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EL CONOCIMIENTO: NATURALEZA Y SOBRENATURALIDAD

Es cometido del presente escrito describir el fenómeno del conocimiento en


términos biológicos, con lo cual criticamos un cierto presupuesto antropocentrista
todavía perviviente en las formulaciones del problema epistemológico, y en
segunda instancia, mostramos en qué sentido el conocimiento es un fenómeno
puramente biológico y en qué sentido no lo es, con lo cual nos acercamos a una
clarificación de lo peculiar de nuestro modo de ser sujetos cognoscentes en tanto
humanos.

DOS SIGNIFICADOS BÁSICOS DEL CONOCIMIENTO

El conocimiento es, en primer lugar, un fenómeno consustancial a la vida, un


fenómeno biológico. Pero es innegable también que los humanos poseemos una
forma especial de relacionarnos con la realidad, forma a la que designamos con
idéntico nombre: conocimiento. Estamos usando pues un mismo concepto para
señalar dos tipos de realidad diferentes?. En primera instancia llamamos
conocimiento a la propia actividad de los seres vivos; en segundo término, usamos
“conocimiento” para identificar la actividad humana de búsqueda de explicaciones,
actividad eminentemente intelectual y racional que nos ha servido para
diferenciarnos de las demás especies a lo largo de la historia.

La razón por la cual sucede así, sostiene la teoría biológica del conocimiento, es
que, en el fondo, ambas realidades son una misma. Es decir, el conocimiento
como despliegue humano de una actividad inteligente y racional no es sino una
forma muy desarrollada y compleja de los procesos autoorganizadores y
computacionales que definen la unidad y la forma de existir de todo organismo
vivo. O sea que la cognición humana es el resultado de la evolución y
complejización de la cognición vital. Dicho de otra forma, la actividad inteligente
humana, el conocimiento humano, está anclado en una forma más básica y más
extendida de actividad inteligente: la inteligencia vital. Y si denominamos
conocimiento a la primera de estas actividades (la humana) deberíamos llamar
también conocimiento a la última (la vital) que constituye, en realidad, su primer
fundamento, su plataforma inicial, su soporte de existencia.
El conocimiento como concepto biológico tiene entonces un significado que se
dirige a señalar la identidad básica de las operaciones por las cuales la vida se
organiza, se orienta y se reproduce, con las actividades de los humanos propias
de su condición de seres con intelecto y razón. Pero así como señala esta
identidad de fondo, también tiene que hacer la diferencia entre la inteligencia
biológica, meramente natural, y la inteligencia racional. Hay, en efecto, diferencias
muy grandes a las cuales el concepto de conocimiento biológicamente entendido
deberá responder. Ahora bien, si la teoría que asimila ambos aspectos es una
buena teoría habrá de dar cuenta de estas diferencias y mostrar que son sólo
aparentes. Si no lo logra, se abre el interrogante en torno a sus límites y alcances.

Veamos a continuación una breve síntesis de lo que significa el conocimiento


desde el punto de vista biológico; luego un breve esbozo del proceso evolutivo que
lleva desde la conducta estereotipada y controlada genéticamente en el reino
animal hacia la conducta más libre, autodirigida y consciente en los humanos y, en
tercer lugar, una caracterización de lo esencial del modo humano de conocer la
realidad.

LA VIDA COMO SABER.

Podemos concebir la vida como un fenómeno de conocimiento. La idea de


extender la noción de conocimiento hasta los dominios propios de la organización
vital se justifica en la medida en que se concibe que el mecanismo por el cual
conocemos es análogo al mecanismo por el cual existe la vida. Este mecanismo
es la organización programada de la información, a la que se denomina
computación.

La organización vital es entonces la forma primaria de inteligencia, la base de toda


cognitividad. Se sustenta en la computación, es decir, en el conjunto organizado
de procesos por medio de los cuales los seres vivos interactúan con su entorno y
se autorregulan con el propósito de mantener su equilibrio como seres
individuales, durar y multiplicarse.
Computación es así el nombre que se da a los procesos de intercambio,
organización y traducción de las informaciones por las cuales los organismos se
autorregulan e interactúan con su mundo exterior. En la base de la vida hallamos
entonces la primera forma, la más básica y general, de saber: un proceso
complejo de organización y autoorganización mediante tratamiento sistemático de
informaciones. Este proceso es, en el nivel de los organismos, de naturaleza
electroquímica; luego aparecerán, en el curso de la evolución y complejización del
reino animal, mecanismos y modos de detectar, traducir y organizar
informaciones, en los cuales intervendrán imágenes y representaciones, es decir,
procedimientos de abstracción.

Pero, en principio, el saber vital, el conocimiento biológico, se confunde con la


organización de las máquinas vivientes. Un aspecto importante a tener en cuenta
es que los procesos organizativos no son sólo practicados por los seres vivos sino
que esos mismos procesos son los encargados de generar la propia vida. Dícese
entonces que la vida se autoorganiza de modo inteligente y, en ese sentido, la
vida es autocognitiva. Es difícil concebir una máquina que se organiza a sí misma
y se programe para vivir y reproducirse. Pero en esto consiste el prodigio de la
vida. Los seres vivos computan su entorno, pero es la propia computación
viviente la que los ha generado a ellos mismos.

Ahora bien, en el proceso de evolución asistimos a una enorme complejización de


las formas vivas, que constituye al mismo tiempo una complejización de los modos
de interactuar con el mundo. Además, la complejización de los organismos
conduce a la emergencia de formas de computación, es decir, de organización y
traducción de información, basadas en procesamientos cerebrales que originan la
imaginación y las representaciones. De ellas el procedimiento de representación
mental humana es el más sofisticado, y debido a las cualidades tan especiales
que adquiere en este nivel la computación, se hablará entonces de un cambio
cualitativo que convierte la computación en “cogitación”.

En el proceso evolutivo de la vida asistimos a una transformación que nos


conduce, desde la inteligencia natural, desde la computación como inteligencia
vital, hasta la cogitación o inteligencia supranatural o racional. No obstante, la
computación no desaparece en ningún nivel y sigue estando en la base de toda
organización viva, de toda conducta y de todo pensamiento.
Los organismos vivos, los seres celulares, son los sujetos cognitivos en el orden
del conocimiento biológico. La computación viviente es el mecanismo por el que
los seres vivos existen como tales, se mantienen y multiplican. El sujeto humano
del conocimiento, por otro lado, es una entidad más compleja, pero sigue siendo
un ser vivo que se mantiene gracias a la computación viviente. La vida es la forma
básica de la cognición, pues los procesos por los cuales existe y se conserva son
de naturaleza cognitiva, es decir, son intercambio, organización y traducción de
información. En el plano biológico puede sostenerse entonces que la vida es
conocimiento, aunque en este nivel son un mismo fenómeno el ser, el hacer y el
conocer1.

La cualidad distintiva de la cognición humana, la racionalidad y la autoconciencia,


surgidas al final del largo proceso evolutivo de los seres celulares, no autoriza
postular una separación del reino de la naturaleza, un origen no natural de la
mente humana y de sus procesos cognitivos, los cuales siguen basados en los
propios mecanismos computacionales de tratamiento sistemático de información.
Sin embargo, estas cualidades distintivas no dejan de “amonestar” a nuestro
propio entendimiento con una especie de tirón de sorpresa y discontinuidad, que
ha mantenido nuestra autoimagen o conciencia de lo que somos en un perpetuo
amarre gravitatorio de la sobrenaturalidad.

LA EVOLUCIÓN DE LA INTELIGENCIA EN LA NATURALEZA.

Desde el punto de vista del conocimiento, la evolución de las especies representa


la emergencia de la cogitación (inteligencia humana) a partir de la transformación
y complejización de la computación vital. Es en el reino animal donde se produce
esta transformación evolutiva a la que bien podemos referirnos como el tránsito de
la animalidad a la humanidad del conocimiento.

Hay dos aspectos básicos que caracterizan la evolución de la inteligencia en la


naturaleza. El primero es el innegable proceso de complejización de los sujetos
vivientes; ligado a esto se produce también en paralelo una especie de ascenso
en los instrumentos de captación y ordenación del medio. En segundo lugar, se
produce un fenómeno de autonomización de los procesos de tal captación y

1He seguido de cerca la exposición que hace Edgar Morin de este tránsito entre computación y
cogitación en: El método III. El conocimiento del conocimiento. Madrid. Cátedra. 1994. Págs. 45
a 61
ordenación; es decir, que estos mecanismos de orientación sobrepasan su función
cibernética básica, esto es, su función de dirección de la acción del organismo. La
conjunción de ambos procesos ha de conducir entonces a la aparición de la mente
humana, la forma más elaborada y compleja de sujeto cognoscente.

Con relación al primer aspecto que mencionamos, el de la complejización, se


habla de una especie de ley evolutiva según la cual, a mayor complejidad del
organismo como tal, mayor es su capacidad de efectuar interacciones complejas
con el entorno y, en consecuencia, mayor será la riqueza del mundo a la que el
organismo tiene acceso2. En otras palabras, la complejización vital es también
complejización epistémica. Se entiende entonces que, conforme evolucionan los
mecanismos de orientación (mecanismos de conducción de estímulos, sistemas
nerviosos, órganos de los sentidos y cerebros) “programas hereditarios cada vez
más vastos extraen, almacenan y transmiten adecuadamente la regularidad de
sectores cada vez más amplios de este mundo” 3 . Cada organismo elabora,
mediante su función cognitiva, un croquis de orientación en su realidad. Se trata
de “su” realidad por cuanto cada especie vive en un mundo propio y particular
cuyas características están dadas en función de los diversos mecanismos
perceptores de que disponga el animal.

La realidad asociada a cada organismo se estructura con relación al tipo de


mecanismos perceptivos de que el animal disponga y todo ello está vinculado con
la especie y con la adaptación que le es propia. Así, por ejemplo, los ojos no
fueron desarrollados por (o se han perdido en) aquellas especies que han
sobrevivido y se han adaptado a un mundo de oscuridad, como algunas
serpientes, lombrices, topos, etc. Para ellos no hay mundo coloreado, pero sí
pueden tener una representación en sus órganos de captación: los murciélagos
disponen de una representación mental muy precisa y detallada, que construyen a
través de un sofisticado sonar, el cual reemplaza eficazmente la visión y les
permite vivir en un mundo donde no es mediante la luz como el mundo se torna
“visible”4.

2 Esta ley de complejización es, con todo, apenas un caso del principio de evolución superior, que
se caracteriza por diversos rasgos como aumento de la complicación orgánica, formación de
estructuras más racionales, especialización de las estructuras nerviosas, aumento de la plasticidad,
etc. Véase a este respecto: Rensch, Bernhard. Homo sapiens. De animal a semidios. Madrid.
Alianza. 1980. Págs. 36-37
3 Riedl, Rupert. Biología del conocimiento. Editorial Labor S.A. Barcelona. 1983. pág. 28.
4 Véase: Dawkins, Richard. El relojero ciego. Editorial Labor S.A. Barcelona. 1988. cap. 2 Un

buen diseño. Pág. 15-31.


El biólogo alemán Jacob von Uexküll fue el primero que llamó la atención sobre el
hecho de que existen estos mundos privados a los que llamó mundos perceptivos
(Merkwelt), permitiendo con ello refutar la idea tradicional según la cual toda
captación cognitiva sería un reflejo de un exterior dado, susceptible de ser
reproducido con idéntica fidelidad por cualquier perceptor. La verdad es más bien
lo contrario, sostuvo Uexküll, es decir, que el mundo es una elaboración desde
dentro, no un registro pasivo de un entorno idéntico. El mundo que cualquier
organismo percibe tiene las características que este organismo puede detectar y
no otras, de modo que cada especie vive en su propio mundo, el que puede ser
inaccesible para otras especies.

Aunque Uexküll mantuvo un cierto relativismo consistente en sostener que estos


cortes de realidad en los que vive cada especie (mundos circundantes o Umwelt
también llamados) son mundos privados a los que no tienen acceso otros
organismos, es innegable que el desarrollo de los sistemas neurosensoriales, en
especial en los mamíferos, nos permite considerar un desarrollo escalonado de las
capacidades perceptivas de los animales y por consiguiente una mayor riqueza
de los mundos en estas especies.

Es verdad que el Umwelt de cada organismo es privado; sólo ese organismo hace
ese tipo de contacto cualitativo con el mundo exterior. Pero el desarrollo de la
capacidad cerebral y de los sentidos concede a ciertas especies un acceso más
sofisticado a ese mundo exterior, el cual es, por otro lado, aunque no
perceptivamente, práctica e idealmente el mismo.

La sofisticación del acceso al mundo se produce en las especies con gran


cerebro. Ella se manifiesta en la versatilidad para responder a cambios en el
entorno y en la flexibilización de la adaptación que supone tal versatilidad. Es un
proceso con dos caras: de un lado, el organismo se torna más complejo, esto es,
tiene mayor capacidad de procesar informaciones y se hace flexible en sus
respuestas conductuales; de otro lado, el conjunto de aspectos objetivos al que
tiene acceso se amplía.

La complejización orgánica como complejización al mismo tiempo epistémica está


asociada al desarrollo de los órganos y de las conductas de orientación. Este
desarrollo crea en los animales la facultad de aprender. Así llegamos al segundo
aspecto básico que caracteriza la evolución de la inteligencia en la naturaleza: la
autonomización de los procesos de captación del mundo.

Expresado sintéticamente, este proceso significa que el sistema neurosensorial,


que al principio posee una función cibernética (captación de información vital y
organización, de acuerdo con dicha información, de las respuestas o conductas
del organismo) se va convirtiendo en un centro con vida propia. Es decir, que
aparte de sus funciones de dirección de la acción, crea una dinámica propia que
se manifiesta en actividades de exploración del mundo no orientadas
precisamente por los imperativos de la supervivencia.

A estas actividades se les llama conducta exploratoria, asociadas al juego y cuya


manifestación en el reino de los animales ha sido bien documentada 5. De esta
conducta surge la pulsión cognoscitiva en los humanos y la creación de su mundo
peculiar, como veremos luego.

La autonomización de los procesos de captación del mundo caracteriza la forma


como va emergiendo la actividad cognoscitiva en el mundo animal. Esta actividad
cognoscitiva se manifiesta en 3 niveles distintos: la computación viviente, primer
escalón cognitivo por el cual decimos que toda vida por ser organización es
cognitiva, es saber. En un segundo nivel tenemos la conducta o actividad de
orientación de los seres en su medio; se trata de un nivel en el que la sofisticación
se produce en el reino animal y se identifica por el hecho de que las especies van
desarrollando modos flexibles a medida que sus órganos de orientación se
vuelven más complejos; este nivel es el de la conducta inteligente, cuyo rasgo más
llamativo va a ser la aparición del aprendizaje, algo ligado estrechamente a la
flexibilidad adaptativa. El tercer nivel lo constituye la aparición de la inteligencia
propiamente tal, esto es, una facultad asociada con la posibilidad que tiene el
organismo de inventar soluciones a problemas, simulando con representaciones y
manipulando el mundo.

Llamamos aprendizaje a la conducta adaptativa que tiene carácter


adquirido. Aparece como producto de la evolución animal y en estadios muy

5Véase: Lorenz, Konrad. Consideraciones sobre las conductas animal y humana. Planeta
colombiana editorial S.A. Bogotá. 1984. Cap. IV. Páginas 205-229.
tempranos de la vida como en los insectos, los peces, etc. En general, el
aprendizaje es la habilidad para responder de modo muy complejo y flexible ante
los retos del entorno. Podemos hablar de una escala en esta flexibilidad: el polo de
la programación genética, donde encontramos los programas congénitos y los
reflejos innatos, estaría en la base. Luego encontramos los reflejos condicionados
(que se desarrollan por sensibilización o por aprendizaje asociativo) 6. Sobre esta
base innata, que sirve a funciones muy específicas de conservación, aparecen
formas adquiridas de reacción y conducta que amplían el rango de posibilidades
de movimiento, de acción y reacción de los animales.

Estas formas adquiridas se estabilizan como memoria motora y como capacidad


estratégica de los animales. Su desarrollo es posible porque la programación
genética dota a los individuos de programas para reaccionar que son
automatismos que se disparan ante un estímulo externo y en el curso del
crecimiento (ontogenia). Pero, al mismo tiempo, la programación genética los
habilita con programas abiertos y con la capacidad de evaluar las informaciones
perceptivas, de modo que se genera una actividad interna en el cerebro que
faculta al animal para escoger cursos de acción, previo balance de posibles
soluciones. La inteligencia animal es evidentemente estratégica, es decir, actúa
como si tuviera a la vista un fin, para cuya realización se opta por escoger una vía
u otra o se realizan ciertos cursos de acción y no otros. Con la estrategia
comienza también el desarrollo de la capacidad simuladora.

El imprinting es un mecanismo que muestra cómo comienzan a emerger


programas conductuales abiertos, es decir, dotaciones genéticas de dispositivos
para actuar en donde no está precisado el objeto o circunstancia y que por tanto la
experiencia individual debe fijar y concretar.

En la cúspide del desarrollo del aprendizaje y por ende de la inteligencia natural


aparece la inteligencia inventiva. Es el grado máximo del desarrollo del dominio
estratégico, mediante el cual el cerebro guía la conducta. Emergen rasgos muy
marcados de inteligencia inventiva en algunas especies de primates,
especialmente de monos (chimpancés) en cuyas conductas puede hablarse de
aprendizaje por invención, gran capacidad simuladora y hasta transmisión no
genética de algunas invenciones (protoculturas). Sin embargo, la inteligencia

6 Véase: París, Carlos. El animal cultural. Páginas 227-228.


creadora en el orden humano representa un verdadero salto cualitativo con
respecto a la inteligencia animal. A esa transformación vamos a referirnos a
continuación, no sin antes advertir que, por más diferentes que parezcan nuestros
desempeños, la inteligencia humana no es algo por completo inédito en el mundo
y existe una línea de progreso que ha llevado desde la instintividad de la
orientación animal en el entorno hasta la actividad consciente de la mente
humana. Aquí enfrentamos pues el interrogante de hasta dónde es nuestro
conocimiento tan peculiar, siendo por otra parte una continuación del proceso
evolutivo y adaptativo de las especies a su entorno.

LOS HUMANOS Y SU REALIDAD

El conocimiento en los humanos se funda en una facultad o conjunto de facultades


nacidas del desarrollo de la inteligencia animal. La condición previa para la
aparición de una inteligencia humana se produce con el proceso de encefalización
o desarrollo de los cerebros en los animales superiores. No se trata
exclusivamente de un aumento en el tamaño del encéfalo sino más bien de un
aumento en la proporción de su tamaño con respecto al cuerpo del animal. Ligado
con este proceso de desarrollo se da también una característica muy especial: la
Neotenia 7 , una fase ontogenética postnatal en la que el individuo continúa su
maduración en el medio social a un ritmo muy similar al desarrollo fetal. En los
humanos la neotenia es muy acentuada: nacemos con un cerebro que tiene ¼ del
tamaño que adquirirá en la adultez; esto indica que el desarrollo de las conexiones
interneuronales se produce en una fase en la que estamos expuestos a una
avalancha de estímulos externos, de tipo social y cultural.

Los cerebros son los órganos del aprendizaje; constituyen dispositivos


almacenadores de información los cuales actualizan su potencial a medida que el
individuo madura. Esto implica que, cuanto más largo es el tiempo que tarda la
maduración, mayor información almacenará el cerebro, más dispositivos alcanzará
a desarrollar y esto le confiere mayor plasticidad, es decir, apertura para seguir
adquiriendo conocimientos. El largo período infantil humano está asociado
entonces con nuestra gran plasticidad cerebral y con el hecho de que
mantengamos disposiciones para aprender durante toda la vida. En este sentido
nos mantenemos abiertos al aprendizaje después incluso de que termina nuestra
7Una exposición del concepto de neotenia puede encontrarse sintetizado en: Lorite Mena, José. El
animal paradójico. Madrid. Alianza. 1982. Pags. 276 y ss.
infancia y, a diferencia de lo que sucede con los animales, que dejan de jugar
cuando son adultos, nosotros permanecemos adictos al juego ya que en la base
natural los juegos tienen por función la maduración de habilidades y el
entrenamiento exploratorio. Los animales dejan de jugar porque también dejan,
en general, de aprender. Los humanos mantenemos una especie de condición
juvenil que deriva de nuestra enorme plasticidad cerebral y de la neotenia.

La infraestructura del conocimiento humano es entonces un alto índice de


encefalización y, ligado al fenómeno de la neotenia, una larga dependencia infantil
que, al mismo tiempo, nos vincula a un medio social. En este contexto los
humanos desarrollamos el lenguaje, instrumento que no sólo nos permite una
comunicación muy eficaz sino que nos da acceso a un mundo completamente
novedoso y distinto a todo lo que se da en el desarrollo de las demás especies;
me refiero al mundo simbólico o universo de la cultura.

En efecto, a través del lenguaje los humanos hemos construido el mobiliario


simbólico y edificado una morada propia en la que habitamos. Es gracias al
prodigioso instrumento lingüístico como hemos podido crear el mundo del
pensamiento y habitar el mundo natural de un modo tan especial que no sería
incorrecto decir que hemos migrado a un entorno nuevo, una especie de nicho que
ni siquiera adoptamos conscientemente sino que se nos impone como una
segunda piel, se trata de las culturas, dimensiones que acogen nuestra psique y
permiten que ella se instale en su seno.

Conviene señalar que la fuente esencial de nuestra humanidad es la enorme


autonomía y poder de la inteligencia natural que, en nuestra especie, se vincula
con una enorme plasticidad en el aprendizaje y con el anclaje social de nuestro
prolongado desarrollo infantil. La cultura es como un segundo útero, que recibe al
infante y lo impregna de los estímulos propios que le permitirán vivir como
humano, esto es, en un mundo cultural, y ello es posible gracias al lenguaje.

El lenguaje y el pensamiento abstracto potenciado por él están a su vez en la base


de la conducta racional humana, es decir, de su capacidad para actuar
conscientemente y tomar decisiones libres como agente. Todas estas
características nos permiten hablar de que los humanos no vivimos sólo en un
mundo circundante o perceptivo (en un Unwelt o un Merkwelt) sino en un entorno
diferente, en un Welt, en un mundo.

En efecto: toda criatura vive su mundo propio al que tiene acceso en función de
cómo lo perciba y en función también de la estrategia de sobrevivencia de su
especie. Si llamamos a ese mundo realidad biológica podemos comprender que
más allá de esa realidad se abre una especie de escenario más vasto y
englobante, que sería una realidad metafísica, en la medida en que es no
perceptible por los sentidos; podemos llamarla suprasensible también.

Si sumáramos todas las realidades biológicas adscritas a las diferentes especies


animales tendríamos algo así como la totalidad de la realidad biológica. Pero es
claro que esa suma no es toda la realidad, pues falta ese dominio de cosas que
sabemos claramente que son por principio imperceptibles, como las formas, los
fantasmas o las conexiones entre eventos y cosas cuya percepción tiene que ser
mediada por aparatos o intuida y aprehendida por imaginación y por teoría. Pues
bien, a la totalidad de la realidad biológica más la realidad imperceptible que
cavilamos, postulamos y construimos con abstracciones es a lo que se le
denomina realidad metafísica o propiamente mundo humano.

La realidad hecha manifiesta en la mente humana como una totalidad de lo


existente, sujeta a un orden esencial que la preside, es a lo que llamamos mundo,
y el animal capaz de semejante logro se ha denominado a sí mismo Homo
Sapiens; mas no ha de entenderse este título en el sentido de que seamos los
únicos que sabemos, pues todo animal, en cierta forma, sabe, sino los que
sabemos del mundo, una manera ciertamente distinta de saber.

El modo de conocer propiamente humano, la racionalidad humana en la que se


funda nuestra autoatribución de un distintivo espiritual y de conciencia, tiene su
origen en el hecho de que somos criaturas con mundo, o animales de realidades,
según la expresión de Xavier Zubiri. Tener mundo es estar en la realidad de cara a
la totalidad de las cosas y no sólo en vínculo funcional de sobrevivencia con lo
pertinentemente vital. La condición humana no es la del mero viviente natural,
aunque nunca abandonamos nuestra dimensión puramente biológica,
terrestre. Usamos de nuestra inteligencia en cuanto mamíferos, bípedos, etc.,
pero una vida puramente natural es ya para nosotros una mera
abstracción. Imaginamos un estado primigenio, de prístina inocencia o
despiadada brutalidad, según nuestros humores; sin embargo, nos está vedado el
retorno a esa existencia de total inmediatez con la naturaleza. Los humanos
hemos emigrado hacia un dominio nuevo 8 . En efecto, el humano es el único
animal que se interesa por el todo, aunque le sea imperceptible; por lo que es
desconocido; pero, fundamentalmente, por averiguar el por qué de lo que existe,
es decir, por averiguar la esencia de las cosas

Esto significa que, en el desarrollo natural de la inteligencia, hay un momento en el


que su ejercicio, que funda el conocimiento, no se encara con el entorno para
resolver problemas de sobrevivencia sino que es capaz de encarar la existencia
de las cosas como un problema en sí mismo, es decir, como algo a explicar, como
un enigma por tanto. Así que, puesto que ello acontece sólo en el dominio
humano, los humanos somos los únicos animales que no sólo resolvemos
problemas sino que planteamos una relación problemática con las cosas, nos
hacemos de la realidad, problema. Esa es parte de nuestra esencia.

Estamos abocados a vivir en esta doble dimensión: de un lado, con nuestra


naturaleza natural, a la que no podemos renunciar pero a la que tampoco
podríamos abandonarnos. De otro lado, vivimos nuestra artificialidad de seres
culturales, de criaturas abocadas no únicamente a un entorno que nos demanda
sobrevivir sino también a una vastedad de cosas que solicitan nuestra atención y
demandan ser comprendidas, valoradas, apetecidas, etc.

En esta condición fundamental hunde sus raíces la otra dimensión constitutiva del
conocimiento: la racionalidad humana. Somos conocedores humanos en virtud de
que se ha ampliado enormemente nuestra morada en la realidad, en virtud de que
ya no somos criaturas adscritas a un entorno sino habitantes de algo más vasto y
misterioso: el mundo. Y, a pesar de los buenos oficios de la teoría biológica, que
nos explica de modo verosímil cómo pudimos llegar a forjarnos una representación
abierta del mundo, lo que pasa tras este tránsito lo tenemos que pensar, si no
como no adaptativo de plano, por lo menos como problemáticamente adaptativo.

8El mundo simbólico y fantástico, de carácter mental, en que consisten las culturas. Nacido de
esta propiedad simbólica surge el interrogar filosófico y científico.
[Tomado de: Ceballos, Ramiro. El conocimiento: naturaleza y sobrenaturalidad.
En: Cuadernos de humanidades. Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Medellín
2009]

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