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Filipenses 2:6-11
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el
cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a
que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre
que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda
rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre” Filipenses 2:6-11.
Por toda la Biblia encontramos hombres y mujeres humillados a los pies del Señor,
por diferentes razones y con disímiles resultados. Cuando Cristo resucitó de los
muertos, esto dijo a sus discípulos:
“Mirad mis manos y mis pies”, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque
un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo
esto, les mostró las manos y los pies. (Lc. 24:39-40).
En primer lugar, a los pies del Señor, el alma es contrita. Allí, por tanto, se
llora de arrepentimiento, y es un lugar donde se obtiene perdón. Una
pecadora que vino a sus pies en casa de Simón, el fariseo, allí fue contrita de
espíritu y lloró su miseria espiritual. Mientras regaba con lágrimas los pies de Jesús
y los enjugaba con sus cabellos y besaba los pies de Jesús y los ungía con el
perfume, la gracia que brotaba del Maestro, la alcanzó, y Jesús le dijo: “Tus
pecados te son perdonados”(Ver Lc. 7:36-50). “Al corazón contrito y humillado, no
despreciarás tu, oh Dios” (Sal. 51:17).
Las mujeres que fueron al sepulcro, y constataron la resurrección del Hijo de Dios,
tuvieron esta reacción: “… cuando le vieron, abrazaron sus pies y le
adoraron” (Mt. 28:9).
Un Samaritano sanado de lepra: “…se postró rostro en tierra a los pies del
Salvador, dándole gracias… ” (Lc. 17:16).
Al apóstol Juan, el ángel ante quien se postró, le dijo: “Yo soy consiervo
tuyo y de tus hermanos… Adora a Dios” (Ap. 19:10).