados. El texto más primitivo, el que contenga menos información será un texto
formado solamente por dos opciones, un sistema binario de significación. Ese texto
“representa”, por ejemplo, una serie de tiradas de monedas al aire y cómo la moneda
cayó al suelo (cara o cruz).
He aquí ese texto:

+++–+ –– +–+ –+– – ++–– – – ++–++– – – – –+++–++++

¿Cómo leerlo?¿Qué regularidades podríamos encontrar allí? ¿Qué predicciones formular


en relación con esa serie de eventos? Para resolver el enigma, Lacan propone
“redenominar” la serie, conservando la secuencia.
Ustedes recordarán que Lacan decide reagrupar los significantes en grupos de a tres.
Cuando esos tres significantes dibujen una “simetría de la identidad” (– – – o +++) el
grupo llevará la denominación 1. Si se trata de una “simetría de la alternancia” (+–+ o –+–
) entonces llevará la denominación 3. Cualquiera de las cuatro formas de asimetría llevará
la denominación 2. Redenominada, la serie se escribe como:

123322333332222211222322211122123211

Hemos redenominado la serie pero los eventos que “describe” siguen siendo los mismos.
¿Hay ahora regularidad? ¿Se puede predecir el azar? Por supuesto: nunca hay un 3 al
lado de un 1. Siempre habrá, entre un 1 y un 3, una cantidad de números 2. Si esa
cantidad es par, la serie continúa de un modo, si esa cantidad es impar, la serie continúa
de otro modo. Así, hasta el infinito.
En este texto ejemplar y brutalmente dominado por el azar, el sentido (la regularidad, la
regla, la capacidad predictiva) aparece porque hay serie (cosa que Dalí ya había
demostrado) y, además, porque hay redenominación. La lectura como correlación de
series de sentido (el orden de los signos está en el objeto, la redenominación es una
operación del sujeto) permite que el sentido aparezca objetivamente, sin que intervenga
actividad interpretativa alguna12.
Ya podemos, pues, contestarle a Borges: en los textos de Lacan se deja leer una teoría
de la lectura (en la que se cruzan la ontología de los signos de Peirce y la práctica
surrealista) que todavía hoy podemos sostener. Primero está el “momento delirante
inicial”, el rapto, la paranoia, el deseo de sentido (se trate de una tirada de dados, una
tirada de monedas, una imagen trivial o una “vida”); la paranoia produce azar objetivo,
luego se arman las series (coactivas) de significantes. El sentido, claro, se desplaza a lo
largo de la serie. Para poder predecir algo sobre el comportamiento de la serie, y dado
que lo Real es tan imposible como la Primeridad13, debemos pasar de la relación
meramente imaginaria (el 2) con el texto, a lo Simbólico (el 3), es decir: redenominar,
cortar, escandir, puntuar de nuevo la secuencia.
Ya lo sabemos: toda carta llega siempre a destino (aunque Derrida no esté de acuerdo),
que es como decir que todos los textos pueden ser leídos o que encontrarán una serie en
relación con la cual su sentido aparezca. El problema, hoy, dado que se trata de poner la
paranoia en primer término, es ver quién se atreverá a abrir ese sobre que trae recuerdos
de la peste.

12 Por supuesto, este pasaje de un sistema binario (+/-) a un sistema ternario (1/2/3) no es inocente y a
Lacan le sirve para ordenar la primera formulación de su tópica (S.I.R.) alrededor de lo simbólico, la ley, el
nombre del padre.
13 A partir de 1970, cuando Lacan intenta construir una “ciencia de lo real”, lo Simbólico pierde su lugar
determinante, reemplazado por lo Real. La psicosis, en consecuencia, como lugar de la simbolización (de la
Terceridad) imposible, desafía todas las certidumbres de la ciencia. Lacan reescribe la tópica como R.S.I.,
donde lo Real permanece como un “resto” inasimilable e irrepresentable.
*

Volvamos a las preguntas iniciales: ¿Cómo leemos? ¿Y cómo afecta nuestra forma de
leer nuestra pedagogía?
Leemos de cualquier modo: en la cama, ante una mesa, de pie. En voz alta o en silencio.
En situación de inmovilidad absoluta o en movimiento (si uno lee en un tren o en un
avión). Si bien es cierto que difícilmente pueda leerse mientras se corre o hablando de
otra cosa, la lectura, sin embargo, no tiene un ritual muy establecido. Se lee fijando la
vista sobre el papel (celulosa o electrónico). La lectura es para nosotros una práctica
silenciosa (creo que fue San Agustín quien escribió su asombro cuando vio, por primera
vez, a alguien leyendo en silencio14). Se puede, por lo tanto, fingir que uno lee (fijamos
nuestra mirada en una página o una pantalla y pensamos en otra cosa: mentimos), pero
no se puede fingir que uno corre, o baila, o escribe (la ficción que inspira la “Lección de
escritura” de Lévi-Strauss en Tristes trópicos es, en esto Derrida no se equivoca, una
forma de escritura15. Escribir es una práctica fuertemente muscular y motriz. Leer implica
apenas el movimiento de los ojos.
Los ojos no recorren la página letra por letra o palabra por palabra: delimitan un campo
visual que van recorriendo como por barrido, moviéndose de manera discontinua. Cuanto
mayor es el campo visual, más rápido se lee. Esto es importante: cuanto más rápido se
lee, mejor se lee, porque se retiene mejor la información y se correlacionan mejor las
cosas que se van leyendo. Estas cosas son de extrema importancia en los primeros
niveles de escolarización. Más adelante, la escuela media trata la lectura como imposición
de sentido: lo que importa es la fuerza de una lectura y no el método. Se puede leer
cualquier cosa, sólo que hay que tener fuerza suficiente para imponer esa lectura, para
imponer el sentido que una lectura particular da a un texto. La historia de las lecturas de
un texto es, de algún modo, la historia de los combates por definir el sentido de ese texto,
Humpty-Dumpty:

–Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!


–No sé qué es lo que quiere decir con eso de la “gloria” –observó Alicia.
Humpty-Dumpty sonrió despectivamente.
–Pues claro que no..., y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que “ahí te he
dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada”.
–Pero “gloria” no significa “un argumento que deja bien aplastado” –objetó Alicia.
–Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty-Dumpty con un tono de voz más bien
desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.
–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas
cosas diferentes.
–La cuestión –zanjó Humpty-Dumpty– es saber quién es el que manda..., eso es todo16.

La escuela enseña a leer y a escribir y todo proyecto escolar termina definiéndose por los
objetivos que en relación con esas prácticas la institución se fija. Leer (se trate de la
historia, la “realidad” o la literatura) es una práctica compleja que supone, como hemos
señalado, diferentes niveles de intervención del sujeto: la lectura como notación, la lectura
como interpretación y la lectura como experimentación.
Hay, pues, niveles de lectura, y esos niveles de lectura estructuran los sistemas
escolares: el nivel inicial, consagrado a la comprensión de textos, es decir: a la notación
de la información que el texto suministra, y el nivel secundario, consagrado a la

14 Para el pasaje de la lectura oral a la lectura silenciosa, cfr. Parkers, Malcolm. “La alta Edad Media” en
Cavallo, Guglielmo y Chartier, Roger (eds.). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus,
2001.
15 Tristes trópicos. Barcelona, Paidós Ibérica, 1988
16 Lewis Carroll. Alicia a través del espejo (1871)
interpretación de esa información. Hay que entender, como hemos señalado, que esos
modos de leer, en rigor, constituyen dos polos opuestos, los límites mismos de la lectura,
entendida como una correlación de series de sentido (una serie inherente al sujeto, otra
serie inherente al objeto)17. Cada uno de esos polos involucra al sujeto (y lo constituye,
por lo tanto) de diferente manera: la notación o descripción se presenta como el grado
cero de la subjetividad. La interpretación impone al objeto la serie de sentidos que viene
del sujeto. Roland Barthes ha señalado que "interpretar un texto no es darle un sentido
(más o menos fundado, más o menos libre), sino por el contrario apreciar el plural de que
está hecho”18.
En nombre de la democracia simbólica, la época de la reproductibilidad técnica (la edad
de los medios) hizo del libre juego de interpretaciones una verdad de mercado. Ese
relativismo interpretativo, favorecido por los medios masivos de comunicación, atacaba
mortalmente el principio de autoridad de la escuela, como institución que legislaba sobre
las interpretaciones legítimas, y de ahí la crisis que hoy vive ese modelo. Los lectores,
considerados como público o audiencia, descubrieron que podían leer cualquier cosa en
cualquier parte y dejaron, en un sentido estricto, de leer, para pasar a desarrollar
identificaciones narcisistas con aquello que leían. Y la escuela dejó de enseñar a leer o
reservó esa práctica sofisticada para las élites del mundo. Lo que llamamos “brecha
tecnológica” no es sino la diferencia entre poder o no poder construir lecturas legítimas.
Pero hay que insistir en que esos modos de comprender la lectura se corresponden con
diferentes momentos históricos y diferentes modos de reproductibilidad: para que todo el
furor de las batallas por las interpretaciones se desatara fue necesaria la imprenta, la
progresiva constitución de públicos alfabetizados y la consolidación de un mercado de
bienes simbólicos que otorgara a todos (y a cualquiera) los mismos derechos de
interpretación y de juicio. Y así, la cultura letrada sobrevivió apenas como una ruina del
pasado en medio de la marea masmediática.
Hoy, los medios de comunicación comienzan a perder terreno en todos los frentes. Y si
conviene detenerse en la transformación cultural que se avecina con el advenimiento de
las tecnologías digitales de reproducción, almacenamiento y comunicación es porque, con
Internet, las políticas de alfabetización19 vuelven ocupar el centro de la escena. Con
Internet, vuelve la escritura20. Y vuelven, naturalmente, las políticas de la lectura. Como
ha señalado Nancy Kaplan recientemente, las e-literacies21 designan “los conocimientos
y habilidades que se requieren para realizar señales en una era electrónica y con
dispositivos electrónicos”22. Y no habría forma de considerar que esos conocimientos y

17 El reino institucional en el que desarrollamos nuestra pedagogía interrogaría, precisamente, a la lectura


como terceridad, como experimentación.
18 Barthes, Roland. S/Z. Madrid, Siglo XXI, 1980
19 Trabajamos en relación con algunas definiciones de los new literacy studies, sobre todo en lo que se
refiere a las nociones de “alfabetización situada” y “multi-alfabetización”, que piensan los procesos de
alfabetización no sólo como la adquisición de técnicas complejas de lecto-escritura sino como la
adquisición de competencias para legitimar determinadas perfomances discursivas y culturales. Cfr.
Multiliteracies. Literacy Learning and the Design of Social Futures, editado por Bill Cope y Mary Kalantzis
(Nueva York: Routledge, 2000) y Situated Literacies. Reading an Writing in Context editado por David
Barton, Mary Hamilton y Roz Ivanič (Nueva York: Routledge, 2000).
20 Ciertamente, la escuela nunca enseñó nada en términos de la “lectura” de los medios masivos de
comunicación salvo que debían ser puestos bajo sospecha. La “naturalidad” de los códigos y registros de
la cultura audiovisual eximía a las audiencias de entrenamientos sistemáticos. Para la relación entre
Internet y escritura, cfr. Link, Daniel. “Internet: el retorno de la escritura”, Futuro, suplemento de
Página/12 (Buenos Aires: sábado 17 de octubre de 1998) y “La vuelta de la palabra”, Mercado, 1000
(Buenos Aires: marzo de 2001).
21 Cecilia Magadán ha propuesto la noción de “re(d)alfabetizaciones” como equivalencia castellana de las
e-literacies. Cfr. Magadán, Cecilia. “Educ.ar al soberano”, Radarlibros, suplemento literario de Página/12
(Buenos Aires: domingo 8 de septiembre de 2002).
22 “Such knowledge and skill generally includes alphabetic literacies as well as at least a rudimentary grasp
of a computer's interface (what Cynthia Selfe terms "screen literacy") and some specialized knowledge
habilidades podrán adquirirse fuera de un marco sistemático de aprendizaje. La cultura
electrónica, para sobrevivir como algo distinto de un mero entretenimiento de una “élite
resplandeciente” (elite racy), necesita de la escuela como nunca necesitó de ella la cultura
audiovisual.
Si hemos atravesado ya enteramente los ciclos históricos de la lectura como notación (la
época de la reproductibilidad artesanal) y la lectura como interpretación (la época de la
reproductibilidad analógica), se abre ante nosotros la puerta inmensa, en la época de la
reproductibilidad digital, de la lectura como experimentación.
Los textos digitales (politextos o hipertextos23) no necesitarán sólo de modelos de lectura
como notación e interpretación24 sino de un modelo (escolar) de lectura radicalmente
nuevo: la lectura como experimentación, la lectura como uso, que incorporará a los
anteriores: la utopía del constructivismo cumplida en la época de la reproductibilidad
digital25. Y la utopía, también, de la lectura sin sujeto o con un sujeto múltiple. En la
época de la reproductibilidad digital, “no solamente cualquiera podrá copiar y distribuir un
texto electrónico, con o sin permiso y pago de derechos de autor, sino que cualquiera
podrá, teóricamente, multiplicar exponencialmente el número de textos en circulación.
Una multiplicación semejante erosionará la definición foucaultiana de la función autor,
evidentemente un principio de economía capaz de restringir lo que de otro modo sería una
peligrosa proliferación de escritos, una inundación de discurso26. (...) En el mundo
politextual podría haber verdaderamente palabras (o mejor, significaciones) sin fin”27.
Vivimos la infancia de la época de la reproductibilidad digital, una época que necesita de
maestros y de alfabetizadores digitales28, pero también de teóricos de la lectura, de una
lectura que no podrá pensarse sino como experimentación. No estamos hablando sólo del
placer (cada cual encontrará placer en lo que quiera), sino de nuestra responsabilidad
ante la historia: la historia y el futuro de la lectura. La historia y el futuro de la democracia.

for issuing computer-readable commands to save a document, print it, send it out over a network and the
like”. Cfr. Nancy Kaplan. “Politexts, Hypertexts, and Other Cultural Formations in the Late Age of Print” en
http://www.ibiblio.org/cmc/mag/1995/mar/kaplan.html.
23 Cfr. Kaplan, Nancy. op. cit.
24 Con sus teorías y pedagogías asociadas.
25 En otra parte he propuesto una correlación entre modelos de lectura (los ciclos de la teoría) y lógicas
culturales (los ciclos del arte). No es casual que el estructuralismo haya encontrado su vía regia (y su
momento de gloria) en el apogeo de la cultura de masas. Cfr. “Estudios culturais, literaturas comparadas
e análise textual: por uma pedagogia” en Como se lê e outras intervenÇoes críticas. Chapecó: Argos,
2002. Cfr. también Kaplan, Nancy. op. cit., donde la autora se refiere a una polémica sobre la
alfabetización electrónica: “the technological differences themselves tell only a part of the story of
technological and cultural change: by ignoring the social, Bolter and Lanham as well as Tuman and
Postman fail to articulate some crucial relations between technologies and cultures”. Cfr., para las
posiciones que Kaplan critica: Tuman, Myron. Word Perfect: Literacy in the Computer Age. Pittsburgh:
The University of Pittsburgh Press o Postman, Neil. Technopoly: The Surrender of Culture to Technology,
New York, Vintage Books.
26 Nancy Kaplan ironiza: “the source of Neil Postman's nightmares”.
27 Kaplan. op. cit. (http://www.ibiblio.org/cmc/mag/1995/mar/hyper/Politexts_605.html).
28 En “Educ.ar al soberano” (op. cit.), Cecilia Magadán se pregunta: “¿Alfabetizar para ejercitar un
pensamiento crítico (punto.ar) o alfabetizar para fabricar el sujeto que necesita el mercado (punto.com)?”

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