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FERNANDO IWASAKI.

ESCRITOR

"Mientras el español no sea la lengua del conocimiento, dará igual cuántos lo hablen"
El autor peruano residente en Sevilla presenta el martes en la Librería Verbo 'Las palabras primas' (Páginas
de Espuma), la obra con la que ganó el Premio Málaga de Ensayo

PABLO BUJALANCE
04 MARZO, 2018 - 11:13H
DIARIO DE SEVILLA

Vino al mundo Fernando Iwasaki (Lima, 1961) en el seno de una familia peruana de poderosa ascedencia
japonesa (también italiana y ecuatoriana) y desde 1989 reside de manera estable en Sevilla. Así que pocos
escritores como el autor de Libro del mal amor (2001) Ajuar funerario (2004), Neguijón (2005), Helarte de
amar (2006) y Una declaración de humor (2012) entre otros pueden referirse a la lengua castellana desde
flancos tan dispares. Ahora, el también profesor y columnista acaba de publicar Las palabras primas
(Páginas de Espuma), una revisión de la historia de las palabras a través de la memoria, la geografía, la
historia y la lectura, entre dos orillas, con la que ha ganado el Premio Málaga de Ensayo (según el fallo del
jurado formado por Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Alfredo Taján y Juan Casamayor) y que
presenta este martes, a las 20:00, en la Librería Verbo, (Sierpes, 25).

- ¿En qué medida es Las palabras primas una autobiografía resuelta a base de las variedades del
léxico español?
Siempre se espera que los escritores hagamos ficción en general y novelas en particular. Y después está el
ensayo, que tiene cierto status especial. Uno piensa en los libros que podría ir escribiendo a lo largo de los
años, sobre todo si escribes artículo de prensa, ya que en ellos abordas temas que te interesan y al final se
van convirtiendo, como dices, en una autobiografía. Las palabras primas nace de la perplejidad que
experimento al ser el hablante de una lengua a través de sus periferias, un asunto que he tratado en
diversos artículos. Podría escribir otro libro sobre las librerías de viejo, de las que también me he ocupado
en mis columnas. En cualquier caso, son temas con tanta dignidad como la que puede tener una novela.
Hoy día, los escritores de ficción, sobre todo los de mayor éxito, apenas escriben ensayos porque tienen que
atender a la demanda de novelas que se les presenta. Aunque no es el ensayo un género menor que
cualquier otro, desde luego.

-Pero quizá una de las lecciones fundamentales del libro es que eso que se conoce como periferia es
en realidad el auténtico corazón del habla española.
-Así es. Los acentos periféricos son los menos reconocibles porque, no en vano, son los menos conocidos.
Últimamente hemos asistido a ciertas polémicas a tenor de un ánimo de desprestigio del acento andaluz,
como lo que sucedió a cuenta de la serie La Peste, con quejas de gente que aseguraba que el habla de los
personajes no se entendía, y con parodias desafortunadas como la de Antonio Baños, de la CUP. Lo que
sucede es que hay un gran desconocimiento del acento andaluz, de sus orígenes y de su evolución. Y por lo
general se tiende más a la indignación o a la burla con lo que no se conoce.

- ¿No es el español neutro un fraude centralizador?


-Volvemos al asunto de la periferia. La España vacía, aquella sobre la que escribió recientemente un libro
magnífico Sergio del Molino, está llena de palabras. Con una diversidad muy rica, especialmente en el
mundo rural, que ha nutrido tanto a escritores como Miguel Delibes. En un libro como Las cosas del
campo de José Antonio Muñoz Rojas encontramos un universo de palabras espectacular. Para un
hispanoamericano como yo, encontrar todo este legado, oculto, silenciado y a la vez tan conectado con el
habla hispanoamericana, es todo un hallazgo.

- ¿Su historia como hispanohablante es como la de un cante de ida y vuelta?


-Sí, un hispanohablante de habla marinera. Fíjate qué contradicción que alguien como yo, nacido en Perú,
ignorara durante tanto tiempo el habla de los Andes. Es tanta allí la periferia del español que limita
directamente con el quechua. Allí al huerto le dicen chacra, término que no tiene nada que ver con los
centros de energía del hinduismo. De pronto, llegas a Europa y te dicen que hay que alinear los chacras. Lo
primero que piensas es que no sabes muy bien por qué, pero en todo caso en Perú no hace falta alinearlos.
- ¿De dónde nace el prejuicio contra el habla popular, más culta y sin embargo considerada a
menudo más atrasada?
-Habría que atender a la escritura on line, que emplea siempre un número muy limitado de palabras.
Además, si escribes una palabra que el autocorrector no conoce, directamente te la corrige. Es decir, de
entrada, ni siquiera puedes utilizar un amplio número de palabras salvo que desconectes la función de
corrección. El medio digital desdeña todos los sedimentos que la historia, la geografía y la memoria van
depositando en las palabras a lo largo del tiempo. Pocos saben que en la lengua castellana abundan
palabras de origen africano, como tangana, mojiganga o mogollón, que se incorporaron por influencia de los
esclavos y de las comunidades de africanos andaluces que se instalaron en ciudades como Sevilla durante
el Siglo de Oro. La palabra fandango, que el flamenco hizo suya, es una voz africana que conserva su eco
de tambores. Lo mismo sucedió en Argentina con la palabra tango. Hay todo un mundo de palabras de ida y
vuelta que la escritura on line ignora. En Perú, en los siglos XVI y XVII, si decías polla te referías a un juego
de cartas.

- ¿Echa de menos un mayor aprovechamiento de esta enorme riqueza léxica en la literatura española
contemporánea?
-Bueno, escritores como Andrés Trapiello o Javier Marías emplean muchas palabras no por un ejercicio de
recuperación consciente, sino porque, simplemente, las necesitan. No se preocupan por su origen, tan sólo
las emplean. Cuando Jesús Carrasco publicó su novela Intemperie hubo críticos que la interpretaron como
una reivindicación lingüística, pero creo que el autor se limitó a echar mano de las palabras que necesitaba
para contar una historia ambientada en el mundo rural. Recordemos que ninguno de los autores
del Boom adoptó un español neutro para ser leído con más facilidad en toda Latinoamérica. Cada uno
escribió con su habla particular.

- ¿Volvería a suceder lo mismo si el Boom estallara hoy?


-En América Latina las dimensiones son enormes, pero si un peruano habla, un chileno le entiende. Aunque
a veces los autores contemporáneos tienden a hacer poco acopio de palabras por una mera cuestión de
pereza, un poco como lo del corrector automático. Se considera muy alegremente que el lector es tan
perezoso como tú.

- ¿Es optimista sobre el desarrollo futura del habla española?


-No. No me produce ningún entusiasmo que seamos quinientos millones de hispanohablantes. Podríamos
ser mil millones, pero no serviría de nada mientras el español siga sin ser la lengua de la ciencia, del
conocimiento y de la diplomacia. Es una fuerza muy grande en lo cultural, pero no en está en esa liga. Más
aún, si un coreano y un noruego se ponen a hablar sobre Despacito, lo hacen en inglés. Y no parece que el
español vaya a ser la lengua oficial de la UE, ni la de los grandes negocios.

- ¿Alguna palabra a reivindicar?


-Sí, la papa, en su acepción original. La papa llegó a Europa primero por Inglaterra, de aquí a Francia y de
aquí a Alemania. Cuando llegó a España lo hizo bajo el anglicismo patata, pero la papa ya aparecía en el
Inca Garcilaso y en el Padre Acosta. Además, en Andalucía decimos también papa como sinónimo de
borrachera: no veas la papaque lleva. Y en Perú, hacer algo en un papazo es hacerlo muy rápido. Es mejor
decir papa, siempre.
¿Cómo evolucionó la lengua castellana hasta convertirse en español?
Apartes del discurso de Carlos Rodado Noriega ante la Academia Colombiana de la Lengua.

Por: Carlos Rodado Noriega 25 de octubre 2017 , 04:52 a.m. El tiempo

El español es la segunda lengua más hablada del mundo y es nuestra lengua materna; por eso es de vital
importancia conocer cómo se fue gestando y cómo ha sido su desarrollo hasta su estado actual. Pero las
lenguas no nacen en un día exacto como los seres humanos ni en un lugar concreto de la geografía. Son el
producto de un proceso de formación que se va dando a través de la interrelación pacífica o violenta
de unos pueblos con otros. Por eso es mejor decir que la lengua no nace, sino que se hace; cada pueblo
la va construyendo día a día, y se convierte en algo vivo y dinámico que evoluciona según la cambiante
realidad del pueblo que la habla.

La península ibérica fue, desde tiempos inmemoriales, escenario de asentamientos, colonizaciones y


conquistas que realizaron pueblos de las más diversas procedencias. Fenicios, griegos, cartagineses,
romanos, visigodos y árabes ocuparon en diferentes épocas el territorio peninsular. Esa circunstancia
convirtió a Españaen una encrucijada de culturas que, durante un largo período de su historia, no le permitió
consolidar una identidad nacional con una lengua dominante.

Antes de la llegada de civilizaciones procedentes de la parte oriental del Mediterráneo ya estaban


firmemente establecidas tres etnias aborígenes en el territorio peninsular: los iberos, los tartesios y los
vascos, pero fue mínimo el aporte de estos pueblos primitivos en la conformación de la lengua española.
Con excepción del vascuence, ninguna de las lenguas aborígenes pudo permanecer en el tiempo
porque se vieron sometidas a la influencia de civilizaciones más avanzadas que las fueron
modificando o las hicieron desaparecer en el proceso traumático de la conquista.

En el año 1100 a. C. arribaron los fenicios, que eran esencialmente mercaderes. No llegaron a implantar una
cultura, sino a obtener un lucro derivado de su actividad comercial. Por eso, el impacto lingüístico de los
fenicios no fue duradero, y su huella cultural fue insignificante. Lo único que se puede anotar en su favor es
que fueron ellos los que le dieron nombre al territorio que colonizaron. En efecto, cuando desembarcaron en
la costa mediterránea y vieron la cantidad de conejos que salían de los matorrales, no dudaron en bautizar
el país al que llegaban como i-schephan-im, con el significado de tierra “remota” o “repleta de
conejos”. Pero el topónimo se fue modificando por esa inexorable ley de la transformación de las
lenguas y se convirtió en Spania y luego en Hispania durante la dominación romana. Los historiadores
griegos, por contraste, utilizaban la palabra ‘Iberia’, porque el vocablo que más pronunciaban los nativos era
‘iber’, que en su lengua significaba río, vocablo que hacía referencia al Ebro, el más caudaloso de los ríos
que desembocan en el Mediterráneo.

En el siglo VII a. C. arribaron los griegos, y se establecieron en la esquina nordeste de la península.


Permanecieron un poco más de un siglo, y su contribución directa a la lengua fue escasa. Sin embargo, es
preciso aclarar que las 3.000 palabras de origen griego que hoy hacen parte de nuestra lengua entraron, en
su mayoría, por la puerta del latín, cuando, siglos más tarde, los romanos conquistaron Hispania. Aunque
por vía indirecta, la influencia de la cultura griega en el español ha sido enorme, como muy bien lo
señala el padre Félix Restrepo.

Los griegos fueron destronados por los cartagineses y estos, a su turno, sucumbieron ante los romanos
cuando intentaron desafiar su poderío militar y económico. De la civilización púnica quedó muy poco, y su
aporte a la lengua fue casi nulo aunque permanecieron por más de tres siglos en la península ibérica. Su
mayor contribución fue haber provocado la llegada de las legiones romanas y, con ellas, una civilización que
sí dejaría una impronta cultural perdurable en el territorio rebautizado con el nombre de Hispania. Con las
legiones llegó la lengua del Lacio, la que más influyó en la formación de nuestro idioma. La conquista
romana fue muy diferente de todas las demás porque Roma sí estaba interesada en sembrar una
cultura y dejar un legado para la posteridad. Para ello era indispensable fundar un Estado con leyes e
instituciones y simultáneamente implantar una lengua en el territorio conquistado para que las normas
fueran entendibles y se pudieran obedecer. Pero la lengua conquistadora no iba a permanecer inmune en su
proceso de implantación porque las lenguas vernáculas la modificarían en su estructura morfológica y
sintáctica.

A partir del siglo III, el imperio romano empezó a periclitar. Ya no se cuidaban las fronteras de sus provincias
con el mismo celo y eficiencia militar de antes, oportunidad que aprovecharon los visigodos, unas tribus de
origen germánico, para incursionar en Hispania en el año 416. Reinaron durante tres siglos, pero su legado
cultural fue modesto, mientras que el de sus sucesores, los árabes, fue muy importante no solo en el campo
de las ciencias, sino en el de las letras y de la lengua. Baste señalar que por lo menos cuatro mil
palabras de nuestro idioma tienen ancestro árabe. Sin embargo, ese número considerable de vocablos
no logró alterar la estructura de las lenguas autóctonas, que cada día se alejaban del latín aunque
mantenían su esencia.

La resistencia de los reinos cristianos del norte peninsular empezó a gestarse desde el mismo momento en
que llegaron los musulmanes. Razones políticas y religiosas alentaban el patriotismo hispánico, y la
reconquista del territorio se fue dando de norte a sur con triunfos resonantes sobre los moros. Las lenguas
de estos reinos habían tenido una evolución muy diferente a la de al-Ándalus, porque la topografía y su
continuada resistencia al poder musulmán los habían mantenido aislados de esa influencia en el habla de
sus gentes. Esta circunstancia propició el desarrollo de una variedad de dialectos romances que
evolucionaron a partir del latín vulgar.

Pero una de esas formas de expresión fue imponiéndose sobre las otras por la importancia y el poderío que
fue adquiriendo la región donde se hablaba esa variedad dialectal. Castilla, que empezó siendo un
señorío bajo la tutela leonesa, se convirtió en condado y finalmente en un reino que poco a poco fue
extendiendo sus fronteras y consolidando su poder. Sus gentes se habían acostumbrado a hablar en
una variedad romance derivada del latín en forma ininterrumpida porque su arabización fue insignificante o
casi nula.

Siendo así, es lógico que nos preguntemos: ¿cuándo se empieza a hablar castellano por primera vez como
una lengua diferenciada y reconocible? No es posible fijar un momento exacto para el nacimiento del
español, pero lo que sí está documentado son las primeras manifestaciones escritas donde se puede
advertir que la lengua del pueblo ya no era el latín vulgar.

Los testimonios escritos más antiguos de la variedad romance que más tarde se llamaría “castellano” son el
Cartulario de Valpuesta y la Nodicia de kesos, datados entre el siglo IX y el XI. Sin embargo, en ellos no se
podía ver todavía la estructura sintáctica del idioma castellano. Ese feliz advenimiento se produjo en las
Glosas Emilianenses, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja. En los márgenes y en las
entrelíneas de los pergaminos de un códice medieval brotaron las primeras frases de nuestro idioma como
en una especie de alumbramiento mágico de la lengua latina. Esa criatura evolucionó hasta convertirse en el
habla que hoy permite la comunicación fluida y continua a quinientos sesenta millones de hispanoparlantes.

La frase inaugural de la lengua castellana dice en su grafía primitiva:


“Cono aiutorio de nuestro dueno Christo, dueno salbatore, qual duenno get ena honore et qual dueno tienet
ela mandatione cono Patre cono Spiritu Sancto enos sieculos delo sieculos”.

La versión en el castellano de hoy sería:


“Con la ayuda de nuestro Señor Cristo, Señor Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene
el mando con el Padre con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos”.

Lo notable de estos textos, además de su estructura gramatical, es su profundo contenido espiritual.


Mientras el primer documento escrito en italiano es un alegato jurídico para defender la propiedad de unas
tierras que pertenecían al monasterio de Montecasino, y el primer texto escrito en lengua inglesa es un
contrato comercial, el primer texto en español es una oración. Es decir, nuestra lengua nació hablándole a
Dios.

Las Glosas Emilianenses son los textos en romance ibérico más antiguos de los que se tiene noticia, y en
los que están presentes todos los niveles lingüísticos.

CARLOS RODADO NORIEGA


Especial para EL TIEMPO
Toda la verdad sobre 'almóndiga'
'Almóndiga', como 'albóndiga', está en el Diccionario de la RAE

Aunque son mensajes con mucha gracia, la verdad es que la pobre almóndiga ni acaba de ser admitida por
la RAE ni se considera correcta en español. Sea posverdad o leyenda, en torno a la almóndiga hay una
serie de creencias que podemos desmontar. Por eso, vamos a hacer todo un “equipo de investigación”
(pronuncia esto con voz intensita) sobre el tema para llegar al núcleo de la almóndiga española.

Albóndigas (y almóndigas) hay secularmente en la historia de nuestra lengua. La albóndiga es un sustento


tradicional de la gastronomía hispánica, y por eso, encontramos la palabra usada en textos bien antiguos.
Enrique de Villena en un tratado sobre protocolo de la comida en la corte (Arte cisoria, 1423) escribía que
las palomas “se tajan como la perdiz” y se podían comer “partidas o menudas en albóndigas”. La forma
almóndiga también se documenta, aunque mucho menos, en la historia del español. Así, dice un texto del
siglo XVII que un gobernador “quiso cenasen los embajadores (...) sacando un plato a la española de
almondiguillas y otro de gigote” (Comentarios del desengañado de sí mismo de Diego Duque de Estrada).

Lo definitorio de la albóndiga es su forma de bola, que está en la propia raíz de la palabra. Albóndiga deriva
del árabe búnduqa que signica ‘bola, bolita’; con la sílaba al- que está al principio como herencia del artículo
árabe. Con ese mismo artículo se ha fijado la bola venida del árabe en otras lenguas de la península: en
portugués se la llama almôndega, en catalán, junto con otros nombres, se las puede llamar mandonguilles y
en eusquera (además de la forma estándar haragi bola o bola de carne) conviven parientes de nuestra
almóndiga como almandongilla, amandongilla, a(l)mondrongilla o almandrongila. Si te fijas, en esas otras
lenguas peninsulares ha triunfado la eme y no la be para este rico guiso de carne.

No es nada extraño ese cambio del sonido que escribimos con be o con uve hacia eme: pasaba ya en latín,
cuando los gramáticos insistían en que había que decir globus y non glomus. Pasaba en castellano antiguo,
donde (del latín vimen) decían vimbre y también mimbre, variante esta que terminó triunfando. Hay más
ejemplos: a la planta del cannabum (latín cannabis) la hemos convertido en cáñamo, con eme y no en
cáñabo, pese a su étimo. Y con perdón, porque estamos hablando de albóndigas, pero las boñigas también
se las llama moñigas en español actual. No hay que llevarse las manos a la cabeza, pues, porque un sonido
como el que escribimos con be o uve (técnicamente, un sonido labial) se “bese en la boca” con un sonido
bilabial (el de la eme) hasta confundirse ambos.

La génesis de la variante almóndiga no es, pues, nada caprichosa. Y tampoco es reciente su inclusión en los
diccionarios: esa es una parte de la leyenda almóndigaque debemos desmontar. Por ser un elemento común
en la comida española, la palabra albóndiga entró sin demasiada dificultad en los diccionarios antiguos del
español. El Diccionario de autoridades (1726-1739), primero que publicó la Real Academia, daba incluso
detalles de la receta (“Guisado compuesto de carne picada, huevos y especias con que se sazona,
mezclándose todo en forma redonda”)... y en ese mismo diccionario del XVIII estaba ya la palabra
almóndiga:
En concreto, en ese primer diccionario de la Academia de 1726 aparecían junto a albóndiga, almóndiga y
almondiguilla. De almóndiga se decía: “algunos pronuncian almóndiga, corrompiendo su origen sin bastante
fundamento” y para almondiguilla se manifestaba un juicio similar. De hecho, todos los diccionarios
posteriores que ha sacado la Academia han mantenido la inclusión de almóndiga entre sus páginas, pero en
todos los casos, remitiendo para su definición a albóndiga y añadiendo un aviso (lo que técnicamente se
llama marca) de que la forma con eme se considera vulgar y desusada.
¿Y si es vulgar o se usa poco por qué está en el Diccionario? Porque, posiblemente, lo que no entendemos
es qué es y para qué sirve un diccionario; que esté la palabra no significa que te recomienden usarla. Los
diccionarios no incluyen solo las formas que consideramos prestigiosas sino también otras que están
marcadas por ser restringidas, por ejemplo, porque están en desuso, se limitan a una zona hispanohablante
o tienen un empleo restringido a determinados contextos muy formales o muy informales. Podríamos crear
un diccionario solo de formas estándares, correctas, sin marcas. Y entonces podríamos quitar almóndiga.
Pero también prescindiríamos de ansina, cuantimás, endespués, dotor, esparramar, menucia... y cientos de
palabras que figuran en el Diccionario de la RAE con marca de vulgar. Y además de eso, tendríamos un
grave problema con aquellas palabras que están marcadas en una zona hispanohablante y no en otra:
¿eliminamos coger? Tampoco incluyen los diccionarios del español todas las palabras que usamos en el
idioma, pero no por ello dejan de existir esas palabras. Si se emplean, se entienden y comunican: existen,
aunque no estén en el diccionario. “Las gatas de Ricardo son achuchables”: ¿entiendes achuchable? Pues
entonces existe, aunque no esté en el diccionario por ser un derivado de achuchar, que sí está.
Quitando almóndiga y otras formas en variación similares perderíamos mucha información sobre la
heterogeneidad del español y haríamos del diccionario un texto inútil para hablantes de español como
segunda lengua que podrían acudir a sus páginas para consultar el significado de estas voces. En cierta
medida el diccionario es cementerio, es barrio rojo y es descampado: recoge palabras muertas, palabras
marcadas como poco apropiadas para según qué contextos y palabras que solo usan una parte de los que
hablamos español.
A los filólogos nos sorprende mucho que los hablantes prefieran un diccionario castigador que excluyera
almóndiga de otro que la incluye avisando de que es mejor que uses esta palabra oralmente cuando
preparas almóndigas en tu cocina y no cuando las anuncias por escrito en la pizarra de tu bar. Con todo,
tanto discutir entre estas dos variantes nos está alejando del asunto principal que España debe dirimir: ¿en
qué bar de este país sirven las mejores albóndigas?
Las palabras por las que a los chilenos nos hacen bullying en el extranjero

Publicado por
Christian Leal
Radio Bio Bio
Exactamente hace 10 años, tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos por primera vez. Nunca antes
había estado tan lejos de Chile, y menos en una misión periodística junto a profesionales de toda
Latinoamérica, a los que denominaban “Mercados Emergentes”, glorioso eufemismo para no tener que
rotularnos como “Tercer Mundo” o “Países Pobres”.
Como imaginarán, yo era bastante inocente por aquel entonces.
Probablemente por ello, durante un desayuno donde discutíamos sobre las diferencias lingüísticas con
colegas de Argentina, Colombia, México o Ecuador, entre otros, hice un cándido comentario que dejó a la
mesa prácticamente en silencio.

- Pues claro, como los chilenos no tenemos acento…


Lo que siguió, fue una risotada que se escuchó en toda la ciudad de Portland.
Convencido de mi punto de vista, insistí. ¿Qué acento íbamos a tener los chilenos? Sí, nos comíamos las “s”
y “t” finales en las palabras, pero carecíamos de aquella fuerte entonación de los argentinos o del cantadito
dialecto colombiano. Y qué decir del reverberente tono mexicano.
Sin decir más, mi colega de Colombia carraspea y comienza a imitarme:
“Mira weón, así nomá es la weá, ¿cachai? Pa’ que seguirle dando vueltas”.
Otra vez risotadas, esta vez conmigo convencido debajo de la mesa de vergüenza.
Sí, los chilenos tenemos acento. Quizá no tan marcado como otras nacionalidades pero perceptible para
todos salvo para quienes estamos acostumbrados. Un acento tan desastroso por cierto que, como me
confesó un experimentado intérprete estadounidense, los chilenos somos los hispanohablantes más difíciles
de entender. Algo que ya había leído en un artículo que acusaba a nuestra enrevesada lengua como uno de
los principales obstáculos para exportar nuestras telenovelas, las que debían ser “dobladas al español”.
(No se sientan tan mal. A los brasileños les pasa lo mismo con los portugueses).
Y aunque la mayor parte de las palabras del acervo castellano son comprensibles en cualquier país (todos
sabemos a qué nos referimos con un auto, carro o coche), durante mi segundo encuentro con colegas de la
región, no pude evitar llamar la atención por algunas palabras de mi léxico que hasta cierto punto
consideraba “normales”.
Harto: “A los gringos les gusta comer harto”, comenté despreocupadamente durante una cena. Muchos ojos
se alzaron sin entender a qué me refería. “Mucho, que les gusta comer mucho. ¿Cómo no van a saber lo
que es ‘harto’?”, respondí ofuscado.
El tema es que en la mayoría de Latinoamérica “harto” es fastidio, de “hartazgo”, no de “mucho”. Una
compatriota que vivía hace 25 años en Estados Unidos me confesó que se reservaba la palabra sólo cuando
venía a Chile. Porfiado, yo me empeciné no sólo en usarla sino que en marcarla donde íbamos. Hay que
hacer patria.
Altiro: Muchos no lo saben, pero la expresión “altiro” es invención nuestra. No existe en otros países (vaya,
algo original que hayamos hecho). Su etimología no requiere mucho estudio, pues simplemente se refiere a
la velocidad de las armas de fuego. No te extrañes si al decirla frente a interlocutores de otros países te
miran extrañados sin saber a qué te refieres.
Regalón: “¡Pa’ los regalones, pa’ los regalones, pa’ los regalones!“, suelen gritar nuestros vendedores
ambulantes, sobre todo cerca de Navidad, al promover sus juguetes. Pues a un centroamericano no le
caería muy bien este anuncio, ya que lejos de evocar el cariño por los pequeños querubines de la casa,
alguien “regalón” es alguien “regalado”… sobre todo en el sentido sexual. Disculpen si acabo de traumarlos
con esto…
Pololeo: Otra invención nuestra, aunque en realidad proviene de nuestros ancestros mapuche. El pololeo
sólo se da en Chile, como paso anterior al noviazgo, que reviste un caracter más serio, previo al matrimonio.
En el resto de Hispanoamérica hasta los niños se ponen “de novios” porque no es algo realmente
comprometedor… salvo que el “niño” tenga 17 años y haya dejado embarazada a la “niña” de 15, porque ahí
es universal que se arme.
Cachai: La única muletilla chilena que supera al “hueón” es el “cachai“. De hecho a los Latinoamericanos les
hace gracia, y si no la pronuncias en mucho tiempo te piden que la digas, lo que te hace sentir como animal
de zoológico (es como el “chévere” colombo-venezolano, el “che-boludo” argentino o… algo que les contaré
al final).
Polla: Y aquí llegamos al punto cúlmine. ¿Alguien puede decirme a quién demonios se le ocurre ponerle de
nombre a una de las dos empresas de juegos de azar más grande del país una palabra que en media
Hispanoamérica -y sobre todo en España- significa pene?
Ya me imagino la cara de los españoles cuando pasean por Chile y escuchan que alguien “se sacó la
Polla“.

Palabras sacan palabras


Pero no todo se resume a términos, sino también a costumbres. Mientras en Chile saludamos diciendo
“buenos días” (sin entender muy bien por qué ya que el día es sólo uno), en Centroamérica dicen un más
correcto “buen día” y en Venezuela, “feliz día” (lo cual uno asume como todo un ejemplo de resiliencia
considerando al gobierno que tienen, pero no ahondemos en eso).
Otra cosa que me llamó la atención es que mientras en Chile se ha ido extinguiendo la costumbre de decir
“provecho” como una forma de desear una buena comida, en el resto de los países latinoamericanos es
prácticamente un ritual. Así, mientras todos se saludaban al sentarse a la mesa, yo debía alcanzarlos con un
gutural “hhmmm” para no quedar rezagado (aunque me quedó la duda de si somos así todos los chilenos o
sólo yo soy un roto de mierda).
Pero la parte central de las lecciones de urbanidad que aprendí en Estados Unidos, es algo que ya venía
practicando con resultados desilusionantes en Chile tras leer un reportaje donde los mexicanos se quejaban
de ello: que en nuestro país no saludamos en los ascensores.
Eso sí es rotería.
En la mayoría de los países del mundo, cuando un grupo de personas ingresa a un espacio tan reducido
como un elevador, aunque sea por pocos minutos, lo normal es al menos decirse “buenos días” o “buenas
tardes”, según corresponda. Los chilenos no lo hacemos. Ingresamos como autómatas, evitando al máximo
el contacto visual con los otros.
¿Por qué? No lo sé, pero debemos cambiarlo. Aunque al principio te miren con cara de “¿y a este qué bicho
le picó que se atreve a saludarme sin conocerme?”, verán como poco a poco nos civilizamos.
Ahora, si además les alcanza la amabilidad, pueden preguntar al resto a qué piso van y tener la deferencia
de marcarlo en el panel. Ahí probablemente alcancen el Nirvana (y no me refiero al grupo de Kurt Cobain).
Vamos. Nadie dice que salgan besándose con alguien, pero al menos un poco de calidez.

Pero los otros países también tienen sus palabras…


Desde luego, así como los chilenos tenemos nuestras excentricidades idiomáticas, cada país tiene las
suyas. En mi viaje aprendí muchas, pero hubo algunas que me dejaron realmente asombrado.
Horrorosa (Ecuador): El término salió a luz cuando uno de mis colegas ecuatorianos nos contó cómo
durante una conferencia de prensa, el presidente Rafael Correa, molesto por la pregunta de una periodista,
preguntó iracundo “¿Y quién dejó entrar a esta gorda horrorosa? “.
Si de por sí el calificativo ya es grosero, hay un dato que lo hace aún más grave. El mandatario es de origen
guayaquileño, donde se le dice “horrorosa” a las mujeres casquivanas, promiscuas, o dicho directamente, a
las putas.
En resumen, nunca le digas “horrorosa” a una mujer en Guayaquil, salvo que quieras irte de bofetadas.
Tinacos (Panamá): Una colega nos manifestó por WhatsApp que estaba indignada porque en el hotel nadie
le había cambiado los tinacos. Se realizó un pequeño congreso virtual latinoamericano para tratar de
resolver a qué se refería con los “tinacos”, pudiendo ser desde el champú que acompaña la tina del baño,
hasta alguna especie de receptáculo portátil para la orina similar a las bacinicas.
Pero no. Sucede que los tinacos son, simplemente, los cubos de basura. Al menos uno ahorra caracteres al
escribirlo.
Cricos (El Salvador): Durante un viaje con lluvia, mi colega salvadoreña me dijo que no veía nada así que
pusiera los cricos. La frase hizo tal corto circuito en mi mente que no sabía donde conseguirle aquel helado
con pelotitas de colores.
Tras algunos segundos de confusión, inferí que se refería a los limpia-parabrisas. “¿Cricos? ¿De dónde
sacaron ese nombre?”. “No sé, siempre lo han tenido. ¿Que ustedes no les dicen así?”, se defendió. “Mira,
es una cosa que limpia-el-parabrisas… el nombre es algo obvio, ¿no?”. “¿Cómo le dicen ustedes en
Venezuela?”, se viró mi colega buscando solidaridad caribeña. “Limpia-parabrisas”, respondió ella flemática.
Creo que debimos haber pasado media hora discutiendo cuál podía ser el origen de semejante término.
Porque de haberse llamado “Lame-vidrio” o “Suaipers” (como castellanización del inglés), lo habría
entendido. ¿Pero “crico”? Aún me parece un misterio digno de ser investigado por Salfate. Quizá sea un
término reptiliano.
Esta noche cena Pancho (México): Okey, voy a hacer abstracción de las circunstancias en que aprendí
esta frase para proteger a los (no tan) inocentes, pero tras escuchar a mis compañeros en plena algarabía
repetirla en diversas modalidades, mi curiosidad no resistió.
“En México, eso significa que esta noche vas a tener sexo”, me dijo en voz baja mi colega nicaragüense. “Te
puedes imaginar al tipo llegando a casa y diciéndole: ‘Mujer, prepárate porque esta noche cena Pancho’”.
Así que si eres una ingenua chilenita paseando por México y una noche te invita a cenar Pancho, ten
cuidado. O al menos, toma precauciones…
Verga (Venezuela): Y llegamos a la reina de las palabras geográficamente exóticas. Así como para los
chilenos “huevón” puede ser desde una forma cariñosa de saludar a un amigo hasta una manera de insultar
a un idiota -dependiendo del tono en que lo digas- en Venezuela, y específicamente en Maracaibo, la
palabra de marras es… verga.
Allá “verga” no es un insulto, sino que se usa generalmente como un comodín gramatical (igual que huevón),
pero además para referirse con aprecio a un evento o persona.
“Es muy común -nos explicaba nuestra querida amiga venezolana- que allá te juntes con un amigo y le
digas ‘¡pero qué buena verga!’, como una forma de saludarlo o de celebrar un buen panorama”.
Sólo en ese momento mi semblante cobró seriedad para decirle: “Mujer, si algún día vas a Chile, por favor
no le digas eso a nadie, o será difícil saber cómo termine la cosa”.
La advertencia está hecha.
Campechano, la palabra de origen indígena que más ha cambiado en la historia del español
De El Heraldo
“Esta palabra es insólita porque va más allá de los gentilicios y aunque nace como uno, que es lo normal,
después se desbordó y comenzó a adquirir múltiples significados”

Cuando Pedro Ángel Ramírez Quintana dejó Campeche y vino a la Ciudad de México a estudiar una
maestría en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, uno de sus compañeros le bromeó: “¿Y en
tu tierra comer tacos campechanos no es canibalismo?”, lo que sorprendió al filólogo champotonense,
primero porque jamás había escuchado a nadie usar esa expresión para referirse a una mezcla de carnes y,
en segunda, porque allá ni siquiera existen esos tacos.
“Sin embargo, eso me sembró curiosidad, comencé a investigar y descubrí que la misma palabra, además
de aplicarse quienes nacimos en Campeche, designa a un campesino en Argentina, a una mujer pública en
Venezuela, a una ciruela en Cuba, a una lagartija en Chiapas y a un mal vino en Perú. Asimismo, es un
adverbio, el empleado en la frase ‘habló campechanamente’; es un sustantivo, ‘campechanía’, y lo casi
nunca visto en un gentilicio, también es verbo, el usado cada vez que decimos que alguien
está campechaneándosela”.
De acuerdo a la página web de UNAM Global esta variedad de modos y significados es producto de una
evolución histórica que Pedro Ramírez estudió por cinco años, los cuales lo llevaron a concluir una cosa:
‘campechano’ es la palabra maya con mayor carga semántica y la voz de origen indígena que más ha
cambiado en el español. Esta pesquisa, además de despejar sus dudas, dio por resultado el
libro Documentos lingüísticos de la Nueva España. Provincia de Campeche, coeditado por la UNAM y que el
año pasado fue finalista del Premio Real Academia Española (RAE).
Según el filólogo, si bien es cierto que en ninguno de sus apartados —sintaxis, semántica, morfología,
etcétera— la lengua se comporta igual, “esta palabra es insólita porque va más allá de los gentilicios y
aunque nace como uno, que es lo normal, después se desbordó y comenzó a adquirir múltiples significados.
Para entender el porqué de todo esto me dediqué a descifrar su historia”.

Érase una vez un pueblo


Se cuenta que fue un domingo de Lázaro, el 22 de marzo de 1517, cuando los españoles desembarcaron en
un asentamiento costeño llamado Ah Kim Pech, nombre que bien podría derivarse de las expresiones
mayas kin pech o de can pech, y aunque aún no hay consenso sobre cuál de éstas dos es la raíz verdadera,
sí lo hay en cuanto a que de esta voz surgió —un siglo después— el locativo Campeche y su respectivo
gentilicio: campechano.
No obstante, ninguna de estas acepciones entró de inicio en los diccionarios; este lugar le correspondió al
palo de tintura extraído de esta zona y que se exportaba con gran éxito a Europa, como se lee en
el Diccionario de la lengua española de Núñez de Toabada, que en 1825 definía a Campeche como “árbol
de América que sirve para tintes”, así sin más. La primera mención de que esta voz también aludía a un
poblado se daría entrado el siglo XIX, y a su lado se añadía que campechano se refería a la gente del lugar,
dijo Ramírez.
Y casi a la par, agregó, el gentilicio comenzó a englobar un conjunto de características positivas. De hecho,
en una de las obras de ese periodo se enumeran significados como franco, dadivoso, dispuesto a la broma,
alegre, simpático, sencillo, noble, complaciente, honrado, caritativo y modesto, y así, de definir a una
persona, comenzó describir modos y gestos, como se evidencia en este ejemplo tomado de un impreso
decimonónico: “No hay conventos, reglas ni ayunos, dijo campechanamente Miguel para animar al pobre
anciano”.
A decir del filólogo, esto se inserta en el campo semántico de cualidades. De esta manera, el adjetivo
campechano se renovó y además de expresar las bondades de un individuo comenzó a modificar sus
acciones. No se me ocurre otra manera de llamarle, pero esta palabra desobediente dio el salto de adjetivo
a adverbio.
“Es impresionante la metamorfosis experimentada por este vocablo tan sólo en el siglo XIX. Y eso que
apenas vamos a mitad del camino, pues lo que pasó en el siguiente es igual de sorprendente o más”.

El gentilicio que se atrevió a ser verbo


En opinión de Pedro Ramírez, “campechano es una palabra de siempre insatisfecha que, al adentrarse en el
siglo XX, quizá se planteó a sí misma: ya soy adjetivo, adverbio, sustantivo y gentilicio (mi significado
original); ahora quiero ser verbo. Para un filólogo como yo, esto es la joya de la corona”.
Para adoptar esta modalidad, primero inició con una perífrasis verbal, es decir, se valió de verbos de
movimiento (ir o pasar) para indicar acción, como se registra en textos de la primera mitad del siglo XX
como: “La gente del sector se parte el alma trabajando sus tierras y las autoridades agrarias se la
pasan campechaneando en la tierra de Zapata”. No obstante, muy rápido el vocablo se transformó en verbo
pleno, como se aprecia en otro artículo aparecido en diarios poco tiempo después: “Todos queremos un
México más justo e igualitario, todos los jodidos, porque las élites están campechaneándosela”.
“Esta estrategia le funcionó, pues perdió la necesidad de tener un verbo de movimiento al lado y así nació el
verbo campechanear, que en los contextos anteriores conserva el sentido de despreocupación ya visto
antes, aunque en oraciones como ‘me gustan los noticieros de Adriana Pérez Cañedo y Aristegui, pero
como pasan a la misma hora, me los campechaneo’, comenzó a aludir a una mezcla”.
En opinión del académico champotonense, la Ciudad de México es la responsable de este sentido inusual y
todo nació de la ocurrencia capitalina de llevar esta palabra al ámbito gastronómico, pues más allá de que
ellos llaman campechana a cierto tipo de hojaldre, también bautizaron así al taco de bistec y longaniza, a la
combinación de cerveza clara y oscura, y hasta al ron con cola y agua mineral.
“Y en este punto llegamos a algo distinto a lo que dicta la regla. Por lo general si un alimento lleva un
adjetivo gentilicio es para denotar el origen, procedencia o que conserva elementos característicos del lugar,
como en antojito mexicano, que alude a un inventario de objetos hechos de masa, como la quesadilla, el
tlacoyo o el huarache. Sin embargo, el taco campechano no tiene origen en Campeche ni ingredientes de
ahí, y tampoco hace referencia al estado”.
Para Pedro Ramírez, la publicación del libro el libro Documentos lingüísticos de la Nueva España. Provincia
de Campeche no es un alto en su camino, pues en pesquisas posteriores ha encontrado que la palabra
campechano es usada por los poblanos con un sentido sexual e incluso escuchó hace poco, cuando
caminaba por los pasillos de la FFyL, a un estudiante decir: Yo no elijo materias difíciles,
prefiero campechaneármela y no hacer esfuerzo, llevar un buen promedio e inscribirme con puro
maestro barco.
“Cada que platico con la gente le pido ejemplos de otros usos y siempre encuentro más, por eso digo que
éste es un trabajo inacabado. Las palabras suelen estar restringidas en sus usos, por ello me sorprende lo
insólito de que campechano haya seguido otras rutas y caminado, de 1517 a la fecha, una distancia tan
larga”.

Entre el arraigo y el desarraigo


La historia de Campeche está íntimamente ligada a los marineros mercantes y a los piratas, y una teoría de
Pedro Ramírez sobre las múltiples transformaciones que ha experimentado campechano radica justamente
en el espíritu vagabundo que conlleva vivir al lado de un puerto, pues antes de echar raíz y designar a los
habitantes de un lugar, esta palabra fue adoptada y llevada de aquí para allá por hombres que sólo estaban
de paso por la península yucateca.
Una de las razones ofrecidas para argumentar esto es que incluso en la Nueva Gramática de la Lengua
Española de la RAE, de 2009, se establece: “Sólo algunos reconocen un adjetivo gentilicio en campechano”,
lo cual quiere decir que, según la Real Academia Española, incluso en pleno siglo XXI esta acepción no es
aceptada por la mayoría de los hispanohablantes.
“Desde dentro es difícil entender tantos cambios, así que quizá sea mejor acudir a la historia externa de la
lengua. Una vez instalados en esta perspectiva ya es posible proponer que fue la visión externa de los
viajeros, comerciantes, piratas, marineros y de quienes pasaban por Campeche la que motivó esta pléyade
de transformaciones”.
Sin embargo, subrayó el profesor, esto sólo es una hipótesis porque el cambio se dio en las conversaciones,
en la oralidad, en el comentario cotidiano, en el día y día, y en el ir y venir de aquel producto llamado palo de
Campeche. Así fue como el gentilicio perdió la referencia de su lugar de origen y los campechanos poco o
nada hemos contribuido para innovar, crear o extender significados.
“Lo que sí puedo afirmar es que ningún gentilicio mexicano ha sufrido tantos cambios y ha sido capaz de
ganarse un sitio en todas las categorías gramaticales, porque lo mismo es verbo que adverbio, sustantivo y
adjetivo; en lo único que falló es en ser interjección y quizá sólo porque en eso se nos adelantó otro estado
de la República con su ¡Ay Chihuahua!”. (UNAM GLOBAL)
El mito de la Real Academia
El lema de la RAE, 'Limpia, fija y da esplendor', ha contribuido a afianzar durante 300 años la falsa creencia
de que su deber es limpiar de términos indeseables el idioma.
Por JAIME VALDIVIESO, Economista. Diario de Sevilla

Imaginemos que Mary y Pepe están jugando al intelect. Mary escribe la palabra mahoma y Pepe le objeta:
"No se admiten nombres propios". Ella responde que el término figura con minúscula en el diccionario, coge
el DRAE (21ª ed. 1992) y le muestra: mahoma. Hombre descuidado y gandul. Pepe lo acepta a desgana y a
su vez escribe culmen. Ahora es Mary la que rebate: "esa palabra no existe, la usan los que ignoran el
término correcto culminación". Vuelta a mirar el diccionario; culmen no aparece. Pepe, ofuscado, se va y
vuelve con el DRAE 22ª ed. 2001: "¡Aquí no viene tu mahoma y mi culmen sí...!".

La cuestión es saber si el Diccionario de la Real Academia (RAE) es árbitro o testigo del idioma. Testigo, es
la respuesta. Su papel es dar testimonio a través del tiempo de un fenómeno en permanente evolución, una
lengua viva. La RAE es y debe ser testigo de los términos más usuales en cada momento y reflejarlos en las
sucesivas ediciones de su diccionario, agregando nuevos términos en uso y eliminando aquellos en desuso.
Por ejemplo los términos sexo débil (el conjunto de las mujeres) y sexo fuerte (el conjunto de los hombres),
han sido eliminados en la edición electrónica 23.1 por haber caído en desuso.

Creer que la RAE es la entidad que decide qué palabras se pueden o no emplear es un mito demasiado
extendido. Así piensan en una gran cantidad de instituciones que han solicitado eliminar "acepciones
peyorativas" del diccionario. Down España, por ejemplo, pide retirar los términos mongólico y subnormal.
Unos 4.000 panaderos piden retirar el pan con pan, comida de tontos. Un grupo de deportistas piden retirar
la expresión trabajar como un negro. Entidades judías han pedido que se cambie la palabra judiada por ser
"ofensiva" (la Academia lo rechazó porque "la usaron Baroja y Galdós"). El DRAE 21ª ed pone en la 6ª
definición de gitano: que estafa u obra con engaño. A solicitud del Secretariado Gitano fue cambiada en la
siguiente edición por trapacero, que tampoco gustó.

A modo de respuesta a tantas solicitudes de cambio las dio el director de la RAE en 2015, José Manuel
Blecua, "... el diccionario no debe ser políticamente correcto sino lingüísticamente correcto... el diccionario
no puede cambiar el uso, sino que simplemente lo reconoce... la gente no consulta el diccionario para
hablar... la sociedad hace un uso de la lengua, que es la que recoge el diccionario, y no al revés".

Una explicación precisa y concisa pero no asume la responsabilidad histórica que apunta a la propia
Academia en la creación del mencionado mito. La Academia fue fundada en 1713 con el propósito de "fijar
las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza". Esto llevó a crear
el lema Limpia, fija y da esplendor que ha contribuido en buena medida a afianzar durante 300 años la falsa
creencia de que su deber es limpiar de términos indeseables el idioma.

Ése no es el único pecado de nuestra admirada Academia. Desde su fundación el diccionario se llamó
Diccionario de la lengua castellana pero en 1925 la 15ª edición sustituyó "castellana" por "española". Así lo
explicó entonces: "...como consecuencia de la mayor atención consagrada a las múltiples regiones
lingüísticas, el nuevo Diccionario adopta el nombre de "lengua española" en vez del de "castellana". Una
explicación nada convincente que señala en la dirección opuesta; si presta más atención a las regiones
lingüísticas, resulta más lógico llamarla castellana pues españolas son todas las que se hablan en España.
Cabe pensar que fue un cambio político en apoyo al dictador Primo de Rivera que puso trabas al uso de las
lenguas regionales para afianzar la unidad española.

Peor durante la dictadura de Franco. El Diccionario se convirtió en instrumento de la catequesis católica.


Ilustres académicos preocupados por su salvación atiborraron el Diccionario con términos ajenos a su
objetivo: "Jesús. Segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre para redimir al género humano";
"María. Nombre de la madre de Dios"; "mesías. El Hijo de Dios, Salvador y Rey, descendiente de David,
prometido por los profetas al pueblo hebreo", etc.

Ya en democracia el DRAE 21ª ed. 1992 bajó al mundo terrenal anteponiendo a esas definiciones "Para los
cristianos...". Luego en los estatutos de 1993 se eliminó el lema Limpia, fija y da esplendor y las siguientes
ediciones explican en el preámbulo cómo el propósito del Diccionario consiste en incorporar nuevos
vocablos que aparecen en el lenguaje diario del mundo hispanoparlante, lo cual no garantiza la desaparición
del mito de limpiar lo que no nos gusta.
CONGRESO DE LA LENGUA

La evolución del español: desde la conquista de Hispania hasta Cartagena de


Indias
EFE

BOGOTÁ.- Actualmente el español es la lengua de más de 400 millones de personas. Ésta es la cronología
de la evolución del idioma desde que los romanos impusieron el latín en el territorio que convirtieron en
Hispania.
 206 años antes de Cristo: Los romanos emprenden la conquista de Hispania, nombre latino de
la griega Iberia, e imponen en ese territorio el latín vulgar, una lengua itálica perteneciente al tronco
indoeuropeo. La evolución del latín, que tuvo contacto en Hispania y otras regiones del Mediterráneo con
las lenguas de los griegos y los vascones, dio lugar a las actualmente llamadas lenguas romances, entre
ellas el español o castellano.
 Siglos III y V después de Cristo: La península Ibérica es fuertemente influida por los
germanismos, debido al contacto del latín con los pueblos bárbaros, mezcla de la cual se heredaron
palabras como 'guerra', 'ganar', 'heraldo' y 'burgos'.
 Siglo V: Termina la dominación romana en Hispania, tras sembrar la semilla de la lengua
romance castellana, como 'hija' del latín vulgar y el griego, aunque en ese territorio se conservaron,
incluso hasta hoy, varios sufijos del período prerromano, como 'arro' y 'orro', y la terminación en 'z' de
muchos apellidos españoles.
 Siglo VII: Los musulmanes invadieron la península Ibérica y contribuyeron a la evolución del
español con palabras de origen árabe como 'alcaldes', 'almacenes', 'alguaciles', 'quilates', 'arrobas',
'aljibe', 'albañil', 'alcantarilla', 'azadones', 'azoteas' y 'acequias'.
 Siglo X: Se escriben las Glosas Silenses y Emilianenses, consideradas los primeros textos en
castellano.
 Siglo XIII: El Rey Alfonso X convirtió al castellano en la lengua oficial del reino de Castilla y
León, el predominante en la península Ibérica, y ordenó componer en esa lengua romance, y no en latín,
las obras legales, históricas y astronómicas del reino.
 Siglo XV: Elio Antonio de Nebrija publicó la Primera Gramática Castellana en 1492, año del
Descubrimiento de América impulsado por los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla y
de la toma de Granada, último reducto musulmán. La publicación de la Gramática marca el inicio del
castellano moderno.
 Siglos XV y XVII: La lengua española o castellana se nutre de italianismos que forman palabras
como 'escopeta' y 'aspaviento'; galicismos que dieron origen a vocablos como 'paje', 'sargento', 'jardín' y
'jaula', y americanismos como 'cóndor', 'alpaca', 'vicuña', 'pampa', 'puma', 'canoa', 'huracán', 'maíz',
'colibrí', 'cacique', 'caribe', 'caníbal', 'chocolate', 'aguacate', 'tomate', 'hule' y 'cacao', que provienen de
varias de las 123 familias de lenguas indígenas de América.
 Siglo XVI: En 1539 nació en el Cuzco, actual Perú, Inca Garcilaso de la Vega, hijo de español e
indígena. El libro de Garcilaso de la Vega 'Comentarios reales', cuya primera parte dedicada al imperio
de los Incas se publicó en Lisboa en 1609, es considerado el primer texto en castellano escrito por un
mestizo.
 Siglo XVII: En 1605 se publica la primera parte de El Quijote, la obra cumbre de Miguel de
Cervantes Saavedra, considerado el padre de las letras castellanas.
 Siglo XVIII: En 1713 se fundó la Real Academia Española de la Lengua, hecho que marcó el
inicio del español contemporáneo.
 Siglo XIX: En 1867 nació el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien en 1887 publicó 'Azul'.
 En 1874 aparece la obra 'El libro talonario', del dramaturgo español José Echegaray.
 1904: José Echegaray ganó el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el primer autor de
lengua española en obtener el galardón.
 1905: Se publica la obra 'Rosas de otoño', del dramaturgo español Jacinto Benavente.
 1914: Se publica la obra 'Platero y yo', del poeta español Juan Ramón Jiménez.
 1922: Jacinto Benavente gana el Premio Nobel de Literatura
 1923: Se publica en México la obra 'Lectura para mujeres', de la poetisa chilena Gabriela Mistral.
 1935: Se publica 'La historia universal de la infamia', del argentino Jorge Luis Borges.
 1942: Se publica la obra 'La familia de Pascual Duarte', del español Camilo José Cela.
 1945: La chilena Gabriela Mistral gana el Premio Nobel de Literatura
 1946: Se publica la novela 'El señor presidente', del guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
 1950: Se publica en México la obra 'Canto General', del chileno Pablo Neruda.
 1950: Se publica la obra 'El laberinto de la soledad', del mexicano Octavio Paz.
 1955: Se publica la novela 'Pedro Páramo', del mexicano Juan Rulfo.
 1956: El español Juan Ramón Jiménez gana el Premio Nobel de Literatura.
 1967: El guatemalteco Miguel Ángel Asturias gana el Premio Nobel de Literatura
 1967: Se publica la novela 'Cien años de soledad', del colombiano Gabriel García Márquez.
 1971: El chileno Pablo Neruda gana el Premio Nobel de Literatura.
 1977: El español Vicente Aleixandre gana el Premio Nobel de Literatura.
 1982: El colombiano Gabriel García Márquez gana el Premio Nobel de Literatura.
 1989: El español Camilo José Cela gana el Premio Nobel de Literatura
 1990: El mexicano Octavio Paz gana el Premio Nobel de Literatura.
 1992-2007: se celebra en Sevilla (España) un Congreso de la Lengua Española. El primer
Congreso formal se llevó a cabo en Zacatecas (México) en 1997, el segundo en Valladolid (España) en
2001, el tercero en Rosario (Argentina) en 2004 y el cuarto se celebrará entre el 26 y el 29 de marzo en
Cartagena de Indias (Colombia).
El incierto futuro de un “español global”
¿Qué es una lengua global? ¿Es realmente el inglés una lengua global? ¿Puede ser considerado el
español una lengua global?

Por FRANCISCO MORENO FERNÁNDEZ; Diario El País

En 1993, Umberto Eco publicaba La búsqueda de la lengua perfecta, en la que recorría las motivaciones
que habían llevado a los europeos a perseguir desde la Edad Media una lengua única y universal, destinada
a cubrir las necesidades consideradas en cada época como imperiosas o relevantes. Siendo así que el
interés por las lenguas internacionales no es asunto del último siglo, sino que viene de lejos y con algunos
rasgos no tan ajenos al presente, cabe una mínima reflexión sobre el concepto de "lengua global" en
relación con las lenguas inglesa y española. ¿Qué es una lengua global? ¿Es realmente el inglés una
lengua global? ¿Puede ser considerado el español una lengua global?

Para no provocar intriga alguna, me apresuro a explicitar mi premisa mayor, que no es otra que la siguiente:
en la historia de la humanidad nunca ha existido una lengua global y resultará difícil que llegue a haberla.
Esto supone afirmar que el inglés no es una lengua global y, por supuesto, que tampoco lo es el español. En
las caracterizaciones propuestas en diferentes medios, a menudo se comentan rasgos como los siguientes
para aplicar a una lengua el adjetivo de "global": disponer de una gran comunidad nativa; servir de vehículo
de comunicación a realidades etnoculturales diferentes; utilizarse para la comunicación internacional en el
ámbito del comercio y las finanzas; servir para las relaciones internacionales; ser utilizada en medios de
comunicación de gran alcance; manejarse para la comunicación científica y tecnológica. Ahora bien, estas
características, presentadas como propias de una "lengua global", también pueden identificarse en muchas
de las lenguas llamadas internacionales, como el francés, el ruso o el español.

Las lenguas globales deberían caracterizarse con referencia al proceso genérico de la globalización.
Thomas Eriksen distinguió una serie de factores con capacidad de proyectarse sobre las lenguas. Según
esos criterios, una lengua global no estaría necesariamente anclada a un territorio; sería objeto de una
estandarización derivada de acuerdos internacionales; facilitaría la conexión de múltiples agentes por
canales y medios diversos; se vería implicada en desplazamientos humanos debidos a migraciones, placer o
negocios; experimentaría mezclas en su forma y en sus usos; resultaría más vulnerable a procesos de
cambios externos; y admitiría también su interpretación como instrumento de identidad local o regional.
Todos esos factores de globalización, aunque en distinto grado, se manifiestan en el español, como lo hacen
en inglés. ¿Por qué negar, por tanto, la existencia de las lenguas globales?

Las razones pueden tomarse de diferentes ámbitos del conocimiento: la historia, la biología, la sociología, la
psicología, la sociolingüística. La historia de la humanidad nos dice que nunca ha existido una lengua global:
no lo fue el sumerio, ni el arameo, ni el sánscrito, ni el griego, ni el latín. De todas ellas, pudieran ser el
griego y sobre todo el latín las que más cumplidamente reunirían las cualidades antes expuestas, pero
proponerlas como lenguas globales propiamente dichas sería, como mínimo, pecar de eurocentrismo. El
peso de la historia se ve reforzado por otro hecho que aparentemente nada tiene que ver con ella, pero que
no la contradice: la esencia variada y variable de la naturaleza humana. La sociobiología, propuesta por
Edward Wilson en los años setenta —muy discutida, aunque de largo recorrido— vendría a sustentar la idea
de que la diversidad se halla en la esencia misma del ser y del comportamiento humanos, y que puede
explicarse en términos genéticos y darwinianos. La adaptación a entornos concretos, incluidos sus
elementos socioculturales, condiciona la evolución de la humanidad en general y de sus manifestaciones en
particular, entre las que las lenguas no son las de menor importancia. Podría decirse que existe una
tendencia innata en el ser humano a la diversidad que lo lleva a favorecer o preferir la variedad, las
soluciones alternativas, a la uniformidad, preferencia que viene condicionada por cada entorno específico y
que entronca directamente con otros conceptos fundamentales, como el de identidad e idiosincrasia. En lo
que se refiere al mundo contemporáneo, la sociología del lenguaje, por su parte, viene constatando un
hecho que frena la consolidación de una sola lengua global. Y es que la experiencia social demuestra que
las imposiciones idiomáticas no funcionan en el largo plazo, salvo que concurran factores no impositivos que
completen el desplazamiento de los grupos lingüísticos débiles por parte de otros más fuertes.

La consideración del español como lengua global, aun prescindiendo de la argumentación interdisciplinar
contraria ya presentada, encontraría otros obstáculos difíciles de salvar. En primer lugar, se trata de una
lengua cuasi-ausente en todo un hemisferio, el oriental, aunque allí también se estén dando procesos de
crecimiento del español. En segundo lugar, se trata de una lengua asociada más a la cultura que a los
negocios, lo que dificulta su expansión como lengua franca. Esto tiene que ver con la realidad económica y
comercial de las comunidades hispanohablantes y no tanto con su lengua, pero esta también sufre las
consecuencias. El carácter decisivo que el español tiene para las relaciones comerciales e inversiones en
Iberoamérica no lo sería tanto si el nivel de desarrollo económico, tecnológico e institucional de todas las
naciones que la integran fuera más elevado y continuo.

Ahora bien, donde no es posible hablar de lenguas globales, sí puede hacerse de lenguas nodales, por
servir de conexión en nodos o puntos de encuentro y contacto para el cumplimiento de determinadas tareas.
Desde este punto de vista, el español es ya una lengua nodal de las más importantes del mundo, por el
crecimiento de su utilidad potencial para el comercio, el turismo, la cultura, la tecnología o las relaciones
internacionales. Aquí el inglés mostraría una naturaleza nodal más desarrollada que el español, pero el
resultado no será, en ninguno de los casos, una lengua global.

Resulta, además, que la imposibilidad de la existencia de las lenguas globales, se está viendo apuntalada
por otros hechos, desconocidos hace tan solo unas décadas, que contribuyen a disminuir la importancia de
tal tipo de lenguas. Por un lado, la difusión de una ideología del multilingüismo está favoreciendo el
conocimiento y uso de varias lenguas por parte de los ciudadanos, más que el empleo franco de una sola de
ellas. Esta ideología está instalada en el seno de organismos de gran repercusión mundial, como la Unión
Europea o el sistema de las Naciones Unidas. Claro que los más pragmáticos, entre escépticos y realistas,
no dudan en advertir que las legislaciones que protegen el multilingüismo terminan casi siempre del mismo
modo: haciendo un uso exclusivo del inglés. Avram de Swaan ha venido sosteniendo desde hace años que
cuantas más lenguas oficiales haya en Europa, más inglés se hablará. Tal vez sea así, pero para una elite
privilegiada y muy bien formada de profesionales y gente acomodada, no así para el común de la
humanidad.

Finalmente, hay un factor que solo se ha barajado en los últimos años y que puede resultar fundamental
para la dinámica comunicativa internacional: la tecnología. Jonathan Pool ha hablado de una "globalización
panlingual" para referirse a la sobrevenida de un nuevo mundo de ingeniería lingüística que hará posible una
realidad impensable hace pocos años: la comprensión mutua a partir del uso de lenguas diferentes. Esto no
es una utopía; es una realidad ya puesta en práctica a través del sistema de traducción de Skype, por
ejemplo. La ingeniería de la traducción está ofreciendo ahora soluciones comunicativas que harán menos
necesario el uso de una lengua auxiliar internacional. Y este es un motivo más por el que la lengua española
debe estar habilitada para todas las innovaciones tecnológicas que hayan de producirse, haciendo posible
que, por ejemplo, todos los protocolos, aplicaciones y recursos técnicos desplegados para la comunicación
automatizada, la transmisión de información y las redes sociales acepten las peculiaridades del español. Si
Umberto Eco afirmó hace años que la lengua de Europa es la traducción, bien podríamos ampliar su
pensamiento y afirmar que el multilingüismo ha de ser la verdadera lengua global; eso sí, estrechamente
ligado a la traducción, sea humana, sea automática.
El lenguaje como herramienta sexista (y la hecatombre que profetizan algunos si se cambia)

La ensayista Yadira Calvo publica De mujeres, palabras y alfileres, una denuncia del machismo en la lengua
española
La autora critica la pasividad de la RAE y los pronunciamientos de algunos de sus miembros, como Javier
Marías o Arturo Pérez-Reverte

Por Ignasi Franch https://www.eldiario.es/autores/ignasi_franch/

La lengua española tiene sexo y es masculino. Se alinea con una visión del mundo que parte del hombre, y
no del ser humano, como centro. Y esa cosmovisión se materializa en diccionarios y manuales de uso. Esta
es la tesis de la filóloga y ensayista Yadira Calvo, que en su nuevo libro, De mujeres, palabras y
alfileres aborda "el patriarcado en el lenguaje", como indica el subtítulo del volumen.

Calvo, que ya trató los fundamentos machistas de la cultura occidental en La aritmética del patriarcado, usa
unas formas similares a las de su anterior ensayo: capítulos de lectura ágil, prosa abierta a la ironía y
abundancia de citas que exponen las miserias de algunos discursos dominantes.

La naturaleza del lenguaje como instrumento de un grupo de poder (sexista, étnico, colonial) y como reflejo
de este recorre el libro. También lo hace su capacidad de contribuir a la perpetuación de estereotipos. Al
criticar el uso del género masculino para englobar a hombres y mujeres, Calvo afirma que sexo y género
gramatical sí tienen relación. Para ello, cita estudios que evidencian que las personas tienden a asociar
términos diferentes a una misma realidad, dependiendo del género gramatical de la palabra que la designa.

"La palabra llave tiene género masculino en alemán y femenino en castellano. Cuando en experimentos las
personas tuvieron que describirla, quienes hablaban alemán empleaban con más frecuencia palabras como
«duro», «pesado», «serrado», «metal», «útil». Quienes hablaban castellano empleaban términos como
«dorada», «intrincada», «pequeña», «bonita», «brillante» y «minúscula»", explica la autora.

Calvo cita más experimentos que sugieren que el lenguaje tiene capacidad de influencia en acciones
concretas de los individuos. Por ejemplo, describe un estudio de la Universidad de Nueva York: los
participantes eran expuestos a palabras con connotaciones más agresivas (fastidiar, molestar o intromisión,
entre otras) o más apacibles (respeto, educado, cortés...). Después se les emplazaba a dirigirse a uno de los
responsables, que charlaba con otra persona, para medir su reacción. Las personas expuestas a las
palabras más agresivas tendían a tardar menos tiempo en interrumpir la conversación.

Por una lengua "que cuente otra historia"

En De mujeres, palabras y alfileres se afirma que el lenguaje refuerza la visión del hombre como referente
del ser humano, e ideas sexistas como la identificación de masculinidad con fortaleza y feminidad con
debilidad. No debe sorprender, por tanto, que su autora reclame cambios como el emprendido por la
Academia Sueca, que ha recogido en el diccionario un pronombre personal neutro.

Calvo aboga por una lengua dinámica que se adapte al presente. Describe que el diccionario remite todavía
a épocas previas a la normalización del trabajo asalariado desempeñado por mujeres. E incorpora
acepciones y asimetrías (como la diferencia entre hombre público y mujer pública) con ecos misóginos.

Ante este deseo de modificaciones, de "una lengua que nos permita armar nuevos pensamientos y contar
otra historia", Calvo señala que existe una "policía de la lengua". En diversas páginas del volumen aparecen
comentarios de escritores como Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías o Juan Manuel de Prada que
ridiculizan las críticas o propuestas feministas.

Las voces de Pérez-Reverte y compañía optan por zanjar un debate o negar la posibilidad de este en aras
de unas convenciones que se describen como inmutables. Si estas se modificasen, se produciría el caos y
la incomprensión entre hablantes. Estos autores responden con desprecio a lo que consideran "chillidos
histéricos" procedentes de "plastas" y "hembristas". En opinión de Calvo, se trata de un inmovilismo
ideológico que se disfraza de posicionamiento objetivo y técnico. Pérez-Reverte y Marías son, además,
miembros de la Real Academia Española. La institución nombró a su primera miembro numeraria hace solo
39 años.
Las normas de un club históricamente masculino

La RAE es un árbitro principal en el uso de la lengua española. Durante sus 165 primeros años de
existencia, la institución sólo admitió a una mujer como académica honoraria, en un extraño caso de
precocidad y probable favoritismo entre aristócratas. La ausencia perdurable de mujeres en la Academia, un
club masculino hasta fechas recientes, difícilmente favorece que sus miembros consideren el
androcentrismo lingüístico como un problema contra el cual intervenir.

Calvo dedica algunas de las páginas más sangrantes de su ensayo a la discriminación de autoras
como Emilia Pardo Bazán o Blanca de los Ríos, eternas candidatas que murieron sin entrar en la RAE.
Clarín calificó la aspiración de Pardo Bazán, un debate recurrente en la escena literaria española de finales
del siglo XIX y principios del siglo XX, como "la lucha del histerismo y del cretinismo". Juan Valera escribió
que "la Academia se convertiría en aquelarre" si abría la puerta a las mujeres.

Ya en el siglo XX, siguieron las escenas de discriminación sexista, a veces con chanzas públicas sobre la
distracción que supondría para los miembros de la RAE tener compañeras femeninas. O sobre el prejuicio
que la vida académica podría suponer a una mujer todavía por casar. En algunas ocasiones, se produjeron
situaciones rocambolescas: el obispo Leopoldo Eijo y Garay propuso a Blanca de los Ríos como candidata
al premio Nobel de Literatura, mientras se negaba a avalar su ingreso en la Academia y el de cualquier otra
candidata: "Las únicas faldas que entrarán son las mías", afirmó.

El sexismo no quedó enterrado con la incorporación de la primera académica numeraria, Carmen Conde,
hace 39 años. Calvo recuerda que, ya en 1996, Fernando Lázaro Carreter afirmó que "jamás hubo actitud
discriminatoria" contra las mujeres, a pesar de las amplias evidencias en forma de textos públicos o
correspondencia de antiguos miembros.

En fechas recientes, la institución ha evidenciado su oposición a la búsqueda de un lenguaje menos sexista.


A través de un informe sobre la materia (firmado por el académico Ignacio Bosque), se erigió en un
imprevisto defensor del lenguaje real por encima del "lenguaje oficial". Si se cumpliesen las
recomendaciones de las guías de lenguaje inclusivo, "no se podría hablar", afirmó Bosque.

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