Durante los últimos quince años en Venezuela se adoptó un sistema político
con alto intervencionismo estatal en todos los ámbitos de la vida en sociedad, que sus promotores denominaron “Socialismo del Siglo XXI”. El orden institucional se tornó altamente discrecional para aplicar políticas populistas clientelares, ejerciendo un poder casi hegemónico por el uso de la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza. Las libertades políticas, económica y civiles se han visto cada vez más restringidas, dado que el régimen ha interpretado, cambiado y acomodado la constitución y las leyes a los intereses del grupo gobernante. Esto ha provocado abuso de poder político, corrupción rampante, altos niveles de inseguridad ciudadana, escasez, inflación, restricción a los derechos de asociación y expresión, entre otros. El régimen autoritario chavista ha concentrado el poder a través del control de las instituciones políticas y la toma de la economía mediante controles de precios y cambiarios, expropiaciones, la dirección del crédito y la explotación de la empresa estatal petrolera, entre otras medidas. En noviembre del 2013 entró en vigencia una Ley Habilitante otorgando poder casi ilimitado y discrecional al Presidente de Venezuela para emitir decretos con fuerza de ley. En definitiva, la concentración de poder se ha alimentado de sofocar los derechos individuales de los ciudadanos. Los venezolanos iniciaron protestas desde inicios de febrero del presente año que todavía siguen en pie. Lo que presenciamos es una crisis económica, social y política sin precedentes en ese país. No se vislumbra una salida fácil ni rápida, lo que implicará mayor deterioro de la libertad y, consecuentemente, una reducción en la calidad de vida de los venezolanos.
Desde los inicios del régimen chavista ha habido un ataque frontal a la
economía de mercado, imponiendo trabas, barreras y altos costos ocultos que promueven cada vez menor inversión, producción, generación de empleos y de riquezas. El ambiente de negocios en Venezuela se ha deteriorado e introduce incertidumbre por las expropiaciones, censuras a la libertad de asociación y despilfarro de recursos que utiliza el régimen chavista para concentrar el poder a través del populismo y el clientelismo. Venezuela, sumergida aún en las reglas de nomenclatura de la economía global, tiene sus estadísticas, sin que éstas aún puedan determinar los niveles de bienestar y felicidad social, equidad y restablecimiento de los derechos fundamentales de su población. Las estadísticas son insuficientes. Como lo comentaba Chávez, necesitamos instrumentos nuevos para medir lo que el econometrismo no ha medido en años recientes en nuestro país. Para nombrar dos ejemplos; si un venezolano acude a un Centro de Alta Tecnología de Barrio Adentro para realizarse gratuitamente un examen médico catalogado como costoso, eso no ingresará como una medición en el Producto Interno Bruto (PIB), pues éste mide lo que intercambiamos en bienes y dinero, no en consolidación de derechos, salud y felicidad. Si, por otro lado, el Estado financia, da tierras y apoya a 200 productores de maíz que realizan esta actividad de manera colectiva, el impacto de la producción de ellos será medido en cifras de crecimiento económico, como se mide la actividad de cualquier empresa capitalista. No se mide la inclusión y democratización económica, la reversión de las relaciones de propiedad, ni se mide el valor sustantivo de la seguridad y soberanía alimentaria del territorio y personas beneficiadas con esa acción. Como vemos, hay cosas que las fórmulas y mediciones actuales no pueden medir porque sencillamente no fueron pensadas para eso. Fueron creadas para determinar los niveles de salud o malestar del capitalismo. Pero incluso en los mismos términos del capitalismo, la realidad venezolana tiene a simple vista paradojas y contradicciones que generan debate. Unas cifras dicen que "estamos bien", otras que "estamos mal". Revisando meras cifras no resolveremos el tema de fondo: el de la política detrás del hecho económico. Pero aún así debemos preguntarnos: ¿Es Venezuela un país en crisis, en verdadera crisis económica? La realidad económica venezolana es hoy resultado de un ataque sistémico a la economía. No hay otra explicación. La guerra económica es real, es un hecho. No es una invención para el manejo político de la situación. Existiendo todas las condiciones ya explicadas, lo lógico es que la economía venezolana fuera una economía consolidada y fuerte, estabilizada en todas las áreas. Dicho de otra forma: desabastecimiento e inflación. Signados todos estos temas por la especulación, el sabotaje selectivo a las redes de suministro, el enrarecimiento de los sistemas de precios, el contrabando, en definitiva, por la guerra económica con fines políticos. La dimensión real de "la crisis" económica venezolana se basa fundamentalmente en ser un problema, léase bien, de gobernanza económica. La "crisis económica" venezolana es, en esencia, una crisis política. No habría guerra económica si no existiera una pugna por el poder. Si en Venezuela los poderes estuvieran secuestrados por la burguesía, no habría guerra económica en contra del Gobierno y contra la sociedad, cortesía de la burguesía. La crisis es de un proyecto histórico de nuevo tipo frente al de vieja data que intenta sostenerse y recuperar sus espacios habituales de poder político. La guerra en Venezuela es virtualmente una situación de rehenes, en la que la burguesía nos intenta extorsionar a cambio de que les devolvamos el poder. Es un problema de gobernanza política, en definitiva. Pero ese es un tema más extenso.