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EL HOMBRE MODERNO
I SEMESTRE CIV1-1
2015
INTRODUCCIÓN
Antes de dar comienzo a nuestra descripción convendrá aclarar los términos elegidos.
Decimos que trataremos del “hombre moderno”. Esta expresión es aparentemente
insustancial y sin sentido, ya que siempre el hombre es moderno. Lo era ya el hombre
de las cavernas y lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. Siempre el hombre es de
su época. Pero lo que acá queremos significar es otra cosa. Tomamos la palabra
“moderno” no en el sentido cronológico del vocablo sino en un sentido axiológico,
es decir, valorativo. Queremos referirnos al hombre que es producto de la llamada
"civilización moderna". También esta fórmula requiere explicación ya que, por los
motivos anteriormente aducidos, toda civilización es igualmente moderna. Pero la
entendemos en el sentido que le ha dado la Iglesia en su Magisterio de los últimos
tiempos para calificar a la civilización resultante del largo proceso de apartamiento del
orden sobrenatural, e incluso del orden natural, que se inició con el declinar de la Edad
Media. Civilización moderna significa, pues, en nuestro caso, la civilización creada
sobre los escombros de la antigua civilización fundada en el cristianismo. Y
entendemos por "hombre moderno" al hombre que es fruto de dicha civilización.
LA MASIFICACIÓN
Pfeil distingue dos tipos de masificación. La primera, que se podría llamar transitoria, se
da cuando los hombres por algunos momentos pierden su facultad de pensar
libremente y de tomar decisiones, adhiriendo al conglomerado, lo que les puede
acontecer, si bien sólo en ocasiones, incluso a gente con personalidad. Pero esta no es
la masificación que ahora nos interesa. Principalmente nos referimos al segundo tipo de
masificación, al que alude Pfeil, o sea la crónica, que se realiza cuando la gente pierde
de manera casi habitual sus características personales, sin preocuparse ni de verdades,
ni de honores, asociándose a aquel conglomerado homogéneo de que hemos hablado,
conjunto uniformado de opiniones, de deseos y de conductas.
El hombre masificado es un hombre gregario, que ha renunciado a la vida autónoma,
adhiriéndose gozosamente a lo que piensan, quieren, hacen u omiten los demás. Es de
la masa todo aquel que siente “como todo el mundo”. No se angustia por ello, al
contrario, se encuentra cómodo al saberse idéntico a los demás. Es el hombre de la
manada. No analiza ni delibera antes de obrar, sino que adhiere sin reticencias a las
opiniones mayoritarias. Es un hombre sin carácter, sin conciencia, sin libertad, sin riesgo,
sin responsabilidad. Más aún, como lo ha señalado Pfeil, odia todo lo que huela a
personalidad, despreciando cualquier iniciativa particular que sea divergente de lo que
piensa la masa. Dispuesto a dejarse nivelar y uniformar, se adapta totalmente a los
demás tanto en el modo de vestir y en las costumbres cotidianas, como en las
convicciones económicas y políticas, y hasta en apreciaciones artísticas, éticas y
religiosas. En resumen: la conducta masificada es la renuncia al propio yo. Folliet llama
a esto "la incorporación al Leviathan", que confiere al hombre-masa cierta seguridad
material, intelectual y moral. El individuo no tiene ya que elegir, decidir, o arriesgarse
por sí mismo; la elección, la decisión, y el riesgo se colectivizan5.
Es lo que Heidegger llama “hombre”, "se", "uno", en alusión a ese ser informe, sin
nombre ni apellido, que está por doquier.
El hombre-masa es, pues, aquel “und” de que nos hablaba Heidegger. Pero no sólo en
el sentido nominal del vocablo, sino también en su significado numérico. Nuestra época
masificante, que prefiere la cantidad a la calidad, ha hecho del número el árbitro del
poder político -la mitad más uno- así como de todo el comportamiento humano. El
individuo, vuelto cosa, se convierte en un objeto dúctil, un ser informe y sin subjetividad,
cifra de una serie, dato de un problema, materia por excelencia para encuestas y
estadísticas que hacen que acabe finalmente por pensar como ellas, inclinándose
siempre a lo que prefieren las mayorías. Por eso el hombre-masa es un hombre
fácilmente maleable, arcilla viva, pero amorfa, capaz de todas las transformaciones que
se le impongan desde afuera.
De ahí la importancia de las "ideologías" para la masa, ya que los que la integran ven en
el "consentimiento universal" o en la "expresión de la mayoría", lo más "aplastante"
posible, el mejor sucedáneo de su desierto interior.
Lo peor es que al hombre masificado le hacen creer que por su unión con la multitud es
alguien importante. Lo que era meramente cantidad -la muchedumbre- se convierte
ahora en una determinación cualitativa. Podría hablarse de una especie de “alma
colectiva", algo poderoso, grande cuantitativamente. La masa así "agrandada", se vuelve
prepotente aceptando con placer aquello de “la soberanía del pueblo”, según el
concepto de la democracia liberal. La muchedumbre pasa así a ocupar el escenario,
instalándose en los lugares preferentes de la sociedad. Antes existía, por cierto, pero en
un segundo plano, como telón de fondo del acontecer social. Ahora se adelanta, es el
personaje privilegiado, Ya no hay protagonistas, sólo hay coro. Más todo ello es pura
apariencia. Porque de hecho sigue habiendo protagonistas, pero ocultos, que le hacen
creer al coro su protagonismo.
El hombre gregario, cuando está sólo, se siente apocado, pero cuando se ve integrando
la masa que vocifera, se pone furioso, gesticula, alza los puños, injuria, llegando a veces
al desenfreno, hasta provocar incendios y muertes. Nunca hubiera obrado así como
persona individual. Cabría aquí tratar del carácter que va tomando el fútbol, un gran
negocio montado para las multitudes masificadas. Es un fenómeno digno de ser
estudiado, que parece incluir la pérdida de la identidad personal, y en sus exponentes
más extremos, las barras bravas, la disposición a matar o morir, por una causa que está
bien lejos de merecer tal disposición. El sentirse arrollado por la multitud es
experimentado como un sentirse respaldado y fortalecido, lo que contribuye a suprimir
los frenos morales, acallando todo sentido de responsabilidad Marcel de Corte nos ha
dejado al respecto una reflexión destacable: "La fusión mística de la masa no es para el
individuo sino un medio de exaltarse y colmar su vaciedad con un subterfugio, y el acto
de comunión es la expresión de un egoísmo larvado que llega a la fase extrema de su
proceso de degeneración humana.
Marcel pensaba que si seguimos por este camino, el individuo se iría haciendo cada vez
más reductible a una ficha, según la cual se le dictaminaría su destinación futura. Fichero
sanitario, fichero judicial, fichero fiscal, completado quizás más tarde por indicaciones
de su vida íntima, todo esto en una sociedad que se dice organizada y planificadora,
bastará para determinar el lugar del individuo en la misma, sin que sean tomados en
cuenta los lazos familiares, los afectos profundos, los gustos espontáneos, las
vocaciones personales.
CONCLUSIONES: