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25/2/2018 La chica cactus, un cuento de Ana María Shua

 18/02/2018 - 00:06 Ι Clarin.com Ι Viva

Lectura

La chica cactus, un cuento de


Ana María Shua
La empleada de un call center tiene una extraña cualidad: puede
convertirse cuando quiere en una planta espinosa. ¿Le servirá para
frenar un acoso?

Ilustración: Hugo Horita

Ana María Shua

Hasta hace poco yo trabajaba en un call center y de alguna manera había


logrado soportar allí todo el año. Es muy raro que alguien llegue a
tomarse las vacaciones en un call center, la mayoría no aguanta más de
dos o tres meses como mucho. Hay que ser muy joven, tener mucha
paciencia y estar dispuesta a bancarse la presión. Por un lado, los
controles allí adentro... Al principio te parece la gloria, porque en ningún

otro lado te toman por cuatro horas, pero después te das cuenta que ni
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25/2/2018 La chica cactus, un cuento de Ana María Shua

esas cuatro horas te bancás, te quema la cabeza. Lo nuestro eran boxes


de seis personas en hilera. Te metés en tu cajita y entraste en una lógica
tipo escuela primaria.Todo reglamentado y controlado. Prohibido comer,
por ejemplo. Quince minutos por día para ir al baño. Una cámara que te
graba todo el tiempo y los supervisores que te controlan desde la base de
operaciones, cuánto dura cada llamada, si estás cumpliendo con la
productividad… Una locura.

Y por otra parte, la gente a la que llamamos, que, en su gran mayoría, se


defiende como puede. Algunos directamente te insultan y te cortan y yo
agradecía, porque al menos no te hacen perder tiempo. Los más malditos
te dicen “un momentito” y dejan el teléfono descolgado hasta que,
pasado el tiempo reglamentario, les podés cortar. Después están los que
se divierten, que a veces te torturan y a veces te hacen divertir a vos
también. Los que te dicen que te comunicaste con el Servicio Sacerdotal
de Urgencia, o con el Banco de Semen.

El problema es que no estás autorizada a cortarles de una, tenés que


seguir insistiendo en venderle el producto al Servicio Sacerdotal de
Urgencia (lo mío eran créditos especiales para jubilados), como si fuera
lo más normal del mundo. Encima yo lo tenía de supervisor a Darío, un
pesado insoportable y que me quería trincar como fuera. Dejate, bolú,
me decían otras chicas, total este infeliz no se queda con ninguna, solo
quiere probar y después ya se pone a buscar a la que sigue. Tampoco
daba para denuncia de acoso, porque, ¿en qué me podía joder Darío? No
le era tan fácil decir de mí esto o aquello porque mi trabajo quedaba
todo registrado. Lo más grave que me podía hacer era darme como
territorio de llamadas Santiago del Estero a la hora de la siesta, y cosas
así.

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25/2/2018 La chica cactus, un cuento de Ana María Shua

Ilustración: Hugo Horita.

La cuestión es que aguanté más de lo que yo misma hubiera creído y por


fin llegaron las vacaciones, casi no lo podía creer, diez días todos para
mí. Mi plan era usar el tiempo libre para explorar y desarrollar mis
poderes. Digo eso y ya estoy exagerando, así somos. “Mis poderes” eran
uno solo y bastante inútil. Más o menos desde los trece años que tengo la
capacidad de convertirme en cactus.

Me acuerdo de estar charlando con amigas, de repente no estaba de


acuerdo con alguna y me ponía como medio irónica y las chicas me
decían, ay, Flor, cómo sos, ya te pusiste pinchuda. Yo me frotaba las
manos, me daba cuenta de que empezaban a asomar las espinitas, y ya
sabía que mejor me iba a casa y me encerraba en mi cuarto.

Por un tiempo creí que iba a poder sacarle provecho. Alguien me


recomendó a un agente de artistas. Lo fui a ver con mucha ilusión, me
maquillé con todo el revoque y me puse el vestidito rosa viejo con un
hombro solo para que hiciera contraste con el verde de la piel al 
principio de la transformación.
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Hay que trabajarlo, explorarlo, ver bien hasta


dónde llega y qué se puede hacer con eso. Un
poder que no se controla bien, no es un poder, es
un problema.
Cuando le expliqué al tipo de qué se trataba, le brillaron los ojitos, era
algo muy original. Pero después le tuve que hacer una demostración y
ahí se fue todo al diablo. Mirá, nena, me dijo, está muy bueno lo tuyo
pero tardás mucho. Son como cuarenta minutos hasta que estás cactus
completa, para un espectáculo en vivo es aburridísimo, ¿dónde viste que
el público se aguante cuarenta minutos mirando algo tan lento? No
existe. Y para la tele ni hablar, no sirve, la gente enseguida piensa que es
un truco de cámara. Si lo pudieras llevar a cinco, diez minutos como
mucho…hasta ahí podría ser. Y se puso a hablar de la decadencia del
vodevil, de cómo desaparecieron los números vivos, en fin, pavadas que
no me interesaban. Me fui muy desanimada.

La cuestión es que ahora yo estaba más grande, veía las cosas con otra
perspectiva y me daba cuenta de que uno no puede tener un poder y
dejarlo que aflore así, al tun tun. Hay que trabajarlo, explorarlo, ver bien
hasta dónde llega y qué se puede hacer con eso.

Un poder que no se controla bien, no es un poder, es un problema. Por


supuesto me había visto todas las pelis de los X-Men, pero los X-Men son
yanquis, viven de otra manera, a los 17 años se van de la casa y después
ya se vuelven a ver con la familia solamente para Navidad, pero yo
seguía viviendo con mis padres, con lo que ganaba en el call center no
podía pagarme nada. Por suerte, este verano mis viejos estaban
invitados a la casa de unos amigos en Coronda y el departamentito me
quedó todo para mí.

Mirá también
La ola gigante, un cuento de Ana María Shua

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En cuanto estuve sola y tranquila, empecé a experimentar delante del


espejo. Me asombró descubrir que hay muchísimas variedades de cactus
y que yo podía convertirme en cualquiera. Miraba alguna imagen que
encontraba en el google para inspirarme y con un poco de concentración
me mandaba lo más bien para ese lado. Pero cuando trataba de
convertirme en otro tipo de planta, digamos un potus, o un eucaliptus
chico, no había nada que hacer.

De a poco fui aumentando la velocidad de la transformación, pero igual


todavía tardaba mucho para un espectáculo y, francamente, ¿qué otra
cosa podía hacer con un poder tan inútil? Mamá me decía “tu
problemita” y trataba de hablar de eso lo menos posible, como si fuera
una enfermedad, o un defecto grave. Un novio largo que tuve lo supo
también y se lo tomó tranqui, pero yo me di cuenta de que no lo
apreciaba y eso me hizo quererlo menos. Ese cactus verde y pinchudo
seguía siendo yo, y yo necesitaba que me quisieran de cualquier forma.

En esas estaba cuando recibí una llamada de Darío, el supervisor plomo.


Re buena onda esta vez, para decirme que estaba llamando a todo un
grupo de gente del call center, los que trabajaban mejor, porque había
aparecido una oportunidad en otro lugar donde pagaban más y el
trabajo era más interesante. Era un banco, necesitaban gente piola para
contestar llamadas de los clientes que tenían distintos problemas con las
tarjetas, como que se les habían quedado en el cajero, o se habían
desmagnetizado, o alguien se las había duplicado, cosas así. Parecía
entretenido y muchísimo más aliviado que molestar a la gente tratando
de venderles algo que no querían.

Mirá también
El mundo verdadero, un cuento de Ana María Shua

Darío me citó al día siguiente a una reunión de trabajo en su casa con


todos los compañeros que había seleccionado. Tendría que haberlo
sabido, ¿no? Idiota de mí. Obviamente en su casa no había nadie más.

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Obviamente cuando me enojé y dije que me iba se me tiró encima. Lo


que no fue tan obvio, ni siquiera para mí, fue que en ese momento de
desesperación algo pasó…

Como que descubrí algo adentro mío, es difícil de explicar, fue como
cuando sin querer aprendí a mover las orejas, una especie de palanquita
interna que me permitió transformarme en cactus justo a tiempo como
para que el imbécil se pinchara todo. No sé si gritaba más del dolor o del
susto. En pocos minutos volví a ser persona y me fui lo más campante.
Lo dejé llorando mientras trataba de arrancarse las espinas.

Dice mi agente que ya tiene un contacto con un representante del Cirque


du Soleil.

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