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Introducción
Este libro dimana de una sola idea, a saber, que nuestra visión del
mundo se basa en la interacción de dos sistemas espaciales. A uno de estos
sistemas se le puede llamar cósmico, al otro local.
En el plano cósmico comprobamos que la materia se organiza en torno a
unos centros, que suelen venir señalados por una masa dominante. Tales
sistemas aparecen dondequiera que sus vecinos les dejen libertad suficiente.
En la inmensidad del espacio astronómico, las galaxias en rotación y a escala
más reducida los sistemas planetarios solares son libres de crear estos
esquemas centrados, y en el reino microscópico lo son los átomos con sus
electrones que giran en derredor de un núcleo. La materia orgánica goza en
ocasiones, incluso en el atestado mundo de nuestra experiencia directa, de
libertad suficiente para seguir sus inclinaciones y formar estructuras simétricas
– flores, copos de nieve, criaturas voladoras o acuáticas, los cuerpos de los
mamíferos organizados en torno a un punto central, un eje central, o cuando
menos un plano central – La mente humana inventa también formas centradas,
y nuestros cuerpos llevan a cabo danzas centradas a menos que determinados
impulsos y atracciones modifiquen esta tendencia básica.
La tierra, con todo lo que transporta, es uno de estos sistemas
espaciales concéntricos, como recuerda Paul Klee, que tenía un don especial
para visualizar los fundamentos de la naturaleza en imágenes de sencillez
arrolladora. En el diagrama que he utilizado en la figura 1, nos presenta un
modelo cósmico de nuestro planeta en el que las fuerzas gravitatorias
convergen radialmente hacia el centro. También nuestros cuerpos se atienen a
esta centralidad radial. No hay dos personas una junto a la otra ni dos edificios
cuyas verticales sean estrictamente paralelas.
Pero no es el mundo que vemos cuando estamos inmersos en él. En la
perspectiva localista de sus pequeños habitantes, la curvatura de la tierra se
endereza hasta constituir una superficie plana, y los radios convergentes se
convierten en paralelas. Paul Klee acude de nuevo en nuestro auxilio (figura 2),
poniendo de relieve que nuestra visión del mundo no es una mera distorsión de
la realidad, sino que posee un orden propio, el orden más sencillo y perfecto
que pueda buscar la mente. El paralelismo y la perpendicularidad constituyen el
sistema de referencia más conveniente para la organización espacial, y nunca
nos felicitaremos lo bastante para vivir en un mundo que, en la práctica puede
disponerse con arreglo a una cuadrícula de verticales y horizontales.
Imaginemos las dificultades que hubiera tenido Descartes para construir una
geometría analítica básica en un sistema de referencia de radios convergentes;
y recordemos que hizo falta un Einstein para que pudiéramos hacernos a la
idea de un universo que no se atiene a la cuadrícula cartesiana.
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que serían más los alumnos que saldrían con conceptos nítidos y hechos
manejables si hubiera normalizado términos, subrayado definiciones y
numerado categorías. No va por desgracia, con mi modo de ser. Una vez más
he de solicitar a los lectores bienintencionados a que atiendan al fluir de las
observaciones que ante ellos desfilan y traten de pescar aquí y allá fragmentos
de buen ver. Empero he añadido un glosario de definiciones que detecta y
pone de relieve los conceptos principales