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La razón por la cual sucede así, sostiene la teoría biológica del conocimiento, es
que, en el fondo, ambas realidades son una misma. Es decir, el conocimiento
como despliegue humano de una actividad inteligente y racional no es sino una
forma muy desarrollada y compleja de los procesos autoorganizadores y
computacionales que definen la unidad y la forma de existir de todo organismo
vivo. O sea que la cognición humana es el resultado de la evolución y
complejización de la cognición vital. Dicho de otra forma, la actividad inteligente
humana, el conocimiento humano, está anclado en una forma más básica y más
extendida de actividad inteligente: la inteligencia vital. Y si denominamos
conocimiento a la primera de estas actividades (la humana) deberíamos llamar
también conocimiento a la última (la vital) que constituye, en realidad, su primer
fundamento, su plataforma inicial, su soporte de existencia.
El conocimiento como concepto biológico tiene entonces un significado que se
dirige a señalar la identidad básica de las operaciones por las cuales la vida se
organiza, se orienta y se reproduce, con las actividades de los humanos propias
de su condición de seres con intelecto y razón. Pero así como señala esta
identidad de fondo, también tiene que hacer la diferencia entre la inteligencia
biológica, meramente natural, y la inteligencia racional. Hay, en efecto, diferencias
muy grandes a las cuales el concepto de conocimiento biológicamente entendido
deberá responder. Ahora bien, si la teoría que asimila ambos aspectos es una
buena teoría habrá de dar cuenta de estas diferencias y mostrar que son sólo
aparentes. Si no lo logra, se abre el interrogante en torno a sus límites y alcances.
1He seguido de cerca la exposición que hace Edgar Morin de este tránsito entre computación y
cogitación en: El método III. El conocimiento del conocimiento. Madrid. Cátedra. 1994. Págs. 45
a 61
ordenación; es decir, que estos mecanismos de orientación sobrepasan su función
cibernética básica, esto es, su función de dirección de la acción del organismo. La
conjunción de ambos procesos ha de conducir entonces a la aparición de la mente
humana, la forma más elaborada y compleja de sujeto cognoscente.
2 Esta ley de complejización es, con todo, apenas un caso del principio de evolución superior, que
se caracteriza por diversos rasgos como aumento de la complicación orgánica, formación de
estructuras más racionales, especialización de las estructuras nerviosas, aumento de la plasticidad,
etc. Véase a este respecto: Rensch, Bernhard. Homo sapiens. De animal a semidios. Madrid.
Alianza. 1980. Págs. 36-37
3 Riedl, Rupert. Biología del conocimiento. Editorial Labor S.A. Barcelona. 1983. pág. 28.
4 Véase: Dawkins, Richard. El relojero ciego. Editorial Labor S.A. Barcelona. 1988. cap. 2 Un
Es verdad que el Umwelt de cada organismo es privado; sólo ese organismo hace
ese tipo de contacto cualitativo con el mundo exterior. Pero el desarrollo de la
capacidad cerebral y de los sentidos concede a ciertas especies un acceso más
sofisticado a ese mundo exterior, el cual es, por otro lado, aunque no
perceptivamente, práctica e idealmente el mismo.
5Véase: Lorenz, Konrad. Consideraciones sobre las conductas animal y humana. Planeta
colombiana editorial S.A. Bogotá. 1984. Cap. IV. Páginas 205-229.
tempranos de la vida como en los insectos, los peces, etc. En general, el
aprendizaje es la habilidad para responder de modo muy complejo y flexible ante
los retos del entorno. Podemos hablar de una escala en esta flexibilidad: el polo de
la programación genética, donde encontramos los programas congénitos y los
reflejos innatos, estaría en la base. Luego encontramos los reflejos condicionados
(que se desarrollan por sensibilización o por aprendizaje asociativo) 6. Sobre esta
base innata, que sirve a funciones muy específicas de conservación, aparecen
formas adquiridas de reacción y conducta que amplían el rango de posibilidades
de movimiento, de acción y reacción de los animales.
En efecto: toda criatura vive su mundo propio al que tiene acceso en función de
cómo lo perciba y en función también de la estrategia de sobrevivencia de su
especie. Si llamamos a ese mundo realidad biológica podemos comprender que
más allá de esa realidad se abre una especie de escenario más vasto y
englobante, que sería una realidad metafísica, en la medida en que es no
perceptible por los sentidos; podemos llamarla suprasensible también.
En esta condición fundamental hunde sus raíces la otra dimensión constitutiva del
conocimiento: la racionalidad humana. Somos conocedores humanos en virtud de
que se ha ampliado enormemente nuestra morada en la realidad, en virtud de que
ya no somos criaturas adscritas a un entorno sino habitantes de algo más vasto y
misterioso: el mundo. Y, a pesar de los buenos oficios de la teoría biológica, que
nos explica de modo verosímil cómo pudimos llegar a forjarnos una representación
abierta del mundo, lo que pasa tras este tránsito lo tenemos que pensar, si no
como no adaptativo de plano, por lo menos como problemáticamente adaptativo.
8El mundo simbólico y fantástico, de carácter mental, en que consisten las culturas. Nacido de
esta propiedad simbólica surge el interrogar filosófico y científico.
[Tomado de: Ceballos, Ramiro. El conocimiento: naturaleza y sobrenaturalidad.
En: Cuadernos de humanidades. Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Medellín
2009]