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En general el miedo no destruye la voluntariedad de un acto, a menos que sea tan intenso que
haga perder la razón. Por el contrario, si la persona realiza la acción buena, es mayor el valor
moral de esa acción.
Las pasiones: designan las emociones que inclinan a obrar o no obrar. Son componentes
naturales de la psicología del hombre. Ejemplo de las pasiones son: el amor, el odio, el deseo,
el temor, la alegría y la ira.
Por ejemplo, la ira es santa si lleva a defender los bienes de Dios (la ira de Jesucristo cuando expulsa a
los vendedores del templo, Mc. 11,15-19), el odio agrada a Dios si es al pecado; el placer es bueno si
está regid por la razón. Si los objetos a los que tienden las pasiones son malos, nos apartan de Dios. Odio
al prójimo, ira por motivos egoístas, placer desordena.
La violencia: es el impulso de un factor exterior, que nos lleva a actuar en contra de nuestra
voluntad. Este factor puede ser físico (golpes) o moral (ruegos, insistencias o promesas). La
violencia física absoluta (que se da cuando la persona violentada ha opuesto toda la
resistencia posible, sin poder vencerla) elimina la responsabilidad de una acción. La violencia
moral no quita nunca la voluntariedad, pues bajo ella la persona permanece en todo momento
dueño de su libertad.
Los hábitos: muy relacionados con el consentimiento están los hábitos o costumbres
contraídas por la repetición de los actos, y que se definen como firme y constante tendencia
a actuar de una forma determinada. Esos hábitos pueden ser buenos -y en ese caso le
llamamos virtudes-, o malos, este último constituyen los vicios.
2. LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
En el juicio sobre la bondad o maldad de un acto, es preciso considerar:
El objeto del acto en sí mismo,
Las circunstancias que lo rodean, y
La finalidad que el sujeto se propone con ese acto.
2.1 El objeto
Constituye el dato fundamental: es la acción misma del sujeto, pero tomada bajo su
consideración moral. No solo es realizar la acción, sino la acción más su calificativo moral.
Un acto físico puede tener objetos diversos:
ACTO OBJETOS DIVERSOS
Matar Asesinato
Defensa propia
Aborto
Pena de muerte
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2.2 Las circunstancias
Son los diversos factores que afectan el acto humano. Se pueden considerar en concreto las
siguientes:
1. Quien realiza la acción (ej. peca más gravemente quien teniendo autoridad da
mal ejemplo)
2. Las consecuencias que se siguen de la acción (un leve descuido del médico
puede ocasionar la muerte a un paciente).
5. Con qué medios se realizó la acción, (si hubo fraude, engaño o violencia).
6. El modo en qué se realizó el acto ( castigar a los hijos con excesos de crueldad)
2.3 La finalidad
Es la intención que tiene la persona al realizar una acción. Si es malo vicia por completo la
acción. Ejemplo: oír misa –objeto bueno- para criticar a los asistentes, pervierte el acto. Si es
bueno, agrega mayor bondad a la acción. Ejemplo: oír misa, en reparación por todos los
pecados cometidos.
2.4 Determinación del acto humano
El principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:
Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean sus tres elementos: objeto bueno, fin
bueno y circunstancias buenas, basta que lo sea cualquiera de estos elementos para que la
acción se corrompa.
3. EXISTENCIA DE LA LEY MORAL
Por la ley moral se entiende el conjunto de los preceptos que Dios ha promulgado para que,
con su cumplimiento, la persona alcance su fin último sobrenatural.
Analizando la definición encontramos los siguientes elementos:
La ley moral es un conjunto de preceptos. No es tan solo una aptitud o una genérica decisión
de actuar de acuerdo a la opción de a Cristo, sino de cumplir en la práctica preceptos
concretos, si bien derivados del precepto fundamental del amor a Dios.
Ha sido promulgada por Dios. Es dada por una autoridad distinta del hombre mismo; no es
el hombre creador de la ley moral, su autor es Dios.
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El fin propio de la ley moral es mostrar al hombre el camino para lograr su fin sobrenatural
eterno. No pretende indicas metas terrenas. Esta ley es exclusiva de las personas.
CAPITULO 2: LA CONCIENCIA
La conciencia es una realidad de la experiencia: todas las personas juzgamos al actuar, si lo
que se hace está bien o está mal. Este conocimiento intelectual de nuestros propios actos es
la conciencia.
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Desde el punto de vista de la psicología la conciencia, es el conocimiento íntimo que el
hombre tiene de sí mismo y de sus actos. En moral, en cambio, la conciencia es la misma
inteligencia que hace un juicio práctico sobre la bondad o maldad de una acción.
a. Juicio: porque por la conciencia juzgamos acerca de la moralidad de nuestros actos.
b. Práctico: porque aplica en las acciones lo que la ley dice.
c. Sobre la moralidad de un acto: esto es lo que le distingue de la conciencia
psicológica. Lo que le es propio es juzgar si una acción es buena, mala o indiferente.
2.1 Reglas fundamentales de la conciencia
Antes de analizar los diversos tipos de conciencia que pueden darse en la persona, se
señalarán brevemente las reglas generales por las que hay que regirse:
A. No es lícito o correcto actuar en contra de la conciencia. Ya que es el eco de la voz
de Dios, es la norma próxima de la moralidad de nuestros actos.
B. Actuar con duda es pecado: por lo que es necesario salir antes de la duda. De otro
modo, la persona se expone a cometer voluntariamente un pecado.
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CAPITULO 3. EL PECADO
3.1 ¿Qué es el pecado?
Dice San Agustín: “es toda palabra, acción o deseo contra la ley de Dios”. Otra manera de
definirlo es:
a) La transgresión: es decir la violación o desobediencia;
b) Voluntaria: porque se trata de una acción conocida y consentida libremente por quien
la comete;
c) De la ley divina; o sea de cualquier ley justa, natural o divino-positiva.
Si la transgresión o desobediencia afecta a una ley moral grave, se produce el pecado mortal;
si es con una ley leve, se produce el pecado venial. Con el pecado mortal hay un verdadero
alejamiento de Dios; con el pecado venial solo una desviación del camino que conduce a Él.
Cuando la persona peca gravemente se pierde para sí mismo y para Dios; se encuentra sin
sentido y sin dirección en la vida, pues el pecado desorienta esencialmente en relación con el
fin sobrenatural.
El pecado es la mayor tragedia que puede acontecer a la persona: en pocos momentos ha
negado a Dios y se ha negado así mismo. Su vida horrada, su vocación, las promesas del
bautismo, la esperanza que Dios depositó en él, su pasado, su futuro, su felicidad
temporal y eterna, todo se ha perdido por un capricho pasajero.
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Original El pecado de Adán y Eva, que se transmite a todas las personas
por generación
Personal El pecado que comete el propio individuo.
Habitual Es la mancha que deja en el alma el pecado o como se le llama
también, “estado de pecado”.
Actual Cada transgresión de la ley divina.
Interno Si solo se realiza en la mente o en el corazón, ej. Odiar.
Externo Si se realiza externamente, como hechos o palabras.
Formal Cuando se comete sabiendo que se quebranta la ley de Dios.
Material Cuando se quebranta la ley involuntariamente, por ignorancia
invencible.
De comisión Cuando se realiza una acción contra un precepto o ley divina.
De omisión Dejar de realizar una acción buena cuando se puede hacer.
Mortal Esta última clasificación es la que más interesa, porque en caso
del pecado mortal, al destruirse la gracia hay un alejamiento
total de Dios que de no rectificarse, supone el perderlo
eternamente. Por lo tanto, está en juego la consecución o
pérdida del fin último para el que ha sido creado el hombre.
Venial Faltas leves que no rompen la comunión con Dios pero que de
no evitarlas predisponen a pecados mortales.
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Es importante distinguir entre ¨sentir¨ una tentación y ¨consentirla¨. En el primer caso se trata
de un acto puramente sensitivo –de la parte animal del hombre-, mientras que en el segundo
es ya un acto plenamente humano, pues supone la intervención de la voluntad.
3.5 El pecado venial
El pecado venial difiere sustancialmente del pecado mortal, ya que no implica el elemento
esencial del pecado mortal que es, la aversión a Dios, solo se da el segundo elemento, la
conversión a las criaturas.
Las condiciones para que se dé el pecado venial son:
-Que la materia sea leve: por ejemplo: una mentira leve o jocosa, falta de aprovechamiento
de tiempo en los estudios, que no afecta seriamente en el los exámenes.
-La materia es grave pero no hay plena advertencia o conocimiento y el consentimiento no
ha sido pleno.
3.6 Efectos del pecado venial
El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de
pecado eterno (Mc 3,29). No hay límite a la misericordia de Dios, pero quien se niegue
libremente a acoger su misericordia mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus
pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede
conducir a la condenación eterna.
C. Pecados capitales
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CAPITULO 4: LOS 10 MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS
El hombre tiene un fin para el que ha sido creado por Dios: darle gloria amándolo y
obedeciéndolo en la tierra, para después ser feliz con él en el cielo. La razón de nuestra
existencia es dar gloria a Dios. ¿Y cómo daremos gloria a Dios? Cumpliendo en todo
momento su voluntad: y como la voluntad divina nos encamina a nuestro fin y, como seremos
libres que somos, debemos asumirla con deseos de amar y obedecer a nuestro creador y
Señor.
Cuenta el evangelio que un muchacho se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿Qué tengo
que hacer para alcanzar la vida eterna?”. El Señor le respondió: “Si quieres entrar en la vida,
cumple los mandamientos” (Mt. 19-17). De esta manera tan clara Jesucristo le indicó -y nos
indica también a nosotros- cuál es el camino para llegar al Cielo.
Llamados así porque los demás suelen proceder de ellos. Clásicamente se citan: la soberbia,
la envidia, la avaricia, la irá, la lujuria, la gula y la pereza.
Narra el Evangelio que un doctor de la ley se acercó a Jesús con la intención de tentarlo:
“Maestro: “¿Cuál es el principal mandamiento de la ley?” La respuesta del Señor, conocida
por todos fue: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, y con toda
tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento” (Mt. 22,36-38).
El mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas conlleva la necesidad de vivir las
virtudes de la fe, la esperanza, la caridad y la virtud de la religión.
-La fe, porque para amar a Dios antes hay que creer en Él;
-La religión, en cuanto que es la virtud que regula las relaciones del hombre con Dios.
Los pecados contra las cuatro virtudes antes mencionadas constituyen el ámbito de las
prohibiciones del primer mandamiento.
CAPÍTULO 6. LA FE
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6.1 Definición
La fe es la virtud sobrenatural por la que creemos que es verdad todo lo que Dios ha
revelado.
La fe es requisito fundamental para alcanzar la salvación: “el que creyere y fuere bautizado
se salvará, y el que no creyere se condenará” (Mc. 16,16).
La virtud de la que Dios nos ha dado, impone al hombre fundamentalmente tres deberes:
A. El deber de conocer la fe
B. El deber de confesar la fe
C. El deber de preservar la fe
Siendo la fe un don tan grande, es obligatorio evitar todo lo que pueda ponerla en peligro,
por ejemplo, ciertas lecturas o amistades, practica de otras religiones, descuido del
conocimiento de su verdad, etc. Y, al mismo tiempo, defenderla por medio del estudio, la
formación y pidiendo consejo.
Por otra parte, es frecuente que la transgresión continua de la ley de Dios produzca en el
pecador un enfrentamiento psicológico que le lleve a optar por una de estas soluciones: o el
abandono del pecado. O el rechazo de las verdades de fe, con el objeto de justificar su
comportamiento inmoral.
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6.3 Pecados contra la fe
Se puede pecar contra fe por infidelidad, apostasía, herejía, aceptando dudas contra la fe, por
no confesarla y ponerla en peligros.
a. Infidelidad: es la carencia culpable de la fe, ya sea total (ateísmo) o parcial (falta de fe). A
esa carencia se llega:
-Por negligencia;
Este pecado es de los más grandes que se puede cometer y muy peligroso, porque supone el
rechazo del principio y fundamento de la salvación eterna.
d. Dudas contra la fe: a lo largo de nuestra vida podrán presentarse –sobre todo debido a la
ignorancia- dudas contra la fe, ya que el hombre ha de creer lo que no ve ni comprende, y
que muchas veces va contra los sentidos: p. ejemplo: que el pan consagrado es real y
verdaderamente el cuerpo de Cristo.
Si estas dudas se rechazan con firmeza, por sumisión del entendimiento a Dios, haciendo
actos explícitos de fe (por ejemplo rezando el creo), no son pecado y pueden ser fuentes de
mérito para la vida eterna. El pecado se da al admitir la duda de fe.
-acudir con prontitud al motivo de nuestra fe, recordando que creemos no por lo que vemos
o comprendemos, sino porque confiamos en Dios que ha revelado.
e. Pecados por no manifestar exteriormente la fe: pecan de esta manera los que ocultan
disimuladamente su fe, lo que equivale a su negación. Hay obligación de confesar la fe con
la conducta diaria, a veces de modo expreso si es necesario, sino es pecado.
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Trato sin las debidas cautelas con quienes propaguen ideas o doctrinas contrarias a la
fe católica.
Lecturas de libros contrarios a la fe.
Asistencias a escuelas anticatólicas o acatólicas.
Negligencia en la formación religiosa.
CAPITULO 7: LA ESPERANZA
7.1 Definición
El hombre que vive confiado en Dios, sabe que la gracia le permite hacer obras de meritorias,
y con esas obras merece la gloria alcanzando de Dios la perseverancia. Es decir, sabe que
Dios ha prometido el cielo a los que guardan sus mandamientos, y que el mismo ayuda a los
que se esfuerzan en cumplirlos.
San Pablo dice que por medio de nuestra esperanza seremos salvados, y también: “no
entristezcáis del modo en que suelen hacer los demás hombres que no tienen esperanza”.
La esperanza, sin embargo, no excluye un temor de Dios saludable, ya que la persona sabe
que puede ser voluntariamente infiel a la gracia y comprometer su salvación eterna.
Si examinamos la proporción que puede darse entre la esperanza y el temor es posible decir:
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B. La presunción, es un exceso de confianza que nos hace esperar la vida eterna sin
emplear los medios provistos por Dios; es decir, sin la gracia y las buenas obras.
1) Los que esperan salvarse por sus propias fuerzas, sin el auxilio de la gracia.
2) Los que esperan salvarse por la sola fe, sin hacer buenas obras.
3) Los que dejan la conversión para el momento de la muerte, a fin de seguir pecando.
4) Los que pecan libremente por la facilidad con que Dios perdona.
5) Los que se exponen con demasiada facilidad a las ocasiones de pecar, presumiendo poder
resistir la tentación.
CAPITULO 8: LA CARIDAD
8.1 Definición
La caridad es la virtud sobrenatural infundida por el Espíritu Santo, por la que amamos a
Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios.
Las razones por las que la persona debe amar a Dios sobre todas las cosas son:
-La ingratitud: omite o se niega a reconocer la caridad divina, las bondades de Dios.
El amor al prójimo es una virtud sobrenatural que nos lleva a buscar el bien de nuestros
semejantes, por amor a Dios. No es, por tanto, un puro afecto natural sino fruto de la gracia
divina.
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El amor al prójimo se concretiza en las obras de misericordia, tanto espirituales como
corporales.
8.5 El apostolado
Además de ser una exigencia del amor al prójimo, es una exigencia del amor a Dios: es
imposible amar a Dios sin querer y procurar que todos lo amen y glorifiquen.
a) El odio, que consiste en desear el mal al prójimo o porque es nuestro enemigo –odio
de enemista- o porque nos es antipático –odio de aversión-.
b) La maldición: es toda palabra nacida del odio o de la ira, que expresa un deseo de un
mal para nuestro prójimo.
c) La envidia: es el disgusto o tristeza ante el bien del prójimo, considerado como un
mal propio, porque se piensa que se disminuye la propia felicidad.
d) El escándalo: es toda acción, palabra u omisión que se convierte para el prójimo en
una ocasión de pecar; por ejemplo, incitar al robo, mostrar películas o revistas
pornográficas, fomentar odio entre dos personas.
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CAPITULO 9: LA VIRTUD DE LA RELIGIÓN
9.1 Definición
La religión es la virtud que nos lleva a dar a Dios, el culto debido como Creador y Ser
Supremo.
9.2 El culto
A la virtud de la religión pertenecen principalmente los actos internos del alma, por los que
manifestamos nuestra sumisión a Dios, esto es lo que se llama culto interno. Se rinde a Dios
con el entendimiento y la voluntad y es el fundamento de la virtud de la religión, pues los
que adoran a Dios deben hacerlo en espíritu y en verdad (Jn. 4,24)
En otras palabras, sería inútil e hipócrita el culto externo sino fuera precedido por el interno:
“Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt. 15,8).
Pero no basta el culto interno: se precisan actos internos de adoración, como participar de la
Santa Misa, arrodillarse ante el Sagrario, asistir con piedad a las celebraciones de la Iglesia.
Este culto es necesario porque:
a) Dios es Creador no solo del alma sino también del cuerpo, y con ambos debe el
hombre reverenciarlo;
b) Los sentimientos internos del hombre se manifiestan en acciones externas.
El culto en sentido estricto solo se tributa a Dios por su excelencia infinita, aunque podemos
también tributarlo indirectamente a los santos, en virtud de la estrecha unidad que tienen con
Dios. Es por eso que el culto puede ser:
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1) De latría o adoración: es el que rinde únicamente a Dios en reconocimiento de su
excelencia y de su dominio supremo sobre todas las criaturas.
2) De dulía o de veneración: es el que se tributa a los santos, en reconocimiento de su
vida de entrega y unión con Dios.
3) Hiperdulía o especial veneración: es el que se rinde a María Santísima, reconociendo
así su dignidad de Madre de Dios.
1. La superstición: que puede ser por un culto indebido a Dios (por ejemplo: sacrificándole
animales), o culto a un falso dios.
3. Adivinación: Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo,
la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia
en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto (Catecismo
de la Iglesia Católica 2115).
4. Espiritismo: es el arte de comunicarse con los espíritus, o mejor, con los demonios o
condenados. El espiritismo es gravemente pecaminoso. Por iguales razones esta prohibido el
juego llamado ouija.
9.4 La irreligiosidad
Incluye los siguientes pecados: la impiedad o falta de religiosidad. Admite una amplia gama
de actitudes: desde la indiferencia o tibieza por los actos de culto a Dios hasta la calumnia,
desprecio o ataques a la religión.
La tentación a Dios: es pretender con palabras o hechos poner a prueba alguno de los
atributos divinos, (por ejemplo: si Dios existe que me caiga un rayo).
El sacrilegio: que consiste en tratar indignamente las personas, objetos o lugares consagrados
a Dios. Ejemplo: robar un cáliz, golpear o matar a un sacerdote, etc.
La simonía: o voluntad deliberada de comprar con dinero una cosa espiritual. Ejemplo: pagar
por la absolución de un pecado, la promesa de rezar a cambio de dinero.
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Honrar el nombre de Dios y todo lo que a él se refiere.
Dios es santo, y su nombre lo es porque el nombre representa a la persona: hay una relación
íntima entre la persona y su nombre, como lo hay entre el país, su gobierno y el embajador
que lo presenta. Cuando se honra o menosprecia a un embajador, se honra o menosprecia al
país que representa. Igualmente, cuando nombramos a Dios, no debemos pensar simplemente
en unas letras, sino en el mismo Dios, Uno y Trino. Por eso debemos santificar su nombre y
pronunciarlo con gran respeto y reverencia.
San Pablo, por ejemplo, afirma que la pronunciar el nombre de Jesús se dobla toda rodilla en
la tierra, en el cielo y en los infiernos (cfr. Fil. 2,10). Nosotros mismo pedimos en el
Padrenuestro: “Santificado sea tu nombre” y hemos de esforzarnos para que el nombre de
Dios sea glorificado en la tierra.
Hemos de respetar todo lo que está consagrado a Dios, es decir, aquellas cosas, personas o
lugares que han sido dedicados a Él por designación pública de la Iglesia:
El juramento
Es otra manera de honrar el nombre de Dios, ya que es poner a Dios como testigo de la verdad
de lo que se dice o de la sinceridad de lo que se promete.
A veces es necesario que quien hace una declaración sobre lo que ha hecho, visto u oído, haya
de reforzarse con un testimonio especial. En ocasiones muy importantes, sobre todo ante un
tribunal, se puede invocar a Dios como testigo de la verdad de lo que se dice o se promete:
eso es hacer un juramento.
Fuera de estos casos no se debe jurar nunca, y hay que procurar que la convivencia humana
se establezca con base en la veracidad y honradez. Cristo dijo: “Sea, pues, vuestro modo de
hablar si, si, o no, no. Lo que exceda de esto viene del maligno” (Mt. 5, 37).
El juramento bien hecho es no solo lícito, sino honroso a Dios, porque al hacerlo declaramos
implícitamente que Dios es infinitamente sabio, todopoderoso y justo. Para que esté bien
hecho se requiere:
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a) Jurar con verdad: afirmar solo lo que es verdad y prometer solo lo que se tiene
intención de cumplir;
b) Jurar con justicia: jurar o prometer solo lo que está permitido y no es pecaminoso.
c) Jurar con necesidad: solo cuando es realmente importante que se no se nos crea.
El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir, todo uso
inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos
(Catecismo n. 2146)
Este empleo vano del nombre de Dios es pecado (Eclo. 23, 9-11), en general venial, porque
no afecta grandemente el honor de Dios. Conviene evitar el mezclar con frecuencia en las
conversaciones los nombres de Dios, de la Virgen o de los santos, para evitar de esta manera
irreverencias.
Blasfemar
La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos
y las cosas sagradas.
Son tres los casos en que el juramento es pecado, porque falta alguna de las condiciones para
su licitud:
1. La verdad: siempre hay grave irreverencia en poner a Dios como testigo de una
mentira.
2. La justicia: es grave ofensa utilizar el nombre de Dios al jurar algo que no es lícito,
por ejemplo: la venganza o el robo.
3. La necesidad: no se puede jurar sin prudencia, sin moderación, o por cosas de poca
importancia sin cometer un pecado venial que podría ser mortal si hubiese escándalo.
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Relata el libro del Éxodo (cap. 20, 9-10) lo que Yahvé mandó a Moisés y a su pueblo sobre
los mandamientos:
“Seis días trabajarás tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu
Dios… Pues en esos seis días hizo el señor el cielo y la tierra, el mar y cuanto contiene y el
séptimo descansó… Ningún trabajo servil harás en él, ni tú, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tus
bestias de carga, ni el extranjero que habita dentro de tus puertas”.
Los israelitas descansaban el sábado –que era el día litúrgico por excelencia-, día en el que
el pueblo –libre de cualquier otra ocupación se dedicaba exclusivamente al culto de Dios.
Ya que Jesús resucitó entre los muertos “el primer día de la semana (esto es el domingo, ya
que para los judíos el sábado era el día séptimo), ese día para los cristianos vino hacer el
primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor.
El Código de Derecho Canónico dice: “El Domingo y las demás fiestas de precepto los fieles
tienen la obligación de participar en la Misa; y se abstendrán además de aquellos trabajos
y actividades que impiden dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor, o
disfrutar del debido descanso de la mente y el cuerpo”. (CIC. 1247)
Además del sábado, los judíos celebran otras fiestas a lo largo del año, de las que la más
solemne era la pascua.
Para los católicos es la Iglesia la que determina cuales son las fiestas de precepto o de guardar,
es decir, las debemos santificar como si fuera domingo.
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En los domingos y en estos días de fiesta, lo primero que la Iglesia nos pide para que
realmente sean días santos es la asistencia a la Santa Misa.
“Así como Dios cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho (Gen 2,2), así también
la vida humana sigue un ritmo de trabajo y de descanso. La institución del Día del Señor
contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita
cultivar la vida de familia, cultural, social y religiosa” (Catecismo n. 2184)
Se peca contra este mandamiento realizando ciertos trabajos que impiden el culto a Dios. En
términos generales, hoy la prohibición de trabajar los días de fiesta es más genérica que en
el pasado –no se prohíben ya los trabajos llamados serviles, como antes-, limitándose la
Iglesia a prescribir la asistencia a la Santa Misa y el descanso.
Lo importante es que, efectivamente, todos tengamos el tiempo necesario para atender mejor
el culto divino y la salvación de nuestra alma. El descanso, como hemos dicho, es necesario
para restaurar las fuerzas, para que el trabajo se más eficaz y, sobre todo, para poder servir
mejor a Dios y a los demás.
Después de estudiar los tres primeros mandamientos, que abarcan nuestros deberes con Dios,
vamos a considerar los siete restantes que miran al prójimo, empezando por el cuarto que
comprende los deberes de los inferiores con los superiores, y los deberes de quienes de algún
modo tienen autoridad con los que están bajo su jurisdicción.
Este mandamiento comprende, por tanto, no solo los deberes de los hijos con sus padres, y
de los inferiores con los superiores, sino también de los padres hacia los hijos y de los
superiores a los inferiores.
El hombre está destinado por Dios a vivir en sociedad, y donde varios viven juntos es
necesario que exista un orden; orden que supone que haya quien mande y quien obedezca.
Al que manda se le llama autoridad: en la vida familiar, son los padres, en la vida civil los
gobernantes; en la Iglesia, la jerarquía eclesiástica.
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La autoridad es necesaria y sin ella no habría sociedad. Toda autoridad legítima viene de
Dios, pues siendo Dios el creador y Soberano Señor del universo, solo a Él corresponde
gobernar a los hombres.
Los primeros en los que Dios delega su autoridad son los padres; pero también se encuentran
investidos de poder todos los que, en la vida civil o eclesiástica, son legítimos gobernantes.
Por eso nos dice con claridad san Pablo: “toda persona está sujeta a las autoridades superiores,
porque no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha establecido las que hay
en el mundo. Por lo cual, quien desobedece a las autoridades, a la ordenación o voluntad de
Dios desobedece” (Rom. 13, 1-2).
Obligaciones
La obligación de los hijos para con los padres puede sintetizarse en el amor, el respeto, la
obediencia y la ayuda en sus necesidades.
Las razones por las cuales existe un deber especial de los hijos para con los padres son muy
claras:
A. Amor
El primer deber de un hijo con sus padres es amarlos, con un amor que se demuestre en obras.
Los hijos deben amar a sus padres con un amor que ha de ser tanto interno como externo, es
decir, no ha de limitarse a los hechos sino que ha de proceder de lo profundo de su corazón.
1. Por falta de amor interno: si les tienen odio o los menos precian interiormente, si les
desean males (por ejemplo, la muerte, para vivir más libremente o recibir la herencia)
2. Por falta de amor externo: si los tratan con dureza, si provocan su indignación o ira,
si les niegan el saludo o la palabra, si los tratan con indiferencia.
Es necesario sobre todo amar a los padres sobrenaturalmente, es decir, desando por ellos,
antes que nada, los bienes eternos, la salvación de su alma. Los hijos, tienen pues la
obligación de rezar por sus padres, de procurarles los últimos sacramentos.
B. Respeto
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El respeto a los padres se muestra en la sincera veneración, cuando se habla con ellos y de
ellos con reverencia. Sería una falta de respeto despreciarlos, gritarles u ofenderles de
cualquier modo, o de avergonzarse de ellos.
Dice el Eclesiástico (3,9): “con obras, con palabras y con toda paciencia honra a tu padre,
para que venga sobre ti la bendición”. Y Deuteronomio: “Honra a tu padre y a tu madre;
maldito sea quien no respete a su padre y a su madre”.
C. Obediencia
Mientras permanezca bajo la patria potestad, los hijos están obligados a obedecer a sus padres
en todo lo que estos pueden mandarles lícitamente. Así lo enseña explícitamente san Pablo:
“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que esto es grato al Señor”.
Hay dos cosas, sin embargo, en las que los hijos pueden desobedecer a sus padres sin pecar:
1) Cuando mandan cosas contrarias a la ley de Dios, por ejemplo, mentir, o dejar de ir a
Misa dominical.
2) En relación a la elección de estado. Se es libre para decidir qué camino tomar.
Así como en los años de infancia los hijos no pueden valerse sin ayuda de sus padres, puede
ocurrir que los días de su ancianidad no puedan los padres valerse por sí mismos sin la ayuda
de sus hijos. En estos casos, es de justicia que los hijos los socorran en todo lo que sea
necesario. Esta ayuda lleva a atenderlos con solicitud en sus necesidades espirituales y
materiales, y pecaría con este deber quien:
1. Los abandone.
2. No les atienda en sus enfermedades, no trate de consolarle en sus aflicciones o les
abandone a la soledad (internándolos en un asilo).
3. No les procure los auxilios espirituales en sus enfermedades, ni se preocupen de que
reciban a tiempo los últimos sacramentos.
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Dios no puede sino maldecir a los hijos que no se preocupen de sus padres, “Cuan infame es
aquel que desampara a sus padres, y cómo es maldito de Dios aquel que exaspera a su madre
(Eclo. 3,18).
Deberes generales
Con respecto a los padres su deber no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que
debe extenderse a su educación moral y a su formación espiritual (Catecismo n. 2221).
En efecto, los padres son los primeros responsables de la educación de los hijos. Testimonian
esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el
respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son normales (Catecismo n. 2223).
El papel de los padres en la educación tiene tanto peso que cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Por ello, “el derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales
(2221).
Los padre no sean de limitar a cuidar las necesidades materiales de los hijos, sino sobretodo
han de darles una sólida formación humana y cristiana. Para conseguirlo, además de rezar
por ellos, deben poner los medios eficaces: el ejemplo propio, los buenos consejos, elección
de escuelas apropiadas, vigilar discretamente las compañías, etc.
El deber de los padres se inicia con la “obligación de hacer que los hijos sean bautizados en
las primeras semanas” y se continúa con la enseñanza de la fe y la moral cristiana.
Cuando la mente infantil comience abrirse, surge el deber de hablarles de Dios, especialmente
de su bondad, su providencia amorosa y de la obediencia que le debemos. Y en cuanto
comienzan a habar, hay que enseñarles a rezar, mucho antes de que tengan edad de ir a la
escuela. Pecan los padres que pretenden delegar absolutamente en la escuela o en la parroquia
la formación cristiana de sus hijos.
Vale la pena detenernos especialmente en el deber de quienes los padres de no dar ningún
mal ejemplo y si, en cambio, de dar ejemplo de virtud, convencidos de que, especialmente
en los niños, el ejemplo es más eficaz que las palabras.
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Las virtudes que los padres desean ver en los hijos –diligencia, fortaleza, laboriosidad, etc.- han
de exigirlas yendo ellos mismos por delante. En un ambiente de excesos materiales los hijos
resultan carentes de virtudes humanas. La mejor escuela católica no puede suplir los daños de un
hogar descuidado.
B. La elección de estado.
Otro importante deber de los padres es el relacionado con la elección del estado de vida por
parte de los hijos.
Las decisiones que determinan el rumbo de una vida han de tomarlas cada uno personalmente,
con libertad, sin coacción ni presión de ningún tipo. Esto no quiere decir que no haga falta,
de ordinario, al consejo de otras personas. Una parte de prudencia consiste precisamente en
pedir consejo, para después actuar con responsabilidad.
Dentro de este mandamiento se incluyen, además de los padres, otras personas a las que se
les debe obediencia, amor y respeto de forma especial.
La persona humana por su misma naturaleza tiene necesidad de la vida social. En el terreno
puramente humano, nada puede hacer el hombre sin la comunidad en la que vive.
-De la patria, la tradición y la cultura, el ambiente que hace posible su realización plena.
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12.7 Virtud del patriotismo
Cada individuo debe mucho a la sociedad y, en concreto, a su propia patria. De ahí que la
misma naturaleza de las cosas le exija vivir el patriotismo. El patriotismo es la virtud que
lleva a buscar el bien de la comunidad nacional, a través del ejercicio de los deberes y
derechos cívicos.
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