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Mariano Acosta

Biblioteca de Poesía TRILOGÍA DE AGUA


Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV
Biblioteca de Poesía

Acosta, Mariano
Trilogía de agua y un cielo para Andrei Rubliev. -
1a ed. - Rosario : La Pulga Renga, 2014.
80 p. ; 20x13 cm. Duerme pues, y mi ojo seguirá abierto
ISBN 978-987-27333-5-3 Paul Celan

1. Poesía Argentina. I. Título


CDD A861
Recorrer las instancias de Trilogía de agua y un cielo para
Fecha de catalogación: 04/09/2014 Andrei Rubliev implica entrar directo en el sueño, sin tomar
precauciones, ya que el sueño es flexible como el océano del
inconsciente. En ese juego de espejos que nos plantean Ofelia,
Fotografía de tapa: Luciano Besedovsky.
Narciso, Ulises y Rubliev, la muerte está al comienzo y está al
Diseño de tapa: María Eugenia Rodríguez.
final. El libro nos dice, pues, de esta muerte se puede desper-
Logo: Nicolás Quiroga.
tar, para ir otra vez a la muerte. O no dijo Tiresias consultado
Corrección: Vanesa Condito y Pablo Ascierto.
sobre Narciso: “Narciso podrá vivir muchos años a condición
Diagramación: Ernesto Ghioldi.
de que nunca se conozca a sí mismo”, conditio sine qua non
© 2014; La Pulga Renga Colectivo Editorial para entrar en el pliegue cíclico del sueño purgatorio, aunque
Ayacucho 1328 – Rosario, Argentina. esta vez no de la mano de Virgilio. De la mano de Mariano
e-mail: lapulgarengaeditora@hotmail.com.ar sabemos que el enigma consiste en “contemplarme [se] en la
facebook: La Pulga Renga muerte” tal cual comienza “Aguas de Ofelia”, el primer poe-
1a edición: 300 ejemplares.
mario en que se subdivide el libro. Sabiendo hacia el final, en
“Un cielo para Andrei Rubliev”, con María Teothokos y Espe-
Permitida la reproducción citando fuente. ranza Nievas, que la pregunta ante el espejo no es más que la
ISBN 978-987-27333-5-3 retórica de lo inefable, o: “Es que acaso hay Dios, capaz de dar,
de poner en el mundo “la aquilatada imagen de la muerte cuando
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
Impreso en Argentina.
la muerte/ no acaba con la injusta experiencia /sino que prolonga
el sopor del desencanto?”.
6 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 7

Inefable condición que se dilata a través del líquido reco- Gracias, Mariano, en veinte años de seguir discutiendo
rrido por la muerte del padre en “Aguas de Ofelia” o por el sobre la relación arte/mímesis, no me habías dicho “que las
ansia parricida, refractaria, en versos como “A callar, entonces, revoluciones y los sueños / son anteriores a las revoluciones” pero
ni silencio/ porque acá/ en la infamada sombra de la parra, cerrar sé que (Ahí estaremos).
los ojos/ y no habrase visto lo no visto”. Ya que ves padre, dice
Mariano, pero a la vez, escondido en la ensoñación del alco- Santiago Camani
hol, del placebo bacante del mundo, simulas que no ves. “Las
pupilas ocultas en los charcos de vino/ desde donde escondido/ aún
intentas mirarme”, me lo dicen, padre, y yo lo sé; padre terres-
tre, al que en espejo descubrimos nuevamente en Rubliev: “se
repite en la herrumbre de sus ruedas / la alcohólica muerte de mi
padre / que tiene la dimensión de los fracasos”. Has fracasado
pequeño dios, imberbe, que no ves a tus hijos, que no tienen
voz para decir el sufrimiento, porque o se vive o no se puede
decir, ya que “no hay entendimiento/ en la tierra que pisan los
pies rotos/ ni piedra sagrada, ni molino / capaces de hacer pan o fe
nutricia / en que seguir las horas que nos restan”.
Oh, diosito, padre que has muerto, has tenido que pasar
por la locura de Hamlet que condena, en la venganza, a Ofelia
a la locura; por la inquietante pasión del auto-idilio insatis-
factorio que ahogó en la sensación de seguridad a Narciso,
aferrado a su propia imagen sin saber qué/quién era; por el
desencanto de Ulises, el fecundo en ardides, que construía un
logos y sabía que el mundo sin ontos, logos sería; hasta la ima-
gen reverencial de Andrei, íkono piadoso de modelos profa-
nos, Fe en el imaginario de los pobres que no tienen venganza,
ni identidad, ni voz (logos), ni imagen para decir el dolor de
pasar con un pasar incesante por el mundo, a los que un trozo
de belleza quiere rescatar.
TRILOGÍA DE AGUA
Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV
AGUAS DE OFELIA
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contemplarme en la muerte
sobrevivir para perderme en los simulacros de la noche
cuando los cuerpos se aligeran

estatua en variación de maniquí

me contemplo en mi padre, que es recuerdo


y en la inagotable ascendencia
que tuvo de barro, en hambre angosta,
la urgencia engendrante de su sexo

agua me espera estéril de relato


hasta el último rito en que los juncos
avancen sobre la frustración de las formas
que no fueron eternas, camuflándolas
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el silencio a despecho yo sentado en el banco, señalando


que impone la medida de tu espacio a mi mundo apremiantes golondrinas en esbozo de otoño
vuelve a persuadirme de la muerte mi padre, en un gesto confuso,
hasta quedar latente. sostenido presencia el duelo entre el asombro y el trabajo
en el arco que el tiempo insoslayable
tiende desde el viejo potrero sobrevuelan en derrotero de tiempo
hasta mis sábanas con su rato de quietud reproductiva
lo que sobrevive a su relato
vuelvo otra vez a tu reparo, con el número en la sucesión de abril a este evidente marzo
que acota el pensamiento
y lo apremia a salir en la espalda, un gesto esquivo
a la materia en la molicie
para uncir el rumor de las totoras de un invisible hombre que mendiga
a la urgencia del roce de los cuerpos están los restos
que perdieron su ascendencia en el olvido
lo extinto que creía para siempre
se apresura paso sin levantar la vista
para auscultar tu nombre en mi recuerdo ajeno
y vuelve el peso que siento en mis espaldas empecinando pasado a costa de la ausencia

cada animal terrestre, cada planta


que tus palabras para mí inventaron

esos largos desvelos de la noche


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yo sé que la rosa no es la rosa si no quedara nadie capaz de comprender


no es la rosa, no es la rosa, no es la rosa las palabras que dijéramos
que bajo otro nombre y otro ser las variantes de la equívoca tristeza
fuera soñada la dulce tersura de la dalia
sus pétalos unísonos?
en la ambigüedad que nombran los amargos
de las almendras partidas ni una dalia
se soporta ni una palabra
no poder recordar ni silencio
el nombre de los muertos
ni la forma de agrupar las flores como si no fuese pena lo que existe
o de nombrar la multitud de estrellas si no existe
según íntima metáfora en su boca
como si no fuese posible ser víctimas
como adentrándonos en el lago de evidente silencio
la condición resignada del olvido
prologa el genocidio como arte mi abuelo,
de innúmera presencia como quien soporta la muerte de los otros y hace,
de eso, una sonrisa, se desplaza ligero
junto las manos ante la asfixia del silencio a la constelación de su memoria retraída
pero no es a Dios a quien yo llamo más allá del epigrama de la historia

con la punta del pie toca el césped


pero lo que crece se fuga renegando del tiempo del trabajo
y corresponde al agua la tersura
del verde donde retoma su pasado
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impresiona el contraste que sostienen


los ojos con la foto
5 arrasando la imagen de los sueños;
las miradas que apenas si se intuyen
en la certidumbre dual muerte y pasado
se anuncian a mi mano en los terrones
ella, sin embargo, exigua
la falacia de su cuerpo en el presente
en la duración de un tiempo que la excede
condenada al pan desmenuzado
en el arrabal podrido de sus dientes

camina agradeciendo el don


de unos últimos pasos

mi ser, que ya se prefigura como sombra


la acompaña
al linde de los junquillos y las rosas
a roturar la tierra

como si sanara sus entrañas

parece ordenar a media voz

apresura la bata sobre el pecho raído


y cierra la boca hacia el mismo silencio
para observar la tarea de mis manos
que ya no dependen de sus gestos
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última residencia la naciente hora la impresión de la música en el puente


acaso crisantemo, acaso dalia como si fueran dejos de romero o las palabras
confabulación de los pétalos en la extinta pericia que elegía mi padre para hablar de sus muertos
del plantador de semillas entre otras ficciones de la brisa

confusión en el tiempo, mis ficciones la fluidez de la tarde en el desorden


en palabras que dichas
resplandecen, aunque queden sin aire que se acumula en el misterio de los árboles

gesto que incumbe al pensamiento que apresura el aire entre las hojas

quietud para resistir bajo las flores no en el metal, en lo profundo,


ese momento de luz, esa tarde en la fronda
que se obceca en un instante del relato está inscripto el nombre de las víctimas
que, sin embargo, no emergerá del agua como si reposara el albedrío del silencio
en la elección sutil de sus materias
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por escucharlo, nomás, de rato en rato siguen a mi pesar ahí


encuentro las historias que repiten los geranios, la encendida súplica
la lenta creación del pensamiento que comulga en la tarde con lo extinto
mundo, siempre devenido en la ilusión solar de los limones
sombra y silencio: que no aroman el tapial
su palabra
Helena, conjetura de exilio
un pájaro en el amparo del vacío hecha nombre y cuerpo escarnecido
eclipsa el tiempo sucedido mascullando gritos
que se anuncia y confunde con los ciclos en la pared del fondo
donde más allá de la muerte
soy el mismo como un relato más de indiferencia
en que su indistinta muerte se fundara
accedo a la dorada noche, crepuscular
me abrumo agua
y cuando pienso semejarme a su silencio
clava el tordo su ser entre los sauces la sombra anciana

y la pena impera entre las hojas charcos en el patio tras la lluvia y yo


me mecía en la incesante predicción de aquel espejo
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a callar, entonces, ni silencio acá también la luz se extingue


porque acá en el relato que vendrá redescubriendo
en la infamada sombra de la parra, cerrar los ojos
y no habrase visto lo no visto nada de las marcas de esa extraña
y perdida ceremonia
pasa que perdura en el agua
enturbiará el jardín
el cuarto en desorden y la luz que queda
como si bastara el día ante los ojos así y balanceándose en la sombra
en péndulo del mundo
este desorden entre las copas el sueño me invadía
y lo no volcado:
era también mi muerte
invierno orillando las islas
el canto de los patos siriríes convocando la noche
las pupilas ocultas en los charcos de vino espejeaba el agua donde empezaba a contemplarme
desde donde escondido
aún intentas mirarme
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no estaban en el vino ya previstos AGUAS DE NARCISO


los actos que nos daban el presente

sólo la ancestral ilusión de renovarse


que da el ritual a lo que sigue

otra ecuación
que más acá de junio da la resta
sin que nada repose en la palabra

universo de restos, la resaca, retrata


retazos de lo ido

insistente noviazgo con la pérdida


que sin frecuentar luna dio en la sombra
una represalia en la partida
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contemplarse a sí mismo a sabiendas del otro


impregnarse de la dulce ceremonia
del sueño
que devuelve vedado a la vigilia

contemplarse pantera
sin la saña, que diera al espíritu
el barrote

saberse
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I. II.

es inútil, congenias es que hubiera podido


con los animales la imagen que contemplo en el espejo
de la casa, con los cactus inventar el gesto de
cuyo instinto rechaza lo creíble quien comienza la vendimia
en la encendida posibilidad de las hazañas creyendo que
a fuerza de amoroso trabajo
me recuerdas que ya nadie debe aventurarse la compañía era creación?
a las saladas planicies de las aguas
cuyos monstruos, en la opaca fantasía pero extender la mano, alzar los ojos,
se extinguieron de vino contemplar el sol en el racimo
dejando el terror difuso de lo ausente en el tenso equilibrio de la uva
convoca a la condena de un recuerdo
una medianía de relato que impregnó con promesas que fermentó la víspera
la monotonía de la pena que enhebra la costumbre
la mano se retrae,
las uvas quedan,
promesa de un más dulce licor para el viajero
que al final de los tiempos
exorcizará de versos los cuadernos
y volverá a cantarlos
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III. IV.

es cierto, el tiempo borra escuchas inmóvil ante la tormenta


la posibilidad de la ternura, no el recuerdo el diapasón del naranjo
tiembla
hecho de palabras pero ausente y revive el viaje a las quietas
es apenas susurro el sonido de tu andar en la casa tierras de la infancia
y es que ya no son las cosas
cuando comenzamos a nombrarlas —esta vez no te irás

en el olor la queja digo, para hacer del olvido una intuición


del jazmín en el agua de barco y de partida

confabulan —no, no me iré

los hilos en la rueca y el destino contestas, porque sabes que la distancia


que entonces nos cantaba es también para mí
algún consuelo
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V. VI.

vuelvo inmóvil a la encina existen los sauces cuando el viento


que figura la forma de los mástiles los mueve para ser sonido
que semeja el nocturno sabor
conjeturo el dolor de la partida de tu claro recuerdo
y torpe
como quien por vez primera entra a la casa de algo amado pero soy yo quien escucho
dejo que mis manos reposen al costado las palabras que apenas
con su ligera contracción de sufrimiento surgen del rozarse en la fronda
tengo en mis dientes la ecuación
tu calmo rostro, tu calmo pensamiento
de las perdidas cosas
permanece en el silencio
sobre todas mis voces, mis palabras,
y se aleja; finjo
y mi incrédulo cuerpo de espaldas al río
que supo primero la distancia, el sutil desprecio de un temblor que hay detalles que perduran
de esa imagen
en qué momento elegí
dejar de ser Aquiles para habitar su muerte
haciendo que las letras ocultaran las cosas?

fue difícil saberlo hasta tu cuerpo


que me sustrajo letra haciéndome mortal
en la arquitectura de la pérdida

viene la soledad, el canto.

no los barcos.
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VII. VIII.

elijo la quietud que en el cuarto vacío más allá del mundo está el milagro
me aleja del sonido que la imagen prefigura detenida
que el viento confiere a los recuerdos como si fuese un recuerdo de las partes
al entrar en los árboles duraderas de las cosas, traducción
que las palabras proponen a los restos
sé que el menor susurro secos y muertos de lo ido
de las hojas que en su movimiento duran para impregnar el júbilo
devendrá en dolor en eso que se va

esa certeza
de no encontrar lo extinto,
asumo como si en vez de letras
fueran los dulces olores de los nardos
los que acompañan la llegada
de tu recuerdo
esta tarde
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IX. X.

no pertenezco ya al reino de las formas, no importa lo que pase, permanecerá,


a los fresnos y castaños de flores amarillas mi rostro, rostro a tierra
a los baldes de agua que, en verano, ofrendaba mi padre con sus bocanadas de asfixiante pasado
a la hilera de árboles con su resto
de infecundo aire a bocanadas
dentro de mí soy sólo órgano que sangra con sus epifanías del recuerdo
Incapaz de las delicias que anunciaba
el artificio que podía conferir así todo y siendo que también perteneces
todos los vuelos al lugar de las cosas extintas
te supongo
ya no puedo escuchar los armónicos en la conmoción de una caricia
que en tu voz presentaban las palabras capaz de engendrar pequeñas hojas
entrecortadas del arrullo solar de las torcazas que rocen mi cuerpo mudo
cuyo canto se perdía
en el eucaliptus del patio
para continuarse en la comba dulce
que cruzaba el amarillo de las calabazas

qué hubiese sido, preguntaste una vez,


supuse entonces el mismo lago, el mismo volcán,
el mismo viaje
pero otros sueños
que, a la larga, se habrían salvado
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XI. XII.

no hay hombre que conozca la caricia es sólo el verano que se va


que era para mí la noche nada viene
cuando ibas enlazando los barcos de tu nombre
con las lanzas de casuarinas nada vendrá para buscarnos
que en el relato entretejido evocaban en la delicia del quinqué que acunaba las formas
las ya silentes historias de la casa entre los aromas del palo santo

era como si volvieras con los aires de Holanda todo el calor que murmuraba en nosotros
de otros viajes que enfilaban las velas preside la soledad, otros desvelos
para hacer recalar en el puerto diferentes a los que insinuaban que
los fantasmas errantes la luz
que desde las juderías de Flandes sería la misma
trajeron tus historias a la mesa
nada viene
migración del eco de tu repetirte
a la caricia ya no comenzarán otra vez los diálogos
en el perturbado orden de una casa
yo evocaba la derrota de lo escrito en el despliegue de la horadadas sábanas
en el resto
no es dulce callar
si no puedo escucharte no fui perfecto espejo de la deseada sombra
negro humor de la réplica
me atrinchero
para escuchar la ausencia
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XIII. XIV.

muero de las cosas que detienen el tiempo susurro la forma de tu rostro, una réplica,
de las incertidumbres de la historia al pasado que es la condición de la penumbra
que se debaten sin saberme los pies se estiran
presente en el lugar de nadie como palabras que retornan a seducirse en tierra
con la evidencia de la costa del río
comparándome con el jacarandá de la ventana
y sabiéndome con menos vida —es la luz blanca del ocaso, dije
que el resto de las cosas con vida de la tierra
descubro las palabras murmuradas lo había previsto hace años Juan L
que al quedar encerradas cuando aún no estaba entredicho
confeccionan quietud entre la luz del sauce
como si fuera un bordado de hilo roto el sustrato asesino de la historia
que se elige tirar
después de todo, ahora vuelvo a sentarme,
en la inercia meridional del atardecer entrerriano
y pareciera que, perdido entre las voces
de las familias estiradas en la playa,
a mí tampoco
me hablaran los muertos

pero es un recuerdo de tu mano sosteniendo el color de la imagen


la filigrana de signos que intentan dialogar con el pasado
lo que mueve mis pies sobre una tierra
incapaz de prescindir de su presente
AGUAS DE ULISES
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contemplarse en el partir pero encontrar


en las nervaduras de la cama
las raíces
que acusen la urgencia de ser ido

reprender al mundo de su tacto y largarse a las aguas


tal, Ulises, es la reliquia que esgrimes
sobre las ingrávidas olas
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1. 2.

empiezas, con tu dolor, en la vertiente de mis sombras. sospecho, en tu dolor, mi tiempo, en las heridas,
respiras, es cierto, la condición del vino, que es la compañía, algo más que un gesto de ternura,
como si las cicatrices pudieran deshilarse para emprender que reconoce el que ve al que reconoce
la fuga de todos los recuerdos en la insalvable peregrinación de los sentidos
vuelves de la región silenciosa que también me tuvo por pasado
sin embargo, pesados como golpes en condición del sueño, vuelves del golpe que, a su manera,
me hablas de temores que apenas sostienen en mi ilusión de vida fue el silencio
la posible hora compartida
sin embargo, está en el relato que me diste
una vez más me propones el miedo desde la latitud de tu pasado la condición de irrumpir y su recuerdo porque sé
desde los juegos rotos que me rondan, del terror de por la noche cuando ceden las puertas
el infortunio del olvido que elige la salvación por el presente,
ya no patean la puerta, ya no invaden el cuarto en el fondo, tampoco supe refugiarme en el jardín
se hizo por fin milagro consagrado a la muerte del país de la infancia
el nombre de tu padre y el presentir se ha convertido
cuando el pasado se ausenta de los restos, en una emoción más nítida aún que los afectos
pero presiento el esfuerzo de impedir el recuerdo aunque hayan existido los lugares donde reí realmente
y atraviesa mi cuerpo la certidumbre de lo herido, con algo mejor que las caricias
la pena capital de la mirada en el paso silencioso de la tarde

pero no, no son las hojas, ni los pasos, ni el peso del reloj
ni el resto, lo que puede acunarme

sólo la afirmación de la palabra


distraerme, hasta el linde del sueño
50 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 51

3. 4.

hasta el nazca que inventó mi padre sobre mí no quedaron las rosas, los eclipses,
me pesa como el olor que resta en las almohadas que se sucedieron con el tiempo siendo tiempo
nada supe crear, nada me invita
a la retracción final de lo futuro se desfiguraron los contornos claros que el sol
de la mañana suponía
consolidé un pedido para inventar la tarde hasta dudar, incluso,
y tramité la proyección del tiempo en el rechazo de la luz que late en lo diurno
no sabía si volvería hasta mi casa y pretendí
evitar la pena que propone el recuerdo y dijimos
como si bastara a la configuración de la dulzura ser lo nadie y lo otro para soportar
la esperanza de la huida ese dolor capaz de congraciarse con los hados
y a fuerza de callar olvidamos los nombres
sé que para que en la niebla comience el movimiento
debo entrañarme otra vez fue otra entonces la ilusión
en las palabras oferentes de lo extinto las flores aún se mecen

antes de la confusión de los espectros


mi padre empecinado en el trabajo de pensar en la letra
52 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 53

5. 6.

en sus formas de cieno, las criaturas a través de la cerradura los terrores de la imagen
iban entre cinturas ya sin ritmos de amor derrotan a los otros
traídas como quien riega pan que habitan sumergidos en el agua o la sombra
entre los enjambres de los pájaros negros
los perros entraron en la casa
así que anocheciendo, fue previsto, escarbando con los dientes en la alfombra
casi conjetura de candiles,
aquel trasluz en que vendrías entre los maitines de la caza
el pelo se suelta en el revuelco
como escamas de piel sobre las sábanas
los pájaros, que al atardecer nos asolaban, te traían
con su entraña de visiones malditas
con lo suyo de rojo y páncreas destrozados son de animales esta noche
como quien dice pretendientes si criaturas celestes
y entonces qué cintura los músculos viriles que se inquietan
qué tiempo para mí, qué niebla protectora como inventando las formas de la espera
donde esconder las cartas del borracho
sostenía la luz a través de la neutra cerradura
como un trabajo hostil de la mañana veo a los animales sudando en el cansancio del destrozo
son la horda vengativa que andaba por los lindes
pretendiendo que las aves me hablaran la otra vuelta
corté sus cuerpos al trato de la lámpara y reclama, pero de forma vasta,
ensangrenté los manteles y la alfombra mis caricias

pero todas las cosas terrestres, hasta las margaritas


se empecinaron en esconder las cenizas
54 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 55

dicen que si los miro


serán los perros en vez de los cerrojos
los que invadan mis sueños 7.
haciendo una mujer
toda llena de hombres

pretendiendo cuerpos y revueltas en la esquina me espantaron los bambúes


a manera de octubre con su runfla de sonidos
de lactantes sin tetas
y más allá las dalias en el cerco
reponiendo el jardín

parada en el pasto
embebiendo sus pies entre la grama estaba ella,
mi abuela y sus contornos disipándose,
en el luto fresco del rocío

mirarla era sentirme acariciado, pero corrí la vista


y tanteé con los dedos del pie en los zapatos
para saberme fuera
de la humedad, del barro, de los años

en ese tiempo yo era dulce al tacto


y al delicado vasto trato de la siesta
que mi abuela en su desdicha de consorte
cedía como un hombre no deseado
a los habitantes de sus sombras
56 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 57

8. 9.

tener un hijo de la tarde está en esa piel que envejece


del padre cuerpo que me acecha en los sillones de la sala
de las lábiles generaciones de abuelos un juego que en descanso perpetúa la muerte
o huir a la deriva, al mar abierto
salimos al jardín ya de tarde
a mí me empollaron las manos las gallinas casi sin pudores avancé entre las flores
y concebí de los girasoles que hasta en la forma de los nombres eran vértigo
hijos únicos
blancos como jugos de hombre, en este instante de aroma, de atardecer, floral
contemplando el sol si era la siesta confundo con ladridos de perros
los gritos de la casa
en esas brisas, blanco sexual,
quebraba el tacto el olor de las fresias apresuro, no sé dónde, pero apresuro mis pasos
con su ferocidad voraz y penetrante

aquellos veranos las cosas fueron vírgenes,


rebosantes entre la ropa escasa, límpidas,
empollaban hijos de miradas hostiles
que en los escombros de sus flores
anunciaban la repetición de las partidas
58 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 59

10. 11.

lento, casi herbívoro, en este atardecer sin emociones duerme un hombre en la cama
con esa libertad de jardín trasero entre las manos tiene en sí todos los ruidos de la espera
y ese dejo frutal, casi caricia, veo si lo miro ese misterio disiparse
escuchaba a Ulises, en las azucenas del patio de arena en la mañana
en el bricolor de las pimientas, en las cajitas de alabastro,
—traigan anzuelos! en las oscuridades del romero

y comenzaban con los oscuros de la tarde las cañas esta noche, es decir en sus sueños
las agonías de la pesca se llenan de pájaros marinos
como si los niños que habitaban la intimidad de sus sonidos
le pedía dorados en la orilla hubieran desertado en las esquinas

la costa, detalle detenido en la traza, y el temor a quedar en el patio vacío


irrumpe en lejanía como muerte se eriza en el follaje, en la cama
en el hombre que duerme
quedaban ahí los perros, lo escaso de la casa que son cuando los miro
una genealogía conocida casi una experiencia deletreable
reclamando la ausencia de los hombres
en esas cosas de las mujeres solas
imponiendo la asfixia
UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV
TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 63

ser contemplado
por Dios, un simulacro
de celuloide que devuelve
una forma raída de pasado
un archivo

por letra desconocida


amamantado en inseguro peso

ser contemplado para


que en la tranquilidad de otras pupilas
pudiese permanecer
condescendiente al tiempo
64 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 65

I II

mi boca, en esta tierra, tiene nombres vuelve otra vez criatura humana
atenaza la reliquia del poema en tu nombre
el agua hospédame de vuelta en la tranquila tarde
bordeada de horneros que apresuran el calor de la siesta y aparta para siempre las caricias
en su canto y la inclemente noche, que es cosa de los ángeles
el abuelo duerme la estatuaria
acompañado de los zorros de su orfandad lejana la impasible tranquilidad
de quien rehúye la terrible solicitud de la belleza
los tacos de reina se confunden con las calabazas
retratando en su amarillo la cadencia del sol arrebuja de hierros la palabra
en que se funde el patio que madura hasta que el exceso de metales nos desbaste
o nos congracie, al fin,
en la epifanía de qué jardín remoto con las marcas incrustadas a canto en nuestros rostros
–o de qué muro ungido con cenizas– con la orfebrería despiadada de las púas
habrá surgido con el campito aquel que atravesaba
la equivalencia entre majestad y moneda la espesura infantil de la pobreza
escalando alambradas
66 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 67

III IV

una voz, en la ventana abierta sobre el limonero y la viña con tantos peces este desierto?
repara en la distancia que propone el umbral
del techo de la iglesia al cielo abierto argumento un Cristo al César del denario
un paso que opone el surco de pan
y esa voz al de las pérdidas
moliendo espacios
se fecunda a sí misma en el abismo áureo de la tarde así dice mi madre

y también te reclama y me construye —habrá de ser la muerte rodeada de silencio


un mundo a la medida de lo extinto
a pleno aire de las miserias que administra la virgen
un caballo revolcándose en la tierra las lágrimas de cera tintinean
a la vista de un hombre que no existe y estallan en el piso al derretirse como monedas del consuelo
y que desde una fantasía de Tarkovsky
ilumina de íconos un inventado siglo trece y un poco más de calma
en que parece empezar el genocidio
pero ya no pescador
existe el intramuros
en que Andrei Rubliev pintó un cielo levantará la caña su resto de orfandad
para alejarse de los Tártaros su impronta de feroces retinas
eclipsando la pobre geografía del órgano
donde se bate el tiempo
con la búsqueda
y hace música sobre el panel de oro
que el fanal ilumina
Andrei Rubliev pinta en un siglo de celuloide roto
esperanzas que insisten con la muerte
68 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 69

V VI

a su manera, Andrei Rubliev era una anciana levantando la azada


decidió pintar un Cristo y en su rostro el asombro que producen los años
con los ojos abiertos pasando entre los brotes de trigo
como si el mundo le fuera un homenaje que se empeñan
a pesar de la muerte en perpetuar el pan
ese recuerdo de cuerpo resurrecto
todavía reclama la madera que fecunda la mesa
el fulgor de una estampa que ilumine
desde su tiempo extinto en la monótona azada yace
los estantes en que yacen la eternidad
los santos de los pobres de la también monótona caricia que retorna
con la celebración de una moneda hacia el hijo
desde la mirada que una y otra vez
éste sería el oro pretendido lo convoca como si pudiera acunarse
por aquel ilusorio personaje? sólo en el pasado

sostenido el silencio de este siglo


en el otro silencio depurado
de quien puede enamorarse
de un muro que fue piedra
y la fe por un Dios
y una imagen
en un mundo y un tiempo
que no existen
70 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 71

VII VIII

estos ojos que apenas adivinan el cielo no será mi alma que con pesado luto
guiarán con la visión de tus grafías encarará la espuma de las doradas olas
el trazo que mis manos harán para fundar un mundo
del arco de unas cejas
para organizar en ellos la mirada y aunque conviene a su silencio
que en tu recuerdo no es el espesor de estas piedras
me mueva a la ternura el del cuerpo sumergido en el agua

qué señala la letra, como un índice sino otro silencio soterrado


insistir en este amor que me cautiva que se mira en órbitas pretéritas
o abstenerme de una campesina centenaria
de las oraciones del silencio cuando entran en la casa los soldados
que me guardan en mí con mi palabra? a llevarse a los hijos
útero a sus soledades desterrado
más acá de las piedras hay otro continente el que se enraíza en la imagen
de cuya soledad conozco un puerto de una piedra
donde quiso Tarkovsky
que el tiempo se leyera
72 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 73

IX X

donde alguien se arrodilla de dolor es de tu mirada el mar y los recuerdos


María Theotokos no le muestra la muerte la piedra que se alza del lecho hecha peces
sino la maravilla que orna su mirada y el múltiple pan sobre la mesa
sin embargo,
fue, según tengo entendido, de su rostro el tiempo amputado de la imagen
de donde nació mi cuerpo prosigue su soledad sobre las horas
y los caballos y los animales dóciles que en el día en que el carro se arrastra en ser humano
invaden la cripta de mis sueños que nadie llamará para la cena
apenas aparente en la promesa
la soledad dice arrebatar se repite en la herrumbre de sus ruedas
del río nuevos peces con sus redes la alcohólica muerte de mi padre
y un sinnúmero de islas que nacen que tiene la dimensión de los fracasos
en el barro que esquiva la corriente y en el agua que ya no esquiva la indulgencia
de pensar en un mundo repentino
y es también de soledad el sobrio ensueño el cuenco bautismal de barro me acentúa
de la mujer revolviendo la comida el asombro de un mundo que se escapa
traída a trajines de plaza a la mesa
entre la humillación del golpe y de la dádiva y es que ya no hay entendimiento
en la tierra que pisan los pies rotos
por eso están sus ojos auspiciando ni piedra sagrada, ni molino
la comunión de quien se junta para verlos capaces de hacer pan o fe nutricia
y que repiten en que seguir las horas que nos restan
desde un tiempo que se pretende imaginario
la grata posibilidad de compañía
74 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 75

padre humano capaz en algún tiempo de la sombra


y la ceniza humanas
de esta vida arrebata el rasguido que nos reta XI
a la música de pensar en el pasado
de pensar en la presencia de tu mundo
puesto en esta mesa
por la puerta, más bien entornada de la iglesia
la penumbra dibuja la sombra de María
que aparece, como si en vez del ansia por el oro
fuera otro círculo, el sol, lo que la lleva
Andrei Rubliev, que contempla el portal y es el demiurgo
elije un efecto de luz en que pudiere
sobrevivir el cuerpo del hombre a la molicie
de la cotidiana humillación del hambre y del trabajo

el magro rito de morir la luz envuelve


y la abundancia surge del harapo

de poco sirve, sin embargo, aunque el pintor


se empeñe en ignorarlo
la bendición de la luz en la imponente puerta
poco vale en la mesa vacía
76 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 77

XII XIII

la habrás visto también? como para recordarnos que las revoluciones y los sueños
viviendo en el mistol, en la tuna son anteriores a las revoluciones
en la abundancia el rojo del gauchito gil entroniza el santuario
del jugo al derramarse en la árida tierra en el patio de Antonia
que duplican las espinas del arbusto incipiente? y se celebra el esponsal de la esposa y esposo
con la virgen y el gaucho de sombra colorada
habrás visto desde ese ilusorio siglo trece
a Esperanza Nievas escondida en el trazo de la tierra pasan los sarmientos de la mano para llevarle flores
en la geografía de un órgano narrado y el nudo de los callos trastabilla con la gloria moribunda
en algo menor que la eternidad pero sin duda de las dalias
hecho en la extensión del desamparo?
(ahí estaremos)
es que acaso hay Dios, capaz de dar, de poner en el mundo
la aquilatada imagen de la muerte cuando la muerte
no acaba con la injusta experiencia
sino que prolonga el sopor del desencanto?

habrá sido entonces un camino, el senderito casi que unos ojos


intuidos como salvación para los pobres,
el que pintaste del color abusado de la íntima pulpa
de las tunas,
lo que abrazó a Esperanza Nievas
cada vez que la virgen la miraba?
EPÍLOGO

Existe un modo singular de dialogar con la ausencia en


Trilogía de agua y un cielo para Andrei Rubliev de Mariano
Acosta por el que la rememoración rotura espacios de inaudita
intensidad. Entre la casa que evoca la experiencia familiar y el
patio que en varios momentos inscribe la alegoría de jardines
siniestros, insiste el dibujo de estados límites o niveles de exta-
sialidad, que aparecen como en el mundo al revés pintado en
los jardines de El Bosco. Así, cuando en las primeras líneas del
libro se lee “ritos en que los juncos avancen sobre la frustración
de las formas”, tal vez sea posible reconocer cierta matriz que
orienta el decir a propósito del énfasis puesto en la sensoria-
lidad, porque se multiplican los rastros que alimentan la per-
cepción a propósito de sensaciones y afectos. ¿Cómo podrían
avanzar, si no, tales juncos sobre la frustración de las formas?
Acaso en esa afirmación paradojal de lo que cobra existencia
porque no se corresponde con el avance en el sentido progre-
sivo del término ni con una concepción de la escritura como
mero reflejo de la realidad, podamos encontrar algunas de
las claves que alientan la construcción de un ámbito poético.
Puesto que los juncos que preanuncian la frustración de las
formas, en su flexibilidad, permiten ‘imaginar’, esto es, ‘sentir
la duplicación dinámica de un estado’, una forma de estar y
materializar la carencia como posibilidad. Por otra parte, la
alusión al “cielo para Andrei Rubliev” acentúa en el título del
80 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 81

libro y en el tratamiento que la cuestión asume en una de nas que componen el poemario inscriben una variada gama de
sus partes, variadas señas respecto de la sacralidad que ya está rostros, como el de Esperanza Nievas -defensora de los dere-
en la historia de la búsqueda del personaje cuando afirma la chos indígenas- o de personajes literarios como los legendarios
creación, a contracorriente de la infinita crueldad que hay en Ulises y Ofelia -protagonistas de la saga homérica y de la tra-
el mundo. gedia shakesperiana- así como del gauchito Gil que constata
En ese marco, se reconstruye el relato estriado de la pro- la pervivencia de la religiosidad mestiza americana y la figura
pia vida asechada con tenacidad: se veneran episodios que de- emblemática de Narciso que, como otras, expone variaciones
vienen últimos porque hacen saber que siendo del orden del de la relación del sujeto con la muerte. Esto es: el imán con
pasado, sobredeterminan el presente para afirmar el porvenir. que quebrar la fascinación por la propia imagen para hacerle
En tal amalgamiento de las napas de la experiencia humana, lugar a las partidas, las pérdidas, las transformaciones posibili-
la escritura poética ha desplegado desde siempre una apuesta tadoras de otra vida. Tal registro dionisíaco de descentramien-
por el derecho al grito que implica la posibilidad que da ‘nacer to celebra la fuerza contrapuntística de la muerte y de la vida
en la subversión de lo dado’. Puesto que la poesía está enca- indisociables, sobre el telón de fondo de la persistente invo-
minada a transformar lo instituido mediante un trabajo en la cación amorosa de la figura del padre, a su vez relevado, por
lengua que, como éste es el caso, redimensiona los restos de Andrei Rubliev -célebre pintor, según se sabe, del medioevo
múltiples imágenes cuando ellas emplazan la materialización ruso-. Por esas vías el libro puede inscribir el don de la iconi-
de vivencias entre el goce, las fantasías y el horror. Torrentes cidad: no sólo cuando plasma eficazmente sendas por las que
del decir que encuentran litoral, derivas que exponen a la len- se hace visible lo invisible de la tumultuosa subjetividad una y
gua como un vasto manantial, repeticiones que formulan el otra vez desplegada, sino porque además materializa el deseo
juego de constataciones que parecieran no requerir de ninguna de sostener el horizonte de la destinación.
otra prueba más que la del hacerse de los poemas sobre los Desde siempre la poesía ha dignificado el destino del habla
recuerdos hacia los que a veces se abre el despojamiento y la por saber hacer ‘para otro’. En particular, cuando restituye el
nada. En esos rodeos con que se conquista bordadura contra pacto de abrir las puertas de lo real en la búsqueda de algo
el telón de fondo de lo informe se representan obsesiones, es- sagrado: una suerte de simiente soterrada que requiere de la
tancias tumultuosas, quehaceres de la mirada que le brindan al gravedad para hallar esplendor, como ocurre con la escena que
autor la posibilidad de jugar con una serie de personajes que traza la imagen de la trilogía connotando los trípticos anti-
quiebran el ensimismamiento para tender lazos fecundos con guos, así como el celo por el cielo que se deja anclar en torno
la alteridad. de Andrei Rubliev: el poder nombrar, indagar y esperar, cerca
Talladas en el agua -metáfora de la maleabilidad que se le de aquello que todavía admite ser concebido como portador
atribuye al lenguaje dador de dimensión humana-, las pági- de bondad, en términos de ‘ética de resistencia’ en tiempos
82 MARIANO ACOSTA TRILOGÍA DE AGUA Y UN CIELO PARA ANDREI RUBLIEV 83

amenazados por la devastación ominosa de los valores huma- La reminiscencia rilkeana, trabajada por Mariano, forja en
nos y la negación de la potencia que a la existencia le ofrecen lenguaje labrado con manos de orfebre una morada para que
los sueños. Ése es el ‘avance hacia atrás’ que el libro a cada paso el ‘exceso desbaste’: para que ‘llo despiadado de las púas’ con
propone: la mirada sobre el patio de atrás de la casa, la memo- que se patentiza el dolor individual y colectivo, se pueda erigir
ria, la alusión a sujetos que son del pasado pero están todavía en un genuino duelo con la dimensión que la poesía alberga
vigentes para sembrar preguntas y encanto, enamoramiento cuando elige ser posibilidad de gracia compartida y cotidia-
en torno de un tiempo por venir. na…
A contracorriente de la muerte entonces, el lector puede
contar desde ya, con la posibilidad de habitar la violencia de Claudia Caisso
hacer una cita plural con la belleza, esquiva y dura, que por Rosario, junio de 2014
difícil de ser apropiada deviene generosa en el rechazo de lo
sublime estatuario que paraliza. Como cuando se lee la invo-
cación que dice:

“Vuelve otra vez criatura humana


Amenaza la reliquia del poema en tu nombre
Hospédame de vuelta en la tranquila tarde
Y aparta para siempre las caricias
Y la inclemente noche, que es cosa de ángeles
La estatuaria
La impasible tranquilidad
De quien rehúye la terrible solicitud de la belleza

Arrebuja de hierros la palabra


Hasta que el exceso de metales nos desbaste
O nos congracie, al fin,
Con las marcas incrustadas a canto en nuestros rostros
Con la orfebrería despiadada de las púas
Con el campito aquel que atravesaba
La espesura infantil de la pobreza
Escalando alambradas”
Índice

Prólogo ..............................................................................5
por Santiago Camani

Aguas de Ofelia
contemplarme en la muerte .................................................13
1 .......................................................................................14
2 .......................................................................................15
3 .......................................................................................16
4 .......................................................................................17
5 .......................................................................................18
6 .......................................................................................20
7 .......................................................................................21
8 .......................................................................................22
9 .......................................................................................23
10 .....................................................................................24
11 .....................................................................................25
12 .....................................................................................26

Aguas de Narciso
contemplarse a sí mismo a sabiendas del otro ........................29
I. ......................................................................................30
II. .....................................................................................31
III. ....................................................................................32
IV. ....................................................................................33 IV .....................................................................................67
V. .....................................................................................34 V ......................................................................................68
VI. ....................................................................................35 VI .....................................................................................69
VII. ..................................................................................36 VII ...................................................................................70
VIII. .................................................................................37 VIII ..................................................................................71
IX. ....................................................................................38 IX .....................................................................................72
X. .....................................................................................39 X ......................................................................................73
XI. ....................................................................................40 XI .....................................................................................75
XII. ..................................................................................41 XII ...................................................................................76
XIII. .................................................................................42 XIII ..................................................................................77
XIV. .................................................................................43
Epílogo ............................................................................79
Aguas de Ulises por Claudia Caisso
contemplarse en el partir pero encontrar ...............................47
1. ......................................................................................48
2. ......................................................................................49
3. ......................................................................................50
4. ......................................................................................51
5. ......................................................................................52
6. ......................................................................................53
7. ......................................................................................55
8. ......................................................................................56
9. ......................................................................................57
10. ....................................................................................58
11. ....................................................................................59

Un cielo para Andrei Rubliev


ser contemplado .................................................................63
I .......................................................................................64
II ......................................................................................65
III .....................................................................................66
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De vigilia
Claudio Sguro
Este libro se terminó de imprimir en
Art Talleres Gráficos, San Lorenzo 3255 - Rosario, Santa Fe,
en el mes de septiembre de 2014.
e-mail: art.talleresgraficos@gmail.com

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