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JOSE ANTONIO GONZALEZ ALCANTUD RACISMO ELEGANTE De la teoria de las razas culturales ala invisibilidad del racismo cotidiano Serie General Universitaria - 111 edicions bellaterra 12___rcismo elegante Rojo, colaboradora inteligente, por similares razones. A los profeso- res Eloy Martin Corrales y Rafael G. Peinado Santaella, que tanto in- terés se ha tomado por esta obra, agradecido por su constante apoyo y amistad probada. Por tltimo quiero manifestar mi deuda péstuma con Miriam Lee Kaprow, a quien of hablar por vez primera de «racis- ‘mo elegante» en Nueva York en 1996. Introduccién Raza: palabra fea, apta para pensar Sostiene la filosofia que pone en el Holocausto su interés que Ausch- witz marca el antes y el después del pensamiento contemporaneo. Se- ‘gin Z. Bauman, la trascendencia del Holocausto concierne no solo & la cuesti6n judfa. La existencia de los lager nos remite a la nocién misma de modernidad. La shoah no serfa un gran pogromo plagado de problematica emocial, sino la directa consecuencia del funciona- ‘miento racional y frfo de la burocracia. De alguna manera, los fauto- res del Holocausto habrian actuado como «profesionales» en el senti- do weberiano, y esto es precisamente lo preocupante. Si aquel es un producto de la racionalidad burocrética hiperbolizada, interroga di- rectamente al concepto de modernidad. Esgrime Bauman: «El Holo- ccausto no result6 de un escape irracional de aquellos residuos todavia no erradicados de la barbarie premoderna. Fue un inquilino legitimo de la casa de la modernidad, un inquilino que no se habria sentido c6- ‘modo en ningén otro edificio» (Bauman, 1998, p. 23). Empero, aun dudando que Auschwitz sea el hecho hist6rico que marque el antes y cl después de la modernidad, lo que sf se confirma es que existe un antes y un después de la segunda guerra mundial, y de los conflictos de los aiios treinta, incluida la guerra civil espafiola. Esta hybris de una epoca de sangre marcé toda la mitologia y representaciones poli- ticas que sobre la libertad y el autoritarismo, con todas sus secuelas, de crueldades, han marcado profundamente nuestra época. Y entre ellas ocupa un lugar destacado, por derecho propio, el racismo. Todavia en los affos setenta del siglo xx el antirracismo, sobre todo norteamericano, respiraba un tufo claramente revolucionario.. Basta contemplar las fotografias que de la segregacién racial en la 14 Racism tegen ‘educada y universitaria Boston se exiben hoy en el Museo Negro de Beacon Hill de esta ciudad para hacerse consciente de la magnitud y ‘erueldad del racismo norteamericano. Nos inquieta la cercania de es- {08 acontecimientos una vez instalados en la confortabilidad que pro- porciona la posmodemidad. Sin embargo, pocos afios después, la raza yeel racismo se habfan convertido en el leitmotiv de numerosas movi- lizaciones intelectuales y cfvicas. Desde luego, el antirracismo se ha transformado en nuestras sociedades de la posmodernidad, del posna- cionalismo y del poscolonialismo, en una divisa que sirve con harta frecuencia para tranquilizar las conciencias de las clases medias. Estas tienen que poscer algtin combate en el terreno filoséfico» que vehi- ‘eule las conciencias adormecidas por el confort. La filantropia y el an- tirracismo militante han conseguido alzarse frente a cualquier posibi- lidad de transformacién social, ms 0 menos radical, y se interponen como una eficaz bartera ideoldgica a los probables progresos de esta. Esto es asf y no podra ser de otra manera en la medida en que la «vida buena» exista. La primera fiesta masiva de SOS Racisme, en junio de 1985, en la plaza de la Concorde, en Paris, en la que estuve presente, Aisfrutando de un distendido paseo como mis alumnos de bachillerato, tenfa todas las caracteristicas de las grandes movilizaciones de tres lustros antes, las sesentayochistas, pero sin tener enfrente a ningtin enemigo histérico, como la gran burguesfa o la plutocracia gaullista. En realidad, se trataba de un pronunciamiento puilico sin nadie con- creto a quien reclamar o increpar. Vivre ensemble avee notres différen- ces rezaban las chapas que repartfan, Demasiado edueado todo. Como escribié en su momento el tedrico del antirracismo P. A. Taguieff: «La aparicién reciente, en Francia, de movilizaciones antirracistas de ma- sas ha contribuido a la desproblematizacién del antirracismo. El an- tirracismo ha devenido el equivalente funcional de una “linea” politi cca, cuando no el propio antirracismo se ha instituido en el sustituto del proyecto politico, o en el subterfugio virtuoso de! mundo medistico. Y esto, antes de Ia ola de “lucha contra la exclusién”, en Ia que la abs- traccién es una pieza de pulsiones generosas. Porque el antirracismo mediético ha precedido y preparado las movilizaciones antiexcluyen- (es teatralizadas» (Taguieff, 1995, p. II). Solo restaba en aquel enton- ces, como caso démodé de segregacionismo racial, el apartheid suda- fricano, que pronto vendrfa a caer por la fuerza de la logica hist6rica. Para colmo, més adelante, el jefe carismético de aquellas movilizacio- Tntroduecisa | 15 nes antirraciales sali6 implicado en no sé qué escéndalo politico-fi- nanciero, tan propio, como sabernos, de las ong de este tiempo, pero mucho menos percibido en aquel entorno. Da la impresién, pues, de {que el antirracismo, pasado su sarampién revolucionario, en cierta for- ‘ma nos sale gratis, no tiene costes, y por ese precio casi gratuito ador- ‘maece las conciencias de los ciudadanos con gran eficacia, al ver en él ‘una reivindicacién confortable. Por otra parte, los demagogos de todos, Jados sacan una gran rentabilidad al antirracismo. En el momento en que escribo, verano de 2010, agentes encubiertos del Ministerio del Interior marroquf buscaban provocar Ia policfa de fronteras espaiio- Ja de Ceuta y Melilla para acusarla de «racista» y poder situar su con- flicto politico sobre estos dos enclaves espafioles en el Magreb en un terreno moral, lo que provocarfa una instanténea repugnancia en la ‘opinién publica internacional. Los ejemplos no faltan, Desde luego, es mucha la literatura que sobre la raza se ha ido dando a la luz en las tltimas décadas. Seria pretencioso, ¢ impo: ble con las fuerzas que nos asisten, intentar dar una simple informa- cin completa de 1o hecho hasta ahora. El combate intelectual se ve que persiste. Por lo demés, como suele ocurrir con temas muy recurrentes, su tratamiento ha sido bastante irregular, Me conformaré con dar mi propia versi6n, necesariamente parcial, aportanto acaso algtin dato de ‘riginalidad y sobre todo tomando el asunto en toda su poliedricidad El primer punto de apoyo en el que me basaré es en el método com- parativo, por cuya virtualidad he apostado en obras anteriores. Este libro en particular podria ser considerado una prolongacién légica de estas dos obras que lo precedieron: Lo moro. Las légicas de la derro- 1a y la formacién det estereotipo islémico (2002) y La fabrica de los estereotipos. Francia, nosotros y la europeidad (2006). En la prime- ra obra empleé para averiguar la naturaleza del problema islémico en Andalucia la categoria «fantasma , que circul6 entre dos propietarios del problema, los andaluces espaftoles y los marroquies andalusfes. En la segunda, puse en comparacién los sfmbolos colectivos y la na- rraci6n hist6rica de franceses y espaiioles para inferir una teorfa de la «complétude> y de la «incomplétude» de cada pats. En los dos casos, la imterpretacién sobre bases comparativas tenfa como tel6n de fondo la culminacién de una dimensién historiogréfica sin la cual dificilmen- te se podria hoy hablar de antropologia socio-cultural en sociedades, de gran densidad temporal, como son las mediterréneas. 16 __acismo etepamte El imbricado complejo que supone el racismo en todos sus esta- dos, solo podré ser resuelto en términos comparativos. «Una aprox macién comparativa —escribe Reynaud-Palignot— debe permitic ‘comprender mejor la manera en la cual las representaciones se anclan cen las culturas politicas, cémo los contextos histéricos espectticos han podido entrafiar una recepci6n y unos usos diferentes de un pais, a otro, e6mo se opera la circulacién de las representaciones sabias en el seno de otros espacios sociales» (Reynaud, 2007, p. 152). Desde este punto de partida, tomando como modelos los trabajos previos, y con la armazén te6rico-comparativa que ya he empleado en los dos libros citados, pretendo llegar a vislumbrar aunque solo sean algunos aspects particulares de la concepcién culturalista de la raza, conven- ccidos de que las politicas del conocimiento se han construido siempre « partir de las pertenencias nacionales. EI modelo comparativo que tiene como ejes a Francia y Espafa bascularé en tomo a sus proyee- ciones caribefias y magrebfes, dos sectores de gran influencia para ambas naciones colonizadoras. La movilizacién intelectual antirracial alcanz6 su punto Algido con la actitud de los antrop6logos boasianos contrarios en Estados Unidos a la raciologfa nazi y fascista (G. Alcantud, 2008d, pp. 40- 55). Este combate se prolongé tras la guerra en Ia entonces recién creada UNESCO, el organismo cultural y educativo de las Naciones Unidas. Entre los antropélogos que ocuparon posiciones relevantes en la nueva institucién hay que resaltar a Alfred Métraux, jefe de la Divisién para el Estudio de la Raza del organismo. Por encargo de Ja ONU Métraux realizé en 1949, «una campafia de informacién so- bre la inconsistencia de los prejuicios raciales» (Conil, 1994, p. 44) El primer texto importante fue aprobado en 1949, y tuvo répido al- ‘cance internacional, después de que fuese publicado por la misma UNESCO el 18 de julio de 1950. La Union Frangaise, organismo de coordinacién del imperio colonial francés, lo adopts como propio. EL relator y principal artifice de aquella primera declaracién fue el co nocido militante del antitracismo biol6gico Ashley Montagu, y en lla aparecian rubricéndolo las firmas de Juan Comas, de México, y de Claude Lévi-Strauss, de Francia, entre otras personalidades adhe- ridas. Como reaccién a este éxito, en 1951, 1a revista antropol6gica bri ‘nica Man, tras reproducir la declaracién de la UNESCO, tomandlo en Introduccién —_17 cconsideracién la particular importancia que habia adquirido el asunto, invit6 a la comunidad antropolégica a pronunciarse sobre él. Man ha- fa hincapié en el pérrafo de la declaracién que sostenfa que la raza era ‘un mito, y proponfa que se sustituyese «raza» por «grupo étnico», para no desvirtuar el verdadero sentido bioldgico de «raza», enfatizando de paso el cardcter fraternal y cooperativo de la humanidad, Para no dar lugar a malentendidos y despejar dudas sobre su intencionalidad, Man se vio en la obligacién de seftalar que era una revista publicada por el prestigioso Royal Anthropological Institute, institucién briténica que ‘en 1843 comenz6 tna trascendente lucha contra la esclavitud (andni- ‘mo, 1950, p, 138). A pesar de todas sus prevenciones,en 1951 Man se cconvirtis en el principal adalid de la oposicién cientifica al manifiesto de la UNESCO y en particular a la interdiccién de emplear el término y concepto de «raza», Quien dirigis las andanadas més importantes de corte cientifico ¢ ideol6gico contra la posicién de la UNESCO fue también un fran- ccés: Henri V. Vallois, investigador en el drea de arqueologia det Mu- sée de I’Homme, y por tanto compafiero en cierta medida de Alfred ‘Métraux. Vallois estaba marcado en buena medida por haber sido di- rector de este museo durante la época de la ocupacién nazi de Paris. «La existencia de la raza humna —dijo Vallois— es un hecho biol6- gico incontestable» y «negarla, o igualmente minimizarla, con la in- tenci6n, por més laudable que sea, de suprimir asf toda base del racis- ‘mo sobrepasa su finalidad» (Vallois, 1951, p. 15). Terminaba Vallois, realizando, con el apoyo de varios antropélogos biol6gicos, nuevas criticas al manifiesto: «EI manifiesto de la UNESCO merece severas reservas. Comporta unas contradicciones, unas afirmaciones dema- siado categéricas, unas negaciones mal justificadas. Puede ser que ppeqne de un exceso de optimismon. No es de extrafiar, pues, esta po- sicién de Vallois, ya que si miramos hacia atrds, unos afios antes, en 1948, en un pequefio libro sobre las razas humanas, publicado por la prestigada editorial PUF se habfa pronunciado motu proprio en estos términos: «Es necesario ahora poner en guardia contra los desprecios ‘que entrafia frecuentemente el abuso del término raza. Parece de pri cipio claramente que la raza no debe ser confundida con las organi zaciones politicas que son los estados y las naciones. Se emplea al- gunas veces la expresiGn “raza francesa”. Desde el punto de vista antropolégico, esto no tiene sentido: Francia tiene al menos tres razas, 18 __ Racismo elegante ue separan claramente sus caracteres fisicos» (Vallois, 1948, p. 7). Este librito de Vallois sobre las razas publicado en la popular colec- cidn Que sais-je? alcanz6 los 90.000 ejemplares de difusién en varias ediciones, lo que subraya la fortuna y eco del término «raza» en Fran- ccia, aun después de los hechos racistas de la segunda guerra mundial (Reynaud, 2007, p. 25). Vallois, por otra parte, era partidario de con- tinuar los estudios raciales en las colonias por razones tales como que estos son ttiles al médico colonial y también porque sirven al admi- nistrador (Vallois, 1939, p. 5). En esta época, como anéedota que hay ue retener por su profundo significado, Vallois tenia mucho interés en medir los penes de los africanos. Como conclusién de esas medi- ciones sostuvo que los africanos tenfan el pene més grande y largo que los europeos, 1o que les otorgaba un plus de lascivia y promiscui- dad, frente a las culturas occidentales, mucho més contenidas en Io tocante a la sexualidad. La proyeccién del problema de las razas en las colonias siempre acabé por tener esa dimensién, el miedo a la ‘mezcla sexual. Las autoridades franquistas de la zona del protectora- do espaiiol de Marruecos hicieron un seguimiento policiaco a los ma- ttimonios interraciales por este motivo (Rodriguez Mediano, 1999). Las discusiones suscitadas tanto por la revista Man como por H. V. Vallois fueron muy intensas. Como respuesta a estas la UNES- CO publics algunas nuevas argumentaciones en 1953. Como se cons- tataba entonces: El ndmero de cartas recibidas, la riqueza de su contenido, la vivacidad de los argumentos no dejan lugar a dudas sobre el interés suscitado por este documento, ni sobre la actualidad de la cuestin que trata. La no- cidn de raza, la existencia 0 no de diferencias mentales entre razas, son puntos candentes sobre los cuales los antropélogos y los genetistas po- seen puntos de vista divergentes, que defendieron con més pasidn que cualquier otra teoria (VV.AA., Le concept... 1953, p.9) El campo de discusi6n en tomo a la declaraci6n de la UNESCO se aco- £6, por consiguiente, en dos direcciones: quienes hacfan pequetias pre- cisiones al concepto inicial, que dejaba fuera la idea misma de «raza», or considerar que inducfa al racismo, y quienes proponfan nuevas declaraciones diferentes de aquella. La UNESCO, en todo caso, reco- nocié entonces que el tema se encontraba atin sujeto a discusién y que Introdueeign su declaracién mas que cerrar el tema en falso pretendia abrirlo a nue- vos avances, De aquf la necesidad de publicar las controversias. Con Ia emergencia del anti colonialismo en el horizonte, en contradiccién ‘con las posiciones procolonizadoras de H. V. Vallois sobre la necesi- dad de hacer estudios raciales en las colonias, se procuré hilar més fino, distinguiendo entre los diferentes tipos de colonizacién, las tra- diciones nacionales y las formas del racismo a que daban lugar (Polia- kov, 1961, p. 591). El debate dejaba de estar lastrado por los fascis- ‘mos y apuntaba ahora a las consecuencias mismas del colonialismo. El contexto habia cambiado, ciertamente. A rafz de esta ofensiva, la UNESCO convoed en 1954 una reu- nién en Mosca, en la que los bidlogos eran mayorfa, para sancionar 0 corregir lo que los antrop6logos habfan dicho en reuniones anteriores. El ataque, de principio, se centraba en la composicién del comité pre- cedente, de cuyos ocho miembros, denunciaba Vallois, solo dos eran propiamente antropélogos fisicos, siendo el resto historiadores, fil6- sofis y sociélogos. Esta vez, por el contrario, la mayoria eran antro- pologos fisicos, genetistas y zodlogos. En esta reuni6n, en la que las, tesis de Vallois desempefiaban un papel importante, se pretendia de- nnunciar «las impresiones, las incertidumbres ¢ incluso las inexactitu- des de algunos de los argumentos invocados» (Vallois, 1965, p. 84). El tono antirracista precedente se asumia por puro sentido de la opor- tunidad, pero no asf los argumentos que venfan en su auxilio. Como zo podia ser menos, la reuniGn de Moscii la presidi6 H. Vallois. La declaracién que alli se elabors —nos cuenta— estaba naturalmen- te, como la precedente, netamente opuesta a las tesis racistas, pero, a diferencia de aquella, lejos de investigar para desacreditar la raza, pre- {evia poner el acento sobre 1a oposicién fundamental entre esta catego- * ria, de la cual se esforzaba en precisar los limites y la significacién, y las categorfas de naturaleza cultural o social. Guardaba una prudente reserva sobre la importancia racial de los caracteres psicolégicos y de la hibridacién. Pasaron en silencio, como estando fuera de su objetivo, as nociones de orden filos6fico sobre el instinto innato de cooperacién 0 ético de la fraternidad universal (Vallois, 1965, p. 85). Empero el debate tampoco qued6 ultimado en esta ocasién. El texto resultante dio lugar a nuevas discusiones, con sugerencias afiadidas que lo volvieron, al decir de algunos eriticos, «pesado» y «. A las cosas habrfa que Ilamarlas por su nombre y no se tendrfa por qué enmascararlas seménticamen- te, arguy6. Lo que ocurre es que no se trataba solo de una cuesti6n se- méntica, sino de fondo, y eso no queria evidenciarlo Vallois.. En cualquier caso la idea de raza hoy ha retrocedido gracias a las politicas humanitaristas y antirracistas de la UNESCO, sobre todo por que los excesos de la segunda guerra mundial habfan abonado el, terreno para que estas tuviesen éxito. La raza ha sido sustituida por el grupo étnico, este por la etnicidad, sobre todo para los creyentes que todo universalismo —ergo globalizacién— conlleva peligros mil para las identidades amenazadas. Sin embargo, constatamos hoy, en la primera década del siglo xxx1, que, desaparecida la palabra, e inclu- 80 el concepto, no se ha éliminado el mal, el racismo. Taguietf sos- tiene a este tenor que no basta con expulsar Ia palabra para acabar con el problema: «Si “pensar racista” significa pensar en términos de raza, es decir, en producir a la vez la representacién mental de la raza yeel lexema raza, entones es suficiente, para no pensar mas en pensar de manera racista, expulsar la eategorfa raza del espacio mental y no pronunciar la palabra raza» (Taguieff, 1995, p. 333). Algo no funcio- na en esta causalidad, y la falla no acaba de ser localizada. A la raza de base biolégica le ha seguido algo més inasible y espiritual, si se quiere, como es la distincién social y cultural, en cuanto base de las a1 Introduccion ««razas culturales». Para una correcta comprensién del problema ha- brfa que tener presente que «la variabilidad y las modificaciones del estatuto y de la conciencia étnica dependen en una gran medida de los grupos raciales. En este punto se cruzan clase y raza, con la jerarqui como lugar comtin. Se ha escrito asf, y en eso estamos de acuerdo, conforme a la idea culturalista de raza, que «el racismo entonces pue- de ser definido como Ia reivindicacién o la pretensién de un grupo con un estatuto més elevado que los miembros de uno o varios gru- pos, estimados fisicamente y genéticamente diferentes de é1, como un sentimiento de identidad y de privilegio innato que incita a sus bene- ficiatios a defender 0 a proteger su situacién que ellos creen amena- zada> (Fredrickson, 1992, p. 43). E] antirracismo, desde la perspectiva de las movilizaciones po- tico-intelectuales de los affos de las independencias coloniales, se cconvirtié en un factor afiadido en el combate por estas. Prueba de ello ¢ la ligazén que Jean-Paul Sartre en aquellos momentos establecié entre racismo y colonizacién. Para Sartre el racismo en las colonias no provenia tanto de las razones biol6gicas periclitadas por el fin de Ja segunda guerra mundial como de la doble vara de medir del «es- piritu republicano»: para los colonos, la libertad, igualdad y fraterni- ‘dad serfan conceptos de aplicabilidad en la metr6poli, mientras que a los «indfgenas» se les obligaba a continuar en su condicién subordi- nada y explotada, Dijo en 1956 en el curso de un mitin por la paz. en Arg El colono, cuyos intereses son directamente contrarios a los de los ar- gelinos, y que solo puede fundar la superexplotacién en la opresin pura y simple, dnicamente puede reconocer esos derechos para él y para gozar en Francia, en medio de los franceses. En esta medida, de- “testa la universalidad —al menos formal— de las instituciones metro- politanas. Precisamente porque se aplican a todo el mundo, el argelino podré reivindicarlas. Uno de los fundamentos del racismo, es compen- sar la universalidad latente del liberalism burgués: ya que todos los hhombres tienen los mismos derechos, se hard del argelino un sub hom- bre (Sartre, 1965, pp. 33-34). No habré que esperar, por consiguiente, al poscolonialismo, denun- ciador de la dimensi6n cultural del colonialismo, y la subsiguiente fractura colonial, para encontrar criticas al racismo nada elegante 22 Racismo elegante como el practicado en colonias como Argelia. Los mecanismos de se- gregaci6n racial en las colonis tendrian fundamentos sobre todo de Jjerarquia, expresados a través de la cultura. Las contradicciones generadas por el racismo cultural, coexisten- te con la democracia politica, se han podido seguir también en Estados Unidos, en el interior de un sistema republicano e igualitario. Se ha puesto como ejemplo paradigmstico de segregacién el caso del socid- Togo mulato americano de la primera mitad del siglo xx W. E. Bur- ghardt Du Bois. Du Bois, que era mulato, unié a su temprana trayec- toria biogréfica por las universidades americanas el destino comdin de todas las gentes de color. Como universitario que pasé en el fin de si- glo xix por universidades tales como Harvard y Atlanta, W.E. B. Du Bois narr6 su experiencia segregacionista en los campus en un libro que, por la imperativa necesidad creada por el «racismo elegante» académico, se autoedits en 1940: Dusk of Dawn: An Essay toward an Autobiography of a Race Concept. En él relacionaba su trayectoria biografica con la persistencia del racismo. Rehecho el libro, volvid a salir en 1968 con un titulo modificado en el que la palabra «raza» de- saparecfa, Véase el tono subordinado empleado por Du Bois para di- rigirse al presidente de Harvard pidiendo un modesto empleo poco antes de terminar el bachillerato en artes: «Estimado sefior: soy un negro, un estudiante de Fisk University. Voy a recibir el grado de A. B. de esa institucién el préximo junio a la edad de veinte afios. Quisiera seguir en Harvard un curso de estudio para obtener el Ph. D. en Ciencias Politicas después de la graduacién. Yo soy pobre...» (Du Bois, 1985, p. 5). Tiempo después, en su disertacién en Harvard de 1890 para obtener el grado de bachelor, ante el presidente de la Uni versidad y todo el estamento académico, un poco més seguro de si mismo, tomé como tema a Jefferson Davis. Este alegato fue amplia- mente comentado como el discurso propio de un mulato. Du Bois en su carrera fue obstaculizado por sujetos que empleaban un racismo abierto, pero sobre todo elegante. Esta experiencia practica y te6rica ¢ lo que da valor a su obra (Du Bois, 1968, pp. 146-154). Finalmen- te encontré un empleo en la Universidad de Pensilvania, donde lo acogieron como profesor asistente en 1896, aunque segin Du Bois la « de las diferencias de cstatus social en este pais y se conciben las clases como «dos resultados de las restricciones de la libre concurrencia», mientras que Ia «casta», con sus restricciones draconianas de la libre concurrencia, contradice directamente el credo americano, crea una contradiccién en la cons- ciencia del blanco (Dumont, 1960, pp. 96-97) En definitiva, frente al sistema de castas hindi se alza el igualitarismo ceuronorteamericano. De ello da cuenta Louis Dumont, en su condicién de analista del homo aequalis. Segén Dumont, «la jerarquia es objeto cen nuestras sociedades de una profunda aversién> (Dumont, 1987, p-22). Y eso tiene su lugar en la comunidad antropolégica en la que la distincién entre hechos jerérquicos de las sociedades estudiadas y valores igualitarios de los antrop6logos, educados en el mundo uni- versitario occidental, es una disociacién que irrumpe abruptamente en la ideologia de la antropologia (Dumont, 1987, pp. 207 y ss.) Las interpretaciones sociolégicas no se hicieron esperar en los paises afectados por el racismo, donde éste estaba enfrentado al sis- tema politico igualitario, Estados Unidos era la vanguardia, Para des- velar el problema, John Dollar, en 1937, hablé de sistemas de castas raciales frente a sistemas de castas estratificados, con referencia al sur norteamericano y a sus particulares estratificaciones sociales Dollar, 1937). Siguiendo esa senda otro americano, Oliver Cox, es- cribié en 1948 que mientras el sistema hinds es un sistema social coherente fundado en un principio de desigualdad, el americano de color contradice el sistema igualitario en el seno del cual se encuentra ¥y constituye de alguna manera su enfermedad. Para eludir esta com- plicacién conceptual finalmente habria surgido un término neutro en los medios socioantropolégicos: estratificacién social. Sin embargo, y a pesar de las prevenciones democriticas, el sistema de castas in- dio no serfa un sistema tan injusto como nuestra imaginacién nos lo representa, al no producir violencias semejantes a la esclavitud, Mientras este dltimo no darfa la consideracién de personas a los es- clavos, en las castas inferiores braménicas si existiria esta conside- racién de humanidad. Cada uno de los miembros de las castas, in- 34 Racismo clegante cluidas las inferiores, se supone que aceptaria la jerarquia de naci miento y de iniciacién, estando confortablemente instalados en su nicho, Incluso, dentro de la casta se producirian movimientos matri- ‘moniales exogiimicos y solidaridades o fraternidades internas (Cox, 1970, pp. 18-20). Lo que sf hace Cox es establecer una distancia in- salvable entre la casta y la raza. Para este autor, la raza se definirfa esencialmente por criterios fisicos, ineludibles desde todo punto de vista, mientras que la casta serfa un mecanismo de distincién social, en el que intervendrian elementos tales como la construccién cultu- ral de la impureza, sin ninguna relaci6n con el concepto higiénico, manifestado sobre todo en el acto social del comer. De manera que se transitarfa de la «pureza de sangre» metaférica, presente en las ccastas, hasta la real y fisica diferencia de la constitucién fisica (Cox, 1970, pp. 423-428). Evidentemente, todo nuestro discurso ha sido trazado en oposi- ci6n a Ia idea de raza biol6gica. Pero esta oposicién resulta insufi- ciente. Las razas culturales, no estando constituidas biolégicamente, © incluso esténdolo a la contra de las razas fisicas, formuladas como ‘aso, ponen las bases de una nueva segregacién: la del racismo elegante contempordneo, cuya sutil jerarquia parte de la adquisicién de ciertas destrezas culturales distintivas. En sus casos mas extremos incluso pueden estar identificadas puramente con el dominio de las lenguas, como puede comprobarse en las précticas cotidianas, donde el acento dentro de una misma lengua puede al- zarse como una verdadera barrera social (G. Alcantud, 2000, pp. 95- 103), Para finalizar, dejaremos constancia de que todo este movi- ‘miento tendente a cuestionar Ia existencia de las razas tanto biol6gi- cas como culturales no tiene otro horizonte que la aspiracién antro- pol6gica a la libertad, que Ricardo Sanmartin ha expresado en bellas palabras: Los actores perciben en Ia libertad algo que les trasciende, algo que les resulta inrenunciable como la vida, algo dado y superior a su mero que~ rer, algo aureolado con la plenitud de la dignidad humane y que les im- ppulsa, aun bajo la imagen de lo posible, a agotar hasta el limite sus po- sibilidades (Sanmartin, 2010), Introdueciéa 35 Que la libertad humana sea un objeto de la Antropologia Social es una condicién teleolégica de su propia existencia. Y en ese camino la

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