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Georgina Salman Rocha

La guerra del fin del mundo:


una locura de ida y vuelta
Que levanten las manos los ricos [...]
Yo las levanto. Porque soy hijo de Dios,
que me ha dado un alma inmortal,
que puede merecer el cielo, la verdadera riqueza.
Yo las levanto porque el Padre me ha hecho pobre en esta vida
para ser rico en la otra.
¡Que levanten las manos los ricos!
Mario Vargas Llosa

Comprender al hombre y su historia

A ugusto Monterroso relata en “Novelas sobre dictadores”


(1991) que en 1968 fue invitado por Vargas Llosa a participar en un proyecto
de cuentos sobre dictadores hispanoamericanos. Al principio le pareció muy
interesante la idea; él se centraría en Somoza padre, dictador de Nicaragua de
1937 a 1956. Sin embargo, rechazó la propuesta porque su realización exigía
un trabajo profundo de investigación sobre la vida de Somoza, su infancia,
sus problemas, sus temores; le dio miedo terminar comprendiendo al dictador
La Colmena 76, octubre-diciembre 2012

que con gusto habría mandado fusilar en ese momento.


Comprender perspectivas contrarias y contradictorias, modos con los
cuales podemos no estar de acuerdo, es lo que ocurre precisamente al leer La
guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa. La objetividad en la guerra,
en esta guerra, es difícil. ¿Cómo decidir quién tiene el derecho —o más de-
recho que el otro— de asesinar?, ¿cómo no ponernos del lado del que tiene
hambre?, ¿o del soldado que sufre y lleva, no por gusto, un fusil al hombro?

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Sólo cuando tenemos un vínculo con el mundo que ambas partes tienen la razón” (Fuentes, 1997: 175).
que la ficción despliega frente a nosotros com- Cada grupo lucha por su orden, por su derecho, y está
prendemos… un poco. La novela de Vargas en pugna permanente con el orden y el derecho del otro.
Llosa nos introduce en realidades diferentes y La novela rompe el equilibrio maniqueo que coloca a los
nos obliga a la subjetividad, a apropiarnos de buenos —siempre buenos— en un extremo y a los eter-
distintos puntos de vista; así, cuando leemos namente malos en el otro.
acerca del Ejército de la República, sus accio- Aunque dentro de la obra cada grupo asume una
nes, sus sufrimientos, sus miedos, lo compa- postura que acusa al otro, el efecto que produce en el
decemos y le deseamos suerte; pero, cuando lector es que el sufrimiento que se padece y la crueldad
se relata la vida de los yagunzos, su pasado, que se ejerce constituyen un binomio inseparable que se
su frágil presente y su incierto porvenir, tam- da en ambos bandos, ya que en lo inhumano se mani-
bién los entendemos y queremos que los dejen fiesta lo humano y a través de la locura resplandece la
vivir en paz. Del mismo modo, al enterarnos razón. O al revés. Entonces comprendemos, en el sen-
de las desgracias del otrora afortunado barón tido expresado por Monterroso, a los soldados, quienes
de Cañabrava es muy fácil sentir pena por él, obedecen la orden de atacar aunque tengan miedo; al
aunque condenemos enérgicamente la viola- gobierno, que tiene la obligación de restaurar el ‘orden’
ción que comete. Comprender es lo que sucede destruido por los atropellos de los yagunzos; a los yagun-
cuando los personajes tienen un nombre y una zos esqueléticos y muertos de hambre, que pelean con fe-
historia. Terminamos comprendiendo, pese a rocidad para salvar su pequeña utopía; al Consejero, quien
nosotros mismos, porque olvidamos la repug- arranca del bandidaje a los asesinos y ofrece una forma
nancia que llegan a inspirar las atrocidades de vida a los miserables, aunque sepamos que también
cometidas. apoya y promueve la muerte y la crueldad.
La locura se presenta como una historia de poder,
sostiene Enrique González Duro (1994), como la historia
Canudos de un poder desmesurado: omnipotencia, prepotencia y
también una impotencia que los anonada. Y nadie tiene
En Canudos convergen dos grupos —dos histo- la exclusividad de uno de ellos. Así, vemos que unos,
rias— en donde la locura de un lado es la razón mediante la religión, y otros, valiéndose de los ideales
del otro, de ida y vuelta. Antonio Consejero es de la República, reclaman y luchan por la justicia, por
un personaje mesiánico anclado a su realidad, una justicia que no es de todos y lo hacen a su manera,
transforma a quien lo conoce y se convierte en la con sus técnicas y tácticas, pero hermanados en la incon-
esperanza de los hombres y mujeres hambrien- mensurable violencia que despliegan unos contra otros,
tos: los últimos, los olvidados, los ignorados; en el odio sin rostro, la ferocidad del ataque contra los
ellos son una de las historias. La República, el vivos y los muertos: la locura. La brutalidad de los dos
ejército con sus soldados y generales, quienes grupos es equivalente y recíproca, aplican igual bestia-
tienen como misión recuperar el orden perdido lidad al enemigo que cae y al que todavía está en pie.
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en Canudos, conforman la otra historia. Y en- Ambos buscan lo mismo: un orden, para unos perdido,
tre los dos extremos encontramos un equilibrio para los otros, nunca conquistado. Todo termina con el
no sólo de fuerzas sino de razones, lo que hace feroz asalto del Ejército de la República a Belo Monte y
que la lucha, además de sangrienta y atroz, con la aniquilación del Consejero y sus seguidores, quie-
sea trágica, puesto que no se trata de “un con- nes nunca se rinden, a pesar de encontrarse en un estado
flicto de virtudes —una lucha entre buenos y tan miserable que convierten el triunfo de la República
malos— sino [de] un conflicto de valores, en el en una “repugnante y vergonzosa victoria”.

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Fanatismos “alabado sea el buen Jesús Consejero”—; la gen-
te le pide milagros, llora y le besa pies y manos,
La situación que da origen al fanatismo, el cual adquiere la mientras el Consejero reparte el “ósculo de los ele-
dimensión de locura y aumenta conforme Antonio Consejero gidos” (p. 268), imparte bendiciones, profetiza y
avanza por las tierras del nordeste de Brasil, está marcada predica; llegan a la desmesura de comulgar con
por la pobreza y la violencia dentro de la que nacen y crecen sus excrementos. Otra expresión del fanatismo
los yagunzos. Seguir al Consejero no significa salir de la mi- son los actos violentos —además de los propios
seria, representa tan solo un intento por no dejarse asfixiar de la guerra— contra aquellos que se niegan a
por ella poniendo la mirada en otro lado. Tampoco significa ayudar a los yagunzos, porque este gesto signifi-
abandonar la violencia, ésta crece y adquiere proporciones ca no ayudar al Buen Jesús; contra las ‘magdale-
insospechadas, sólo que ahora se dirige contra un enemigo nas’ y todas las mujeres que alguna vez sirvieron
claramente identificado, en aras de un fin superior que todo a los soldados, quienes no sólo fueron expulsa-
lo justifica. Así es como los yagunzos ven las cosas. Si antes das de Canudos por el Beatito, sino que a una de
mataban porque eran bandidos, ahora lo hacen por ser casi ellas, embarazada, “le abrieron el vientre a tajos
santos. En Canudos pueden aspirar a cierto alivio y ser per- de machete, le arrancaron el feto y pusieron en
donados, allí su miseria por poco se convierte en privilegio, su lugar un gallo vivo, convencidos de que así
pues gracias a ella irán al Paraíso, donde pueden empezar prestaban un servicio a su jefe en el otro mundo”
de nuevo sin que el pasado los moleste, porque en el ajuste (p. 154). Por supuesto, las prédicas del Consejero
de cuentas ya no tiene que ver la autoridad republicana, tan son también un claro indicio de este fanatismo
solo la divina. religioso. Las duras pruebas de la fe, la salvación
Ahora bien, ese fanatismo religioso se expresa por me- exclusiva de los pobres, el fin del mundo, el Juicio
dio de diferentes vehículos que incluyen conductas extre- Final, el Anticristo, los incendios, son los temas
mas llevadas a cabo en nombre de Dios. Tenemos el cuerpo alrededor de los cuales giran sus discursos.
propio, convertido en el medio privilegiado para manifes- El fanatismo tiene que ver, en parte, con
tar esas creencias desmesuradas: los cilicios ajustados a la la atribución a Dios del resultado de la acción
cintura que, en ocasiones, no se vuelven a quitar, como el humana, de sus motivos, triunfos y derrotas.
caso del Beatito, quien ha llevado el alambre tanto tiempo Es revestir un proyecto con un carácter sagra-
que llega a estar “herrumbroso y torcido, ya carne de su do, divinizar lo humano (como la fe ciega en el
carne” (Vargas Llosa, 2000: 652);1 los latigazos propinados Consejero y creer que hace milagros). También
diariamente como una manera de iniciar el día —Beatito se relaciona con la adhesión a un motivo en
también es adepto a esta práctica—; los prolongados y ex- cuyo logro se pasa, frenéticamente, por lo que
tenuantes ayunos, buenos para fortalecer el espíritu en la sea. En La guerra del fin del mundo podemos
medida en que debilitan el cuerpo hasta doblarle las pier- hablar de un fanatismo religioso y de un fana-
nas. Tal fanatismo se expresa asimismo en la divinización tismo laico o republicano. Y los dos son fuer-
del Consejero, que una vez iniciada adquiere proporciones tes, por eso arremeten contra el que se le opo-
gigantescas y grotescas: el Padre habla por su boca, él es el ne, porque el fanatismo de una orilla estorba
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mensajero de Jesús. Se organiza una Guardia Católica para al del otro lado. Tanto los yagunzos como los
protegerlo a imagen y semejanza de “los arcángeles del cie- soldados concentran su fuerza en defender la
lo al Buen Jesús” (p. 206); incluso se llega a fusionar al razón que cada uno tiene y esa defensa llega a
Uno en el otro —de “alabado sea el buen Jesús” se pasa a la más absoluta irracionalidad. La omnipoten-
cia, la prepotencia y la impotencia se manifies-
1 Las citas subsecuentes pertenecen a La guerra del fin del mundo,
por lo que en adelante sólo se mencionará el número de página tan en ambos grupos en diferentes momentos.
correspondiente. En una guerra sin lógica los débiles son capaces

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—omnipotentes— de derrotar a los fuertes. Eso La razón estaba de parte del Consejero al espiritualizar “la
es lo que sucede en Canudos. Los diferentes fra- brutalidad de estas tierras” y al volver “oveja al lobo”; sin
casos del ejército en manos de los yagunzos pa- embargo, ni siquiera al cambiar la vida de los hombres y
recen inexplicables, por lo que es tan fácil pensar mujeres, niños y ancianos, miserables todos ellos, pudo
que Dios está de su lado. Sin embargo, el final cambiar su destino: al exigir el derecho a la vida, a una
se resuelve conforme a las “leyes de la razón”: vida más digna, apuró la muerte de los yagunzos. Pero
el fuerte le gana al hambriento, al miserable y la locura también vivía entre ellos, se propagaba como si
esquelético, lo derrota y aniquila. el reguero de la pólvora de las armas la accionara. Como
cuando Pajeú quema Calumbí, la hacienda del barón de
Cañabrava, porque “está maldita, se ha pasado al Can”;
Locuras, balas, razones Calumbí merece descansar, y la destruyen. Pajeú, con su
prepotencia, con el abuso del poder que tiene en esos mo-
En el fanatismo, los hombres se reparten entre el mentos, deja al barón, con todo su dinero, tierra y refi-
Bien y el Mal absolutos. Cada grupo siente que namiento cultural, completamente impotente. O como la
el Bien está de su parte y el Mal del lado opues- ocasión en que el Beatito y las beatas del Coro Sagrado
to: el Consejero con sus bienaventurados y su- comulgaron con el excremento del Consejero, porque éstos
frientes seguidores versus el Can, los perros, el eran “óbolos”, “parte de su alma” (p. 647). O en la forma
Anticristo. O el benemérito Ejército de la casi en que mutilan los cadáveres de sus enemigos, en la fero-
sagrada República, los hombres que defienden cidad de sus ataques.
“la más noble de las causas”, es decir, la Patria ¿Y qué decir del Ejército? Que tanto la razón como la
y la Civilización, contra esos locos asesinos, locura lo habitan. Moreira César es un ardiente defen-
bárbaros, inciviles, salvajes, que son capaces de sor de la República —el camino a la prosperidad— y de
llegar a extremos de barbarie como enviar niños la gloria del Ejército. Tiene un sentido tan estricto de la
y mujeres en misiones de ataque, extremos que justicia, que protesta enérgico y lleno de razón por la pre-
son considerados como “un escarnio del arte y sencia del raquítico y hambriento grupo formado por una
la moral de la guerra” (p. 629). El maniqueísmo mujer con sus dos hijos, pero también un fanático sen-
de unos y otros sólo admite como solución la ani- tido del honor de los cuerpos militares, tan sedimentado
quilación del contrario; la síntesis, el arreglo, la que ansía “vengar la afrenta hecha al Ejército” (p. 260),
convivencia y la tolerancia se tornan imposibles. la derrota sufrida en manos de un puñado de bandidos
La razón y la locura se distribuyen por igual muertos de hambre. Su dureza es extrema en todo, en
entre ambos grupos. En el fanatismo de Antonio especial al aplicar su ‘pedagogía sangrienta’. Así, en una
Consejero y sus seguidores ¿no está la razón ocasión mandó degollar a ciento ochenta y cinco perso-
de su parte? El que les ofrecía ¿no era el único nas que habían participado en una revuelta federalista,
camino que les permitía vislumbrar un mundo sin importar que éstos se hubiesen rendido antes. “Quería
diferente? Canudos fue un proyecto que tenía ra- un escarmiento” (p. 324). Ordena cortar la cabeza a dos
zón de ser, un proyecto racional y planeado: ahí yagunzos a pesar de que uno de ellos, muerto de miedo,
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se distribuían la tierra, el trabajo, la comida, las le pide un tiro: no podía gastar municiones en traidores.
funciones de sus miembros, el lugar de los vivos A los dos los degüellan después de darles un “piadoso”
y de los muertos, el sitio para orar y aquel para trago de aguardiente y, claro, quedan “expuestos al pie de
trabajar. La utopía que pretendían era peque- la ordenanza” (p. 256). En otra ocasión, ante una señal
ña y modesta, pero se tornó imposible, porque de Moreira César, un capitán ordena a los cornetas que eje-
fue recibida por el gobierno con ráfagas de me- cuten un “toque penetrante y lúgubre”, el “Toque de Carga
tralletas y con el envío de una tropa tras otra. y Degüello” (p. 229). A falta de municiones se ataca con

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“sable, bayoneta y faca”. De esta manera es como anun- “varios [de ellos] rompen la formación, corren y,
cia su llegada a Queimadas. Le llaman el Cortapescuezos. con aullidos de entusiasmo, ven asomar […] a
Las balas de los yagunzos le destrozan el vientre al un yagunzo esquelético. Caen sobre él, le hunden
coronel Moreira César. Desde la litera en que se encuentra, sus cuchillos, sus bayonetas. Inmediatamente
más muerto que vivo, sostiene una prepotente discusión lo decapitan” (p. 339). De la misma manera, al
con el Coronel Tamarindo, pues el moribundo coronel in- soldado Queluz le regalan el cuerpo de Pajeú
siste con fiereza en un nuevo asalto a Canudos, totalmente como premio por haberlo atrapado: “Reviéntale
sordo a las razones del Coronel Tamarindo que se niega a los ojos y córtale la lengua. Después, le arrancas
acatar esas órdenes, porque “[l]as bajas son muy grandes” la cabeza y la echas por encima de la barricada,
(p. 414); lo más sensato para él es la retirada. Moreira para que los bandidos vivos sepan lo que les es-
César, con “ojos relampagueantes” y con la “cara lívida”, pera” (p. 674). Los actos cometidos contra los
ordena al periodista miope tomar su última declaración cadáveres son francamente irracionales; no sólo
para “levantar acta de esta infamia” y dejar constancia, se trata de una ‘pedagogía’, es una forma de hu-
impotente ahora, de una decisión tomada contra su vo- millar al vivo y al muerto, de plasmar el odio que
luntad. El dolor causado por la derrota y la humillación de no acaba con la muerte.
haber fracasado frente a esos hambrientos e inciviles, an- De todas estas locuras generales se despren-
tiguos asesinos, es demasiado grande para un militar del den algunas personales, presentadas en inten-
grado de Moreira César. Por eso insiste con tanto fervor en sos episodios que hacen trizas la racionalidad de
seguir la guerra y se niega a aceptar la impotencia de una los personajes. Tenemos a Rufino, hombre tran-
institución que, desde su punto de vista, todo lo puede… quilo y noble, de pocas palabras, quien posee,
o debía poder. a la vez que una actitud humilde, una enérgica
El Ejército pretende reintegrar el ‘orden’ en la vida de determinación fanática y una enorme ferocidad
la muy joven República. Pero se trata de un orden exclu- para el ataque; es el marido de Jurema y bus-
yente, que margina a esos hombres y mujeres tan pare- ca, incansable, a Galileo Gall para matarlo, pues
cidos a la tierra seca de la región brasileña descrita en la sólo así puede vengar su honra manchada por
novela: desolados, sin esperanza. Sólo cuando los solda- la violación de su esposa. Por su parte, Galileo
dos y generales llegan a ver de cerca el horror del hambre Gall, el ideólogo, el defensor de los oprimidos, el
comprenden las razones de los yagunzos, como cuando que lucha por un orden social diferente, es otro
Moreira César ordena que les den de comer a la mujer y de estos personajes. Una vez hizo el loco jura-
a sus dos hijos, raquíticos los tres, y reprueba la situa- mento de no volver a tocar a una mujer, por-
ción, con la razón de su parte y con ojos relampagueantes: que así podría multiplicar la “energía para el
“¿Ven ustedes en qué estado tienen a la gente de su país?” combate por la libertad y el aniquilamiento de
(p. 232). Pero la guerra es la guerra; se trata del momento la opresión” (p. 143), pero después de percibir
de aniquilar al enemigo, no de comprenderlo ni de intentar el olor de Jurema pierde el control y la viola.
cambiar su situación, aunque se reconozca su miseria, y A la violación sigue la angustia, el momento
por eso debe continuar. en que se descubre extraño para sí mismo y se
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Los dos bandos enfrentados en Canudos son feroces pregunta: “¿cómo he podido?”, se vuelve incom-
en el ataque. Los yagunzos no perdonan ni a los muertos: prensible a sus ojos. Sin embargo, el hecho pier-
castran el cadáver del enemigo como parte de su modo de de importancia debido a la arremetida de Rufino,
operar, porque es importante que el enemigo encuentre al y el razonamiento ahora es diferente. ¿Morir por
soldado asesinado y con el pene en la boca. Pero las co- el hueco de una mujer?, cuestiona. ¿Cómo hacer-
sas no paran ahí, es necesario sacarle los ojos y colgarlo de le comprender al rastreador que “el honor de los
un árbol. Los soldados, por su parte, no se quedan atrás, hombres no está en sus caras ni en el coño de las

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mujeres” (p. 379)? Imposible hacer entender al creencias ciegas, irracionales, gobernaran la vida” (p. 322).
otro que su misión, llegar a Canudos para colabo- ¡Vaya que tenía razón!, porque la violación de mujeres
rar con los yagunzos, era infinitamente superior a —tan común en la novela— parece ser una ciega creen-
la “decisión [de Rufino] rectilínea e inconmovible cia, la ‘razón’ que se adjudican los hombres ricos y pobres
de matarlo” (p. 384). Terminan matándose uno contra mujeres ricas y pobres con nombre y sin nombre. Es
al otro y, con eso, se repite la incomprensión, la casi como un derecho de pernada, sólo que el de aquí iguala
locura de ida y vuelta. a todos, porque lo ejerce tanto el asesino feroz y el inculto
Por otro lado, destaca el final del barón de soldado como el intelectual idealista y el noble aristócrata.
Cañabrava. Él es capaz de mostrar compasión Todos se cruzan dentro de una guerra o a raíz de ella,
y de razonar con todos, por ejemplo con Pajeú, de una guerra que acaba pero que nadie gana y en la que la
cuando éste le avisa que va a quemar su ha- razón de cada uno se superpone a la del otro: la de Gall a
cienda; con Rufino cuando intenta convencerlo la de Rufino y viceversa; la del ejército o el gobierno a la del
de no matar a Jurema y a Gall, diciéndole: “ya Consejero y los yagunzos, y la de éstos a la de la República;
conseguirás otra mujer que te sea fiel” (p. 252); la de un general a la de otro; el bienestar de los ricos terrate-
con Moreira César, cuando, con cólera conte- nientes a la vida de hambre de los pobres y la seguridad de
nida, discute sus ideas e ideales políticos; con éstos a la de aquéllos. Y en esta superposición de razones,
Galileo Gall al reconocer el valor y sufrimiento de todos llegan a la locura. Podríamos muy bien pensar que
los yagunzos, de esos mismos que en unas horas la novela de Vargas Llosa es otro caso de ficción acerca de
quemarán Calumbí. Se trata de un hombre cul- nuestra “realidad sin maravilla”,2 acerca de esos papeles in-
to, mesurado, poderoso —por supuesto, parte del auditos, insólitos, de los cuales habla Paul Ricoeur (2004),
poder lo usa en manejos políticos convenientes— que con tanta frecuencia encontramos, irrefutables y escan-
y compasivo, pero es también impotente ante el dalosos, en los archivos de la historia.
adversario político (Moreira César), social (los
yagunzos), ideológico (Galileo Gall); pero, sobre
todo, es impotente ante el deseo que le despierta Referencias
Sebastiana, la mucama inseparable de su esposa
Estela. La mesura, la altura, la compasión, el refi-
namiento y dominio de sí, todo ello es inservible Campra, Rosalba (1987), América Latina: la identidad y la máscara,
México, Siglo XXI.
en el momento en que viola a Sebastiana. El barón
Fuentes, Carlos (1997), Valiente mundo nuevo. Épica, utopía y mito en
afirma y repite que el acto cometido es por amor la novela hispanoamericana, México, FCE.
a su esposa, subrayando de este modo lo grotes- González Duro, Enrique (1994), Historia de la locura en España. Siglos
co y extraño de la violación, la cual, por si fuera XIII a XVII, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, tomo 1.

poco, se lleva a cabo frente a Estela, mientras ésta Monterroso, Augusto (1991), “Novelas sobre dictadores”, en Norma
Klahn y Wilfrido H. Corral (comps.), Los novelistas como críticos,
acaricia consoladora la cara de su impotente sir- México, FCE.
vienta. Parece difícil creer que este personaje sea Ricoeur, Paul (2004), La memoria, la historia, el olvido, México, FCE.
el mismo que siente la cara inflamada mientras
La Colmena 76, octubre-diciembre 2012

Vargas Llosa, Mario (2000), La guerra del fin del mundo, México, Alfaguara.
el periodista miope le cuenta cómo los yagunzos
“montaban a sus mujeres”, porque “nunca ha- Georgina Salman Rocha. Maestra en Letras Modernas y doctora en Letras
Modernas por la Universidad Iberoamericana. Actualmente es profeso-
bía tolerado ciertos temas, tan frecuentes entre
ra en la Facultad de Humanidades de la Universidad Anáhuac, y lo fue
hombres solos, ni siquiera con sus más íntimos también en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monte-
amigos” (p. 643); el mismo que antes, frente al rrey, campus Santa Fe. Ha participado en congresos en la Universidad
Autónoma del Estado de México y en la Universidad de Texas en el Paso.
aviso de Pajeú, se había estremecido, porque “era
como si el mundo hubiera perdido la razón y sólo 2 El término es de Rosalba Campra (1987).

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