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La ciencia del
comportamiento animal
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Etología: la ciencia del comportamiento animal, Editorial UOC, 2014. ProQuest Ebook Central,
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Etología. La ciencia del
comportamiento animal
Etología: la ciencia del comportamiento animal, Editorial UOC, 2014. ProQuest Ebook Central,
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Diseño de la colección: Editorial UOC
© Sònia Sànchez López, Norberto Asensio Herrero, Josep Call Balaguer, José Manuel
Caperos Montalbán, Montserrat Colell Mimó, Fernando Colmenares Gil, Juan Antonio
Delgado Iniesta, Ana Fidalgo de las Heras, Carlos Gil Burmann, Arturo González
Zamora, José Luis Losada López, Bibiana Martín Prat, Fernando Peláez del Hierro,
Vicenç Quera Jordana, Diego Redolar Ripoll, Carles Enric Riba Campos, José Ramón
Sánchez Martín, Susana Sánchez Rodríguez, Bettina Tassino Benítez, Daniel Turbón
Borrega, del texto.
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Coordinadora
Autores
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Bibiana Martín Prat
Cuidadora del Parque Zoológico de Barcelona (España).
Barcelona (España).
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¤ Editorial UOC 7 Índice
Índice
Agradecimientos ........................................................................................ 15
Prefacio ....................................................................................................... 17
en la etología ...................................................................................... 41
Vicenç Quera Jordana y José Luis Losada López
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¤ Editorial UOC 8 Etología
3. El etograma ......................................................................................... 58
3.1. Concepto de etograma ................................................................ 59
3.2. Catálogo de conducta ................................................................. 61
3.3. Tipos y ejemplo de etograma ...................................................... 62
3.4. Fases en la elaboración de un etograma ..................................... 63
4. Cuantificación de la conducta ........................................................... 65
4.1. Medidas de las unidades de conducta ........................................ 65
4.2. Medidas del catálogo conductual ............................................... 70
5. Registro y muestreo observacional .................................................... 73
5.1. Conceptos básicos ....................................................................... 73
5.2. Selección de sesiones de observación ......................................... 76
5.3. Reglas de muestreo intrasesional de individuos ......................... 77
5.4. Reglas de registro ........................................................................ 79
5.5. Obtención de medidas conductuales ......................................... 89
5.6. Instrumentación ......................................................................... 90
6. Concordancia entre observadores .................................................... 91
6.1. Fiabilidad, precisión y validez .................................................... 92
6.2. Tipos de concordancia entre observadores ................................. 93
6.3. Índices de concordancia global .................................................. 95
6.4. Índices de concordancia local ..................................................... 100
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¤ Editorial UOC 9 Índice
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¤ Editorial UOC 10 Etología
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¤ Editorial UOC 11 Índice
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¤ Editorial UOC 12 Etología
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¤ Editorial UOC 13 Índice
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¤ Editorial UOC 14 Etología
Bibliografía.................................................................................................. 553
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¤ Editorial UOC 15 Agradecimientos
Agradecimientos
ra. Finalmente deseo agradecer a la editorial UOC y a todos los que han partici-
pado en la elaboración de este libro, su esfuerzo y atenta dedicación para la
culminación de esta obra.
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¤ Editorial UOC 16 Etología
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¤ Editorial UOC 17 Presentación
Prefacio
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¤ Editorial UOC 18 Etología
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¤ Editorial UOC 19 Capítulo I. Historia de la Etología
Capítulo I
Historia de la etología
Carlos Gil Burmann, Bibiana Martín Prat y Sònia Sànchez López
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¤ Editorial UOC 20 Etología
Los hombres han estado interesados en la conducta animal desde las épo-
cas más remotas, básicamente porque los animales podían ser una buena presa
para alimentarse o porque ellos mismos podían ser la presa de los depredado-
res, como por ejemplo, en las sociedades de los cazadores/recolectores. Por ello
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existen unas profundas raíces evolutivas por prestar atención a los animales,
lo que E. O. Wilson (1984) llama biofilia (literalmente significa amor por los
‘amor por los seres vivos’).
Los primeros humanos han observado y especulado sobre la vida de los ani-
males, aunque la comprensión de la conducta animal ha tardado mucho en
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¤ Editorial UOC 21 Capítulo I. Historia de la Etología
plantearse. Para los filósofos griegos el ser humano era un ente aislado dotado
de alma, mientras que los animales, al no tener alma, eran meras comparsas
que actuaban irracionalmente. Claramente, la conducta animal no era intere-
sante. Sin embargo, tenemos alguna excepción: Aristóteles en su Historia ani-
malium registró la conducta animal y reconoció en ellos memoria, inteligencia
y emociones, e incluso un desarrollo evolutivo de las especies.1
Siguió la Edad Media (V-XV) con ideas parecidas: los animales se limitaban
a obedecer un instinto donado por un Creador por el que se garantizaba su su-
pervivencia. Esta corriente, conocida como creacionismo, consideraba a las es-
pecies inmutables. Como el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, era
el único ser cuyo comportamiento estaba regido por la razón, San Alberto
Magno y Santo Tomás de Aquino excluyeron al hombre de la Scala naturae de
Aristóteles. Durante el Renacimiento (1400-1700) comenzó a aumentar el in-
terés por el arte, el comercio y la erudición. Algunos sabios dejaron de seguir
los dogmas religiosos y empezaron a estudiar los hechos naturales directamen-
te. Pronto entró en conflicto qué y quiénes seguían las leyes naturales o las le-
yes divinas. Este conflicto fue resuelto por René Descartes (1596-1650), que
argumentó que el universo se componía de materia física (cerebro y cuerpo) y
de mente humana (alma o espíritu). La materia física estaba gobernada por las
leyes naturales, mientras que la mente lo estaba por las leyes divinas. Este dua-
lismo cartesiano, obviamente sancionado por la Iglesia, difundió la idea de
que el cerebro y la mente constituían entidades separadas. El cerebro y el cuer-
po, al ser materia física, podían ser objeto de investigación científica.
En el siglo XIX los estudios combinados de observación y experimentación
en animales estaban regidos por la corriente instintivista: el instinto es con-
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1. Aristóteles (384-322 a. C.) fue el primero que trató de hacer una clasificación sistemática de
todos los seres vivos. Los organizó en forma ascendente, del más simple al más complejo. Incluyó
al ser humano en el nivel más alto. Esta clasificación se conoció como la Scala naturae, o Escala de
la naturaleza. Como anécdota cabe mencionar que, dado que los datos faunísticos podían provenir
de viajeros de tierras lejanas, Aristóteles incluyó a los unicornios dentro de esta clasificación.
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¤ Editorial UOC 22 Etología
natural.
Se ha de citar a Alfred Russel Wallace (1823-1913), dado que llegó a esta
misma teoría evolutiva independientemente de Darwin, aunque este último
desarrolló la teoría con más detalle y acumuló mayor cantidad de datos y evi-
dencias. Posteriormente, Darwin hizo una extensión de la teoría de la selec-
ción natural a la especie humana en El origen del hombre y la selección en relación
al sexo (1871) y en La expresión de las emociones en los animales y el hombre
(1872), obras que en plena época victoriana causaron un gran revuelo porque
era inaceptable que el hombre tuviera una relación evolutiva con un mono.
También se le criticaba la inexistencia de un eslabón perdido entre el hombre
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¤ Editorial UOC 23 Capítulo I. Historia de la Etología
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¤ Editorial UOC 24 Etología
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¤ Editorial UOC 25 Capítulo I. Historia de la Etología
traron que los rasgos de la conducta son aislables y medibles, al igual que los
rasgos anatómicos o fisiológicos.3
La conducta no era un fenómeno oscilante, transitorio ni imprevisible,
sino que estaba controlada genéticamente y, por tanto, podía evolucionar y
adaptarse a los cambios ambientales. En esta época, los estudios de causación
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¤ Editorial UOC 26 Etología
movimientos de respuesta que constituyen las pautas de acción fija. Los MDI
son circuitos neurales específicos capaces de poner en marcha un programa de
movimiento cada vez que se ve afectado por el estímulo desencadenador in-
nato correspondiente. Cada pauta de acción fija y su estímulo desencadenador
innato tienen su propio mecanismo desencadenador innato.
Asimismo, en esta época se realizaron estudios sobre la impronta en aves
(Lorenz, 1935), que indicaron las preferencias sociales y sexuales en la etapa
adulta a través de la estimulación en periodos críticos del desarrollo durante
la infancia.
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¤ Editorial UOC 27 Capítulo I. Historia de la Etología
Figura 1.1
La cría hambrienta de gaviota argéntea (Larus argentatus) cuando sale del cascarón es sensible a determinados estímulos clave del
total de estímulos visuales de su entorno. En este caso, la mancha roja del pico de sus padres actúa como estímulo desencadenador
innato (EDI). El estímulo desencadenador conecta a través de las vías visuales con el sistema nervioso central y activa las estructuras
implicadas en el procesamiento de la información visual. Los mecanismos desencadenadores innatos regulan la acción de los mús-
culos que permiten realizar la secuencia programada de contracciones y relajaciones musculares de la respuesta de solicitar comida.
El resultado final es la activación de la pauta de acción fija (PAF), exhibida a través de picoteos seguidos sobre la mancha roja del
pico de la madre para pedir la comida. Imagen adaptada de Abril et al. (2009).
La impronta
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¤ Editorial UOC 28 Etología
Representación del modelo psicohidráulico de Lorenz (1950) y el modelo jerárquico de Tinbergen (1951).
Ambos modelos utilizan un sistema de válvulas para representar el concepto de acumulación de energía para explicar la motivación
subyacente a la conducta.
En el modelo de Lorenz, a medida que se va acumulando la energía en el organismo (energía específica de acción), se reduce el
umbral de repuesta en el organismo, con lo que un estímulo de menor intensidad puede desencadenar la respuesta. En este modelo
la conducta instintiva es el resultado de dos variables: la energía que progresivamente se acumula en el organismo-estado de ne-
cesidad/impulso (factores internos), y, por otra parte, la presencia estímulo clave/relevantes para liberar los mecanismos innatos/
conducta (factores externos).
El modelo jerárquico de Tinbergen, más detallado que el de Lorenz, propone la existencia de varios centros conectados entre sí. En
esta jerarquía de control, cada centro controla el funcionamiento de los centros que se encuentran por debajo de él, de tal forma
que el centro superior controla el funcionamiento de todos los centros restantes, y el centro inferior controla los movimientos im-
plicados en el patrón de acción fija. Cada uno de los centros en esta jerarquía recibe influencias, no solo del centro inmediatamente
superior y del estímulo clave propiamente dicho, sino también de otros factores como: los cambios hormonales, la información
sensorial interna y la actividad del sistema nervioso central.
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¤ Editorial UOC 29 Capítulo I. Historia de la Etología
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¤ Editorial UOC 30 Etología
por Yerkes y Morgulis y en 1916 por Watson. Su libro y obra principal Condi-
tioned reflexes no fue traducido al inglés y publicado hasta 1927.
Dentro de la psicología comparada surgió la escuela conductista o behavio-
rista, que restringía el estudio del comportamiento a los eventos conductuales
que podían ser observados y medibles. Así, eliminaba cualquier elemento de
subjetividad de las respuestas y de los estímulos que las provocaban mediante
experimentos de laboratorio altamente controlados, como respuesta al anec-
dotalismo de Romanes. Skinner (1953) observaba cómo las ratas aprendían
(aprendizaje por recompensa) a manipular las palancas para obtener alimento,
el refuerzo positivo, en cajas especialmente diseñadas para los experimentos
(las cajas de Skinner) en condiciones de laboratorio. Liderados por John B.
Watson, para los behavioristas, la conducta era aprendida y se debía a la expe-
riencia y el desarrollo. Según ellos, los animales nacían como una hoja en
blanco (o tabula rasa) donde todo debía ser aprendido y rechazaban cualquier
influencia genética en la conducta. Según Watson (1916), los reflejos condi-
cionados podrían servir de paradigma para el aprendizaje en general y para los
behavioristas todo tipo de conducta animal y humana podía explicarse en tér-
minos de condicionamiento. Aunque el aprendizaje fue el foco principal de
los estudios de los psicólogos americanos hasta 1950, otros se interesaron por
las bases fisiológicas de la conducta. Por ejemplo, Karl Lashley comenzó a exa-
minar el efecto de las lesiones cerebrales sobre la conducta de las ratas con el
fin de comprender la base neural del aprendizaje y la memoria y algunos estu-
diaron los efectos de las hormonas en la conducta sexual (Beach, 1950). Otros
psicólogos comparados, como Schneirla con hormigas, Yerkes con ratones y
Watson con tortugas de Florida, combinaron los estudios experimentales en
el laboratorio con los de campo en temas como orientación, aprendizaje, lo-
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¤ Editorial UOC 31 Capítulo I. Historia de la Etología
Tabla 1.1.
Diferencias entre la Etología clásica y la Psicología Comparada (modificado y ampliado de Guillén Salazar, 1994, p. 61)
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¤ Editorial UOC 32 Etología
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¤ Editorial UOC 33 Capítulo I. Historia de la Etología
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¤ Editorial UOC 34 Etología
• Teoría de la selección de parentesco (Hamilton, 1964): Dado que los individuos em-
parentados comparten material genético, la evolución favorecerá la tendencia a
ayudar de forma altruista a los parientes.
• Hipótesis del nivel individual de actuación de la selección natural (Williams, 1966): La
selección natural actúa a un nivel individual y no a un nivel de grupo o especie,
como proponía Wynne-Edwards (1962).
• Teoría de la optimalidad: A partir de la hipótesis del forrajeo óptimo (McArthur y
Pianka, 1966), la teoría de la optimalidad sugiere que los animales se comportarán
de forma que la eficacia individual sea máxima optimizando la relación costes/be-
neficios en conductas relacionadas con la supervivencia y la reproducción.
• Teoría de los juegos y estrategias evolutivamente estables. Ampliando los conceptos uti-
lizados en los modelos de optimalidad, John Maynard Smith (1974) sugirió que los
animales tendrán una estrategia individual que dependerá de las estrategias de
otros individuos. Cuando una estrategia y la estrategia alternativa llegan a un pun-
to de equilibrio en el que ninguna desplaza a la otra, la llamamos estrategia evolu-
tivamente estable.
• Teoría de la inversión parental (Robert Trivers, 1972): Dado que la inversión en tiem-
po y energía en la reproducción (embarazo, lactancia, cuidado de las crías) es muy
superior en las hembras que en los machos, la estrategia reproductiva óptima de
ambos sexos será distinta.
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¤ Editorial UOC 35 Capítulo I. Historia de la Etología
gen, busca una explicación de por qué los animales de una especie determina-
da se comportan de una forma característica en una situación concreta
(función adaptativa de la conducta). Si el éxito en la supervivencia y la repro-
ducción de un animal dependen de su conducta, la selección natural tenderá
a diseñar animales que sean eficientes en la búsqueda de alimento, en la evi-
tación de predadores, en la reproducción, en el cuidado parental, etc. (Krebs y
Davies, 1993). La ecología de la conducta aborda temas sobre modelos de op-
timalidad, competición y cooperación, selección sexual, inversión parental,
territorialidad, estrategias de supervivencia y reproducción en función del
ambiente físico y social y, en general, las fuerzas selectivas que han influido
en la evolución de sociedades complejas de vertebrados e insectos (Krebs y
Davies, 1997). Dado que los primates muestran los aspectos más complejos
del comportamiento social, la primatología ha sido un campo de gran interés
para los ecólogos de la conducta.
La ecología de la conducta es una de las subdisciplinas de mayor auge en la
Etología y ha tenido como consecuencia un espectacular aumento de los estu-
dios funcionales a partir de los años setenta, en detrimento de las otras tres
cuestiones básicas de Tinbergen (Huntingford, 1991, citado en Peláez y
Veà, 1997; Krebs y Davies, 1991). A ello ha contribuido de forma importante
la publicación de los libros de Krebs y Davies Behavioural ecology: An evolutio-
nary approach (1991, 1997) y An introduction to behavioural ecology (1993) y la
creación por parte de los ecólogos del comportamiento de sus propias socie-
dades, revistas científicas, congresos y workshops específicos.
Por otro lado, la aparición de la teoría de la selección de parentesco pro-
puesta en 1964 por Hamilton, propició que se realizaran muchos estudios con
la finalidad de interpretar la conducta social, la evolución del altruismo y la
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¤ Editorial UOC 36 Etología
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¤ Editorial UOC 37 Capítulo I. Historia de la Etología
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¤ Editorial UOC 38 Etología
les, vamos a tener en cuenta criterios como son la tradición histórica, la existencia
de sociedades, revistas, publicaciones y reuniones científicas específicas, así como
las que tienen un gran auge en la actualidad. Según estos criterios, trataremos la
neuroetología, la etología cognitiva, la etología humana y la etología aplicada.
La neuroetología es el estudio de las bases neurológicas del comportamiento,
especialmente las relaciones entre cerebro, comportamiento y evolución. El neu-
roetólogo investiga los mecanismos en el contexto de la conducta natural de los
animales. La neuroetología comienza hacia finales del siglo XIX con las técnicas
habituales de estudio sobre estimulaciones y lesiones encefálicas en vertebrados,
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¤ Editorial UOC 39 Capítulo I. Historia de la Etología
el ser humano incluido, pero se constituye durante las tres últimas décadas del si-
glo XX con el advenimiento de la etología y los rápidos avances de las técnicas
neuroanatómicas y neurofisiológicas. Esta subdisciplina ha tenido reuniones re-
gulares desde 1977 en el congreso anual de la Society for Neuroscience. Y desde 1980
se empezaron a publicar textos introductorios (Ewert, 1980; Guthrie, 1980;
Camhi, 1984) de esta materia (véase volumen 2, “Ámbitos actuales de la etología”).
La etología humana estudia desde una perspectiva filogenética qué parte
del comportamiento y conocimiento del ser humano es de origen innato y,
por tanto, genéticamente almacenado y programado. El discípulo de Lorenz,
Irenäus Eibl-Eibesfeldt, se dedicó plenamente a esta nueva subdisciplina, a la
que denominó, en 1966, etología humana (Eibl-Eibesfeldt, 1989, 1993).4
La etología cognitiva es el estudio de la cognición animal basado en la per-
cepción, el aprendizaje, la memoria y la toma de decisiones. Los etólogos cog-
nitivos tratan aspectos básicos, como la formación de conceptos de objeto y
conceptos abstractos y la utilización de la información en un contexto para la
creación de una categoría o extracción de un principio general como solución
a problemas en otro contexto (inteligencia), el aprendizaje del lenguaje, la me-
moria, la percepción y los procesos cognitivos complejos, como la intenciona-
lidad, planificación, autorreconocimiento, teoría de la mente y la posibilidad
de la conciencia en los animales (Matsuzawa, 2001). En estrecha relación con
las capacidades cognitivas de los animales también se estudian las conductas cul-
turales. Esta subdisciplina fue introducida por Donald R. Griffin en 1976 y en las
últimas dos décadas ha adquirido un notable prestigio. Una de las revistas dedi-
cada totalmente a la cognición animal es Animal Cognition, fundada en 1998.5
Por último, la etología aplicada aborda tres áreas de investigación: produc-
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¤ Editorial UOC 41 Capítulo II. Los métodos de observación...
Capítulo II
Los métodos de observación de la conducta en la etología
Vicenç Quera Jordana y José Luis Losada López
1. El estudio de la conducta
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¤ Editorial UOC 42 Etología
y la experimentación.
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¤ Editorial UOC 43 Capítulo II. Los métodos de observación...
nipular las condiciones en las que se produce, precisamente porque lo que desea
es obtener información acerca de la conducta espontánea de los individuos o gru-
pos en las condiciones menos artificiales posibles; de este modo, la investigación
naturalista u observacional se dice que posee validez externa, porque los resultados
que suministra pueden ser generalizados a la conducta natural o habitual de los
individuos. El experimentador, por otra parte, manipula determinadas variables
con la finalidad de averiguar si al cambiar éstas, cambian también ciertas conduc-
tas de los individuos estudiados; logra así obtener resultados con validez interna,
porque manipulando las variables necesarias de modo conveniente hace que sean
mínimas las hipótesis posibles acerca de qué factores afectan a la conducta.
Observación y experimentación son dos formas complementarias de inves-
tigar la conducta. En la etología la observación es un método fundamental. El
investigador solamente puede descubrir nuevas conductas invirtiendo un tiem-
po, a veces considerable, en la observación directa de los individuos que estudia.
Esta observación de descubrimiento puede ser muchas veces un tanto fortuita o
asistemática, pero en general debe complementarse con una fase de observación
sistemática, cuya finalidad es la obtención de datos objetivos que sirvan para la
descripción de la conducta y para la contrastación de hipótesis acerca de la mis-
ma. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que aunque al realizar una observa-
ción sistemática podemos estar más seguros de que los datos que obtenemos
reflejan la conducta natural, usualmente desconocemos si los factores que he-
mos registrado como posibles condicionantes de esa conducta (variables am-
bientales, conductas de otros individuos o especies, etc.) son los principales o
los únicos que la afectan o determinan (es decir, logramos que el estudio tenga
buena validez externa a expensas de una baja validez interna).
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¤ Editorial UOC 45 Capítulo II. Los métodos de observación...
pos: a) ambientales, o factores del medio físico o social de los individuos obser-
vados que se cree que pueden afectar, o ser afectados, por su conducta; b)
propiamente conductuales, es decir, las unidades de conducta y cualesquiera me-
didas que puedan derivarse de ellas; y c) de individuo, o atributos que no sufren
cambios en un individuo concreto (sexo, especie, etc.). Las hipótesis que se esta-
blezcan deberán relacionar como mínimo una variable conductual con alguna
otra (ambiental, conductual o de individuo). Por ejemplo: ¿Son más agresivos los
machos que las hembras? (una variable conductual, una variable de individuo);
el individuo receptor de aseo ¿tiende a ser menos agresivo después de recibirlo?
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¤ Editorial UOC 46 Etología
2. Observación sistemática
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¤ Editorial UOC 47 Capítulo II. Los métodos de observación...
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¤ Editorial UOC 48 Etología
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¤ Editorial UOC 49 Capítulo II. Los métodos de observación...
segmentación muy molecular puede carecer de interés debido a que las rela-
ciones entre variables conductuales quizá se pongan de manifiesto solamente
si se emplea una segmentación más molar. Por ejemplo, utilizando tipos de
segmentos como aloaseo (o aseo social) y acto agresivo, será posible averiguar
si la recepción de aloaseo tiene relación con la disminución de actos agresivos
a continuación, relación que habría sido difícil o imposible que se pudiese ma-
nifestar de haber utilizado únicamente segmentos, como separar el pelo con
una mano y extraer un pelo con la otra (entre otras acciones propias del
aloaseo) y mostrar dientes y gruñir (entre otras acciones agresivas).
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¤ Editorial UOC 50 Etología
laridad, por una parte, y estados y molaridad, por otra. Es posible, por ejemplo,
definir una variedad de estados de modo que unos sean más moleculares que
otros, combinando segmentos denominados estar en proximidad de otro indi-
viduo (molar, genérico e inespecífico) con otros denominados masticar un ali-
mento con la boca abierta (más molecular y específico); ambos serán estados en
la medida en que se consideren sus duraciones. La cantidad de unidades de con-
ducta que deben definirse ha de ser suficiente para los objetivos del estudio, ade-
más de ser independientes entre sí, con un grado de molaridad/molecularidad
homogéneo.
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¤ Editorial UOC 51 Capítulo II. Los métodos de observación...
Hay tres maneras posibles de definir las unidades de conducta (p. ej.,
Hawkins, 1982; Hutt y Hutt, 1970; Martin y Bateson, 2007; Rosenblum, 1978):
Como ejemplos de definiciones estructurales cabe citar las utilizadas por McGrew
(1972) en su estudio de la conducta infantil: “agarrar: coger un objeto con la flexión
de manos y dedos”; “besar: la boca cerrada y/o apretada (es decir, los labios pero no
los dientes) o cualquier otra parte de la cara, mentón incluido, entra en contacto con
alguna parte del cuerpo de otro individuo"; “golpear: mover un objeto súbitamente y
con fuerza hasta ponerlo en contacto con otro mediante la extensión del brazo”, etc.
Es decir, en una definición estructural se especifican los movimientos que han de rea-
lizar los individuos observados para que el segmento observado pueda clasificarse
como una realización de tal unidad.
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¤ Editorial UOC 52 Etología
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¤ Editorial UOC 53 Capítulo II. Los métodos de observación...
Para que una definición sea objetiva ha de hacerse empleando términos que
correspondan a aspectos observables de la conducta y del entorno, que otros ob-
servadores puedan comprender fácilmente y que hagan posible la concordancia
entre observadores independientes; es decir, en la definición debe prescindirse
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¤ Editorial UOC 54 Etología
concordancia).
Además, una definición tiene que ser clara, lo que significa que ha de ser
fácil de entender y carecer de ambigüedad; y ha de ser completa, es decir, debe
contener la mayor información relevante posible de la conducta, especificán-
dose los límites de la unidad de conducta de forma que el observador pueda
discriminar bien cuándo está ocurriendo esa unidad y cuándo están ocurrien-
do otras. Es decir, los segmentos que se clasifican en la unidad han de tener
más semejanzas entre sí que con otros segmentos que se clasifican en otras
unidades (Slater, 1978).
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¤ Editorial UOC 55 Capítulo II. Los métodos de observación...
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¤ Editorial UOC 56 Etología
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¤ Editorial UOC 57 Capítulo II. Los métodos de observación...
la unidad original, en este caso una forma diferente de asear. Mientras que, de
haber empleado la unidad original, podrían haberse obtenido resultados sobre
el tiempo invertido por cada individuo del grupo en aloaseo, la cantidad total
de veces que asea, etc., con las nuevas unidades podrá conocerse además qué se-
cuencias de formas de aseo son las más comunes.
Por el contrario, agrupar unidades consiste en clasificar en una nueva unidad
segmentos que antes se clasificaban en unidades diferentes, pero con ciertas ca-
racterísticas comunes. Agrupar unidades da lugar a una pérdida de información
y a un aumento de la molaridad. Por ejemplo, en un estudio de la locomoción
de las chimpancés hembras con cría, se definen, entre otras, estas unidades de
locomoción: locomoción cuadrúpeda con la cría agarrada frontalmente, cua-
drúpeda con la cría agarrada en un brazo de la madre, cuadrúpeda con la cría en
la espalda de la madre, trípeda con la cría agarrada frontalmente, trípeda con la
cría agarrada de un brazo de la madre, trípeda con la madre sosteniendo a la cría
agarrada frontalmente, bípeda con la cría agarrada frontalmente, bípeda con la
madre sosteniendo a la cría agarrada frontalmente, etc.
Tras una primera fase de observación, el investigador se percata de que cier-
tas formas de locomoción son muy infrecuentes, y además decide que el lugar
exacto donde se encuentra la cría es irrelevante, mientras que sí es relevante el
que la madre la sostenga o no. Por todo ello, agrupa ciertas unidades infrecuen-
tes en una sola (o incluye una unidad infrecuente en otra similar pero frecuente),
y agrupa en una nueva unidad varias unidades originales que compartían un as-
pecto considerado ahora irrelevante. Por ejemplo, algunas de las nuevas unidades
podrían ser: locomoción cuadrúpeda (la madre no sostiene), trípeda con la madre
sosteniendo, trípeda sin que la madre sostenga, etc. Resulta obvio que con las
nuevas unidades no se obtendrán resultados tan informativos, pero quizás serán
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¤ Editorial UOC 58 Etología
3. El etograma
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¤ Editorial UOC 59 Capítulo II. Los métodos de observación...
El etograma de una especie “representa las restricciones bajo las que opera
la inteligencia en su interacción con el entorno” (Fagen, 1978, p. 26). Por de-
finición, un repertorio es exhaustivo, esto es, no existen conductas del orga-
nismo en cuestión que no estén recogidas en ese conjunto. La obtención de
un etograma generalmente representa un trabajo de dimensiones considera-
bles que exige bastante tiempo y esfuerzo, de modo que la elaboración de
taxonomías conductuales puede considerarse un campo de investigación en
sí mismo.
Idealmente, las unidades de conducta que componen el etograma han de
ser naturales, esto es, poseer un significado para los propios animales obser-
vados en su propio universo o umwelt (un término utilizado por el biólogo
von Uexküll). El umwelt de una especie animal es el entorno en el que vive,
tal como es interpretado por los individuos de esa especie en función de sus
acciones sobre el mismo y de su sistema perceptivo, el cual es el resultado de
una adaptación a tal entorno. Cada especie animal tiene su propio umwelt,
anque viva en el mismo ecosistema que otras especies. Es tarea entonces del
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T = 1 – (N1 / N)
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¤ Editorial UOC 62 Etología
• Postural
• Locomoción
• Conducta exploratoria
• Conducta ingestiva o trófica
• Conducta de eliminación
• Conducta sexual
• Conducta lúdica
• Conducta sexual
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• Conducta lúdica
• Conducta agonística o relacionada con el conflicto
• Conducta anagonística o de evitación de conflicto
• Conducta epimelética y etepimelética o de cuidado de las crías y de solici-
tación de cuidado
• Conducta alelomimética o de imitación
• Cooperación
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¤ Editorial UOC 63 Capítulo II. Los métodos de observación...
• Predación
• Competencia trófica
• Comensalismo
• Mutualismo
• Parasitismo
• La madre inspecciona: con la vista o con la mano explora el cuerpo de la cría sin
asearla.
• La madre restringe: impide que la cría se separe de ella sujetándola, por ejemplo ti-
rando de su brazo o pierna o agarrándola firmemente con los brazos.
• La madre rechaza: impide que la cría entre en contacto con ella o mame, mante-
niéndola a distancia con el brazo, tapándose el pecho con el brazo o evitando a la
cría.
• Juego madre-hijo: la madre inicia un episodio de juego social con la cría (por ejem-
plo, haciéndole cosquillas, forcejeando con ella o persiguiéndola). Se considera que
se inicia un nuevo episodio de juego cuando transcurren 10 s como mínimo desde
el anterior.
• Aseo madre-hijo: la madre asea o acicala a la cría. Se considera que se inicia un nuevo
episodio de aseo cuando transcurren 10 s como mínimo desde el anterior.
• Agresión madre-hijo: la madre ataca a la cría, por ejemplo amenazándola, golpeán-
dola o mordiéndola.
• Protección materna: la madre amenaza, ataca o persigue a otro gorila para proteger
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a la cría.
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¤ Editorial UOC 64 Etología
“Nido diurno. 23 marzo 1960. Grupo VII. Mientras mantiene cogida contra el pecho
con la mano izquierda a la cría de 6 meses, la hembra desliza un tallo de lobelia hacia
la base del montón de hojas; con un giro de la mano hacia abajo arranca el extremo
del tallo y lo deja a su lado. Repite el proceso con otro tallo, y dobla un Peucedanum
con la mano derecha y lo deposita a su izquierda. Permanece a tres patas, con la cría
colgando del pecho, y desgaja una lobelia que tiene enfrente con una mano y se la
coloca en la espalda. Se cambia la cría de brazo, dobla dos matojos de hierba y se los
mete bajo el cuerpo. Por último, se echa encima de la hierba. Tiempo total: aprox. 25
segundos.” (p. 193).
las mismas. Por ejemplo, una definición estructural de una unidad de conducta
observada en el mono aullador (Alouatta palliata) podría consistir en: el indivi-
duo, un mono aullador macho, abre la boca completamente, estira los labios y
deja al descubierto los dientes superiores e inferiores, mueve la lengua hacia el
paladar mientras cierra los ojos y frunce el ceño.
Para obtener su definición funcional es necesario averiguar la relación de esa
conducta con el contexto donde ha sido observada. Por ejemplo, el investigador
puede averiguar que el mono aullador siempre tiende a realizar la conducta an-
teriormente descrita cuando interactúa con otro macho y en un contexto de
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¤ Editorial UOC 65 Capítulo II. Los métodos de observación...
conflicto; en ese caso, puede describir esa misma conducta así: un mono aulla-
dor macho realiza un bostezo de amenaza.
Observaciones continuadas pueden indicar que existen determinadas se-
cuencias de conducta, u órdenes preferentes de aparición de las unidades. La se-
cuencia reiterada de unidades de conducta es un patrón conductual. Los patrones
conductuales tienen un anclaje empírico, unas unidades concretas que explican
la unión temporal de toda la secuencia y le dan sentido. Por ejemplo, una se-
cuencia de unidades de conducta sexual se inicia con una subsecuencia de con-
ductas previas o preliminares, a la que sigue la cópula (anclaje empírico de la
secuencia), que es seguida por una determinada subsecuencia de conductas pos-
teriores.
Un tipo particular de etograma es el llamado etograma funcional, en el que
se especifica no solamente una lista de las unidades de conducta sino las co-
nexiones o transiciones temporales que son más probables entre ellas.
4. Cuantificación de la conducta
El flujo conductual puede ser segmentado de dos formas distintas para ser
cuantificado: a) Segmentación conductual: el observador debe detectar en qué mo-
mentos empieza y termina cada segmento conductual, clasificarlo en la unidad
de conducta que le corresponde (p. ej., codificarlo) y, si lo requieren los objetivos
de la investigación, registrar sus tiempos de inicio y finalización. b) Segmentación
temporal: en cada unidad o intervalo de tiempo (de duración constante) el inves-
tigador debe detectar qué tipos de unidades de conducta están ocurriendo.
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¤ Editorial UOC 67 Capítulo II. Los métodos de observación...
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¤ Editorial UOC 68 Etología
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¤ Editorial UOC 70 Etología
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Tabla 2.1
Duración
Duración Frecuencia Duración Tasa
Frecuencia media
(seg) relativa relativa (/hora)
(seg)
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¤ Editorial UOC 72 Etología
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¤ Editorial UOC 73 Capítulo II. Los métodos de observación...
Figura 2.1
Gráfica de entropía basada en la frecuencia para las unidades de conducta. En la abscisa se representan las conduc-
tas ordenadas según su frecuencia, de mayor a menor. En la ordenada, sus frecuencias relativas acumuladas. La
recta señala el límite inferior de la gráfica de entropía, que se obtendría si las conductas fuesen equiprobables.
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¤ Editorial UOC 74 Etología
Figura 2.2
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¤ Editorial UOC 75 Capítulo II. Los métodos de observación...
En general, el tipo de conductas que se estudian, las medidas que se desean ob-
tener para ellas y el hecho de realizar la observación en vivo o a partir de vídeos
grabados previamente son factores que determinan cuántas sesiones de obser-
vación han de realizarse y cuánto ha de durar cada una. Las sesiones han de ser
suficientemente largas para que en ellas tenga lugar una variabilidad aceptable
de la conducta que se observa, es decir, para que ocurra un número grande de
transiciones entre ocurrencias de las unidades de conducta, lo cual dependerá
del grado de molaridad de éstas y de sus duraciones medias; por ejemplo, si una
conducta como el aseo social tiene una duración media muy grande (digamos,
30 minutos) y el investigador quiere conocer qué otras conductas tienden a pre-
ceder y a seguirla, entonces las sesiones de observación deberán durar más que
dicha duración media, a fin de que sea posible registrar tales antecedentes y sub-
secuentes.
La cantidad total de sesiones a realizar ha de ser suficientemente grande para
que el volumen de datos recogidos permita contrastar las hipótesis de investiga-
ción formuladas; por ejemplo, si se pretende comparar las duraciones medias de
ciertas conductas de dos especies diferentes, los individuos deberán ser observa-
dos el tiempo necesario para que las frecuencias de las conductas cumplan con
las condiciones de aplicación de los contrastes estadísticos que vayan a realizar-
se. Por otra parte, si es preciso registrar la conducta en vivo (en el momento en
que está ocurriendo), el hecho de tener que prestar atención constantemente re-
percute en un aumento de la fatiga de los observadores y de la probabilidad de
cometer errores; por ejemplo, en la observación en vivo de procesos de interac-
ción social en grupos medianamente grandes y registrando conductas con tasas
elevadas, suele considerarse que las sesiones más largas de 45 o 60 minutos tien-
den a producir demasiada fatiga en el observador; obviamente, en tales casos la
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¤ Editorial UOC 76 Etología
tro de cada uno de los estratos; de esta manera, en el estrato mañana, una sesión
de observación puede empezar en cualquier momento entre las 8 y las 11 h (su-
poniendo que cada sesión ha de durar como mínimo una hora); en el estrato
tarde, en cualquier momento entre las 16 y las 19 h, etc.
c) Por selección fija: el investigador determina que todas las sesiones se inicia-
rán siempre a determinadas horas y, por lo tanto, la muestra de conducta que se
registrará podrá estar sesgada porque solamente contendrá datos representativos
de esas horas. Esta alternativa resulta cómoda para el observador, pero puede ser
un inconveniente si lo que se desea es obtener datos que sean generalizables a
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¤ Editorial UOC 77 Capítulo II. Los métodos de observación...
otros momentos del día. Sin embargo, puede ser perfectamente conveniente en
determinadas investigaciones en las que lo que se desea es estudiar una conducta
que tiende a producirse siempre en la misma franja horaria (por ejemplo, conduc-
ta alimentaria, elaboración de nidos en los chimpancés, etc.).
d) Por criterios conductuales: el investigador determina que las sesiones se ini-
ciarán cuando ocurra una cierta unidad de conducta (por ejemplo, los indivi-
duos entran en proximidad), y terminará o bien cuando ocurra otra cierta
unidad de conducta (por ejemplo, los individuos se alejan) o bien cuando haya
transcurrido un cierto tiempo fijo desde el inicio si la conducta que marca el fi-
nal todavía no se ha producido; en este caso, los datos serán representativos úni-
camente de aquellos períodos de tiempo iniciados y terminados por tales
conductas (por ejemplo, de períodos de tiempo de interacción social en proxi-
midad), lo cual puede ser precisamente lo que desea el investigador.
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¤ Editorial UOC 78 Etología
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las acciones que el individuo que está siendo focalizado dirige a otros como las
que recibe de otros en ese mismo intervalo.
Tabla 2.2
Sesión 1
Individuo focal Pom Fifi Figan Melissa Satan Goblin Pom Fifi ...
Sesión 2
Individuo focal Pom Fifi Figan Melissa Satan Goblin Pom Fifi ...
Un ejemplo hipotético de plan de muestreo de barrido para observar a un grupo de 6 chimpancés (en las sesiones siguientes se repetiría el
mismo plan)
temática.
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¤ Editorial UOC 80 Etología
Aun así, el registro continuo posee varias desventajas: requiere que el ob-
servador preste atención constante a la conducta (a diferencia del registro in-
termitente), dificulta el registro de conductas que se dan simultáneamente y
requiere usar cronómetros para poder obtener los tiempos de inicio y finaliza-
ción de las conductas (si la observación se realiza en vivo). Además, es difícil
aprender a utilizar esta técnica en la observación en vivo de forma fiable.
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Figura 2.3
81
Capítulo II. Los métodos de observación...
Un ejemplo de registro continuo combinado con muestreo focal de un individuo, en el que se anotaron las transiciones de las conductas de aseo (que dio y recibió), así
como posturales y de locomoción, y sus tiempos de inicio y fin en minutos y segundos.
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Figura 2.4
82
Representación de los datos de la figura 2.3 en una gráfica de tiempo x conductas. Cada letra indica un segundo en el que estuvo ocurriendo la conducta en cuestión (o en el que estuvo
implicada una hembra o un macho en el aseo social del individuo focalizado).
Etología
¤ Editorial UOC 83 Capítulo II. Los métodos de observación...
Figura 2.5
Existen varias clases de registro intermitente, siendo las siguientes las más
utilizadas:
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Figura 2.6
84
Un ejemplo de muestreo momentáneo combinado con muestreo focal de un chimpancé, en el que se anotaron las conductas de aseo que dio y recibió, el sexo del compañero de
aseo, y las conductas posturales y de locomoción del individuo focalizado, que se observaron al término de cada intervalo consecutivo. Duración de cada intervalo: 10 s; número de
intervalos: 23. La situación observada fue la misma que para el ejemplo de la figura 2.3.
Etología
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Figura 2.7
85
Capítulo II. Los métodos de observación...
Un ejemplo de muestreo uno-cero combinado con muestreo focal de un chimpancé (véase tabla 2.2), en el que se anotaron las conductas de aseo que dio y recibió, el sexo del com-
pañero de aseo, y las conductas posturales y de locomoción del individuo focalizado, que se dan durante cada intervalo consecutivo. Duración de cada intervalo: 10 s; número de
intervalos: 23. La situación observada fue la misma que para el ejemplo de la figura 2.4.
¤ Editorial UOC 86 Etología
con las duraciones medias de las conductas y con sus lapsos medios, entonces
el muestreo momentáneo permite estimar las duraciones relativas de las con-
ductas, dividiendo el número de intervalos en los que se ha registrado cada con-
ducta por la cantidad total de intervalos empleados. Se trata de una estimación
insesgada, tanto más exacta cuantos más intervalos se hayan empleado y cuan-
to menor sea su duración. En el muestreo uno-cero ese cociente arroja un resul-
tado sesgado, sobreestimando las duraciones relativas de las conductas. Por otra
parte, la cantidad de “ráfagas” de intervalos consecutivos en los que se ha regis-
trado una conducta es una estimación de su frecuencia; se trata siempre de una
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Figura 2.8
88
Etología
Ejemplos de plantillas de registro intermitente, correspondientes a los ejemplos de las figuras 2.6 y 2.7; mientras que en aquellas figuras se ilustra el tipo de datos que se ob-
ienen, el modo práctico de anotarlos es empleando plantillas como estas. Puede observarse que, para una misma situación observada, la cantidad de datos que proporciona
el muestreo uno-cero es mayor.
¤ Editorial UOC 89 Capítulo II. Los métodos de observación...
Tabla 2.3
¬ Frec. F. rel. Tasa Dura. D. rel. D. med.
Algunas de las medidas conductuales que pueden obtenerse a partir del registro continuo mostrado en la figura 2.3. Las duraciones están
expresadas en segundos; la tasa, en ocurrencias/minuto.
ˆi
D FM i W
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¤ Editorial UOC 90 Etología
ˆi
D (FMi PFi) · W
Tabla 2.4
Muestreo instantáneo Muestreo uno-cero
FM PF FM PF
Autoaseo 2 1 Autoaseo 4 2
Sentado 16 3 Sentado 20 2
Agachado 3 2 Agachado 4 1
Camina 4 4 Camina 8 5
Medidas conductuales (frecuencias modificadas y pseudofrecuencias) que pueden obtenerse a partir de los registros intermitentes mostra-
dos en la figura 2.8.
5.6. Instrumentación
una forma óptima, eficaz y sencilla. El avance tecnológico de los últimos años ha
permitido la creación de una gran variedad de instrumentos de registro, presen-
tando una gran flexibilidad en su manejo y aplicación. Las distinciones entre ins-
trumentos mecánicos y tecnológicos (Losada, 1993) hoy en día resulta obsoleta,
dado que vivimos en el siglo de la digitalización, de la alta definición, del 3D, y
esto ha generado instrumentos de registro con mucha precisión a la vez que per-
miten su utilización en diferentes situaciones. Una ventaja de estos instrumentos
es que permiten almacenar la imagen de forma permanente y así poder repetir la
observación y el registro varias veces, a fin de evaluar la fiabilidad de los observa-
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¤ Editorial UOC 92 Etología
Por muy complejas o sofisticadas que sean las técnicas de análisis de datos
que luego se utilicen para contrastar las hipótesis de la investigación, produci-
rán resultados equivocados si los datos son erróneos. Por ello, es necesario de-
mostrar que los datos poseen calidad y que carecen de error. En otras palabras,
los registros o datos obtenidos por observadores entrenados sólo son creíbles si
es posible demostrar que los observadores son intercambiables, es decir, que no
dependen del observador concreto que los ha generado.
La concordancia entre observadores es el sine qua non de la observación sis-
temática (Bakeman y Quera, 2011), esto es, no puede considerarse que la obser-
vación es científica a no ser que los observadores concuerden cuando registran
la misma situación empleando las mismas unidades de conducta y la misma téc-
nica de registro. Por lo tanto, es imprescindible averiguar el grado de concor-
dancia de los observadores para saber hasta qué punto son intercambiables.
La calidad de los datos tiene tres aspectos o componentes que se complemen-
tan: fiabilidad, precisión y validez.
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¤ Editorial UOC 95 Capítulo II. Los métodos de observación...
Obsérvese que, si unos observadores tienen una buena concordancia local, en-
tonces también concordarán de manera global; es decir, si en cada momento de
la observación sus registros tienden a coincidir, entonces también coincidirán las
medidas globales (como la frecuencia) que se deriven de esos registros. Por lo tan-
to, si se evalúa su concordancia local y es elevada, no es necesario evaluar su con-
cordancia global porque también lo será. La inversa no es cierta; esto es, de una
alta concordancia global no puede inferirse una alta concordancia local. Los ob-
servadores pueden obtener medidas globales muy similares pero, a pesar de ello,
no coincidir bien en los registros que realizan momento a momento.
s12
r12
s1 s2
donde s12 representa la covarianza entre las medidas globales obtenidas por
el observador 1 y las obtenidas por el observador 2 (por ejemplo, entre las tasas
de una determinada unidad de conducta obtenidas por uno y otro en diversos
individuos), y s1 y s2 son las desviaciones tipo de dichas mediadas según uno
y otro observador. Si la correlación es alta y positiva (cercana a +1), entonces
existe una buena concordancia entre las medidas globales obtenidas por los
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x2 a b x1
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b = s12 / s21
a = x2 bx1
Tabla 2.5
Concepto Estadístico Valor
Covarianza
n 1
s12 [ ¦xi 1 xi 2 x1 x 2 ] s12 = 0.9556
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n 1 n
Correlación
s12 0.9556
r12 r12 0.91
s1 s2 1.1353 0.9189
Cálculo del coeficiente de correlación de Pearson para evaluar la concordancia de dos observadores respecto a la frecuencia de una conducta
de aseo social. n = número de sesiones de observación.
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Como puede verse en la tabla 2.5, en este ejemplo la correlación es alta y po-
sitiva, es decir, en apariencia existe una buena concordancia entre los datos de
los dos observadores. No obstante, debemos averiguar si uno de los dos obser-
vadores obtiene medidas que son sistemáticamente mayores que el otro:
x2
b
x1
t
2
1 r12
n2
3.2
0.741
t 3.2 1.76
1 (0.91)2
10 2
que 1.76 < 1.86, nada se opone a aceptar que en la población de sesiones a es
nula y, por lo tanto, ningún observador tiende a sobrerregistrar respecto al otro.
Un procedimiento más general para evaluar la concordancia global es el cál-
culo de un coeficiente de correlación intraclase (Bakeman y Quera, 2011; Yoder
y Symons, 2010), el más útil de los cuales es el coeficiente de Berk. Por un lado,
la correlación intraclase permite comparar dos o más observadores simultánea-
mente: cuando se comparan k observadores la correlación intraclase puede in-
terpretarse como la concordancia promedio de todas las comparaciones
realizadas dos a dos. Por otro, la correlación intraclase detecta tanto la concor-
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V2I
U2c
V2I VO
2
V2E
VO2 = Varianza debida a los observadores, que son la variable irrelevante (o que se espera que sea
realmente irrelevante). Indica el grado en que existen inconsistencias entre observadores,
es decir, sesgos sistemáticos del observador.
VE2 = Varianza del error; su raíz cuadrada es el error tipo o error estándar de la medida global
respecto de aquella con la que se evalúa la concordancia.
Tabla 2.6
Fuente de Variancias
Sumas de cuadrados Cuadrados medios
variación (estimaciones)
Fórmulas de las varianzas utilizadas para el cálculo del coeficiente intraclase de Berk.
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Tabla 2.7
Observador 1 Observador 2 Observador 3 Observador 4 Medias
Frecuencias de la conducta agredir obtenidas por cuatro observadores independientes al observar simultáneamente a un grupo de cinco
individuos.
Tabla 2.8
Fuente de variación Sumas de cuadrados Cuadrados medios Varianzas
Cálculo de las varianzas para el coeficiente de Berk aplicado a los datos de la tabla 2.7.
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Tabla 2.9
Ob2
A B C Totales
Po
¦ nii
n
Pe
¦ ni ni
2
n
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Po Pe
N
1 Pe
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¤ Editorial UOC 103 Capítulo II. Los métodos de observación...
Figura 2.9
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¤ Editorial UOC 104 Etología
Figura 2.10
Parámetro Cálculo
Kappa
0,727 0,264
N 0,63
1 0,264
Tabla de concordancia para los datos de la figura 2.9 (su diagonal principal contiene las cantidades de intervalos
donde hay concordancia) y cálculo del coeficiente Kappa.
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¤ Editorial UOC 105 Capítulo II. Los métodos de observación...
Tabla 2.10
Observador 2
Ejemplo de tabla de concordancia punto por punto para datos de un registro continuo. Las frecuencias corresponden a segundos.
Tabla 2.11
Observador 2
Ejemplo de tabla de concordancia punto por punto respecto a una única unidad
de conducta.
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¤ Editorial UOC 106 Etología
Figura 2.11
Por otra parte, cuando los observadores emplean un registro continuo pero
no registran los tiempos de las conductas (porque tal información no es intere-
sante para su investigación), entonces sus datos consisten únicamente en se-
cuencias de códigos sin un referente temporal preciso; en tal caso, la solución
adecuada para obtener un índice de concordancia local es alinear las secuencias
mediante un algoritmo que maximiza el número de concordancias y estima la
cantidad de decisiones tomadas por los observadores, obtener la tabla de confu-
sión a partir del alineamiento obtenido y calcular una Kappa de alineamiento,
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¤ Editorial UOC 107 Capítulo II. Los métodos de observación...
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¤ Editorial UOC 109 Capítulo III. Breve introducción a la teoría...
Capítulo III
Breve introducción a la teoría de la evolución
Juan Antonio Delgado Iniesta
Introducción
lutivo moderno. Cosa que no sucedió hasta la primera mitad del siglo XX. Fue
entonces cuando la teoría sintética o neodarwinismo recogió las ideas del darwi-
nismo decimonónico, rechazando unas pocas, matizando otras y, sobre todo,
incorporando nuevos principios, sin los cuales es imposible entender correcta-
mente el cambio evolutivo en la actualidad. Entre estos principios se encuen-
tran: 1) que la variación fenotípica observada en los seres vivos tiene un origen
genético, no ambiental y que está mediada a través de la mutación y la recom-
binación alélica, 2) que los cambios en las frecuencias de los alelos resultantes
de estas mutaciones en las poblaciones naturales, tiene lugar generación tras ge-
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¤ Editorial UOC 110 Etología
neración, 3) que tales cambios pueden ocurrir, tanto por selección natural,
como por procesos estocásticos ocurridos al azar y 4) que debido a estas diferen-
tes historias de deriva y selección, las poblaciones de una especie pueden diferir
y transformarse en especies distintas a lo largo del tiempo.
De esta manera, la teoría de la evolución ha sido capaz de explicar la fasci-
nante unidad de diseño existente entre todos los seres vivos y, a su vez, la enor-
me diversidad de formas, historias y comportamientos observados en los seres
vivos presentes y pasados. Esta teoría aglutina a todas las otras disciplinas de la
biología a través de una perspectiva unificadora, porque necesita de todas ellas
sin excepción para realizar su trabajo. Bioquímica, morfología, fisiología, ecolo-
gía y etología se revelan entonces como ingredientes fundamentales de una sola
línea de pensamiento, iluminándose todas entre sí de manera harmónica. En
este capítulo se dará cuenta de cómo la teoría de la evolución, a través del estu-
dio de unos pocos conceptos fundamentales, clarifica algunas cuestiones referi-
das a la ciencia que estudia el comportamiento animal y de cómo la etología, a
su vez, ilustra numerosos aspectos de la teoría de la evolución.
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Partiendo de esta segunda idea se han postulado diversas hipótesis, entre las
que cabe resaltar, en primer lugar, la más difundida definición de evolución: “la
evolución es el cambio en las frecuencias alélicas en las poblaciones”. Esta su-
cinta definición sostiene que los pequeños cambios acumulados a lo largo del
tiempo en una población son suficientes para explicar los grandes cambios ob-
servados a lo largo de la historia de la vida en nuestro planeta. Otra idea deriva-
da de esta visión poblacional de la evolución es que la similitud genotípica
implica similitud fenotípica o, lo que es lo mismo, que individuos o especies
con similar acervo genético poseen aspecto y comportamientos similares.
Como consecuencia de esta idea se infiere que para demostrar la cercanía filo-
genética entre dos especies, basta con contrastar su similitud genética. Otra con-
jetura que orbita en el paradigma poblacional de la evolución es que la respuesta
adaptativa, la capacidad de supervivencia de una especie, descansa sobre su va-
riabilidad. Es decir, las poblaciones más variables morfológica o conductual-
mente son las que resistirán mejor frente a cualquier eventualidad. No obstante,
es importante señalar que, en ausencia de fuerzas o presiones selectivas, esta va-
riabilidad no suele transformarse en cambio evolutivo alguno2. Por tanto, tan
importante es conocer y estudiar las posibles fuentes de variabilidad en los seres
vivos, como los mecanismos que transforman ésta en evolución.
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1.1.1. La mutación
El término mutación puede resultar equívoco ya que se emplea tanto para re-
ferirse a la alteración de una secuencia de ADN, como para describir el producto
o efecto de la misma mutación. Por lo general, el contexto en el que se emplea
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Las tasas de mutación son, por lo que sabemos, tan bajas en la naturaleza (y
las mutaciones con alguna ventaja selectiva lo son aún más) que no pueden ex-
plicar por sí solas la diversidad observada en las poblaciones naturales. En el
caso de las especies con reproducción sexual, la variabilidad genética sobre la
que actúan los diferentes motores evolutivos reside, además de en la evidente
unión de gametos genéticamente distintos, en la recombinación alélica. La re-
combinación alélica es anterior a la fecundación y se produce en las células de
la línea germinal de un individuo durante la meiosis. Consiste en la segregación
independiente de cromosomas no homólogos y en el entrecruzamiento entre
cromosomas homólogos. Su potencial como generador de diversidad es tal que,
en una especie diploide con reproducción sexual, no existen dos individuos ge-
néticamente iguales.
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generación a la siguiente. Para entender qué quiere decir esto se debe saber que,
de todos los problemas de los que puede adolecer el principio de Hardy-Wein-
berg3, el más importante es, sin duda, el asumir que las poblaciones teóricas con
las que se trabaja son infinitamente grandes. Esto, en la naturaleza nunca es así,
evidentemente. De igual manera, también resulta forzado asumir que los apa-
reamientos son al azar, lo que ahonda aún más la diferencia entre poblaciones
teóricas y naturales. Sin estas dos premisas de partida, es imposible asegurar que
las frecuencias alélicas en una población se mantengan inalteradas de una ge-
neración a la siguiente. Se debe tener en cuenta que en una población infinita-
mente grande, las probabilidades de que un alelo se perpetúe de una generación
a otra (por baja que sea la frecuencia en la que éste aparezca) son muy altas. Sin
embargo, en una población natural esto no es así, el número de individuos no
es infinito, son afortunados los que sobreviven y los que alcanzan la edad de re-
producción son aún más escasos. Bajo estas circunstancias, las posibilidades de
que la frecuencia de los alelos que se presentan en una generación se vea altera-
da en la siguiente es bastante más alta. Esto es así por efecto de lo que se conoce
como error de muestreo, que como se ha indicado, significa simplemente que sólo
algunos individuos de la población parental serán los padres de los de la siguien-
te. Muchos individuos perecerán o no podrán reproducirse por escasa adecua-
ción biológica (de los que suele dar cuenta la selección natural), pero algunos
otros no lo harán simplemente por azar, por ejemplo, porque murieron durante
una epidemia o durante una catástrofe natural. Los efectos de la deriva genética
pueden ser especialmente importantes en poblaciones reducidas, muy aisladas
o en casos de efecto fundador como se verá más adelante.
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3. Existen infinidad de textos en los que consultar este principio de genética de poblaciones
básico. Uno de los que más nos gustan, escrito en castellano, es el de Freeman y Herron (2002).
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La visión más extendida en biología evolutiva aboga por que la selección na-
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tural, al ser estimada como la eficacia biológica y ser ésta un valor promedio,
sólo puede referirse a un conjunto de individuos y nunca puede cuantificarse,
ni en un individuo particular (en donde influye más el azar que la selección na-
tural), ni en entidades como especies o grupos de especies (en donde lo impide
su naturaleza abstracta). La selección, se argumenta, aunque afecta a los indivi-
duos, se expresa y puede cuantificarse sólo a nivel poblacional. Sin embargo,
otros investigadores defienden que no son sólo los individuos los que están su-
jetos a diferencias en su capacidad de supervivencia y éxito reproductivo, sino
que esto también afecta tanto a entidades biológicas inferiores (por ejemplo, ge-
nes), como a otras superiores (poblaciones y especies). Para ellos, es necesario
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Figura 3.1
Ejemplo de comportamiento altruista: mientras otros miembros de la manada pastan tranquilamente, un ejemplar hembra de
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impala (Aepyceros melampus) vigila el posible acercamiento de depredadores. En segundo plano, un ejemplar de topi (Damaliscus
korrigum) presenta un comportamiento similar. (Parque Nacional Masai Mara, Kenia. Fotografía del autor).
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Para entender cómo funcionan estos tres tipos de selección, podemos propo-
ner un ejemplo inventado que tome estos tres caminos posibles. Partamos de
una población de plantas silvestres, pensemos en unas zarzamoras, que pueblan
las montañas de una isla mediterránea. En esta población silvestre existen dife-
rencias en el número y densidad de las espinas del tallo. Esta variabilidad sigue
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una distribución normal (véase la figura 3.2: situación inicial) que se ha mante-
nido a lo largo del tiempo casi inalterada. Imaginemos que a la isla llega un pe-
queño roedor como nuevo colono y comienza a alimentarse de las sabrosas
bayas de zarzamora. Los ratoncillos prefieren encaramarse a las plantas menos
espinosas, así que son éstas las que primero son consumidas. El número de semi-
llas de estos pies poco punzantes disminuye progresivamente y la población de
zarzamoras se hace cada vez más espinosa. Alguien podría argumentar que las
zarzamoras “han reaccionado para defenderse de los ratones”, aunque ya hemos
indicado que la selección no “responde” de esa manera. En cualquier caso, la
presión ejercida por los ratones tiene como efecto una selección direccional ha-
cia plantas más espinosas (véase la figura 3.2: A).
Imaginemos que una segunda especie arriba a la isla. En este caso, es una
mariposa cuya oruga come hojas de zarzamora. Las hembras de esta especie
buscan protección para sus larvas, a las que las espinas no molestan, sino
más bien encuentran atractivas como defensa. Así, las hembras ponen más
huevos en las plantas más espinosas, con lo que éstas experimentan en la isla
un cierto declive por excesiva defoliación. La población de zarzamoras se ve
ahora sometida a una doble presión selectiva: los ratones presionan para que
la planta sea muy espinosa, pero las orugas presionan en sentido opuesto. La
población de zarzamoras se ve sometida a una selección en donde son las
plantas con número de espinas intermedio las favorecidas. Estamos ante un
caso de selección estabilizante (figura 3.2: B). Con el paso del tiempo, el
hombre llega a la isla y la inunda de turistas que encuentran esta variedad
de zarzamora especialmente bonita como planta ornamental. Son muchos
los que, antes de abandonar la isla, arrancan un pie y se lo llevan como re-
cuerdo de sus vacaciones. Los turistas encuentran que las muy espinosas son
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demasiado punzantes y que las más desnudas son poco atractivas, así que
prefieren las que presentan un número de espinas intermedio. Con la pre-
sión turística, la población de zarzamoras intermedia decrece rápidamente y
queda dividida en dos subpoblaciones: una muy espinosa y otra apenas con
espinas. Estamos ante un caso de selección diversificante (figura 3.2: C).
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Partiendo de la misma distribución de frecuencias en la población inicial, se puede llegar a diversos resultados en respuesta a pre-
siones selectivas distintas.
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Como se indicó más arriba, la selección sexual existe debido a que un sexo,
generalmente el femenino, produce menos gametos o invierte más esfuerzo en
la reproducción que el contrario. Ante esta circunstancia, se establece una clara
competencia intraespecífica en donde los machos luchan por el recurso limitan-
te que suponen las hembras. Aunque escasos, también existen ejemplos en don-
de el recurso limitante es el macho, fundamentalmente cuando es este sexo el
encargado del cuidado de la prole. Ejemplos evidentes son los caballitos de mar
o los patos del género Phalaropus. Es importante considerar que un macho pue-
de copular con varias hembras y suele perder muy poco de su potencial evolu-
tivo si entre sus encuentros amorosos incluye la cópula con una hembra poco
apta. Sin embargo, una hembra no tiene tantas oportunidades y debe elegir muy
bien a su pareja, si no quiere ser madre de una prole con un reducido potencial
adaptativo.
Darwin reconoció dos estrategias principales desarrolladas por los miembros
de una pareja para solucionar este evidente conflicto de intereses: el combate
entre machos para acceder a los favores de la hembra y la elección femenina. Es
decir, la preferencia de la hembra por un fenotipo específico de entre los mos-
trados por los machos cortejantes. Atendiendo a estos dos tipos de selección
sexual, Darwin pudo explicar la existencia de innumerables rasgos morfológicos
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Tabla 3.1. Mecanismos desarrollados para la lucha por la pareja reproductora y rasgos con
probabilidades de ser favorecidos por selección sexual (basado en Anderson, 1994 y Futuyma, 2006).
Combate con rivales del mismo Rasgos que mejoran el éxito en la confrontación
sexo
Elección de pareja por miembros Atractivo y rasgos de estímulo. Oferta del pretendiente de
del sexo opuesto comida, territorio u otro recurso que pueda resultar
interesante al otro miembro de la pareja
Resistencia o tesón ante el rival Habilidad para permanecer reproductivamente activo durante
buena parte de la temporada de apareamiento cuando otros
están agotados
Coevolución antagónica Habilidad para contrarrestar las reticencias del otro sexo al
apareamiento. Ejemplos: hiperestimulación con morfologías
exageradas, resistencia del huevo a la entrada de esperma
para evitar la multifecundación.
3. Especies y especiación
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3.2. Especiación
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Junto a la definición de especie, el estudio de los procesos por los cuales estas
especies aparecen a partir de otras que las preceden es, sin duda, otra de las gran-
des cuestiones de la biología evolutiva. Contestar a la pregunta acerca del origen
de las especies sería muy sencillo si en biología sólo empleásemos el concepto
tipológico de especie. En tal caso, la respuesta sería bastante trivial: tanto la se-
lección natural, como la deriva genética se encargan de generar la suficiente
cantidad de fenotipos distintos, como para contar con numerosas especies en
un breve lapso de tiempo a partir de unas pocas ancestrales.
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la que queda aislada del resto. Para entender este caso puede pensarse en una
pequeña bandada de pájaros arrastrada a una zona remota, apartada de su rango
de distribución por efectos de una fuerte tormenta. En teoría, el efecto fundador
podría implicar a un solo individuo. Imaginemos una hembra de tortuga carga-
da de huevos que arriba a una isla aferrada a un tronco de árbol muerto. Como
ya se ha estudiado antes, la genética poblacional indica que en estas pequeñas
poblaciones, si llegan a ser viables, la deriva genética puede jugar un papel muy
importante. En estos casos, un alelo con muy baja frecuencia en la población
ancestral puede quedar fijado en estas reducidas poblaciones con mucha más
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A: población inicial homogénea distribuida por un amplio territorio. B: fase de aislamiento debido a una
barrera geográfica con acumulación de variabilidad en ausencia de flujo genético. C: Tras la desaparición
de la barrera las dos poblaciones se han transformado en especies distintas.
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¤ Editorial UOC 130 Etología
A: población inicial homogénea distribuida por un amplio territorio. B: Una pequeña población en la periferia
del área de distribución se separa del resto y alcanza un lugar aislado, fuera del rango de distribución de la
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aleatorios. Precisamente es éste el punto que genera más polémica y que des-
pierta las reticencias de muchos investigadores. ¿Cómo se genera y quién man-
tiene esa reproducción diferencial en un conjunto originalmente homogéneo?
Para los defensores de este modelo existen algunos grupos de seres vivos en don-
de la génesis de diferencias en el periodo reproductivo es más probable. Des-
pués, la selección natural disruptiva, en donde alelos híbridos presentan menor
vigor biológico que los homocigotos puros, podría ser el desencadenante final
de una especiación en ausencia de barrera geográfica.
A: Una especie se alimenta de una planta tóxica y se reproduce durante el verano. B: Una población de esa
especie consigue alimentarse de otra planta que aparece durante la primavera. Esta segunda población ade-
lanta su reproducción y queda aislada reproductivamente de la población ancestral.
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4. Cladogénesis y anagénesis
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largo del eje temporal mediante un patrón ramificado, en donde una especie an-
cestral se divide en dos descendientes que, a su vez, se dividen en otras con el
paso del tiempo. Cada bifurcación en este árbol de la vida se corresponde con
un caso de especiación que ha debido tener lugar a través de uno de los procesos
descritos en párrafos anteriores.
La anagénesis, por el contrario, se refiere al proceso de cambio o diferencia-
ción evolutiva que se produce en cada uno de los linajes que se han formado.
Gracias a este segundo proceso, cada linaje acumula cambios durante su historia
evolutiva y dos linajes hermanos, inicialmente idénticos, terminan por diferen-
ciarse en diversos aspectos que los hacen únicos y distintos entre sí.
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Figura 3.7
Uno de los más espectaculares casos de radiación adaptativa llegado hasta nuestros días es el protagonizado por la
familia Drepanididae en las islas Hawái. A partir de un ancestro, que sospechamos debió poseer el aspecto de un
pinzón típico (centro), han aparecido diversas y espectaculares formas morfológicas y de comportamiento asocia-
das a tipos de alimentación muy variado.
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5. Inferencia filogenética
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cestro común, sino que poseen orígenes distintos porque han evolucionado in-
dependientemente a partir de dos ancestros distintos. En muchos casos,
determinar que dos caracteres no son homólogos es muy sencillo. Sobre todo
cuando nos encontramos frente a rasgos que presentan una función similar,
pero una clara estructura distinta. El ejemplo repetido en cualquier texto es el
de las alas de aves, murciélagos e insectos. Las tres estructuras sirven para volar,
pero su estructura nada tiene que ver y representan tres eventos evolutivos in-
dependientes de la conquista del aire por parte de los animales. Sin embargo,
existen otras analogías con una naturaleza mucho más perversa. Se trata de ras-
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¤ Editorial UOC 137 Capítulo III. Breve introducción a la teoría...
gos que presentan similar (cuando no idéntica) función y estructura y que sólo
pueden ser rechazadas como homologías tras la propuesta de una hipótesis filo-
genética. Por ejemplo, si un proceso cefálico muy similar empleado para hora-
dar la madera, es considerado homólogo en dos géneros de insectos, sólo un
análisis filogenético que determine que ambos géneros presentan un parentesco
muy distante, podrá hacernos ver que ambos rasgos son fruto de historias evo-
lutivas distintas. A este tipo de analogías se las denomina homoplasias.
Una vez se han propuesto dos caracteres como homólogos entre dos o más
especies, y éstos se encuentran además en diferentes estados, es necesario plan-
tearse cual de los dos estados del carácter es el estado ancestral. Es decir, cual de
los dos estados estaba presente en los ancestros de estas especies y cual apareció
por modificación. En reconstrucción filogenética se denominan plesiomorfía o
estado plesiomórfico al estado ancestral y apomorfía o estado apomórfico al deriva-
do.
En cualquier especie es posible identificar multitud de caracteres y éstos pue-
den aparecer en diferentes estados cuando se comparan con especies próximas.
Cuando en una especie encontramos numerosos caracteres en estado plesio-
mórfico o ancestral se suele tildar a esa especie de “especie primitiva”, mientras
que si la mayoría de los caracteres estudiados en esa especie se presentan es es-
tado derivado, se habla de “especie evolucionada”. Tanto un término como el
otro son de uso tan frecuente, como desafortunado, ya que es el estado de algu-
nos caracteres y no la especie, el que se presenta en un estado u otro. Las con-
notaciones de “primitivo” y “evolucionado” para referirnos a especies han de
evitarse en lo posible. A las especies o linajes que en una determinada recons-
trucción filogenética parten de las ramas más bajas del árbol filogenético obte-
nido, se las suele denominar como linajes basales, mientras que los más alejados
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¤ Editorial UOC 138 Etología
ción en dos o más linajes de rasgos que presentando distinto origen filogenético
y ontogenético, cumplen una misma función. En definitiva, se trata de dar un
nombre al supuesto proceso (en realidad es un patrón) que ha generado dos ca-
racteres análogos. La aparición de patas excavadoras en organismos tan dispares
como topos y algunos ortópteros pueden servir de ejemplo de evolución con-
vergente. Sin embargo, se reserva el término evolución paralela para referirse a la
aparición en dos o más linajes de caracteres que son fruto de mutaciones acae-
cidas en los mismos paquetes genéticos (implicados, por tanto, en las mismas
rutas ontogenéticas) que determinan la estructura y función de un carácter. Al
igual que ocurre en el caso de las homoplasias, los casos de evolución paralela
son muy difíciles de desvelar, ya que implican a rasgos que no sólo poseen idén-
tica estructura y función, sino que son la expresión fenotípica de mutaciones
que han afectado en lugar y tiempo distintos a un mismo gen o grupo de genes.
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Capítulo IV
Evolución y adaptación del comportamiento
Daniel Turbón Borrega
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1. Genes y comportamiento
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¤ Editorial UOC 141 Capítulo IV. Evolución y adaptación...
bía casarse con una persona de su misma casta. Cualesquiera que fueran los me-
recimientos, fallos, talentos o incapacidades de uno, no se podía ascender o
descender de casta. La casta superior era directamente portadora de respeto y
privilegio; las clases inferiores y parias (intocables) se encontraban sometidos a
grandes oprobios. El modo meticuloso en que se desarrolló la costumbre de es-
trecha correspondencia entre casta y ocupación es señal de lo que pensaban los
dirigentes de la sociedad hindú. Creían en la transmisión hereditaria de carac-
teres y pensaron que lo más adecuado era determinar la ocupación de una per-
sona, así como su rango por medio de la familia en que había nacido.
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cultural acumulada desde que el ser humano es tal, como se verá más adelante,
que le distingue de los animales.
Los biólogos del siglo XIX pretendieron ingenuamente encontrar una base
biológica para algunos denominadores comunes de las culturas. Se pretendía
atribuir la universalidad de ciertos componentes de las culturas a los instintos y
a los impulsos de las diferentes etnias. Los resultados fueron poco convincentes.
En efecto, no hay genes que determinen el baile, o la magia, o el ritual de la tran-
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sición a la pubertad. Desde luego no hay duda de que todos los seres humanos
son impulsados por el miedo, el hambre, el sexo, la dominación del otro, los ce-
los, la ostentación, y otros aspectos más. Pero no hay comprensión satisfactoria
del origen, en los humanos, de la capacidad intelectual, de la racionalidad, de
la lógica, de la libertad y de la ética, por ejemplo. Muchos evolucionistas, el pri-
mero de ellos Alfred R. Wallace, el cofundador del darwinismo (Lewontin et al.,
1996), se sintieron obligados a admitir la derrota de sus intentos por entender
el origen de la inteligencia del hombre y la cultura en una base evolutiva.
2. Genes y cultura
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La medida en que las diferencias genéticas entre los pueblos han contribuido
a la aparición de diferencias entre sus culturas es de otro orden. Han habido nu-
merosos pronunciamientos dogmáticos al respecto, mientras que han sido po-
cos los estudios cuidadosos y sin prejuicios. Por el momento, no hay pruebas
convincentes de que los denominadores comunes de todas las culturas estén
condicionados biológicamente.
Algunos de los mencionados denominadores comunes de las culturas huma-
nas son: los deportes atléticos, el adorno corporal, el calendario, la organización
comunitaria, la cocina, el trabajo cooperativo, la diferenciación de estatus, la fa-
bricación de herramientas, el comercio, visitar a otros, la cosmología, el baile,
el arte decorativo, la adivinación, la división del trabajo, la interpretación de los
sueños, la educación, la etnobotánica, la etiqueta, la familia, las fiestas, hacer
fuego, el folclore, los tabúes alimentarios, los ritos funerarios, juegos, gestos, re-
galos, el gobierno, saludos, estilos de cabello, la hospitalidad, la vivienda, la hi-
giene, los tabúes del incesto, las reglas de herencia, las bromas, los grupos
familiares, la nomenclatura del parentesco, la lengua, el derecho, la supersticio-
nes y la suerte, la magia, el matrimonio, la hora de comer, el pudor relativo a las
funciones naturales, el luto, la música, la mitología, las cifras, la cooperación en
el parto y posnatal, las sanciones penales, los chistes, los grupos de parentesco
y su nomenclatura, los nombres de personas, la política de población, las res-
tricciones sexuales, el control de la natalidad, los derechos de propiedad, la pro-
piciación de los seres sobrenaturales, el ritual religioso, las reglas de residencia,
los conceptos de alma, la escatología, la ética, el control del tiempo..., y la lista
continúa.
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3. Cultura y cooperación
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redes de alianzas.
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ria para podernos desarrollar ya desde los primeros representantes del género
Homo.
4. Lo animal y lo humano
Además del hombre hay muchos animales con organización social. La so-
ciedad de las hormigas revela una sorprendente división del trabajo entre la
reina, las obreras, las guerreras y los zánganos. La ingeniosa explotación de
afidios cautivos, como recurso alimenticio en algunas especies de hormigas,
añade una población auxiliar a su organización social. Sin embargo, la orga-
nización social de las hormigas no reside en la cultura sino en el instinto. No
hay transmisión de la conducta a través del aprendizaje. Un conjunto de
huevos de hormiga, adecuadamente incubados sin la presencia de ninguna
hormiga adulta, producirá un grupo de hormigas que, al llegar a la madurez,
repetirán con todo detalle la conducta de millones de generaciones de la es-
pecie de la que precedieron.
¿Ocurriría lo mismo si un conjunto de bebés humanos fueran aislados de
toda supervisión, cuidado y adiestramiento por parte de los adultos? Asu-
miendo que pudieran sobrevivir, lo que ciertamente no ocurriría, no podría-
mos esperar que manifestaran ninguno de los rasgos que caracterizaron a sus
padres. Estarían desprovistos de lenguaje, tecnología, fuego, artes, religión,
gobierno y todos los otros aspectos de la vida que distingue a los hombres de
los animales. Abandonados solamente a sus propios recursos instintivos, las
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Veamos, ahora, los modos de aprender de los animales. Hay tres modos de
aprendizaje en la naturaleza:
1) Por ensayo y error. Este método empírico se da en todos los animales, siendo
el más propio de los invertebrados. Comparado con otros métodos, es muy largo y
peligroso. Un ejemplo clásico –comúnmente usado para establecer el grado de de-
sarrollo del sistema nervioso central–, es el de la rata aislada en un laberinto a la que
se ofrece una recompensa. Aunque costoso, es sumamente flexible y adaptable al
cambio ambiental, y por lo tanto, ha sido desarrollado en grado notable entre algu-
nos grupos de mamíferos, los primates en particular.
2) Por observación e imitación. Es un medio aún más rápido y eficaz. La imitación
depende, en primer lugar, de la capacidad de un animal para reconocer y copiar a
otro miembro de su especie, por lo general su madre. La imitación es un acceso rá-
pido al comportamiento aprendido. Es favorable cuando el entorno no es demasia-
do fluctuante. Las ratas pueden aprender a pasar por laberintos más rápidamente
que mediante el ensayo y el error si imitan a ratas que ya han descubierto cómo al-
canzar la recompensa. Muchos pájaros aprenden sus cantos por imitación. Los pri-
mates y en particular los humanos también aprendemos así. De todos es conocida
la gran facilidad de los niños para aprender mediante la imitación, pues es el factor
más importante en el aprendizaje de los primeros años de nuestra vida.
3) Por instrucción. Es un modo únicamente humano de crear modelos de com-
portamiento, ya que ello implica el pensamiento consciente y la intención. Depen-
de de la existencia previa de acumulación de conocimientos (cultura). Aunque
puede darse sin lenguaje articulado, resulta obvio que éste es el vehículo más ade-
cuado para transmitir conceptos abstractos o razonamientos complejos. Muchos
animales adquieren socialmente tradiciones aprendidas mediante conductas repe-
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tidas. Todos los casos conocidos de tradiciones animales podrían explicarse me-
diante tales repeticiones. Por el contrario, los seres humanos participan en la
imitación: repiten una y otra vez, y ése es su aprendizaje. Ciertamente, los simios,
monos tití, delfines, ratas, y muchas especies de aves también aprenden por imita-
ción. ¿Por qué, entonces, el aprendizaje social es acumulativo sólo en los humanos?
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cefalización y vida social compleja, con ayuda del lenguaje articulado. Estos
fueron requisitos necesarios para la supervivencia. La tasa de adaptación mor-
fológica –al frío, al calor, a la fuerza física, etc.– disminuyó progresivamente, al
tiempo que aumentaba la dependencia del comportamiento funcional y cogni-
tivo en estrecha correlación también con el uso de herramientas y la comunica-
ción lingüística (figura 4.1).
Figura 4.1
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Tiempo y adaptación en la evolución humana. El diagrama sugiere que los cambios morfológicos, que aún se dan, han tenido im-
portancia decreciente en la supervivencia y adaptación humana, a expensas del progresivo dominio del comportamiento funcional,
cognitivo y lingüístico (P. V. Tobias).
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Figura 4.2
Evolución de las fases del desarrollo humano. Nótese la aparición de un nuevo periodo de desarrollo con el
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H. habilis, la niñez; y de la adolescencia con el H. sapiens. Estas dos fases del crecimiento y desarrollo son ex-
clusivamente humanas (B. Bogin).
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Lo anterior fue posible gracias a la aparición del nuevo econicho humano: 1) di-
versidad en la comida, más abundante, más nutritiva, de fuentes animal y vegetal;
2) el aprendizaje intensivo de las técnicas de adquisición de alimentos, a veces con
uso intensivo de tecnología, y muchas veces en cooperación; 3) un gran cerebro
para aprender y almacenar gran cantidad de información ambiental, en función del
contexto y el desarrollo de técnicas creativas para la adquisición de alimentos; 4)
un largo período de dependencia de los menores para facilitar el desarrollo del ce-
rebro y el aprendizaje; 5) menores tasas de mortalidad juvenil y aún menor en adul-
tos, lo que generó una vida productiva y una estructura de edad de la población con
una alta proporción de productores de adultos a cargo de menores; 6) un sistema
de tres generaciones en los flujos de recursos: de abuelos a padres, y de éstos a los
niños; 7) incorporación del macho al cuidado del grupo, con división de trabajo,
esto es, una inversión biparental con los hombres que se especializan en el apoyo
enérgico y las mujeres en la combinación del aporte energético y la atención directa
de los niños; 8) el matrimonio y unidades reproductoras a largo plazo; 9) coopera-
ción entre parientes y no parientes para evitar las fluctuaciones estacionales en el
acceso a los alimentos, mediante el intercambio, con evidente aumento de la efica-
cia en la supervivencia (Lancaster y Kaplan, 2010).
El resultado de cuanto antecede ha quedado reflejado en el ciclo vital de nuestra
especie, que se diferencia netamente del ciclo del chimpancé. Los niños de los hu-
manos actuales cazadores-recolectores presentan mayores tasas en: 1) superviven-
cia hasta la edad reproductora; 2) esperanza de vida desde el inicio del periodo
reproductivo; 3) duración absoluta y relativa de la época post-reproductora; 4) acor-
tamiento del intervalo de partos y, por tanto, mayor número potencial de descen-
dientes; 5) alargamiento del periodo de crecimiento y desarrollo de los subadultos.
En consecuencia, se observa en los humanos, respecto al chimpancé, mayor super-
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vivencia a los 15 años (60% frente a 35%) y mayores tasas de crecimiento durante
los primeros 5 años de vida (2,6 kg/año frente a 1,0 kg/año). Los humanos son des-
tetados antes que el chimpancé (2,5 años frente a 5 años), y reciben alimentos muy
elaborados y nutritivos, los cuales nunca podrían procurarse por sí mismos los
chimpancés jóvenes, pues en la sociedad chimpancé apenas hay, o no hay en ab-
soluto, cuidados maternales postreproductores. Desde luego, el rápido crecimiento
y aumento de peso durante la infancia y la etapa juvenil inicial de los humanos son
el resultado de las demandas energéticas del desarrollo del cerebro (figura 4.3), ya
que una parte significativa de este aumento de peso es en forma de grasa (Lancaster
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y Kaplan, 2010). El periodo juvenil del chimpancé es más corto que el de los huma-
nos. El primer parto de las hembras chimpancés se da los cinco años, mucho antes
que en la mujer. A ello sigue una esperanza de vida adulta menor en los chimpan-
cés: a los 15 años una chimpancé podrá vivir, de promedio, otros 15, mientras que
en la mujer cazadora recolectora esa cifra promedio es de 38 años, posteriores a los
15 primeros. Las mujeres cazadoras-recolectoras dedican más de un tercio de su
vida adulta a la fase postreproductiva, mientras que muy pocas hembras del chim-
pancé invierten tiempo en tareas de viabilidad de las crías tras la emancipación na-
tural de éstas.
El género humano inició, hace dos millones de años, una estrategia reproducto-
ra mucho más eficaz que las de los simios. Ante una cría humana cada vez más in-
defensa, la explicación de su éxito demográfico y geográfico no fue otra que el
comportamiento: el grupo cuidó el proceso de gestación y el parto, y transmitió efi-
cazmente los conocimientos necesarios para ello en un proceso de retroalimenta-
ción. El proceso ha culminado en el actual 26% de la cabeza del neonato con
relación a la que tendrá de adulto; y en una dependencia del recién nacido que
iguala la duración de la vida intrauterina, pues la edad mínima para que el bebé hu-
mano pueda caminar por sí mismo es, como mínimo, de nueve meses. Cualquier
mamífero es capaz de andar e incluso correr poco después de su nacimiento; la cría
humana es, en cambio, absolutamente inerme. Su inmadurez explica que el primer
año de vida extrauterina es cuando más muertes registran las estadísticas demográ-
ficas (figura 4.3).
La evidencia fósil del H. habilis proviene de África del Este y de África del Sur,
fechada entre 2,3 y 1,8 millones de años. En el sur de África es algo más tardía, entre
2,0 y 1,8 millones. Los últimos hallazgos líticos quizá podrían llevar su origen hacia
los 2,5 millones, coincidiendo con la acentuación del cambio climático, pero no
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mismo tamaño, por ejemplo un perro o un lobo que, erguidos sobre sus patas tra-
seras, vienen a tener la estatura humana. Un valor cero sería el normal de la relación
entre estatura y volumen cerebral en la mayoría de mamíferos actuales. El EQ del
chimpancé es 2,6; los australopitecos varían entre 3,1 y 3,5; el de H. habilis, 4,0, es
cuatro veces mayor que el que le correspondería por su estatura (Turbón, 2006).
Figura 4.3
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Curvas de crecimiento de cuatro de los principales sistemas y partes del cuerpo humano. Todas las curvas repre-
sentan el tamaño alcanzado durante el desarrollo postnatal en porcentaje, de modo que el tamaño a la edad de
20 años es 100 en la escala vertical. Obsérvese el alargamiento del crecimiento del cuerpo en su conjunto (el cuerpo
excepto la cabeza, los órganos respiratorio y digestivo, los riñones, los troncos pulmonar y aórtico, la musculatura
y el volumen sanguíneo), que apenas alcanza el 50% antes de los 12 años de edad. El sistema reproductor se alarga
aún más. Ambos alargamientos, respecto a los demás primates, implican un mayor riesgo para la viabilidad de la
especie. En sentido opuesto, el cerebro y la cabeza humanas siguen una trayectoria completamente excepcional
en el mundo animal: crecen muy rápidamente tras el nacimiento, alcanzando el 80% hacia los 4,5 años de edad.
Por último, el sistema linfático, responsable principal de formar y activar el sistema inmunológico, no tendrá su
máxima eficacia hasta los 6,5 años de edad; alcanza su máximo en la adolescencia y luego, probablemente bajo la
influencia de las hormonas sexuales, desciende hasta el valor definitivo del adulto (J. M. Tanner).
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Figura 4.4
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Valores del coeficiente de encefalización de H. Jerison, en homínidos fósiles y actuales, desde el momento de su emergencia, com-
parados con los de cuatro delfínidos actuales y la marsopa. Con el Homo habilis el hombre alcanzó un nivel similar al de los delfines
y, desde entonces, se convirtió en el ser más encefalizado de la Naturaleza.
La humanidad moderna se formó hace unos 150.000 años según los restos
fósiles descubiertos en Etiopía, Kenia y Sudáfrica. El cerebro moderno estaba ya
formado. La plena inteligencia permitió al Homo sapiens depender principal-
mente de factores que podía controlar: el aprendizaje y las relaciones de una
vida grupal cada vez más compleja; primero como cazador-recolector, y más tar-
de domesticando plantas y animales. La mayoría de las variaciones anatómicas
actuales son el resultado de adaptaciones a ambientes diferentes, meros rasgos
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6. La singularidad humana
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¤ Editorial UOC 159 Capítulo IV. Evolución y adaptación...
Mientras que las herramientas animales tienen una sola función, el humano
es capaz de combinar materiales para crear herramientas con múltiples funcio-
nes, y esto es, de hecho, una de las claves computacionales más distintivas del
cerebro humano.
Hay una gran brecha que separa al hombre en el lugar que ocupa en la natu-
raleza, que a veces parece hacerse más pequeña ante los impresionantes avances
en el campo científico. Pero ningún animal ha alcanzado las propiedades exclu-
sivas del hombre, de racionalidad y de la ética, que sólo emanan de la libertad,
y son impensables sin ésta. El uso intencional del fuego, que se remonta como
mínimo a un millón de años, hace incuestionable que estas tres características
humanas ya existían entonces, y probablemente antes, lo que se verá cuando se
excave en el interior de las cavernas, pues la erosión ambiental ha hecho des-
aparecer la mayoría de los rastros de fuego en los hábitats de la humanidad an-
tigua.
Esa gran brecha es el vacío entre el poderoso pensamiento humano y el del
resto de primates, incluido el chimpancé. Nos separan del resto de los animales:
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¤ Editorial UOC 160 Etología
que quiere ser. Este es el fundamento de la ética. Pero ello excedería los límites
del presente capítulo.
Señalemos, para concluir, que la ciencia descubre casi constantemente nue-
vos marcadores genéticos, la mayoría resultado del Proyecto Genoma Humano,
destinado a curar enfermedades. Estos nuevos genes nos siguen mostrando la es-
trecha similitud entre los seres humanos y el resto de los primates en aspectos
hasta ahora insospechados.
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Capítulo V
Fundamentos filogenéticos del sistema nervioso
Diego Redolar Ripoll
“En la edad media, solíamos llevar a los animales a juicio. Aunque parezca increí-
ble, presentábamos a animales ante un jurado y les hacíamos responsables de sus
actos. Entre los años 824 y 1845, en Europa, los animales no salían bien librados
cuando violaban las leyes de los hombres, o a veces cuando meramente les inco-
modaban. Al igual que los criminales comunes, también podían ser detenidos y
encarcelados (los criminales animales y humanos eran encerrados en la misma
prisión), acusados de cometer fechorías por las que eran juzgados. La justicia les
asignaba un abogado, que les representaba y les defendía en el juicio. Algunos
abogados se hicieron famosos por sus defensas de animales. Si el animal acusado
era declarado culpable, se le castigaba. El castigo solía ser de naturaleza retributi-
va, de modo que se le hacía al animal lo que él había hecho, fuera lo que fuere...
Una característica del cerebro humano, que es a la vez omnipresente y casi defi-
nitoria, es cuán reflexivamente construimos modelos en nuestra mente acerca de
las intenciones, sentimientos y finalidades de otros, incluyendo animales y obje-
tos.” (Michael S. Gazzaniga, 2010).
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¤ Editorial UOC 162 Etología
Figura 6.1
La conducta humana es fruto de la evolución, con lo que la historia evolutiva desempeña un papel primordial para entender las
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variaciones acaecidas en el comportamiento a lo largo de la filogenia, gracias a la relación evolutiva del ser humano con otras es-
pecies. Por lo tanto, podemos destacar que el acervo genético del hombre abarca los éxitos adaptativos de sus antecesores. Asimis-
mo, la estimulación del medio externo y del medio interno del propio organismo desencadena una respuesta en éste, cuya finalidad
última es su adaptación al entorno cambiante. Entre el estímulo y la respuesta se posiciona el organismo, entendido en términos
biológicos. De esta forma, la conducta permite al organismo relacionarse de forma activa con el medio. En definitiva, la conducta
deriva de la actividad integrada del sistema nervioso y del sistema endocrino, mientras que los genes y todos los factores epigené-
ticos regulan la forma como se organizan y responden dichos sistemas.
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¤ Editorial UOC 165 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
mente abigarrada y forman lo que se conoce como red neural difusa. La dife-
rencia fundamental entre el sistema nervioso de los vertebrados y el de este
filo es que las células que componen la red difusa no han diferenciado su es-
tructura desde un punto de vista funcional ni regional (no existe polaridad en
los contactos sinápticos), de manera que los impulsos eléctricos se transmiten
de forma constante en todas las trayectorias de la cadena neural. A pesar de la
falta de especialización funcional de las células nerviosas, los celentéreos son
capaces de poner en marcha un repertorio conductual bastante variopinto y
mayor que el presentado por los poríferos, dado que disponen de diferentes
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¤ Editorial UOC 166 Etología
entorno, la cabeza es la parte del animal que toma contacto en primer lugar
con los diferentes estímulos del medio. De esta forma, en esta región rostral
se han ido ubicando a lo largo de la historia filogenética los receptores capa-
ces de unirse con diferentes tipos de estímulos de diferentes modalidades
para posibilitar la recepción de información del exterior del animal. Por
ejemplo, receptores capaces de unirse a moléculas químicas para proporcio-
nar al animal información olfativa.
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¤ Editorial UOC 167 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
Figura 6.2
Una perspectiva de los sistemas nerviosos. Anatomía general del sistema nervioso en animales representativos de seis tipos.
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Figura 6.3
A) Aplysia en diferentes estados conductuales. En la parte izquierda de la imagen, el animal se desplaza lentamente. En el centro de la ima-
gen, podemos observar que la Aplysia alza la cabeza después de oler la comida en el agua. A la derecha de la imagen, se puede observar
que la Aplysia muerde. Esta babosa de mar dispone de un sistema nervioso compuesto por cuatro ganglios encefálicos y un ganglio abdo-
minal. Los cuatro ganglios encefálicos se encuentran conectados entre sí y con el ganglio abdominal. (Fuente: Timothy Kang, Jin-sheng Wu
y Jian Jing) B) Eric Richard Kandel (1929). A principios de la década de 1970, diferentes estudios en invertebrados mostraron que formas de
aprendizaje como la habituación, la sensibilización o incluso el condicionamiento clásico se basaban en cambios estructurales y funcionales
en las sinapsis entre las neuronas que mediaban la conducta modificada. En esta línea, destacan los trabajos del premio Nobel de Medicina
Eric Kandel. Kandel estudió con profusión el ganglio abdominal de la Aplysia. En la década de 1990, la aparición de técnicas de manipulación
génica permitió poder relacionar genes específicos con los mecanismos de plasticidad sináptica e incluso con la conducta y la cognición.
Del mismo modo, poder combinar estudios genéticos con estudios conductuales en Drosophila, Aplysia y ratones permitió identificar que
las formas de memoria declarativa y no declarativa compartían algunos elementos celulares y moleculares comunes. De este modo, se pudo
comprobar la existencia de varias moléculas de señalización críticas para convertir la plasticidad transitoria a corto plazo en una memoria
persistente a largo plazo, tanto para las memorias de tipo declarativo como no declarativo.
de células neurales para poder regir cuerpos más grandes, dado que, por ejemplo, a
mayor número de fibras musculares, mayor número de motoneuronas son necesa-
rias. Veíamos que la organización del sistema nervioso de los invertebrados se ca-
racterizaba por una baja velocidad en la transmisión del impulso nervioso y en los
axones de gran calibre por un ingente gasto energético. En el caso de los vertebra-
dos, la mielinización de los axones permitió aumentar la velocidad del impulso ner-
vioso, que llegó a ser entre seis y nueve veces más rápida que en el caso de los
axones de gran calibre de los invertebrados. Además del aumento de la velocidad
de conducción del potencial de acción a lo largo del axón, esta estrategia también
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Figura 6.4
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Medidas y formas de cerebros vertebrados. Estos cerebros ilustran la relación y diversidad existente entre vertebrados. La figura no intenta
sugerir una línea de descenso del cerebro humano y debemos tener en cuenta que los cerebros no están dibujados a la misma escala.
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2. Las lampreas (vertebrados no mandibulados) son los vertebrados más antiguos desde el punto
de vista filogenético. Estos animales muestran una polarización rostro-caudal que divide el encé-
falo en tres regiones, el encéfalo anterior (bulbos olfatorios, hemisferios cerebrales, epífisis y dien-
céfalo), el encéfalo medio (mesencéfalo) y el encéfalo posterior (metencéfalo y mielencéfalo).
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Los periodos que pasamos durmiendo y en vigilia presentan una periodicidad. Si nos pa-
ramos a pensar, muchas de las conductas que implementamos en nuestra dinámica dia-
ria presentan cierta regularidad rítmica. Pero ¿qué es un ritmo circadiano? Un ritmo
circadiano es un ciclo rítmico de aproximadamente veinticuatro horas de duración, es
decir, un ciclo que ocurre con una periodicidad circadiana. Desde un punto de vista bio-
lógico, existen diferentes tipos de ritmos implicados en la regulación de varios procesos.
Sin ir más lejos, los diferentes estadios del sueño presentan una periodicidad de aproxi-
madamente noventa minutos de duración (ritmo ultradiano). En diferentes especies ani-
males, las conductas copulatorias se organizan en ciclos estacionales y se desencadenan
por diferentes mecanismos endocrinos y ambientales (ritmos infradianos).
Figura 6.5
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El núcleo supraquiasmático del hipotálamo es el reloj interno más importante en el control de la temporización de los ciclos de sueño y
vigilia, dado que su lesión en animales de laboratorio suprime el ciclo circadiano de sueño-vigilia, a pesar de que estos animales presen-
taron la misma cantidad total de sueño que los animales sin lesión. El núcleo supraquiasmático del hipotálamo se halla regulado en un
ciclo de aproximadamente veinticuatro horas en ajuste a la rotación de la Tierra y a los ciclos de luz-oscuridad. Esta región hipotalámica
controla otras funciones que se sincronizan con el ciclo de sueño-vigilia como, por ejemplo, la secreción de determinadas hormonas, la
temperatura corporal, la producción de orina o la presión sanguínea. En la figura 6.5, se observa la disposición del núcleo supraquias-
mático en reptiles y su relación con la información lumínica parietal. Un reptil utiliza información, como el color, la intensidad de la luz
y la duración del día y de la noche, para ajustar la conducta a los cambios de estación.
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Llegados a este punto, surge una cuestión muy interesante relacionada con
la evolución del sistema nervioso de los vertebrados y la regulación del medio
interno: ¿por qué dormimos? Se trata de una cuestión que hoy en día no está
resuelta. No obstante, existen diferentes hipótesis que intentan dar una respues-
ta a la misma. Inicialmente, se plantearon dos grupos de teorías:
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El delfín del río Indo del Pakistán (Platanista indi) es una especie de delfín que carece
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Tabla 6.1
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piados (desde un punto de vista energético) y para poder distinguir este tipo
de alimentos del resto es importante contar con el tálamo y con los hemis-
ferios cerebrales. En los animales ectotermos, tal como hemos visto, la regu-
lación corporal no se da por proceso metabólico, como en el caso de los
mamíferos, sino por una actividad específica: la búsqueda de calor de fuentes
externas. En este caso, lo que resulta importante es la capacidad para locali-
zar las fuentes de calor externas.
Las serpientes son animales ectotermos, es decir, animales que toman su temperatura
del medio. La regulación corporal no se da por proceso metabólico, como en el caso
de los mamíferos, sino por una actividad específica: la búsqueda de calor de fuentes
externas. Además, una serpiente puede estar semanas sin probar bocado. Se trata de
animales muy inactivos y que pasan largas horas durmiendo.
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Figura 6.6
Regiones del cerebro en seis clases de vertebrados. Aparecen aquí cerebros representativos de seis clases importantes de vertebra-
dos en un árbol filogenético. Las primeras ramas revolucionarias aparecen en la parte inferior y las ramas más recientes, en la parte
superior del árbol. En cada cerebro, los hemisferios cerebrales aparecen de color naranja, el cerebelo, verde y el techo óptico (co-
lículo superior en vertebrados mamíferos y tectum o techo óptico en vertebrados no mamíferos), granate. En la imagen, se puede
observar el tamaño relativamente grande de los hemisferios cerebrales y el cerebelo en los cerebros de la rata (ejemplo de mamífero)
y el pájaro (modificado de Northcutt, 1981).
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Figura 6.7
Comparación del cerebro humano y del de la rata. Perspectivas del sagital medio del hemisferio
derecho del cerebro humano y del de la rata. El cerebro de la rata ha sido ampliado seis veces
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en dimensiones lineales con el cerebro humano. En ambos cerebros, las estructuras principales
son las mismas y tienen idénticas relaciones topológicas el uno con el otro. En la imagen, se
puede observar que los hemisferios son relativamente más grandes que en el cerebro humano,
mientras que la rata tiene un cerebro medio y un bulbo olfatorio relativamente más grandes.
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para posibilitar una respuesta rápida y efectiva para evitarlo o afrontarlo. En los
primates, parece ser de cardinal importancia para el procesamiento de algunos as-
pectos de la cognición social.
Figura 6.8
Figura 6.9
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Figura 6.10
En la imagen, podemos ver la organización laminar de la corteza en el ser humano. La región más primitiva de la corteza (la arqui-
corteza) presenta tres capas diferenciadas de células, mientras que la paleocorteza (más reciente desde un punto de vista filogené-
tico) presenta entre cuatro y cinco capas. Estas regiones reciben el nombre de alocórtex y corresponden fundamentalmente a la
parte medial del lóbulo temporal. El resto de la corteza (la neocorteza) es más nueva filogenéticamente hablando y presenta seis
capas de células (es lo que se denomina isocórtex).
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Figura 6.11
El mismo tipo de neuronas en especies diferentes. Estas neuronas piramidales desde la corteza motora de di-
ferentes mamíferos están dibujadas a la misma escala. (Modificado de Barasa, 1960)
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Figura 6.12
En la década de 1930, Wilder Penfield llevó a cabo un análisis de la corteza de diferentes pacientes que iban
a someterse a cirugía cerebral. Este neurocirujano descubrió que la región de la corteza que procesaba la in-
formación sensorial y la región que se encargaba de poner en marcha las órdenes motoras se organizaban de
una forma topográfica como si se tratara de mapas. En la imagen, podemos ver la disposición topográfica de
la corteza responsable de procesar la información del tacto, la temperatura y el dolor, la denominada corteza
somatosensorial primaria. Lo que hizo Penfield fue registrar la actividad eléctrica que mostraba la corteza tras
la estimulación mecánica de diferentes zonas del cuerpo. Asimismo, también estimuló eléctricamente dife-
rentes zonas de la corteza somatosensorial y analizó las sensaciones táctiles que provocaba dicha estimulación
en diferentes zonas del cuerpo. (Adaptado de Penfield y Rasmussen, 1950)
cuerpo, la región que ocupa la mano o el área que ocupa la cara es similar a la
superficie cortical ocupada por el tórax y los brazos. Si analizamos de una forma
específica la región ocupada por la mano, podemos observar que un 30%
aproximadamente corresponde al dedo pulgar. Si hacemos lo mismo con la ca-
ra, el 30% del área responde al contacto de los labios.
No obstante, debemos tener presente que el espacio que ocupa una parte del
cuerpo en la corteza no es inmutable o estático. Además, tampoco se explica única-
mente por la densidad de las conexiones sensoriales que recibe. Si una parte del
cuerpo no se puede utilizar, su representación cortical disminuye de tamaño, y tam-
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bién a la inversa. Por este motivo, el tamaño de la representación cortical puede va-
riar en función del uso y de la experiencia. Lo mismo ocurre en caso de lesiones.
Cuando hay una lesión en alguna de las vías o los sistemas que llevan la informa-
ción a la corteza, la región que queda desprovista de entrada de información pasa a
ocuparse de procesar la información de otras regiones que sí envían información a
la corteza sensorial. Asimismo, comparando diferentes especies de animales, el es-
pacio relativo dentro de la corteza cerebral que ocupa una de las modalidades sen-
soriales antes comentadas puede verse modificado por el nicho ecológico que
ocupa cada animal.
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mos a una persona ciega que comienza a leer textos en braille. A medida que va in-
crementando su experiencia con este método de lectura, su capacidad de
discriminación a través de las yemas de los dedos aumenta notablemente, de ma-
nera que termina por ser capaz de leer páginas escritas con este sistema.
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Figura 6.13
A) Geco diurno de Madagascar (Phelsuma madagascariensis madagascariensis). B) Geco nocturno tokay (Gekko gecko). El
espacio relativo dentro de la corteza cerebral que ocupa una modalidad sensorial (por ejemplo, la visual) puede verse
modificado por el nicho ecológico que ocupa cada animal. Los gecos nocturnos presentan menos células nerviosas por
mm2 en la corteza visual que los gecos diurnos. Foto del geco diurno de Manuel Werner, foto del geco nocturno de Man-
fred Werner.
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Figura 6.14
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Existen notables diferencias en cuanto al tamaño relativo de las áreas de la corteza mo-
tora primaria donde se representan las diferentes regiones corporales cuyos músculos
desempeñan una función importante en conductas específicas propias de cada animal.
Tal como hemos indicado antes, la rata es un mamífero nocturno que utiliza las vibrisas
para desenvolverse en un entorno nocturno. La representación de las vibrisas en la cor-
teza motora es muy prominente. Lo mismo ocurre con el tamaño que ocupan en la cor-
teza motora primaria la representación de las manos y los dedos en el caso de los
primates. Los músculos de los dedos y de las manos tienen una importancia primordial
para el agarre y la manipulación de los objetos, conductas características de los prima-
tes. Los primates cuentan con un mínimo de nueve áreas promotoras mientras que los
mamíferos no primates tienen sólo de dos a cuatro.
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Los monos rhesus, al igual que otros primates e incluso los mapaches, son capaces de
mover los dedos con gran destreza, lo que les confiere la capacidad de manipular ob-
jetos. La corteza motora primaria que envía proyecciones a los músculos de los dedos
se encuentra muy desarrollada y ocupa más espacio relativo que en otros mamíferos
que no despliegan esta capacidad de movimiento dáctilo en sus patrones de conduc-
ta. Asimismo, además del tamaño cortical de la región que representa los dedos, tam-
bién se da un mayor desarrollo del tracto corticoespinal, que es el que permite el
control cortical directo de los músculos de los dedos.
Autores como Todd Preuss sugieren que, comparando el lóbulo frontal del ser huma-
no con otros primates, el porcentaje de la corteza prefrontal con respecto a la corteza
frontal puede haber cambiado y es mayor en el ser humano. Thomas Schoenemann
y colaboradores han mostrado que la sustancia blanca prefrontal es, en proporción,
mucho mayor en los seres humanos que en otros primates, lo que sugiere un grado
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superior de conectividad en esta parte del encéfalo. Por otro lado, Semendeferi ha
confirmado que el área 10 de la corteza prefrontal es dos veces mayor en los seres hu-
manos que en los simios.
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El planum temporale es una región cortical que en el ser humano se encuentra aso-
ciada al procesamiento de la información relacionada con el lenguaje. Esta región
presenta asimetría estructural y es mayor en el hemisferio izquierdo que en el de-
recho en los seres humanos, en los chimpancés y en los monos rhesus. A escala mi-
croscópica, el cerebro humano se distingue del de los otros dos primates en tanto
que presenta unas minicolumnas corticales mayores y en que la región entre co-
lumnas es más amplia en el hemisferio izquierdo que en el derecho, mientras que
en el caso de los monos rhesus y los chimpancés las columnas y el área entre co-
lumnas son del mismo tamaño en ambos hemisferios cerebrales.
cionada con el desarrollo de la corteza cerebral, en tanto que podría haber faci-
litado el desarrollo posnatal del cerebro, periodos más amplios de proliferación
celular y el mantenimiento durante más tiempo de los mecanismos de plastici-
dad neural que posibilitan la modificación de la estructura y función del sistema
nervioso en relación con la experiencia del organismo y los cambios del medio
en el que se encuentra.
En cuanto a las zonas más caudales del sistema nervioso central (tronco del
encéfalo, cerebelo y médula espinal), éstas se han mantenido con poca varia-
bilidad en las diferentes especies de vertebrados. No obstante, hay algunas di-
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Figura 6.15
Con relación al cerebelo, se trata de una de las excepciones del encéfalo pos-
terior, ya que ha presentado una enorme variedad a lo largo de la filogenia en
los vertebrados.
De forma progresiva, el cerebelo ha ido recibiendo e integrando información
sensorial de diferentes modalidades (visual, auditiva, vestibular y somatosenso-
rial), lo que permite un control preciso del equilibrio del cuerpo, la coordina-
ción de los movimientos e incluso el aprendizaje de destrezas motoras.
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Tabla 6.2
Clasificación filogenética Clasificación funcional
Arquicerebelo Vestibulo-cerebelo
(flóculo-nódulo Equilibrio, movimientos
+parte inferior del vermis)) coordinados cabeza-ojos
Paleocerebelo
Espino-cerebelo
(mayor parte del vermis)
Neocerebelo Tono muscular, movimiento
del tronco y las extremidades
(mayor parte hemisferios)
Pontocerebelo
Precisión del movimiento
Figura 6.16
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Clasificación filogenética y funcional del cerebelo (A) y representación estructural de los diferentes componentes anatómicos de
esta estructura (B). El cerebelo se puede dividir en diferentes regiones, teniendo en cuenta el desarrollo filogenético. El arquicere-
belo es el más antiguo desde un punto de vista filogenético y está formado por el lóbulo floculonodular. Es el único componente
del cerebelo que encontramos en los peces. El paleocerebelo está formado por la mayor parte del vermis; ya lo encontramos en
anfibios superiores. El neocerebelo está formado por porciones laterales de los hemisferios y el vermis superior del lóbulo posterior.
Sólo se encuentra en mamíferos (máximo desarrollo en los humanos). Las diferentes aferencias y eferencias de las distintas zonas
del cerebelo establecen tres unidades funcionales, que son el vestibulocerebelo, el espinocerebelo y el cerebrocerebelo. El vestibu-
locerebelo se corresponde con el arquicerebelo; recibe y envía información al órgano vestibular y a los núcleos vestibulares. Tiene
como funciones el ajuste del tono muscular como respuesta a estímulos vestibulares, por lo que está relacionado con el manteni-
miento del equilibrio y con otras respuestas motoras relacionadas con la estimulación vestibular. El espinocerebelo se corresponde
aproximadamente con el paleocerebelo; recibe información procedente de la médula (información propioceptiva y exteroceptiva)
por medio de los fascículos espinocerebelosos, junto con información de la corteza cerebral. El cerebrocerebelo se corresponde con
el neocerebelo; recibe aferencias de zonas extensas de la corteza cerebral (por medio de la protuberancia - fibras pontocerebelosas)
y también de la oliva inferior (fibras olivaricerebelosas).
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Figura 6.17
¿Cuál de ellos tiene el cerebro de mayor tamaño? Para esta muestra de mamíferos de mayores a menores, la respuesta depende
del tamaño que se utiliza, peso total del cerebro (parte superior), peso del cerebro como porcentaje del peso corporal (parte central)
o el factor de encefalización (parte inferior).
tabla, mostramos por orden descendente los valores del cociente de encefa-
lización de catorce especies, entre ellas el ser humano. Notad que un valor
superior a 1 indica que el tamaño encefálico es superior al que cabría esperar
por el peso del animal.
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Tabla 6.3
Especie Cociente de encefalización
orca 2,57-3,3
chimpancé 2,2-2,5
ballena 1,8
elefante 1,13-2,36
perro 1,2
gato 1,00
caballo 0,9
oveja 0,8
ratón 0,5
rata 0,4
conejo 0,4
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¤ Editorial UOC 198 Etología
Se calcula que existen 100 billones de neuronas en el sistema nervioso del ser
humano y unas diez veces más de células gliales. Investigaciones recientes que
han utilizado métodos novedosos para determinar la composición celular del ce-
rebro humano y de otros primates, así como de roedores e insectívoros han mos-
trado que, en tanto que se han aplicado diferentes reglas de escalamiento celular
a los cerebros de diferentes especies, el tamaño del encéfalo no se debería consi-
derar como un representante adecuado para estimar el número de neuronas. Di-
chos estudios también han mostrado que el cerebro humano no es una excepción
con relación a su composición celular. Por añadidura a todo esto y en relación con
el gran desarrollo experimentado por la corteza cerebral en el ser humano, ésta
contiene sólo el 19% de todas las células cerebrales, una fracción que es similar a
la encontrada en otros mamíferos. No obstante, y en relación con el número ab-
soluto de neuronas, el cerebro humano presenta dos ventajas si lo comparamos
con el cerebro de otros mamíferos. Comparado con el cerebro de los roedores y,
probablemente con el cerebro de las ballenas y de los elefantes, el cerebro huma-
no se encuentra diseñado arquitectónicamente para ocupar el menor espacio po-
sible, aspecto que también puede ser aplicado a otros primates. No obstante, la
diferencia entre el ser humano y el resto de primates es que el primero contiene
mayor número de neuronas. Basándose en estos datos, algunos autores han pro-
puesto la hipótesis de que las capacidades cognitivas dependerían más del núme-
ro absoluto de neuronas que del tamaño corporal o de la encefalización.
¿Qué factores fisiológicos, ecológicos y conductuales han contribuido a lo
largo de la historia filogenética al desarrollo diferencial del encéfalo? Analice-
mos, en primer lugar, las estrategias reproductivas y de cuidado de la progenie.
Una hembra de anaconda verde (Eunectes murinus) puede parir entre veinte y
cuarenta crías. Éstas no recibirán cuidados parentales y tendrán que valerse por
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sí mismas desde los primeros minutos de vida. Por otro lado, una hembra de bo-
nobo (Pan paniscus) cuidará a su cría durante aproximadamente cinco años.
Existen dos estrategias principales de cuidado entre diferentes especies de verte-
brados. Por un lado, la implementada por animales que tienen muchas crías y
que ofrecen pocos o ningún cuidado parental a las crías después del nacimiento
y, por otro lado, la implementada por especies que tienen muy pocas crías y se
aplican con esmero en los cuidados posnatales durante un tiempo considerable.
En el caso de la anaconda, sus crías nacerán con unos 70/80 centímetros de lon-
gitud, pero crecerán rápidamente hasta alcanzar su madurez sexual en los pri-
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¤ Editorial UOC 199 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
meros años de vida. Por otro lado, en el caso de las crías de bonobo, éstas
crecerán de una forma lenta y pausada hasta alcanzar la madurez sexual en tor-
no a los 14 años de edad. En el primer tipo de estrategia reproductiva, las crías
presentan un rápido desarrollo con una pronta madurez sexual, en el segundo,
el desarrollo es más lento y la madurez sexual se alcanza con posterioridad. En
el primer tipo de estrategia, hay mayor número de crías en comparación con el
segundo. Al diferenciarse las dos estrategias en el tiempo que los progenitores
destinan al cuidado posnatal de la progenie, nos encontramos con que, a mayor
tiempo de cuidado parental, la posibilidad de que las crías aprendan de sus pro-
genitores es notable. Basándose en estos datos, algunos autores han sugerido
que la selección natural ha favorecido el desarrollo del sistema nervioso subya-
cente a la capacidad de aprendizaje posnatal por parte de las crías en aquellas
especies que utilizan la segunda estrategia reproductiva.
Figura 6.18
En las noches frías de las selvas húmedas del África central, las madres bonobo abra-
zan a sus crías que, al nacer, presentan mermada su capacidad termorreguladora. Los
bonobos se dividen en grupos durante el día para buscar comida y luego se reúnen
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¤ Editorial UOC 200 Etología
para dormir en los árboles en nidos que construyen para tal efecto. El vínculo de una
madre bonobo con su cría es muy fuerte. Ésta le enseña a buscar comida y a fabricar
nidos para mantener la temperatura corporal constante.
Las aves nidífugas (como las crías de avestruz, Struthio camelos) poseen al nacer un es-
tado de desarrollo avanzado y son capaces de llevar una vida independiente de sus
progenitores. Por lo general, dejan el nido apenas salen del cascarón y son capaces de
movilizarse y de controlar su temperatura. Las aves nidícolas, por su parte, nacen en
un estado de desarrollo menos avanzado y necesitan el cuidado de sus progenitores,
por lo que permanecen en el nido hasta alcanzar el desarrollo. Las aves nidícolas tie-
nen encéfalos aproximadamente dos veces más grandes que las aves nidífugas del
mismo tamaño.
nos mamíferos con este fuerte gasto energético si, además, tenemos en cuenta
que este órgano nace poco maduro en las especies que requieren del cuidado pa-
rental para subsistir? Resulta que el gasto energético del cerebro se triplica en los
estadios iniciales del desarrollo. Esto supone que los progenitores han de pro-
porcionar los alimentos apropiados para mantener la tasa metabólica de sus
crías. Algunos estudios han mostrado que el promedio en el cociente de inteli-
gencia de los niños alimentados con leche materna es aproximadamente entre
8 y 12 puntos más elevado que el mostrado por los niños criados con leche ar-
tificial.
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¤ Editorial UOC 201 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
En general, podemos decir que los mamíferos con mayores cocientes de en-
cefalización muestran una tendencia más marcada en comparación con los
mamíferos con cocientes menores a ocupar nuevos espacios en el ecosistema.
En este sentido, es necesario tener presente que diferentes factores han podido
contribuir a generar una presión selectiva en relación con el desarrollo del en-
céfalo y las capacidades sensoriomotoras y cognitivas. En relación con el ni-
cho ecológico, algunas especies mantuvieron su posición en un hábitat
fundamentalmente arborícola, mientras que otras ocuparon otros nichos ca-
rentes de árboles. La vida arborícola pudo contribuir al desarrollo de la coor-
dinación sensoriomotriz en tanto que, para poder desenvolverse con éxito en
este tipo de hábitat, es necesario poder coger las ramas con exactitud, saltar
calculando muy bien las distancias y todo ello acompañado por el desarrollo
de la facultad de integrar las imágenes provenientes de los dos ojos en una sola
y obtener una percepción en tres dimensiones. Estas capacidades dependen de
regiones corticales concretas que tuvieron que aparecer para poder permitir
una interacción adaptativa en un medio arborícola. En el caso de las aves, por
ejemplo, el nicho ecológico que ocupan también puede ayudar a explicar el
tamaño del encéfalo que presentan, dado que las aves arborícolas presentan
encéfalos más grandes en comparación con las aves terrestres.
Varios estudios han encontrado una relación importante entre tamaño en-
cefálico y longevidad. No obstante, hemos de tener presente que vivir mu-
chos años no es un factor que tenga que promover el desarrollo del sistema
nervioso en tanto que animales muy longevos como las tortugas presentan
cocientes encefálicos muy bajos. De todas formas, algunos autores han suge-
rido que, si un organismo presenta un cociente encefálico superior a 1 y además
tiene una vida longeva, podría haber una presión selectiva que favoreciese
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que el desarrollo de ciertas regiones del sistema nervioso para posibilitar la ca-
pacidad de aprender y de hacerse acopio de las experiencias pasadas, dado
que si la vida es larga puede resultar muy adaptativo poder almacenar la in-
formación de forma que se puedan evitar las fuentes de peligros potenciales
y la obtención de alimentos en diferentes circunstancias, de modo que, por
ejemplo, si se da un ciclo de vacas flacas se pueda acceder a fuentes alternati-
vas de alimentos.
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Figura 6.19
En relación con los alimentos, otros trabajos han mostrado que, dentro de los
primates, el tamaño del encéfalo puede variar en función de los regímenes nutri-
cionales, en tanto que primates frugívoros (que se alimentan de frutas) presentan
encéfalos mucho mayores que primates folívoros (que se alimentan de hojas y
corteza de los árboles). En este sentido, para que un animal pueda alimentarse de
fruta, necesita tener las capacidades perceptivas que le permitan distinguir las fru-
tas que están maduras de aquellas que no lo están (vista y olfato). Necesita tam-
bién contar con los recursos que le posibiliten almacenar la información sobre la
ubicación de los diferentes árboles frutales en el espacio y sobre el momento de
maduración de los frutos de los mismos. Todas estas capacidades requieren de un
sustrato neural subyacente.
Otro aspecto importante podría estar constituido por las interacciones ecológi-
cas acaecidas entre diferentes especies que han implementado una presión selectiva
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en relación con el desarrollo del sistema nervioso. Por ejemplo, un aumento del de-
sarrollo de las capacidades sensoriomotoras de diferentes mamíferos herbívoros po-
dría implicar una presión selectiva sobre dichas capacidades en mamíferos
carnívoros, dado que sólo podrán subsistir y procrear aquellos animales que pue-
dan alimentarse correctamente. Y en sentido contrario, sólo los herbívoros con ca-
pacidades efectivas de huída de sus depredadores podrán trasmitir sus genes. Esto
podría explicar un desarrollo del sistema nervioso paralelo e interdependiente.
En el caso de los primates y los mamíferos marinos, las interacciones sociales
constituyen uno de los factores cardinales en relación con el desarrollo del en-
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¤ Editorial UOC 203 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
céfalo. De esta forma, parece existir una importante relación entre el tamaño del
grupo y el tamaño de la neocorteza. Una vida en sociedad implica la aparición
de una serie de capacidades cognitivas y emocionales que permitan al sujeto res-
ponder de forma flexible y adaptativa a las normas y a la dinámica de una vida
en sociedad.
Robin Dunbar ha establecido una correlación entre el tamaño del grupo social y el
tamaño del encéfalo en primates y simios. Según este autor, existen dos escalas dife-
rentes y paralelas, una para los simios y otra para los demás primates. En ambos casos,
cuanto mayor es la neocorteza más grande es el grupo social. No obstante, en com-
paración con los demás primates, en el caso de los simios, un tamaño grupal deter-
minado requiere un mayor tamaño neocortical. Este autor sugiere que el aumento del
tamaño de los grupos sociales se podría deber al problema ecológico del riesgo de de-
predadores y a que la presión y complejidad de vivir en grupos sociales cada vez de
mayor tamaño impulsara el desarrollo del tamaño del encéfalo.
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Capítulo VI
Ontogenia del comportamiento
Bettina Tassino Benítez
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¤ Editorial UOC 206 Etología
néticas que canalizan selectivamente la atención hacia algunos aspectos del am-
biente. Estas restricciones han moldeado la evolución de tendencias a aprender
de forma eficiente los tipos de información que favorecen la supervivencia y
maximizan el éxito reproductivo.
Nuevas teorías y un robusto cuerpo de evidencia empírica sostienen que la
red de mecanismos y procesos involucrados en el desarrollo de la conducta co-
necta desde la ejecución de las pautas más rígidas que prescinden de la experien-
cia, hasta complejas transformaciones producto de interacciones sociales.
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¤ Editorial UOC 209 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
miento en este texto, con la ambición de abarcar los mecanismos y las causas
próximas que subyacen a los procesos de desarrollo hasta llegar a los aspectos
funcionales y evolutivos que arrojan luz sobre el significado adaptativo de estos
cambios.
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¤ Editorial UOC 212 Etología
Figura 5.1
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¤ Editorial UOC 213 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
mas móviles que simulaban cabezas de gaviotas adultas (figura 5.2). A cada uno de
los pichones, el día de la eclosión se les permitía realizar una docena de picotazos
en el modelo, para luego ser colocados en un nido en el campo y ser normalmente
alimentado por gaviotas adultas. Durante una semana, a esos polluelos se les reali-
zaba una prueba con el modelo. Estas pruebas mostraron que los pichones mejoran
la puntería a medida que ganan experiencia en la práctica de solicitar el alimento.
En cambio, los pichones utilizados como control, a los que solamente se les exhibió
modelos, mantuvieron desempeños pobres durante toda la experiencia.
Figura 5.2
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a) Esquemas presentados a los pichones de gaviota para probar la puntería del picotazo
de solicitación de alimento, representada a través de los puntos. El primer esquema re-
gistra la prueba del individuo recién nacido y el segundo la del mismo individuo dos días
más tarde. b) En la gráfica se exhibe la mejora de la puntería del picotazo en un grupo
de pichones alimentados por gaviotas adultas, probada a través de la presentación de
diagramas como los de la figura superior (Hailman, 1978, pág. 291).
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¤ Editorial UOC 216 Etología
Es el caso de una especie de reptiles –los geckos leopardos– para la cual, según los hue-
vos sean incubados a temperaturas extremadamente altas o bajas, eclosionan sola-
mente hembras, pero si son incubados a temperaturas intermedias, eclosionan tanto
machos como hembras. A su vez, las hembras originadas a partir de la incubación a
diferentes temperaturas poseen entre ellas diferencias comportamentales en los nive-
les de agresividad y de actividad sexual (Crews y Groothuis, 2005).
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¤ Editorial UOC 218 Etología
4.1. Habituación
reiterada del espantapájaros, que obviamente no supone una amenaza real para
los animales, este pierde su valor disuasorio y las aves disminuyen su respuesta
de huida frente al estímulo neutral.
Otro ejemplo lo constituyen los machos de rana toro, que atacan a otros ma-
chos que vocalizan en las cercanías de sus territorios por considerarlos intrusos
potenciales. Si se repiten de manera sostenida las vocalizaciones de un mismo
individuo desde una ubicación fija, el macho disminuye sus respuestas agresivas
hacia ese vecino. Pero esta habituación se quiebra si las llamadas provienen de
un individuo diferente desde la ubicación original o si provienen del mismo ve-
cino pero desde un lugar diferente (Bee y Gerhardt, 2002). Este fenómeno es re-
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¤ Editorial UOC 220 Etología
Figura 5.3
En los experimentos sobre condicionamiento realizados por Pavlov, las glándulas salivales de los perros, a través de una
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fístula, se conectaban mediante un tubo a un depósito, donde se cuantificaba la saliva segregada frente a los estímulos
presentados (Manning y Dawkins, 1992, pág. 127).
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¤ Editorial UOC 221 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
En peces tropicales de agua dulce, los gouramis azules (Trichonogaster tricopterus), Ka-
ren Hollis (1999) demostró las ventajas de aprender a asociar estímulos ambientales
con la aparición de eventos de importancia biológica. Esta capacidad de aprendizaje
mejora el desempeño de los animales tanto en la defensa de sus territorios como en
la obtención de beneficios reproductivos. Durante los experimentos, la aparición de
un macho rival en el territorio de un macho residente, señalizada mediante un estí-
mulo luminoso, generó una defensa territorial más agresiva que la invasión no seña-
lizada. La gráfica muestra con claridad que los peces condicionados incrementaron
sus despliegues agresivos (puntos oscuros) frente a los individuos control, en que la
aparición de rivales fue menos predecible por la ausencia de condicionamiento (pun-
tos claros).
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¤ Editorial UOC 222 Etología
Además, Hollis puso en evidencia que los machos que aprenden a anticipar la apari-
ción de una hembra son capaces de atenuar la respuesta inicial agresiva sin compro-
meter la defensa territorial, desovan más rápido, se aparean mayor número de veces
y poseen más descendencia en promedio, que aquellos que no tienen el beneficio de
una señal.
cias”. Hay que destacar que las condiciones para que tenga lugar el condiciona-
miento operante o instrumental son formalmente las mismas que para adquirir
el condicionamiento clásico: el animal aprende la relación entre su conducta y
la consecuencia que produce, en lugar de aprender la asociación entre dos estí-
mulos. Sin embargo, el condicionamiento instrumental acarrea un importante
valor adaptativo adicional, debido a su potencialidad de generar pautas com-
portamentales previamente ausentes en el repertorio de conductas del animal.
Cualquier patrón de comportamiento novedoso, cuya ejecución induzca un re-
sultado positivo, verá incrementar selectivamente su frecuencia entre los varia-
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¤ Editorial UOC 223 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
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¤ Editorial UOC 224 Etología
cias realizadas en el campo con maniquíes, han demostrado que las respuestas
hacia objetos naturales complejos son desencadenadas por unas pocas caracte-
rísticas simples (estímulo signo), las cuales poseen efectos aditivos (suma hete-
rogénea). Por otro lado, las experiencias en los laboratorios, realizadas por los
psicólogos comparatistas, se han servido del aprendizaje discriminatorio para
explorar si los animales son capaces de distinguir elementos complejos y reco-
nocer categorías o conceptos. La exploración exhaustiva de los mecanismos que
subyacen al aprendizaje discriminatorio nos aproxima también a evaluar las ca-
pacidades sensoriales que sustentan las diferentes elecciones que realizan los
animales.
Tal como propuse hasta ahora, el aprendizaje asociativo no solamente es una
forma de “entrenar” a los animales en el laboratorio, sino que subyace a proce-
sos complejos de ajuste del comportamiento al ambiente local. El condiciona-
miento instrumental posee un valor adaptativo adicional como generador de
innovaciones comportamentales, que acrecientan el repertorio de soluciones y
respuestas del individuo frente a los diversos problemas que afronta.
cias, que la exploración previa del entorno genera un aprendizaje que permane-
ce latente y desencadena después un comportamiento apropiado para conseguir
alimento. El animal adquiere la información del ambiente mediante explora-
ción sin obtener una recompensa inmediata, pero manifiesta ese aprendizaje
cuando las condiciones lo requieren.
La validez de considerar el aprendizaje latente como una categoría aparte, ha
sido materia de debate, ya que este proceso puede estar sustentado en el apren-
dizaje asociativo, con la diferencia del momento en que se ejecuta la respuesta.
De todas maneras, es indiscutible la función adaptativa que la exploración de
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¤ Editorial UOC 225 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
Con el objetivo de determinar si los machos son capaces de distinguir entre hem-
bras de diferentes condiciones reproductivas y utilizar esta información para guiar
sus futuras búsquedas de pareja, Patricia Schwagmeyer (1995) realizó un exhaustivo
trabajo de campo en dos poblaciones de ardillas de tierra (Spermophilus tridecemli-
neatus). Junto con sus colaboradores, determinó el área de actividad de las hembras
de estas poblaciones, así como su estado reproductivo y el grado de interacción con
los machos que visitan estas áreas en busca de pareja. Las experiencias se basaron
en la remoción temporal de las hembras de sus madrigueras el día siguiente al que
fueron visitadas por un macho, y en la cuantificación del comportamiento de los
machos al volver a explorar las áreas donde previamente se produjo un encuentro.
El comportamiento de los machos frente a la ausencia de la hembra dependió del
estado reproductivo de ésta: buscaron de manera más persistente y extensa a las
hembras que estaban en celo, frente a las que no lo estaban. Estos resultados evi-
dencian que los machos de esta especie son capaces de identificar a las hembras de
la población que rondan su período de receptividad sexual, de ubicarlas espacial-
mente y de realizar búsquedas prioritarias de estas hembras en particular. Es eviden-
te que la exploración y la integración de información compleja adquirida
previamente beneficia la competitiva búsqueda de pareja y habilita la planificación
de actividades futuras.
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¤ Editorial UOC 226 Etología
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¤ Editorial UOC 227 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
Experiencias pioneras de Harry Harlow (1949) realizadas con monos rhesus, pusieron
en evidencia la capacidad de estos animales de resolver problemas rápidamente al
aplicar la experiencia obtenida frente a similares situaciones.
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¤ Editorial UOC 228 Etología
Cuadro 4
Facilitación social
Los individuos son más propensos a desempeñar una pauta de conducta en compañía
de otros que también la están ejecutando. Por ejemplo, el bostezo, que es una con-
ducta socialmente facilitada entre las personas.
Condicionamiento observacional
Los individuos asocian una señal o un objeto con un estado afectivo, o con un com-
portamiento, en virtud de cómo responde el demostrador ante esos estímulos.
Emulación
Los individuos copian algunos de los elementos que componen una acción compleja.
Por ejemplo, después de haber visto a un demostrador utilizar hábilmente un rastrillo
para arrastrar alimento hacia sí mismo, el observador recoge el rastrillo al revés y lo
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Imitación
Los individuos realizan la misma acción que el demostrador en virtud de que han pre-
senciado la ejecución de esa pauta. Para aplicar la calificación a una acción, esta debe
ser nueva en el repertorio comportamental, lo que excluye fenómenos tales como co-
piar la elección de pareja.
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¤ Editorial UOC 229 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
manes (1885). En esa dirección, en los últimos 30 años, los temas relacionados
con el aprendizaje social han adquirido un enorme desarrollo, tanto en los as-
pectos teóricos como en su contraste empírico.
Uno de los temas que ha suscitado mayor interés es el que está vinculado con
las influencias sociales que inciden en los comportamientos de alimentación.
Para los animales que se alimentan de forma activa, un individuo que encuentra
comida se transforma en una buena fuente de información acerca de dónde bus-
car el alimento, qué elementos ingerir y cuáles evitar e, inclusive, cómo mani-
pularlos. Es clara la ventaja que esto reporta a los individuos, quienes, en lugar
de explorar y experimentar por sí mismos, utilizan esa información y así aho-
rran tiempo y energía que queda disponible para otras actividades.
Mediante la descripción de algunos ejemplos, veremos la diversidad de for-
mas en que las influencias sociales modelan el comportamiento de forrajeo en
aves y mamíferos (Galef y Giraldeau, 2001; Heyes y Galef, 1996):
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¤ Editorial UOC 231 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
coz corren por los alrededores del nido poco tiempo después de la eclosión de los
huevos. No obstante, evitan alejarse de su madre en momentos en que todavía
necesitan calor y protección, y lo logran mediante una rápida preferencia por
seguirla a ella frente a cualquier otro objeto que se mueva. Lorenz le atribuyó
características especiales a este proceso de adquisición de preferencias sociales,
características que lo llevaron a distinguirlo de otros tipos de aprendizaje. Según
su firme convicción, el troquelado sólo ocurre en un período crítico temprano en
la vida, después del cual es irreversible. Además, influye en comportamientos que
pueden no exhibirse en el momento del aprendizaje, como ser, por ejemplo, el
comportamiento sexual en la etapa adulta. Y por último, a través del troquelado
el animal aprende las características propias de su especie de la experiencia con
un individuo particular, que normalmente es la madre.
A lo largo de los años, y después de mucha experimentación en este tema,
se ha atenuado el carácter especial de las propiedades sugeridas por Lorenz
para este tipo de aprendizaje. Hoy en día se ha reemplazado el término período
crítico por período o fase sensible, en el entendido de que la sensibilidad frente
a los estímulos se desarrolla de manera gradual. También se ha obtenido evi-
dencia de que las preferencias por objetos inadecuados pueden revertirse fren-
te a estímulos más naturales. Finalmente, a pesar de que es una clase de
aprendizaje que ocurre en algunas especies, y solamente en determinados mo-
mentos de la vida, el troquelado comparte muchas propiedades con otras for-
mas de aprendizaje.
En definitiva, la esencia de lo que hoy conocemos como troquelado o im-
pronta filial es que, a través de la simple exposición a un estímulo, durante un
período sensible, el animal aprende sus características y establece un comporta-
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miento filial preferente hacia ese estímulo (Bateson, 1971; Shettleworth, 2010)
(véase también capítulo I, “Historia de la etología”).
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¤ Editorial UOC 232 Etología
ratas no lograron asociar estos castigos con los estímulos cruzados: no rechazan
el sonido cuando les provoca náusea, ni evitan el agua endulzada cuando les
causa dolor. Estas experiencias, realizadas por John García y sus colaboradores
en la década de los sesenta, revelaron de manera concluyente que existen res-
tricciones al aprendizaje. Hablar de restricciones del aprendizaje puede sugerir,
de manera engañosa, la idea de incompetencia o de incapacidad. Pero lo que ha
evolucionado son tendencias a aprender de forma eficiente, justamente, los ti-
pos específicos de información que favorecen la supervivencia y maximizan el
éxito reproductivo.
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¤ Editorial UOC 233 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
Podemos afirmar que el juego es una conducta propia de las etapas juve-
niles y que está presente, fundamentalmente, en los mamíferos, aunque
se ha reportado también en algunas especies de aves y de manera ocasio-
nal en reptiles (Bugnyar, Stöwe y Heinrich, 2007; Burghardt, 1998).
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Además, el juego incluye una amplia variedad de conductas, como ser las in-
teracciones sociales, la manipulación de objetos y la ejecución de movimientos
individuales que, en muchos casos, parecen ser “ensayos” de las conductas adul-
tas. Por lo tanto, en la mayoría de los casos, la descripción de los patrones de
comportamiento implicados en el juego no difiere de las que se observan en los
adultos, con la dificultad que esto implica en el momento de distinguir con ri-
gurosidad lo que es el juego de lo que es el comportamiento “real”. Una de las
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¤ Editorial UOC 234 Etología
2005), por lo que surgen dudas respecto a los beneficios reales del juego, excepto
en lo que representa para algunos efectos inmediatos en el desarrollo del com-
portamiento de los niños. Una de las explicaciones que se esgrime en detracción
de las virtudes del juego es la de que no aporta ventajas mayores, sino que actúa
simplemente como facilitador del desarrollo (Martin y Caro, 1985).
Queda claro que estamos frente a otro aspecto controvertido en relación con
el desarrollo del comportamiento, para el cual se hace necesario profundizar en
los estudios observacionales y experimentales, así como también procurar la in-
tegración de diversas disciplinas.
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¤ Editorial UOC 235 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
apareamiento por parte de los machos, en función del contexto en que se esta-
blece la elección de pareja (Gross, 1996). Sin embargo, hace relativamente poco
tiempo que se ha enfocado la atención en las diferencias individuales a través
de diferentes situaciones, como la audacia, la sociabilidad o la agresividad de los
individuos.
Si trazamos un paralelismo, este fenómeno denominado síndrome con-
ductual (Sih, Bell, y Johnson, 2004) sería lo que llamamos personalidad en los
humanos. Para ser más precisos, un síndrome conductual es una serie de com-
portamientos correlacionados que reflejan consistencia entre los individuos en
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¤ Editorial UOC 236 Etología
mente no es adaptativo en los individuos adultos, puede derivar de una fuerte presión
de selección que favorece la voracidad alimenticia extrema en la fase juvenil, a pesar
de que provoca una tendencia inadecuada en las hembras adultas que las orienta a
agredir a los machos.
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¤ Editorial UOC 237 Capítulo VI. Ontogenia del comportamiento
Al igual que ocurre en el cuento para niños, en el que Cenicienta deja de ser
una joven ignorada y se transforma en una princesa, la investigación en torno
a la ontogenia del comportamiento ha superado su período deslucido, y en la
actualidad se encuentra en una etapa de resurgimiento muy prometedora. Así
lo documenta el profuso material publicado recientemente, donde se recogen
interesantes aproximaciones teóricas (Bateson y Martin, 2000; Oyama, 2000;
Oyama, Griffiths, y Gray, 2001), y aportes novedosos provenientes del trabajo
experimental (Bee y Gerhardt, 2002; Crews y Groothuis, 2005; Hogan y Bolhuis,
2005; Stamps, 2003).
Lejos de las explicaciones reduccionistas, el desarrollo del comportamiento
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se entiende, hoy en día, como una intrincada trama de relaciones entre múlti-
ples factores, de donde emergen diversas estrategias. La teoría de los sistemas de
desarrollo, propuesta por Susan Oyama (2000), propone que la ontogenia es un
proceso de continua interacción entre recursos heterogéneos que incluyen to-
dos los niveles de organización de la vida, desde el nivel molecular hasta el eco-
lógico. En esta concepción se intenta restar protagonismo a la información
genética como la causa determinante del desarrollo, a la vez que se incrementa
la importancia del contexto en el que se expresa esa información. A su vez se
amplían los mecanismos de la herencia entendida como transferencia de infor-
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