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El 17 de agosto se recuerda al General San Martín y su obra libertadora.

Figura
emblemática de la epopeya emancipadora de América latina, José de San Martín tuvo una
visión continental de la independencia de nuestra América frente al dominio español y
contribuyó en forma concreta a su liberación.

La historieta del héroe que aparece por arte de magia en el Río de La Plata en 1812 y
recorre el camino lineal de la gloria, recogiendo laureles a su paso y generando la
devoción unánime de los pueblos libertados por su espada, ya no convence a nadie. Ha
llegado el momento de descubrir en San Martín al gran hombre y al auténtico héroe en su
verdadera e ignorada dimensión. No se trata de volver la vista atrás, sino de mirar hacia
nuestro interior con el objeto de reencontrarnos con lo que hemos sido y con lo que
seguimos siendo, con lo que hemos hecho y aún somos capaces de hacer, con esa historia
viva adherida a nuestro ser que nos constituye y nos habilita para tomar nuevos rumbos.
En este sentido reconforta saber que en ella existió un conductor identificado con su
misión libertaria, que debió luchar a brazo partido para abrirse paso en medio de la
sospecha, la calumnia, y la arbitrariedad.

Al poner fin a su trayectoria pública por propia decisión, el hombre que había tenido en
sus manos el destino de tres países siendo aclamado como un héroe en todos ellos, se
convierte en un ser indeseable, desacreditado y peligroso. No es cuestión de construir
mitos ni de ser cómplices en la elaboración de figuras históricas esterilizadas, San Martín
fue un hombre, y como tal cayó en flaquezas y contradicciones. No se trata de buscar, solo
a base de versiones sin fundamento o de deducciones atrevidas, los supuestos aspectos
negativos del prócer. Este peligroso deporte que últimamente se viene ejerciendo en el
sentido de buscar los costados negros de las figuras históricas, es inútilmente irreverente
y en general se nutre del afán de escándalo que, lamentablemente, suele ser redituable.
Sólo seamos justos y aceptemos que la figura del General San Martín tiene dimensión
universal porque su espada estuvo al servicio de los pueblos americanos y los derechos del
hombre. Murió lejos de su patria, y a los 68 años, dos meses y 19 días de haber regresado
a la Patria para confirmar su libertad en los campos de batalla de medio continente,
llegaron a Bs As sus restos repatriados por el presidente Avellaneda, quien mediante una
proclama invitó al pueblo argentino a efectuar el aporte para “recoger con espíritu
piadoso y fraternal ese santo legado, pues los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden
la conciencia de su destino, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor
preparan el porvenir”. Frente a sus restos dijo: “ved a la estatua del primer soldado de
América montado sobre el caballo de batalla que mayor espacio ha recorrido en la tierra
después de Alejandro. A su sombra resonado ya el himno secular de la Grecia, madre de la
gloria enseñó a los hombre para conmemorar a sus héroes.”

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