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PRINCIPIOS JURÍDICOS EN MATERIA DE OBLIGACIONES.

I.- INTRODUCCIÓN

Existe una serie de principios a los que es menester dedicar un apartado en este
trabajo. Se trata de principios que inspiran a las legislaciones y que reciben una particular
aplicación en materia de obligaciones.

Se trata de muchos principios que han tenido su origen remoto en Roma, y que han ido
evolucionando. Debido a su contenido y fundamento son principios generales del Derecho.

Muchas otras ramas reconocen que uno de los grandes aportes del Derecho Civil ha
sido el de cultivar dichos principios.

En cuanto a las funciones que cumplen estos principios podemos mencionar las
siguientes:
- Orientar la legislación;
- Integrar lagunas legales;
- Elementos interpretativos para aclarar los pasajes obscuros.

Estas últimas dos encuentran consagración positiva en los artículos 170 nº 5 del CPC,
10 del COT y 24 del CC.

Cabe anotar que no todos los principios que mencionaremos tienen un reconocimiento
expreso en nuestro ordenamiento. Los principios a los cuales nos referiremos son los
siguientes:
a) La protección de la buena fe
b) La protección de la apariencia
c) El respeto a los actos propios
d) El repudio al enriquecimiento sin causa
II.- BREVE EXPOSICIÓN SOBRE ESTOS PRINCIPIOS

A.- LA PROTECCIÓN DE LA BUENA FE

Fe (fides) es convicción o creencia. La buena fe consiste en la convicción de actuar


lícitamente, honestamente.

Este principio consiste en que el derecho protege las actuaciones de buena fe; protege
a quien actúa de buena fe. Como contrapartida a esto, el Derecho repudia las actuaciones de
mala fe.

Este principio es indiscutiblemente acogido, y la doctrina postula su aplicación general


a todo el Derecho, en toda institución jurídica.

Fernando FUEYO observa que este principio no tiene una regla de carácter general,
pero sí numerosas aplicaciones en la legislación civil chilena. “A diferencia de lo que sucede en
otros Códigos Civiles, la buena fe carece en nuestro Código de formulación alguna como
principio general de derecho de aplicación amplia y extendida. Su aplicación en el Código es,
sin embargo, numerosa”.

Para FUEYO “Cuando el principio se dirige a la “conducta”, la buena fe en su esencia es


imperativo de corrección, lealtad, honestidad, cumplimiento, sinceridad, moralidad y apego a
la ley, al orden publico y a las buenas costumbres. Cuando el principio se dirige a la “norma”,
esta se interpreta, se integra o se crea con el auxilio del principio general de la buena fe, en el
cumplimiento de los fines del Derecho. Cuando se dirige a las decisiones de la autoridad – el
juez o no – obrará como corresponde”.

RODRÍGUEZ GREZ se refiere a la Buena Fe, dándole aplicación en el campo de las


obligaciones, y señala que “En el fondo se trata, en la materia que nos ocupa, de una actitud
interior que se puede resumir con una palabra: “lealtad” para contratar, para cumplir la
obligación asumida y para exigir el cumplimiento. Es obvio que la buena fe tiene una relación
directa con la actitud del deudor de pagar lo que efectivamente debe, sin eludir el deber
jurídico asumido; y del acreedor de no exigir sino aquello que como contrapartida le
corresponde y puede demandar de su deudor”.

La buena fe tiene dos sentidos a los cuales nos referiremos brevemente. Se distingue
entre buena fe subjetiva y buena fe objetiva.

La buena fe objetiva

En materia contractual – en la que se habla de la buena fe objetiva – importa este


principio desde las tratativas preliminares hasta la etapa poscontractual. Obviamente importa
en la etapa de celebración y de ejecución del contrato. La norma básica en nuestro Código,
respecto de la vertiente objetiva de la buena fe, es el art. 1546 de cuyo tenor pareciere inferise
que la buena fe rige solo en la ejecución (sigue al CC Francés). Es la doctrina y la
jurisprudencia la que le ha dado una aplicación general.

Se trata de un concepto jurídico indeterminado, regla legal flexible o concepto válvula,


al igual que otras nociones como “buen padre de familia”, “buenas costumbres”, “orden
público”, etc. Consecuencia de lo anterior es que la determinación del concepto queda
entregada al juez.

A diferencia de la buena fe subjetiva, consiste en el deber de comportarse correcta y


lealmente, apreciándose en abstracto (no en concreto como la buena fe subjetiva) mediante
las conductas socialmente exigibles, determinadas por los usos, la equidad y el modelo de un
hombre razonable.

Buena fe subjetiva

Es “La creencia o convicción interna o psicológica de encontrarse el sujeto en una


situación jurídica regular, aunque efectivamente no lo sea así”. Es una justificación del error.

Son diversas las normas que podríamos mencionar respecto a la buena fe subjetiva,
pero destacaremos los artículos 702, 706 y 707, en materia posesoria (materia de enorme
trascendencia).
PEÑAILILLO no está de acuerdo con la distinción entre la buena fe subjetiva y objetiva,
ya que, según él “La fe es una sola, con sus dos adjetivos mencionados.

Lo que suele entenderse por buena fe objetiva es mas bien un método para evaluar la
fe del sujeto. Ante la imposibilidad de descubrirla, atendida su naturaleza su naturaleza
subjetiva, síquica, hay que acudir a medios indirectos, y entonces aparece la comparación de
la actuación del sujeto con la conducta que tendría que haber adoptado”.

B.- LA PROTECCIÓN DE LA APARIENCIA

Este principio encuentra su germen más remoto en la noción de error común en el


derecho romano, que como se sabe, tenía el efecto de validar situaciones jurídicas que de no
mediar esta clase de error serian nulas.

Ha sido desarrollado predominantemente en el Derecho Comercial, lo cual se explica


por las mismas características de este último, dentro de las cuales podemos mencionar la
rapidez y la confianza.

Se lo define como “el principio en virtud del cual quien actúa guiándose por las
situaciones que contempla a su alrededor debe ser protegido si posteriormente se pretende
de esas situaciones no existen o tienen características distintas de las ostensibles”.

Como puede verse, este principio guarda relación con el de la buena fe y algunos llegan
a considerarlo una concreción de la misma. Lo anterior se basa en que el sujeto tiene la
convicción de que lo que observa es real.

Guarda también una relación estrecha con el principio del respeto a los actos propios.

El rol que juega este principio es importante, pues se lo considera como un principio
que satisface la necesidad de conferir seguridad a las relaciones jurídicas. Se trata de la
seguridad del que quiere actuar, del que quiere emprender negocios. Este principio cumple un
importante rol de utilidad social, es un estimulante a emprender actividades.
Podemos distinguir los elementos que constituyen la situación aparente, estos son:

a) Un elemento material, que consiste en un hecho o conjunto de hechos o


circunstancias. Se trata del elemento ostensible.

En este elemento – para que se configure una apariencia fuerte – importan los factores
tiempo y coherencia. Mientras más nítidos y coherentes se muestren los hechos y
circunstancias (entre sí y con otras situaciones cercanas), y permanezcan más tiempo, mas
fuerte será la apariencia. Por consiguiente es más posible que estos induzcan al error de ser
considerados una realidad.

b) Un elemento psicológico, la creencia errónea. Este se refiere a que el sujeto debe


tener la convicción de que lo que observa es la realidad.

Esta doctrina protege al sujeto de buena fe. Se agrega también dentro de este
elemento, el hecho de que la buena fe por si sola no basta, sino que además, el sujeto debe ser
diligente (el Derecho no está para proteger a los negligentes). La sola ignorancia de la
situación verdadera no es suficiente; debe tratarse de una ignorancia excusable. Debe
acreditar el sujeto que la ignorancia no se debe a su descuido o negligencia. En este sentido,
importan sus características personales (inteligencia, educación, experiencia, edad, etc.).

Nuestro Código recoge este principio en diversas disposiciones, dentro de las cuales
podemos mencionar las siguientes (entre otros tantos):
- El art. 1576.2 (Pago al tercero que estaba en posesión del crédito.
Estudiaremos este caso en su oportunidad)
- El art. 704 (El título del heredero aparente)
- El art. 2171 (Mandato aparente)
- El art. 1707 (Efecto de las contraescrituras)
- El art. 2058 (Inoponibilidad a los terceros de buena fe, de la nulidad de una sociedad si existe
de hecho).
- Los arts. 1490 y 1491 (Efectos de la resolución al cumplirse la condición resolutoria).
C.-EL RESPETO A LOS ACTOS PROPIOS

Se le conoce también como la doctrina del STOPPEL.

Su origen se remonta a la época medieval, por labor de los glosadores. Se basaban en


textos del Digesto.

Este principio consiste en “El deber de sometimiento a una conducta ya manifestada


por el sujeto en sus anteriores actuaciones, evitando así la agresión a un interés ajeno, que su
cambio provocaría”.

Es conocido un brocardo jurídico que lo sintetiza “Venire cum factum propium non valet” (No
puede irse válidamente contra los actos propios).

Como puede observarse, se trata de exigir a los sujetos que en sus sucesivas
actuaciones se mantengan coherentes o consecuentes, de forma tal que las actuaciones
posteriores guarden una correspondencia y armonía con las anteriores. En definitiva, que no
existan contradicciones entre unas y otras. Sus elementos son los siguientes:

a) Que un sujeto adopte una conducta.

La conducta la constituye un acto o un conjunto de actos, que revelan una determinada


actitud. Se trata de la adopción de una posición ante un estímulo o interés que lo ha incitado,
compuesta por hechos (u omisiones) en determinadas circunstancias.

Algunos autores señalan que la conducta debe reunir ciertas características, a saber:

- Relevante: se debe tratar de una actuación que surte algún efecto jurídico, que
trasciende en el ámbito jurídico, de las que importan al derecho y, por lo mismo, que afectan
intereses de otras personas, suscitando así la confianza en que tal conducta permanecerá (por
lo cual deciden guiarse por ella en sus propias actuaciones)
- Vinculante: a lo anterior, se añade que debe ser conscientemente desplegada, de
modo que revele una definida actitud adoptada por su autor frente a ciertas circunstancias.
Así configurada, suele llamársele conducta vinculante pues vincula o compromete al sujeto. La
jurisprudencia española ha fallado constantemente que se trata de actos encaminados a crear,
modificar o extinguir derechos en otras personas, de modo que “causan” estado, en el sentido
de que fijan posición, definiendo inalterablemente la posición jurídica de su autor. Se añade
que debe tratarse de una actuación que demuestre una actual y definitiva actitud, quedando
así excluidos los puros propósitos, aspiraciones, opiniones, confidencias, expresiones
incidentales; los que carecen de fuerza vinculante y pueden ser contravenidos.

- Consumada: se entiende no solo en el sentido de que la conducta debe estar concluida


en todos los elementos de que se compone según su naturaleza, sino también en el sentido de
que en esos términos queda configurado el carácter definitivo de la conducta.

- Eficaz: el acto que genera la conducta debe ser eficaz. Los actos ineficaces, por regla
general, no constituyen para los terceros una guía de comportamiento para sus propias
actuaciones. Se plantea una cuestión interesante en este punto ¿Qué ocurre con aquellos actos
cuyos defectos son imperceptibles? Y en materia de nulidad ¿Qué sucede con la validez
provisional y presuntiva, en virtud de la cual son tenidos por validos hasta la dictación de una
resolución jurisdiccional que los declare nulos? Se plantearían así problemas en cuanto a la
impugnación del acto por el sujeto (se diría que no procede la impugnación por contravenir el
acto en apariencia eficaz, cuestión que no es así pues las acciones de impugnación son
establecidas por la ley en base a diversos fundamentos, que no pueden ser sacrificados por
este principio.

La ley a veces priva a los sujetos de las acciones para impugnar los actos: nemo
auditur quem propiam turpitudinem allegans, cuestión que es diversa).

b) Exista una actuación posterior del anterior sujeto. Esta actuación debe revelar
un cambio de actitud o conducta, que ha de ser abiertamente contradictoria con la
anterior; aquí se encuentra la base del principio que estudiamos.
Se señala que el sujeto, con esta actuación, pretende obtener en su favor (sea
positivamente pidiendo algo, sea negativamente oponiéndose a una pretensión en su contra),
sin importarle la INCONGRUENCIA entre sus conductas. Se dice también que las conductas
deben darse dentro de un mismo centro de intereses, ya que en este, se espera que el sujeto
actué según su posición anterior.

c) Una contradicción.

La contradicción o incompatibilidad surge de la comparación entre las dos actitudes.


La contradicción entre ambas actitudes debe ser patente, fluir con claridad, de lo contrario
quedaría demostrado que los terceros tuvieron una razonable duda, y al dudar, deben hacerse
cargo de haber actuado fiándose de la actuación de la cual dudaban (Como se expresa en un
dicho popular: “Ante la duda, abstente”).

d) Identidad de sujetos.

El autor de la conducta debe ser el mismo. La doctrina mayoritaria postula la identidad


jurídica (por lo que los actos posteriores provienen de los herederos, representantes o el
representado, si el causante, representado o representante actuaron con anterioridad).
Algunos autores postulan que ambos sujetos deben ser los mismos.

D.-EL REPUDIO AL ENRIQUECIMIENTO SIN CAUSA.

Comúnmente se habla de “Enriquecimiento sin causa”, “Enriquecimiento indebido”,


“Enriquecimiento injusto”, “Enriquecimiento sin causa a expensas de otro”.

El profesor PEÑAILILLO hace notar que un principio importa una sustancia valorativa,
un postulado axiológico. Por lo mismo, las expresiones antedichas son impropias, pues son
neutras, y a este principio debiera enunciárselo como “principio del repudio al
enriquecimiento sin causa”.

La primera consagración de este principio – en términos generales – surge de la mano


del jurista romano SEXTO POMPONIO, en el siglo II d.C. Se consagra el siguiente brocardo
jurídico: “Iure naturae aequum est, neminem cum alteris detrimento e injuiria fieri
locupletiorem”. Lo anterior no dice otra cosa que “Es justo, por derecho natural, que nadie se
haga mas rico con daño y perjuicio de otro”.

Al principio en cuestión (repudio al enriquecimiento sin causa) suele definírsele como


“el principio en virtud del cual el derecho repudia el enriquecimiento a expensas de otro sin
una causa que lo justifique”.

Dice Antonio VODANOVIC que “El enriquecimiento sin causa consiste en el


desplazamiento de un valor pecuniario a otro, con empobrecimiento del primero y
enriquecimiento del segundo, sin que ello esté justificado por una operación jurídica (como la
donación) o por la ley”.

Pablo RODRÍGUEZ GREZ, sin definir el principio, pero señalando su contenido expresa
que: “Este principio, sancionado en numerosas disposiciones legales, excluye toda posibilidad
de que una persona se apropie de un beneficio, si ello no esta legitimado por una causa
verdadera y reconocida por el ordenamiento jurídico.”.

En nuestro ordenamiento, este principio no se encuentra regulado de manera explícita


y general, a diferencia de lo que acontece en textos positivos de otros países como China,
Alemania y Suiza.

Volveremos sobre este punto, pero lo desarrollaremos como fuente de las


obligaciones.

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