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Reflexiones finales
Parece indispensable “desprovincializar” el caso peruano a través la comparación sistemática
con otros casos similares, tanto en América Latina (Colombia, Guatemala), como en el resto del
mundo (Argelia, Cambodia, Rwanda). Esto nos llevará a comprender y a aceptar que el país vivió
una trágica experiencia de violencia de masas en la cual la militarización del Estado, la debilidad
de la estructura administrativa, de la nación y de la democracia, así como la pobreza y el
abandono de las poblaciones rurales han sido los factores que han desencadenado y alimentado
la violencia social. Esta violencia fue vehiculada, expandida y mantenida por la ideología y la
propaganda comunista del PCP-SL que volcó nuestro país en la barbarie de la guerra civil en una
gran parte del territorio nacional.
Las Fuerzas armadas siguieron el mismo camino ideológico y separaron la sociedad en
“terroristas que hay que eliminar” y colaboradores hasta los años 1990. La falta de
reconocimiento de estas realidades históricas por el Estado peruano, visible en la marginación
actual del IF dela CVR, que describe de manera remarcable nuestra historia política reciente, se
hace patente con la preponderancia de la estrategia del “olvido” desarrollada por el ex
presidente, el dictador Alberto Fujimori, y por su familia.
Para los que tuvieron una grave responsabilidad en la decadencia del Estado, civiles y militares,
el olvido es preferible al enfrentamiento de la verdad, ello asegura la impunidad; para la sociedad
civil, que luego de 16 años conoce la paz y una cierta mejora económica en las ciudades, debida
a la expansión del mercado consumista, el olvido asegura una cierta “paz interna”. Es mejor no
recordar para no sufrir.
De hecho, muchas sociedades salen de las guerras con un único deseo: olvidar y vivir el
presente. En Europa, los testimonios de las víctimas de la Segunda Guerra mundial (1939-1945)
fueron inaudibles hasta los años 1980-1990. La situación del Perú es todavía más compleja por
el hecho de que la mayoría del territorio y de las víctimas de la guerra pertenecen al “Perú
profundo”, que sigue siendo considerado por los citadinos como “un problema” (Basadre 1931).
¿Cuánto tiempo necesitaremos para crear/imaginar (Anderson 1983) una comunidad realmente
nacional, incluyendo todas las regiones, que esté dispuesta a reconocer, aceptar y enfrentar la
verdad y las consecuencias de la guerra civil de 1980-2000?