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Acosta, Mariano
Trilogía de agua y un cielo para Andrei Rubliev. -
1a ed. - Rosario : La Pulga Renga, 2014.
80 p. ; 20x13 cm. Duerme pues, y mi ojo seguirá abierto
ISBN 978-987-27333-5-3 Paul Celan
Inefable condición que se dilata a través del líquido reco- Gracias, Mariano, en veinte años de seguir discutiendo
rrido por la muerte del padre en “Aguas de Ofelia” o por el sobre la relación arte/mímesis, no me habías dicho “que las
ansia parricida, refractaria, en versos como “A callar, entonces, revoluciones y los sueños / son anteriores a las revoluciones” pero
ni silencio/ porque acá/ en la infamada sombra de la parra, cerrar sé que (Ahí estaremos).
los ojos/ y no habrase visto lo no visto”. Ya que ves padre, dice
Mariano, pero a la vez, escondido en la ensoñación del alco- Santiago Camani
hol, del placebo bacante del mundo, simulas que no ves. “Las
pupilas ocultas en los charcos de vino/ desde donde escondido/ aún
intentas mirarme”, me lo dicen, padre, y yo lo sé; padre terres-
tre, al que en espejo descubrimos nuevamente en Rubliev: “se
repite en la herrumbre de sus ruedas / la alcohólica muerte de mi
padre / que tiene la dimensión de los fracasos”. Has fracasado
pequeño dios, imberbe, que no ves a tus hijos, que no tienen
voz para decir el sufrimiento, porque o se vive o no se puede
decir, ya que “no hay entendimiento/ en la tierra que pisan los
pies rotos/ ni piedra sagrada, ni molino / capaces de hacer pan o fe
nutricia / en que seguir las horas que nos restan”.
Oh, diosito, padre que has muerto, has tenido que pasar
por la locura de Hamlet que condena, en la venganza, a Ofelia
a la locura; por la inquietante pasión del auto-idilio insatis-
factorio que ahogó en la sensación de seguridad a Narciso,
aferrado a su propia imagen sin saber qué/quién era; por el
desencanto de Ulises, el fecundo en ardides, que construía un
logos y sabía que el mundo sin ontos, logos sería; hasta la ima-
gen reverencial de Andrei, íkono piadoso de modelos profa-
nos, Fe en el imaginario de los pobres que no tienen venganza,
ni identidad, ni voz (logos), ni imagen para decir el dolor de
pasar con un pasar incesante por el mundo, a los que un trozo
de belleza quiere rescatar.
TRILOGÍA DE AGUA
Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV
AGUAS DE OFELIA
TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 13
contemplarme en la muerte
sobrevivir para perderme en los simulacros de la noche
cuando los cuerpos se aligeran
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gesto que incumbe al pensamiento que apresura el aire entre las hojas
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10 11
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otra ecuación
que más acá de junio da la resta
sin que nada repose en la palabra
contemplarse pantera
sin la saña, que diera al espíritu
el barrote
saberse
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I. II.
III. IV.
V. VI.
no los barcos.
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VII. VIII.
elijo la quietud que en el cuarto vacío más allá del mundo está el milagro
me aleja del sonido que la imagen prefigura detenida
que el viento confiere a los recuerdos como si fuese un recuerdo de las partes
al entrar en los árboles duraderas de las cosas, traducción
que las palabras proponen a los restos
sé que el menor susurro secos y muertos de lo ido
de las hojas que en su movimiento duran para impregnar el júbilo
devendrá en dolor en eso que se va
esa certeza
de no encontrar lo extinto,
asumo como si en vez de letras
fueran los dulces olores de los nardos
los que acompañan la llegada
de tu recuerdo
esta tarde
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IX. X.
XI. XII.
era como si volvieras con los aires de Holanda todo el calor que murmuraba en nosotros
de otros viajes que enfilaban las velas preside la soledad, otros desvelos
para hacer recalar en el puerto diferentes a los que insinuaban que
los fantasmas errantes la luz
que desde las juderías de Flandes sería la misma
trajeron tus historias a la mesa
nada viene
migración del eco de tu repetirte
a la caricia ya no comenzarán otra vez los diálogos
en el perturbado orden de una casa
yo evocaba la derrota de lo escrito en el despliegue de la horadadas sábanas
en el resto
no es dulce callar
si no puedo escucharte no fui perfecto espejo de la deseada sombra
negro humor de la réplica
me atrinchero
para escuchar la ausencia
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XIII. XIV.
muero de las cosas que detienen el tiempo susurro la forma de tu rostro, una réplica,
de las incertidumbres de la historia al pasado que es la condición de la penumbra
que se debaten sin saberme los pies se estiran
presente en el lugar de nadie como palabras que retornan a seducirse en tierra
con la evidencia de la costa del río
comparándome con el jacarandá de la ventana
y sabiéndome con menos vida —es la luz blanca del ocaso, dije
que el resto de las cosas con vida de la tierra
descubro las palabras murmuradas lo había previsto hace años Juan L
que al quedar encerradas cuando aún no estaba entredicho
confeccionan quietud entre la luz del sauce
como si fuera un bordado de hilo roto el sustrato asesino de la historia
que se elige tirar
después de todo, ahora vuelvo a sentarme,
en la inercia meridional del atardecer entrerriano
y pareciera que, perdido entre las voces
de las familias estiradas en la playa,
a mí tampoco
me hablaran los muertos
1. 2.
empiezas, con tu dolor, en la vertiente de mis sombras. sospecho, en tu dolor, mi tiempo, en las heridas,
respiras, es cierto, la condición del vino, que es la compañía, algo más que un gesto de ternura,
como si las cicatrices pudieran deshilarse para emprender que reconoce el que ve al que reconoce
la fuga de todos los recuerdos en la insalvable peregrinación de los sentidos
vuelves de la región silenciosa que también me tuvo por pasado
sin embargo, pesados como golpes en condición del sueño, vuelves del golpe que, a su manera,
me hablas de temores que apenas sostienen en mi ilusión de vida fue el silencio
la posible hora compartida
sin embargo, está en el relato que me diste
una vez más me propones el miedo desde la latitud de tu pasado la condición de irrumpir y su recuerdo porque sé
desde los juegos rotos que me rondan, del terror de por la noche cuando ceden las puertas
el infortunio del olvido que elige la salvación por el presente,
ya no patean la puerta, ya no invaden el cuarto en el fondo, tampoco supe refugiarme en el jardín
se hizo por fin milagro consagrado a la muerte del país de la infancia
el nombre de tu padre y el presentir se ha convertido
cuando el pasado se ausenta de los restos, en una emoción más nítida aún que los afectos
pero presiento el esfuerzo de impedir el recuerdo aunque hayan existido los lugares donde reí realmente
y atraviesa mi cuerpo la certidumbre de lo herido, con algo mejor que las caricias
la pena capital de la mirada en el paso silencioso de la tarde
pero no, no son las hojas, ni los pasos, ni el peso del reloj
ni el resto, lo que puede acunarme
3. 4.
hasta el nazca que inventó mi padre sobre mí no quedaron las rosas, los eclipses,
me pesa como el olor que resta en las almohadas que se sucedieron con el tiempo siendo tiempo
nada supe crear, nada me invita
a la retracción final de lo futuro se desfiguraron los contornos claros que el sol
de la mañana suponía
consolidé un pedido para inventar la tarde hasta dudar, incluso,
y tramité la proyección del tiempo en el rechazo de la luz que late en lo diurno
no sabía si volvería hasta mi casa y pretendí
evitar la pena que propone el recuerdo y dijimos
como si bastara a la configuración de la dulzura ser lo nadie y lo otro para soportar
la esperanza de la huida ese dolor capaz de congraciarse con los hados
y a fuerza de callar olvidamos los nombres
sé que para que en la niebla comience el movimiento
debo entrañarme otra vez fue otra entonces la ilusión
en las palabras oferentes de lo extinto las flores aún se mecen
5. 6.
en sus formas de cieno, las criaturas a través de la cerradura los terrores de la imagen
iban entre cinturas ya sin ritmos de amor derrotan a los otros
traídas como quien riega pan que habitan sumergidos en el agua o la sombra
entre los enjambres de los pájaros negros
los perros entraron en la casa
así que anocheciendo, fue previsto, escarbando con los dientes en la alfombra
casi conjetura de candiles,
aquel trasluz en que vendrías entre los maitines de la caza
el pelo se suelta en el revuelco
como escamas de piel sobre las sábanas
los pájaros, que al atardecer nos asolaban, te traían
con su entraña de visiones malditas
con lo suyo de rojo y páncreas destrozados son de animales esta noche
como quien dice pretendientes si criaturas celestes
y entonces qué cintura los músculos viriles que se inquietan
qué tiempo para mí, qué niebla protectora como inventando las formas de la espera
donde esconder las cartas del borracho
sostenía la luz a través de la neutra cerradura
como un trabajo hostil de la mañana veo a los animales sudando en el cansancio del destrozo
son la horda vengativa que andaba por los lindes
pretendiendo que las aves me hablaran la otra vuelta
corté sus cuerpos al trato de la lámpara y reclama, pero de forma vasta,
ensangrenté los manteles y la alfombra mis caricias
parada en el pasto
embebiendo sus pies entre la grama estaba ella,
mi abuela y sus contornos disipándose,
en el luto fresco del rocío
8. 9.
10. 11.
lento, casi herbívoro, en este atardecer sin emociones duerme un hombre en la cama
con esa libertad de jardín trasero entre las manos tiene en sí todos los ruidos de la espera
y ese dejo frutal, casi caricia, veo si lo miro ese misterio disiparse
escuchaba a Ulises, en las azucenas del patio de arena en la mañana
en el bricolor de las pimientas, en las cajitas de alabastro,
—traigan anzuelos! en las oscuridades del romero
y comenzaban con los oscuros de la tarde las cañas esta noche, es decir en sus sueños
las agonías de la pesca se llenan de pájaros marinos
como si los niños que habitaban la intimidad de sus sonidos
le pedía dorados en la orilla hubieran desertado en las esquinas
ser contemplado
por Dios, un simulacro
de celuloide que devuelve
una forma raída de pasado
un archivo
I II
mi boca, en esta tierra, tiene nombres vuelve otra vez criatura humana
atenaza la reliquia del poema en tu nombre
el agua hospédame de vuelta en la tranquila tarde
bordeada de horneros que apresuran el calor de la siesta y aparta para siempre las caricias
en su canto y la inclemente noche, que es cosa de los ángeles
el abuelo duerme la estatuaria
acompañado de los zorros de su orfandad lejana la impasible tranquilidad
de quien rehúye la terrible solicitud de la belleza
los tacos de reina se confunden con las calabazas
retratando en su amarillo la cadencia del sol arrebuja de hierros la palabra
en que se funde el patio que madura hasta que el exceso de metales nos desbaste
o nos congracie, al fin,
en la epifanía de qué jardín remoto con las marcas incrustadas a canto en nuestros rostros
–o de qué muro ungido con cenizas– con la orfebrería despiadada de las púas
habrá surgido con el campito aquel que atravesaba
la equivalencia entre majestad y moneda la espesura infantil de la pobreza
escalando alambradas
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III IV
una voz, en la ventana abierta sobre el limonero y la viña con tantos peces este desierto?
repara en la distancia que propone el umbral
del techo de la iglesia al cielo abierto argumento un Cristo al César del denario
un paso que opone el surco de pan
y esa voz al de las pérdidas
moliendo espacios
se fecunda a sí misma en el abismo áureo de la tarde así dice mi madre
V VI
VII VIII
estos ojos que apenas adivinan el cielo no será mi alma que con pesado luto
guiarán con la visión de tus grafías encarará la espuma de las doradas olas
el trazo que mis manos harán para fundar un mundo
del arco de unas cejas
para organizar en ellos la mirada y aunque conviene a su silencio
que en tu recuerdo no es el espesor de estas piedras
me mueva a la ternura el del cuerpo sumergido en el agua
IX X
XII XIII
la habrás visto también? como para recordarnos que las revoluciones y los sueños
viviendo en el mistol, en la tuna son anteriores a las revoluciones
en la abundancia el rojo del gauchito gil entroniza el santuario
del jugo al derramarse en la árida tierra en el patio de Antonia
que duplican las espinas del arbusto incipiente? y se celebra el esponsal de la esposa y esposo
con la virgen y el gaucho de sombra colorada
habrás visto desde ese ilusorio siglo trece
a Esperanza Nievas escondida en el trazo de la tierra pasan los sarmientos de la mano para llevarle flores
en la geografía de un órgano narrado y el nudo de los callos trastabilla con la gloria moribunda
en algo menor que la eternidad pero sin duda de las dalias
hecho en la extensión del desamparo?
(ahí estaremos)
es que acaso hay Dios, capaz de dar, de poner en el mundo
la aquilatada imagen de la muerte cuando la muerte
no acaba con la injusta experiencia
sino que prolonga el sopor del desencanto?
libro y en el tratamiento que la cuestión asume en una de nas que componen el poemario inscriben una variada gama de
sus partes, variadas señas respecto de la sacralidad que ya está rostros, como el de Esperanza Nievas -defensora de los dere-
en la historia de la búsqueda del personaje cuando afirma la chos indígenas- o de personajes literarios como los legendarios
creación, a contracorriente de la infinita crueldad que hay en Ulises y Ofelia -protagonistas de la saga homérica y de la tra-
el mundo. gedia shakesperiana- así como del gauchito Gil que constata
En ese marco, se reconstruye el relato estriado de la pro- la pervivencia de la religiosidad mestiza americana y la figura
pia vida asechada con tenacidad: se veneran episodios que de- emblemática de Narciso que, como otras, expone variaciones
vienen últimos porque hacen saber que siendo del orden del de la relación del sujeto con la muerte. Esto es: el imán con
pasado, sobredeterminan el presente para afirmar el porvenir. que quebrar la fascinación por la propia imagen para hacerle
En tal amalgamiento de las napas de la experiencia humana, lugar a las partidas, las pérdidas, las transformaciones posibili-
la escritura poética ha desplegado desde siempre una apuesta tadoras de otra vida. Tal registro dionisíaco de descentramien-
por el derecho al grito que implica la posibilidad que da ‘nacer to celebra la fuerza contrapuntística de la muerte y de la vida
en la subversión de lo dado’. Puesto que la poesía está enca- indisociables, sobre el telón de fondo de la persistente invo-
minada a transformar lo instituido mediante un trabajo en la cación amorosa de la figura del padre, a su vez relevado, por
lengua que, como éste es el caso, redimensiona los restos de Andrei Rubliev -célebre pintor, según se sabe, del medioevo
múltiples imágenes cuando ellas emplazan la materialización ruso-. Por esas vías el libro puede inscribir el don de la iconi-
de vivencias entre el goce, las fantasías y el horror. Torrentes cidad: no sólo cuando plasma eficazmente sendas por las que
del decir que encuentran litoral, derivas que exponen a la len- se hace visible lo invisible de la tumultuosa subjetividad una y
gua como un vasto manantial, repeticiones que formulan el otra vez desplegada, sino porque además materializa el deseo
juego de constataciones que parecieran no requerir de ninguna de sostener el horizonte de la destinación.
otra prueba más que la del hacerse de los poemas sobre los Desde siempre la poesía ha dignificado el destino del habla
recuerdos hacia los que a veces se abre el despojamiento y la por saber hacer ‘para otro’. En particular, cuando restituye el
nada. En esos rodeos con que se conquista bordadura contra pacto de abrir las puertas de lo real en la búsqueda de algo
el telón de fondo de lo informe se representan obsesiones, es- sagrado: una suerte de simiente soterrada que requiere de la
tancias tumultuosas, quehaceres de la mirada que le brindan al gravedad para hallar esplendor, como ocurre con la escena que
autor la posibilidad de jugar con una serie de personajes que traza la imagen de la trilogía connotando los trípticos anti-
quiebran el ensimismamiento para tender lazos fecundos con guos, así como el celo por el cielo que se deja anclar en torno
la alteridad. de Andrei Rubliev: el poder nombrar, indagar y esperar, cerca
Talladas en el agua -metáfora de la maleabilidad que se le de aquello que todavía admite ser concebido como portador
atribuye al lenguaje dador de dimensión humana-, las pági- de bondad, en términos de ‘ética de resistencia’ en tiempos
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amenazados por la devastación ominosa de los valores huma- La reminiscencia rilkeana, trabajada por Mariano, forja en
nos y la negación de la potencia que a la existencia le ofrecen lenguaje labrado con manos de orfebre una morada para que
los sueños. Ése es el ‘avance hacia atrás’ que el libro a cada paso el ‘exceso desbaste’: para que ‘llo despiadado de las púas’ con
propone: la mirada sobre el patio de atrás de la casa, la memo- que se patentiza el dolor individual y colectivo, se pueda erigir
ria, la alusión a sujetos que son del pasado pero están todavía en un genuino duelo con la dimensión que la poesía alberga
vigentes para sembrar preguntas y encanto, enamoramiento cuando elige ser posibilidad de gracia compartida y cotidia-
en torno de un tiempo por venir. na…
A contracorriente de la muerte entonces, el lector puede
contar desde ya, con la posibilidad de habitar la violencia de Claudia Caisso
hacer una cita plural con la belleza, esquiva y dura, que por Rosario, junio de 2014
difícil de ser apropiada deviene generosa en el rechazo de lo
sublime estatuario que paraliza. Como cuando se lee la invo-
cación que dice:
Prólogo ..............................................................................5
por Santiago Camani
Aguas de Ofelia
contemplarme en la muerte .................................................13
1 .......................................................................................14
2 .......................................................................................15
3 .......................................................................................16
4 .......................................................................................17
5 .......................................................................................18
6 .......................................................................................20
7 .......................................................................................21
8 .......................................................................................22
9 .......................................................................................23
10 .....................................................................................24
11 .....................................................................................25
12 .....................................................................................26
Aguas de Narciso
contemplarse a sí mismo a sabiendas del otro ........................29
I. ......................................................................................30
II. .....................................................................................31
III. ....................................................................................32
IV. ....................................................................................33 IV .....................................................................................67
V. .....................................................................................34 V ......................................................................................68
VI. ....................................................................................35 VI .....................................................................................69
VII. ..................................................................................36 VII ...................................................................................70
VIII. .................................................................................37 VIII ..................................................................................71
IX. ....................................................................................38 IX .....................................................................................72
X. .....................................................................................39 X ......................................................................................73
XI. ....................................................................................40 XI .....................................................................................75
XII. ..................................................................................41 XII ...................................................................................76
XIII. .................................................................................42 XIII ..................................................................................77
XIV. .................................................................................43
Epílogo ............................................................................79
Aguas de Ulises por Claudia Caisso
contemplarse en el partir pero encontrar ...............................47
1. ......................................................................................48
2. ......................................................................................49
3. ......................................................................................50
4. ......................................................................................51
5. ......................................................................................52
6. ......................................................................................53
7. ......................................................................................55
8. ......................................................................................56
9. ......................................................................................57
10. ....................................................................................58
11. ....................................................................................59
Fiscal de sangre
Juan Ignacio Cabrera
Retrovisor / Espejo
Federico Rodríguez
Rocío animal
Natalia Litvinova
Tarde Abedul
Alejandra Mendez
De vigilia
Claudio Sguro
Este libro se terminó de imprimir en
Art Talleres Gráficos, San Lorenzo 3255 - Rosario, Santa Fe,
en el mes de septiembre de 2014.
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