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“Sanchirico, Norma Beatriz c/Cine Triple SA s/daños y perjuicios-sumario”


R. 391.247. J. 13.

En Buenos Aires, a 14 días del mes de junio del año 2.004 hallándose reunidos
los señores Jueces integrantes de la Sala “H” de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Civil de la Capital Federal, a los efectos de dictar sentencia en los autos: “Sanchirico,
Norma Beatriz c/Cine Triple SA s/daños y perjuicios-sumario” y habiendo acordado
seguir en la deliberación y voto el orden de sorteo de estudio, el Dr. Kiper dijo:
Contra la sentencia dictada en primera instancia (fs. 423/7), que hizo lugar a la
demanda que perseguía la indemnización de los daños y perjuicios sufridos por la actora
al caerse en los escalones de un cine al terminar la función, expresan agravios la parte
actora (fs. 442/4), la citada en garantía La Continental (fs. 448/50), y la demandada y la
citada en garantía AXA Seguros SA (fs. 543/67). A fs. 469/73, 474/5, y 476 los apelantes
respondieron los agravios de sus opositores.
La actora se agravia de los sumas fijadas por el a quo para resarcir la
incapacidad sobreviniente y el daño moral, las que considera exiguas.
La citada en garantía Continental Cía de Seguros Generales SA sostiene que no
se probó el accidente, para lo cual impugna las declaraciones de los testigos. En
subsidio, afirma que al tratarse de una cosa inerte, que no estaba en movimiento, no
puede presumirse el riesgo y que, en definitiva, el hecho ocurrió por culpa de la víctima.
Impugna también las conclusiones del perito. Por último, cuestiona las sumas
indemnizatorias fijadas.
Por su parte, la demandada Cine Triple SA, y la otra citada en garantía, se
agravian de que se las haya reputado responsables del evento que motiva esta litis.
Sostienen que no hay en este caso una cosa riesgosa, que los escalones son visibles
para todos los espectadores sin riesgo de caída ya que la iluminación es buena y, en
suma, que el hecho es imputable a la propia víctima, quien no formuló ninguna queja el
día del resbalón. En subsidio, cuestionan las indemnizaciones fijadas por incapacidad
sobreviniente y daño moral, solicitando que se reduzcan, y que se reemplace la tasa
pasiva de interés por la del 6% anual, teniendo en cuenta que el fallo fija los montos
actualizados.
En primer lugar, señalo que la citada en garantía Continental Cía de Seguros
Generales SA sostiene que no se probó el accidente, para lo cual formula objeciones
sobre la idoneidad de los testigos, y sobre algunas contradicciones de sus dichos. Lo
cierto es que las supuestas contradicciones no se refieren a la existencia del hecho, sino
a otras cuestiones diferentes, tales como si la testigo Castorina es amiga, o no, de la
actora, y que no recordaba en que centro médico fue atendida. Considero que esto es
insuficiente para dudar de la existencia del hecho. La relación de la actora con las

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testigos no puede descalificar sus declaraciones, ya que es un hecho de público
conocimiento que las personas suelen ir al cine con otras que conocen o forman parte de
su círculo de amistades. No puedo presumir que la gente asista a una función de cine
con desconocidos, de modo que el hecho de que haya alguna amistad de uno o más
testigos con la víctima no alcanza para descalificarlos.
De todos modos, ni siquiera la propietaria del cine desconoce en esta instancia la
ocurrencia del hecho. Como ya adelanté, la demandada Cine Triple SA afirma que el
hecho ocurrió por culpa de la víctima y que no hubo ningún factor de riesgo, pero no
niega su existencia.
Admitida la ocurrencia del hecho, esto es, que la actora, el día 11 de octubre de
2000, concurrió con dos amigas a la Sala 2 del Cine Multiplex, que se ubicó en la
anteúltima fila, y que al terminar la sesión y pretender abandonar el lugar tropezó con un
escalón y cayó al piso, corresponde que me pronuncie sobre la responsabilidad atribuida
a la demandada.
El a quo encuadró el caso en las disposiciones del art. 1113, 2 párrafo, apartado
final, del Código Civil, es decir, en la responsabilidad objetiva derivada del riesgo o vicio
de las cosas. También los vencidos, al expresar agravios, lo hacen desde este enfoque,
aunque sosteniendo la culpa de la víctima.
Considero que el enfoque debe ser diferente. La responsabilidad que emerge de
la organización de espectáculos públicos es contractual (Nieto, Gregorio Pascual, El
contrato de espectador en los cinematógrafos, Rev. Jurídica de Córdoba, año 2, núm. 5,
enero-marzo, p. 43; Bustamante Alsina, J., "Teoría de la responsabilidad civil", N 970-
981 y 1510-1526, 1ª ed., 1972; Argeri, Saúl, Contrato de espectáculo público, LL, 1986-
B-1009). Esta responsabilidad surge del contrato innominado que vincula al empresario
de espectáculos públicos con el espectador y, entre cuyas cláusulas implícitas, se
encuentra la que atañe a la seguridad personal de los asistentes, por la que está
obligado a velar el empresario. Dentro de este enfoque hay variantes que se orientan a
ver en este contrato una especie de locación de obra, pero no es necesario que me
detenga en esta cuestión (ver sobre el tema y las distintas teorías: Molina Quiroga,
Eduardo, El contrato de espectáculo público y la locación de obra inmaterial, LL, 2000-C-
528).
Señala Argeri (ob.cit.) que entre las obligaciones del empresario se encuentra la
de mantener y conservar el local en las condiciones reglamentarias de seguridad e
higiene para evitar riesgos (lato sensu) al espectador, y de garantizar al espectador su
seguridad personal por los daños que origine el desarrollo del espectáculo o por las
cosas o personas puestas por el empresario al servicio del público.
La Sala E de esta Cámara (11-3-981, LL, 1981-B-519), deja perfilada la
responsabilidad que debe asumir el empresario sólo en los supuestos en que el daño se

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origine por las cosas o personas que están bajo su dependencia o puestas a su servicio
y en interés del público. Si el daño proviene de la conducta de los demás asistentes o si
es irresistible o imprevisible se trata de fuerza mayor que elimina su responsabilidad.
Posición más amplia es la que asumió la sala B (22–7-969, LL, 137-309), que declaró
que el empresario debe tomar las precauciones necesarias para que el desarrollo del
espectáculo se efectúe sin peligro para el público asistente, porque no es imprevisible la
imprudencia o temeridad de éste, cuyo entusiasmo le hace incurrir, a veces, en riesgos
que una adecuada instalación preventiva puede evitar o disminuir. La responsabilidad
subsiste, aun cuando se hubieran adoptado medidas mínimas para garantizar -dice otro
tribunal- la seguridad de los espectadores (C1ªApel, Mar del Plata, 19–6-969, LL, 136-
763; CNCiv., sala F, 15–6-972, LL, 148-69).
Se resolvió que "en el marco de un contrato que involucra el uso del local al que
concurría numeroso público y en el que se ofrecían espectáculos musicales, la
prestación del empresario suma, entre otros concurrentes, un deber de seguridad que
tácitamente enriquece la carga obligacional del art. 1198 del Cód. Civil, ya que el
cumplimiento debe ser dotado de un cuidado que quien concurre al lugar da por asumido
por el empresario, por lo que el mismo es responsable por los daños causados ante el
incumplimiento del deber de seguridad". (C1ª CC San Nicolás, 4/6/96, "Marún, José y
otro c. Nacif, Roberto J. y otros", LLBA, 1997-1199. Ver también: CNCiv., sala G, 23/2/88,
"Garuzzo, Héctor J.c. Jockey Club y otros", LL, 1988-D, 392.; CNCiv., sala J, 30/4/96,
"Forte, Orlande c. Repetto, Alejandro J.", LL, 1997-E, 1005 (39.769-S) ; C2ª CC Paraná,
27/5/97, "Carrizo, Jorge T. c. Sociedad Rural Victoria y/u otros", LL, 1998-F, 859 (41.009-
S) - La Ley Litoral, 1998-1083).
Este deber de seguridad que se halla implícito en el contrato de espectáculo
(obligación que también se configura en forma tácita: conf. "VI Jornadas Bonaerenses de
Derecho Civil, Comercial y Procesal", Junín, octubre de 1994, recomendación 5º de la
Comisión nº2), es una obligación de resultado que impone al organizador una
responsabilidad objetiva, la cual solamente puede excusarse por la prueba de la culpa
exclusiva de la víctima, o probando el hecho de terceros ajenos a las partes y por los
cuales no se debe responder, o el caso fortuito.
Aceptada la existencia de una obligación de seguridad, no puede entenderse que
en el caso sub examine se trate de una obligación de medios, y no de resultado.
Si se parte de la base de que a través de la obligación de seguridad el deudor "se
compromete a devolver al otro contratante su persona o bienes sanos y salvos" (Vazquez
Ferreyra, Roberto, La obligación de seguridad en la responsabilidad civil y ley de
contrato de trabajo, Rosario, 1988, pág. 106), no cabe sino compartir la conclusión de un
sector doctrinario que sostiene que la obligación de indemnidad es siempre de fines, sin
excepción alguna (Stiglitz, G., El deber de seguridad en la responsabilidad por productos

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elaborados, pág. 18 y nota 10; Zannoni, E., Responsabilidad por productos elaborados,
en Seguros y responsabilidad civil, vol. 5, pág. 289 y ss.; Kemelmajer de Carlucci, A.,
Código Civil comentado, anotado y concordado, dirigido por Belluscio-Zannoni, vol. 5,
pág. 538; Zavala de Gonzalez, Personas, casos y cosas en el derecho de daños, Bs As,
1991, pág. 53; Agoglia, Boragina y Meza, Responsabilidad por incumplimiento contrac-
tual, Bs. As., 1993, p. 171 y ss).
Como afirman estos últimos autores, "garantizar significa afianzar un resultado
concreto y no una mera actividad diligente...Por lógica consecuencia, como principio
general, la sola circunstancia de que con motivo del desarrollo del programa de
prestación de la obligación principal se produzca un daño adicional al acreedor, hará
surgir contra el deudor una presunción de adecuación causal, desvirtuable mediante la
demostración de las eximentes propias de todo sistema objetivo. El factor subjetivo
queda en este tema absolutamente fuera de la cuestión, tanto para imputar como para
exonerar responsabilidad, salvo disposición normativa o contractual en contrario." ("La
obligación de seguridad en las VI Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil, Comercial y
Procesal", Rev. Jur. Delta, págs. 58/9). Al ser así, la prueba de haber obrado con
diligencia, es decir sin culpa, no libera a la demandada.
En el intento de clarificar el problema de las obligaciones de resultado, demuestra
Bueres que al estar fuera la culpa y admitirse sólo la eximente de la causa ajena,
aparece con evidencia la índole objetiva de la responsabilidad, y la reducida significación
de los casos de responsabilidad por culpa (v. "Responsabilidad civil de escribano", Bs As,
1984, págs. 55 y ss.)..
Además, aún quienes admiten que la referida obligación de seguridad pueda ser
de medios, aceptan que ello ocurre sólo en supuestos excepcionales (v. despacho 1-a de
la Comisión nº2 de las citadas VI Jornadas).
Es que, como lo recuerdan Alterini, Ameal y Lopez Cabana, con cita de Mazeaud,
otro factor objetivo de responsabilidad es la garantía, en cuya esfera, es posible que
corresponda "reparar un daño sobrevenido por caso fortuito". Agregan que las ideas
contemporáneas preconizan, como mecanismo idóneo para posibilitar la realización
individual en el contorno social, un criterio solidarista, pues desentenderse de la
desgracia ajena, en cambio, traduce egoísmo (Derecho de obligaciones, págs. 200/1).
Modernamente se da por supuesta la existencia de una responsabilidad objetiva
en el ámbito de los contratos, superando así la tesis clásica en la materia (v. Bueres, A.,
Responsabilidad contractual objetiva, JA, 1989-II-977; Lorenzetti, R., La responsabilidad
objetiva en la contratación, en Mosset Iturraspe, Diez Picazo y otros, Daños, Bs As, 1991,
pág. 84) y, a la vez, hay imputación objetiva cuando la obligación es de resultado.
Admitido lo anterior, debo analizar entonces si la demandada ha demostrado la
culpa de la víctima que permita exonerarla de su responsabilidad presunta.

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La testigo Castorina relató que la actora cayó al piso y que ello se debió a que
“había una mala iluminación en la sala” (fs. 202), ya que cuando se retiraban, al concluir
la película, las luces estaban prendidas pero “con muy baja iluminación” (fs. 202 vta). La
testigo Perez explicó que había un escalón, además de los que se encuentran en el
pasillo al costado de las butacas, y que no recordaba que ese escalón estuviese
iluminado, que “fue un escalón sorpresa” ubicado en las filas de las butacas, “o sea,
como que esa fila estaba elevada” (fs. 204). También manifestó que se retiraban
conversando entre ellas (fs. 204 vta).
El perito ingeniero civil designado de oficio explicó que las tres última filas (en una
de ellas estuvo la actora) están sobreelevadas con respecto al nivel del piso de la sala y
al nivel del piso del pasillo de circulación (fs. 228). Esta circunstancia puede observarse
en las fotografías obrantes a fs. 223/6. Las filas están montadas mediante tarimas de
madera. Agregó que no existen carteles, aunque sí existen botoncitos de luz roja que
proyectan su luz hacia arriba que se advierten en la oscuridad, pero “no se advierte
nítidamente el desnivel (fs. 228 vta).
Agregó que una persona, luego de estar sentada el tiempo que dura la función,
es natural que al incorporarse no tenga la misma capacidad locomotriz que cuando está
de pie o realizando una caminata. Al ser así, manifestó que “la existencia de un desnivel
como el del caso de autos configura un factor de riesgo de caída al tratar de acceder al
pasillo de circulación, al salir de la fila de asientos donde estaba ubicado” (fs. cit.). El
desnivel tiene una altura de 19cm.
Señaló que de acuerdo al Código de Edificación debe haber una distancia entre
las filas de 0,45 m, y que el “claro libre entre la anteúltima fila (fila 16), donde estuvo
sentada la actora (...) y la de adelante (fila 15) es de solamente 0,30m” (fs. 229), lo que
“restringe el libre desplazamiento de los espectadores hacia el pasillo (fs. 246). Concluyó
en que la diferencia entre las tres últimas filas y las del resto de la sala, sumada a que el
espectador permanece sentado durante el tiempo de la función, sortear este desnivel
para la salida “constituye un riesgo de caída” (fs. 229 vta).
El ingeniero que actuó como consultor de la demandada presentó su dictamen en
disidencia con las conclusiones referidas (fs. 234). También el peritaje fue impugnado por
la demandada (fs. 237/40 y por una de las citadas en garantía (fs. 242). El perito
contestó las impugnaciones y reiteró sus deducciones (fs. 246 y 250).
El dictamen pericial se encuentra fundado razonablemente en principios y
procedimientos técnicos, y resulta congruente con el resto de la prueba rendida. Tales
circunstancias conducen a aceptar sus conclusiones, al ponderarlo conforme a los arts.
386, 477 y 497 CPCyC.
No son óbice para ello las impugnaciones efectuadas, pues el perito brindó ade-
cuadamente las explicaciones que se le solicitaran. La demandada discrepa con las

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conclusiones periciales pero no ha basado su disidencia en principios científicos o
técnicos -nótese al respecto que dicha presentación no fue suscripta por un profesional
en la materia-, sino que sólo se basa en una diferente y personal apreciación subjetiva
de los elementos observados y valorados por el perito.
Por ello, al no haberse opuesto argumentos científicos de mayor valor y/o
atendibilidad que los proporcionados por aquél, cabe aceptar sus conclusiones. Al
respecto, Palacio ("Derecho procesal Civil", t IV, p. 720, y sus citas) ha señalado que
cuando la prueba "aparece fundada en principios y procedimientos técnicos no
objetables y no existe otra prueba que la desvirtúe, la sana crítica aconseja, frente a la
imposibilidad de oponer argumentos científicos de mayor valor, aceptar las conclusiones
de aquél.".
En relación a la naturaleza de la intervención procesal del consultor de parte, se
ha dicho que "...constituye una figura sustancialmente análoga a la del abogado", en la
medida que procura aportar los fundamentos científicos y/o técnicos que favorezcan el
progreso de la pretensión de aquél a quien asiste; lo cual denota su postura
esencialmente parcial. Así, los litigantes cuentan con un auxiliar eficaz para ejercer su
derecho de defensa, en un ámbito que resulta ajeno al conocimiento de sus letrados.
"Por ello, las razones que pueda exponer deben ser evaluadas como si provinieran de la
parte misma".
Habiéndose agregado que los jueces no están obligados a seguir puntualmente
sus conclusiones, las que, en principio, no revisten el alcance de las emitidas por el
perito, pues la tarea de aquél consiste en aportar datos y reflexiones -con una base
objetiva- que sirvan de sustento para el control de la eficacia probatoria del dictamen de
este último, ya sea para corroborar sus afirmaciones o bien para demostrar su error (v.
CNFed. Civ. y Com., Sala "I", 25/08/994, D. LL., 10/03/995, p. 5).
Por ello, ante la discrepancia planteada entre el criterio del perito oficial y un
consultor, ha de prevalecer, en principio, el del primero, pues las garantías que rodean a
su designación hacen presumir su imparcialidad y consecuente mayor convicción.
Pues bien, lo cierto es que las prueba obrantes en autos no son aptas para
demostrar la culpa de la víctima, ni que haya realizado hechos con aptitud para quebrar
el nexo causal. La prueba del hecho de la víctima la debe aportar el victimario, la que
debe ser certera, indubitada (v. Kraut, A.J., La culpa de la víctima como eximente en la
responsabilidad objetiva, JA, 1989-II-873). Ello, a su vez, conduce a emplazar la cuestión
en el ámbito de la relación de causalidad (v. Pizarro, R., Causalidad adecuada y factores
extraños, en Derecho de Daños, Primera Parte, dirigida por Trigo Represas y Stiglitz, Bs
As, 1991, págs. 264/5). Para que quede configurada la culpa de la víctima y para que se
interrumpa totalmente el nexo de causalidad existente, ésta debe aparecer como la única
causa del daño y presentar las características de imprevisibilidad e inevitabilidad propias

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del caso fortuito o fuerza mayor (esta sala, 16/10/2001, Di Carlo, Delia Susana c. Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, ED, 196-461).
Lo concreto es que no se ha demostrado una actitud imprudente, como que la
víctima haya pretendido pasar por un lugar prohibido, o apurada, o tratando de
adelantarse a otros asistentes. La falta de toda prueba en este sentido hace que,
incluso, la situación de duda juegue a su favor. Por otro lado, no puede pretenderse que
los asistentes a la función, que tienen derecho y obligación de transitar por el lugar que
les está destinado a la circulación, puedan considerarse obligados a prestar una atención
tan precisa sobre el suelo que transitan, en lugares que han de suponerse debidamente
alisados y expeditos a tal efecto.
Es cierto que el cine en el que ocurrió este hecho se encuentra habilitado por la
Dirección de Habilitaciones y permisos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (fs.
334/40), y que no se encuentran afectadas las condiciones de higiene y seguridad (fs.
367/8), pero es sabido que la autorización administrativa no constituye un obstáculo a la
procedencia de la indemnización por daños (arg. la doctrina elaborada en torno al art.
2618 del Código Civil).
Argumentan los demandados que el hecho de quedar entumecido luego de la
función es una circunstancia aceptada por la propia víctima, como una suerte de
asunción del riesgo. En cuanto a la posible asunción del riesgo, tampoco creo que en el
caso libere de responsabilidad al obligado. Como señala Mosset Iturraspe, este acuerdo
-denominado "consentimiento de la víctima" o consenso dell'offesso- no equivale a una
excusa absolutoria. Expresa también que la "autorización del perjudicado" no puede
actuar como causa de justificación cuando el bien jurídico lesionado integra los derechos
de la personalidad, como acontece con el derecho a la integridad física (Responsabilidad
por daños, II-B, Parte Especial, Bs As, 1973, págs. 95 y 101/2). Orgaz formula
interesantes reflexiones en este sentido, y admite situaciones excepcionales, tales como
las lesiones terapéuticas y aquellas derivadas de la necesidad de trasplantes, sobre todo
cuando las lesiones no son mutilantes (La ilicitud, Cordoba-Bs As, 1974, págs. 161/9)
Como expresan Agoglia, Boragina y Meza:"Nadie ingresa a un contrato como
acreedor admitiendo la posibilidad de recibir un perjuicio con motivo de la ejecución de la
prestación principal planificada, sino todo lo contrario. Nadie se compromete como
deudor a prestar la conducta estructurada, sin que esté ínsito que la misma no puede
constituirse en fuente de conocimiento adicional. Independientemente de las calidades
de la prestación principal planificada, nos hallamos en presencia de un segundo interés
invariable del acreedor -no recibir daño adicional al culminar el negocio- y de otra
conducta también uniformemente planificada respecto del deudor, la de no generarlo
durante el desarrollo efectivo de la referida actividad principal" (La obligación de segu-
ridad en las VI Jornadas Bonaerenses de Derecho Civil, Comercial y Procesal, Rev. Jur.

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Delta, ps. 48 y ss.).
Asimismo, debe señalar que la intervención fáctica de la víctima, que interviene
de manera no anómala ni irregular, no puede constituir una causa ajena al riesgo que
libere de responsabilidad a quien lo controla u obtiene beneficios de la fuente que lo
genera. Como señala Zavala de Gonzalez, "conocer" un riesgo no es "aceptar" el
perjuicio resultante, salvo el supuesto de riesgos extraordinarios cuyo conocimiento
supone una actitud imprudente en quien los afronta. Por lo tanto, advierte que cabe
distinguir entre quien "crea" el riesgo y quien lo "soporta", pues si bien la víctima coopera
con el riesgo o posibilita con su conducta que entre en escena, jurídicamente su papel es
pasivo (Personas, casos y cosas en el derecho de daños, Bs As, 1991, págs. 62/5).
Por todo lo expuesto, propongo que se confirme la sentencia apelada en tanto le
asignó a la demandada la responsabilidad del hecho ocurrido.
A continuación, examinaré los agravios de las partes en torno a los montos
indemnizatorios. La actora señala la limitación que le ha sobrevenido para la realización
de ciertas tareas a causa de haber perdido fuerza en la mano para reclamar que sea
elevada la suma fijada por el a quo. La compañía La Continental, tras recordar que
oportunamente impugnó el peritaje, reitera objeciones al estudio del experto y afirma que
no se ha demostrado el grado de incapacidad atribuido a la víctima. Agrega que debe
valorarse que la víctima tenía 64 años al momento del accidente y que realizaba
actividad laboral alguna. En términos similares se expiden la demandada y su citada en
garantía, agregando que ciertas dolencias detectadas en la actora no guardan relación
causal con la caída.
El perito médico designado de oficio, tras examinar a la actora, concluyó en que a
raíz del accidente presenta “fractura del epífisis distal del radio con lesión de la apófisis
estiloides cubital y limitaciones en la prono supinación de las flexiones dorsal y palmar
con limitación de la presión la garra, aro y pinza y disminución de la sensibilidad que lo
incapacita en forma parcial y permanente en el 30% del valor obrero total y total vida”.
Agregó la existencia de un daño psíquico equivalente a una incapacidad del 15% (fs.
254/254 vta).
El peritaje fue impugnado a fs. 258/9 y a fs. 261/6. Ante ello, el perito respondió
las observaciones y acompañó los estudios realizados, que confirmarían sus
conclusiones (fs. 273/7). Por no haberse citado a todos los interesados al acto en el que
el perito examinó a la actora, se dispuso la realización de un nuevo peritaje (fs. 280). Se
realizó un nuevo examen, al que no asistió el consultor técnico designado por la
demandada (ver fs. 291), y el perito ratificó su informe anterior, lo que fue aceptado por
el juez (fs. 292). Se reiteraron las impugnaciones (fs. 293/4 y fs. 298/301). A su vez, el
consultor técnico propuesto por la actora, presentó su informe, en el que arribó a
conclusiones similares a las del perito de oficio (ver fs. 303/6).

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En las condiciones expuestas, debo desechar los agravios vertidos por la


demandada y las aseguradoras en torno a la inexistencia de la lesión, o bien de la
incapacidad. Admitido ello, teniendo presente las circunstancias personales de la víctima,
como su edad y situación laboral (del beneficio de litigar sin gastos surge que es ama de
casa, no trabaja, y que lleva una vida austera), considero que la indemnización fijada es
un tanto elevada, y propongo que se la reduzca a la suma de pesos ocho mil ($8.000).
En cuanto a los agravios vertidos por las partes en torno a la indemnización del
daño moral, señalo que todos los recurrentes expresan generalidades, sin hacer
referencias concretas a los hechos de esta causa ni a los argumentos del fallo apelado,
de modo que en este aspecto las apelaciones deben ser declaradas desiertas.
En cuanto al agravio de la demandada y de su citada en garantía, en tanto
pretenden la aplicación de una tasa de interés puro del 6% anual hasta el dictado de la
sentencia, debo recordar que un fallo plenario de esta Cámara estableció que debía
aplicarse la tasa pasiva ("Vazquez, Claudia Angélica c/ Bilbao, Walter y otros s/ Ds. y
Ps.", del 02/08/93). Si bien dicho fallo fue dictado sobre la base de lo dispuesto por la ley
23.928, cuya estructura acaba de ser sustancialmente alterada, lo cierto es que un
reciente fallo plenario (Alaniz) ratificó su aplicación aún después de la declaración de
emergencia. Digo esto porque, a diferencia de lo que proponen los apelantes, esta Sala,
por mayoría, entendía que debía aplicarse la tasa activa, más gravosa que la que motiva
los agravios. Esta solución no la puede proponer al ser dicho fallo plenario de aplicación
obligatoria, pero es suficiente para desechar los agravios mencionados.
Por todo lo expuesto, propongo que se reduzca la indemnización de la
incapacidad sobreviniente a la suma de $8.000, y que se confirme la sentencia apelada
en todo lo demás que fue materia de agravios. Teniendo en cuenta la entidad de los
agravios de cada una de las partes, así como el resultado de cada uno de ellos, y que la
situación de vencido debe ser apreciada en forma global, propongo que las costas de
esta instancia sean impuestas en un 60% a la parte demandada y a las citadas en
garantía.

Los Dres. Giardulli y Gatzke Reinoso de Gauna, por las consideraciones expuestas por
el Dr. Kiper, adhieren al voto que antecede. Con lo que se dio por terminado el acto
firmando los señores Jueces por ante mí, que doy fe.

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///nos Aires, 14 de junio de 2004.
Y VISTO, lo deliberado y conclusiones establecidas en el acuerdo transcripto
precedentemente por unanimidad de votos, el Tribunal decide:
Reducir la indemnización de la incapacidad sobreviniente a la suma de $8.000, y
confirmar la sentencia apelada en todo lo demás que fue materia de agravios. Teniendo
en cuenta la entidad de los agravios de cada una de las partes, así como el resultado de
cada uno de ellos, y que la situación de vencido debe ser apreciada en forma global, las
costas de esta instancia se imponen en un 60% a la parte demandada y a las citadas en
garantía.
Difiérase la regulación de honorarios para una vez practicada la de la instancia de
grado.
Regístrese, notifíquese y, oportunamente, archívese. Fdo. Jorge A. Giardulli, Elsa
H. Gatzke Reinoso de Gauna y Claudio M. Kiper.

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