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PaulaMayfair
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Sinopsis Capítulo 17
Dedicatoria Capítulo 18
Epígrafe Capítulo 19
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 27
Capítulo 28
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Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Capítulo 33
Capítulo 15 Agradecimientos
Capítulo 16 Sobre el autor
El chico de oro Ezra Faulkner cree que todos tienen una tragedia
esperando por ellos —un simple encuentro después del que todo lo que
realmente importa sucederá. Su tragedia particular esperó hasta que él
estuvo preparado para perderlo todo: en una noche espectacular, un
conductor imprudente destruye la rodilla de Ezra, su carrera deportiva y su
vida social.
Sin ser más un favorito para Rey en el baile de bienvenida, Ezra se
encuentra a sí mismo en la mesa de inadaptados, donde se encuentra
con la chica nueva Cassidy Thorpe. Cassidy es diferente a cualquiera que
Ezra ha conocido, dolorosamente natural, ferozmente inteligente y
decidida a llevar a Ezra en sus interminables aventuras.
Pero a medida que Ezra se sumerge en sus nuevos estudios, nuevas
amistades y un nuevo amor, aprende que algunas personas, al igual que
los libros, son fáciles de malinterpretar. Y ahora debe tomar en cuenta: si la
tragedia particular de alguien ya ha aparecido y todo lo que importa 6
después de ella ha sucedido, ¿qué pasa cuando más desgracias
aparecen?
The Beginning of Everything de Robyn Schneider es una novela lírica,
ingeniosa y conmovedora acerca de lo difícil que es actuar el papel que
la gente espera, y cómo los nuevos comienzos pueden ser el resultado de
finales abruptos y trágicos.
Para mis padres,
Quienes sin dudas intentarán encontrarse en este libro.
No se preocupen, se los hice fácil —están aquí,
¡bien al principio!
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Me enamoré de su valentía, su sinceridad y su ardiente amor propio y son
estas cosas en las que creería incluso si todo el mundo especulara
sospechas salvajes de que ella no es todo lo que debería ser…. La amo y ese
es el principio y el final de todo.
—F. Scott Fitzgerald
Algunas veces pienso que todos tienen una tragedia esperando por
ellos, que las personas comprando leche en sus pijamas o hurgándose las
narices en los semáforos podrían estar a sólo momentos del desastre. Que
la vida de todos, sin importar lo poco notable, tiene un momento cuando
todo se vuelve extraordinario, un único encuentro después del cual todo lo
que realmente importa, va a suceder.
Mi amigo Toby se vino abajo con un mal caso de tragedia la semana
antes de empezar el séptimo grado en la Escuela Secundaria Westlake.
Éramos fanáticos del Ping-Pong ese verano, jugando descalzos en su patio
trasero con aspiraciones hacia una especie de campeonato mundial. Yo
era el mejor jugador, porque mis padres me habían obligado a tomar
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clases privadas de tenis desde que me dieron mi propio tenedor en la
cena. Pero a veces, por puro sentido de amistad, dejaba que Toby
ganara. Era un juego para mí, perder lo suficientemente convincente para
que no se diera cuenta que lo hacía a propósito. Y así, mientras él
practicaba para el mítico campeonato mundial de Ping-Pong, yo
practicaba un tipo de anarquía bien intencionada hacia la convicción de
mi padre de que ganar era lo que importaba en la vida.
A pesar de que Toby y yo éramos la clase de mejores amigos que
rara vez buscaban la compañía de otros chicos de nuestra edad, su
madre insistió en hacer una fiesta de cumpleaños, tal vez para asegurar su
popularidad en la escuela intermedia, una popularidad que no habíamos
disfrutado en la escuela primaria.
Envió invitaciones de Piratas del Caribe a una media docena de
chicos en nuestro año con los que Toby y yo compartíamos un colectivo
desinterés en socializar, y el último martes del verano nos llevó a todos a
Disneyland en la minivan color borgoña más asqueroso del mundo.
Vivimos a sólo veinte minutos al sur de Disneyland, y la magia del
lugar ya estaba muy gastada para finales del sexto grado. Sabíamos
exactamente cuáles atracciones eran buenas y cuáles eran una pérdida
de tiempo. Cuando la señora Ellicott sugirió que visitáramos The Enchanted
Tiki Room, un lugar donde se presentaban espectáculos hawaianos, la idea
fue recibida con tanto desprecio colectivo que uno habría pensado que
nos dijo que almorzáramos en el bar de ensaladas de Puerto Pizza. Al final,
la primera, y única, atracción a la que fuimos fue a la montaña rusa The
Thunder.
Toby y yo escogimos la última fila del tren, la cual todos saben que es
la más rápida. El resto de los invitados peleaban por la primera fila, porque,
aunque la última es la más rápida, la primera es inexplicablemente la más
popular. Y así, Toby y yo terminamos divididos del resto del grupo por un
mar de visitantes ansiosos de Disneyland.
Supongo que recuerdo el día con enorme claridad por lo que
sucedió. ¿Conoces esas señales que tienen en las filas de los parque
temáticos, con esas líneas negras y gruesas donde tienes que ser al menos
así de alto para subir? Esas señales también tienen un montón de estúpidas
advertencias, sobre que las mujeres embarazadas o personas con
problemas cardíacos no deberían subir a las montañas rusas, y tienes que
guardar tu mochila, y todos deben permanecer sentados todo el tiempo.
Bueno, resulta que esas señales no son tan útiles después de todo.
Había una familia directamente frente a nosotros, turistas japoneses con
gorras de Mickey Mouse que tenían sus nombres bordados en la parte de
atrás. Mientras Toby y yo nos sentamos allí con el viento en nuestras caras y
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la montaña rusa haciendo un estruendo tan fuerte sobre las vías
tambaleantes que apenas podías escucharte gritar, uno de los chicos del
frente se puso de pie desafiante en su asiento. Se reía, y sostenía la gorra
de Mickey Mouse sobre su cabeza, cuando el tren aceleró y entro en un
túnel bajo techo.
Los informes noticiarios dijeron que un chico de catorce años de
Japón fue decapitado en la montaña rusa The Thunder cuando hizo caso
omiso a las advertencias de seguridad. Lo que los noticieros no dijeron fue
cómo la cabeza del niño voló hacia atrás en su gorra con orejas de ratón
como una especie grotesca de helicóptero, y cómo Toby Ellicott, en su
duodécimo cumpleaños, atrapó la cabeza cortada y se aferró a ella en
estado de shock durante la duración de la atracción.
No hay manera fácil de recuperarse de algo así, no hay respuesta
mágica a las bromas de ―Atrapando la cabeza‖ que todos lanzaban en
dirección de Toby en los pasillos de la Escuela Secundaria Westlake. La
tragedia de Toby fue el asiento que escogió en una montaña rusa en su
duodécimo cumpleaños, y desde entonces, ha vivido a la sombra de lo
que pasó.
Pude haber sido yo, fácilmente. Si nuestros asientos se hubieran
invertido, o si los chicos frente a nosotros hubieran cambiado posiciones en
la fila en el último minuto, la cabeza pudo haber sido mi perdición en lugar
de la de Toby. Pensaba sobre eso a veces, cuando nos distanciamos en los
últimos años, mientras Toby se desvanecía en la oscuridad y yo me convertí
en un éxito social inexplicable. A lo largo de la escuela intermedia y
secundaria, mi sucesión de novias se reiría y arrugarían la nariz. —¿No solías
ser amigo de ese chico? —preguntarían—. Ya sabes, ¿el que atrapó la
cabeza cortada en la atracción de Disneyland?
—Aún somos amigos —diría yo, pero eso no era realmente cierto.
Todavía éramos lo suficientemente amigables y ocasionalmente
charlábamos en línea, pero nuestra amistad de alguna manera se había
decapitado aquel año. Como el chico que se había sentado frente a
nosotros en esa fatal montaña rusa, no había ningún peso sobre mis
hombros.
Lo siento. Eso fue horrible de mi parte. Pero, honestamente, ha
pasado mucho tiempo desde el séptimo grado y la historia se siente como
una historia horripilante de la que una vez escuché. Porque esa tragedia le
pertenece a Toby, y él ha vivido estoicamente en sus consecuencias
mientras que yo escapé relativamente ileso.
Mi propia tragedia esperaba. Esperaba golpear hasta que estaba
tan acostumbrado a mi buena vida en un suburbio nada excepcional que
ya había dejado de esperar a que algo interesante pasara. Que es por lo
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que, cuando mi tragedia personal finalmente me encontró, ya era casi
demasiado tarde. Acababa de cumplir diecisiete años, era
vergonzosamente popular, obtenía buenas calificaciones, y era
amenazado con convertirme en eternamente poco extraordinario.
Jonas Beidecker era a un chico al que conocía periféricamente, de
la misma manera que sabes si alguien está sentado en el escritorio de al
lado, o una enorme furgoneta en el carril izquierdo. Apareció en mi radar,
pero era apenas. Era su fiesta, una casa en North Lake con un jardín como
mirador lleno de cervezas y Hard Lemonade1. Había una maraña de luces
navideñas colgadas por el patio, a pesar de que era el fin de semana del
baile, y brillaban reflejándose en la turbia agua del lago. La calle estaba
desordenada con autos, y yo había estacionado en Windhawk, a dos
cuadras, porque era paranoico sobre ser chocado.
Mi novia Charlotte y yo habíamos estado peleando esa tarde, en las
canchas después de la temporada de tenis. Ella me había acusado,
déjenme ver si puedo decir exactamente lo que dijo: ―Eludir
responsabilidades presidenciales de la clase con respecto a la fiesta
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Traducido por Sofí Fullbuster
Corregido por Meliizza
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Traducido por Annabelle
Corregido por Lalu
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Traducido por Majo_Smile ♥ & Blaire2015
Corregido por Fany Stgo.
***
***
***
En español, en el original.
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—Oye, Faulkner —asintió Evan a modo de saludo mientras él y otros
chicos del equipo de tenis se deslizaron en las sillas alrededor de la mía
como si nada hubiera cambiado en lo más mínimo. Llevaban bolsas de
Burger King y mochilas a juego de tenis, los profesionales estuvimos
pidiéndoselo al Entrenador para que lo aprobara durante años. Me
encontraba tan distraído por sus mochilas que no me había dado cuenta
de dos cosas: que todos salieron del campus para el almuerzo y que el
uniforme de Evan tenía una línea adicional en el bordado.
—¿No me vas a felicitar por ser capitán? —Evan metió la mano en su
bolsa y desenvolvió una gigantesca hamburguesa doble. El aroma a
cebolla caliente y grasientas hamburguesas de carne llenó la clase.
—Felicitaciones —dije, sin estar sorprendido. Después de todo, Evan
era la mejor opción.
—Bueno, alguien tenía que tomar el puesto de tu culo cojo —
enfatizó Evan, el insulto en un tono extrañamente amable.
Jimmy, que se encontraba sentado detrás de mí, sostuvo lo que
tenía que ser un gran cubo de patatas fritas. —¿Quieres un poco?
—¿Seguro que no puedes acabarlas por ti mismo? —dije inexpresivo.
—Nah, tengo suficiente para todo el mundo, en caso de que la Sra.
Martin se enfade.
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No pude evitarlo, me reí.
—Hombre —dijo Evan, dándome una palmada en el hombro—.
¿Vienes al Chipotle mañana? Martes de Tacos, ¡tengo que conseguir un
poco de taco y guacamole!
—Nadie lo llama así. —Sacudí la cabeza, sonriendo.
Era extraño, mi equipo actuando de la misma forma que siempre lo
habían hecho, y por un momento me pregunté si en realidad era tan fácil.
Si podría ir a la comida mexicana con el equipo al que ya no pertenecía.
O si quería salir con ellos, ahora que pasé de ser líder a una
responsabilidad.
Y entonces Charlotte se movió de manera desenfadada en una
nube de un afrutado perfume demasiado familiar, y agarró un puñado de
papas fritas del cubo de Jimmy. Se sentó sobre el escritorio junto al de
Evan, su falda de porrista moviéndose contra sus muslos bronceados.
—¿Dónde están mis patatas fritas? —demandó, empujando a Evan
con su zapato.
—Bueno, Jimmy tiene suficiente para todos. —El rostro de Evan cayó
al darse cuenta de que cometió un error.
—Pero yo no le pedí a Jimmy que me trajera patatas fritas, te lo pedí
a ti —dijo ella, haciendo un mohín.
—Lo siento, bebé. Te lo compensaré. —Evan se inclinó hacia el pasillo
desde su asiento, para besarla, y si no lo sabía antes, lo sabía ahora: eran
novios.
—Ahora no, mis manos están grasientas —dijo Charlotte, dándole la
espalda—. Al menos consígueme algunas servilletas.
—Ups. Lo olvidé.
Suponía que debería de haber sido doloroso verlos juntos, mi ex-
novia con uno de mis mejores amigos. Que debí hacer preguntas, no solo
cómo sino cuándo ocurrió, pero me sentía extrañamente indiferente,
como si esto fuera demasiado esfuerzo como para preocuparme. Suspiré y
tomé un paquete de pañuelos de mi mochila, pasándoselo a Charlotte.
—Gracias. —Ni siquiera soportaba mirarme, y no podía decir si era
por culpa o pena.
Jill Nakamura se sumó a luego nosotros, aún con sus gafas de sol
puestas. Le dio un abrazo a Charlotte después de tomar asiento, como si
no se hubieran visto justo antes del almuerzo.
—Ugh, tenemos como dos clases juntas este año —se quejó 31
Charlotte.
Me permití sonreír mientras Jill inventó alguna excusa acerca del
Concejo Estudiantil metiéndose con su horario. La verdad era, Jill y yo
estuvimos en los mismos cursos de honor desde décimo grado, pero
teníamos un acuerdo de silencio para no hablar sobre ese tipo de cosas.
Miré mientras Charlotte metió el paquete de pañuelos en su bolso —
mí paquete de pañuelos, en realidad.
—Oh por Dios —dijo Charlotte, cerrando su bolso con un ademán
ostentoso—. ¡Mira! Es como si ella se hubiera robado el bote de basura de
objetos perdidos.
—El de los niños perdidos. —Jill reprimió una carcajada.
La chica nueva se encontraba en la entrada, inspeccionando las
filas llenas de asientos. Podía verla tratando de ser valiente ante la
atención no deseada. Afortunadamente, la Sra. Martin dio un paso al
frente de la clase, aplaudiendo con ritmo para silenciarnos como si
estuviéramos en tercer grado, y dijo: —¡Hola3 , clase!
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Traducido por Mel Cipriano
Corregido por Alaska Young
***
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***
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—¡FAULKNER! —bramó Toby. Se sentaba en la parte superior de la
mesa del profesor y usaba una corbata de lazo. La clase no había
comenzado y casi nadie se encontraba en sus asientos. A través de la
pequeña ventana integrada en la puerta, pude ver a la Sra. Weng en el
Anexo, conversando con el profesor de periodismo.
Toby bajó de la mesa y casi se atragantó al ver a Cassidy.
—¿Qué estás haciendo aquí? —balbuceó.
—¿Ustedes dos se conocen? —Fruncí el ceño, mirando hacia atrás y
adelante entre ellos. Cassidy parecía horrorizada, y yo no podía leer la
expresión de Toby en absoluto.
—Cassidy es, bueno… —Toby pareció cambiar de idea a media
explicación—. Ella es una esgrimista.
Por alguna razón, esto hizo que Cassidy se incomodara.
—¿Qué, cómo espadas? —le pregunté.
—Se refiere a un tirador de piquete —aclaró Cassidy, haciendo una
mueca, como si el tema fuera doloroso—. Es sólo este término del debate.
No es importante.
—¡Al infierno no lo es! —replicó Toby—. No puedo creer que te hayas
transferido a Eastwood. Te trasladaste aquí, ¿verdad? Porque, en serio,
¡esto es épico! Todo el mundo va a enloquecer.
Cassidy se encogió de hombros. Claramente no quería hablar de
ello. Tomamos una mesa juntos en la parte de atrás, y al cabo de unos
minutos, la Sra. Weng entró y repartió una descripción del curso. Ella era
joven, recién salida de la escuela de posgrado, el tipo de profesor que
perdería el control de la clase constantemente y en estaría en silencioso
pánico hasta que el maestro de al lado entrara y gritara.
Ella habló de los diferentes tipos de debate y luego hizo que Toby se
levantara y nos hiciera unirnos al equipo de debate.
Él paseó al frente de la clase, se abotonó la chaqueta y sonrió.
—Señoras y señores —comenzó—, supongo que todos compartimos
un interés mixto en beber, hacer locuras y dormir fuera de casa.
El color desapareció de la cara de la señora Weng.
—Estoy hablando, por supuesto, de entrar a la universidad, donde se
tiene la opción de participar en ese tipo de actividades ilícitas después de
lograr la excelencia académica, por supuesto —modificó Toby
rápidamente—. Y unirse al equipo de debate hace un excelente
currículum para aquellas solicitudes para la universidad.
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Toby continuó hablando del equipo de debate, el compromiso de
tiempo, y el historial de la escuela (¡Estamos peor que el equipo de golf!).
Era un orador público decente, y por un momento me pregunté por qué
nunca había entrado al gobierno estudiantil. Y entonces me acordé de la
cabeza cortada.
Después, Toby repartió una hoja de inscripción para el primer torneo
de debate del año, que nadie firmó. Cuando la hoja llegó a Cassidy, sus
hombros temblaban de risa silenciosa. Deslizó el trozo de papel en mi
escritorio.
Escrito en la parte superior de la lista, en Sharpie rosa terriblemente
fuerte, se hallaba esta belleza:
EZRA HIJO DE P FAULKNER, ¡OYE!
(Me debes por el Gatorade de orina)
No pude evitarlo, me eché a reír.
La sala quedó en silencio mortal, y Toby sonrió como si acabara de
ganar el campeonato mundial de Ping-Pong. La Sra. Weng me frunció el
ceño. Rápidamente convertí la risa en un ataque de tos falso, y Cassidy se
inclinó y amablemente me golpeó en la espalda. Para mi más profunda
vergüenza, esto me hizo realmente empezar a toser en serio.
Por el momento lo tenía bajo control, por suerte se convirtió en un
evento.
—Lo siento —susurró Cassidy.
Me encogí de hombros como si no importara, pero cuando ella no
miraba, escribí su nombre en la hoja de inscripción en recuperación de la
inversión y la envié hacia adelante. Para el resto de la clase, se trabajó en
parejas estructurando un debate parlamentario. Cassidy y yo nos
asociamos.
—¿Qué es un piquete esgrimista? —presioné cuando ella no hizo
ningún movimiento para iniciar la tarea.
—Es, bien, es cuando te colocas primero en cada ronda en un
torneo. —Suspiró, jugueteando con su pluma aún tapada—. Tú
acumulado es una fila de unos, como una pequeña valla.
Consideré esto, la idea no sólo de ganar, sino de hacerlo sin una sola
derrota, cuando Toby se acercó y trajo una silla.
—Sí, hola —dijo—. En caso de que se lo pregunten, no van a tener
que entregar eso. 43
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Lo juro por la tumba de mi dulce hámster muerto Petunia —dijo, lo
que no fue exactamente tranquilizador ya que, que yo sepa, Toby nunca
había tenido un hámster—. La señora Weng me pidió que eligiera un tema
al azar durante las vacaciones como ejercicio. Técnicamente no estoy en
esta clase. Soy su ayudante estudiantil.
—¿Así que eres su copiloto? —preguntó Cassidy.
Los tres nos reímos, y se me ocurrió que Cassidy y Toby se conocían.
Así que, si alguien era un extraño, no era la chica nueva, era yo.
Cuando sonó la campana, la Sra. Weng nos dijo que conserváramos
nuestros debates, y Toby articuló: —Te lo dije.
La clase comenzó a salir y vi a Cassidy fijar las hebillas de su bolso.
Tenía el pelo medio fijado para arriba en una corona de trenzas, y con los
fuertes planos de sus pómulos y su piel pálida, parecía como si hubiera
salido de una época diferente, una donde la gente compraba bonos de
guerra y se fugaba al campo para evitar los ataques aéreos. Nunca había
visto a nadie como ella, y no podía dejar de mirarla.
—Vamos —dijo Toby, y Cassidy levantó la mirada, casi
capturándome mirándola—. Únete a mí para el almuerzo. Tú también
vienes, Faulkner. Me vendría bien un nuevo compañero.
—En realidad voy a Chipotle —le dije—. Con Evan, Jimmy y ellos.
Pero sonaba ridículo, e incluso mientras lo decía, sabía que no iba a
pasar realmente.
—Claro que sí. —Toby rio—. No voy a aceptar un no por respuesta.
Ahora vamos, mi harén no come sin que antes los haya honrado con mi
magnificencia.
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Traducido por CoralDone
Corregido por Aimetz14
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Traducido por Adriana Tate
Corregido por JazminC
Película cómica de los años 1978, mejor conocida como House Animal.
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Negué con la cabeza. —No, me refiero a Granja Animal. Ya sabes:
"Algunos animales son más parecidos que otros animales‖.
Phoebe se echó a reír y se retorció debajo del brazo de Luke, tirando
así sus Pop-Tart. —Ezra, estás hablando de la fiesta de Jimmy, ¿verdad? —
preguntó, con un falso puchero.
—Definitivamente —dije, juguetonamente—. ¿Hay que llevar una
botella de vino o un surtido de quesos como regalo de acogida?
Luke partió un pedazo del Pop-Tart de Phoebe y ella gritó en señal
de protesta, haciendo caso omiso de mi pregunta.
—¿Qué tal, esbirros? —Toby deslizó un absurdo y gran termo de café
sobre la mesa—. Oh, ¿es ese Portal Mortal Tres?
Austin siguió sin levantar la vista.
—Está en la zona —dijo Phoebe—. Honestamente, ¿qué pasa con los
niños y los videojuegos? No es de extrañar sus impresiones de muertos.
—Yo leí —protestó Toby cuando Sam y Cassidy se unieron a nosotros,
comiendo galletas frescas de la línea de panadería—. Por ejemplo,
anoche leí que se puede levitar una rana con imanes.
Phoebe puso los ojos como platos, impresionada. 64
—¿Hipotéticamente, o científicamente comprobado? —quiso saber
Cassidy.
—Científicamente comprobado —dijo Toby triunfante—. Estos
científicos, ganadores del Premio Nobel, lo hicieron.
—¿Cuántas cervezas creen ustedes que se necesitan antes de que
un científico prestigioso, con reconocimiento internacional, le pregunte a
otro: "Amigo, te apuesto veinte dólares a que puedo levitar una rana con
un imán"? —dijo Sam arrastrando las palabras.
—Bueno, ¿con cuál carga magnética? —preguntó Cassidy—. Quiero
decir, tiene que ser positivo o negativo, ¿no?
—Crees que eres tan inteligente, ¿verdad? —bromeó Toby.
—Exacto, renacuajo —respondió Cassidy.
Todo el mundo se quejó.
Y entonces sonó el timbre.
Cassidy y yo tuvimos inglés, junto con Luke, en realidad, pero por lo
general caminaba con Phoebe a su clase.
—Entonces —dije mientras Cassidy y yo nos dirigíamos hacia el salón
del señor Moreno—. Yo no vi ningún mensaje secreto anoche.
—No quiero ser predecible —respondió Cassidy—. Pero por lo menos
ahora sé que estás prestando atención.
***
***
—La señorita Weng quiere verlos a los dos —dijo Toby, cuando
Cassidy y yo llegamos a la mesa del almuerzo con nuestras mini-pizzas—.
Por cierto, eso significa ahora.
Metí un trozo de mini-pizza en mi boca y me indicó que era bueno ir.
—Bien, ahora cuando come, es repugnante —señaló Phoebe.
Cassidy suspiró y se sentó. —Voy a fingir que no me llegó ese mensaje
hasta el final de mi comida. ¿Y tú, Ezra?
Tragué saliva espesa. —¿Cuál mensaje?
—Muy bien. —Cassidy se puso sus gafas de sol y mordió su pizza, le
faltaba la mitad, antes de levantarse.
—¿En serio no terminaras eso? —pregunté.
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—¿Por qué? —Cassidy sonrió, colgando la mitad de su pizza en un
bote de basura—. ¿Lo quieres?
—Yo quiero —dijo Austin, finalmente, levantando la vista de su
consola de juegos—. No tengo dinero. Gasté todo mi dinero en mi PM3.
—¡Yo sabía qué es lo que jugabas! —dijo Toby—. Amigo, ¿en qué
nivel estás? ¿Es cierto que los Ojos se regeneran dos veces más rápido que
si les cae Infinito?
—Vamos —dijo Cassidy con un suspiro, y yo la seguí a la clase de la
Sra. Weng.
La Sra. Weng comía espaguetis sobrantes de la noche anterior de un
recipiente de plástico en su escritorio y leyendo una revista de chismes de
celebridades. No voy a mentir, fue muy triste.
—¿Quería vernos? —pregunté.
Se sobresaltó y con aire de culpabilidad deslizó una carpeta de
asistencia sobre la revista. Fingí no darme cuenta.
—Sí, ¡nuestros dos nuevos reclutas! Estoy tan feliz de tenerlos a los dos
en el equipo.
De repente, me acordé de esa hoja de inscripción el primer día de
clase y la forma en que había puesto el nombre de Cassidy abajo. Estaba
jodida. Eché un vistazo a Cassidy, y su expresión era una mezcla de
sorpresa y horror.
—Um , acerca de eso —comencé—. No creo que…
Pero la Sra. Weng no me escuchaba. Divagó acerca de lo
maravilloso que era tener una profesional experimentada como Cassidy, y
cómo ella estaba segura que Cassidy o Toby podían responder a cualquier
pregunta que puedan en la competencia.
El rostro de Cassidy se había puesto pálido. —Señorita Weng —dijo
finalmente—. Creo que hay un error. No firmé para participar.
—Oh, ya los he registrado a los dos por el torneo abierto en San
Diego hace dos semanas —dijo Weng, confundida—. Y he reservado la
van de la escuela para conducir todo el fin de semana, ¿a menos que
cualquiera de ustedes tenga alguna, em, necesidad especial que le
gustaría hablar en privado?
—No —dije, con los dientes apretados—. Ninguna ‗necesidad
especial‘.
Hice que la frase sonara bien e indecente, y Cassidy me lanzó una
mirada de simpatía.
—Estoy tan contenta —dijo Weng, nos entregó un paquete grande— 67
. Ahora ustedes tendrán que tener estos permisos firmados por un padre o
tutor.
—Mis padres están fuera de la ciudad —dijo Cassidy—. Sí, están en
Suiza, en una reunión médica por el resto del mes.
Estaba bastante seguro de que los padres de Cassidy no se
encontraban en nada de eso, pero la Sra. Weng sólo sonrió y le aseguró a
Cassidy que podía enviarle el formulario por fax a su viejo entrenador del
año pasado para que los firme, por el momento. Hubo una finalidad en su
tono por la que no nos atrevimos a cuestionarla.
Cassidy se escabulló de la habitación de la señora Weng derrotada.
En cuanto la puerta se cerró, Cassidy se volvió hacia mí, con los ojos
ardiendo.
—¿Qué demonios? —exigió—. Ella nos acorraló allí. Y nunca firmé
para competir, es como si hubiera planeando esto todo este tiempo.
¡Sabía que había una razón por la que me había puesto en la clase de
debate! ―Oh, no hay ningún otro equipo de optativas abiertas‖, había
dicho mi asesor. ―Es esto o educación física.‖ Sí, malditamente correcto. No
soy un bonito caballo campeón que puedan desfilar cada vez que les da
la gana. No voy a competir nunca más, y no tienen derecho a obligarme a
hacerlo.
—Um —dije.
—¡Y no tenías que inscribirte en eso tampoco! —Cassidy clavó un
dedo en mi pecho—. Deberías haber visto tu cara cuando la Sra. Weng
preguntó si tenían alguna necesidad especial. Me gustaría que le hubieras
dado un puñetazo.
—Sí, eso hubiera sido productivo.
Cassidy suspiró. —Dios, Ezra, realmente no lo entiendo. Nuestros
nombres ya están dentro. Competimos o perdemos en el listado de torneo.
Mierda. Yo no me encontraba familiarizado con las reglas de las
competencias de debate, y no me había dado cuenta de que la única
salida era renunciar públicamente.
—Um, ¿Cassidy? —Tenía que decirle—. ¿Recuerdas aquel día en
clase con la hoja de inscripción y que te reías de mí?
—¿Sí?
—En cierto modo te inscribí como una broma —admití.
—¿Tú QUÉ?
—¡No lo sabía! —Me defendí rápidamente—. Hiciste ese truco
estúpido hablando de mí en español y luego Toby me había apuntado así 68
que imaginé…
—¿Sólo imaginaste qué, exactamente? —dijo Cassidy con frialdad—.
¿Que sería divertido?
—Um, ¿supongo? No sabía que te sentías así sobre debate. No sabía
que habías dejado de competir.
Bajé la cabeza, esperando que Cassidy riera y dijera que no
importaba. Pero no lo hizo.
—Es verdad —dijo Cassidy con fiereza—. Dejé de competir. De la
misma forma que tú dejaste de jugar tenis. Pero ¿sabes qué? Entiendo por
qué no quieres hablar de ello. El hecho de que yo no deje de cojear sin
usar un maldito bastón no significa que tenga que dar explicaciones a la
gente que he conocido durante cinco segundos para que deje de
machacarme. Así que estoy acabada porque tú pensaste que sería
divertido poner mi nombre en esa lista.
Sus ojos ardían de repulsión cuando pisó por delante de mí. Y no la
culpo. Me sentí muy mal. Tanto que quería volver a la oficina de la Sra.
Weng y explicarle todo. Pero entonces sonó el timbre, y me di cuenta de
que iba a llegar tarde a Español.
Traducido por Katita & Larosky_3
Corregido por Daenerys♫
***
***
77
Traducido por Katita & Mel Markham
Corregido por mariaesperanza.nino
***
79
De alguna manera, las ocho y media de la mañana del miércoles se
sentía terriblemente temprano, como si mi cerebro estuviera convencido
de que debía tener la oportunidad de dormir en un día libre. Bostecé mi
camino a través de una taza de café y me uní a la fila de coches
esperando para salir de las puertas de Rosewood en su camino al trabajo.
Cuando llegué al arcén exterior de Terrace Bluffs, Cassidy se sentaba
en la acera, jugueteando con un par de Ray-Ban. Llevaba unos vaqueros,
una camisa con botones a cuadros y una mochila de color azul marino
que se encontraba a sus pies.
Había estado esperando otra de las antiguas y locas ropas de
Cassidy, y esto parecía fuera de lugar de alguna manera. Pero incluso
vestida normalmente, seguía siendo alguien que tenías que mirar dos
veces sin saber muy bien por qué. Era como si estuviera disfrazada de una
chica normal y descubrir el engaño era tremendamente divertido.
—Vi a un coyote esta mañana —anunció al subir en el asiento
delantero—, se hallaba en nuestro patio trasero obsesionado con el
estanque de peces carpa.
—Tal vez sólo quería un amigo.
—O buscaba un amante carpa —observó Cassidy con ironía.
Era una referencia a un poema, supuse, pero no podía ubicarlo. Me
encogí de hombros.
—Si tuviéramos suficiente mundo y tiempo —citó Cassidy—. ¿Andrew
Marvell?7
—De acuerdo —sonó vagamente familiar, como algo que Moreno
hubiera puesto en una identificación de nuevo en el concurso en Honores
de Literatura Británica, pero no era exactamente un gran fan de la
poesía—. Entonces, ¿a dónde vamos?
—Donde no tengamos nada que hacer, aparte de los negocios de
la travesura y el engaño —dijo—, sólo conduce por la Universidad de Town
Center.
Así que lo hice. Y mientras conducía, Cassidy me contó su teoría
sobre ganar en torneos de debate. Los polemistas más exitosos —"Los
llamaría debatientes maestros, pero está claro que no son lo
suficientemente maduros como para manejar eso, señor Suficiencia",
bromeó) sabía hacer referencia a la literatura, la filosofía y la historia.
—Y los más sofisticados a sus referencias, lo mejor —dijo Cassidy,
jugando con la salida de aire—, tú no quieres citar a Robert Frost, por el
amor de Dios. Cita a John Rawls o a John Stuart Mill.
No había oído hablar de ninguno de estos dos últimos tipos, pero no
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dije nada. En realidad, trataba de averiguar si estábamos en una cita,
aunque una que había comenzado a las ocho y media de la mañana.
—Todavía podemos ir espigando —dije, asintiendo por la ventana al
pasar uno de los campos de naranjos restantes.
—No sé por qué piensas que es gracioso.
—¿No has oído? Es mi forma rustica de llevarte a un museo.
Cassidy negó con la cabeza, pero pude ver que sonreía.
La Universidad de Town Center era un lugar extraño para estar a las
8:45 de la mañana. Casi nunca iba allí, ya que se hallaba a quince minutos
en la dirección de Back Bay, este arrogante pueblo de playa WASP 8. En
realidad, Town Center se encontraba sobre la frontera entre Eastwood y
Back Bay, diciendo frontera me refiero a una estación de metro, un
complejo médico con el que estaba íntimamente familiarizado, y un club
de golf, donde mi padre era miembro.
***
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87
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***
Esa noche, cuando Cassidy hizo clic en su luz para saludar, hice lo
impensable: respondí por un mensaje de texto.
En realidad, me sorprendió que eso funcionó. Pero después de un
tiempo relativamente corto de ida y vuelta, ella me dio su dirección y
acordó esperar fuera mientras yo conducía. Cuando llegué, Cassidy se
hallaba apoyada en una farola, bañada por el suave resplandor naranja.
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Llevaba el jersey verde de siempre, una manga arrastrando.
—Hola —dijo ella—. ¿A dónde vamos?
—Te olvidaste de la cena en equipo —bromeé, echando el carro en
reversa.
Cassidy rió, abrochando el cinturón de seguridad. Su cabello se
encontraba mojado, y su humedad había dejado un camino abstracto a
través de los hombros de su blusa azul. Le dije que quería mostrarle algo, y
que era una sorpresa. Alcancé su mano, y conducimos así, en el silencio
tranquilizador de una noche de domingo en Eastwood, todo el camino
hacia la autopista, escuchando Buzzcocks.
El momento en que se unió con la 5 Norte, el silencio fue
reemplazado por el vacío de la autopista en la noche, y bajamos las
ventanas, derramando música como lastre. Después de un par de
kilómetros, comencé a oírlo en la distancia ––el ruido sordo de lo que
habíamos venido a ver.
***
***
143
Afortunadamente, mis padres estaban fuera comprando nuevas
iluminaciones fijas o lámparas o lo que sea. No había estado prestando
atención cuando mi mamá lo explicó en la mañana, pero el punto era,
que no se encontraban en casa, y no estarían de vuelta por un rato.
—¿Debería estar asustada? —preguntó Cassidy cuidadosamente
mientras la dirigía hacia mi habitación—. ¿Esta será una habitación como
esas de chicos descuidados que huelen como queso viejo?
—Definitivamente. Tengo posters de chicas en bikinis, también. Y un
cajón a un lado de la cama lleno de lubricante.
—Sería decepcionante si no lo tuvieras —se rió Cassidy.
Mi habitación no era tan emocionante, excepto por el hecho de
que contenía una cama grande. Mayormente, era realmente limpio. Si no
lo estaba, mi mamá lo limpiaría antes de que la sirvienta viniera los martes,
lo que significaba que pasaría por todas mis cosas.
No tenía permitido poner posters o nada como eso, así que había
solo unos cuantos de pinturas enmarcadas: McEnroe y Fleming en el
Wimbledon, más algunas cosas sobre navegación que a mi papá le
gustaba, aún cuando nunca íbamos a navegar. Tenía un gran librero que
tenía fotografías de bailes de la escuela, un par de consolas de
videojuegos, y el espacio vacío donde mis trofeos de tenis solían estar
antes de que los pusiera en una caja y los metiera al closet.
Abrí la puerta, Cooper pasó entre nosotros y brincó en la cama,
colocando su cabeza en el mando del Wii.
—¡Cooper fuera! —dije, riendo.
—Awww, pobre perro. —Cassidy se sentó en mi cama y le rascó
detrás de las orejas.
—Eso no está ayudando —dije.
—¿Por qué tienes fotos enmarcadas de botes de vela? —preguntó.
Me encogí de hombros y senté enseguida de ella.
—Déjame adivinar —dijo Cassidy—, porque alguien más lo tomó y lo
puso en una habitación tratando de encapsular quien eres, aun cuando
no tienes interés en botes.
—Si digo que sí, ¿consigo besarte?
—¡No enfrente del perro! —pretendió estar conmocionada.
—¡Vete Cooper! —dije, animándolo.
Cooper se sentó, considerándolo, y después de inmediato se acostó 144
de espalda.
Cassidy finalmente lo persuadió de bajarse de la cama y lo ahuyento
fuera de la puerta.
—Ahí —dijo—. Hemos exitosamente excluido sexualmente a tu
poddle.
—Tarea cumplida. —Era una frase que tomé de nuestra mesa de
almuerzo, e hizo que Cassidy sonriera.
Se inclinó para quitarse las botas, y después caminó descalza
alrededor de mi habitación examinándola.
—¿Dónde están tus libros? —preguntó.
—Debajo de la cama —admití avergonzadamente.
Cassidy se agachó en sus manos y rodillas, y echó un vistazo debajo
de la cama.
—Es la biblioteca perdida de Alexandria —dijo secamente.
—No lo entiendo, pero está bien.
—Deberías ponerlos en tus estanterías. Al menos que tengas miedo
de que el equipo de futbol pueda venir y descubrir que eres un gran nerd.
—No he leído la mayoría de ellos —dije, en caso que pensara que lo
había hecho—. Eran de mi mamá en la universidad.
—Nunca los vas a leer si están debajo de tu cama.
—Me pondré la chaqueta de cuero nueva e iré a leer en una de
esas cafeterías mañana —prometí, sonriendo.
—Eres un hablador —bromeó Cassidy, moviéndose sobre la cama.
Sus brazos tenían piel de gallina debido al aire acondicionado, y su blusa
de resaque estaba ladeada, revelando las tiras de su sostén.
—Mmm, ven aquí —dije, jalándola encima de mí.
Me olvidé de poner música para ambientar, pero no importó. Por
primera vez, teníamos una enorme cama toda para nosotros, un cerrojo en
la puerta, y una casa vacía haciendo eco detrás de ese cerrojo.
Besé su cuello, deslizando las tiras de su blusa sobre sus hombros, y
luego besé esos también. Bajé su blusa alrededor de su cintura, deseando
que entendiera la indirecta de que quería que se la quitara.
—Muy sutil —dijo, sentándose y quitándose su blusa. Franjas de la luz
del sol de la tarde se filtraba por la persiana, creando bandas doradas a
través de su piel.
—Es morado —dije estúpidamente, cautivado por la apariencia de
145
su sostén de encaje y las suaves curvas de su cintura.
Y después Cooper dejó salir un lamentable lloriqueo y arañó su pata
en contra de la puerta. Cassidy levantó la vista, y Cooper lloriqueó otra
vez, más fuerte esta vez.
—¡Cállate, Cooper! —dijo, pero al contrario, la mención de su
nombre pareció alentarlo.
—Solo ignóralo —le dije.
Y tratamos, por un tiempo. Pero era bastante difícil pretender que tu
perro no sollozaba hasta que casi se le salían los ojos en el otro lado de la
puerta.
—Se está volviendo peor —dijo Cassidy, tratando de no reírse—. ¿No
puedes hacer algo?
—Nunca es así —gruñí, levantándome.
Saqué la cabeza por la puerta. Cooper me devolvió la mirada, sus
ojos cafés estremeciéndose. Dejó salir un lloriqueo experimental.
—¡No! —le dije—. ¡Cállate, Cooper! ¡Vete!
No va a pasar, viejo amigo, sus ojos parecían decir. Se acostó,
colocando su cabeza en sus patas, y lloriqueando suavemente.
—Mejor —dije, cerrando la puerta con un suspiro.
Cassidy se encontraba sentada en la cama con su sostén y sus
pantalones de mezclilla, su cabello cayendo sobre sus hombros.
—¿Así que donde está el cajón lleno de lubricante? —bromeó.
—No lo necesitaremos —prometí, y mi camisa se unió a la suya en el
piso.
Comenzamos a besarnos otra vez. Cassidy se encontraba encima, a
ahorcadas sobre mí. Su cabello moviéndose en contra de mi mejilla,
mordió un poco mi labio inferior mientras nos besábamos, y quería
demasiado morir, era tan sexy. Alcancé su sostén y batallé por un
momento pero perdí la batalla en contra del broche, manejando para
que se quedara atascado en el velcro de mi muñequera.
—Um —dije—. Tenemos un problema.
—Tu, ya sabes… ¿terminaste? —preguntó Cassidy incómodamente.
—No, aun bien —le aseguré—. Pero, um, me quedé atrapado en tu
sostén.
Atrapado prácticamente era un eufemismo. Mi muñeca estaba
prácticamente esposada a su espalda. 146
—Oh. —Cassidy se mordió su labio—. A lo mejor debería —que si
hago— no, espera, lo sacaré por encima de mi cabeza.
—Esto es tan humillante —murmuré mientras Cassidy salía de su
sostén.
—Bueno, trae un nuevo significado a la frase ―trampa de calabozos‖
—bromeó, y ambos nos reímos de la situación, una situación que se volvió
infinitamente más interesante porque se hallaba con el pecho descubierto.
—Así que, ¿te importa donde lo ponga? —pregunté.
—¿Qué? —farfulló.
—Oh guau, no. Tú sostén —aclaré, liberándolo de mi muñequera—.
Lo siento.
—Eres lindo cuando te sonrojas —dijo Cassidy sonriendo
traviesamente—. Y ya que preguntaste, ¿qué tal si te enseño exactamente
donde ponerlo?
Cassidy se deslizó debajo de las sabanas, tiré su sostén al piso, cerré
los ojos, apreté mis puños, y dejé que la deliciosa presión de su cálida y
suave boca me llevara de vuelta a nuestros fuegos artificiales, todos ellos
explotando al mismo tiempo.
Más tarde —después le regresé el favor, nos vestimos, y Cassidy
había expresado su eterna apreciación al hecho de que tuviera un baño
completo— después de que habíamos dejado entrar a Cooper de vuelta
a la habitación y estábamos inocentemente jugando Mario Cars con la
puerta abierta en caso de que mis padres llegaran a casa, Cassidy
preguntó si era virgen.
Pausé el juego, ya que tenía el control A.
—Um —dije, preguntándome si adivinó.
—Oh, mi Dios —los labios de Cassidy se torcieron mientras trataba de
reprimir una sonrisa—. ¡No lo eres!
—¡Oye, solía ser genial! —Traté de hacer un chiste de ello.
—Lo sé, es horrible —dijo Cassidy secamente, y después jugueteó
con el control, dándose cuenta lo que había empezado.
—Bueno, me estoy conservando para el matrimonio —anunció
Cassidy, como si fuera la culminación de un chiste sin contar, y después se
encogió de hombros, avergonzada—. ¿Por qué inclusive lo llaman así,
―conservando para el matrimonio‖? ¿Cómo si necesitáramos ser
rescatados del sexo? No es como si las vírgenes pasaran sus vidas enteras
enganchadas en la sagrada ceremonia de ―estar conservándose para el
matrimonio‖ para tener relaciones sexuales?
147
—Solo lo suficiente mientras estás bien con relaciones no sexuales,
supongo que no me importa —sonreí.
—¿Qué demonios es relaciones no sexuales? —Cassidy frunció el
ceño.
Traté de hacerme el inocente.
—Bueno, ¿te lo podría mostrar otra vez?
Traducido por Juli
Corregido por Paltonika
***
Fui al cine con Cassidy el viernes por la noche, en una cita real, en el
Centro Prism. Usó un bonito vestido, y yo llevé mi ropa nueva. Vimos esa
comedia horrible protagonizada por los mismos actores que siempre
149
interpretan comedias horribles.
Ir al cine siempre me hace sentir extrañamente eufórico cuando
salgo de la sala, rodeado por el olor de las palomitas y con todo el mundo
hablando de la película. Es como si todo fuera más vívido, y la línea entre
lo probable y lo cinematográfico se volviera borrosa. Piensas en grandes
ideas, como si tal vez fuera posible mudarte a algún lugar interesante, o
arriesgarlo todo por darle una oportunidad a tus sueños o lo que sea, pero
nunca lo haces. Es más la sensación de que podrías convertir tu vida en
una película si lo quisieras.
Nunca fui capaz de explicarle a nadie el por qué son tan sagrados
los instantes después de salir de una sala de cine, así que me sorprendí
cuando Cassidy sonrió y no dijo nada hasta que llegamos a la parte inferior
de la escalera, dejándome con el perfecto silencio de mi momento.
—Es raro —expresó, deslizando su mano en la mía—, oír cien
conversaciones idénticas.
—Entonces vamos a tener una conversación diferente —prometí—.
Dime algo que sucedió cuando eras una niña.
Sonrió, complacida.
—Cuando tenía siete años, mi mejor amiga apagó las velas de mi
pastel de cumpleaños. Lloré porque pensé que mi deseo no se haría
realidad. Ahora tú dime algo.
—Um —dije, pensando—. En segundo grado, Toby y yo tomamos
prestado un montón de joyas de plástico de su hermanita y las enterramos
en el cantero de flores de su madre. Queríamos desenterrar un tesoro,
supongo, pero nos metimos en un gran problema. Tuve que dormir en una
habitación diferente, por mucho tiempo.
—No sabía que fueran amigos desde hace tanto tiempo.
—Desde el jardín de niños —le dije—. Por el orden alfabético. Tuvimos
que compartir un cubículo y todo.
Entonces un par de chicos de la escuela nos interrumpieron para
saludarnos. Nos detuvimos a charlar sobre la película que vimos, la cual
resultó ser la misma, por lo que comentamos lo mala que fue.
Al momento de alejarnos, nos cruzamos con la mitad del equipo de
chicas de waterpolo, pasando el rato en una de las fuentes. Saludaron, y
les asentí en respuesta.
En realidad no planeé una gran noche romántica, pero ninguno de
nosotros quería volver a casa, así que me ofrecí a mostrarle el parque del
castillo. Es este gran parque antiguo con una gran fortaleza de hormigón
150
construida por los años ochenta, y en el que solía jugar de pequeño.
Mientras íbamos, Cassidy descubrió que nunca probé una barra de
chocolate Toblerone, lo que consideró totalmente inaceptable, así que
nos detuvimos en la tienda de comestibles para comprar algunas. En tanto
esperábamos para pagar, posiblemente podríamos haber tenido a todo el
equipo de fútbol americano amontonado en la fila detrás de nosotros.
Compraban dos docenas de latas de aerosol antiadherente para cocinar.
Era tan completamente magnífico que me sentí demasiado aturdido
para reír. Cassidy me dio un codazo, sonriendo.
—Hola —dije, girándome.
Connor, el mariscal de campo, lucía sorprendido de verme, aunque
no tanto como yo de ver a toda la alineación de titulares comprando lo
que tenía que ser aerosol para cocinar.
—Faulkner —reconoció, y luego asintió a Cassidy—. Amiga.
Connor estaba borracho, el olor a licor irradiaba de él. Esperaba que
alguien más fuera el conductor designado.
—Hacen de diferentes sabores —le dijo Cassidy educadamente,
señalando con la cabeza el aceite en aerosol—. No sé si eres consciente.
Reprimí una carcajada. Todo era demasiado extraño. Y lo peor era
que el cajero también iba en la escuela, posiblemente era de primero. Se
veía aterrorizado ante la perspectiva de marcar la compra del equipo de
fútbol, y no lo culpaba.
—Lo tengo, gracias —dijo Connor con timidez, como si lo hubiéramos
atrapado comprando un paquete de condones. ¿La verdad? Eso habría
sido menos sorprendente.
Pagué rápidamente y llevé a Cassidy al estacionamiento, donde nos
comenzamos a reír.
—¿Qué fue eso? —preguntó, jadeando.
—No estoy seguro —le dije—, pero creo que pudo ser la alineación
titular del equipo de fútbol de la escuela comprando veinticuatro latas de
aceite.
—Oh, Dios mío —balbuceó—. Me muero.
Todavía seguíamos riendo cuando estacioné en un espacio vacío,
en el parque del castillo.
—Tal vez es una especie de ritual —dijo, especulando—. En donde
tienen que cubrirse con aceite y luego jugar fútbol americano.
—Créeme, si fuera eso, lo sabría. Los chicos de tenis les darían a los
151
de fútbol tanta mierda. —Como si no lo hiciéramos ya. Nosotros jugamos
un deporte de club de campo; ellos se colocan almohadillas protectoras
para golpearse unos con otros.
—Tal vez van a hacerle una broma a alguien.
—Probablemente es un juego de beber. Chupitos de aceite con
cerveza.
Observamos al enorme castillo de concreto, el cual era una extraña
combinación de arenero y juegos con un columpio que solían encantarme
de niño. Cassidy sostuvo la bolsa de plástico, con los dulces y las bebidas
que compramos en la tienda, anudada alrededor de su muñeca como un
ramillete.
—Entonces, ¿subimos? —preguntó dubitativa, sujetándose de la
pared de piedra que conducía al lado de la fortaleza.
Hice una mueca, dándome cuenta que sus dudas se enfocaban en
mi dirección.
—Bueno, ahí hay escaleras. —Desaparecí por el otro lado del castillo,
intentando bromear con cómo ni siquiera podía manejar un maldito juego.
Reclamamos el mirador de la fortaleza, el punto más alto del parque,
y fue triste ver lo triunfante que me sentía por llegar allí. Un pequeño timón
de plástico se hallaba atornillado al balcón, lo que hizo reír a Cassidy.
—¡Es como el castillo de Monty Python! —dijo, tomándolo—. Vamos a
dar una vuelta.
—Pensé que no tenías licencia —bromeé, sentado en el suelo de
goma de nuestro pequeño fuerte.
La luna llena brillaba alta y blanca sobre los esqueletos de los árboles
de abedul, y podía oír a alguien que todavía seguía en las pistas de tenis
más allá de la zona de barbacoa al aire libre, a pesar de que era casi el
toque de queda. Me pregunté si lo conocía.
Cassidy se sentó a mi lado, con su vestido burlándose de mí al
tiempo que ondeaba con la brisa. Rompió la barra de chocolate a la
mitad y esperó a que lo probara con esa mueca de ―te lo dije‖.
Terminamos el dulce en un rápido y vergonzoso tiempo, y vi cómo
distraídamente se lamió el chocolate de los dedos. Se sonrojó al percatarse
de mi reacción.
—Apuesto a que sabes a chocolate —dijo Cassidy.
—Apuesto a que tienes razón —le dije, y luego permanecimos muy 152
ocupados en nuestro pequeño torreón privado, con Cassidy y su vestidito
sentada en mi regazo, volviéndome loco con las piernas desnudas contra
mis vaqueros. Mientras le besaba el cuello, sus manos se encontraban bajo
mi camisa, y no sé qué tan lejos iba, pero no me importaba, porque la
magnífica posibilidad de besar a Cassidy Thorpe se convirtió en un hecho
indiscutible de mi diaria existencia, y casi no podía creer mi buena fortuna.
Le pasé la mano por el muslo, medio esperando que me empujara,
pero no lo hizo. En su lugar, se enderezó como si nos hubiera atrapado su
querida y dulce abuela, y por lo que sabía, así fue.
—Hay alguien aquí —dijo, alisándose el cabello. Se acercó a la orilla
del mirador y vio a través de las almenas. Esperaba desesperadamente
que se lo hubiera imaginado, pero entonces oí una risa. Risas y latas de
aerosol siendo agitadas.
—No lo vas a creer. —Me hizo una seña para que echara un vistazo.
El equipo de fútbol llegaba, las camionetas y chaquetas se alinearon
en el terreno. Con latas de aerosol en la mano, avanzaron a través de los
columpios y pasamanos.
—¿Es broma? —susurré cuando empezaban a rociar el aceite en las
barras.
—Eso es horrible —susurró Cassidy—. Tenemos que hacer algo.
—Yo me encargo —le dije. Después de todo, nada mata más rápido
el estado de ánimo que ser testigo de vandalismo masivo.
No se percataron de mi presencia hasta que me encontré allí, de pie
al borde del arenero. Saqué mis llaves del coche y presioné el botón de
alarma, por lo que todo el mundo saltó.
—¡Oye! —dije, apagándola—. ¡Connor MacLeary, trae tu trasero
borracho aquí!
Connor se tambaleó hacia mí, elevando arena. Iba descalzo, vestido
con una camiseta y un par de pantalones cortos de mezclilla, pareciendo
extrañamente vulnerable sin zapatos. Lo conocía desde el jardín de niños,
y lo que pensaba en ese momento no era que yo pertenecía al equipo de
debate de mi escuela secundaria y me hallaba a punto de enfrentar al
mariscal de campo del equipo superior, sino en cómo Connor se negó a
ponerse el sombrero de peregrino de papel durante la fiesta de Acción de
Gracias de nuestro jardín de niños. Hizo un berrinche por ello hasta que la
señora Lardner lo recogió y sentó arriba del cubículo para calmarse.
Él era el chico que se negaba a darles a las niñas gordas tarjetas de
San Valentín aunque se suponía que debíamos llevar suficiente para todos,
era el que siempre olvidaba parte de su uniforme de los Scouts y también 153
hacía maquetas en papel rayado la mañana que debían ser entregadas.
Y cometía vandalismo en el parque infantil con aceite en aerosol, lo cual
era tan ridículo, que la gran diferencia entre nuestras respectivas mesas del
almuerzo ni siquiera era un factor en mi decisión para enfrentarme a él.
—¡Faulkner! —gritó Connor, abriendo los brazos como si literalmente
abrazara mi aparición en el parque del castillo—. ¡Justo a tiempo! ¡Agarra
una lata!
—Eres un imbécil —le dije—. También un idiota, pero sobre todo, un
imbécil.
Su sonrisa desapareció y se rascó la cabeza como si no pudiera
creer que en verdad estuviera enojado, como si probablemente fuera un
malentendido.
—¿Qué? Es una broma —explicó entre risas.
Negué con la cabeza, asqueado.
—Esto es lo más alejado de una broma que he visto en mi vida.
Estamos en un parque infantil. Es para niños, imbécil. Detén a tus matones
antes de que algún estudiante de segundo grado se rompa un brazo.
Finalmente entendió que me encontraba seriamente molesto. Inclinó
la cabeza, evaluándome, y por un momento, pensé que realmente podría
golpearme. Pero ambos sabíamos que no se libraría de eso. No el lunes en
la escuela, no con todo el equipo de fútbol contra un chico con bastón.
Suspiré impaciente y volví a golpear la alarma en mi coche.
—Acabalo —amenacé—. Ahora.
—Está bien, Faulkner. Jesús. —Connor negó con la cabeza y se
encaminó hacia su equipo—. Oigan, imbéciles —le oí llamarlos—. Tiren sus
latas. Esta fue una idea tonta. Vamos a buscar la cerveza de mi cochera.
Me sentía invencible a medida que me contoneaba hacia el castillo,
como si hubiera logrado algo en serio bueno. Sonreí cuando vi a Cassidy.
Permanecía sentada en la escalera, mirando solemnemente al equipo de
fútbol escabulléndose en derrota. Me senté a su lado y la atraje hacia mí.
—He terminado mi misión, hermosa doncella —bromeé—, y regresé
al palacio para compartir la historia de mi triunfo.
Pero no se reía.
—No puedo creer que hicieras eso —dijo—. Pensé que se lanzaría
sobre ti.
—Vencí al ogro —insistí—. Soy el rey del parque del castillo.
—Ezra, en serio. 154
—Connor no hubiera hecho nada. Lo conozco desde que teníamos
cinco años.
Incliné el rostro de Cassidy hacia mí, tratando de retomar donde lo
habíamos dejado, pero era evidente que acabó mi asignación de éxitos
por esa noche, ya que no me hizo caso.
—No quiero que te ocurra nada —dijo, torciéndose el cabello para
recogerlo en un moño—. Sólo… no me asustes así, ¿de acuerdo?
—No más misiones —le prometí, y luego la llevé a casa porque se
hacía tarde.
Traducido por CrisCras
Corregido por Verito
***
160
Traducido por Julieyrr
Corregido por LIZZY’
***
***
166
Le pedí a Cassidy ir al baile cuando estudiábamos con Toby en la
cafetería de Barnes and Nobles la tarde siguiente. Hice que el camarero lo
escribiera en su café.
Cuando Cassidy lo vio, sonrió.
—Por qué, cariño mío —arrastró las palabras en un sobreexcitado
acento sureño—, un caballero me dice que quiere escoltarme al baile.
—Cenaremos en Fiesta Palace —le prometí—. Puedes ordenar papas
fritas en un sombrero y hay un chico que va acompañado del mariachi y
hace gorros con globos.
—Por qué, señor Faulkner —dijo, todavía con ese acento ridículo—,
eso suena positivamente delicioso.
Y entonces Toby actuó disgustado cuando nos besamos.
El teléfono de Cassidy sonó con una secretaria confirmando su cita.
—La oficina del dentista —susurró, haciendo una cara, y cuando salió para
hablar, le pregunté a Toby a quién llevaría al baile.
—Pensé que Phoebe y yo podríamos ir como amigos —admitió—. Y
Austin decidió llevar a esta chica de su clase para el examen de admisión.
Cree que encontró a su alma gemela.
—Oh, así que ustedes no son… —me fui apagando, apenado.
—No, Faulkner, no lo somos —dijo secamente.
Me encogí de hombros, deseando que Cassidy regresara para
rescatarnos. Pero no lo hizo.
—Um, está bien —le dije—. Quiero decir, de cualquier forma. Si vas
con Phoebe, o sí, lo que sea…
—Esto es doloroso, amigo —me informó Toby. Sorprendentemente se
veía como si tratara de no reírse—. No soy gay. Quiero decir, creo que lo
soy, pero lo averiguaré en la universidad. Tienes que saberlo en serio como
para destaparte en la escuela secundaria. Y soy un irremediable soltero,
nunca me han besado, no hay prospectos en el horizonte, tengo citas con
mi mano izquierda y una pila de vídeos de hentai.
—¿Hentai? —pregunté, tratando de mantener el rostro serio—. ¿De
verdad?
—Más puntos de nerd por saber lo que es, pero sí.
—Huh. —Lo consideré—. Es bueno saberlo.
—Bueno, no te preocupes, no eres mi tipo —dijo Toby con sequedad.
—Lo supuse, si te gusta el hentai.
—Cierra la boca sobre el hentai —rogó—. Nunca debí mencionarlo. 167
Nos reímos, ya que admitir que disfrutas animes japoneses desnudos
era bastante vergonzoso, y ambos sabíamos que lo molestaría con eso
hasta el final de los tiempos.
—Escucha —dijo Toby, sorbiendo de su frappuccino—, te agradezco
por tomarlo a la ligera. Me preocupaba un poco.
—¿En serio? —Me pregunté por un momento si daba la impresión de
ser la clase de chico que desconocería a su mejor amigo sobre algo como
eso. No era un pensamiento agradable.
—Tus viejos amigos me habrían llamado maricón —dijo Toby.
Hice una mueca. —¡No es cierto!
—Permíteme aclarar —dijo Toby con amargura—, me habrían vuelto
a llamar maricón.
Negó con la cabeza y no me dijo cuándo ocurrió eso, quería seguirlo
presionando, pero entonces Cassidy regresó de su llamada, y Toby la hizo
entrar a un sitio web tonto con fotos elegantes y embarazosas, y nos reímos
tan fuerte que el camarero vino y limpió deliberadamente nuestra mesa.
24
Traducido por aa.tesares
Corregido por Mel Wentworth
***
Me vestí algo temprano, me puse un poco de algún producto para
el cabello que nunca me molesté en usar para la escuela y me quedé allí
ajustándome la corbata en el espejo como por siempre.
No era que me sintiera nervioso por llevar a Cassidy a un baile,
porque sabía con seguridad que bromaríamos y pasaríamos un buen rato
con nuestros amigos como siempre lo hacíamos, pero más que nada, la
nominación me hacía sentir como si me empujaran otra vez en un mundo
que me alegraba de dejar atrás.
No esperaba ganar la nominación a rey. Sería halagador, pero inútil,
ya que era el tipo de cosas que acababan al instante que comenzaban.
Aun así, puse la alarma de mi teléfono para la hora en que la señora Reed,
la tutora del gobierno escolar, dijera que los candidatos nos dirigiéramos a
la sala verde. La "sala verde", como si fuera un lugar más elegante que el
pequeño anexo con baño unisex para minusválidos en la parte trasera del
gimnasio.
Recogí mi copia de El Gran Gatsby en lo que esperaba a que llegara
Cassidy y releí las partes acerca de las fiestas de Gatsby ya que parecían
bastante festivas. Me absorbió tanto el libro que no me di cuenta que ya
era tarde, y me sorprendí cuando mamá tocó la puerta de mi habitación.
—Tal vez deberías confirmar con Cassidy, cariño —me dijo mamá 170
preocupada. Llevaba la cámara que mi padre le compró para Hanukkah
hace quizá unos cinco años, voluminosa y anticuada.
—Sí, le escribiré —prometí, sacando mi celular. Cuando no contestó,
la llamé. Se fue al correo de voz, y no veía el punto de dejar un mensaje.
Pero cuando ya era media hora tarde y aún no devolvía la llamada,
o cualquiera de mis textos, empecé a preocuparme. Mamá volvió a meter
su cabeza en mi habitación y me preguntó qué ocurría. Lucía falsamente
alegre, agarrando esa cámara vieja y triste, y no sé lo que me hizo hacerlo,
pero observé mi teléfono y actué como si Cassidy me hubiera contestado
los mensajes.
—Se le hizo tarde —mentí, buscando mis llaves—. Y es más fácil si la
recojo. No te importa, ¿verdad?
El guardia en la puerta a Terrace Bluffs acostumbraba que recogiera
a Cassidy, por lo que me saludó con la mano sin una segunda mirada.
Algunos niñitos hicieron dibujos de tiza en la calle, con fantasmas y
calabazas. Varias casas en Terrace Summit ya tenían decoraciones de
Halloween, con luces brillantes y naranjas en los árboles y telarañas falsas
sobre sus copas.
Agarré el ramillete y toqué el timbre, preguntándome si finalmente
conocería a sus padres. Nadie respondió, así que llamé más fuerte, y toqué
el timbre otra vez, tratando de no ser demasiado grosero.
—¿Hola? Es Ezra —grité, por si pensaban que era uno de esos niños
en las bicicletas que iban de puerta en puerta predicando la alegría de la
Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Quiero decir, usaba una corbata.
Una limusina pasó por delante, con Tommy Yang del equipo de tenis
sacando la cabeza por el techo corredizo. Me tocó la bocina, y le devolví
el saludo. No fue hasta que desapareció en la esquina que empecé a
entrar en pánico.
Llamé a Cassidy de nuevo. Su teléfono sonó cinco veces antes de
que se fuera al correo de voz.
—Hola —dijo entre risas—. Deja un mensaje en ciento cuarenta
caracteres o menos y… Oh, Dios mío, Owen, detente, trato de grabar un
saludo en mi buzón de voz. Lo siento, bueno, deja un mensaje. O envíame
un telegrama si es urgente.
—Um —dije—. Hola. Soy yo, Ezra. Estoy en tu puerta, y el ramillete
está sudando. Espera, no, eso suena horrible. Está húmedo. Lo siento, eso
es peor. De todos modos, debes venir a abrir porque ando manoseando
todo tu timbre. 171
Algunas personas temen hablar en público, yo temo dejar mensajes
de voz. Algo acerca de hablar con el vacío, en tener tu voz grabada, sin
ensayos y sin previo aviso, siempre me hacía sentir inútil lograr llegar al
objetivo.
Sabía con bastante certeza que no había nadie en casa, así que me
metí otra vez en mi coche, intentando no entrar en pánico. Cassidy,
bueno, desapareció, y yo me encontraba totalmente confundido por lo
que sucedía. Y luego, porque no supe qué más hacer, llamé a Toby.
—¡Hola! —dijo, contestando después del primer timbre—. ¿Vienen en
camino?
—Cassidy desapareció —dije con voz hueca.
—¿Qué quieres decir con que desapareció? —Sonaba divertido,
como si esperara que la explicación fuera graciosa.
—Nunca llegó, no me regresa los mensajes y estoy en la puerta de su
casa, pero nadie responde. Pásame a Phoebe.
Toby me dijo que esperara, y luego oí una conversación apagada, y
finalmente Phoebe agarró el teléfono y me preguntó qué ocurría.
—No lo sé —dije. Mi voz rompiéndose—. Cassidy no se encuentra en
casa y no contesta su teléfono. ¿No fueron a peinarse juntas o algo así?
—No —dijo Phoebe. Podía oír el ceño fruncido en su voz—. No he
hablado con ella desde ayer.
—Yo le hablé esta tarde —dije dubitativamente—. ¿Puedes llamarla?
Tal vez me está evitando.
—Claro —dijo Phoebe—. Espera, usaré mi teléfono.
Escuché el ruido del restaurante, y el sonido lejano de un timbre de
teléfono, luego un leve pitido y “Hola, deja un mensaje en ciento cuarenta
caracteres o menos…”
—Lo siento. —Volvió Phoebe—. No respondió.
—Eso oí.
Estudiamos el silencio del otro.
—¿Tal vez su cita en la peluquería se atrasó? —sugirió Phoebe.
—Tal vez. —No sonaba muy optimista.
—Bueno, Austin acaba de llegar y, ¡oh, Dios mío! Su cita es una
completa gótica, no es broma. Usa lápiz labial negro y todo.
Fue un poco ruidoso cuando Toby cogió el teléfono.
—Tenemos que ir a burlarnos de Austin ahora. Avísame cuando 172
vengan en camino, ¿de acuerdo?
—Lo haré —prometí—. Sigan adelante y pidan sin nosotros.
Colgué el teléfono y reproduje la lista que hice para esta noche,
oyendo el canturreo de The Kooks sobre el mar en tanto esperaba que un
carro se estacionara en el camino de entrada, o que una luz parpadeara
o que mi teléfono zumbara. Pero nada de eso sucedió.
Después de un par de canciones, me puse el cinturón de seguridad y
alejé de la acera. Algo se sentía mal. Ella siempre me esperaba. Siempre
allí, con su linterna en la ventana de su dormitorio, siempre corriendo por la
acera con una sonrisa en el rostro, nunca llegaba tarde o faltaba.
Más que nada, me preocupaba. Me la imaginé en una zanja en las
rutas de senderismo, un accidente de coche a un lado de la autopista,
situada en uno de los anexos de pacientes rodeada por una cortina ligera
en la sala de emergencias. Me la imaginé trágicamente, nunca se me
ocurrió imaginarla como la tragedia.
Como no sabía qué hacer, acabé dando vueltas por Eastwood.
Conducir siempre me calmaba, en especial por la noche, con las farolas
vacilando ligeramente fuera de foco, las calles vacías y los tramos oscuros
de las antiguas tierras del rancho.
Después pasé por el parque del castillo, y algo me hizo parar. Una
figura de la cima de la torre más alta, la que tiene el volante. Una chica.
Entré en el estacionamiento, mi corazón latiendo con fuerza en mis
oídos, no queriendo saber, pero incapaz de detenerme.
Había luces en las canchas de tenis, el brillo lanzando un suave
resplandor contra el castillo de hormigón. Tan pronto como salí del coche,
pude ver el verde inconfundible del suéter favorito de Cassidy.
Crucé el césped, gritándole. Ella saltó de la torrecilla con facilidad,
brincando sobre la caja de arena del castillo y atravesando el parque
infantil.
A medida que se me acercaba, la miré en sus vaqueros y camisa a
cuadros, sus zapatillas, el cabello en una coleta. Parecía una niña que no
tenía intención de asistir a un baile formal, y de lo que sea que se tratara,
no iba a ser bueno.
—¿Qué haces aquí ? —Su expresión lucía oscura y fría, como si fuera
la última persona que quisiera ver, y el enojo en su voz me confundió.
—El baile —dije, obligándome a sonreír, a hacer una broma—. ¿Te
acuerdas?
Cassidy abrió la boca como para decir algo, pero se contuvo. 173
—No iré —me informó, como si debiera ser evidente.
—Está bien. Bueno, ¿quizá debiste de habérmelo dicho antes? —Me
encogí de hombros con impotencia.
De repente las luces del estadio parecían duras, como las que usan
en las salas de operaciones.
—Vete, Ezra —declaró Cassidy—. Por favor, sólo vete.
—No —dije tercamente.
Cassidy me miró, sus ojos tan llenos de lágrimas como si hubieran
perdido la capacidad para albergar más de ellas.
—Dios, ¿no te das cuenta de que eres la última persona con la que
quiero hablar en este momento? —preguntó.
—Sí, de hecho —dije—. Y no tengo ni idea de por qué.
—Es complicado. —Cassidy se abrazó a sí misma como si tuviera frío,
y mi primer instinto fue ofrecerle mi chaqueta, pero por supuesto que no lo
hice. No con los dos de pie en la cima de la colina cubierta de hierba en el
parque del castillo y un ramillete inerte en el asiento del copiloto de mi
auto en tanto nuestros amigos comían en una mesa con asientos vacíos.
—¿Tal vez aun así me lo puedas explicar?
—Oh, cariño. —Nunca me llamó así antes, y no me gusta—. ¿No es
obvio? Tú. Yo. Saliendo. Me divertí. Y entonces mi novio condujo desde San
Francisco para sorprenderme. Acaba de irse a la gasolinera para comprar
cigarrillos. Es probable que no quieras estar aquí cuando vuelva.
Cassidy señaló hacia las luces de neón de la estación de servicio,
que se hallaba justo al otro lado de la calle. Pensé en ir allí y darle un
puñetazo en la cara a ese idiota. Pero Cassidy sorbió, y me volvió a pedir
que me fuera.
Nos quedamos allí, considerándonos fríamente el uno al otro. El
parque del castillo se ubicaba detrás de ella, como una fotografía de una
noche que compartimos hace un millón de años y dos semanas.
—Yo… sólo… todo el tiempo, ¿había alguien más? —dije aturdido.
Ladeó la cabeza ligeramente, con la mano en la cadera, como si le
doliera tener que explicarme.
—¿Cómo podrías haber sido tú? Dios, Ezra, mírate. Eres un fracasado
rey del baile que perdió su virginidad con alguna animadora en un jacuzzi.
Me llevas a comer hamburguesas y a ver películas los viernes por la noche
en el multicinema. Eres la mayor razón por la que me burlo de los pueblitos
como este, y aún estarás aquí dentro de veinte años, como entrenador del
equipo de tenis de secundaria para que puedas revivir tus días de gloria. 174
Antes, cuando me restablecieron la fractura en la muñeca, me
desperté en la mesa de operaciones. Fue sólo un momento, antes de que
los médicos aumentaran la anestesia, pero en esos segundos cuando las
luces se veían brillantes y calientes y los cirujanos se inclinaban sobre mí
con sangre goteando de sus escalpelos, me sentía como si me hubiera
despertado en una pesadilla.
Oír a Cassidy decir esas cosas fue peor. Debido a que no me rompí
cuando me fui de casa una hora antes, con un ramillete de rosas blancas
todavía frías de la nevera, pero ahora ciertamente sí lo estaba.
La miré fijamente, horrorizado. Su barbilla sobresalía obstinadamente
y sus ojos eran un huracán, y no existía lugar para buscar refugio.
—Está bien —dije con voz hueca—. Lo siento. Sólo lo siento.
Me di la vuelta y me alejé.
—¡Ezra! —gritó desesperadamente, como si yo fuera el irrazonable.
Me detuve, considerándolo, pero ¿qué más quedaba por decir? Y
luego continué mi marcha fúnebre hacia el estacionamiento.
La muerte de una relación. Por lo menos iba vestido para un velorio.
Mi teléfono era una lista de llamadas perdidas, pero no tenía ganas
de tratar con ellos. En cambio, me fui a casa en la fría oscuridad, más allá
de la franja espectral de abedules blancos y alrededor de la malla que
rodeaba Eastwood como una soga.
Metí los frenos en un alto que apareció recientemente, y el ramillete
voló hacia adelante, aterrizando en el suelo. Lo dejé allí, deslizándose
hacia atrás y adelante, sus pétalos golpeándose con cada curva de la
carretera.
—¿Ezra? —llamó mi mamá cuando entré.
—Sí, hola.
Podía ver en mi rostro que algo iba profunda y terriblemente mal. Y
que no quería hablarlo.
—¿No vas al baile, cariño? —preguntó.
—No.
Subí las escaleras, Cooper siguiéndome con preocupación, y cerré la
puerta, bloqueándonos a ambos. Me acosté en la parte superior de la
cama en mi traje y cerré los ojos.
Esta es la forma en que te entierran, pensé. En tu mejor traje, el que
llevas a bodas y funerales, un traje con el que las chicas se han cubierto en
175
las noches frías y tintorerías han absuelto de todas las manchas.
De repente, no podía soportar llevar la cosa. Ella lo escogió, y me
sentía enfermo de sólo pensarlo.
Cooper se quejó nerviosamente, su gran cola golpeando contra el
edredón en lo que me desnudé hasta quedar en mis bóxers. Miré fijamente
el ventilador de techo, pero las hélices me recordaban a mi viejo carro, el
logotipo de BMW, así que me giré, enterrando la cara en mi almohada.
Fue entonces cuando la oí: la alarma en mi teléfono. La nominación
del baile. Los resultados. Y no podría importarme menos.
La alarma seguía vibrando en intervalos de dos minutos mientras
yacía allí, desnudo y miserable en la oscuridad. Lloré por mi desolación, por
la forma en que sus palabras me paralizaron, y por las dos palabras no
pronunciadas que llevaba conmigo desde hace un tiempo, y por cómo
rápidamente una de ellas había cambiado.
—Te odio, Cassidy Thorpe —susurré—. Te odio.
Traducido por NnancyC
Corregido por Merryhope
Hay un reloj en la clase de cálculo del señor Choi que tiene sesenta y
dos segundos en cada minuto. Los he contado antes, fascinado con la
discrepancia, pero sin creerlo en serio. El reloj tenía algo mal, no el tiempo.
Ese fin de semana, era el tiempo el que iba mal. Pasé una agonía de
minutos interminables y horas perdidas. Abandoné mi teléfono, cerré las
persianas y prolongué mi miseria hasta que fue hora de ir a la escuela, me
escabullí por la puerta con barba de dos días y tarea sin finalizar.
Se sentía raro conducir a la escuela solo, como si olvidara algo. Miré
a los trabajadores migrantes en los campos de fresas, rompiéndose las
espaldas para cosechar fruta fuera de temporada, y pensé en lo mucho 176
que preferiría hacer eso hoy. Sentir el sol quemándome la nunca en lo que
me dedicaba al tipo de actividad que ocupaba mi mente lo suficiente
para alejar el dolor de lo que ocurrió. Pero no, tenía examen de cálculo.
Reprobé el examen, mal. Era como si mi cerebro no quisiera resolver
por el ritmo de la aceleración, como si sólo quisiera pisar los frenos y no
acelerar en absoluto. Desacelerar. Lo que sea.
Cuando entregué mi hoja de repuestas al sonar el timbre, Anamica
levantó la mirada de su escritorio y me miró fijamente.
—Bueno, bueno —dijo, deslizando la calculadora en su estuche con
innecesaria fuerza—. Si no es más que el rey del baile de bienvenida.
Sé muy bien que la repuesta correcta no es: —Uh, ¿qué? —Pero eso
es lo que dije.
Anamica suspiró y me empujó una copia del periódico escolar. En
efecto, la primera página mostraba la foto del evento motivacional, con
todos nosotros sosteniendo las Rosas Reales y ninguno viendo a la cámara.
Supongo que querían tomar una en el baile, vestidos formalmente y todo
eso, pero lo arruiné.
Ezra Faulkner y Jillian Nakamura son nombrados rey y reina del baile
de bienvenida. Artículo y fotos por Phoebe Chang, decía el subtítulo.
—Cierto —dije, aún sorprendido—. Vaya. Sí, así que al parecer eso
sucedió.
—Se suponía que me escoltarías —acusó Anamica—. Cuando todos
los nominados caminaran al escenario. Tuve que ir sola porque no asististe.
—Lo siento —murmuré al tiempo que Justin Wong me palmeó en el
hombro.
—¡Oye, Faulker! Felicidades —gritó, ya a medio camino de la puerta
para el receso.
—Gracias. —Me quedé allí, medio aturdido, en lo que unos cuantos
más de mis compañeros de clase añadían sus buenos deseos. Esa mañana
llegué listo a la escuela en una niebla colgante de miseria, esperado que
pudiera arreglármelas a través del día para pasar desapercibido, pero
claramente no sucedería.
Tony Masters me pasó y le dio un tirón a la correa de la mochila de
Anamica. —No te preocupes, voto en broma, seguramente ganarás la
mascota del profesor en la tanda del último año.
Anamica me fulminó con la mirada, como si también me culpara por
eso, y de repente simplemente necesitaba salir de allí. De lo último que
quería hablar era de por qué me perdí el anuncio de la nominación del
baile, y la última persona con la que quería hablarlo era Anamica Patel.
177
—Lo siento —dije, y luego hui del salón, tomando la escalera trasera
para evitar el patio.
Rey del baile. Y estuve acostado bocabajo en mi cama en bóxers y
un montón de desesperación cuando lo anunciaron.
Pensaría que fui capaz de sentir a la escuela entera parada ahí,
confundida, cuando mi nombre fue llamado y no estaba en ningún lado.
Pensaría que alguien, como Toby, Phoebe, incluso Austin, me llamaría. Pero
por supuesto mi teléfono se descargó, y seguía así. Sentí una perturbadora
cantidad de placer por verlo morir en mi mesa de noche, negándome a
cargarlo.
No me dirigía a ningún lugar en particular, sólo evitaba ver a alguien,
así que terminé sentado en mi coche, deseando que tuviera el coraje para
alejarme conduciendo pero sabiendo que el guardia me atormentaría.
Cuando la campana sonó, decidí que no iría a clase. En su lugar,
desaparecí dentro de mi sudadera con capucha en una de las mesas
traseras de la biblioteca, escuchando mi vieja lista de reproducción de
Dylan desde verano y recordando cuando escuché por primera vez esta
música, en la sala de espera de la oficina del doctor Cohen, el perfecto
fondo de mi infierno personal. Para el momento que alcé la mirada, el
patio ya se encontraba lleno por el almuerzo y la bibliotecaria me miraba
como si no supiera si tenía permiso de sentarme ahí todo el día.
Me paré, intentando prepararme mentalmente para el calvario de
salir y enfrentar a toda la escuela como su rey del baile de bienvenida.
Lucía horrible; mi cabello era un desastre y no me preocupé en afeitarme
en todo el fin de semana. Los círculos oscuros debajo de mis ojos se volvían
parábolas, y me puse una camiseta que definitivamente vio días mejores.
Mis ojos fueron automáticamente a la mesa de Toby: Phoebe me
localizó y me saludó con la mano, pero dudé, sin sentirme preparado. Y
luego la voz estruendosa de Evan McMillan cortó la tensión en el patio: —
¡Oye, Faulkner! ¡Trae tu trasero real aquí!
De repente, sabía lo que tenía que hacer. Y quizá siempre lo supe.
Así que asentí hacia Evan y me acerqué con la escuela completa mirando,
para elegir la mesa del almuerzo a la par de la pared que separa a los
superiores e inferiores, como si nunca me hubiera ido.
Aguanté las felicitaciones y payasadas del equipo de tenis con una
mueca bondadosa y esperé a que alguien me ofreciera un asiento ante la
mesa ya atestada.
—Trevor, levántate —gruñó Evan a uno de los de primer año.
—Jódete, ando en muletas —se quejó Trevor.
178
Él también. Una de esas lesiones deportivas superficiales, de la clase
que te saca por un juego. Trevor alcanzó inquisitivamente una muleta, pero
negué con la cabeza.
—Guárdalo por mí —dije—. Tengo que comprar el almuerzo.
Pero no hice movimiento hacia la línea del almuerzo. Por una parte,
no tenía apetito, y por otra, no confiaba en mí mismo para regresar. Pero
no importó, ya que no podría haberme alejado si quisiera, la mitad del
equipo de canto quería abrazarme, porque ―Oh, Dios mío, ¿no era como
muuuuy épico que ganara como rey del baile?‖ y ―¿dónde estuve durante
el anuncio?‖.
Murmuré algo sobre pelearme con Cassidy, y todas exclamaron en
la forma que las chicas hacen, como si las cosas tristes y mascotas lindas
fueran intercambiables.
—No, está bien —dije, incómodo por toda la atención—. La verdad.
Charlotte se sentó en la cima de la pared, balanceando sus piernas
largas y bronceadas de adelante hacia atrás en lo que observaba todo.
—Sólo para ser claros —dijo, saltando de la pared y arrojando su
cabello en un movimiento fluido—, ¿se pelearon o rompieron?
Me permití decirlo.
—Rompimos.
—Ya era hora. —Charlotte me puso la mano en el brazo por un
momento pequeño—. Oh, y bienvenido de vuelta.
La bienvenida al rey del baile de bienvenida. La ridícula frase se
presentó en mi cabeza y permaneció ahí por el resto del período, cuando
finalmente Aaron Hersh se levantó para que me sentara, y Charlotte se fue
a la fila del almuerzo con Jill y Emma Rosen, las tres regresaron riendo, con
un sándwich de pavo, una bebida y paquetes extras de mostaza,
insistiendo que no tenía que devolverles el dinero.
Miré sobre el hombro a la mesa de Toby al tiempo que desenvolvía el
sándwich, y era como si las últimas seis semanas nunca hubieran sucedido.
Cassidy se esfumó, dejando sólo a Phoebe y a los chicos con demasiado
lugar entre ellos con los bancos.
Luke me atrapó viendo y me dio una arrogante sacudida de barbilla
como si dijera: Quédate de tu lado, y me quedaré del mío.
—¿Faulkner? ¿Qué dices? —Jimmy me arrojó una papa curvada,
intentando llamar mi atención.
Saqué la papa de mis vaqueros y la arrojé de vuelta a su recipiente. 179
—Diviértete comiéndotela, ahora que estuvo en mi entrepierna.
Todos se rieron. Jimmy se encogió de hombros antes de inclinar el
recipiente de papas en su rostro, vaciándolo.
—No me importa —dijo—. Así que, ¿vienes o no?
—¿Adónde? —pregunté.
—A la práctica.
Por un momento, pensé que bromeaba.
—Alguien tiene que hacerle compañía a Trev en la banca —insistió
Evan.
Supuse que no tenía importancia un descenso al infierno, así que dije
que me presentaría. Y en verdad, ¿cuál era la alternativa? ¿Sentarme en
mi habitación intentando fingir que mi mamá no rondaba preocupada
afuera de mi cuarto y que la presencia de Cassidy no me cazaba desde el
otro lado del parque?
Cuando la campana sonó, me emprendí hacia el sexto período de
física, pasé el aparcamiento para bicicletas y algo me hizo buscar la roja
de Cassidy. Pero no se hallaba allí. Por supuesto que no. Y ninguna era
Cassidy Thorpe.
***
***
183
Traducido por Eni
Corregido por niki26
***
***
187
Esa semana, mis visitas a la biblioteca del campus de Eastwood se
volvieron habituales, conduciendo hasta allí cada día luego de la escuela
para hacer la tarea. Solía tener ocupadas mis tardes con actividades
como tenis, reuniones del gobierno escolar, incluso esas horribles clases de
preparación para el examen a la universidad que tomé con la mitad de los
chicos de nivel avanzado en mi año. Y luego entré al equipo de debate, y
Toby y Cassidy ocuparon mis tardes. Era encantador tener interminable
tiempo libre, y me sentía extrañamente agradecido con mi tutor que me
inscribió en tantos cursos avanzados, ya que podía estirar mi tarea por
horas si la hacía minuciosamente bien.
Podía decir que mi mamá se preocupaba, porque cuando el jueves
volví a casa de la biblioteca, tomó mi bastón de armario y lo apoyó contra
la puerta de mi habitación como si pensara que tal vez olvidé que lo tenía,
en lugar de dejarlo de utilizar por completo.
Pero había algo reconfortante acerca del dolor que me causaba no
usarlo. Algo tranquilizador al tener una molestia física a la que aferrarme,
era parte de mi independencia de Cassidy. Pensé en el metal de mi rodilla,
remplazando una parte mía que se perdió, que ya no funcionaba. Y no era
mi corazón, seguía diciéndome. No era mi corazón.
Traducido por Blaire2015
Corregido por Cami G.
12En el original se utilizan "asshole" y "dick" que significan "culo" y "polla", respectivamente.
Al traducirlo se pierde la gracia del chiste.
—Esto es lo que harás —me dijo—. Comenzarás por el principio. El uso
de la introducción ―Érase una vez, mi increíble mejor amigo me advirtió
sobre una chica, pero no le escuché‖ es opcional.
Probablemente se refería a que debería iniciar en el comienzo de la
noche del sábado, pero había tantas partes que dejé fuera que no podía.
Necesitaba regresar más. Así que le conté todo: cómo Cassidy me hizo
trampa en el torneo de debate, cómo nos besamos durante los fuegos
artificiales en Disneyland y nos comunicamos por linternas, cuán perfecto
era todo, y las cosas terribles que dijo la noche del baile, sobre ser la broma
del pueblo destinado a entrenar al equipo de tenis en un patético intento
de revivir mis días de gloria.
—Es como si quisiera que la odiaras. —Frunció el ceño—. Es el tipo de
cosas falsas pero horribles que le dices a alguien para asegurarte que no te
vuelvan a hablar.
—Ni siquiera soporta estar a mi alrededor, y no le hice nada —dije
desesperado.
—Realmente sabes cómo elegirlas, ¿no? —bromeó Toby.
—Creo que estoy maldito.
—No lo diría así —reflexionó—, más bien sufres las consecuencias de
una tragedia personal.
192
Las consecuencias de una tragedia personal. Me gustaba. Sonaba
apropiadamente triste.
—Sí, seguro —dije. Y me sentí inexplicablemente agradecido con él.
Por aguantarme, por sacarme de clase y forzarme a hablar de lo ocurrido,
a pesar de que fui un poco idiota últimamente. Por ser un verdadero buen
amigo, y no alguien con quien solamente compartía la mesa del almuerzo,
o con quien competía en el mismo equipo. Porque si había alguien que
podía ayudarme a descubrir las respuestas que buscaba, era Toby.
—Escucha —dije—. Sé que es una locura, pero tengo la sensación de
que me pierdo algo que sucedió. Y tengo que saber. Tengo que averiguar
la verdad sobre Cassidy Thorpe, y necesito tu ayuda.
Por supuesto que me ayudaría. En todo lo que necesitara, porque así
es como funcionaba la cosa de mejores amigos. Toby me miraba fijamente
como si no pudiera creer que casi esperaba que se negara. Y pensé: Toby,
Phoebe, Austin, ellos me habrían visitado en el hospital, no enviado alguna
tarjeta cursi. No me habrían preguntado que fuera a la práctica de tenis y
levantara una raqueta sólo para ganar una apuesta estúpida.
Porque Cassidy se equivocó acerca de una cosa en esa mentira
desesperada que inventó en el parque. No era yo quien se quedaría aquí
en veinte años, entrenando al equipo de tenis de la escuela secundaria en
un intento desesperado de revivir los días de gloria: era Evan.
193
Traducido por Val_17
Corregido por Merryhope
***
195
Luke llevó a cabo otro cine flotante el sábado por la noche, algún
tipo de festival de terror clásico en el gimnasio, y claro que no me invitó.
Toby insistió en que debería ir de todos modos, pero no creía que saldría
bien. Al final, terminé asistiendo a la gran fiesta de Halloween de Jill, casi
retractándome a la mitad del camino.
Sólo quería quedarme en casa, ya que últimamente me sentía muy
cansado. Pero no podía pasar Halloween viendo a mi madre repartir esas
pequeñas cajas de pasas al consternado ―dulce o truco‖, a medida que
mi padre escribía algún documento importante en su oficina, suspirando
cada vez que el timbre sonaba. Así que tomé unos colmillos de plástico y
brillo corporal de camino a la casa de Jill. Era bastante patético, y dudé
que alguien en la fiesta entendiera lo que quería decir irónicamente, pero
fue todo lo que pude manejar en el corto plazo.
Jill vivía en una de las subdivisiones más viejas en el lago, donde la
mayoría de las casas fueron adquiridas por sus lotes y luego reconstruidas.
Su patio trasero tenía un muelle privado, y sus padres mantenían un velero
allí. Cada año para su fiesta de Halloween, Jill lo decoraba como un barco
fantasma, con telarañas, una bandera pirata y un casco lleno de cerveza.
En tercer año, el equipo completo de tenis se vistió con sábanas
como togas y jugamos tantas rondas de voltear el vaso que seguía ebrio
cuando desperté a la mañana siguiente, algo que no sabía era posible.
La fiesta estaba en pleno apogeo cuando llegué. Parecía que todos
los trajes de las chicas consistían en ropa interior y tacones altos, no es que
me quejara. El equipo de fútbol reclamó un barril en la sala de estar y
algunos chicos trataban que se levantara a través de una máscara de
Hillary Clinton, la cual era bastante incomprensible para ser convincente,
ya que Connor MacLeary se involucró. Pasé a dos chicas en la cocina con
el mismo traje desnudista de Dorothy, gritándose entre ellas, al tiempo que
su amiga intentaba separarlas diciendo: —¡Chicas! ¡No es como si usaran
el mismo vestido en el baile de graduación!
Traté de no reírme a medida que abría el mosquitero y salía al patio.
Empezaba a tener la impresión de que llegué a la fiesta demasiado tarde.
Algunos estudiantes de segundo año, que dudaba hubieran invitado, ya se
hallaban enfermos en los arbustos, y los vasos cubrían el césped.
—¡Ezra! —dijo Charlotte, lanzándoseme. Caminaba algo inestable en
sus tacones, y parecía ir disfrazada como una princesa de Disney con una
inclinación por el baile de tubo—. ¡Viniste!
—Claro —le dije—. ¿Quién podría perderse un barco pirata lleno de 196
cerveza?
—¿Cómo es que no usas un disfraz? —preguntó Charlotte. No podría
decir si se burlaba.
—Soy un vampiro —insistí, mostrando los colmillos de plástico.
—Hmmm. —Charlotte lo consideró—. Es más realista sin los colmillos.
Vamos.
Se rió y me arrastró a una mesa de picnic llena de nuestros amigos.
Aparentemente, me perdí el tema. Todas las chicas iban como princesas
sexys, y a los chicos los maquillaron de zombi, siendo convincentes con la
boca abierta a reacción de los trajes reveladores de las chicas.
—¡Amigo, lo lograste! —Jimmy se entusiasmó, derramando cerveza
de su vaso. Parecía como si pensara que yo era el alma de la fiesta, o tal
vez siempre se emborrachaba mucho para recordar que no era así.
La fiesta era un desastre, llena con el tipo de cosas que lamentabas
hacer cuando se esparcían los rumores por toda la escuela el lunes. Luego
de coquetear un montón, Trevor y Jill se alejaron para besuquearse, y al
parecer él vomitó a la mitad del acto. Para su favor, galantemente evitó
sus zapatos. Y dicen que la caballerosidad está muerta. Evan y Charlotte se
enzarzaron en una pelea sin motivo, la cual terminó con ella fulminándolo
con la mirada desde el círculo de princesas Disney enojadas en tanto Evan
irrumpía el gabinete de licor que se encontraba fuera de los límites y se
bebía media botella de whiskey a pesar de que Jill le gritaba que sus
padres la matarían si se daban cuenta.
Me imaginé que era sólo cuestión de tiempo para que apareciera la
policía y terminara la fiesta, y no quería andar por aquí cuando ocurriera.
Dejé mi cerveza sin terminar y los colmillos de plástico sobre la mesa, y me
consideraba la mejor manera de pasar sobre el chico que se desmayó a
través de la puerta corrediza de la cocina cuando Charlotte me alcanzó.
—¿Te vas? —preguntó.
No sé lo que me hizo decirlo, además de que me sentía cansado por
sentarme ahí y mirar la descuidada fiesta cayendo, pero me encogí de
hombros y le dije: —Bueno, sí. Quiero decir, es una fiesta horrible.
—Realmente lo es —aceptó—. Pero nadie lo recordará el lunes.
—Todo lo que recordarán es el barco pirata lleno de cerveza.
—Y que Ezra Faulkner apareció sin disfraz —bromeó.
—¡Jódete, soy un vampiro! —insistí.
—¿De verdad? —Charlotte sonrió, inclinándose hacia mí—. ¿Debería
asustarme? 197
Me vio a través de sus pestañas, y me di cuenta que la conversación
se volvió incómoda. Nos encontrábamos en una de esas fiestas de las que
nada bueno venía, y ella no llevaba mucho puesto, y yo andaba cubierto
de brillo.
—Así que, uh, feliz Halloween, Char —dije, rodeando torpemente al
chico que se desmayó en la puerta.
—Ezra, espera —dijo Charlotte—. Antes de irte, ¿podemos hablar?
Acepté y la llevé al cuarto de limpieza. Charlotte se sentó en la parte
superior de la secadora, y yo en la lavadora, mirándola examinar la ruina
de su manicura.
—Nos extraño —dijo, aun mirándose las uñas.
No me lo esperaba, y me golpeó.
—Charlotte, estás borracha —señalé—. Y sales con Evan.
—Evan y yo nos volvimos a pelear —soltó—. Tú y yo estábamos tan
bien juntos, Ezra. Ojalá no hubiéramos roto.
Me puso su mano en la pierna, y me sorprendió ver que hablaba en
serio.
—Bueno, lo hicimos —le dije de manera casual.
—Lo sé. Pero, igual, podríamos volver.
Me apretó la pierna e inclinó su rostro hacia el mío, permitiéndome
besarla. Por un minuto, me dejé imaginarlo. El sabor de sus labios, la curva
de su espalda, su pecho que tan obviamente se derramaba del sujetador
color oro. Y luego imaginé a Evan abriendo la puerta y encontrándonos
allí. Excepto que no era Evan, sino yo, hace cinco meses, en una fiesta
diferente, porque así era la manera en que las cosas iban con Charlotte:
impulsivas, y por lo tanto sin sentido.
—No —le dije, quitándome su mano de la pierna—. No podemos. No
es una buena idea.
Los labios de Charlotte temblaron por un instante, luego se tranquilizó
y me dejó preguntándome si lo imaginé.
—¿Por qué no? —exigió—. No tienes novia, y Evan lo superará. Digo,
¿nunca piensas en cómo solíamos acurrucarnos en el sofá después de la
escuela, horneaba galletas, y te ponías nervioso de que se quemaran en lo
que nos besábamos? ¿O en la vez que fuimos a la feria del Condado de
Orange, me diste diez dólares y dijiste que te ganara un animal de
peluche? ¿O cuando tuvimos una cita doble con Jimmy y una chica de
primer año que se derramó el granizado en el regazo durante la película y
no podíamos dejar de reír? 198
Recordé esas cosas, y no fui capaz de evitar sonreír ante el recuerdo.
Parecían parte de mi infancia; se sentía como una eternidad.
—Ves, estás sonriendo —dijo Charlotte, animada—. Y sé que piensas
que estoy borracha, pero me tomé como cuatro cervezas, así que todavía
no ando tan mal. Y esto es diferente. ¿Recuerdas el año pasado en la
playa cuando me pediste que fuera tu novia y el lunes todos en la escuela
querían ser como nosotros? Podríamos volver a ser esa pareja. Ni siquiera
importa que entraras al equipo de debate como por dos segundos, o que
salieras con esa pelirroja presumida. En serio, no me importan esas cosas.
Podemos fingir que los últimos cinco meses nunca ocurrieron.
Charlotte dejó de balbucear lo suficiente para observarme con una
expresión suplicante.
—Podríamos —dije suavemente—, pero no quiero.
—Disculpa, ¿acabas de rechazarme? —Entrecerró los ojos, incrédula.
Pero la cosa con Charlotte era que sólo mencionó las partes buenas
de lo nuestro. Me pregunté si útilmente olvidó cómo me atormentó con sus
cambios de humor cuando salíamos, provocando peleas por nada. Cómo
me dio listas de compras para su cumpleaños y Navidad, y siempre me las
arreglaba para equivocarme. Cómo nunca llegué a escoger la película y
ajustó mi coche porque oía ―deprimente mierda hipster‖. La gramática
ofensiva en sus textos, y la forma en que enloquecía cuando me tomaba
demasiado tiempo para contestarle. Cómo siempre me ofreció para ser el
conductor designado en fiestas, incluso con sus amigos, y cómo siempre
copió la tarea de español de Jill porque me negué a dejarla tener la mía.
Por un momento, me pregunté si debería decirle que era una egoísta
e imprudente chica que pensaba que el mundo le debía algo sólo porque
era bonita, y que no quería estar cerca cuando lo descubriera. Pero por
supuesto que no pude. A su alrededor, me parecía imposible evocar casi
nada que valiera la pena decir.
—Mira, Char, creo que eres genial —dije—. Lo sabes. Pero no quieres
salir conmigo. No somos remotamente compatibles. Soy una especie de
nerd. Tengo cojera y un pésimo auto, y odio tanto este lugar que me siento
en la biblioteca de la universidad después de la escuela fingiendo que ya
me fui.
—¿Cómo puedes odiar Eastwood? Es perfecto.
—Tú ves la perfección, yo veo el panóptico.
—Oh, Dios mío, ¿por qué usas palabras tan grandes? —exigió con
exasperación.
—Lo siento —me disculpé, notando que era el tipo de chica que se
molestaba cuando alguien usaba una palabra desconocida, en lugar de
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aprender lo que significaba.
—A veces eres realmente extraño —me acusó—. Como esta noche,
cuando todos se vistieron como zombis, y tú usabas eso. Quiero decir, ¿no
quieres ser como los demás?
—No particularmente —le dije, deseando que finalmente entendiera
lo mucho que cambié y lo poco que sabía de mí.
Charlotte lo consideró por un tiempo, y luego su rostro se rompió con
una sonrisa maliciosa.
—Muy gracioso —anunció, y luego se me lanzó.
—Charlotte —dije, empujándola y levantándome—. Dije que no.
—¿Cómo voy a saber si lo dices de verdad? —De repente parecía
tremendamente ofendida—. No puedes aceptar hablar en un lugar
privado en una fiesta y nada más.
—Oh. No lo noté... —Me estremecí cuando caí en la cuenta de que
pensó que también quería quedarme a solas con ella.
—Nunca lo haces —dijo Charlotte con un suspiro de exasperación—.
Hay veces en que puedes ser un verdadero idiota sin notarlo. Solía pensar
que era a propósito, por lo que coqueteaba con otros chicos para ponerte
celoso.
Me eché a reír sordamente.
—¿Así es como lo llamas? ¿Coquetear con otros chicos? Mi error. En
la fiesta de Jonas, debería haber notado que sólo coqueteabas.
—No, lo que debiste de hacer fue aguantarte, tratar con ello el lunes
y llevarme al baile como todos esperaban. —Se enfureció.
—¿Al baile? —Creía no haberla escuchado bien—. ¿Sabes dónde
me hallaba la noche del baile de graduación, Charlotte? En el hospital,
preguntándome si alguna vez volvería a caminar. Y ambos sabemos cómo
llegué allí.
Se volvió demasiado silencioso por un segundo, y creo que ambos
esperábamos que alguna pareja borracha se tropezara por la puerta y nos
interrumpiera, rescatándonos de la incomodidad, pero nada pasó.
—Si ambos lo sabemos, entonces ¿por qué se siente como si me
echaras la culpa? —exigió Charlotte—. Ni siquiera estaba allí.
—No, no estabas allí —dije—. Los paramédicos me encontraron solo.
Y tú simplemente me dejaste así. Me dejaste.
El rostro de Charlotte palideció, y no podía decidirse a mirarme.
200
—Estábamos borrachos —dijo a la defensiva—. No tenía un aventón,
y todos gritaban sobre de los policías viniendo por el accidente, y soy un
desastre con la sangre, probablemente me habría desmayado.
—Una disculpa habría sido suficiente —le dije—. Mira, es tarde, y creo
que ya terminamos. ¿Por qué no te vas a buscar a Evan o algo?
—¿Le dirás lo que dije? —preguntó nerviosa—. Porque sólo dije que
lo terminaría si…
—No, Charlotte, no le diré —comenté secamente—. El himen de tu
integridad se mantiene intacto. Tu preciosa joya de reputación está sin
manchar.
Dejé la fiesta de Jill pensando que a veces no vale la pena confirmar
lo que ya sabemos sobre la gente que entendemos tan bien. Porque lo
que Charlotte quería esa noche no era yo. Sino una versión imaginaria del
chico con el que solía salir pero nunca se molestó en verlo realmente como
una persona. Y tal vez el Ezra imaginario habría vuelto con ella y tratado de
olvidarse de los últimos cinco meses. Quizá se habría convencido de que se
sentía feliz por eso, que al final ninguno de ellos era una mala persona, que
era posible adentrarse en la popularidad y descuido, y nunca reconocer el
daño que le causó a la gente que lo rodeaba, o las mentiras que creerían
para hacer su felicidad realidad.
Pero no importaba lo que el Ezra imaginario dentro de la cabeza de
Charlotte habría hecho, porque no era real, y ciertamente no era yo. Lo
que yo hice fue conducir a casa, más allá de las señales de alto llenas de
huevo y los álamos tapizados en papel higiénico, y convencer a Cooper
de moverse del tapete de la cocina donde seguía enojado porque no lo
dejaron salir a jugar con el "dulce o truco", y caí en mi cama sin siquiera
molestarme en lavar ese ridículo brillo corporal.
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Traducido por Blaire2015
Corregido por Vanessa VR
***
***
***
Mamá debió de sentir lástima por mí, porque me dejó dormir hasta
tarde el sábado. Finalmente me levanté alrededor del mediodía, después
de decidir que, en cuanto a las relaciones monógamas, podría hacerlo
peor que casándome con mi cama.
Ya que todos mis amigos se hallaban en Santa Bárbara, volví a
acabar en la biblioteca, trabajando en mis aplicaciones a la universidad
con poco entusiasmo, pero mayormente revisando mi teléfono como un
loco.
No tenía sentido molestar a Toby, ya que tendría rondas de debate
todo el día, y me encontré deseando haber ido al torneo. Me imaginé a
Austin con su interminable suministro de entretenidos vídeos de YouTube, y
a Phoebe dando bocadillos de contrabando (―nostalgia de los noventa
garantizada‖) e inclusive a Sam enrollándose las mangas para mezclar
cócteles masivamente intoxicantes, y a Toby con su traje de segunda
mano y su terca insistencia de que lo llamemos ―Oh, Capitán, mi Capitán‖.
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Las chicas a mi lado en la biblioteca conversaban ruidosamente, así
que me coloqué los audífonos. Por lo que, cuando mi celular sonó, casi no
me doy cuenta.
—¿Si? —dije, lanzándome por ello.
—¡Amigo, te perdiste una gran fiesta! —Toby sonaba increíblemente
lleno de cafeína, como para que alguien lo hubiera alejado de las bebidas
energéticas hace dos latas—. ¡Ah! ¡Faulkner! ¡Debiste venir! Todos desean
que estés aquí. Menos Luke, porque anoche se emborrachó tanto que se
orinó en la cama.
—¿De cuánta orina hablamos? —pregunté, recogiendo mis cosas.
Las chicas sentadas cerca me dieron una mirada rara, la cual supuse se
justificaba.
—Si su cama era el golfo, esto era un derrame petrolero.
—Eres un amigo magnífico por decirme esto. —Pasé por la mesa de
registro, asintiendo a la chica que siempre me deja entrar sin identificación.
Estaba nublado afuera, no tanto como sobrepasado por la neblina.
Ocurría en ocasiones. Una enorme bestia de nubes podría tragarse por
completo a Eastwood, y por un día o dos viviríamos en el centro de la
nube, incapaces de ver más de metro y medio por delante.
Toby me relató la historia de la hora de vergüenza de Luke, miré a la
neblina y lo escuché reírse de cómo Luke no sólo orinó la cama, sino que lo
hizo en la habitación de otro equipo. Me reí con él una o dos veces porque
sabía que se suponía lo hiciera, pero comenzaba a presentir que no me
contaba algo.
—¿Qué tan malo es? —dije bruscamente.
Se detuvo. Nos conocíamos demasiado bien, y sabía el significado
de ese silencio. Era uno serio.
—Hoy hablé con algunas personas del equipo de Barrows —dijo,
tratando de restarle importancia.
—¿Y?
—Amigo, ¿estás sentando?
—¡Amigo, dime! —rogué.
—¡Cristo, eso intento! —insistió Toby—. De acuerdo. Bueno, ¿conoces
al hermano de Cassidy?
—¿Seis años mayor? ¿Gran campeón de debate? ¿Fue a Yale y 212
luego a la escuela de medicina en Hopkins? —completé, preguntándome
qué sabía Toby que yo no.
Suspiró, su aliento crepitando por el teléfono.
—El hermano de Cassidy murió.
—¿Qué? —me ahogué. Porque cualquier cosa que esperaba que
me dijera, no era eso.
—Falleció el año pasado —dijo Toby—. Fue ahí cuando Cassidy dejó
la escuela, y el debate.
Nunca oí a Toby sonar de la manera que lo hizo cuando me lo dijo.
No era sólo tristeza, sino vergüenza de sí mismo, como si hubiera sido muy
duro con Cassidy, juzgándola y malinterpretándola de alguna forma en la
peor manera posible. El gran misterio de la legendaria Cassidy Thorpe no
era el tipo de historia que alguien querría contar.
—¿Cómo murió? —pregunté, rompiendo el silencio.
—Aparentemente de alguna condición del corazón. Fue repentino.
Había un artículo completo en el periódico de su escuela. Es… ah, espera.
Se escucharon algunos de altercados, y luego volvió.
—Lo siento —dijo—. Oye, tengo que ir a la ceremonia de premiación,
la señora Weng me lleva a la fuerza mientras hablamos. Pero todavía
puedo mandarte mensajes… Es broma, señora Weng…
—Ve —dije—. Está bien. Te llamaré más tarde.
Colgué y observé mi teléfono, a la pequeña luz parpadeante que
mostraba cuánto tiempo le tomó a Toby destrozar completamente todo lo
que pensaba que sabía sobre Cassidy Thorpe. Ahora veía la manera en
que hablaba sobre escapar del panóptico. De lo que en realidad hablaba
era de todo menos de que su hermano ya lo había hecho.
213
Traducido por Aimetz & Vane Ryan
Corregido por Karool Shaw
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***
***
223
Traducido por Vanessa VR
Corregido por Karool Shaw
Fin
Si las gracias fueran notas musicales, probablemente las cantaría
desafinadas, así que estén felices de que no los he premiado a todos con
notas literales de agradecimiento. En vez de eso, los he condensado —
¡como sopas!— en esta pequeña listita.
Primero, a mi agente, la maravillosa Merrilee Heifetz. Tu
inquebrantable fe, tanto en mí como en este pequeño libro, en serio, me
ha cambiado la vida. Lamento haberte enviado tantas imágenes de jirafas
sacando la lengua (aunque aún mantengo que lo disfrutaste). A mi
editora, Katherine Tegen, por ayudarme a darle a este libro una súper
genial cresta como argumento y por ser la mejor cosita en Facebook.
Sarah Nagel, por ser encantadora con todo lo que respecta a este libro y
por conspirar para enviarme un montón de peluches cuando estuve en el
hospital. Liane Graham, por sentarte en los techos de Brooklyn conmigo y
hablar sobre el amor. Si los libros pudiesen ser escritos como reglaos para
las personas, éste es para ti. Kaleb Nation, básicamente por ser la única
razón por la que me meto a Skype.
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Philo, la conspiración indirecta de todo, pero particularmente Sam y
Cris, por ser consultantes de personas Ezra y permitirme destruir un piano
con un martillo y bromear con que soy una hadita maniática—pero
obviamente jugando, ajem. El grupo de YouTube, Paige, Karen, Adorian,
Kayley, and Alexa. Mi compañera de casa, Jennifer, por editarlo antes de
que fueses una editora y antes de que este fuese un libro. Y todos en
HarperCollins, no puedo agradecerles lo suficiente. Si pudiese, metería un
GIF aquí, pero probablemente mis agradecimientos no deberían ser tan
Tumblr, así que me resistiré.
Robyn Schneider es una escritora, actriz y personalidad en línea que
malgastó su juventud en un pueblo coincidentemente parecido a
Eastwood. Robyn es graduada de la Universidad de Columbia, donde
estudió escritura creativa, y de la Escuela de Medicina de la Universidad
de Pennsylvania, donde estudió ética médica. Vive en Los Angeles,
California, pero también en el internet. Puedes ver sus vlogs en
youtube.com/robynisrarelyfunny y seguirla en Twitter, Tumblr, Facebook,
and Instagram.
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