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En una entrevista me preguntaron cómo

combatir al racismo reaccionario. ¿Qué


respondí? “Con racismo progresista” ¿Cómo?
¿qué quiere decir? Claro que no quise decir
racismo, sino lo siguiente: Por supuesto que los
chistes racistas pueden ser extremadamente
opresivos, humillantes y demás. Pero creo que
la solución es crear una cierta atmósfera, hacer
estos chistes de tal manera que realmente
funcionen como esa pizca de contacto obsceno
que funde una verdadera cercanía entre
nosotros. Y me refiero a mi propia experiencia
política en la ex-Yugoslavia. Recuerdo cuando
de joven conocí a gente de otras repúblicas ex
yugoslavas: serbios, croatas, bosnios, etc.
Pasábamos todo el tiempo haciéndonos chistes
vulgares sobre cada uno de nosotros. Pero no
tanto contra el otro, sino –de un modo
maravilloso– compitiendo para ver quién podía
hacer el chiste más sucio sobre nosotros
mismos.
Se trataba de chistes obscenos y racistas. Pero
como efecto resultaba un maravilloso sentido
de obscena solidaridad compartida. Y tengo
otra prueba, ¿Sabías que cuando estalló en
Yugoslavia la guerra civil (a comienzos de los
’90, y previamente las tensiones raciales en los
’80), las primeras víctimas fueron los chistes?
Desaparecieron de inmediato […]. Un ejemplo:
Digamos que visito un país extranjero. Yo
detesto ese respeto políticamente correcto:
“Oh, cómo es tu comida, cuál es tu cultura…”
¡No!, yo les digo: “Cuéntame un chiste sucio
sobre ustedes” y así nos hacemos amigos. Eso
funciona.
¿Se ve entonces esa ambigüedad? Ése es mi
problema con la corrección política. Es una
forma de autodisciplinamiento que no
permite verdaderamente superar el
racismo. No es más que racismo oprimido
y controlado. Contaré otra historia, una
sencilla que me sucedió hace un año: Estaba en
una librería firmando ejemplares de uno de mis
libros cuando se acercaron dos muchachos
negros, dos afroamericanos… no, no me gusta
el término “afroamericanos”. A mis amigos
negros tampoco les gusta, porque por razones
obvias puede ser más racista. Pero el punto es
que me pidieron que les firmase un libro, y no
más verlos ahí no pude contener mi comentario
racista, cuando les devolvía los libros, les dije:
“Bueno, no sé cuál es para cuál, imagínense,
ustedes como los chinos parecen todos
iguales”. Fue entonces que me dieron un
abrazo y me dijeron: “Tú puedes llamarnos
‘nigga’ [nombre ofensivo si es usado por una
persona blanca con la que no se tiene
confianza, pero de fraternidad para cierta gente
negra]. Cuando te dicen algo así significa:
“Realmente nos sentimos cercanos”. Ellos
automáticamente lo comprendieron.
Otro caso fue uno en el que tuve un problema
estúpido: En una charla había un sordomudo
que preguntó si podía haber un traductor. Y no
pude resistirme, en medio de la charla, frente a
doscientas o trescientas personas, les dije:
“Pero ¿qué hacen esto chicos? Veo esos gestos
del traductor y me parece como si estuvieran
haciendo no sé qué obscenidades”. Y el chico
se puso a reír de tal manera que nos hicimos
amigos, hasta que una vieja estúpida fue a
denunciar que estaba burlándome de un
discapacitado. ¿¡Pero cómo es que no vio que
de esa manera nos estábamos haciendo
amigos!?
Pero aguarden, que no soy idiota. Sé muy bien
que esto no significa que tengamos que estar
corriendo unos atrás de otros humillándonos
continuamente. Es un gran arte saber cómo
hacerlo. Sólo estoy postulando esta
hipótesis: que sin una pizca de mutua
obscenidad amigable no es posible tener
un contacto real con el otro. Permanece
ese frío respeto. Necesitamos una pizca
para establecer un verdadero
contacto. Eso es de lo que carece para mí
la corrección política […]. Sé, claro, que es
mejor que el racismo abierto. Pero me pregunto
si funciona. Porque yo nunca me creí todas esas
situaciones de: No son “niggas”, son “nigros”.
No son “nigros”, son “negros”. No son “negros,
son “afroamericanos”. Bueno, acaso son ellos
los que tienen que decidir en realidad [1].
Sólo sé que cuando estaba en Missoula,
Montana, me puse a conversar muy
amigablemente con unos “Nativos Americanos”
[la forma políticamente correcta de decir
“indios”]. Ellos detestan ese término, y me han
dado una maravillosa razón. Me dijeron:
¿“Nativo Americanos”? … ¿y los otros qué son
“Cultural Americanos”? ¿Entonces qué?
¿Nosotros seríamos una parte de la naturaleza?
Me dijeron: “Preferimos mucho más que nos
llamen ‘indios’. Al menos nuestro nombre es un
monumento a la estupidez blanca, por creer
que estaban en la India”. Y tenían una
maravillosa intuición sobre esta mierda “new
age”: Los blancos ejercen una explotación
tecnológica sobre la naturaleza, mientras que
los nativos se relacionan con la naturaleza de
un modo “dialógico”, “holístico”: antes de cavar
la Tierra, le piden permiso a la montaña, bla,
bla… Uno de ellos me dijo brutalmente que, en
un breve texto que escribió demuestra, no sé si
es verdad, que los nativos mataron más búfalos
y quemaron más bosques que todos los blancos
juntos. Éste es el punto: Que lo más racista es
que condescendientemente se les pusiera en
ese pedestal de lo primitivo, orgánico, vida
comunitaria en el seno de la madre naturaleza,
etc. ¡No¡, me dijo que también podemos ser
malos; también podemos ser horribles. Su
derecho fundamental es poder ser malvados
también. Si nosotros podemos serlo, ¿por qué
ellos no?.
De nuevo: Respecto del racismo hay que ser
muy preciso, como para no combatirlo de modo
que finalmente reproduzcan si no al racismo
mismo, sí sus condiciones de posibilidad […].
Sabes, yo admiro sinceramente a Malcolm X.
¿Sabes por qué? ¿Qué significa X? Significa, por
supuesto, que no tenemos apellido. Los
esclavos negros fueron arrancados y privados
de sus raíces, así como de sus lazos familiares
cuando fueron secuestrados de África.
Pero, ¿cuál es su genio? Su camino no es el que
ese estúpido vendedor de Hollywood, Alex
Haley, escribió en: Raíces. Busquemos nuestras
raíces… No, su idea es ¿qué es esta X? Significa
que no tenemos raíces; estamos privados de
raíces. ¿Y si esto nos da una nueva libertad
para establecer una nueva comunidad más
universal que la de los blancos? Es una
ingeniosa idea de ver algo que, aparece
traumático y terrible, como la privación de las
raíces. Si no tiene una tradición propia, una
tradición familiar, etc. es una nueva
oportunidad de libertad [2].
___________________
Slavoj Žižek

El filósofo, por tanto, no aboga por el odio. Está


de acuerdo en que un estado de corrección
política es mejor que el racismo abierto o la
discriminación, pero condena la corrección
política por ser completamente falsa, una
cobertura artificial impuesta por las presiones
sociales totalitarias, dado que, la corrección
política se manifiesta como una forma de
control de la conducta más que como un
esfuerzo colectivo para remediar los problemas
que pretende ostensiblemente abordar. La
armonía racial y social no puede brotar de este
tipo de situación. Por eso la tesis de Žižek de
que la corrección política se interpone en el
camino de la comprensión mutua.
Cabría añadir que, los pensamientos de Žižek
están basados en la teoría lacaniana, la idea es
que las reglas sociales están siendo impuestas
por un “Gran Otro” imaginado a quien no nos
esforzamos por ofender. Un usuario de Reddit
acierta en este punto bastante bien:
“Zizek está diciendo que todo el truco para
controlar una sociedad es hacer que todos
estén de acuerdo en fingir que no nos
vemos por lo que realmente somos y hacer
que todos estén de acuerdo que hay
grandes costos personales asociados con
romper esta regla”.
En última instancia, la corrección política es un
sistema de control que no entiende las causas
subyacentes del problema que quiere abordar.
Žižek ve el sistema por lo que es: el
totalitarismo. Pero en lugar de que sea una
autoridad que ordena “haz esto o haz lo
otro…”, hay una resonante alarma de la
corrección política que te forzará a cambiar tu
comportamiento al sonido de “sé mejor que tú,
que es lo que quieres realmente”.
Eso es horripilante para Žižek y ciertamente
decepcionante para cualquiera que desee la
armonía social y se da cuenta que no es posible
bajo estas condiciones actuales [3].
_____
Fuentes:
[1] La corrección política es una forma más
peligrosa de totalitarismo
[2] Why Tolerance Is Patronizing
[3] Why ‘Political Correctness’ Gets In Its Own
Way

La lógica de la tríada hegeliana se puede


transmitir perfectamente mediante las tres
versiones de la relación entre el sexo y las
migrañas. Comencemos con la escena clásica:
un hombre quiere tener relaciones con su
mujer, y ella le contesta: “Lo siento, cariño,
pero tengo una terrible migraña, ¡ahora no
puedo hacerlo!”. Esta posición de arranque es
negada/invertida con el apogeo de la liberación
feminista: ahora es la esposa la que exige sexo,
y el pobre hombre, cansado, el que contesta:
“Lo siento, querida, tengo una terrible
migraña...”. En el momento concluyente de la
negación de la negación que de nuevo invierte
toda la lógica, transformando esta vez el
argumento en contra en un argumento a favor,
la mujer afirma: “Cariño, tengo una terrible
migraña, ¡así que vamos a hacerlo para que se
me pase!”. Y uno incluso puede imaginarse un
momento bastante depresivo de negatividad
radical entre la segunda y la tercera versión:
tanto el marido como la mujer sufren migraña,
y acuerdan simplemente tomarse una taza de
té.
***
Así pues, el “populismo” es por definición un
fenómeno negativo, un fenómeno arraigado en
un rechazo, incluso en una admisión implícita
de impotencia. Todos conocemos el viejo chiste
acerca de un tipo que ha perdido la llave y la
busca debajo de una farola; cuando le
preguntan dónde la ha perdido, admite que ha
sido en un rincón sin luz. ¿Por qué la busca
debajo de la farola, entonces? Porque la
visibilidad es mucho mejor. En el populismo
siempre hay algo parecido a este truco. Busca
las causas de los problemas en los judíos, pues
estos son más visibles que los procesos sociales
complejos.
***
En cuanto introducimos la paradójica dialéctica
de la identidad y la similitud cuyo mejor
ejemplo son los chistes de los hermanos Marx
(“No es extraño que se parezca a X, ¡es que es
usted X!”. “Este hombre puede parecer un
idiota y actuar como un idiota, pero no se
engañe, ¡realmente es un idiota!”) se hace
evidente lo rara que resulta la clonación.
Supongamos que muere un hijo único muy
querido por sus padres, y que estos deciden
clonarlo para recuperarlo: ¿no está más que
claro que el resultado es monstruoso? El nuevo
niño posee todas las propiedades del fallecido,
pero esa mismísima similitud hace que la
diferencia sea más palpable. Aunque parezca
exactamente el mismo, no se trata de la misma
persona, por lo que es un chiste cruel, un
impostor espeluznante; no es el hijo perdido,
sino una copia blasfema cuya presencia no
puede dejar de recordarnos ese chiste de los
hermanos Marx en Una noche en la
ópera: “Todo me recuerda a ti: tus ojos, tu
cuello, tus labios... Todo excepto tú”.
***
En los primeros tiempos de su gobierno, a Tony
Blair le gustaba parafrasear el famoso chiste
de La vida de Brian de los Monty Python (“Muy
bien, pero, aparte del alcantarillado, la
medicina, la educación, el vino, el orden
público, la irrigación, las carreteras, el sistema
de agua potable y la sanidad pública, ¿qué han
hecho los romanos por nosotros?”) a fin de
desarmar a sus críticos con ironía: “Ellos han
traicionado el socialismo. Cierto, han traído más
seguridad social, han mejorado mucho la
asistencia sanitaria y la educación... pero, a
pesar de todo eso, han traicionado el
socialismo”.
***
En un viejo chiste de la difunta República
Democrática Alemana, un obrero alemán
consigue un trabajo en Siberia; sabiendo que
todo su correo será leído por los censores, les
dice a sus amigos: “Acordemos un código en
clave: si os llega una carta mía escrita en tinta
azul normal, lo que cuenta es cierto; si está
escrita en rojo, es falso”. Al cabo de un mes, a
sus amigos les llega la primera carta, escrita
con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: las
tiendas están llenas, la comida es abundante,
los apartamentos son grandes y con buena
calefacción, en los cines pasan películas de
Occidente y hay muchas chicas guapas
dispuestas a tener un romance. Lo único que no
se puede conseguir es tinta roja”.
¿Y no es esta nuestra situación hasta ahora?
Contamos con todas las libertades que
queremos; lo único que nos falta es la “tinta
roja”: nos “sentimos libres” porque carecemos
del lenguaje para expresar nuestra falta de
libertad. Lo que esta carencia de tinta roja
significa es que, hoy en día, todas las
principales expresiones que utilizamos para
designar el presente conflicto —“guerra contra
el terror”, “democracia y libertad”, “derechos
humanos”— son falsas, enturbian nuestra
percepción de las cosas en lugar de permitirnos
pensar en ellas. La tarea que se nos plantea
hoy en día es darles a los manifestantes tinta
roja.
***
amp
liar
foto

'Mis chistes, mi filosofía', de


Slavoj Zizek, sale a la venta el 4 de marzo en
Anagrama, con traducción de Damià Alou, por
15,90 euros.
Los chistes acerca del presidente croata, Franjo
Tudjman, en general muestran una estructura
de cierto interés para la teoría lacaniana. Por
ejemplo: ¿por qué es imposible jugar al
escondite con Tudjman? Porque si se
escondiera, nadie se molestaría en buscarlo...
He aquí una interesante cuestión libidinal que
nos indica que esconderse sólo tiene sentido si
alguien pretende encontrarte. El ejemplo
supremo nos lo ofrecen Tudjman y su gran
familia en un avión que vuela sobre Croacia.
Consciente de los rumores de que muchos
croatas llevan una vida desdichada y miserable,
mientras él y sus compinches amasan una gran
riqueza, Tudjman dice: “¿Y si lanzara un cheque
por un millón de dólares por la ventanilla?
Entonces al menos un croata, el que lo cogiera,
sería feliz, ¿no?”. Su aduladora esposa dice:
“Pero Franjo, querido, ¿por qué no arrojas dos
cheques de medio millón cada uno, y así
tendrás a dos croatas felices?”. Su hija añade:
“¿Y por qué no cuatro cheques de un cuarto de
millón cada uno, y harás felices a cuatro
croatas?”. Y así sucesivamente hasta que, al
final, su nieto —el proverbial niño inocente que
sin darse cuenta suelta la verdad— dice: “Pero,
abuelo, ¿por qué simplemente no te tiras tú por
la ventanilla, y así todos los croatas serán
felices?”.
***
En los buenos tiempos del socialismo real, a
todos los escolares se les repetía una y otra vez
que Lenin leía vorazmente, así como su consejo
para los jóvenes: “¡Aprended, aprended,
aprended!”. Un chiste clásico de la época del
socialismo produce un interesante efecto
subversivo utilizando este lema en un contexto
inesperado. A Marx, Engels y Lenin se les
pregunta qué prefieren, si una esposa o una
amante. Marx, cuya actitud en cuestiones
íntimas se sabe que era bastante conservadora,
contesta: “Una esposa”. Engels, que era un
hombre que sabía disfrutar de la vida, por
supuesto contesta: “Una amante”. Pero la
sorpresa llega con Lenin, que contesta: “Las
dos cosas, una esposa y una amante”. ¿Acaso,
sin que nadie lo supiera, era muy amante de los
placeres sexuales? No, puesto que explica con
rapidez: “Así le puedes decir a tu amante que
estás con tu mujer, y a tu mujer que estás con
tu amante”. “¿Y qué haces en realidad?”. “Me
voy a un lugar solitario y aprendo, aprendo,
aprendo”.
***
En una de sus cartas, Freud se refiere al chiste
del recién casado que, cuando sus amigos le
preguntan qué aspecto tiene su mujer, si es
guapa, contesta: “A mí personalmente no me lo
parece, pero es cuestión de gustos”.
***
El efecto de lo real aparece en el chiste en el
que un paciente se queja a su psicoanalista de
que hay un enorme cocodrilo bajo su cama. El
psicoanalista le explica que se trata de una
alucinación paranoica, y con el tiempo lo acaba
curando, con lo que el paciente deja de ver el
cocodrilo. Unos meses después, el psicoanalista
se encuentra por la calle con un amigo del
paciente que veía el cocodrilo y le pregunta si
sabe cómo le va, a lo que el amigo contesta:
“¿A cuál se refiere? ¿Al que murió porque se lo
comió un cocodrilo que estaba escondido
debajo de su cama?”.

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