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Cada persona tiene libre albedrío de sus derechos y el deber hacer su propio
desarrollo con la ayuda de los demás
Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI han reconocido explícitamente la aplicabilidad del
principio de subsidiariedad, hechas las debidas delimitaciones, al campo de las
relaciones vigentes entre las diversas instancias de autoridad jerárquica, así como
también entre estas y los individuos y asociaciones dentro de la Iglesia. No obstante
el reconocimiento de la vigencia de dicho principio dentro de la Iglesia, su aplicación
concreta para que sea "sin perjuicio de la autoridad jerárquica", como exigió Pío XII
al apelar por primera vez a él en el ámbito eclesiológico, plantea problemas muy
complejos en la teoría y en la práctica.
DISCUSIONES RECIENTES
Aunque representan una minoría, son varios y significativos los autores que se
oponen, por diversos motivos, a la aplicación de este principio a la realidad eclesial.
Entre ellos pueden citarse al cardenal J. Hamer, J. Beyer (8), G. Mucci (9), E. Corecco
,etc. En la sesión plenaria del Colegio de cardenales, el 21 de octubre de 1985, el
cardenal J. Hamer pronunció un discurso sobre las relaciones entre la curia romana
y los obispos las conferencias episcopales. En un apéndice expuso en forma
esquemática su posición sobre la aplicabilidad del principio de subsidiariedad en la
Iglesia, situándolo en el contexto más amplio del cometido que tiene el ministerio
petrino en la Iglesia y de las relaciones entre la Iglesia universal y las iglesias
particulares a la luz de la eclesiología del Vaticano II. En su argumentación, que a
más de uno puede parecer no suficientemente matizada el principio de subsidiariedad
en la Iglesia.
Para Oswald von Nell-Breuning algunas de las sospechas sobre la aplicación de este
principio se deben a una incorrecta interpretación de la subsidiariedad, atribuyendo
en su nombre a la instancia superior en la sociedad el solo papel de suplir la
insuficiencia de la instancia inferior.
La Iglesia "está establecida y organizada como una sociedad". Por tanto, el concilio
habla de la Iglesia no solo como "misterio", sino también como "sociedad". La
indicación decisiva la da el mismo texto al comparar ambas realidades, la Iglesia y
Cristo mismo. Así como para Jesucristo se habla de una relación de las naturalezas
"sin confusión ni separación", de modo análogo debe hablarse de la relación entre el
carácter social y mistérico de la Iglesia.