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“AÚN NO SE PUEDE VOLAR EN EL CIELO ROJO”

Por Felipe Vega-Leiva

Me entero por las redes sociales de la caída de otrx compañerx. A estas alturas parece que ya nada duele,
porque hemos visto morir a tantas personas, tantos rostros olvidados en un muro que pareciera que otro
cuerpo más es colección para el mal que domina nuestra historia. Mal, que no convengo sino a vincular a
nuestros enemigos más profundos, el patriarcado y el capitalismo.

Murió esta semana Marcelo Lepe, transformista oriundo de San Bernardo, comuna que hace cuatro años lloró
la partida de Daniel Zamudio sembrando en nuestro puño una alzada contra la violencia que parece se
esfumaría más temprano que tarde. Porque claro, entre una y otra partida hay otrxs miles que no son
mencionadxs. Conozco cicatrices de compañerxs, conozco hematomas de rabia, conozco relatos con
lágrimas que cortaron mi garganta donde casi cortan la garganta de quien me contó su historia, pero vivió
para contarla. La suerte no es la misma para todxs, y ahí, en San Bernardo, cuecas mil y tanta patria que se
vive, otra bala atraviesa el cuerpo de un nuevo mártir para la diversidad. Y sí, son mártires porque vivir de
cola y no(hétero)normarse es resistir.

La violencia no se acabaría, y lo sabíamos. Sabíamos que con Pacto de Unión Civil –o nombre que se le
quisiera dar después de que la Pontificia Universidad Católica pusiera el grito en el cielo por el alcance de
sigla– y toda la fiesta de mariconerío ricachón del tipo Jordi, no cesaría la violencia de género y la violencia
sexual en las poblaciones. Era de esperarse que para quienes lo han tenido todo y no han podido ponerlo
como propiedad privada del amor marital, una bala loca en el sector sur de Santiago no era causal de lucha.
La violencia no acabaría porque siempre supimos que quienes dijeron hablar por nosotrxs no éramos
nosotrxs, y nunca dijimos ser ellxs. Sabíamos que la violencia no cesaría porque de qué sirve una pareja gay
con peinado a la moda besándose en el afiche del Metro si las políticas públicas y la educación aún son
movidas por infames que a pito de ignorar la realidad han permitido la muerte de lxs nuestrxs.

De qué servía tanto transformista en la televisión, haciendo alarde de mostrar la diversidad –que por cierto
reproduce estereotipos de género tanto físico, como laborales y actitudinales–, si la vuelta de la esquina nos
encontremos con la arrogancia machota, la pistola hétero, con la mirada cautiva, con la muerte segura, ¿de
qué sirve? De qué sirve una iglesia llena de personas despidiendo a Lemebel si al día después nos reiremos
de “las alitas rotas”. De que nos sirve tanta cháchara anti-homofóbica si en hora punta en la micro me ha
tocado vivenciar cómo hombres de oficina y señoras de falda hacen mofa silenciosa de los escolares
amanerados y tortilleras furiosas… sin que alguien se levantase a acallar la burla. De qué sirvió la Ley
Zamudio si siguen muriendo personas como Marcelo Lepe sólo por el hecho de amar como se ama.

Se nos va un compañerx, uno que no conozco pero lo siento con dolor. Porque así como nos duele Daniel
Zamudio, carita angelical, nos duelen la Divine calcinada en los noventa, nos duele la violencia en la
prostitución, no duele el acoso callejero, nos duelen lxs niñxs trans con matrículas canceladas, nos duelen los
amores fatales que se han hecho pasar por accidentes. No duele la partida de un desconocido porque
reconocemos en su historia y en su realidad, la nuestra. No duele cada persona que cae por luchar, nos duele
el pueblo Mapuche, nos duele la pobreza, nos duele la tiranía de un sistema nefasto que ha facilitado un
mercado para el mundo gay, perolos otros seguimos siendo precarizados. Nos duele Marcelo Lepe, nos duele
hoy el amor.

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