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CONSOLACIÓN A POLIBIO

SÉNECA
CONSOLATIO AD POLIBIUM

Séneca comienza su escrito aludiendo al carácter caduco y frágil de todo lo existente. Aunque los fines varíen, siempre
se cumple este planteamiento: todo lo que tuvo un principio ha de tener un fin, siendo lícito creer que vendrá un día
en el cual este universo se disipe totalmente, sepultando las cosas humanas en confusión y tinieblas. Es factible formular
quejar repetitivas a los hados, pero su naturaleza es inmutable, dura e inexorable, a ninguno perdonan ni remiten cosa
alguna. Por lo anterior, lo aconsejable es suspender el llanto y el dolor.

Si se necesitara buscar razones para llorar, se encontrarían con facilidad. Algunos son obligados a trabajar en razón a su
pobreza, otros temen las riquezas que tanto codiciaron, unos se quejan por la responsabilidad que tienen con sus hijos,
otros porque sus hijos han muerto. Pero el llanto, que es, por demás, una marca natural en los mortales, de practicarse
con moderación. Séneca va más allá y le indica a Polibio que en todo el orbe no hay persona alguna que se deleite con
sus lágrimas. Ni siquiera el hermano fallecido concordaría en ver a su hermano sufrir y apartarse de sus nobles
ocupaciones diarias como lo es el estudio y servicio del César. ¿De qué te sirve que te consuma el dolor que tú mismo
hermano desea que se acabe? Porque el hermano poco amoroso no debe ser llorado tanto, y el que fue amoroso no
querrá que le llores.

Otras razones por las cuales no debería darse mucho tiempo del día para vivificar el dolor por medio de lágrimas es el
ejemplo que Polibio debe darle a sus hermanos de sufrir con fortaleza estas injurias de la fortuna. Si no se puede
desechar totalmente el dolor, urge entonces encerrarlo en el interior, encarcelándolo para que no se deje ver. Por la
cercanía de trabajo con el César, tampoco es lícito vivir quejándose de la fortuna. “En César lo tienes todo y él te basta
para todo”, afirma Séneca. Además, si el origen del dolor está en el hermano fallecido es una locura el llorar, pues es
posible que los difuntos no posean sentido alguno, se encuentren libres de todas las incomodidades de la vida, se
encuentren restituidos en el lugar donde estuvieron antes de nacer, exentos de todo mal, no temen, ni desean ni
padecen nada. Por el contrario, si los difuntos poseen sentido entonces se hayan regocijados gozando de la vista de la
naturaleza de las cosas, despreciando desde el lugar celestial todas las cosas humanas. Así, llorar por el bienaventurado
es envidia, y llorar por el que no tiene ser es locura, sentencia Séneca.

Todos los bienes que alegran la vida de los mortales no son ocasión para la felicidad. El dinero y las dignidades, generan
más efectos amenazadores que promesas gratificantes. La fortuna procede con liviandades: quienes acumulan dones
hoy, mañana los pierden. Para los mortales, según enseñan los sabios, toda la vida es un castigo. A quienes navegan en
este tempestuoso mar expuesto a todas las tormentas, ningún otro puerto hay si no es de la muerte. El hermano difunto
se halla ahora libre, quieto, seguro y eterno, habiendo pasado de este humilde y abatido lugar a resplandecer en aquel
que recibe en su dichoso seno a las almas que dejan las prisiones. Séneca continúa su reflexión afirmando que es ingrato
quien llama injuria al fin del deleite, ignorante el que piensa que no hay fruto sino en los bienes presentes y el que no se
aquieta con los pasados. La naturaleza de las cosas hizo con Polibio lo que sucede con los demás hermanos: estos no son
propiedad de nadie, son prestados. Es más conveniente alegrarse de haber tenido un buen hermano y dar gracias del
usufructo que de él gozaste, aunque fue más breve del que deseabas. Finalmente, la naturaleza a ninguno prometió que
haría gracia en la necesidad de morir.

La vida no es otra cosa que un viaje a la muerte. Desde esta perspectiva, es necesario mostrar regocijo con todo lo que la
vida nos da. Todas las cosas esperan el último día, aunque el fin de todas no es el mismo. A unos desampara la vida en
medio del curso, a otro en la misma entrada, a otro fatigado en extrema esclavitud. Casos de hombres excelsos que ha
padecido los infortunios del Hado son numerosos. Augusto perdió a Octavia, su carísima hermana y no le eximió la
naturaleza de la necesidad de llorar, además perdió yernos, hijos y nietos. Con todo eso, su pecho fue no solo vencedor
de las naciones sino de los dolores. Con estos procedentes es inútil injuriar o maldecir a la fortuna pues ella no se muda.
Si ha llevado crueldad y muerte a la casa imperial, con mayor razón lo hará a casa particulares. Polibio, según Séneca,
debe imitar la firmeza de César en sufrir y vencer los dolores caminando por las huellas divinas.

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