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2
Moni & Annabelle

Moni Larosky_3 Julieyrr


Annabelle Mel Markham aa.tesares
Sofi Fullbuster Apolineah17 NnancyC
Majo_Smile ♥ BeaG Eni
Mel Cipriano Zafiro Blaire2015
MaryJane♥ letssinkhearts Val_17
CoralDone Drys Aimetz
Adriana Tate NatiiQuiroga Vanessa VR
francisca abdo arias eyeOc Eni
Aileen Björk
Katita
Juli
CrisCras
Gaz Walker
Vane Ryan 3

Melii Daenerys Mel M


Sofi mariaesperanza.nino MerryHope
Meliizza marivalepaz Niki
Lalu Val Cami
Andreina itxi MerryHope
Alaska Daniela Vanessa
CrisCras Gabihhbelieber Zöe
Aimetz Tsuki Karool
JazminC Paltonika Fany Stgo.
Amy Verito
Alessa LIZZY

Mel Wentworth & Clara Markov

PaulaMayfair
4
Sinopsis Capítulo 17
Dedicatoria Capítulo 18
Epígrafe Capítulo 19
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 27
Capítulo 28
5
Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Capítulo 33
Capítulo 15 Agradecimientos
Capítulo 16 Sobre el autor
El chico de oro Ezra Faulkner cree que todos tienen una tragedia
esperando por ellos —un simple encuentro después del que todo lo que
realmente importa sucederá. Su tragedia particular esperó hasta que él
estuvo preparado para perderlo todo: en una noche espectacular, un
conductor imprudente destruye la rodilla de Ezra, su carrera deportiva y su
vida social.
Sin ser más un favorito para Rey en el baile de bienvenida, Ezra se
encuentra a sí mismo en la mesa de inadaptados, donde se encuentra
con la chica nueva Cassidy Thorpe. Cassidy es diferente a cualquiera que
Ezra ha conocido, dolorosamente natural, ferozmente inteligente y
decidida a llevar a Ezra en sus interminables aventuras.
Pero a medida que Ezra se sumerge en sus nuevos estudios, nuevas
amistades y un nuevo amor, aprende que algunas personas, al igual que
los libros, son fáciles de malinterpretar. Y ahora debe tomar en cuenta: si la
tragedia particular de alguien ya ha aparecido y todo lo que importa 6
después de ella ha sucedido, ¿qué pasa cuando más desgracias
aparecen?
The Beginning of Everything de Robyn Schneider es una novela lírica,
ingeniosa y conmovedora acerca de lo difícil que es actuar el papel que
la gente espera, y cómo los nuevos comienzos pueden ser el resultado de
finales abruptos y trágicos.
Para mis padres,
Quienes sin dudas intentarán encontrarse en este libro.
No se preocupen, se los hice fácil —están aquí,
¡bien al principio!

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Me enamoré de su valentía, su sinceridad y su ardiente amor propio y son
estas cosas en las que creería incluso si todo el mundo especulara
sospechas salvajes de que ella no es todo lo que debería ser…. La amo y ese
es el principio y el final de todo.
—F. Scott Fitzgerald

El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares


rotos.
—Ernest Kemingway
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Traducido por Moni
Corregido por Sofí Fullbuster

Algunas veces pienso que todos tienen una tragedia esperando por
ellos, que las personas comprando leche en sus pijamas o hurgándose las
narices en los semáforos podrían estar a sólo momentos del desastre. Que
la vida de todos, sin importar lo poco notable, tiene un momento cuando
todo se vuelve extraordinario, un único encuentro después del cual todo lo
que realmente importa, va a suceder.
Mi amigo Toby se vino abajo con un mal caso de tragedia la semana
antes de empezar el séptimo grado en la Escuela Secundaria Westlake.
Éramos fanáticos del Ping-Pong ese verano, jugando descalzos en su patio
trasero con aspiraciones hacia una especie de campeonato mundial. Yo
era el mejor jugador, porque mis padres me habían obligado a tomar
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clases privadas de tenis desde que me dieron mi propio tenedor en la
cena. Pero a veces, por puro sentido de amistad, dejaba que Toby
ganara. Era un juego para mí, perder lo suficientemente convincente para
que no se diera cuenta que lo hacía a propósito. Y así, mientras él
practicaba para el mítico campeonato mundial de Ping-Pong, yo
practicaba un tipo de anarquía bien intencionada hacia la convicción de
mi padre de que ganar era lo que importaba en la vida.
A pesar de que Toby y yo éramos la clase de mejores amigos que
rara vez buscaban la compañía de otros chicos de nuestra edad, su
madre insistió en hacer una fiesta de cumpleaños, tal vez para asegurar su
popularidad en la escuela intermedia, una popularidad que no habíamos
disfrutado en la escuela primaria.
Envió invitaciones de Piratas del Caribe a una media docena de
chicos en nuestro año con los que Toby y yo compartíamos un colectivo
desinterés en socializar, y el último martes del verano nos llevó a todos a
Disneyland en la minivan color borgoña más asqueroso del mundo.
Vivimos a sólo veinte minutos al sur de Disneyland, y la magia del
lugar ya estaba muy gastada para finales del sexto grado. Sabíamos
exactamente cuáles atracciones eran buenas y cuáles eran una pérdida
de tiempo. Cuando la señora Ellicott sugirió que visitáramos The Enchanted
Tiki Room, un lugar donde se presentaban espectáculos hawaianos, la idea
fue recibida con tanto desprecio colectivo que uno habría pensado que
nos dijo que almorzáramos en el bar de ensaladas de Puerto Pizza. Al final,
la primera, y única, atracción a la que fuimos fue a la montaña rusa The
Thunder.
Toby y yo escogimos la última fila del tren, la cual todos saben que es
la más rápida. El resto de los invitados peleaban por la primera fila, porque,
aunque la última es la más rápida, la primera es inexplicablemente la más
popular. Y así, Toby y yo terminamos divididos del resto del grupo por un
mar de visitantes ansiosos de Disneyland.
Supongo que recuerdo el día con enorme claridad por lo que
sucedió. ¿Conoces esas señales que tienen en las filas de los parque
temáticos, con esas líneas negras y gruesas donde tienes que ser al menos
así de alto para subir? Esas señales también tienen un montón de estúpidas
advertencias, sobre que las mujeres embarazadas o personas con
problemas cardíacos no deberían subir a las montañas rusas, y tienes que
guardar tu mochila, y todos deben permanecer sentados todo el tiempo.
Bueno, resulta que esas señales no son tan útiles después de todo.
Había una familia directamente frente a nosotros, turistas japoneses con
gorras de Mickey Mouse que tenían sus nombres bordados en la parte de
atrás. Mientras Toby y yo nos sentamos allí con el viento en nuestras caras y
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la montaña rusa haciendo un estruendo tan fuerte sobre las vías
tambaleantes que apenas podías escucharte gritar, uno de los chicos del
frente se puso de pie desafiante en su asiento. Se reía, y sostenía la gorra
de Mickey Mouse sobre su cabeza, cuando el tren aceleró y entro en un
túnel bajo techo.
Los informes noticiarios dijeron que un chico de catorce años de
Japón fue decapitado en la montaña rusa The Thunder cuando hizo caso
omiso a las advertencias de seguridad. Lo que los noticieros no dijeron fue
cómo la cabeza del niño voló hacia atrás en su gorra con orejas de ratón
como una especie grotesca de helicóptero, y cómo Toby Ellicott, en su
duodécimo cumpleaños, atrapó la cabeza cortada y se aferró a ella en
estado de shock durante la duración de la atracción.
No hay manera fácil de recuperarse de algo así, no hay respuesta
mágica a las bromas de ―Atrapando la cabeza‖ que todos lanzaban en
dirección de Toby en los pasillos de la Escuela Secundaria Westlake. La
tragedia de Toby fue el asiento que escogió en una montaña rusa en su
duodécimo cumpleaños, y desde entonces, ha vivido a la sombra de lo
que pasó.
Pude haber sido yo, fácilmente. Si nuestros asientos se hubieran
invertido, o si los chicos frente a nosotros hubieran cambiado posiciones en
la fila en el último minuto, la cabeza pudo haber sido mi perdición en lugar
de la de Toby. Pensaba sobre eso a veces, cuando nos distanciamos en los
últimos años, mientras Toby se desvanecía en la oscuridad y yo me convertí
en un éxito social inexplicable. A lo largo de la escuela intermedia y
secundaria, mi sucesión de novias se reiría y arrugarían la nariz. —¿No solías
ser amigo de ese chico? —preguntarían—. Ya sabes, ¿el que atrapó la
cabeza cortada en la atracción de Disneyland?
—Aún somos amigos —diría yo, pero eso no era realmente cierto.
Todavía éramos lo suficientemente amigables y ocasionalmente
charlábamos en línea, pero nuestra amistad de alguna manera se había
decapitado aquel año. Como el chico que se había sentado frente a
nosotros en esa fatal montaña rusa, no había ningún peso sobre mis
hombros.
Lo siento. Eso fue horrible de mi parte. Pero, honestamente, ha
pasado mucho tiempo desde el séptimo grado y la historia se siente como
una historia horripilante de la que una vez escuché. Porque esa tragedia le
pertenece a Toby, y él ha vivido estoicamente en sus consecuencias
mientras que yo escapé relativamente ileso.
Mi propia tragedia esperaba. Esperaba golpear hasta que estaba
tan acostumbrado a mi buena vida en un suburbio nada excepcional que
ya había dejado de esperar a que algo interesante pasara. Que es por lo
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que, cuando mi tragedia personal finalmente me encontró, ya era casi
demasiado tarde. Acababa de cumplir diecisiete años, era
vergonzosamente popular, obtenía buenas calificaciones, y era
amenazado con convertirme en eternamente poco extraordinario.
Jonas Beidecker era a un chico al que conocía periféricamente, de
la misma manera que sabes si alguien está sentado en el escritorio de al
lado, o una enorme furgoneta en el carril izquierdo. Apareció en mi radar,
pero era apenas. Era su fiesta, una casa en North Lake con un jardín como
mirador lleno de cervezas y Hard Lemonade1. Había una maraña de luces
navideñas colgadas por el patio, a pesar de que era el fin de semana del
baile, y brillaban reflejándose en la turbia agua del lago. La calle estaba
desordenada con autos, y yo había estacionado en Windhawk, a dos
cuadras, porque era paranoico sobre ser chocado.
Mi novia Charlotte y yo habíamos estado peleando esa tarde, en las
canchas después de la temporada de tenis. Ella me había acusado,
déjenme ver si puedo decir exactamente lo que dijo: ―Eludir
responsabilidades presidenciales de la clase con respecto a la fiesta

1Bebida alcohólica canadiense que es una mezcla de limón y licor de malta.


hawaiana anual de penúltimo y último año‖. Lo dijo en esta manera toda
estirada, como si debiera estar avergonzado. Como si su pronosticado
fracaso de la fiesta anual me hiciera hacer una reunión de emergencia
con la asociación de gobierno estudiantil en ese mismo segundo.
Goteaba sudor y tomando Gatorade cuando ella entró en la
cancha con un vestido strapless que había estado escondiendo bajo una
chaqueta todo el día. Sobre todo, mientras hablaba, pensé sobre lo sexy
que sus hombros desnudos se veían. Supongo que me merecía cuando me
dijo que yo apestaba algunas veces y que iba a ir a la fiesta de Jonas con
su amiga Jill, porque no podía lidiar conmigo cuando estaba siendo
imposible.
—¿No es esa la definición de imposible? —le pregunté, limpiando
Gatorade de mi barbilla.
Respuesta equivocada. Dio uno de esos gritos pequeños que era
más como un gruñido y se alejó. Por eso es que me presenté en la fiesta
tarde, y aún usando mis pantalones cortos de tenis, porque sabía que la
enfurecería.
Guardé mi llave y saludé con un movimiento de cabeza a un grupo
de personas. Porque era el presidente de la clase de penúltimo año, y
también el capitán de nuestro equipo de tenis, se sentía como que 12
constantemente saludaba a la gente a donde quiera que iba, como si la
vida fuera un escenario y yo no fuera más que un pobre jugador de tenis.
Lo siento —juego de palabras. Es lo mío, porque hace que la gente
se sienta a gusto, siendo capaces de rodar los ojos hacia el hombre a
cargo.
Tomé un vaso del que no planeaba beber y me uní a los chicos de
tenis en el patio. Era el equipo de siempre, y todos se hallaban en camino
de estar borrachos. Me saludaron demasiado entusiasmados, y me
aguanté los golpes en la espalda con una mueca amable antes de
sentarme en una silla de piscina.
—¡Faulkner, tienes que ver esto! —gritó Evan, tambaleándose
borracho mientras se encontraba de pie sobre una maceta. Agarraba un
flotador con forma de fideo de color verde eléctrico de la piscina,
tratando de levantarlo, mientras Jimmy se arrodillaba en el suelo,
sosteniendo el otro extremo en su cara. Trataban de hacer un embudo de
cerveza con un fideo de espuma, lo que debería darte una idea de lo
magníficamente borrachos que estaban.
—Ya derrámala —se quejó Jimmy, y el resto de los chicos golpearon
los muebles del patio, haciendo redoble. Me levanté y oficié el evento,
porque eso era lo que yo hacía, oficiaba las cosas. Así que me quedé de
pie con el vaso de plástico, haciendo un discurso sarcástico sobre como
esto era algo para el libro de los Record Guinness, pero sólo porque
estábamos bebiendo cerveza Guinness. Era como en otras mil fiestas, otras
miles de estúpidas maniobras que nunca funcionaban pero que al menos
mantenía a todos entretenidos.
El embudo de fideo obviamente falló. Con Jimmy y Evan culpándose
uno a otro, inventando excusas ridículas que no tenía nada que ver con la
pobre física que habían desarrollado. La conversación comenzó sobre la
fiesta después del baile, un grupo de nosotros iba a ir a una suite en el Four
Seasons, pero sólo escuchaba a medias. Este era uno de los últimos fines
de semana antes de que fuéramos de último año, y pensaba sobre lo que
eso significaba. Sobre cómo estos rituales del baile, la fiesta hawaiana, y la
graduación que habíamos visto durante años eran de repente personales.
Hacía un poco de frío, y las chicas se estremecían en sus vestidos. Un
par de amigas del equipo de tenis vinieron y se sentaron en los regazos de
sus novios. Tenían sus teléfonos afuera, de la manera en que lo hacen las
chicas en las fiestas, creando pequeños halos de luz alrededor de sus
manos.
—¿Dónde está Charlotte? —me preguntó una de las chicas, y me
tomó un momento mientras me daba cuenta de que esta pregunta se
dirigía a mí—. ¿Hola? ¿Ezra?
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—Lo siento —dije, pasando una mano por mi cabello—. ¿No está
con Jill?
—No, no lo está —dijo la chica—. Jill está completamente castigada.
Tenía como un portafolio. En un sitio web de modelaje. Y sus padres lo
encontraron y se volvieron locos porque erróneamente pensaron que era
pornografía.
Un par de chicos se animaron ante la mención de la palabra
pornografía, y Jimmy hizo un gesto obsceno con el fideo.
—¿Cómo puedes pensar erróneamente que algo es pornografía? —
pregunté, medio interesado por el giro en la conversación.
—Es pornografía si usas un disparador automático —explicó, como si
fuera obvio.
—Claro —dije, deseando que hubiera sido más inteligente, y que su
respuesta me hubiera impresionado.
Todos se rieron y comenzaron a bromear sobre pornografía, pero
ahora que lo pensaba, no tenía idea de a dónde había ido Charlotte.
Había asumido que la encontraría en la fiesta, que hacían lo que
usualmente hacía cuando teníamos una de nuestras peleas: estar con Jill,
rodarme los ojos y actuar enojada al otro lado de la habitación hasta que
me acercara y me disculpara excesivamente. Pero no la había visto en
toda la noche. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje para ver qué
sucedía.
Cinco minutos después, aún no había contestado cuando Heath, un
chico enorme de último año del equipo de fútbol, caminó hacia la mesa.
Había apilado sus vasos, y tenía cerca de seis de ellos. Supongo que él
quería que fuera impresionante, pero para mí sólo era un desperdicio.
—Faulkner —gruñó.
—¿Sí? —dije.
Me dijo que me levantara, me encogí de hombros y lo seguí hasta
una pequeña pendiente cerca del lago.
—Deberías ir arriba —dijo, con tanta seriedad que no lo cuestioné.
La casa de Jonas era grande, con probablemente seis habitaciones,
si tuviera que adivinar. Pero la suerte, si podías llamarla así, se encontraba
de mi lado.
Mi premio se encontraba en la puerta número uno: Charlotte, un
chico al que no conozco, y una escena que, si la hubiera capturado con
la cámara de mi teléfono, habría sido confundida con pornografía,
aunque esa no hubiera sido mi intención artística. 14
Me aclaré la garganta. Charlotte se aclaró la suya, aunque eso
requería un poco más de esfuerzo de su parte. Se veía horrorizada de
verme allí, en la puerta. Ninguno dijo nada. Y el chico maldijo y subió la
cremallera de sus pantalones y preguntó: —¿Qué demonios?
—Ezra, yo-yo —balbuceó Charlotte—. No creí que ibas a venir.
—Creo que él estaba a punto —dije con amargura.
Nadie se rio.
—¿Quién es este? —preguntó el chico, mirando entre Charlotte y yo.
Él no iba a nuestra escuela, y me daba la impresión de que era mayor, un
estudiante universitario pasando el rato en una fiesta de escuela
secundaria.
—Soy el novio —dije, pero salió incierto, como una pregunta.
—¿Este es el tipo? —preguntó, entrecerrando los ojos hacia mí—.
Podría con él.
¿Así que había estado hablando de mí con este imbécil? Supuse, si
llegaba el momento, probablemente podría conmigo. Tenía un muy buen
revés, pero sólo con mi raqueta, no mi puño.
—¿Por qué no mejor la tomas a ella? —sugerí, y luego me di la vuelta
y caminé por el pasillo.
Habría estado bien si Charlotte no hubiera ido detrás de mí,
insistiendo en que aún tenía que llevarla al baile el sábado. Habría estado
bien si no lo hubiera hecho en medio de una sala llena de personas. Y
habría sido diferente si no hubiera cuidado mi auto, estacionándolo en
Windhawk para evitar la amenaza de conductores ebrios.
Tal vez, si una de esas cosas no hubieran pasado, no habría
avanzado por la esquina del Bulevar Princeton en el momento exacto en
que un SUV negro saliera disparado por la esquina y volara a través de la
señal de alto.
No sé por qué la gente dice ―golpeado por un auto‖, como si el otro
auto azotara físicamente como una especie de campeón de boxeo. Lo
que me golpeó primero fue la bolsa de aire, y luego el volante, y supongo
que la puerta del conductor y como sea que se llame esa parte contra la
que tu rodilla se atasca.
El impacto fue ensordecedor, y todo parecía golpearse contra mí y
crujir. Había un hedor del motor muriendo bajo el capó delantero, como a
caucho quemado, pero salado y metálico. Todos corrieron hacia el jardín
de los Beideckers, que se encontraba dos casas abajo, y a través del humo 15
del motor, pude ver un ejército de chicas en vestidos strapless, sus teléfonos
levantados, solemnemente tomando fotos del choque.
Pero yo sólo me quedé allí, riendo e ileso, porque soy un vampiro
inmortal y tengo cien años.
De acuerdo, estoy bromeando contigo. Porque habría sido increíble
si hubiera sido capaz de quitarme esto de encima e irme, como ese
imbécil cabrón que nunca se detuvo después de aterrizar en mi Z4. Si tan
solo toda la gente de la fiesta no hubiera entrado en pánico y escapado
antes de que los policías pudieran atraparlos por beber siendo menores de
edad. O si Charlotte, o sólo uno de mis supuestos amigos, se hubieran
quedado para ir conmigo en la ambulancia, en vez de dejarme allí solo,
medio delirante del dolor. O si mi madre no se hubiera puesto sus mejores
joyas y tenido lápiz labial en los dientes antes de entrar corriendo a la sala
de emergencias.
Es horrible, ¿cierto? ¿Cómo recuerdo mierdas como esas? Pequeños
e insignificantes detalles en medio de un desastre masivo.
Realmente no quiero entrar en detalles, y espero que me disculpes,
pero pasar por ello sólo una vez fue suficiente. Mi pobre auto quedó
destruido, justo como todo lo demás en mi vida. Los doctores dijeron que
mi muñeca sanaría, pero el daño en mi pierna era malo. Mi rodilla había
sido irremediablemente rota.
Pero esta historia no es sobre el duodécimo cumpleaños de Toby, o
el accidente en la fiesta de Jonas —no realmente.
Hay un tipo de problema en la química orgánica llamado retro
síntesis. Se te presentará con un compuesto que no ocurre en la
naturaleza, y tu trabajo es trabajar hacia atrás, paso por paso, y averiguar
cómo llegó a existir, qué tipo de condiciones llevaron a su eventual
creación. Cuando terminas, si lo hiciste correctamente, la ecuación puede
ser leída normalmente, por lo que es imposible distinguir la pregunta de la
respuesta.
Aún pienso que la vida de todos, sin importar lo poco notable que
es, tiene un singular encuentro trágico después del cual todo lo que
realmente importa va a suceder. Ese momento es el catalizador, el primer
paso en la ecuación. Pero sabiendo que el primer paso no te llevará a
ninguna parte, es lo que viene después lo que determina el resultado.

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Traducido por Sofí Fullbuster
Corregido por Meliizza

Así que, ¿quién era yo en la secuela de mi tragedia personal? Al


principio, era un idiota en lo que concernía a la alegre actitud de las
enfermeras de pediatría. Y luego, era un extraño en mi propia casa, un
residente temporal de la habitación de invitados en la planta baja. Un
inválido si quieres; esa es, probablemente, la palabra más horrenda con la
que alguna vez he escuchado describir a alguien que se supone está en
recuperación. En el contexto matemático, si algo es considerado
―inválido‖, es porque ha sido demostrado a través de una lógica irrefutable
que no existe.
En realidad, retiro eso. La palabra me quedaba bien. Había sido Ezra
Faulkner, el chico dorado, pero esa persona ya no existía. ¿Y la prueba?
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Nunca le había dicho esto a alguien más, pero la última noche del
verano antes de mi último año, conduje a la secundaria Eastwood High.
Era tarde, alrededor de las once, y mis padres ya se habían dormido. Las
calles adornadas por jardines de mi barrio cerrado se hallaban oscuras y se
veían inexplicablemente solitarias, de la forma en que a veces lucían los
suburbios por la noche. Los campos de frutillas a un lado de la carretera
lucían como si se extendieran por kilómetros, pero realmente no había
mucho a la izquierda de las viejas tierras del rancho, sólo una pequeña
arboleada de naranjos frente al centro comercial chino, y los divisores
centrales de los árboles de sicómoro del último siglo que crecían en
cautiverio.
Si lo pensabas bien, había algo muy deprimente en vivir en una
comunidad cerrada con casas de seis habitaciones estilo español mientras
que, a medio kilómetro de allí, ilegales trabajadores inmigrantes rompían
sus espaldas en los campos de frutillas, y tenías que conducir, viéndolos,
para ir a la escuela.
Eastwood High está tan lejos como puedes llegar en los límites de la
ciudad de Eastwood, California, apostada en las laderas como algún tipo
de fortaleza de estuco. Aparqué en el estacionamiento de la facultad,
porque joder, ¿por qué no lo haría? Al menos, eso es lo que me dije.
Realmente no era una rebelión en lo absoluto, sólo un acto de debilidad,
el aparcamiento de la facultad se encontraba prácticamente pegado a
las canchas de tenis.
Una neblina de cloro iba a la deriva por encima de las paredes del
complejo de natación, y el personal de la limpieza ya había puesto las
sombrillas de playa en las mesas del café en el patio interior más alto.
Podía ver sus siluetas, inclinadas hacia un lado.
Puse la llave en la cerradura de mi cancha de tenis favorita, abrí y
sostuve la puerta con la bolsa de equipo. Mi raqueta, la que no había
sostenido en meses, lucía igual como la recordaba, con una cinta negra
suelta en la empuñadura. Casi era hora de conseguir una nueva, juzgando
por las abolladuras en la viga, pero por supuesto, no tendría una nueva. Ni
ahora, ni nunca.
Dejé que el bastón golpeara el suelo y cojeé hacia el frente de la
cancha. Mi fisioterapeuta ni siquiera me dejaba estar en la bicicleta fija
aún, y probablemente mi otro terapeuta lo desaprobaría, pero no me
importaba. Tenía que saber cuán malo era, ver por mí mismo si lo que los
doctores decían era verdad, que los deportes habían terminado para mí.
―Terminado‖. Como si los últimos doce años de mi vida no hubieran sido
nada más que esperar a la tercera hora de educación física y a que el
timbre sonara para el almuerzo.
18
Saqué una pelota y preparé un servicio ligero, ese golpe suave al
que me había acostumbrado. Sin apenas atreverme a respirar, lancé la
pelota hacia arriba y la sentí tocar la raqueta de una forma que, a pesar
de que no era completamente agradable, al menos era tolerable. Aterrizó
en el centro del cuadrado, sin provocar nada en mi interior. Había estado
apuntando hacia la esquina, pero había fallado.
Sacudo mi muñeca, haciendo una mueca ante lo estrecho que se
siente la rodillera de velcro, pero sabiendo que no debía quitármela. Y
luego vuelvo a lanzar la pelota y la golpeo, inclinando la raqueta para
poner un pequeño giro en el servicio. Aterrizó en mi pierna buena, pero el
impulso me lleva hacia adelante junto con el movimiento. Me tropiezo
accidentalmente poniendo demasiado peso en mi rodilla y el dolor me
atrapa con la guardia baja.
Para el momento que empieza a desaparecer hacia el familiar dolor
sordo que nunca se va, la pelota ha rodado silenciosamente junto a mi
pie, burlándose de mí. Mi servicio había fallado, ni siquiera había llegado a
la red.
Estaba acabado. Dejé las pelotas en la cancha, guardé la raqueta
en mi bolsa, y tomé mi bastón, preguntándome por qué incluso me
molesté.
Cuando cierro las canchas, el campus se siente de repente,
espeluznante, las sombras oscuras de las laderas cerniéndose sobre los
edificios vacíos. Pero por supuesto, no había nada por lo que
preocuparse, nada además del primer día de clases, cuando finalmente
tenga que enfrentar a todos los que evité en el verano.
Eastwood High solía ser mía, el único lugar dónde todos conocían
quien era y se sentía como si no pudiera hacer algo mal. Y las canchas de
tenis, había jugado en el equipo universitario desde noveno grado. Antes,
cuando la escuela era mía, solía encontrar la paz allí, entre las líneas
blancas en los rectángulos verdes de pasto. El tenis era como un juego de
video, uno que gané un millón de veces, con el placer haber ganado
hace mucho tiempo. Un juego que sigo jugando porque la gente espera
que lo haga, y era bueno en hacer lo que los demás esperaban. Pero ya
no, porque ya nadie parece esperar algo de mí. Lo más gracioso del oro es
la rapidez con que se puede empañar.

19
Traducido por Annabelle
Corregido por Lalu

En la secundaria ocurren muchas humillaciones públicas


inesperadas, pero nunca ninguna de ellas me había ocurrido a mí hasta las
8:10 am de ese primer día del último año. Porque a las 8:10 am, me di
cuenta que no sólo no tenía a nadie con quién sentarme durante el
encuentro de bienvenida motivacional, sino que también iba a tener que
sentarme en la primera fila, ya que las gradas eran demasiado ajustadas
para pasar con mi rodilla.
En la primera fila se encontraban puros maestros, y una chica gótica
en silla de ruedas que insistía que era una bruja. Pero no había manera de
que cojeara como podía por las escaleras con toda la escuela 20
observándome. Y me observaban. Podía sentir sus ojos sobre mí, y no
porque me había ganado un porcentaje record de votos en las elecciones
de consejo estudiantil o porque me encontraba agarrado de manos con
Charlotte Hyde mientras esperábamos en la fila de la cafetería del
campus. Esto era diferente. Me hacía querer encogerme e irme en silencio
como disculpa por tener profundos círculos oscuros debajo de mis ojos y el
hecho de que no tenía ningún bronceado veraniego del que hablar. Me
hacía querer desaparecer.
Un arco de globos y un cartel de papel marrón decoraban cada
sección de las gradas. Me senté directamente debajo de la Ñ de ―¡Vamos
Último Año!‖ y observé a los líderes de la Asociación Gubernamental de
Estudiantes se agrupaban en el centro de la cancha de básquetbol.
Tenían puestos collares de plástico y gafas de sol. Jill Nakamura, nuestra
nueva presidenta de la clase, vestía el top de un bikini y shorts. Luego el
grupo se deshizo y pude ver a Charlotte riéndose con sus amigas con sus
faldas del equipo de porristas Song Squad. Sus ojos encontraron los míos, y
apartó la mirada, avergonzada, pero ese momento me dijo todo lo que
tenía que saber: La tragedia que había ocurrido en la fiesta de Jonas
Beidecker era mía, y solamente mía.
Y luego, otro pequeño milagro ocurrió, y Toby Ellicott se sentó junto a
mí.
—¿Escuchaste lo de las abejas? —preguntó con entusiasmo.
—¿Qué?
—Están desapareciendo —dijo—. Los científicos están
desconcertados. Lo leí esta mañana en el periódico.
—Quizá es un engaño —dije—. Es decir, ¿cómo pueden demostrar
algo así?
—¿Un censo de abejas? —sugirió—. De todos modos, voy a ir a
comprarme un abastecimiento en miel.
Toby y yo no habíamos hablado en años. Él se hallaba en el equipo
de debates, y nuestros horarios raramente coincidían. No lucía mucho
como aquel mejor amigo gordito con gafas que había perdido en algún
momento de las primeras semanas de séptimo año. Su cabello oscuro aún
caía por todos lados, pero ahora era delgado de un buen metro ochenta
y siete. Enderezó su corbata de lazo, se desabotonó el chaleco, y estiró las
piernas frente a él, como si la grada de profesores fuese un buen asiento a
escoger.
—Deberías conseguir un bastón —dijo—. Eso sería asombroso.
Conozco a un tipo, si te interesa.
—¿Conoces a un tipo que vende bastones? 21
—No te sorprendas tanto de mis conexiones clandestinas, Faulkner.
Técnicamente, lo utiliza como cubierta para la venta de armas.
La música comenzó en ese momento, con un ensordecedor estallido
de estática que dio paso a las notas de apertura de una canción que ya
todos estaban cansados de escuchar, Vampire Weekend. Los de la
asociación comenzaron a aplaudir en esa forma cursi de comencemos-la-
fiesta, y Jill dijo en el micrófono lo emocionada que se sentía por el mejor
año escolar del mundo.
Inexplicablemente, la asociación comenzó a hacer una especie de
baile hula coordinado con sus collares y lentes. No podía superar lo malo
que eran, bailando hula al ritmo africano de una tonta banda de rock de
la Costa Este.
—Por favor, dime que estoy alucinando —murmuró Toby.
—¿ALUMNOS DE ÚLTIMO AÑO, DONDE ESTÁ SU ESPÍRITU ESCOLAR? —
gritó Jill.
La respuesta fue ensordecedora.
—¡NO LOS ESUCHO! —desafió, ladeando la cadera.
—Mátame ya —gimió Toby.
—Lo haría, pero resulta que no tengo el bastón —le dije.
La señora Levine, quien se encontraba sentada junto a Toby, nos
lanzó una mirada.
—Compórtense o váyanse, caballeros —gruñó.
Toby resopló.
Cuando la canción finalmente terminó, Jimmy Fuller tomó el
micrófono. Usaba calentadores de tenis, y no pude evitar notar que le
habían dado nuevos uniformes al equipo.
—¿Qué hay, Eastwood? —resonó—. ¡Es hora de conocer a sus
equipos deportivos de la universidad!
Como si hubiese dado una señal, la puerta lateral del gimnasio se
abrió y el equipo de fútbol salió corriendo con sus almohadillas y jersey.
Detrás de ellos salieron los del equipo de básquetbol, luego los de tenis,
seguido de los de waterpolo, pero para ese momento ya no PRESTABA
atención a los equipos y sus órdenes. Mi antigua vida, en su totalidad, se
encontraba de pie en el centro de la cancha de basquetbol, mientras yo
me encontraba sentado en la grada de los profesores, y no había manera
en el mundo que aplaudiera por ellos. Más que todo, quería salir corriendo
de ese evento y alejarme por completo. 22
—Oye, Ezra —murmuró Toby en voz alta—. ¿Tendrás algún parche de
nicotina, amigo?
—¡Fuera! —demandó la señora Levine—. ¡Los dos! ¡Largo!
Toby y yo nos miramos, nos encogimos de hombros, y tomamos
nuestras mochilas.
Afuera el día era radiante, el cielo se encontraba despejado e
increíblemente azul. Me encogí ante el brillante estuco natural, luchando
por encontrar mis gafas de sol.
—¿Un parche de nicotina? —pregunté.
—Bueno, logré que nos sacaran, ¿no? —dijo Toby con aire de
suficiencia.
—Sí, supongo que sí. Gracias.
—¿Por qué? Quería irme de allí. La señora Levine tiene un aliento
horrible.
Nos quedamos pasando el rato en el Anexo, una pequeña
habitación y estudio que conectaba los salones de debate y el del
periódico. Todos los demás se encontraban en la bienvenida, y de vez en
cuando podíamos escuchar gritos ahogados viniendo del gimnasio.
—Suena como Disneyland o algo así —dijo Toby con una sonrisa.
Me sorprendió que lo mencionara. —¿Has ido de nuevo? —
pegunté.
—¿Bromeas? Estoy ahí todos los días. Me dieron un pase libre
ilimitado. Soy como el alcalde de Isla Aventura.
—Así que no has ido—dije.
—¿Tú sí?
Sacudí la cabeza.
—Podrías obtener un pasE de discapacitado —insistió Toby—. Y
nunca pararte en la fila.
—La próxima vez que invite a salir a una chica, me cercioraré de
mencionarle eso.
Por alguna razón, no me importaba que Toby bromeara y me
molestara con lo del bastón. Y normalmente era muy sensible ante ese
tema. También lo estarían, si estuviesen todas las vacaciones de verano
intentando que tu bien intencionada pero abrumadora madre parase de
vigilar detrás de la puerta del baño cada vez que tomabas una ducha.
(Tenía miedo que me resbalara y muriera, ya que me rehusé a dejarla que
instalara esos pasamanos de metal. Yo tenía miedo de que entrara y me
23
viera, uh, bañándome.)
—¿Qué harás para las Electivas de Equipo? —preguntó Toby.
Teníamos ese requerimiento durante los cuatro años de secundaria.
—Discurso y debate —admití, de pronto dándome cuenta que Toby
podría estar en mi clase.
—¡Hombre, soy el capitán de equipo este año! Deberías competir.
—Sólo me inscribiré porque es un requisito —dije—. El debate en
realidad no es lo mío.
En el pasado, mi impresión del equipo de debate era que se
componía por un grupo de chicos que se ponían trajes caros durante los
fines de semana y pensaban que en realidad tenían algo importante que
decir sobre la política extranjera ya que se encontraban asistiendo a las
clases de Gobierno.
—Tal vez no, pero me lo debes. Hice que nos sacaran de la
bienvenida —protestó Toby.
—Estamos a mano. Le dije a Tug Mason que no orinara en tu mochila
cuando estábamos en los vestidores en octavo año.
—Aún me debes. En vez de eso, orinó en mi bebida energética.
—Uh, me había olvidado de eso.
La campana sonó.
—Oye, Faulkner, ¿quieres saber algo depresivo? —preguntó Toby,
recogiendo su mochila.
—¿Qué?
—El primer período ni siquiera ha comenzado todavía.

24
Traducido por Majo_Smile ♥ & Blaire2015
Corregido por Fany Stgo.

La única cosa interesante sobre ser inscrito para la clase de Discurso


y Debate fue que me dieron un programa de clases de Humanidades
Irregular. La Secundaria Eastwood hace los programas por categorías, y
desde el primer año, mi horario ha sido de Humanidades Equitativas, con
los otros atletas. Pero ya no.
En mi primer período tenía el Curso Avanzado de Historia Europa, lo
que era desafortunado porque:
1) El Sr. Anthony, entrenador de tenis, era el maestro de la clase.
2) Su clase se encontraba en el segundo piso del edificio 400, lo que
significaba que,
25
3) Tenía que subir un buen tramo de escaleras.
Durante el verano, las escaleras se convirtieron en mis enemigas, y
muchas veces me salía con la mía, evitando una confrontación pública
con ellas. Se supone que debía recoger una llave del elevador en la
recepción; viene en un juego que combina con esa pequeña etiqueta
azul de estacionamiento para mi auto, que nunca, jamás, iba a enseñar.
Para cuando llegué a la clase, por una escalera que casi no se
usaba cerca del estacionamiento del personal, el Sr. Anthony ya había
comenzado a tomar lista. Hizo una breve pausa para mirarme con el ceño
fruncido sobre la carpeta manila, y me encogí, en una silenciosa disculpa
mientras me deslizaba en un asiento en la parte trasera.
Cuando dijo mi nombre, murmuré: —Aquí. —Sin levantar la vista. Me
sorprendió que realmente me llamara. Por lo general, los maestros hacían
esta cosa cuando llegaban a mi nombre en la lista: —Ezra Faulkner está
aquí —decían, poniendo una cruz en la casilla antes de seguir con la lista.
Era como si estuvieran contentos de tenerme, como si mi presencia
significara que la clase sería mejor de alguna manera.
Pero cuando el Entrenador A se detuvo después de decir mi nombre,
y tuve que confirmarle que me encontraba en el salón, aunque sabía
malditamente bien que llegué treinta segundos tarde, me pregunté por un
momento si de verdad estaba allí. Levanté la mirada, y el Entrenador A me
miraba con esa mirada feroz que utilizaba siempre que no trabajamos lo
suficientemente rápido en los entrenamientos.
—Sr. Faulkner, considere esto su advertencia por la tardanza —dijo.
—Más que anotado —murmuré.
El Sr. Anthony continuó con la lista. En realidad no prestaba atención,
pero cuando llegó a un nombre que no entendí bien, hubo un cambio
perceptible en el salón. Una estudiante nueva. Se sentó al otro lado, cerca
de las estanterías. Todo lo que podía ver era una manga de un suéter color
verde y una cascada de cabello rojo.
El plan de estudios no era nada sorprendente, aunque el Sr. Anthony
aparentemente creía lo contrario. Habló de lo que significaba tomar un
curso de Clases Avanzadas de Historia, como si no hubiéramos tomado
Clases Avanzadas de Historia de los Estados Unidos con la Sra. Welsh, en
primer año. A muchos de los chicos en el equipo de tenis no les importaba
el Entrenador Anthony, porque pensaban que era difícil. Yo estaba
acostumbrado a los entrenadores estrictos, pero de manera rápida me
daba cuenta de que sin los otros atletas en la clase, el Sr. Anthony era
simplemente estricto. 26
—Debieron haber leído la lectura de verano —dijo el Sr. Anthony,
como si fuera una acusación, más que un hecho—, Europa Medieval:
Desde la caída de Roma hasta el Renacimiento. Si sintieron que tal
asignación se hallaba por debajo de ustedes, entonces andarán
reorganizando sus planes para el fin de semana. Puede incluso consideren
que su fin de semana sea, eh, historia.
Nadie se rió.
El Imperio Romano: 200 a.C. hasta el 474 d.C., garabateó en la
pizarra, y luego levantó una ceja, como si disfrutara de una broma privada.
Hubo este horrible silencio mientras tratábamos de averiguar por qué se
quedó callado, y luego, finalmente, Xiao Lin levantó la mano.
—Lo siento pero, ¿creo que lo correcto sería 476 a.C.? —murmuró.
—Gracias, Señor… ah... Lin, por mostrar el nivel más elemental
competente en la comprensión de lectura —espetó el Sr. Anthony,
corrigiendo la fecha en la pizarra—. Y ahora, me pregunto si alguien aquí
puede decirnos por qué la frase "Sacro Imperio Romano" es un nombre
inapropiado... el Sr. Faulkner, ¿quizá?
Si no lo conociera mejor, habría pensado que había una mueca en
los labios del Entrenador A. Muy bien, vamos a llamarlo mueca. Entendía
que estuviera decepcionado porque ya no podría jugar más, pero como
que había esperado que no fuera un idiota al respecto.
—¿Solo se aplica después de Carlomagno? —ofrecí, entintado sobre
las letras en mi programa.
—Esa es una respuesta de colegio comunitario —anunció el
entrenador—. ¿Le importaría reformularla y tratar de contestarla para la
Universidad de California?
No sé por qué lo dije, excepto de que tal vez que no quería
aguantar la mierda del Entrenador A por el resto del año, pero antes de
que en realidad pudiera pensar en ello, me recosté en mi silla y contesté:
—Sí, está bien. Dos razones: una, el "Sacro Imperio Romano" se llamaba
originalmente el Reino Franco, hasta que el Papa coronó a Carlomagno el
"Emperador de los Romanos". Y dos, no era santo, o romano, o incluso un
imperio. En realidad solo era, como, esta alianza ocasional de los estados
tribales germánicos.
Nunca antes abría mi boca en clase, y me arrepentí al instante.
Normalmente tenía la respuesta correcta cuando me llamaban, y mis
notas eran lo suficientemente buenas, pero no era lo que cualquiera
consideraría inteligente. He leído y pensado mucho durante el verano,
porque no había mucho que hacer. 27
—Disfrute de su fin de semana, Sr. Faulkner —se burló el entrenador, y
me di cuenta de que, en vez de sacármelo de encima, lo hice querer
vengarse de mí.

***

Estuve a punto de olvidar que estábamos en el Programa de


Encuentro de Motivación hasta que estuve a medio camino de la puerta
del aula, pensando que era el recreo, y alguien me tocó en el hombro.
Era la chica nueva. Se aferró a un horario de clases arrugado y me
miró, como si de alguna manera le hubiera dado la impresión de que yo
era la persona adecuada para hablarle en su primer día. No me esperaba
sus ojos —profundos e inquietantes de color azul oscuro— el tipo de ojos
que te hacía preguntarte si los cielos se abrían cuando se enfadaba.
—Um, lo siento —dijo, bajando la mirada a su horario—, se supone
que el primer período termine a las nueve y treinta y cinco, pero la
campana no sonó hasta las nueve y cincuenta…
—Es el encuentro de motivación —dije—. El recreo se cancela y
pasamos directamente al tercer período.
—Oh. —Se apartó el flequillo a un lado y dudó un momento antes de
preguntar—: Entonces, ¿qué tienes ahora?
—Clase Avanzada de Literatura Americana.
—Yo también. ¿Puedes mostrarme dónde queda?
Normalmente, lo habría podido hacer. En el primer día del tercer año
de secundaria, incluso me detuve para ayudar a algunos estudiantes
confundidos de primer año en el patio, que se habían quedado de pie
sorprendidos frente a los mapas en el dorso de sus programas de clases
como si estuvieran atrapados en una especie de laberinto incomprensible.
—Lo siento, no —dije, odiándome por ello.
—Um, está bien.
La vi alejarse, y pensé en cómo la mayoría de las chicas de
Eastwood, o al menos las que valen la pena notar, todas tenían el mismo
aspecto: cabello rubio, un montón de maquillaje, bolsos estúpidamente
caros. La chica nueva no era para nada así, y no sabía qué hacer con la
camiseta completamente abotonada, metida dentro de los pantalones
cortos de mezclilla, o la bolsa de cuero gastado colgada del hombro,
como algo sacado de una vieja película de moda. Sin embargo, era
bonita, y me pregunto de dónde habrá venido, y por qué no se había
molestado en tratar de encajar. Quería seguirla y pedirle disculpas, o al
28
menos explicarle. Pero no lo hice. En su lugar, forcejeé con las escaleras
cerca del lote de la facultad, crucé el patio hacia el edificio 100, y abrí la
puerta de la Clase Avanzada de Literatura Americana algunos minutos
después de la campana.

***

Ya tomé clases con el Sr. Moreno, para Literatura Inglesa.


Supuestamente estuvo escribiendo la misma novela por los últimos veinte
años, o de verdad amaba la enseñanza o nunca dejó atrás la secundaria,
porque fue algo deprimente lo mucho que trató de entusiasmarnos con
Shakespeare.
A Moreno no le importó que llegara tarde a la clase; ni siquiera lo
notó. El reproductor de DVD no funcionaba, y se encontraba de rodillas
con un disco en sus dientes, sacudiendo los cables. Finalmente Luke
Shepphard, el presidente del Club de Cine, intervino arrogantemente, nos
sentamos y vimos El Gran Gatsby; la original, no la nueva versión. No lo
había visto, la película era antigua y me aburrió. El libro fue nuestra tarea
de lectura en el verano, y la película no estaba igual de buena.
Sin embargo, lo que odié, fue la parte con el accidente de auto.
Sabía que pasaría, pero eso no impidió que no fuese igual de terrible de
ver. Cerré los ojos, pero aún lo podía escuchar, escuchar al policía
diciéndole a la multitud de curiosos como el hijo de puta ni tan siquiera
detuvo su auto. Incluso con mis ojos cerrados, podía sentir a todo el mundo
mirándome, y deseé que no lo hicieran. Era inquietante la forma en que
mis compañeros de clase me miraban, como si les fascinara y les
aterrorizara. Como si no encajara.
Cuando la clase terminó, consideré brevemente ir al patio, con la
penetrante luz del sol y mesas de café. Mi antiguo equipo se sentó en la
mesa más visible, la única que dividía la parte superior e inferior del patio.
Los imaginé en sus nuevos uniformes del equipo, el primer día del último
año, contando historias sobre sus campamentos deportivos de verano y
vacaciones en la playa, riéndose sobre cómo se veían los novatos de
primer año. Y me visualicé sentado en esa mesa. Los imaginé sin decir
nada, pero pensando: Tú ya no eres uno de nosotros. No era el presidente
de la clase, o el capitán del equipo de tenis. No salía con Charlotte, y no
conducía un auto resplandeciente. Ya no era el rey, por lo que lo más
apropiado era aceptar mi exilio. Por eso, en vez de apostar mi última pizca
de dignidad, evité el patio por completo, escapando hacia la escalera
bajo la sombra cerca del estacionamiento del personal, con mis audífonos
puestos, preguntándome por qué no supe que sería así de malo.
29

***

Solo había una clase de nivel superior de español, lo que significaba


un año más con la Sra. Martin. Nos pidió que la llamáramos Señora
Martinez durante Español I, pero eso era completamente ridículo ya que
su marido era el pastor de la iglesia local Luterana. Era una de esas
personas que hornean galletas, con manías maternales, adornaba sus
suéteres con broches festivos de vacaciones y nos trataba como
estudiantes de segundo grado.
Fui el primero en llegar, y la Sra. Martin me sonrió y susurró que su
congregación oró por mí después del accidente. Podía pensar en tantas
cosas más importantes por las que podían haber orado, pero no tuve el
corazón para decirle.
—Gracias, Señora Martinez2 —murmuré, tomando mi asiento
habitual.

En español, en el original.
2
—Oye, Faulkner —asintió Evan a modo de saludo mientras él y otros
chicos del equipo de tenis se deslizaron en las sillas alrededor de la mía
como si nada hubiera cambiado en lo más mínimo. Llevaban bolsas de
Burger King y mochilas a juego de tenis, los profesionales estuvimos
pidiéndoselo al Entrenador para que lo aprobara durante años. Me
encontraba tan distraído por sus mochilas que no me había dado cuenta
de dos cosas: que todos salieron del campus para el almuerzo y que el
uniforme de Evan tenía una línea adicional en el bordado.
—¿No me vas a felicitar por ser capitán? —Evan metió la mano en su
bolsa y desenvolvió una gigantesca hamburguesa doble. El aroma a
cebolla caliente y grasientas hamburguesas de carne llenó la clase.
—Felicitaciones —dije, sin estar sorprendido. Después de todo, Evan
era la mejor opción.
—Bueno, alguien tenía que tomar el puesto de tu culo cojo —
enfatizó Evan, el insulto en un tono extrañamente amable.
Jimmy, que se encontraba sentado detrás de mí, sostuvo lo que
tenía que ser un gran cubo de patatas fritas. —¿Quieres un poco?
—¿Seguro que no puedes acabarlas por ti mismo? —dije inexpresivo.
—Nah, tengo suficiente para todo el mundo, en caso de que la Sra.
Martin se enfade.
30
No pude evitarlo, me reí.
—Hombre —dijo Evan, dándome una palmada en el hombro—.
¿Vienes al Chipotle mañana? Martes de Tacos, ¡tengo que conseguir un
poco de taco y guacamole!
—Nadie lo llama así. —Sacudí la cabeza, sonriendo.
Era extraño, mi equipo actuando de la misma forma que siempre lo
habían hecho, y por un momento me pregunté si en realidad era tan fácil.
Si podría ir a la comida mexicana con el equipo al que ya no pertenecía.
O si quería salir con ellos, ahora que pasé de ser líder a una
responsabilidad.
Y entonces Charlotte se movió de manera desenfadada en una
nube de un afrutado perfume demasiado familiar, y agarró un puñado de
papas fritas del cubo de Jimmy. Se sentó sobre el escritorio junto al de
Evan, su falda de porrista moviéndose contra sus muslos bronceados.
—¿Dónde están mis patatas fritas? —demandó, empujando a Evan
con su zapato.
—Bueno, Jimmy tiene suficiente para todos. —El rostro de Evan cayó
al darse cuenta de que cometió un error.
—Pero yo no le pedí a Jimmy que me trajera patatas fritas, te lo pedí
a ti —dijo ella, haciendo un mohín.
—Lo siento, bebé. Te lo compensaré. —Evan se inclinó hacia el pasillo
desde su asiento, para besarla, y si no lo sabía antes, lo sabía ahora: eran
novios.
—Ahora no, mis manos están grasientas —dijo Charlotte, dándole la
espalda—. Al menos consígueme algunas servilletas.
—Ups. Lo olvidé.
Suponía que debería de haber sido doloroso verlos juntos, mi ex-
novia con uno de mis mejores amigos. Que debí hacer preguntas, no solo
cómo sino cuándo ocurrió, pero me sentía extrañamente indiferente,
como si esto fuera demasiado esfuerzo como para preocuparme. Suspiré y
tomé un paquete de pañuelos de mi mochila, pasándoselo a Charlotte.
—Gracias. —Ni siquiera soportaba mirarme, y no podía decir si era
por culpa o pena.
Jill Nakamura se sumó a luego nosotros, aún con sus gafas de sol
puestas. Le dio un abrazo a Charlotte después de tomar asiento, como si
no se hubieran visto justo antes del almuerzo.
—Ugh, tenemos como dos clases juntas este año —se quejó 31
Charlotte.
Me permití sonreír mientras Jill inventó alguna excusa acerca del
Concejo Estudiantil metiéndose con su horario. La verdad era, Jill y yo
estuvimos en los mismos cursos de honor desde décimo grado, pero
teníamos un acuerdo de silencio para no hablar sobre ese tipo de cosas.
Miré mientras Charlotte metió el paquete de pañuelos en su bolso —
mí paquete de pañuelos, en realidad.
—Oh por Dios —dijo Charlotte, cerrando su bolso con un ademán
ostentoso—. ¡Mira! Es como si ella se hubiera robado el bote de basura de
objetos perdidos.
—El de los niños perdidos. —Jill reprimió una carcajada.
La chica nueva se encontraba en la entrada, inspeccionando las
filas llenas de asientos. Podía verla tratando de ser valiente ante la
atención no deseada. Afortunadamente, la Sra. Martin dio un paso al
frente de la clase, aplaudiendo con ritmo para silenciarnos como si
estuviéramos en tercer grado, y dijo: —¡Hola3 , clase!

La mayor parte de la entrevista en cursiva, es en español, en el original.


3
Siempre fui bastante indeciso sobre español. Usualmente, podía
perder unos buenos cinco minutos meditando sobre el broche del día de la
Sra. Martin, y ocasionalmente llegamos a sentarnos y ver películas de
Disney dobladas al español. Pero cuando la Sra. Martin nos dijo que
entrevistaríamos a un compañero y lo presentaríamos a la clase en
español, me di cuenta que el español tenía la capacidad de ser aún peor
que el espectáculo de porristas de esa mañana.
Vi como todos los que me rodeaban, que fueron muy amistosos solo
por unos minutos, hicieron un equipo juntos. En el pasado, siempre hacía
trabajos con ellos. Pero claramente, las cosas cambiaron. Y entonces noté
a la chica nueva con la mirada fija en una página en blanco en su libreta.
Aseguré el asiento junto a ella y sonreí de la manera en que las
chicas usualmente encontraban irresistible. —¿Cómo te llamas? —
pregunté.
—¿No tenemos que hablar en español? —argumentó, inexpresiva.
—A la Sra. Martin no le importa, siempre y cuando lo hagamos
cuando demos nuestras presentaciones.
—Qué desafiante. —Sacudió la cabeza, abriendo una página en
blanco en su libreta—. Bueno, me llamo Cassidy. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Ezra —dije, escribiendo su nombre. Cassidy. Me gustaba
32
como sonaba.
Nos quedamos en silencio por un momento, escuchando a uno de
los grupos de alrededor luchando en un distorsionado español. Todo el
mundo hablaba en inglés, como dije, a la Sra. Martin no le importaba
mucho.
—Bueno —me impulsó Cassidy.
—Oh, perdón. Uh, ¿de dónde has venido de?
Levantó una ceja. —Dondo de la Escuelia Barrows de San Francisco.
¿Y tú?
No había oído de la Escuela Barrows, pero me la imaginaba como
una especie de preparatoria severa, lo que hizo su aparición en la
Secundaria Eastwood aún más extraña. Lo que dije que era de aquí
mismo.
—Así que, um, ¿es una escuela donde duerme uno con el otro? —
pregunté. Mi español oxidado, y no tan bueno para empezar.
Se echó a reír, de la manera en que a veces lo haces en algunas
fiestas o las mesas del almuerzo, pero nunca en una clase tranquila.
Charlotte y Jill se giraron para mirarnos fijamente.
—Lo siento. —Los labios de Cassidy se curvaron en una sonrisa,
burlándose de mí—. ¿Pero realmente quieres saber si todos los estudiantes
duermen unos con otros?
Me avergoncé. —Trataba de preguntar si era un internado.
—Sí, es un internado. Un internado —respondió—. Quizás deberíamos
cambiar a inglés.
Así que lo hicimos. Me enteré de que Cassidy acababa de
completar el programa de escuela secundario de verano en Oxford,
estudiando a Shakespeare; esa única semana, casi se había quedado
varada en Transilvania; que ha tratado de aprender como tocar guitarra
por ella misma en el techo de su habitación por la acústica de la
arquitectura gótica. Yo nunca he salido del país, a no ser que contara
conducir tres horas hasta Tijuana con Jimmy, Evan, Charlotte y Jill en la
pasada primavera. Nunca había estado en el Globe Theatre en Londres, ni
gitanos me habían robado el pasaporte por en el castillo de Drácula, o
saltado fuera de la ventana de mi habitación con una guitarra atada a la
espalda. Todo lo que había hecho, todo lo que me definía, estaba
amarrado firmemente en el pasado. Pero Cassidy esperaba con
paciencia, un bolígrafo preparado por encima de las líneas pálidas de su
cuaderno.
33
Suspiré y le di las respuestas en un español estándar, que tenía
diecisiete años, mi deporte favorito era el tenis, y mi asignatura favorita era
historia.
—Bueno —dijo Cassidy cuando terminó—, eso de seguro que fue
aburrido.
—Lo sé —murmuré—. Lo siento.
—No te entiendo —dijo con el ceño fruncido—. Prácticamente todo
el mundo sale de tu camino para evitarte, pero no pueden dejar de
mirarte. Y luego tú te sientas con esa gente en la esquina como si fueras el
maldito rey del baile de graduación o como se llame y lo único que
puedes decir sobre ti es me gusta el tenis, lo que, lo siento, pero es obvio
que no puedes jugar.
Me encogí de hombros, intentando no demostrar lo mucho que me
ponía nervioso que se diera cuenta de estas cosas.
—Tal vez fui el rey del baile de graduación —dije finalmente.
Esto la enfureció. Intenté no reírme de lo ridículo que parecía ahora,
la estúpida corona plástica del baile de graduación en el centro de mi
estantería acumulando polvo, cuando ni siquiera fui al baile.
Nos sentamos allí aplicadamente, ignorándonos mutuamente hasta
que llegó nuestro turno de presentarnos.
—Yo presento Cassidy —dije, y Charlotte rio en voz alta.
La Sra. Martin frunció el ceño.
—Butch Cassidy —susurró Charlotte, enviando a Jill en una risa
histérica.
Sabía cómo podía ser Charlotte, y lo último que Cassidy necesitaba
era convertirse en el nuevo objeto de su tortura. Así que inventé una
aburrida historia acerca de que la asignatura favorita de Cassidy era el
inglés y que le gustaba bailar ballet y tenía un hermano menor que jugaba
fútbol. Le hice un favor, haciéndola fácil de olvidar, en lugar de darle más
municiones a Charlotte. Pero claramente Cassidy no lo vio de esa manera,
porque, después de que terminé, sonrió maliciosamente, subió las mangas
de su suéter y tranquilamente le dijo a la clase: —Este es Ezra. Fue el rey del
baile de graduación y es el mejor jugador de tenis en toda la escuela.

34
Traducido por Mel Cipriano
Corregido por Alaska Young

Cuando llegué a casa, me puse unos pantalones cortos de deporte


y me tendí en una silla de la piscina en el patio trasero. El cobertor estaba
lleno de polvo, y mientras escuchaba el agua girar contra las rocas
ajardinadas que componían nuestra cascada falsa, traté de recordar la
última vez que alguien había utilizado la piscina. El sol pegaba fuerte en mi
pecho, y tan brillante que apenas podía leer las instrucciones de mi libro
de ejercicios de Español.
—Ezra, ¿qué estás haciendo? —chilló mamá, sorprendiéndome.
Me di la vuelta y miré hacia la casa, donde ella flotaba detrás de la
puerta de tela metálica, llevando una esterilla de yoga. 35
—Ya voy, ¿de acuerdo? —le respondí.
—¿En qué pensabas? —preguntó mamá suavemente cuando me
unía a ella en la cocina. Todavía vestía su ropa de yoga, lo que la hacía
parecer mucho más joven que sus cuarenta y siete.
Me encogí de hombros. —Pensé que podría conseguir un
bronceado. Estoy demasiado pálido.
—Oh, cariño. —Tomó una caja de cartón de limonada de la nevera
y nos sirvió un vaso a cada uno—. Sabes que se supone que debes
permanecer fuera del alcance de la luz del sol.
Gruñí, y tomé un sorbo de limonada, la cual sabía horrible. Todo lo
que mi madre compraba era sano, lo que significaba que no contenía al
menos un ingrediente clave, como gluten, azúcar, o sabor.
Ella tenía razón, sin embargo, sobre la cosa de la luz solar. Yo todavía
tomaba analgésicos por mi última cirugía en la rodilla y uno de los efectos
secundarios más encantadores era el aumento de la sensibilidad a la luz
solar. Después de veinte minutos en el patio trasero, me sentía un poco
mareado, pero no me encontraba dispuesto a admitirlo.
—¿Cómo estuvo la escuela? —Frunció el ceño, la viva imagen de la
preocupación.
Tranquilamente humillante, pensé.
—Estuvo bien —le dije.
—¿Pasó algo interesante? —presionó.
Pensé en cómo había sido expulsado del encuentro de motivación
por un supuesto parche de nicotina (por cierto, yo nunca había probado
un cigarrillo), y sobre la pesadilla de la clase de Historia Europea del
entrenador A. Pensé en la chica nueva, un mundo lejos de los campos de
fresa y los lagos artificiales de Eastwood, encaramada en un tejado gótico
con su ropa vieja y divertida, rasgueando una guitarra mientras observaba
los campanarios y adoquines.
—No realmente —dije, y luego fingí sentirme cansado y me subí.

***

Nuestra casa era una monstruosidad. Seis dormitorios y un ―cuarto


extra‖, todos pintados del mismo color tranquilo que una cáscara de
huevo de corral. Se parecía a uno de esos modelos en los que caminabas
a través de las futuras subdivisiones, llena de muebles genéricamente
sosos, el tipo de casa en la que en realidad no podías imaginar a nadie
36
viviendo. Nos mudamos cuando tenía ocho años, una "actualización" de
una vieja comunidad cerrada en el otro lado del círculo. Un año más
tarde, heredamos a Cooper, el enorme caniche de mi tía loca. Ella volvió a
casarse y se mudó a un apartamento de lujo que no permitía grandes
animales domésticos.
Cooper era un caniche, de esos que parecen jirafas negras y
peludas. Solía llevarlo a pasear cuando era un niño, montando mi
monopatín mientras él me tiraba hacia arriba y abajo por las calles.
También lo colaba en mi cama cuando tenía pesadillas, a pesar de que se
suponía que debía dormir en el cuarto de lavado de abajo. Él tenía unos
ocho años de edad cuando lo obtuvimos, y se podría decir que se
consideraba terriblemente elegante, un señor regular de la mansión. Debía
admitirlo: me encantaba ese perro loco, y la forma en que su piel olía a
palomitas de maíz, y cómo sus ojos daban la impresión de entender todo lo
que le decían.
Él me esperaba en mi habitación, acurrucado a los pies de mi cama,
con su nariz en la copia de El Gran Gatsby que había estado hojeando la
noche anterior.
¿Qué tal un paseo, viejo amigo? parecían preguntar sus ojos.
Me senté a su lado y le acaricié la cabeza. —Lo siento —le dije.
Y podía jurar que asintió sabiamente antes de establecerse de nuevo
en la parte superior de la vieja edición de bolsillo de Gatsby de mamá.
Casi me rompió el corazón. Quería agarrar la correa y llevarlo a nuestro
trote habitual por el barrio, que culminaba con una carrera por el sendero
empinado, al final de Crescent Vista. La idea de cuánto tiempo había
pasado desde que habíamos hecho eso, y de que nunca sería capaz de
llevarlo a correr de nuevo, me golpeó con toda su fuerza.
Puse la misma lista de reproducción de Bob Dylan, con la que había
estado lamentándome de todo el verano, y me acosté arriba del edredón.
No me encontraba exactamente llorando, pero tragar dolía terriblemente.
Me quedé así por un rato, escuchando la música antigua e increíblemente
deprimente, con las persianas cerradas y tratando de convencerme de
que lo que realmente quería era mi antigua vida de vuelta. Pero me sentí
completamente hueco esa tarde, sentado en Español, con el viejo equipo
hablando de nada en el almuerzo. Era como si la parte de mí que había
disfrutado de esos amigos se hubiera evaporado, dejando tras de sí un
enorme eco vacío, y excavara en el borde del mismo, tratando de no caer
en ese agujero en mi interior, porque me sentía aterrorizado de averiguar
cuán abajo podía llegar.

***
37

Me sentía casi bien cuando mamá me llamó a cenar a través del


intercomunicador, precisamente a las seis y media. Había cocinado
salmón con quinua y col rizada. No quería parecer desagradecido ni
nada, pero mi padre y yo preferíamos la pizza. Aun así, no dijimos nada.
Nunca podíamos decirle nada a mamá.
Me parecía mucho a mi padre. Los mismos rizos oscuros, aunque los
suyos eran de color gris en las sienes. Los mismos ojos azules y la barbilla
ligeramente partida. Medía un metro ochenta y cinco, por lo que me
ganaba por tres centímetros. Él era uno de esos amigables abogados
corporativos que donaba dinero a su antigua fraternidad de la
universidad. Tenía una risa estridente, siempre olía a loción para después
de afeitarse, y solía jugar al tenis. Actualmente, el golf era lo suyo. Era esa
clase de tipo.
No dejó de mirar por encima de su hombro durante la cena, ya sea
buscando ver algo, o tal vez esperando que el teléfono sonara. Papá
mantenía una oficina en casa, para poder realizar su trabajo antes y
después de llegar a casa desde su oficina real. Decía que era porque
Nueva York se encontraba a unas tres horas y, a veces, tenía que tomar
una llamada en conferencia a las seis de la mañana, pero, en realidad,
era porque él quería que viéramos lo importante que era, que nunca
podía estar fuera de sus archivos y máquinas de fax.
Mis padres discutieron en voz baja qué hacer con las ramas de los
árboles del vecino que colgaban encima de nuestro patio trasero, y luego
el teléfono de la oficina de mi padre sonó. La llamada fue al correo de voz,
las familiares notas sonaron a través de su contestador automático. Papá
corrió hacia el teléfono.
—Deja de llamar, pequeño bastardo —rugió.
Mamá frunció los labios y se comió otro bocado de la quinua, pero
yo casi muero de la risa. Cuando mi padre instaló la línea de la oficina,
debió haber molestado a la compañía telefónica, ya que ellos le dieron
una verdadera joya de un número. ¿Recuerdas la primera vez que te diste
cuenta de que se podía tocar “Mary tenía un corderito” marcando una
cierta combinación de tonos en el teclado? Esa combinación era la que
llamaba a la oficina de mi padre en casa.
Por lo general, había un niño totalmente desorientado en la línea,
golpeando el teclado, sin saber que incluso había hecho una llamada. Eso
volvía loco a mi padre, pero él se hallaba convencido de que sería
demasiado molesto cambiar de número. Personalmente, lo veía muy
gracioso. A veces, por la noche, intentaba atender y tratar de conseguir 38
una conversación con quien fuera que estuviera en el otro extremo. La
mayoría de las veces, no hablaban inglés, pero el diciembre pasado este
pequeño y encantador chico decidió que yo era Santa Claus y me hizo
prometerle regalarle un sirviente para Navidad, lo que casi me mata.
Cuando mi padre se volvió a sentar en la mesa, tomó su tenedor
como si no lo hubiéramos oído gritar obscenidades en el teléfono.
—Así que, Ezra —dijo, dándome la misma sonrisa aduladora que
debía usar en cada recepción de donantes alumnos de la Universidad de
California—. ¿Cómo funciona el auto nuevo?
—Es increíble —dije, aunque era sólo su sedán de hace cinco años.
No era como si hubiera esperado que nuestro seguro, o mi papá,
reemplazaran el roadster. Pero habría sido agradable.
—Bueno, sólo recuerda, chico: Si pones un hueco en esa cosa, te
mato. —Papá se echó a reír como si hubiera dicho algo tremendamente
ingenioso, y me ofreció una débil sonrisa a cambio, con la esperanza de
que me hubiera perdido la broma.
Traducido por MaryJane♥
Corregido por CrisCras

Si todo realmente mejorase en la forma en que todos dicen,


entonces la felicidad debería ser gráfica. Dibujarías un eje X y un eje Y en
una pendiente positiva representando una actitud positiva, trazarías
algunos y puntos, y ahí lo tienes. Pero eso es una mierda, porque mejorar
no es cuantificable. De todos modos, eso es lo que pensaba en cálculo a
la mañana siguiente, mientras que el Sr. Choi repasaba derivadas. Bueno,
eso y lo mucho que odio la clase de matemáticas.
Me puse en la fila para el carrito de café durante el descanso,
donde tuve la suerte especial de quedar atascado detrás de dos chicas
estudiantes de primer año que no paraban de reírse. No dejaban de 39
chocar entre sí con sus hombros y mirar hacia mí, como si se retaran a decir
algo. No sabía qué hacer.
Merodearon mientras hacía mi pedido de café, y cuando agarré un
paquete de azúcar de la pequeña estación, la chica más alta empujó un
agitador hacia mí.
—Gracias —le dije, preguntándome de qué se trataba. De vez en
cuando había experimentado este tipo de cosas de estudiantes de primer
año golpeadas por el amor durante el tercer año, pero estaba bastante
seguro de que mi condición de hombre de clase alta inalcanzable se
había retirado de manera irrevocable.
—Hola, Ezra —dijo la muchacha, riendo—. ¿Me recuerdas? ¿La
hermana de Toby?
—Sí, por supuesto —le dije, a pesar de que dudaba que la hubiera
reconocido en el pasillo. Parecía como tantas otras chicas de primer año,
delgada y morena, con una sudadera con capucha de color rosa y
tirantes a juego. Y entonces me di cuenta de que me había olvidado por
completo de su nombre.
Me entretuve, revolviendo el azúcar en mi café, y en ese momento
sentí un golpecito en el hombro.
—Buenos días —dijo Cassidy brillantemente—. ¿Qué clase de
secundaria tiene su propio carrito de café?
—Carro de bebidas —le dije—. Tuvimos una rebelión de café el año
pasado. Antes de eso, era chocolate caliente.
Empecé a presentar a Cassidy con la hermana de Toby, sobre todo
por cortesía, y vacilé, deseando poder recordar el nombre de la chica.
—Emily —suministró la hermana de Toby.
—Bien, Emily —dije tímidamente, guardándolo en mi memoria.
La campana sonó, y ambas estudiantes de primer año se veían
asustadas, como si el mundo se fuera a venir abajo si no se dirigían a clases
en ese mismo segundo. Ah, para ser un estudiante de noveno grado.
—¿No irán a clase? —le pregunté, provocándolas con cuidado—.
No quiero llegar tarde.
Ellas se alejaron como si hubiera dado una orden. Podía oírlas
riéndose mientras caminaban, sus hombros apretados.
—No quiero llegar tarde —se hizo eco Cassidy con una sonrisa. Había
abandonado la camisa de hombre de gran tamaño en favor de un
vestido a cuadros que debía ser una antigüedad. Era apretado en todos
los lugares correctos, sin embargo, y La Cassidy Marimacho no estaba.
40
Tiré mi paquete de azúcar vacío y me dirigí hacia el aula de Discurso
y Debate.
—Se llama Tartle —dijo Cassidy, detrás de mí—. En caso de que te
preguntes.
—¿Qué se llama Tartle?
—Esa pausa en la conversación cuando estás a punto de presentar
a alguien, pero se te ha olvidado su nombre. Hay una palabra para eso. En
Escocia, se llama un Tartle.
—Fascinante —le dije con amargura. En realidad, era interesante,
pero todavía estaba molesto con ella por lo que había sucedido en la
clase de español.
—Espera —persistió Cassidy—. ¿Sobre lo que dije ayer? No sé. Dios,
debes odiarme. Adelante, te doy permiso para apuntar una ballesta
invisible a mi corazón.
Ella se detuvo y se quedó allí un momento con los ojos fuertemente
cerrados, como si esperara que lo hiciera. Cuando no lo hice, ella frunció
el ceño y me alcanzó una vez más.
—No es que estuviera preguntando o algo —continuó—. Toda la
escuela está hablando de ti. Y vamos a llegar tarde, por cierto, si no nos
damos prisa.
—Tú eres la que camina conmigo —señalé.
Se mordió el labio, y me di cuenta de que había hecho una
suposición bastante educada de por qué no había querido acompañarla
a inglés el día anterior. Ese extraño y silencioso momento de comprensión
pasó entre nosotros.
—¿Cuál es tu cuarto periodo? —le pregunté, llenando el silencio.
—Discurso y Debate. —Su labio se curvó, como si se hubiera
quedado atascada con la clase que tenía.
—Yo también. Escucha, deberías ir delante.
—¿Para que puedas tomar ese ballesta invisible y apuntar a mi
espalda? —se burló—. No seas ridículo.
Y así llegamos tarde juntos.

***
41
—¡FAULKNER! —bramó Toby. Se sentaba en la parte superior de la
mesa del profesor y usaba una corbata de lazo. La clase no había
comenzado y casi nadie se encontraba en sus asientos. A través de la
pequeña ventana integrada en la puerta, pude ver a la Sra. Weng en el
Anexo, conversando con el profesor de periodismo.
Toby bajó de la mesa y casi se atragantó al ver a Cassidy.
—¿Qué estás haciendo aquí? —balbuceó.
—¿Ustedes dos se conocen? —Fruncí el ceño, mirando hacia atrás y
adelante entre ellos. Cassidy parecía horrorizada, y yo no podía leer la
expresión de Toby en absoluto.
—Cassidy es, bueno… —Toby pareció cambiar de idea a media
explicación—. Ella es una esgrimista.
Por alguna razón, esto hizo que Cassidy se incomodara.
—¿Qué, cómo espadas? —le pregunté.
—Se refiere a un tirador de piquete —aclaró Cassidy, haciendo una
mueca, como si el tema fuera doloroso—. Es sólo este término del debate.
No es importante.
—¡Al infierno no lo es! —replicó Toby—. No puedo creer que te hayas
transferido a Eastwood. Te trasladaste aquí, ¿verdad? Porque, en serio,
¡esto es épico! Todo el mundo va a enloquecer.
Cassidy se encogió de hombros. Claramente no quería hablar de
ello. Tomamos una mesa juntos en la parte de atrás, y al cabo de unos
minutos, la Sra. Weng entró y repartió una descripción del curso. Ella era
joven, recién salida de la escuela de posgrado, el tipo de profesor que
perdería el control de la clase constantemente y en estaría en silencioso
pánico hasta que el maestro de al lado entrara y gritara.
Ella habló de los diferentes tipos de debate y luego hizo que Toby se
levantara y nos hiciera unirnos al equipo de debate.
Él paseó al frente de la clase, se abotonó la chaqueta y sonrió.
—Señoras y señores —comenzó—, supongo que todos compartimos
un interés mixto en beber, hacer locuras y dormir fuera de casa.
El color desapareció de la cara de la señora Weng.
—Estoy hablando, por supuesto, de entrar a la universidad, donde se
tiene la opción de participar en ese tipo de actividades ilícitas después de
lograr la excelencia académica, por supuesto —modificó Toby
rápidamente—. Y unirse al equipo de debate hace un excelente
currículum para aquellas solicitudes para la universidad.
42
Toby continuó hablando del equipo de debate, el compromiso de
tiempo, y el historial de la escuela (¡Estamos peor que el equipo de golf!).
Era un orador público decente, y por un momento me pregunté por qué
nunca había entrado al gobierno estudiantil. Y entonces me acordé de la
cabeza cortada.
Después, Toby repartió una hoja de inscripción para el primer torneo
de debate del año, que nadie firmó. Cuando la hoja llegó a Cassidy, sus
hombros temblaban de risa silenciosa. Deslizó el trozo de papel en mi
escritorio.
Escrito en la parte superior de la lista, en Sharpie rosa terriblemente
fuerte, se hallaba esta belleza:
EZRA HIJO DE P FAULKNER, ¡OYE!
(Me debes por el Gatorade de orina)
No pude evitarlo, me eché a reír.
La sala quedó en silencio mortal, y Toby sonrió como si acabara de
ganar el campeonato mundial de Ping-Pong. La Sra. Weng me frunció el
ceño. Rápidamente convertí la risa en un ataque de tos falso, y Cassidy se
inclinó y amablemente me golpeó en la espalda. Para mi más profunda
vergüenza, esto me hizo realmente empezar a toser en serio.
Por el momento lo tenía bajo control, por suerte se convirtió en un
evento.
—Lo siento —susurró Cassidy.
Me encogí de hombros como si no importara, pero cuando ella no
miraba, escribí su nombre en la hoja de inscripción en recuperación de la
inversión y la envié hacia adelante. Para el resto de la clase, se trabajó en
parejas estructurando un debate parlamentario. Cassidy y yo nos
asociamos.
—¿Qué es un piquete esgrimista? —presioné cuando ella no hizo
ningún movimiento para iniciar la tarea.
—Es, bien, es cuando te colocas primero en cada ronda en un
torneo. —Suspiró, jugueteando con su pluma aún tapada—. Tú
acumulado es una fila de unos, como una pequeña valla.
Consideré esto, la idea no sólo de ganar, sino de hacerlo sin una sola
derrota, cuando Toby se acercó y trajo una silla.
—Sí, hola —dijo—. En caso de que se lo pregunten, no van a tener
que entregar eso. 43
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Lo juro por la tumba de mi dulce hámster muerto Petunia —dijo, lo
que no fue exactamente tranquilizador ya que, que yo sepa, Toby nunca
había tenido un hámster—. La señora Weng me pidió que eligiera un tema
al azar durante las vacaciones como ejercicio. Técnicamente no estoy en
esta clase. Soy su ayudante estudiantil.
—¿Así que eres su copiloto? —preguntó Cassidy.
Los tres nos reímos, y se me ocurrió que Cassidy y Toby se conocían.
Así que, si alguien era un extraño, no era la chica nueva, era yo.
Cuando sonó la campana, la Sra. Weng nos dijo que conserváramos
nuestros debates, y Toby articuló: —Te lo dije.
La clase comenzó a salir y vi a Cassidy fijar las hebillas de su bolso.
Tenía el pelo medio fijado para arriba en una corona de trenzas, y con los
fuertes planos de sus pómulos y su piel pálida, parecía como si hubiera
salido de una época diferente, una donde la gente compraba bonos de
guerra y se fugaba al campo para evitar los ataques aéreos. Nunca había
visto a nadie como ella, y no podía dejar de mirarla.
—Vamos —dijo Toby, y Cassidy levantó la mirada, casi
capturándome mirándola—. Únete a mí para el almuerzo. Tú también
vienes, Faulkner. Me vendría bien un nuevo compañero.
—En realidad voy a Chipotle —le dije—. Con Evan, Jimmy y ellos.
Pero sonaba ridículo, e incluso mientras lo decía, sabía que no iba a
pasar realmente.
—Claro que sí. —Toby rio—. No voy a aceptar un no por respuesta.
Ahora vamos, mi harén no come sin que antes los haya honrado con mi
magnificencia.

44
Traducido por CoralDone
Corregido por Aimetz14

En el momento en que entré al patio me di cuenta que tuve un gran


error de cálculo; Jimmy y Evan no habían ido a Chipotle después de todo.
Todos mis viejos amigos se habían quedado en el campus. Podía verlos a
ellos ahí, en la mesa de selección cerca de la pared que divide el patio
superior y el inferior. Los chicos de waterpolo y tenis fueron aplastados por
la mesa demasiado pequeña, equilibrando novias en sus regazos. El
escuadrón de porristas de Charlotte se sentó en la pared bebiendo coca
colas de dietas y balanceando sus piernas desnudas. No era exactamente
el mismo grupo del año pasado, pero la composición no importaba.
Todavía era esa mesa, aquella en la que la risa se trasportaba por todo el
patio y todo el que la escuchaba deseaba ser parte de la broma.
45
—Oye, Capitán —llamó Luke Sheppard agitando su mano al ver a
Toby.
Podía sentir todo el mundo mirando mientras cruzábamos el patio;
Toby en su corbata de lazo, Cassidy en su corona de trenzas y yo con la
manga de mi sudadera negra hasta abajo sobre mi muñequera. Tratando
de parecer como si necesitara menos el bastón de lo que realmente lo
hacía.
Toby nos acompañó a una de las mesas mejores colocadas en el
patio superior, una de ocho plazas con una sombrilla de playa gris, medio
llena de excéntricos residentes de nuestro año. —Conozcan al resto del
ilustre equipo de debate de nuestra escuela —dijo, y por un momento
pensé que bromeaba.
Ahí se encontraba Lucas Sheppard, el presidente de nuestro club de
cine, con sus lentes hipsters y su sonrisa registrada. El año anterior toda
nuestra escuela había seguido ese blog llamado ―Auto-Tune the Principal‖
y mientras Luke nunca había clamado abiertamente el crédito, todo el
mundo sabía que era él. Sentado al lado de Luke se hallaba Sam Mayfield,
pareciendo como si se hubiera perdido en su camino a casa desde el
Country Club. Sam futuro gran abogado y a pesar de que era un
estudiante de primer año, ha sido jefe de los Republicanos del campus
desde que puedo recordar. Al otro lado de Sam, bebiendo una lata de
Red Bull y jugando algún juego en su iPad, se encontraba Austin Covelli,
nuestro diseñador gráfico residente. Austin fue el chico que rediseñó la
portada del anuario y diseñó las camisetas escolares. Durante el segundo
año había lanzado una tienda de camisetas en línea.
En su mayoría, había estado imaginando a los amigos de Toby como
un grupo solitario de estudiantes de honor, de esos que se juntaban fuera
de la necesidad social y pasaron a través de la escuela secundaria en
gran parte inadvertidos. No estos chicos.
—Mira a quien encontré —dijo Toby alegremente.
La mandíbula de Luke cayó. Sam dejo salir una risa incrédula.
—Vaya, vaya, si no es Cassidy Thorpe —dijo Austin, agitando su pelo
rubio enmarañado fuera de sus ojos sin apartar la vista de su juego—. ¿Qué
diablos estás haciendo aquí?
Cassidy sonrió enormemente. —Esperando graduarme y seguir
adelante con mi vida, al igual que todos ustedes. Ahora, ¿cómo es que
ninguno de ustedes había mencionado que su escuela tenía un carrito de
café?
Cassidy se sentó en el banco junto a Toby, sacando un paquete de
galletas de mantequilla de maní y palmeó el asiento a su lado. Era el final
46
de la banca gracias a Dios y me pregunté si lo había dejado para mí a
propósito así no había tenido que pedirle a nadie que redujera la marcha.
—Oh, está bien —dijo Toby un poco teatralmente, fingiendo que lo
acababa de recordarlo—. Ustedes todos conocen Faulkner.
—Hola —dije tímidamente, tomando el asiento ofrecido. Supongo
que pensaba que se encontraba solo de paso mostrando al nuevo
estudiante, pero cuando me senté Luke le dio a Toby una mirada
significativa, como si mi unión a la mesa necesitaba ser procedida por su
aprobación.
Me puse las gafas de sol y miré a todo el mundo recoger su comida
(el almuerzo empezaba a las 11:30, lo cual es ridículo, a cuenta de cómo
algunas cadenas de comida cercanas todavía seguían sirviendo
sándwiches de desayuno) No había traído nada y miré hacia la fila del
almuerzo en el patio inferior, que era una interminable extensión de
estudiantes de primer año.
—Rápido, comete estos. —Phoebe Chang sacó un recipiente
plástico de magdalenas de supermercado sobre la mesa, su nariz semental
brillando en la luz del sol. Había una raya rosa en su pelo que no
recordaba—. Solo los robé de la oficina. Es el cumpleaños de la enfermera
de la escuela.
Miró sobre su hombro, como si esperara ser aprehendida en
cualquier momento, y Toby agarró una de las magdalenas de vainilla.
—Cincuenta puntos para la ironía si conseguimos una intoxicación
alimenticia —dijo—. Por cierto, Phoebe esta es Cassidy. Y ya sabes Ezra.
Phoebe, quien todavía seguía disfrutando de la gloria de su atraco
de magdalenas, me miró y casi deja caer su té helado. —¡Mierda!, estoy
tarde por cinco minutos y me perdí el más histórico cambio de mesas de
almuerzo en los anales del patio superior.
—Pensaba que no hacías anales, Phoeb —dijo Luke con un guiño.
Phoebe cogió una magdalena, aplastando el glaseado con su
lengua y se lo ofreció a Luke con una sonrisa maligna. —No sé nada de
eso, ¿qué tal acerca de unos descuidados segundos, Sheppard?
Luke tomó la magdalena y lo mordió con deleite, provocándola. Me
pregunté cuanto tiempo ellos llevaban saliendo. Phoebe, que no era de
hecho una notoria ladrona de magdalenas, era realmente la editora del
periódico escolar.
—Entonces, Erza —dijo Phoebe, deslizándose en el banco junto a
Luke—. ¿Cómo es la vida como un vampiro adolecente?
Toby soltó un bufido y Cassidy se rio con la boca llena. 47
—Oh, vamos —continuó Phoebe—. Te lo estas preguntando, piel
pálida, ropa negra, sin almuerzo y esa completa cosa melancólica. Es muy
gracioso. Deberías conseguir algo de brillo de cuerpo e ir detrás de una
estudiante de primer año desprevenida.
—¡Deberías! —concordó Cassidy—. Dile que eres un monstruo
peligroso. Y menciona lo bien que huele su sangre.
—Mal momento del mes para esa, y estoy consiguiendo ser
abofeteado —murmuré y todo se rieron.
—Eres divertido —Phoebe me pasó la última magdalena de
chocolate—, y siempre pensé que tus amigos se reían de sus propios
pedos.
—El noventa por ciento de la población masculina de Eastwood se
ríe de sus propios pedos —dijo Toby—. La compañía presente excluida,
naturalmente.
—¿Cuántos puntos perdería si me tiro un pedo en este momento? —
pregunto Luke con una risita.
—Ni siquiera lo pienses —le advirtió Phoebe, preventivamente
arrastrándose lejos de él.
Le quité el envoltorio a mi magdalena y miré hacia mi antigua mesa
de almuerzo, donde Charlotte había trepado al regazo de Evan. Ella
enviaba mensajes de textos, su cola de caballo derramándose sobre un
hombro, la mano de Evan se hallaba en su pierna. De pronto levantó la
vista y me atrapó mirando. Le dio un codazo a Evan quien echó un vistazo
también, claramente preguntándose qué hacía en una mesa diferente.
Pero resultó que en realidad no les importaba, porque un momento
después, se chupaban la cara.
—Vamos, chica nueva —dijo Phoebe parándose—, vamos al baño
Una vez que Phoebe y Cassidy se habían ido, Luke se rio y sacudió su
cabeza.
—¿Puede alguien, por favor, explicarme por qué mi novia va al baño
con Cassidy Thorpe?
—No sé nada acerca de las complejidades del paquete del
comportamiento femenino —dijo Sam—. Pero sí sé que tenemos que
ampliar la lista de invitados del viernes.
Luke le disparó a Sam una mirada oscura.
—Lo siento —murmuró Sam, mirando con culpabilidad en mi
dirección. 48
—¿Qué diablos? —dijo Austin—. Pensé que desapareció, y ahora
está en Eastwood? No tiene sentido.
—¿Qué no tiene sentido? —pregunté.
—Nada de esto —Toby hizo una bola con la envoltura de su
magdalena—. Pero entonces, a Cassidy siempre le ha gustado de esa
manera. Ya sabes ¿cómo dije ella era invencible en debate? Esa no es la
mitad de ello. Nunca parecía tratar. Se aparecía en los torneos en
evidentes violaciones del código de vestimenta, lanzo un picnic en un
elevador y ni siquiera se molestó en venir a la ceremonia de celebración.
Compitió para esa realmente vulgar preparatoria, lo que lo hacía aún más
extraño. Pero se retiró después de ganar la preliminar estatal el año
pasado. Renunció a su lugar en el campeonato estatal cuatro días antes
del torneo y el rumor era que había dejado la escuela de repente, solo
desapareciendo por completo.
—¿Alguna vez descubriste por qué? —pregunté.
—Como si alguien puede conseguir una respuesta directa de
Cassidy —rio Toby.
—Viniendo —murmuró Austin, cabeceando hacia Phoebe y Cassidy.
Todos se voltearon a mirarlas con culpa, pero miraba algo
completamente diferente; el espectáculo de Charlotte y Evan en
chupándose la cara era demasiado público.
Cuando las chicas se reincorporaron a nosotros. Phoebe miró a mi
magdalena sin comer antes de estirarse al otro lado de la mesa para
acariciar mi mano.
—No te preocupes —bromeo—, hay un poco de sangre O positiva
en la enfermería si estás sediento.

49
Traducido por Adriana Tate
Corregido por JazminC

No sé si alguna vez has estado en la fila de la farmacia o en alguna


parte, y la persona detrás de ti está mascando chicle directamente en tu
oído, es tan repulsivo que sospechas que lo hacen a propósito y eres un
completo pusilánime por quedarte ahí y aceptarlo. Había algo sobre Evan
y Charlotte que me hacía sentir exactamente de esa manera. Algo tan
profunda y personalmente ofensivo sobre ellos dos, sobre cada uno, que
simplemente no podía soportar, aunque el impacto inicial de eso me había
engañado creyendo que no me importaba.
Así que debería admitir eso, que muy en el fondo, sabía lo que hacía
cuando decidí comer el almuerzo con Toby en vez de sentarme con mi 50
antiguo grupo. En el transcurso de la semana, me salí de mi camino de
evitar a mis antiguos amigos, como lo había hecho todo el verano, y ellos
parecían desconcertados por eso, más que un poco heridos. No podía
entender por qué incluso les importaba. Ellos realmente no podían haber
pensado que había aparecido por el juego de paintball o el viaje de
canotaje de último minuto o algunas de sus otras cosas ridículas de las
cuales me habían mandado mensajes. Quiero decir, ninguno de ellos
incluso se molestaron en visitarme en el hospital.
Como sea, Evan y Charlotte estaban juntos ahora, lo habían estado
por lo que parecía sospechosamente como unos cuantos meses por lo
menos y era claro lo que eso significaba. En el gran esquema de los
estudiantes de último año que valían ser mirados, ellos deberían haber
encabezado la lista. Pero no la encabezaban. En cambio, yo era el
receptor de demasiada atención para mi gusto. Y cuando todo el mundo
no susurraba o me miraba, susurraban o miraban a Cassidy.
La historia del equipo de debate solo había dado pie para esparcir
rumores en la escuela que Cassidy se había presentado al torneo de
debate vestida completamente de hombre, con un gran bigote falso… y
aun así había ganado. Que Cassidy había organizado una movilización
relámpago en donde más de un centenar de extraños se habían
aparecido en San Francisco vestidos como zombis y tuvieron una gran
pelea de almohadas. Que podrías comprar camisetas de arte pop con la
cara de Cassidy impresa en una tienda española. Que había pasado un
verano modelando para portadas de libros adolescentes.
En nuestra pequeña ciudad donde nunca pasa nada, Cassidy era
una rareza y a pesar de que las historias pudieran ser falsas, eran más
propensas a pasarle a ella que a cualquier otra persona.
Sin embargo, nunca soltó prenda de si sabía sobre los rumores. Y de
todo lo que me enteré, ella no lo sabía. Nuestro grupo de almuerzo tenía
bastante de que hablar sin tener que recurrir a insignificantes chismes y
estaba agradecido de sentarme con ellos, a pesar de que podría haber
vivido sin la obstrucción de la vista preliminar de las citas de Charlotte y
Evan.
El jueves por la noche, tenía una reunión con la Sra. Welsh, mi tutora,
una de estas cosas obligatorias para estudiantes de último año. Por
supuesto que iba tarde, ya que había dejado mi cuaderno de matemática
en la sala de espera de mi terapia física y no me había dado cuando
hasta que estuve a mitad de camino en el campus.
La Sra. Welsh era bastante agradable, incluso por mi tardanza. Y
mientras me acomodaba en la silla más dura del mundo en su oficina y le
sonreía y escuchaba atentamente mientras me daba una conferencia 51
sobre la importancia de mantener actividades extracurriculares durante el
último año y localizar a los maestros con suficiente antelación para las
recomendaciones universitarias. No tuve el corazón para decirle que
mantener mis actividades extracurriculares era literal y físicamente
imposible, o que sospechaba que el Sr. Martin podría decorar mi carta de
recomendación con aroma a uva fiesta y estampillas de snoopy.
En el momento en que finalmente me escapé después de
prometerle revisar algunas universidades ―cerca de casa‖ en las que no
estaba particularmente interesado en asistir, empezaba a sentirme
exhausto por la idea de las solicitudes para las universidades en general.
Nunca pensé que tendría que lidiar con eso. Era un hecho que sería
contratado para jugar en alguna parte, probablemente en una de las
universidades estatales más cercanas. Mi padre solía contarme historias
sobre su fraternidad de la universidad y como los futuros empleadores
estarían impresionados si me convirtiera en presidente de mi fraternidad. Lo
imaginé fácil para ese entonces, toda mi vida planeada: atlético
universitario, presidente de la fraternidad, consiguiendo algún trabajo de
traje y corbata después de la universidad y conduciendo una Big Bear o
Tahoe los fines de semanas con mis amigos. Había más, pero ya tienes una
idea, la vida genéricamente perfecta para el genérico chico perfecto de
oro.
—¿Ezra? —gritó alguien, descarrilando el hilo de mis pensamientos.
Era Cassidy, que bajaba las escaleras del edificio 400 en su vestido
azul que combinaba perfectamente con sus ojos.
—Oh, hola —dije intentando una sonrisa—. ¿Reunión con el tutor de
universidad?
—Por desgracia, el Sr. Choi no tiene sentido del humor.
—He escuchado que le gusta las bromas cuando los chistes son
sobre ecuaciones matemáticas —ofrecí.
—Sí, él parece el tipo de persona que se iría por la tangente.
Solté un bufido. —Eso es terrible.
Cassidy se encogió de hombros mientras entrabamos en el
estacionamiento.
Se hacía tarde. El mundo entero se oscurecía mientras me
encontraba en la oficina de la Sra. Welsh. Las luces del estadio se hallaban
encendidas, bañando el campo en un resplandor naranja y lanzando las
colinas a la sombra.
—Mañana es viernes —dijo Cassidy, como si necesitara un
recordatorio—. Me pregunto qué harán todos los niños lindos este fin de 52
semana.
—Jimmy está organizando una fiesta mañana por la noche. Le daría
dos horas antes de que alguien se emborrache lo suficiente como para
tirar el barril a la piscina.
—Oh, vaya. Eso suena súper divertido. —Rodó los ojos.
—Bueno… ¿Qué hacías los viernes por la noche antes de venir aquí?
Cassidy sacudió su cabeza y se lanzó vacilando en una historia sobre
fiestas secretas en el laboratorio de ciencia de su internado.
—Todos teníamos que entrar y salir de los dormitorios a través de los
viejos túneles de vapor. Era como una marca de prestigio si te quemabas
en una de las viejas tuberías. Creo que uno de los amigos de mi hermano
lo inició, en ese tiempo. No lo sé. Suena tonto hablar de ello.
—No, no suena tonto.
Las fiestas con barril en el patio de Jimmy sonaban tontas. Solo que
no digo nada.
El campus era tranquilo por la noche, rodeado por la suave
pendiente de las colinas, con solo dos carreteras angostas que conducen
a la ciudad. Las colinas se encontraban cubiertas con cientos de árboles
de aguacate. De vez en cuando, un coyote podía venir y aterrorizar a los
habitantes de alguna comunidad cerrada.
Eso era lo que emocionaba a la gente de por aquí, reunir a una
multitud para espantar al coyote de regreso a los cultivos de aguacate,
sacar al intruso fuera de nuestra perfecta planificada pequeña ciudad.
Nadie iba en busca de aventuras, las aventuras venían.
Cuando llegamos al estacionamiento de estudiantes, solo se
encontraban mi volvo, la honda Wong trucada de Justin y una camioneta
con una tabla de surf atada a la parte superior.
—Um, ¿dónde está tu carro? —le pregunté.
Cassidy se rio.
—Mi bicicleta está justo ahí.
Efectivamente, había una solitaria bicicleta roja asegurada al
aparcado de bicicletas. Era una bicicleta decente, una Cannondale
reconstruida, pero yo no sabía mucho de bicicletas.
—Ahh —dije mirándola.
—¿Qué?
—Nada. —Intenté no sonreír ante la imagen de Cassidy pedaleando 53
por los campos de fresas en bicicleta.
—Te dejaré saber que me importa el medio ambiente —dijo Cassidy
con vehemencia—. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para reducir mi
huella de carbono.
Pensé en eso por un momento.
—Compartir el carro reduce tu huella de carbono, ¿no es así? —
pregunté.
—Sí.
—Entonces… ¿Te gustaría un aventón a casa?
No sé de dónde vino la oferta, pero de repente parecía un poco
presuntuosa.
—Están esos coyotes —dije torpemente llenando el silencio—. Que
bajan de las colinas algunas veces en la noche y no quiero que te
ataquen.
—¿Coyotes? —dijo Cassidy, con el ceño fruncido—. ¿No son esos,
como, lobos?
—Lobos nocturnos —aclaré.
—¿Estás seguro que no te importa?
—Yo me ofrecí, ¿no es así?
—Está bien —se rindió.
Tuve un desafortunado ataque de caballerosidad y le dije a Cassidy
que se subiera al carro mientras yo lidiaba con su bicicleta. Y maldita sea
casi me mata también, colocar esa cosa en el maletero.
—Gracias —dijo ella, cuando me subí al asiento del conductor.
—No hay problema. —Me estiré por el cinturón de seguridad—. Así
que, ¿en dónde vives?
—Um, Terrace Bluffs.
—Eso no es problema. Vivo en Rosewood, estoy al lado tuyo en el
círculo.
Ella se abrochó el cinturón de seguridad y retrocedí, dándome
cuenta de lo íntimo que era con sólo nosotros dos, y la filas vacías del
estacionamiento.
—Rosewood es la sección al otro lado del parque, ¿verdad? —
preguntó.
—Sí. Mi habitación tiene una vista sobre él.
—La mía también —sonrió—. Tal vez nos podemos ver dentro de la
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habitación de cada uno.
—Recordaré cerrar las persianas la próxima semana cuando cometa
un doble homicidio —prometí, mientras ponía luces en intermitencia en la
curva ciega de la ladera.
—Me gustas tú de ésta manera —dijo Cassidy.
—¿De qué manera? —pregunté mientras emergía dentro de
Eastwood Boulevard.
—Hablador. Te contienes si hay mucha gente alrededor.
Coloqué la señal de cruce, en caso de que un coyote estuviera
curioso de cual camino quería tomar en la desierta intersección, y pensé
en eso. De la manera en que lo veo, mantenerse callado es seguro. Las
palabras pueden traicionarte si eliges las equivocadas, o significar menos si
usas demasiadas. Las bromas podrían calcularse mal a lo grande, o las
historias ser consideradas aburridas, y había aprendido rápido que mi
sentido del humor y mis ideas sobre qué tipo de cosas eran fascinantes no
coincidían exactamente con mis amigos.
—No me contengo —protesté—. Simplemente no tengo nada
interesante que decir.
Cassidy se mostró escéptica. —Sí, bueno, lo siento, pero no te creo. A
veces tienes esa pequeña sonrisa exasperante, como si acabaras de
pensar en una increíble broma, pero tienes miedo de decirlo en caso de
que nadie entienda la broma.
Me encogí de hombros y giré a la izquierda en Crescent Vista,
—En realidad no sé qué es peor —reflexionó Cassidy—. Cuando la
gente se ríe de cosas que no son graciosas o cuando no se ríen y si lo son.
—La primera —dije sombríamente—. Pregúntale a Toby.
—¿Qué, te refieres a la cosa de la cabeza cortada?
Ella lo dijo exactamente así, como si hubiéramos estado hablando
de los verbos irregulares, o la promesa de lealtad.
—¿Él te conto?
—El año pasado en algún turno de debate. Nos encontrábamos
sentados afuera en el balcón debajo de una carpa que habíamos hecho
de sabanas y mencioné que nunca había estado en Disneylandia. Creo
que es muy gracioso. Lo nombré ―el colector en la carretera‖ para las
edades.
Sacudí la cabeza por su terrible juego de palabras y encendí la
radio, tratando de no pensar en Cassidy y Toby haciéndose compañía a
55
altas horas de la noche en habitaciones de hotel, probablemente en
pijamas. The Shins flotaba por los altavoces, y esperé a que Cassidy dijera
algo mientras nos quedamos sentados en la luz sin fin, pero no lo hizo. En
cambio, agarró la envoltura de una pajilla que había metido en el porta
vaso y empezó a doblarlo como un pequeño origami en forma de estrella.
—Pide un deseo —dijo, ahuecando la pequeña estrella en la palma
de su mano.
El resplandor de la luz de la calle la inundó, y se me ocurrió casi
como un pensamiento de último momento que era hermosa. No sé cómo
me perdí de esto los primeros días, pero lo sabía en ese momento. Llevaba
los cabellos echados hacia atrás en una cola de cabello, con esas piezas
de color cobre que enmarcaban su rostro. Sus ojos brillaban con diversión y
su suéter se deslizó de uno de sus hombros, revelando un tirante morado de
su sujetador. Era dolorosamente espontánea, y nunca, ni en un millón de
años me elegiría a mí. Pero, por el siguiente par de minutos, me contenté
con la magnífica oportunidad de que podría hacerlo.
El vigilante de la subdivisión de Cassidy, me dio el tercer grado, que
por cierto, es el tipo de quemadura que puede matar. Cuando él
finalmente estuvo satisfecho de que no estábamos a punto de hacer
estragos en las inesperadas calles suburbanas, abrió la puerta y conduje a
través de Terrace Bluffs.
No era muy diferente de mi subdivisión, todas las casas se hallaban
apartadas de las calles, con calzadas circulares y balcones que realmente
no se suponía que fueran utilizados. Solo había cuatro modelos, como una
animación de computadora que se repetía. Algunos niños habían estado
dibujando la calle con tiza, y me sentí muy mal mientras conducía sobre
ello, como si estuviera demoliendo un castillo de arena de segundo grado.
—¿Cómo llego a tu casa? —pregunté.
—¿Alguna vez has querido no ir a tu casa? —Su cara era pálida a luz
de la lámpara, y podía ver en sus ojos que hablaba en serio.
—Sí, absolutamente —admití, a pesar de que era una pregunta
bastante personal.
Pensé en mi mamá sentada en la sala familiar, viendo las noticias y
preocupándose por todo. Por mi padre en su oficina en casa, con una
taza de té poniéndose fría al lado de su codo mientras teclea otro informe.
En mi habitación, la cual se sentía como si ya no fuera mía después de
haber pasado tres meses durmiendo en la habitación de abajo.
—Tengo una idea —dijo Cassidy—. ¿Qué te parece si vamos alguna
parte, ahora mismo?
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—Es Eastwood —dije—. No hay ningún lugar a donde ir.
—Vayamos al parque —suplicó Cassidy—. Tú puedes mostrarme la
ventana de tu habitación y yo puedo mostrarte la mía.
—Está bien —dije, retrocediendo sobre los dibujos de tiza.
El vigilante me dio una mirada sucia cuando lo hice, Cassidy se rió y
le lanzó la estrella cuando estábamos bastante lejos de él como para ver.
—Odio jodidamente a ese tipo —dijo—. ¿Has leído Foucault? ¿De
qué estoy hablando? Por supuesto que no has leído Foucault.
—Prácticamente, yo solo no leo —dije con un humor socarrón y
Cassidy se rió.
—Bueno, Sr. Jock analfabeto, déjeme iluminarlo. Había un filósofo
barra historiador llamado Foucault, quien escribió sobre cómo la sociedad
es como la mítica prisión llamada panóptico. En el panóptico, debes estar
bajo constante observación, excepto que no puedes estar seguro si
alguien te está observando o no, por lo que terminas siguiendo las reglas
de todos modos.
—¿Pero cómo sabes quién es un observador y quien es un prisionero?
—pregunté, entrando en el estacionamiento vacío.
—Ese es el punto, incluso los observadores son prisioneros. Vamos,
vayamos a los columpios. —Ella ya se encontraba fuera del carro antes de
que pudiera poner el freno de mano.
—Espera —grité.
Cassidy se dio la vuelta, su vestido ondulando con el viento de Santa
Ana. Le puse el seguro al carro y me quede allí, inundado de vergüenza.
—No creo que pueda ir a los columpios —admití.
—Entonces puedes empujarme.
Ella se dirigió hacia el pequeño parque infantil y al brillante juego de
plástico como si estuviéramos en una carrera. Me acerqué
cautelosamente al arenero, sintiendo mi bastón hundirse en la arena como
una sombrilla de playa. Cassidy se quitó sus sandalias y amarró su suéter
alrededor de su cintura. Sentándose en el columpio, con los pies
descalzos, su vestido azul, su cabello deslizándose fuera de su cola de
caballo, era tan hermosa que dolía.
—Vamos —dijo, girando en el columpio para que las cadenas
hicieran una x—. Empújame.
Puse mis palmas en contra de su espalda, tocando su piel desnuda.
Tragué saliva y le di un empujón, casi perdiendo el equilibrio mientras 57
trataba de entender cómo manejarlo.
—¡Sigue! —gritó.
Seguí. Ella se alzó más y más alto en el columpio, y para ser honesto
me subía un poquito a mí mismo.
Después de un rato, ya no me necesitaba. Solo se encontraba allá
arriba, imposiblemente alto, con las cadenas golpeando la barra superior.
Ella echó su cabeza hacia atrás, sonriéndome.
—Vamos a escapar a panóptico juntos —prometió.
Y luego saltó.
El columpio colapso mientras ella volaba hacia adelante, riendo y
gritando. Aterrizó tambaleándose sobre sus pies en el borde del arenero.
—¿Nos escapamos? —grité.
—Ni de cerca.
Me senté en el columpio, esperando que pudiera ocultar mi
problema. Cassidy tomo el otro columpio, haciendo un diseño complicado
en la arena con sus pies.
—¿Ves esa casa justo a la derecha del árbol más alto? —pregunté,
rompiendo el silencio—. ¿Con las dos chimeneas?
—Sí.
—Mi habitación es la que tiene el balcón falso. Esta justo encima de
la piscina con la cascada falsa —añadí, ganándome una de las pocas
sonrisas de Cassidy.
—Te enviaré mensajes secretos —juró—. En código morse. Con mi
linterna de Hello kitty.
—Más te vale.
De repente, el teléfono de Cassidy sonó. Lo sacó del bolsillo y revisó
las llamadas perdidas.
—Debo regresar —dijo, poniéndose de pie—. Abre tu maletero para
que pueda agarrar mi bicicleta.
—No me importa llevarte.
Cassidy negó con la cabeza.
—Prefiero la bicicleta. Es solo que mi mama ya está molesta. No
estoy acostumbrada a vivir en su casa y olvidé reportarme.
—Bueno, si estás segura.
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—Te veo en la escuela —dijo, y luego sonrió maliciosamente—. A
menos que sea atacada por los lobos nocturnos, en ese caso tu solo
tendrás que vivir con la culpa.
Recogió sus zapatos, observé su silueta mientras corría por la grama,
y pensé que normalmente no era así cuando se trataba de mí y las chicas.
Traducido por Francisca Abdo Arias
Corregido por Amy Ivashkov

Supongo que debo explicarme mejor acerca de Charlotte Hyde y


como empezamos a salir. Le pedí que fuera mi novia en octubre de
nuestro penúltimo año, en un día abrasador de un fin de semana cuando
todos conducimos hacia Laguna Beach para pasar el día. Era el equipo
habitual amontonado en los autos habituales, éramos quince.
Jimmy había empacado una nevera con cervezas, compradas con
la identificación de su hermano mayor. Como es costumbre de Jimmy,
había olvidado traer algo para disfrazar los contenedores abiertos, así que
los chicos los escondieron en los servicios públicos. Los policías aparcados
en Beach Boulevard debieron haber creído que todos ellos tenían diarrea. 59
Las chicas querían broncearse, como siempre. Ellas nunca hacen
nada que no sea reclinarse en sillas de playa y hojear revistas, me
desconcertó que alguien quisiera ir a la playa a participar voluntariamente
en las mismas actividades para pasar el tiempo que hace que los
pasajeros sufran en los aviones.
Los mayores de nuestro grupo nos pusieron a Evan y a mí a trabajar
asando salchichas en una barbacoa pública cerca del puesto del
salvavidas. Evan se quejó con un gruñido, pero a mí honestamente no me
importaba. Me encontraba allí de pie tranquilo, el calor de las brasas
secando mi traje de baño, el sol inclinándose en el agua. Era el comienzo
del tercer año de secundaria, y teníamos de todo para esperar.
Después de comernos los perros calientes en bollos de hamburguesa
(—Joder, nadie me dijo que tipo de bollos —había protestado Evan) y que
las chicas pretendieran estar molestas por ello, Brett Masters, el capitán del
equipo de waterpolo, desafió a los chicos de tenis a un partido de cinco
contra cinco de voleibol.
Ellos nos destruyeron porque, a diferencia del tenis, los de waterpolo
juegan todos en la misma cancha y saben cómo pasar la maldita pelota.
Había conseguido hacer un pase espectacular por pura suerte, pero
Jimmy y Evan se encontraban lo suficientemente borrachos por lo que fue
realmente entretenido verlos buscando a tientas el balón y maldiciendo su
propia ineptitud.
El sol había empezado a ocultarse durante el juego, la brisa del mar
se volvía fría. Las chicas volvieron a colocase sus vestidos de verano.
Charlotte desabrochó la parte superior de su bañador y la sacó de detrás
del vestido como por arte de magia. Me descubrió mirando y sonrió,
sintiendo que me hallaba bajo su hechizo.
—Ezra, ven aquí —demandó, haciendo un mohín tiernamente.
Obedientemente, fui.
—Jill y yo encontramos este cuestionario en la revista Pop Teen
acerca de cómo saber si a un chico le gustas —dijo, y antes de darme
cuenta, las chicas me habían atrapado en sus toallas de color rosa intenso
a juego y me hicieron hacer el cuestionario de su revista. Las preguntas
fueron ridículas, y cuando por fin alcanzamos la última, Charlotte insistió en
buscar mi horóscopo.
—¡El amor está en las cartas para todos ustedes Tauros obstinados! —
dijo, y luego frunció el ceño—. Bueno, ¿qué te pareció?
—Creo que sólo me acabo de enterar del plural de Tauro —bromeé,
y Charlotte fingió estar molesta porque no tomaba el horóscopo
seriamente.
60
Desde el final del segundo año, sospeché que a Charlotte le
gustaba, pero ese día en la playa fue la primera vez que sentí que ella no
coqueteaba por el gusto de hacerlo, que tenía algo específico en mente.
—Eres tan dulce —murmuró, inclinándose sobre mi hombro mientras
nos sentábamos lado a lado en su toalla—. Es una lástima que no hayas
superado a Staci.
Staci Guffin y yo habíamos roto un mes atrás, por razones que no
entendí completamente y que no me importaban. Ella me traumatizó con
una maratón en DVD de Sex and the City cuando yo creía que iba a su
casa por, uh, algo más orgásmico que zapatos. Tal vez ella sólo quería
romper conmigo para poder tener un ex-novio para quejarse con sus
amigas. Sinceramente, no lo sé.
—Créeme —dije, mirando hacia el largo pelo rubio apilado en la
parte superior de su cabeza, y a sus interminables piernas bronceadas,
espolvoreadas con una fina capa de arena—. Definitivamente superé a
Staci.
No sabía mucho acerca de Charlotte en aquel entonces, solo que
era hermosa, sexy, y siempre tenía goma de mascar en su bolsillo que me
ofrecía con una sonrisa, como si la hubiera traído solo para mí. No sabía
que escuchaba su iPod en la cocina mientras hacía elaborados galletas y
pastelitos de blogs de cocina gourmet, o que pensaba que era mala
suerte comerse la masa. No sabía que bailaba desde que tenía tres años,
que hacía yoga con su madre antes de la escuela, o que recolectaba
todo lo relacionado con las mariquitas. No sabía que estaríamos juntos por
más de ocho meses, la relación más larga que tuve en la escuela
secundaria.
Acabamos dando un paseo hasta el otro extremo de la playa,
donde las rocas sobresalían entre las olas, formando pequeñas piscinas.
Ella llevaba mi sudadera, porque tenía frío. En secreto le agradecía, ya que
lo hacía parecer más real de alguna manera, la forma en la que se
mantenía tirando de las mangas mientras caminábamos por la espuma de
la marea.
Trepamos por las rocas, los percebes punzaban en las plantas de
nuestros pies. En la distancia, podía ver a nuestros amigos empezando a
empacar, llenándome con una extraña sensación de urgencia. Vi a Evan
tomando la nevera, volcando su contenido en la cabeza de Jimmy, y
calculé que teníamos cinco minutos más para lo que sea a lo que nos
hubiera separado del resto del grupo.
—Me alegro de que no seas un completo idiota —dijo Charlotte.
Sacó su teléfono del bolsillo de mi sudadera y mandó un mensaje.
61
—Gracias, supongo.
—No me refería a eso. —Charlotte levantó la vista de su teléfono con
una sonrisa culpable. Su cabello fluía detrás de ella por la brisa, y el puente
de su nariz se había vuelto rosa por el sol—. Lo siento. Jill quería saber
dónde puse su protector solar. De todos modos, yo quería decir que
estamos, como, destinados a salir juntos. La chica más popular de tercer
año y el chico más popular.
—No soy el chico más popular de nuestro año —protesté, bajando
la mirada a la piscina.
—Um, dah. Desde luego que lo eres. ¿Sino por qué más te habría
traído aquí?
—¿Tú me trajiste aquí? —Levanté una ceja, burlándome.
—Sí, lo hice. Ahora cállate y bésame.
Me callé y la besé. Sabía cómo a brillo labial de frutilla y a refresco
dietético, olía a bronceador y al detergente favorito de mi mamá,
teníamos dieciséis y no estábamos completamente vestidos, incluso en lo
que se refiere a una playa.
—¿Y? —preguntó Charlotte con una sonrisa pícara cuando nos
separamos.
—Deberías conservar mi sudadera —dije—. Se ve bien en ti.
—Ezra —regañó Charlotte. Ella puso la mano en la cadera,
esperando.
—Um, ¿te gustaría salir conmigo?
—Por supuesto. —Sonrió triunfalmente y me besó de nuevo, colocó
sus manos calientes y suaves en mi espalda—. Mmm, eres tan dulce.
Deberíamos llevarte de compras. Apuesto a que te verás súper sexy con
algún pantalón nuevo.
Así que ahí está. El día en que ocurrió: una romántica historia llena de
cervezas consumidas en un urinario público, consiguiendo ser destruidos
por el equipo universitario de waterpolo, besando una chica en las piscinas
de la marea, y no sabiendo en qué me metía.
Volviendo a las clases de ciencia de noveno grado, tuvimos una
unidad de ecología, y yo había leído Sea of Cortez de Steinbeck por
créditos extra después de haber fallado en impresionar al Sr. Ghesh con mi
débil comprensión del ciclo del agua. Steinbeck escribió acerca de las
piscinas de marea y cuan profundamente ellas ilustran la interconexión de
todas las cosas, dobladas juntas en un universo en constante expansión
62
que está vinculado por la elástica cuerda del tiempo. Él dijo que uno debe
mirar de la piscina a las estrellas, y luego de vuelta nuevamente con
asombro. Y tal vez las cosas habrían sido diferentes si hubiera seguido su
consejo ese día en la playa con Charlotte, pero no lo hice. En cambio,
enlacé mi mano entre las suya y fallé en apreciar el panorama general, y
las únicas estrellas que vi vestían chaquetas universitarias.
Traducido por Aileen Björk
Corregido por Alessa Masllentyle

Siempre te puedes dar cuenta cuando es viernes. Hay una emoción


específica por el viernes, junto con el alivio de que una semana ha
pasado. Incluso los amigos de Toby, que no creo que alguna vez hicieran
mucho en el fin de semana, se hallaban de buen ánimo por este primer
viernes.
Luke, Austin, y Phoebe ya se encontraban allí cuando llegué a la
mesa de recreo. Lucas tenía su brazo alrededor de Phoebe, que comía
Pop-Tart, y Austin se hallaba absorto en algún dispositivo de juegos para
móviles.
—No, no, portal malo. —Regañó, totalmente ajeno al mundo—. 63
Detente-malvado-Arghh… ¡Chupa mis bolas flageladas, idiota!
Phoebe suspiró. —Ayuda, ayuda, ¡Austin! ¡Tus bolas flagelados están
en llamas!
Austin ni siquiera levantó la vista.
—Te dije que él está en la zona de juego —dijo Phoebe.
—¿Qué me he perdido? —pregunté, deslizándome sobre un banco.
—Bueno, he oído que Jimmy tendrá un enfermizo barril esta noche —
dijo Luke, de forma sarcástica que me dejó saber que todavía no le
emocionaba tanto tenerme alrededor—. Es una fiesta Exclusiva, por
supuesto.
—Sí, he oído eso también —dije, no me gustaba la forma en que
Lucas casualmente había lanzado ese término a mis viejos amigos,
expresando la exclusividad de sus pequeños eventos—. Es como La granja.
—¿Quieres decir Desmadre4? —corrigió Luke—. La película sobre las
diferentes fraternidades en esa universidad.

Película cómica de los años 1978, mejor conocida como House Animal.
4
Negué con la cabeza. —No, me refiero a Granja Animal. Ya sabes:
"Algunos animales son más parecidos que otros animales‖.
Phoebe se echó a reír y se retorció debajo del brazo de Luke, tirando
así sus Pop-Tart. —Ezra, estás hablando de la fiesta de Jimmy, ¿verdad? —
preguntó, con un falso puchero.
—Definitivamente —dije, juguetonamente—. ¿Hay que llevar una
botella de vino o un surtido de quesos como regalo de acogida?
Luke partió un pedazo del Pop-Tart de Phoebe y ella gritó en señal
de protesta, haciendo caso omiso de mi pregunta.
—¿Qué tal, esbirros? —Toby deslizó un absurdo y gran termo de café
sobre la mesa—. Oh, ¿es ese Portal Mortal Tres?
Austin siguió sin levantar la vista.
—Está en la zona —dijo Phoebe—. Honestamente, ¿qué pasa con los
niños y los videojuegos? No es de extrañar sus impresiones de muertos.
—Yo leí —protestó Toby cuando Sam y Cassidy se unieron a nosotros,
comiendo galletas frescas de la línea de panadería—. Por ejemplo,
anoche leí que se puede levitar una rana con imanes.
Phoebe puso los ojos como platos, impresionada. 64
—¿Hipotéticamente, o científicamente comprobado? —quiso saber
Cassidy.
—Científicamente comprobado —dijo Toby triunfante—. Estos
científicos, ganadores del Premio Nobel, lo hicieron.
—¿Cuántas cervezas creen ustedes que se necesitan antes de que
un científico prestigioso, con reconocimiento internacional, le pregunte a
otro: "Amigo, te apuesto veinte dólares a que puedo levitar una rana con
un imán"? —dijo Sam arrastrando las palabras.
—Bueno, ¿con cuál carga magnética? —preguntó Cassidy—. Quiero
decir, tiene que ser positivo o negativo, ¿no?
—Crees que eres tan inteligente, ¿verdad? —bromeó Toby.
—Exacto, renacuajo —respondió Cassidy.
Todo el mundo se quejó.
Y entonces sonó el timbre.
Cassidy y yo tuvimos inglés, junto con Luke, en realidad, pero por lo
general caminaba con Phoebe a su clase.
—Entonces —dije mientras Cassidy y yo nos dirigíamos hacia el salón
del señor Moreno—. Yo no vi ningún mensaje secreto anoche.
—No quiero ser predecible —respondió Cassidy—. Pero por lo menos
ahora sé que estás prestando atención.

***

El buen y viejo señor Moreno y sus explosivas preguntas. Casi me


había olvidado de ellas. Tiró una pregunta difícil sobre nosotros; temas y
metáforas de las primeras cien páginas de Gatsby.
Me encontraba penosamente en mi camino a través de las
inteligentes y aburridas preguntas cuando me di cuenta de cómo el cartel
en que Wilson se veía pensativo, el que tiene los ojos del Dr. TJ Eckleburg,
no era tan diferente de la idea detrás del panóptico. Escribí mi revelación
a medida que mi respuesta a la pregunta se alargaba y terminó justo antes
de que el Sr. Moreno detuviera el tiempo.
Nos hizo intercambiarnos los papeles con la persona sentada detrás
de nosotros, que, por suerte era Luke. Sonrió cuando rompí mi página de
mi cuaderno y se lo entregué.
—Espero que hayas estudiado, Faulkner —dijo, destapando su
pluma. 65
Tengo el papel de Anamica Patel. En la parte superior de la misma,
había escrito su nombre, la fecha, el nombre de nuestro maestro, nuestro
período de clase y " Gatsby Prueba #1" con el puño de letra más bonito
que había visto nunca.
El profesor Moreno se dirigió a las preguntas de respuesta corta y el
verdadero-falso. Anamica falló en uno de los verdadero-falso.
—Muy bien, devuélvanlas a su compañero y luego pasaré por ellas.
Voy a calificar las preguntas largas yo mismo —dijo Moreno.
Pasé el examen de Anamica hacia adelante y ella frunció el ceño,
como si fuera mi culpa que no hubiera conseguido una puntuación tan
perfecta como su letra.
—Oye, uh, ¿Luke? —pregunté—. ¿Puedo tener mi prueba de vuelta?
—Bonito ensayo, Faulkner —dijo, echándose hacia atrás en su silla,
todavía con mi trabajo—. ¿Qué versión de apuntes usaste?
—No sabía que había diferentes versiones —dije—. ¿Cuál me
recomendarías?
Lucas murmuró algo entre dientes y me pasó de nuevo mi prueba.
Había un pedazo de papel de computadora debajo, doblada en tres
partes.
Estaba a punto de hablar, pero Lucas sacudió levemente la cabeza
en señal de advertencia, así que me puse el trozo de papel en mi bolso y
pasé mi examen hacia adelante.

***

—La señorita Weng quiere verlos a los dos —dijo Toby, cuando
Cassidy y yo llegamos a la mesa del almuerzo con nuestras mini-pizzas—.
Por cierto, eso significa ahora.
Metí un trozo de mini-pizza en mi boca y me indicó que era bueno ir.
—Bien, ahora cuando come, es repugnante —señaló Phoebe.
Cassidy suspiró y se sentó. —Voy a fingir que no me llegó ese mensaje
hasta el final de mi comida. ¿Y tú, Ezra?
Tragué saliva espesa. —¿Cuál mensaje?
—Muy bien. —Cassidy se puso sus gafas de sol y mordió su pizza, le
faltaba la mitad, antes de levantarse.
—¿En serio no terminaras eso? —pregunté.
66
—¿Por qué? —Cassidy sonrió, colgando la mitad de su pizza en un
bote de basura—. ¿Lo quieres?
—Yo quiero —dijo Austin, finalmente, levantando la vista de su
consola de juegos—. No tengo dinero. Gasté todo mi dinero en mi PM3.
—¡Yo sabía qué es lo que jugabas! —dijo Toby—. Amigo, ¿en qué
nivel estás? ¿Es cierto que los Ojos se regeneran dos veces más rápido que
si les cae Infinito?
—Vamos —dijo Cassidy con un suspiro, y yo la seguí a la clase de la
Sra. Weng.
La Sra. Weng comía espaguetis sobrantes de la noche anterior de un
recipiente de plástico en su escritorio y leyendo una revista de chismes de
celebridades. No voy a mentir, fue muy triste.
—¿Quería vernos? —pregunté.
Se sobresaltó y con aire de culpabilidad deslizó una carpeta de
asistencia sobre la revista. Fingí no darme cuenta.
—Sí, ¡nuestros dos nuevos reclutas! Estoy tan feliz de tenerlos a los dos
en el equipo.
De repente, me acordé de esa hoja de inscripción el primer día de
clase y la forma en que había puesto el nombre de Cassidy abajo. Estaba
jodida. Eché un vistazo a Cassidy, y su expresión era una mezcla de
sorpresa y horror.
—Um , acerca de eso —comencé—. No creo que…
Pero la Sra. Weng no me escuchaba. Divagó acerca de lo
maravilloso que era tener una profesional experimentada como Cassidy, y
cómo ella estaba segura que Cassidy o Toby podían responder a cualquier
pregunta que puedan en la competencia.
El rostro de Cassidy se había puesto pálido. —Señorita Weng —dijo
finalmente—. Creo que hay un error. No firmé para participar.
—Oh, ya los he registrado a los dos por el torneo abierto en San
Diego hace dos semanas —dijo Weng, confundida—. Y he reservado la
van de la escuela para conducir todo el fin de semana, ¿a menos que
cualquiera de ustedes tenga alguna, em, necesidad especial que le
gustaría hablar en privado?
—No —dije, con los dientes apretados—. Ninguna ‗necesidad
especial‘.
Hice que la frase sonara bien e indecente, y Cassidy me lanzó una
mirada de simpatía.
—Estoy tan contenta —dijo Weng, nos entregó un paquete grande— 67
. Ahora ustedes tendrán que tener estos permisos firmados por un padre o
tutor.
—Mis padres están fuera de la ciudad —dijo Cassidy—. Sí, están en
Suiza, en una reunión médica por el resto del mes.
Estaba bastante seguro de que los padres de Cassidy no se
encontraban en nada de eso, pero la Sra. Weng sólo sonrió y le aseguró a
Cassidy que podía enviarle el formulario por fax a su viejo entrenador del
año pasado para que los firme, por el momento. Hubo una finalidad en su
tono por la que no nos atrevimos a cuestionarla.
Cassidy se escabulló de la habitación de la señora Weng derrotada.
En cuanto la puerta se cerró, Cassidy se volvió hacia mí, con los ojos
ardiendo.
—¿Qué demonios? —exigió—. Ella nos acorraló allí. Y nunca firmé
para competir, es como si hubiera planeando esto todo este tiempo.
¡Sabía que había una razón por la que me había puesto en la clase de
debate! ―Oh, no hay ningún otro equipo de optativas abiertas‖, había
dicho mi asesor. ―Es esto o educación física.‖ Sí, malditamente correcto. No
soy un bonito caballo campeón que puedan desfilar cada vez que les da
la gana. No voy a competir nunca más, y no tienen derecho a obligarme a
hacerlo.
—Um —dije.
—¡Y no tenías que inscribirte en eso tampoco! —Cassidy clavó un
dedo en mi pecho—. Deberías haber visto tu cara cuando la Sra. Weng
preguntó si tenían alguna necesidad especial. Me gustaría que le hubieras
dado un puñetazo.
—Sí, eso hubiera sido productivo.
Cassidy suspiró. —Dios, Ezra, realmente no lo entiendo. Nuestros
nombres ya están dentro. Competimos o perdemos en el listado de torneo.
Mierda. Yo no me encontraba familiarizado con las reglas de las
competencias de debate, y no me había dado cuenta de que la única
salida era renunciar públicamente.
—Um, ¿Cassidy? —Tenía que decirle—. ¿Recuerdas aquel día en
clase con la hoja de inscripción y que te reías de mí?
—¿Sí?
—En cierto modo te inscribí como una broma —admití.
—¿Tú QUÉ?
—¡No lo sabía! —Me defendí rápidamente—. Hiciste ese truco
estúpido hablando de mí en español y luego Toby me había apuntado así 68
que imaginé…
—¿Sólo imaginaste qué, exactamente? —dijo Cassidy con frialdad—.
¿Que sería divertido?
—Um, ¿supongo? No sabía que te sentías así sobre debate. No sabía
que habías dejado de competir.
Bajé la cabeza, esperando que Cassidy riera y dijera que no
importaba. Pero no lo hizo.
—Es verdad —dijo Cassidy con fiereza—. Dejé de competir. De la
misma forma que tú dejaste de jugar tenis. Pero ¿sabes qué? Entiendo por
qué no quieres hablar de ello. El hecho de que yo no deje de cojear sin
usar un maldito bastón no significa que tenga que dar explicaciones a la
gente que he conocido durante cinco segundos para que deje de
machacarme. Así que estoy acabada porque tú pensaste que sería
divertido poner mi nombre en esa lista.
Sus ojos ardían de repulsión cuando pisó por delante de mí. Y no la
culpo. Me sentí muy mal. Tanto que quería volver a la oficina de la Sra.
Weng y explicarle todo. Pero entonces sonó el timbre, y me di cuenta de
que iba a llegar tarde a Español.
Traducido por Katita & Larosky_3
Corregido por Daenerys♫

Para la tarde, mi fin de semana se perfilaba como bastante pésimo.


Llegué a casa directamente de la escuela y pasé el día alternando entre
hacer los términos claves de la clase del entrenador Anthony y jugar a
Zombie Guitar God en silencio para dejarme pensar en lo mal que
estropeé las cosas con Cassidy. Pero no funcionaba.
Peor aún, me di cuenta de que mi mamá seguía viniendo a ver
cómo me encontraba, flotando justo fuera de la puerta de mi habitación y
escuchando. Cooper, que se acurrucaba en una bata de baño a los pies
de mi cama, echó un vistazo a la puerta y luego suspiró, recostándose en
su nido. 69
Bueno, es viernes por la noche, viejo, sus ojos parecían decir. Y hay
un mundo ahí fuera.
Cooper tenía razón, tal vez debería ir la fiesta con barril en el patio
trasero de Jimmy. Consideré brevemente antes de recordar lo que sucedió
la última vez que fui a una fiesta en casa. Así que sí, eso se encontraba
definitivamente fuera. Y luego el pequeño ícono de Skype brilló en la
pantalla de mi computadora. Era Toby, y me decía que si quería salir.
Me cambié el pijama, agarré las llaves, y prácticamente abrí la
puerta de mi dormitorio en la cara de mi madre.
—Oh, estás despierto —dijo.
—Bueno, sí, son las nueve. Voy a salir.
—¿A dónde vas? —me llamó—. ¡Necesito saber a dónde vas!
—¿Por qué? —le pregunté, con cierta curiosidad sobre cuándo esto
se había convertido en una nueva norma de la casa.
Ella balbuceó durante unos diez segundos.
—Mira, voy a casa de Toby —le dije, siendo muy caritativo—, tengo
mi teléfono, y no es como si vamos a inhalar veneno para ratas o algo así.
—¡Ezra! —parecía sorprendida—. No seas grosero. Tengo todo el
derecho de preocuparme.
—Lo sé —le dije con exasperación—, me lo sigues recordando.
Mientras me salía de la calzada, me preguntaba lo que hacían todos
los de la escuela. Podía casi adivinar que la mayoría se dirigía a la fiesta de
Jimmy a beber unas cervezas en sus trajes de baño. Y todos los demás
probablemente se dirigían al Prisma, este centro comercial al aire libre con
un cine IMAX y un montón de palmeras dramáticamente iluminadas. El
Prisma era realmente el único lugar para ir en Eastwood, además del
centro comercial de China, e incluso allí, los policías te acosarían para que
volvieras a casa cuando todavía era temprano debido al toque de queda
de la ciudad. Personalmente pensaba en ellos como los Guardianes
Prisma, lo que era divertido durante unos dos segundos, y luego se convirtió
en infinitamente deprimente, y no sólo porque el nombre ya me recordó a
Cassidy y su panóptico.
Era extraño, conduciendo a lo de Toby. Sólo había venido en
bicicleta, por los senderos que conectan las diferentes subdivisiones. Toby
vivía en Walnut Ranch, una de las urbanizaciones más viejas del sur del
bucle. Yo prácticamente había vivido en su casa durante la escuela
primaria, y mientras conducía, me acordé en destellos de lo que habíamos
hecho cuando éramos niños: cómo nos habíamos grabado notas en la
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parte inferior de los buzones de cada uno, escrito en un código que sólo
nosotros podíamos descifrar. El año en que nos vestimos como Batman y
Robin para Halloween y luego intercambiamos los trajes, sólo para ver
cuánto tiempo le tomaría a mi padre notarlo, la respuesta fue un
inquietante largo tiempo. El Cub Scouts, el viaje de campamento cuando
el hijo odioso del líder de los scouts puso un gusano en mi taza de leche,
por lo que Toby y yo cogimos una rana y la metimos dentro de su saco de
dormir. Cuando escribimos malas palabras en el aire con nuestras luces de
bengala en el 4 de julio. Rogando a mi mamá que nos llevara a Barnes
and Noble a media noche para conseguir el último libro de Harry Potter y
la promesa de que no me quedaría despierto toda la noche leyendo, pero
haciéndolo de todos modos.
Me había olvidado por completo cómo Toby había sido en aquel
entonces. Como siempre había sido el de diseñar nuestros elaborados
planes, la forma en que siempre me había metido en problemas, y luego
saliendo de ellos con una rutina de ah-apesta y una disculpa. Había
crecido exactamente como el tipo de nerd descaradamente perpicaz
que se espera de un chico que se había ido de puerta en puerta
vendiendo cómics hechos en casa para conseguir recaudar dinero para
poner en pie nuestro puesto de limonada de verano cuando teníamos
diez. Y yo había crecido como un gran idiota —con un bastón.
La casa de Toby lucía igual a como la recordaba, completa con una
minivan borgoña sin lavar estacionada en la entrada. Toqué el timbre y un
pequeño perro comenzó a ladrar.
La hermana de Toby abrió la puerta. Llevaba una bata rosa brillante
y cargaba un pequeño terrier enojado que parecía un mordedor de
tobillos.
—Hola, Emily —dije.
—Oh, mi dios —parecía sorprendida de que apareciera en su casa,
como si se hubiera olvidado que solía saber el código de la puerta del
garaje.
La casa de Toby era bastante compacta, y la puerta principal daba
directamente a la sala de estar, donde tres de las amigas de Emily veían
uno de esos horribles romances vampiros en sus pijamas, las bolsas de
dormir ya acomodadas.
—Holaaa, Ezra—dijo una de las chicas, riendo.
—Um, ¿hola? —dije. Pobre Toby. No es de extrañar que quisiera que
fuera. Por suerte, llegó corriendo por la esquina, ajustándose un par de
gemelos.
—Bienvenido al purgatorio —dijo—, entra. 71
El cuarto de Toby no había cambiado mucho; había un nuevo
estante mostrando figuras de acción que no reconocía, una caja de
policía, y un extraño vestido como Toby con una chaqueta y un moño, y
unas espadas de samurái. Y luego vi la parte de arriba de su biblioteca y
me detuve.
—¿Los conservaste? —pregunté.
—Los terminé. —Toby tiró de la gruesa pila de historietas caseras y las
tiró en la cama.
Alcancé la Academia de Superhéroes, tomo uno. Era increíblemente
aficionado, hecho con lápices de colores en papel de computadora, con
la banda en letras burbujas azules y rojas: creado por Toby Ellicott y Ezra
Faulkner.
Habíamos trabajado en la academia de superhéroes todos los días
después de la escuela en quinto grado. Creo que habíamos conseguido
cuatro tomos antes de sufrir diferencias artísticas. Pero había al menos
ocho tomos en la cama. Algunos de ellos se encontraban hechos en
computadora y parecían casi profesionales. Tomé la Universidad de la
Justicia: La Batalla Final y pasé las páginas hasta el final.
—Está bien, no hay forma de que Chico Invisible pudiera derrotar al
Archí Alquimista con una espada de samurái —discutí.
—Solo estás amargado porque hice a tu personaje malvado —saltó
Toby.
—Para nada, simplemente no entiendo como Archí Alquimista se
volvió mortal de repente.
—Porque dividió su alma en siete piezas y las escondió en la Ciudad
de la Justicia —replicó.
—¿Convertiste nuestra historieta en una copia de Harry Potter? —
balbuceé.
—¿Realmente estamos teniendo esta discusión?
Sentí mis mejillas calentarse, y tiré las historietas de vuelta en la cama
encogiéndome de hombros. Toby las ordenó y las devolvió a su estante.
—¿Así que vamos a ir o no? —preguntó.
—¿Dónde? ¿A la fiesta de Jimmy? —De verdad esperaba que no me
molestar para ir a eso.
—Podría matar a Luke —dijo Toby—, ¿de verdad no te invitó?
—¿Invitarme a qué?
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—¿El cine flotante? Ya sabes, ¿ese pedazo de papel con palabras al
azar y una dirección URL?
Repentinamente, me acordé de ese pedazo de papel que Luke me
había pasado en la clase de Moreno esa tarde. Pensé que era un estúpido
volante del club de Cine.
—Mierda —dije—, me dio algo, pero nunca lo abrí. Me encontraba
un poco distraído.
Toby bufó.
—Sí, apuesto que estabas distraído.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Cassidy, amigo. Sé que te gusta, pero confía en mí, es mejor que lo
olvides. Se meterá en tu cabeza y lo arruinará.
—Créeme —le dije en un suspiro—, alejarme de ella no será un
problema.
Y luego le expliqué cómo accidentalmente la forcé a unirse al
equipo de debate.
—Estas en problemas —dijo Toby.
—No creí que sería la gran cosa —admití—, tú anotaste mi nombre.
—Y creí que lo tacharías —se encogió de hombros Toby—. Pero
Cassidy es diferente. Un ABANDONO junto su nombre en la lista del torneo
causaría rumores. Ella es la campeona defensora, ¿sabías? Todos
pensaban que calificaría para las nacionales, pero se retiró del torneo
estatal dos días antes de las primarias, desapareció completamente.
¿Tener su nombre publicado como un abandono de Eastwood, el equipo
de debate más patético de por aquí? De cualquier forma, ¿vamos a ir a la
proyección de Luke o no? Porque tenemos que buscar filtros de café en el
camino.

***

Veinte minutos después, nos encontrábamos en la


espectacularmente abollada, minivan borgoña usada (conocida
cariñosamente como fail whale5), tratando de engatusar a la antena rota
para enganchar una estación de FM mientras navegábamos por
Eastwood Boulevard.
—Esta noche será divertida —prometió Toby—, ya lo veras. 73
Y supongo que lo hubiera sido, si no siguiera cargando con la
memoria de mi estupidez anterior. Porque mientras más pensaba sobre
Cassidy descalza en los columpios, sonriéndome mientras me prometía
que escaparíamos del panóptico juntos, más deseaba no haber arruinado
todo.
—Sí, divertido —murmuré mientras observaba a una planta rodadora
volar por el paso de peatones y engancharse a una señal de ceder el
paso en la división central.
Según Toby, el cine flotante era una leyenda muy bien guardada en
los círculos nerds, y que yo fuera invitado era algo grande. La historia se
remontaba a nuestros días de cachorros scout cuando un estudiante
emprendedor de último año de la secundaria Eastwood llamado Max
Sheppard había robado las llaves del conserje y se hizo una copia. Usó las
llaves para jugar una serie de bromas a la administración, evadiendo ser
capturado. En su cumpleaños dieciséis, Luke Sheppard heredó las llaves
del reino de su hermano mayor, pero decidió usarlas para el bien. Y así
empezó el cine flotante, una serie de proyecciones de cine secretas que
nunca se dan dos veces en el mismo lugar.

5 Fail Whale es un mensaje de error que aparece en Twitter cuando se sobrecarga.


El campus se encontraba desierto, y Toby estacionó la camioneta en
doble fila, montándose entre los puestos del director y el vicedirector.
—Agarra los filtros —me dijo.
—¿Recuérdame porque acabo de gastar cinco dólares en filtros de
café?
—¿Por qué tú tienes cinco dólares y yo no? —sonrió Toby—. No, es
solo parte de lo que hacemos. Digo, no queremos que nos atrapen…
queremos ser notados. Así que miramos la Sociedad de los Poetas Muertos
en el aula del Sr. Moreno y dejamos varios marcadores para pizarrón.
Miramos La Princesa Prometida en la librería y donamos una caja de libros.
Y hoy, pasaremos Rushmore en la sala de profesores. De ahí los filtros de
café.
Toby paró de caminar, esperando que la pura genialidad del cine
flotante me sacudiera.
En cambio, esto es lo que dije: —¿Vamos a forzar la sala de
profesores?
—Más como dejarnos entrar —me aseguró Toby—. Vamos.
Planté los pies firmemente en el borde del estacionamiento.
—Más te vale que estés seguro que no nos atraparán —le advertí—,
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porque no puedo correr si aparece la policía.
Toby empezó a reír.
—Es una historia graciosa —dijo—, ¿Max Sheppard? Porque el otro
día me dejo ir con una advertencia por mi luz trasera rota. Ahora vayamos.

***

La película recién había empezado. Toby y yo conseguimos asientos


a un costado, y traté de seguirlo, pero más que nada, terminaba siguiendo
la expresión de Cassidy.
Supongo que ella no creía que nadie la estuviera viendo y había
bajado la guardia, de la forma que lo haces en un cuarto vacío. De la
forma que yo lo hacía cuando cerraba las persianas y miraba al techo
sobre mi cama, fascinado y horrorizado por los pensamientos en mi
cabeza.
Se veía tan triste, a pesar de que la película era una comedia y
todos se reían, como si no estuviera prestando atención a la película, sino
siendo atacada por imágenes de algo más. Nunca la había visto así, y me
hizo preguntarme sobre lo que Toby había dicho, como había
desaparecido sin aviso y como nadie sabía qué pensar de eso.
Un par de personas se pararon cuando terminó la película, pero Luke
insistió en que había que mirar los créditos. Sorprendentemente, se
volvieron a sentar viéndose castigados; no me había dado cuenta de que
Luke tenía ese poder, pero tenía sentido. Había escuchado como lo
llamaban ―el rey de los nerds‖ y nunca había entendido la razón, pero
podía verlo fácilmente ahora.
—¿Qué te pareció? —preguntó Toby mientras depositábamos
nuestros filtros junto a los demás.
—¿La película?
—Obviamente la película es un clásico y Napoleón Dynamite es una
pálida imitación de esta superior película —dijo Toby irónicamente—, pero
no. Sobre esto: proyecciones secretas, invitaciones codificadas,
vandalismo positivo.
—Es impresionante —dije. Y lo decía en serio. No sabía que la gente
hacía cosas así, especialmente en Eastwood. Era extraño, darse cuenta de
que estas actividades clandestinas pasaban en un colegio que creía
gobernar, que había otras cosas pasando aparte de las fiestas de mis
viejos amigos—. ¿Por qué más gente no sabe de esto? 75
—Porque Evan Mcmillan trataría de convertir esto en un odioso juego
de beber —dijo Luke, uniéndose a nosotros.
—Sí, probablemente —admití—. Tomando cerveza a través de los
filtros de café.
Nos paramos en silencio por un rato, Luke tenía una mirada astuta,
como si estuviera feliz de que por fin pudiera ver lo que él podía hacer.
—Así que Luke —dije rompiendo el silencio—, ¿qué tal pasar Alguien
Voló Sobre El Nido Del Cuco en la enfermería? Sé que estaría algo
apretado pero sería perfecto.
—Amigo —dijo Toby—, eso sería épico.
—No pedí tus ideas, Faulkner —dijo fríamente Luke, retirándose para
hacer de anfitrión en un grupo cercano de alumnos de tercero.
—No le caigo bien —noté.
—No, por supuesto que lo haces —dijo Toby poco
convincentemente—, son amigos.
Le di una mirada.
—Su novia solía tener un gran enamoramiento contigo —admitió
Toby—, probablemente todavía lo tiene.
—¿Phoebe?
—Oh, Ezra, eres como un vampiro sexy —se burló Toby.
Parpadeé, pero tenía que admitirlo, él tenía un punto.
—Hola, vampiro sexy —dijo alguien, golpeando mi hombro.
Cassidy puso su pelo detrás de sus oídos y sonrió como si esta tarde
—y las horas anteriores— no hubieran pasado.
—¿Hola? —dije con cautela.
—¿Cuánto amas a Bill Murray? —preguntó, balbuceando sobre la
película que acabábamos de ver—. Lo adoro. Si él hiciera la pregunta, lo
Bill Murraría en un segundo.
—Um —dije, confundido. ¿Me había perdido de algo? La última vez
que me fijé, Cassidy me odiaba, y tenía la impresión de que no íbamos a
volver a hablar en el futuro cercano.
—Escucha —dijo Cassidy—, podría tener un protegido, así que toma
nota, eres tú. Te enseñaré todo lo que sé de debate, y ganaras el primer
lugar en el torneo de San Diego.
—¿Lo haré?
—¡Sí! Y los querubines angelicales tocaran pequeños ukeleles de
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alegría, dejaras incienso y frutas de coníferas en mi altar.
—Suena como un plan —dije secamente—, frutas de coníferas y
adoración divina. Anotado.
—¡Así me gusta! —sonrió Cassidy.
—Oh, miren por allá —dijo Toby inexpresivamente, disparándome
una mirada furtiva—, es alguien a quien de repente necesito molestar.
—Pensé que estabas enojada —dije luego de que Toby se fuera.
—Como Hamlet, mi locura es efímera6 —me informó Cassidy.
—No, pensé que estabas enojada conmigo —clarifiqué.
—Ezra, estas siendo ridículo. Ya lo superé. Eso es lo que las chicas
hacen; se enojan, y luego lo superan. ¿Nunca tuviste una amiga mujer?
Por supuesto que no; había salido con una buena parte de ellas,
pero nunca había querido ser amigo de las chicas de mi antiguo grupo.
¿Cuál hubiera sido el punto?

6 Es un juego de palabras, en inglés ―Mad‖ se puede traducir como enojado o como


locura.
Quizás Cassidy tenía razón —quizás solo las novias se quedaban
enojadas contigo. Igualmente, había algo en su sonrisa que no terminaba
de creer. Pero acepté mi buena fortuna, sabiendo que era mejor no
cuestionarla.

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Traducido por Katita & Mel Markham
Corregido por mariaesperanza.nino

Una vez cada septiembre, los profesores tienen un día de


entrenamiento, y nos dieron el día libre. Tercer año, Evan, Jimmy y yo
fuimos a Balboa, comimos hamburguesas con queso en el paseo marítimo,
y vimos una terrible película en 3-D. Pero ese año, me había olvidado por
completo del Día de Desarrollo del Maestro hasta el día anterior.
Como era de esperar, Toby y el equipo de debate planearon una
gran aventura, habían comprado entradas para un espectáculo en Los
Ángeles llamado Despertar de Primavera, y Toby intentaba sin éxito de
convencer a todos a vestirse como colegiales-del-siglo.
—En realidad, deberían venir con nosotros —dijo Phoebe, cuando 78
todo el mundo se dio cuenta avergonzadamente de que Cassidy y yo no
habíamos sido incluidos en el plan original—. Compramos nuestras
entradas en el verano, pero todavía podrían venir incluso si tienen asientos
en una sección diferente.
—Está bien —dijo Cassidy casualmente—, Ezra y yo ya teníamos
planes.
Esto era nuevo para mí. Toby me dio una mirada significativa, y me
encogí de hombros, sin tener idea de lo que hablaba Cassidy.
—¿Sí? ¿Ustedes dos irán espigando? —preguntó Sam, lo que hizo que
todos, excepto Cassidy, nos matáramos de risa.
Debería explicar: "espigar" es el momento de recoger los cultivos
putrefactos y magullados, la cosa de los trabajadores migrantes es que
dejan los campos cuando no son lo suficientemente buenos para vender
como producir. En realidad es un viaje de estudio necesario para
estudiantes de octavo grado. Fuimos en autobús a las antiguas tierras del
rancho por un día, con un fotógrafo del anuario, y es tan terrible como
parece.
Toby puso al tanto rápidamente a Cassidy sobre lo que nos reíamos.
—No estás hablando en serio —dijo Cassidy—, ¿todos tuvieron un
viaje de campo a recoger los tomates podridos? ¿Qué hay sobre ir a
museos?
—Sí —dijo Toby con sequedad—, no tanto. Bienvenida a Eastwood.
En el camino al tercer período, le pregunté a Cassidy qué quería
decir acerca de nuestros planes. Llevaba un vestido de encaje blanco con
correas que no se quedaban en su lugar, y no pude evitar imaginarme
pasando mis manos sobre sus hombros, deslizando las correas hacia abajo.
—¡Oh, sí! —Cassidy se encogió de hombros—. Me imagino que es el
momento perfecto para comenzar tu entrenamiento. Vas a ser mi
discípulo, ¿recuerdas?
—¿Cómo podría olvidarlo? —bromeé.
—Bueno. —Cassidy sonrió—. Encuéntrame fuera de Terrace Bluffs a
las ocho y media mañana por la mañana. Y lleva una mochila llena de
útiles escolares.

***

79
De alguna manera, las ocho y media de la mañana del miércoles se
sentía terriblemente temprano, como si mi cerebro estuviera convencido
de que debía tener la oportunidad de dormir en un día libre. Bostecé mi
camino a través de una taza de café y me uní a la fila de coches
esperando para salir de las puertas de Rosewood en su camino al trabajo.
Cuando llegué al arcén exterior de Terrace Bluffs, Cassidy se sentaba
en la acera, jugueteando con un par de Ray-Ban. Llevaba unos vaqueros,
una camisa con botones a cuadros y una mochila de color azul marino
que se encontraba a sus pies.
Había estado esperando otra de las antiguas y locas ropas de
Cassidy, y esto parecía fuera de lugar de alguna manera. Pero incluso
vestida normalmente, seguía siendo alguien que tenías que mirar dos
veces sin saber muy bien por qué. Era como si estuviera disfrazada de una
chica normal y descubrir el engaño era tremendamente divertido.
—Vi a un coyote esta mañana —anunció al subir en el asiento
delantero—, se hallaba en nuestro patio trasero obsesionado con el
estanque de peces carpa.
—Tal vez sólo quería un amigo.
—O buscaba un amante carpa —observó Cassidy con ironía.
Era una referencia a un poema, supuse, pero no podía ubicarlo. Me
encogí de hombros.
—Si tuviéramos suficiente mundo y tiempo —citó Cassidy—. ¿Andrew
Marvell?7
—De acuerdo —sonó vagamente familiar, como algo que Moreno
hubiera puesto en una identificación de nuevo en el concurso en Honores
de Literatura Británica, pero no era exactamente un gran fan de la
poesía—. Entonces, ¿a dónde vamos?
—Donde no tengamos nada que hacer, aparte de los negocios de
la travesura y el engaño —dijo—, sólo conduce por la Universidad de Town
Center.
Así que lo hice. Y mientras conducía, Cassidy me contó su teoría
sobre ganar en torneos de debate. Los polemistas más exitosos —"Los
llamaría debatientes maestros, pero está claro que no son lo
suficientemente maduros como para manejar eso, señor Suficiencia",
bromeó) sabía hacer referencia a la literatura, la filosofía y la historia.
—Y los más sofisticados a sus referencias, lo mejor —dijo Cassidy,
jugando con la salida de aire—, tú no quieres citar a Robert Frost, por el
amor de Dios. Cita a John Rawls o a John Stuart Mill.
No había oído hablar de ninguno de estos dos últimos tipos, pero no
80
dije nada. En realidad, trataba de averiguar si estábamos en una cita,
aunque una que había comenzado a las ocho y media de la mañana.
—Todavía podemos ir espigando —dije, asintiendo por la ventana al
pasar uno de los campos de naranjos restantes.
—No sé por qué piensas que es gracioso.
—¿No has oído? Es mi forma rustica de llevarte a un museo.
Cassidy negó con la cabeza, pero pude ver que sonreía.
La Universidad de Town Center era un lugar extraño para estar a las
8:45 de la mañana. Casi nunca iba allí, ya que se hallaba a quince minutos
en la dirección de Back Bay, este arrogante pueblo de playa WASP 8. En
realidad, Town Center se encontraba sobre la frontera entre Eastwood y
Back Bay, diciendo frontera me refiero a una estación de metro, un
complejo médico con el que estaba íntimamente familiarizado, y un club
de golf, donde mi padre era miembro.

7 Escritor inglés de poesía satírica. Cita de su obra Mientras Podamos (a su esquiva


amada).
8 Blanco Anglosajón y Protestante. (White Anglo-Saxon Protestant)
—Es irónico, ¿no es así? —le dije, entrando en el aparcamiento—,
como Town Center está en la frontera de dos ciudades, pero no es el
centro de ninguna,
Cassidy resopló con aprecio.
—Bueno, vamos —dijo poniéndose sus gafas de sol—, vamos a llegar
tarde a clase.
—Ja, ja —le dije, pero Cassidy no parecía estar bromeando—. ¿Qué
estamos haciendo realmente aquí?
El Town Center era el lugar de reunión no oficial de la Universidad de
California, Eastwood, cuyo campus se encontraba al otro lado de la calle.
—Ya te lo dije —dijo Cassidy con impaciencia, saliendo del coche y
cargando con su mochila—. Travesuras y engaño. Estamos consiguiendo
algunas clases en la universidad, conseguir que seas bueno y educado en
las artes liberales por lo que harás un impresionante debut en el torneo de
San Diego. Voila, aquí está nuestro horario de clases.
Bajé la vista hacia el post-it púrpura que me había entregado.
—¿La historia del Imperio Británico? —Leí en voz alta—. ¿Literatura
del siglo XVII? ¿Introducción a la filosofía?
—Exactamente —dijo Cassidy con aire de suficiencia—. Ahora date
81
prisa. Estamos tomando el camino más allá de la carretera menos
transitada, y llegar a tiempo hará toda la diferencia.

***

—¿No le avisaste a la profesora? —le pregunté, tratando de alcanzar


el mismo ritmo rápido de Cassidy, ya que tomamos la vía elevada de Town
Center al campus principal—. No estamos exactamente inscritos aquí.
—En primer lugar, es profesor, y no, no se dará cuenta. Solía pasar las
vacaciones de primavera en casa de mi hermano cuando se encontraba
en Yale, y me escapaba al azar en clases cuando me aburría. Nunca me
atraparon. Además, tomé cursos de estudio, los que tienen como un
centenar de estudiantes. Sólo vamos a apreciar las conferencias, tomar
notas sobre lo que podemos utilizar en el debate y, a continuación, ir en
nuestro camino feliz.
Que es básicamente lo que sucedió, en la historia del Imperio
Británico, por lo menos. Nos unimos a un centenar de estudiantes en un
sala de conferencias con eco y gradas, y nos sentamos a través de un
medianamente interesante, pero sobre todo, endebles cincuenta minutos
sobre el imperialismo, el capitalismo y la economía de guerra. Yo
obedientemente garabateaba algunas notas, que era más de lo que
podía decir por el tipo barbudo dos filas más abajo que pasó toda la clase
jugando Angry Wings en su teléfono.
—¿Y? —preguntó Cassidy, una vez que la clase había terminado y
salimos fuera, me había arrastrado a la línea para el carrito de café más
cercano—. ¿Qué piensas?
—Interesante —le dije, porque sabía que era lo que ella quería que
dijera.
—Aunque esto sea una locura, con todo hay método en ella —
Cassidy sonrió y se sirvió un poco de azúcar en su café—, Hamlet. Y
hablando de eso, es hora de un poco de literatura del siglo XVII.

***

Cuando llegamos a la sala de conferencias, algo parecía estar mal.


No fue hasta que noté los libros de texto que me di cuenta por qué.
—Creo que
¿Deberíamos irnos?
nos equivocamos de habitación —susurré—. 82
Y entonces entró un profesor en una divertida corbata, de fondo
plano, se dirigió a la parte delantera de la habitación y era demasiado
tarde para hacer nada más que sentarse y escuchar.
De alguna manera, terminamos en Química Orgánica. Había hecho
Química Avanzada en la secundaria, fue una de las experiencias menos
agradables allí, y supuse que química orgánica sería igual de dolorosa.
El profesor, un pequeño hombre de Europa del este con una
tendencia a acariciar su pequeña barba rubia, se arremangó la camisa.
Sacó dos cadenas de hidrocarburos en la pizarra al menos eso era lo que
reconocía. Uno tenía forma de M, el otro como una W.
—¿Quién puede decirme la diferencia? —preguntó, examinando la
sala de conferencias.
Nadie era lo suficientemente valiente como para responder.
—No hay diferencias —dijo finalmente el profesor—. Las moléculas
son idénticas, si las consideras en un espacio 3D.
Levantó dos modelos de plástico y giró uno de ellos. Eran idénticos.
—Ahora, si les complace —continuó, dibujando dos nuevas
moléculas en la pizarra—. ¿Cuál es la diferencia aquí?
Era alucinante, la forma en que de repente pude ver exactamente
lo que pedía, ahora que sabía mirar más allá de los garabatos en la pizarra
y de imaginar las moléculas como son en realidad.
—Vamos, ¿nadie juega al Tetris? —preguntó el profesor, ganándose
algunas risas.
—Son opuestas —dijo alguien.
—Son opuestas —repitió el profesor, levantando dos modelos nuevos
y girándolos—, de la misma forma en que su mano izquierda es opuesta a
su mano derecha. Son imágenes espejo de la otra, que denominaremos
enantiómeros.
Continuó, hablando sobre como los opuestos pueden ser en
realidad la misma cosa, y la forma en que se presentan juntos en la
naturaleza, no son en realidad opuestos en absoluto, sino simplemente
están destinados a participar en diferentes reacciones. No eran nada
comparado con las ecuaciones que nos habíamos visto obligados a hacer
en Química Avanzada, los números con exponentes tan altos que a veces
me sentía mal por mi calculadora. No había ninguna matemática en
absoluto, sólo teorías y explicaciones de por qué las reacciones
procedieron como lo hicieron, y por qué las moléculas se unían en tres
dimensiones. Yo no entiendo todo, pero las cosas que entendí fueron 83
bastante interesantes.
Cuando la clase terminó, Cassidy se giró hacia mí, una pequeña
arruga entre sus cejas.
—De verdad lamento haber confundido los salones —dijo ella.
—¿De qué estás hablando? Esto fue genial.
Nunca salí de un salón de clases con la mente acelerada a causa
de lo que había aprendido, y quería disfrutar de la sensación todo el
tiempo posible. Era como si mi cerebro de repente fuera capaz de
considerar el mundo con mucha más complejidad, como si hubiera mucho
más que ver, hacer y aprender. Por primera vez, pensaba que la
universidad puede que no sea como la escuela secundaria, que las clases
pueden en realidad valer algo, y luego Cassidy se echó a reír.
—¿Qué? —pregunté, un poco molesto por su interrupción en mi
momento Zen privado.
—A nadie le gusta la química orgánica. Es, como, el peor requisito
que hay para pre-medicina.
—Bueno, quizás me gusta porque no voy a hacer pre-medicina.
—No, estás pensando en ser un peón de campo. —Cassidy rodó los
ojos.
—Obviamente. Operaré en un horario estacional. Lo llamaré
Cosecha Primaveral.
Cassidy me golpeó con su cuaderno.
Después de una emocionante conferencia de filosofía sobre algo
llamado consecuencialismo, caminamos de regreso al Centro de la
Ciudad. Era alrededor del mediodía, y el clima se había vuelto abrasador.
El cielo, que era de un azul brillante justo por encima de nosotros aclaraba
al gris-blanco mientras que se desplegaba sobre las montañas.
Me quité la camisa, la cual usaba sobre una camiseta en caso de
que fuera una cita.
Cassidy miró como me metí la camisa con cuello en mi mochila.
—¿Qué te pasó en la muñeca? —preguntó.
—Nada, es sólo un refuerzo —le dije, sin querer entrar en detalles.
—¿Así que es una especie de moda deportiva? —bromeó Cassidy.
Empujó sus lentes de sol sobre su cabello, poniéndose seria de repente—.
¿Es por eso que usas siempre mangas largas?
—No —dije, burlándome de ella—, siempre uso mangas largas
porque es una especie de moda deportiva. 84
Ella sacó la lengua, lo que le daba el aspecto de un niño pequeño.
—Muy maduro —dije—. Creí que fingíamos ser estudiantes
universitarios.
—Ya no más. Las clases terminaron. Es la hora del almuerzo.
Conseguimos sándwiches en Lee‘s, una de esas cadenas que
crecen pensando que deben estar en todas partes, pero en realidad
existen solamente en California.
Ante la insistencia de Cassidy, llevamos nuestros sándwiches al otro
lado de la calle, en la pequeña ladera de rocas y hierba que corrían junto
al arroyo artificial y tuvimos nuestro picnic a la sombra de un roble. En el
sendero detrás de nosotros, los ciclistas zumbaban por el camino estrecho,
y cruzando el lago, podía ver otras parejas tendiendo sus picnics. No que
Cassidy y yo seamos una pareja.
Subí el volumen de los altavoces de mi teléfono y puse un álbum
viejo de Crystal Castles mientras Cassidy arrancaba la hierba, recogiendo
pequeñas flores blancas y las ataba en una corona.
—Toma —dijo ella, acercándose para poner el círculo sobre mi
cabeza.
Su cara se encontraba a centímetros de la mía. Podía ver las pecas
que cubrían su nariz y las manchas de oro en el inquietante azul de sus
ojos.
Cuando se alejó para ver cómo me veía con la corona de flores en
la cabeza, tuve la breve impresión de que sabía lo mucho que me
confundía y lo disfrutaba.
—¿Cuándo puedo quitarme esto? —pregunté.
—Cuando me digas para qué universidades aplicarás —dijo con
picardía.
Me encogí de hombros. Esa pregunta fue fácil.
—Probablemente aquí, tal vez algunas otras escuelas públicas.
Me di cuenta al instante que había dicho algo incorrecto.
—¿Así que eso es todo? —preguntó Cassidy—. ¿Estás bien con pasar
toda tu vida en los mismos veinte kilómetros cuadrados?
Sin decir palabra, me quité la corona y la examiné.
—Bueno, no es como si no fuera a ser reclutado en cualquier lugar.
—Oh. —Las mejillas de Cassidy enrojecieron, y jugueteó con la
servilleta por un momento—. Lo siento. No me había dado cuenta.
85
—No, está bien. Una escuela pública es tan buena como la otra. No
apuntaba exactamente la Ivy League.
—¿Por qué no? —preguntó Cassidy con curiosidad—. Todos en
Barrows lo están.
Ese no era el tipo de pregunta que solía encontrar: ¿Por qué no
Harvard o Yale? La respuesta era obvia: porque nadie esperaba que
asistiera a escuelas como esas. Nunca mostré un serio interés en el estudio,
y jugué al tenis esperando que nuestro equipo llegara al All State, no
entrenar para los Juegos Olímpicos. La gran mayoría de mis compañeros
de clase, incluido yo, nunca había visto la nieve.
—No creo que encaje —dije finalmente.
—No, por supuesto que no. —El tono de Cassidy goteaba
desprecio—. Prefieres adaptarte a los deportistas sin cerebro que ganan
concursos de popularidad de secundaria y las chicas insípidas que los
adoran.
—En caso de que no lo hayas notado, tampoco encajo con ellos.
Cassidy comenzó a reírse.
—Ezra —dijo lentamente—, todos lo han notado.
Me incliné y puse la corona de flores en su cabeza, dejando que mis
manos permanezcan en su cabello un poco más de lo necesario.
Y supongo que debería haber acercado su cara hacia la mía y
besarla, pero no lo hice. No podría decir si ella trataba de ver si lo haría, o si
realmente quería que lo hiciera, y no quería saber.
En su lugar, le conté como había sido para mí desde el accidente. Le
conté cómo pasé casi dos semanas en el hospital mientras el resto de mis
compañeros terminaban el primer año sin mí; cómo me perdí la
graduación, las elecciones escolares y la fiesta de primer a segundo año;
cómo fue cuando la primer cirugía no funcionó y mi mamá lloró cuando
supo que tenía que tener otra; lo que fue cuando mi entrenador de tenis
vino al hospital y lo oí pelear con mi papá en el corredor, culpándome;
como mis supuestos amigos me enviaron una tarjeta cursi que habían
firmado todos, en vez de visitarme; cómo los doctores hicieron una gran
cosa al decirme que nunca podría hacer deportes de nuevo que creí que
iban a decir que estaría en una silla de ruedas por el resto de mi vida;
cómo, la peor parte fue tener que volver a la escuela con chicos que
conocía desde jardín de niños, y que la única cosa que había cambiado
era yo, porque ya no sabía quién era, o quién quería ser.
Cuando terminé, Cassidy no dijo nada por un rato. Y luego cerró la
distancia entre nosotros y rozó sus labios contra mi mejilla.
86
Se encontraban fríos por la soda de dieta, y fue solo un instante. Pero
no se alejó. En su lugar, se sentó con sus vaqueros tocando los míos y
apoyando la cabeza en mis hombros. Podía sentir el aleteo de sus
pestañas contra mi cuello con cada parpadeo, y nos sentamos allí por un
tiempo, respirando tranquilamente juntos, escuchando el repiqueteo de
tráfico en University Drive y el murmullo del arroyo.
—Hay un poema —dice Cassidy finalmente—, de Mary Oliver. Y yo
solía escribir una línea de él en mi cuaderno de clases para recordarme
que no necesitaba avergonzarme de mi pasado y temer al futuro. Y
ayudaba. Así que te lo daré a ti. La línea es, ―Dime, ¿qué planeas hacer
con tu salvaje y preciosa vida?‖
—Bueno —digo—, ¿cuáles son mis opciones?
—Déjame consultar al oráculo —murmuró Cassidy, inclinándose
hacia delante para levantar una brizna de hierba. La examinó en su palma
como si estuviera leyendo mi fortuna—. Puede sonar tu alarido bárbaro por
los tejados... o sufrir los golpes y dardos de la fortuna insultante… o
aprovechar el día… o navegar lejos del puerto seguro… o buscar un
mundo nuevo… o la ira contra la agonía de la luz, a pesar de que ese no
empiece con s9, por lo que arruina un poco la poesía de todo, ¿no te
parece?
—Y yo que creía que ibas a decir doctor, abogado o empresario —
me reí.
—Sinceramente, Ezra —Cassidy se puso de pie, sacudiendo el
césped de sus vaqueros—, nunca vas a escapar del pensamiento
panóptico así.

87

9 En el original todas las oraciones comienzan con s.


Traducido por Apolineah17 y BeaG
Corregido por marivalepaz

Esa noche, saqué a Cooper hasta el final de nuestra calle y le lancé


una pelota. No era lo mismo que sacarlo para nuestras caminatas por los
senderos, pero él parecía disfrutarlo de igual manera. Incluso encontró un
conejo salvaje para cazar, aunque no creo que el conejo apreciara
particularmente el juego, o ser cazado como un juego.
Cuando llevé a Cooper de regreso a la casa, mi mamá se
encontraba en la mesa de la cocina con una taza de té a su lado,
hojeando la programación televisiva a pesar de que tenemos video bajo
demanda y programación continua.
—¿A dónde has ido? —preguntó. 88
—Al final de la cuadra —dije, vertiendo agua fresca en el tazón de
Cooper—. Lanzando una pelota.
—¿Sin correa? —Ella miró horrorizada—. Ezra, ¡está oscuro afuera! ¡Él
podría haber sido atropellado por un coche!
—Es una calle cerrada, así que lo dudo.
—Ese tono, jovencito.
—Lo siento. —Tomé un paquete de galletas de la despensa y las
abrí—. ¿Quieres una?
—No esta tarde —dijo—. Tráelas a la mesa y cuéntame sobre la
escuela.
De repente me arrepentí de mi incursión en la alacena.
—La escuela está bien —dije con la boca llena de galletas—.
Aunque éstas son terribles. Pensé que eran de chispas de chocolate.
—Son chispas de algarroba. Es más saludable. ¿Cómo van tus
clases?
—Bien. Necesito que firmes un formulario de permiso para el debate.
Hay un torneo por la noche en San Diego la próxima semana.
—¿Una excursión durante la noche? —Negó con la cabeza—.
Cariño, no lo sé. ¿No tienes terapia física los sábados?
—Puedo llamar a la Dra. Levine y volver a programar —dije con
impaciencia—. Y no se trata de una excursión, es un torneo. Me uní al
equipo de debate.
Cooper lloriqueó por una galleta, y yo le lancé una mirada que
decía Créeme, no quieres probar éstas.
—¿Es eso lo que tus amigos del consejo estudiantil están haciendo
este año? —preguntó mamá alegremente—. ¿Un equipo de debate?
—No exactamente. —Traté de no sonreír ante la idea de Jimmy
Fuller, nuestro enlace con el equipo deportivo, o Tiffany Wells, nuestra
presidenta de eventos sociales, saliendo con mi nueva gente del
almuerzo—. Toby Ellicott me pidió que me uniera. Él es el capitán este año.
—¡Oh, Toby! No he visto a ese chico en mucho tiempo. —Mamá
cerró la programación televisiva y se inclinó sobre la mesa, disminuyendo el
sonido de su voz hasta que era un susurro—. Dime, ¿resultó ser gay?
Me atraganté con la galleta de algarroba.
—¡Mamá!
—¿Qué? Tengo curiosidad, cariño.
89
La miré fijamente, paralizado. Era una de esas preguntas que no vas
por ahí preguntándole a la gente.
—¿Vas a firmar el formulario de permiso o debería pedírselo a papá?
—presioné.
—Déjamelo en el mostrador por la mañana. Puedo llevarte a la
tienda Nordstrom después de la escuela.
Acababa de levantarme de la mesa, y cuando mencionó compras,
me quedé paralizado.
—Bueno, vas a necesitar un traje para el debate, ¿no es así? —
continuó mamá desarrollando la idea—. Y podemos conseguirte algo de
ropa nueva también. Tus pantalones están un poco holgados, y no quiero
que estés tropezando con los dobladillos.
Sonreía como si el departamento de caballeros de Nordstrom fuera
la oportunidad perfecta para que pasáramos tiempo de calidad juntos. Y
entonces se me ocurrió una idea.
—En realidad —le dije—, iré con Toby. Él sabrá qué es lo que voy a
necesitar para el torneo.
—Esa es una gran idea. —Mamá sonrió—. Simplemente usa la tarjeta
de crédito de tu padre. ¡Los chicos gay tienen un gusto maravilloso en
ropa!

***

—No puedes simplemente comprar un traje del estante. —Cassidy


me miraba boquiabierta, horrorizada.
Esa misma canción de Vampire Weekend de la reunión de
bienvenida de la escuela secundaria se filtró a través de los altavoces
invisibles, impregnando el departamento de caballeros de Nordstrom.
Suspiré, abrumado por la interminable extensión de los percheros de ropa.
—Toby —se quejó Cassidy—. Díselo.
—Viendo cómo todos mis trajes provienen del taller de señores de
Salvation and Army, no lo sabría. —Toby sonrió, disfrutando de mi
malestar—. Pero definitivamente necesita un botón rosado.
—Como el infierno que lo hago. Ustedes dos apestan.
—¿Necesitamos algo de ayuda por aquí? —Una sonriente 90
dependienta, que podría haber sido la madre de alguno de nuestros
compañeros de clase, preguntó.
—Sí, en realidad —dijo Cassidy animadamente—. ¿No hacen ustedes
sastrería gratuita en las americanas?
Una hora después, tenía el maletero lleno de bolsas de compra y
una nota de sastrería para un nuevo traje, el cual podría recoger dentro de
una semana.
—Podría haber sido peor —dijo Cassidy, dándome una palmada en
el hombro a medida que subíamos de nuevo en mi coche—. Podrías haber
pasado dos horas probándote diferentes tipos de pantalones plisados con
tu mamá.
—No has conocido a su madre —rio Toby—. Hubieran sido tres horas.
Y un corte sorpresa de cabello.
—¿Cuándo ustedes dos unieron fuerzas? —Me quejé.
—Al parecer no lo suficientemente pronto. —Cassidy sonrió—. Ahora,
¿quién quiere estudiar para el examen del Sr. Anthony?
El horario de Toby era opuesto al nuestro; él tenía inglés primero y
después historia.
—¿Qué tal si simplemente me dan las respuestas mañana en el
receso? —sugirió Toby.
—¿Qué tal si pego tu corbata de moño alrededor de tu cuello? —
respondió Cassidy.
—Me gustaría verte intentarlo. —Toby rio y encendió la radio—.
Vamos a sacar el infierno afuera en el Centro Prisma ahora que tenemos lo
que vinimos a buscar.
—¿Vamos a estudiar a alguna parte, o voy a fallar de nuevo? —
pregunté.
—Vamos a estudiar. —Suspiró Toby.
Nos fuimos en coche hacia esta extensión gigantesca de tiendas
cerca de la escuela llamado Legacy. Fue agradable dispersar nuestras
cosas en el café de Barnes and Noble, bebiendo café y estudiando con
otras personas como si fuera algún tipo de actividad social. Nunca había
hecho eso antes.
Bueno, quiero decir, lo había hecho, esa vez que Charlotte insistió en
que hiciéramos nuestra tarea juntos en Starbucks cuando habíamos
empezado a salir, pero eso se trató principalmente de que me frotara el
pantalón debajo de la mesa hasta que tuvimos que renunciar a estudiar
para regresar a su casa, ya que sus padres nunca se encontraban allí. Así
91
que supongo que nunca había estudiado efectivamente con otras
personas. Claro, Cassidy se burlaba de mí, pretendiendo que se había
metido con mi bebida cuando volví del baño (ella no lo había hecho; sólo
quería hacer que sospechara), pero en realidad conseguimos terminar el
trabajo.
Para el momento en que nos hallábamos razonablemente
preparados para el examen, se había hecho tarde.
—Así que, Faulkner —dijo Toby—, puedo estar equivocado, pero creo
que quieres comprarme la cena porque fui de mucha ayuda, ayudándote
a elegir una corbata.
—Bien —dije. Siempre había sido así, incluso cuando éramos niños. Mi
mesada de cinco dólares por semana había financiado la mayor parte de
sus caramelos y su adicción a las tarjetas de Pokemon—. Déjame decirle a
mi mamá que no estaré en casa para la cena.
Saqué el teléfono, entré a la sección de revistas, y rápidamente le
aseguré a mi mamá que no, que no íbamos a comprar comida rápida, y
que sí, ya habíamos comprado todo lo que necesitaba.
La conversación no iba a terminarse pronto, así que me senté en un
banco y hojeé una revista de música que alguien había dejado, deseando
que ella simplemente aprendiera cómo enviar mensajes de texto.
—Sí, los tengo, como, mocasines o algo así… con suela de goma, me
acordé de esa parte… No lo sé, de una especie de marrón rojo.
Suspiré, deseando que ella perdiera el interés.
—Mamá —dije enérgicamente—. Todos están esperando, me tengo
que ir… Sí, estaré en casa antes de las nueve. Está bien… Bueno, adiós.
—Oh, cállate —dije cuando regresé a nuestra mesa en el café.
—Yo no he dicho nada —Toby sonrió ampliamente.
—Tu silencio me está juzgando.
—Eso probablemente es cierto —admitió Toby.
Caminamos por el estacionamiento hacia In-N-Outs Burger, que
técnicamente no cuenta como comida rápida, ya que hay que esperar.
—¿Sabes acerca del menú secreto? —le preguntó Toby a Cassidy—.
Porque puedes ordenar todo tipo de cosas. Cerveza de raíz, papas fritas
estilo-animal…
—Obviamente. —Cassidy rodó los ojos—. He vivido en California
92
antes.
—¡No! ¿En serio? —se burló Toby.
—Bueno, ¿saben acerca de las palmeras? —pregunté.
Los dos me miraron. Yo sonreí.
—Hay dos palmeras plantadas en una X afuera de todos los In-N-
Outs —dije—. Eso proviene de alguna vieja película que al dueño le gusta,
porque en la película un tesoro fue enterrado allí.
—Eso es terrible —dijo Cassidy—. Fingir que un lugar de comida
rápida es un tesoro escondido.
—No lo sé —dije—. Creo que es genial. La mayoría de la gente no lo
sabe, pero cuando lo haces, buscas por la X cada vez que pasas por un In-
N-Out.
—Al igual que IHOP —Toby dijo—. Mis primos lo llaman ―dohi‖, ya que
es IHOP al revés. Eso se mete en tu cabeza. Simplemente verás el signo
―dohi‖ al revés la próxima vez que pases por uno, créeme.
Inmediatamente pensé en las cadenas de hidrocarburos de la
química orgánica; la misma cosa al revés, y cómo saber encontrarlo
cambia toda la perspectiva. Casi lo mencioné, ya que Cassidy sabría de lo
que hablaba, pero no lo hice. No porque ellos fueran a pensar que era
raro, o nerd, sino porque el momento era tan perfecto que no necesitaba
nada más.

***

—Amigo —susurró Toby mientras tomábamos el recibo de nuestra


orden—. ¿Sabías que Justin Wong trabajaba aquí?
Me encogí de hombros.
—Deben pagar bien.
Justin se encontraba en mi clase de matemáticas. Era un tipo
bastante poco memorable, a excepción de su auto —ése Honda
ridículamente rápido, los chicos agradables de la escuela se referían a él
como el cohete de arroz.
Llenábamos nuestras bebidas en la máquina de refrescos, cuando lo
escuché por primera vez: un sonido familiar de risa. Mis hombros se pusieron
rígidos.
—Oh, mátame. —Toby se apoyó en la máquina de refrescos, 93
mirándolos.
Efectivamente: Charlotte, Evan y Jimmy se encontraban en la
cabina de la esquina, la que tenía ventanas más grandes, donde siempre
nos sentábamos cuando veníamos aquí.
—¿Crees que deberíamos irnos? —murmuró Toby.
—¿Ir a dónde? —pregunté—. Nunca puede haber hamburguesas en
mi coche, porque entonces mi auto olería como hamburguesa, y créeme,
eso es un riesgo que no estoy dispuesto a tomar.
—Podríamos ponerlas en el maletero —sugirió Toby
desesperadamente.
—No voy a comer una hamburguesa que ha estado en el maletero
de alguien —dijo Cassidy.
—Podríamos comerlas en el estacionamiento —dijo Toby.
—Ya que eso no es obvio. —Puse los ojos en blanco—. Ellos están
sentados junto a la ventana.
Nos agrupamos alrededor del surtidor de ketchup, mirando la mesa.
Ellos acaban de conseguir su comida y claramente no tenían planeado
irse en cualquier momento pronto.
Uno de los empleados de In-N-Out, un chico de una escuela
diferente, dejó otras tres hamburguesas y papas fritas en la mesa.
—Oye, ¿Ezra? —Justin Wong me llamó—. Le pedí a Angelo que les
llevara la comida a su mesa.
Miré a Justin sin comprender. Y entonces me di cuenta: las
hamburguesas eran nuestras.
—Increíble —le dije con voz hueca—. Gracias.
—Mierda —Toby dijo en voz baja.
—Bueno, vamos. —Lo dije como si estuviéramos esperando fuera del
servicio funerario y también pudiéramos entrar.
—Oh, bueno, ¿quieres decir que conseguí pasar el rato con tus viejos
amigos? —Cassidy sonrió enormemente.
—Sé agradable —le advertí.
—Uno pensaría que me cepillé los dientes y me afilé la lengua cada
mañana, por la manera en que lo dice —se quejó Cassidy.
—Más bien cepillaste tus dientes y apagaste tu sentido común —dijo
Toby.
Fue Evan quien nos vio primero. Su voz barítona de surfista a través
94
del restaurante al tiempo que alzaba su suave bebida en el aire como si
fuera una especie de brindis y llamó.
—¡Oye, Faulkner! ¡Mueve tu culo cojo hasta aquí!
—Oye —dije tímidamente mientras me arrastraba hasta la mesa—,
¿Qué hacen?
—Solo relajándonos —dijo Evan.
Jimmy asintió entusiasmadamente. Se comía una hamburguesa 4x4
Estilo Animal, una pila de carnes pegajosa y gruesa exudando salsa. Había
otra hamburguesa idéntica en su bandeja, porque aparentemente una no
era suficiente. Tomó un mordisco, y me recordó a este vídeo que había
visto en YouTube sobre un león de montaña devorando a una gacela.
—Así que, una historia graciosa —dije—, pero Justin envió nuestras
bandejas a tu mesa.
—¿Quién? —preguntó Charlotte sin comprender.
—Justin —repetí—, ¿el chico detrás del mostrador? Está en nuestro
año de escuela.
No podía entender como ella no sabía a quién me refería. Y luego
me di cuenta de que Charlotte siempre había hecho esto… pretendía no
saber de qué compañero de clases hablabas, como si pensara que se
encontraba por encima de recordar a ciertas personas.
—Oh. —Charlotte frunció el ceño, desinteresada—. Bueno, lo que
sea. Ahora estás aquí, así que únete a nosotros.
—Sí, amigo, hay mucho espacio. Siéntate —dijo Evan.
No lo habíamos discutido, pero sabía que el plan era conseguir
nuestra comida y calcular la física de cual mesa se hallaba más lejos de
esta cabina, esa mesa siendo el lugar óptimo para disfrutar de nuestra
cena. Pero no podía rechazarlos. No desde que me había alejado de
todos sin ninguna explicación, desde que la escuela había comenzado.
—Suena bien —dije con un encogimiento de hombros, deslizándome
dentro de la cabina.
Podía sentir la mano de Cassidy en mi manga, como si quisiera que
yo supiera que ella se deslizaría primero para que yo pudiera sentarme en
el final, pero apreté los dientes y me escabullí a lo largo del asiento de piel
artificial, no quería que mis viejos amigos vieran lo inútil que era.
—¿Dónde está Jill? —pregunté, desenvolviendo mi comida. Tiré la
mitad de las papas fritas en mi bandeja y sin decir nada le pasé a Cassidy
el pequeño contenedor de papel, ya que lo compartíamos. 95
Charlotte me miró dividir el contenedor de papas como si fuera algo
relevante.
—Está atrapada haciendo alguna basura del Consejo Estudiantil, ni
siquiera sé. Pero nos dará tiempo de conocer a tu nueva amiga. —La
sonrisa de Charlotte goteaba veneno mientras agitaba la pajita de su
batido.
Todos mordimos nuestras hamburguesas. Tres mesas más allá, un niño
demasiado grande para su silla de niños gritó por el postre mientras sus
padres comían, ignorándolo.
—Faulkner, ¡no fuiste a mi fiesta! —Me acusó Jimmy.
—Sí, lo siento. ¿Cómo estuvo?
—Connor MacLeary se presentó ebrio y tiró el barril dentro de la
piscina. —Jimmy se encogió de hombros filosóficamente—. Y la perra de mi
vecina llamó a los policías. Tuvimos que pretender que era una parrillada
de la Iglesia.
—¿Eso en verdad funcionó? —preguntó Toby, atónito.
—No. —Jimmy tomó otro bocado de su hamburguesa.
—Así que, Cassie —dijo Charlotte alegremente—. ¿De dónde dijiste
que venías? ¿Chino? ¿Compton?
Cassidy sonrió al insulto, como si encontrará que Charlotte es
extremadamente graciosa.
—San Francisco —dijo Cassidy—, pero he vivido en todas partes del
mundo, realmente. Londres, Zúrich, incluso en Luisiana por un par de años.
—Oh… —La cara de Charlotte decayó considerando esto—, siempre
he querido visitar Europa.
—Bueno, ¿a dónde va la clase de viaje? —quiso saber Cassidy.
Todos la miramos sin comprender.
—¿No tienen eso? —preguntó Cassidy, sin poder creerlo—. ¿Los de
último año no van a España o algún lugar a recorrer museos e iglesias
durante una semana?
Me comencé a reír.
—Vamos a Six Flags.
—Es algo bueno que no sea Disneylandia —dijo Charlotte
dulcemente, con una mirada hacia Toby.
Ante eso, Evan se echó a reír.
—Nena —balbuceó, tratando de mantenerla bajo control—, eres
maldad pura.
96
—Lo que sea, lo amas —replicó Charlotte, tocando con su dedo
índice la punta de la nariz de él. Era tan adorable que casi vomité sobre mi
adorado montón de papas fritas.
—¿Así que, todos han estudiado para la prueba del Sr. Anthony? —
pregunté, rápidamente cambiando el tema sin pensar.
—¿Qué prueba? —preguntó Jimmy nerviosamente.
—Historia Europea —dijo Cassidy.
—Amigo, ninguno de nosotros está en Historia Europea. —Evan rió
entre dientes, metiéndose un puñado de papas fritas en la boca.
—Es el último año —dijo Jimmy—, solo tengo cinco clases, contando
tenis.
—Contando tenis, eso requiere pelotas —murmuró Toby.
Cassidy resopló, yo traté de no hacerlo.
Evan se inclinó y tomó un puñado de papas del plato de Charlotte.
Ella hizo un puchero falso y golpeó su mano mientras él se las metía en la
boca riéndose.
—Tengo hambre —dijo Evan a modo de disculpa—. Lo hice bastante
bien en la práctica esta tarde.
—¡Demonios, sí! —afirmó Jimmy. Chocaron sus puños grasosos sobre
el dispensador de servilletas. Toby hizo una mueca.
—Entonces, Ezra —dijo Charlotte—, ¿por qué no te estás sentando
con nosotros en el almuerzo?
Todos los ojos se encontraban puestos en mí. Me encogí de hombros
y tomé un trago de mi bebida, calando. La familia con el niño gritón
habían dejado sus bandejas en la mesa al pararse para irse.
—Bueno… —Mi voz se apagó sin saber cómo responder.
¿Ella honestamente quería que lo dijera en voz alta? ¿Qué se sentía
mal que volviera, cómo si ellos me quisieran a su alrededor por una lástima
residual? ¿Qué habían sido pésimos amigos cuando yo había estado en el
hospital? ¿Qué ella me había engañado en la noche del accidente, y por
eso, la culpaba por lo que había pasado solo un poco? ¿Que si, se trataba
de eso, prefería comer el almuerzo en una camilla de la enfermería que ser
testigo diario de Charlotte sentándose en el regazo de Evan?
Afortunadamente, Toby vino a mi rescate.
—Faulkner está ahora en el equipo de debate.
Todos se echaron a reír, como si Toby hubiera afirmado que había
unido mis fuerzas con los niños que llevaban sus portátiles y audífonos al 97
colegio para jugar el videojuego World of Warcraft a la hora del almuerzo.
—¿En serio, amigo? —preguntó Evan.
—Seguro —dije—, ¿por qué no?
—¿Podemos hablar? —Charlotte batió sus pestañas, su sonrisa
curvándose peligrosamente.
Sin que yo lo pidiera, Cassidy y Toby se pararon de sus asientos para
que yo pudiera salir de la cabina. En un grueso e incómodo silencio, seguí
a Charlotte hasta la barra de los condimentos.
No habíamos hablado. No desde la fiesta de pre-graduación de
Jonas Beidecker, cuando corrió detrás de mí insistiendo que esperaba a
que no faltara a la fiesta de graduación. Y había mucho que decir, y que
no decir, que no sabía por dónde empezar. Pero Charlotte claramente lo
sabía.
—¿Qué pasa contigo? —demandó—. ¿Estás saliendo con Toby
Ellicott y uniéndote al equipo de debate?
Charlotte aún usaba la falda del equipo de canto, lazos atados
alrededor de su cola de caballo, y una pequeña huella de una pata azul
pintada en su mejilla. Pero su expresión se encontraba lejos de ser alegre.
—¿Entonces? —preguntó, esperando por una explicación.
Pero la cosa era, que según mis cálculos, yo no le debía una a ella.
No por algo tan trivial como a quién escogía para almorzar.
—Así que tú y Evan —repliqué—. Increíble. Tienen mi voto para el
Baile de Bienvenida.
—Oh, por favor —protestó Charlotte, su voz un poco demasiado
vehemente—, esa no es la razón por la que estamos juntos.
—Por supuesto que no. —Reprimí una sonrisa, notando como mi
comentario la había enfurecido.
—Esto es ridículo —dijo Charlotte—. Deberías regresar a nuestra
mesa. No es tu lugar sentarte con esos perdedores. Incluso trae a tu
estirada novia. No me importa.
—No son perdedores. Y Cassidy y yo solo somos amigos.
—Claro —se rió Charlotte—, porque tantas chicas te miran y piensan
―Ese es el chico con el que me gustaría ser solo amigos‖.
—¿De qué estás hablando?
Yo estaba bastante seguro de que la mayoría de las chicas me veían
y pensaban ―Ese es el chico que casi se murió en la fiesta de Jonas. Solía
ser una estrella deportiva, pero ahora está como paralizado. ¿No es muy
triste eso?‖
98
Alcé una ceja, esperando que Charlotte dijera lo que los demás no
decían. En vez de eso, suspiró y agitó su falda como si yo la exasperara. Era
un movimiento que reconocía de los días felices de tercer año, cuando
habíamos comenzado a salir.
—¡Dios mío, Ezra! Abre los ojos. Eres todo melancólico y deprimido
ahora, y ni siquiera me preguntes por qué, pero oscuro, profundo y
retorcido totalmente funciona en ti. Podrías tener a quien quisieras, así que
deja a los marginados sociales y deja de ponerte de mal humor por la
lesión en tu rodilla.
Mi rodilla lesionada… claro. Ni siquiera sabía que decir a eso, así que
hice lo que siempre hacía alrededor de Charlotte… alrededor de mis viejos
amigos, en realidad. Me encogí de hombros y no dije nada.
—Escucha —dijo, acercándose a mí y haciendo un lindo puchero—.
Tendré una fiesta el próximo viernes. Vendrás, ¿cierto?
Ahora estaba seguro de que ella coqueteaba. Pero la cosa era, que
yo no lo quería.
—En realidad, no. Estoy ocupado.
—¿Haciendo qué?
—Torneo de debate —dije, disfrutándolo—. Todo el fin de semana,
desafortunadamente. Fuera de la ciudad.
—No estás hablando en serio.
Me incliné hacia delante, cerrando la distancia entre nosotros y
sabiendo que me alejaría con lo que dijera ahora.
—Estoy hablando tan en serio como un accidente automovilístico.
Le di mi mejor sonrisa antes de ir de nuevo a la mesa.

***

Mientras caminábamos de regreso a mi auto, solo me di la vuelta


una vez. El sol se ponía, y las luces guindando entre las palmeras se
acababan de prender. Pero incluso en la noche color púrpura, con el
resplandor de cientos de pequeñas luces reflejadas en las ventas de In-N-
Out, los podía ver sentados ahí en la larga cabina, la que habían tomado
solo para ellos tres. Su comida se había acabado, pero ellos atesoraban la
mejor mesa del lugar como si fuera de ellos siempre y cuando quisieran. 99
No hace tanto tiempo atrás, yo habría estado ahí con ellos,
inhalando una hamburguesa Doble-Doble después de la práctica de tenis,
sumergiendo mis papas fritas en el batido solo para hacer que Charlotte
gritara con disgusto. Me habría reído con las payasadas de Evan y Jimmy,
porque todos sabíamos que lo hacían para ver cuánto tiempo me tomaba
hacerlos parar.
—Vamos a hacer que nos saquen —advertiría, sacudiendo mi
cabeza—. Tomarán una foto de nosotros en estos estúpidos sombreros de
papel y la guindaran en la pared solo para avergonzarnos.
Y finalmente, cuando Justin Wong viniera puntualmente a llevarse
nuestras bandejas, yo le daría una mirada de disculpa cuando los demás
no estuvieran viendo, sabiendo que habíamos estado mal, pero que nos
habíamos salido con la nuestra de todas maneras.
—Bueno —dijo Cassidy, subiendo en el asiento delantero—, eso fue
exquisitamente desagradable.
—¿Bienvenida al condado de California, perra? —ofreció Toby.
—Solo vámonos. —Puse un poco de música, no queriendo hablar
sobre ello. La banda Arcade Fire sonaba en la estación de la universidad
local, cantando acerca de crecer en los suburbios. Me concentré en la
letra hasta que di la vuelta en Princeton Boulevard.
—Un cardo ruso —notó Toby—. Cincuenta puntos si le pegas.
—En Rusia —dije, haciendo un terrible acento—, los cardos rusos te
pegan.
—No hay cardos rusos en Rusia —dijo Cassidy—, pero hablando de la
policía secreta de Rusia, ¿qué pasó con tu ex novia?
Me reí sordamente.
—Me informó que estoy alterando el equilibro de los estatus. Y que
está teniendo una fiesta el viernes que viene.
—Nosotros también —dijo Toby—, y te puedo asegurar que la de
nosotros será mejor, y mucho más exclusiva.
—Lo será —me aseguró Cassidy—. Aún tienes que experimentar lo
increíble que es una fiesta en una habitación de hotel.
—Mi único lamento en la vida —respondí.
—No lo sé —pensó Toby—, ese copete que tenías en sexto grado era
bastante malo.
Cassidy se rió.
—Está mintiendo —dije—. Es físicamente imposible que mi cabello se
ponga copetoso.
100
—¿Desde cuándo copete es un verbo? —se rió Toby.
—Desde que comenzaste a mentir con que yo tenía uno —dije,
cruzando el aparcamiento de la escuela. Empezaba a llenarse con carros
por el juego de futbol.
—Llevaré a Cassidy a casa —dijo Toby, buscando sus llaves.
—Estoy bien —protestó Cassidy—. Ni siquiera sé por qué están tan
asustados de los coyotes.
—No lo estoy —dijo Toby—. Estoy asustado de que Faulkner vaya a
ofrecerse a poner tu bicicleta en su maletero de nuevo y todos sabemos
que se matará levantándola.
—Eres un imbécil —le informé.
—¡Al menos yo no tenía un copete en sexto grado!
Traducido por Zafiro
Corregido por Aimetz14

Cassidy y yo nunca dijimos a nadie adónde habíamos ido durante el


Día del Desarrollo del Maestro. No habíamos jurado guardar el secreto ni
nada, pero se sentía extrañamente privado, enmarañado en las cosas que
había confesado y en el breve momento en que presionó sus labios contra
mi mejilla. De alguna manera, sin embargo, Toby podía sentir que algo
había pasado entre nosotros, y me encontraba menos que emocionado al
respecto.
—Por eso me dirigí a su casa —explicó en la fila del almuerzo el
viernes—. Es... no es lo que crees. Es impredecible.
—Entonces deja de tratar de predecir que me arruinará —le 101
contesté, pagando a la señora del almuerzo por mi sándwich—. ¿De qué
se trata esto, de todos modos? ¿Qué tan bien se conocen el uno al otro?
—Bíblicamente, Faulkner. Nos conocemos bíblicamente.
—Sí, estoy seguro.
—Bueno, nuestros equipos salían a veces. Nos invitábamos
mutuamente cuando teníamos fiestas de habitación —dijo Toby—. Y están
estos pequeños coqueteos que suceden, debate-cesto o como quieras
llamarlo. Actuaba como si no pudiera tener suficiente de alguien durante
un día, y luego perdía interés por completo. Deja un rastro de corazones
rotos, y no se da cuenta o no le importa.
Tomé mi cambio de la señora del almuerzo.
—¿Ese es el problema? Recuérdame nunca decirte lo que sucede
en el campo de tenis —dije, agarrando unas servilletas.
—Me gustaría hacer una broma tipo se cayó el jabón, pero tengo la
sensación de que las señoras del almuerzo no la apreciarán. —Toby cogió
un recipiente de polietileno de "Pollo General" y le dio una dudosa
olfateada antes de entregar algunos arrugados dólares—. Hay algo
diferente en Cassidy este año, y no sé lo que ha cambiado, pero tengo un
mal presentimiento sobre esto. Ahora, ¿qué piensas? ¿Este pollo en
general, o algún tipo específico de pollo que han omitido identificar?
—Parece repugnante.
—Obviamente. Pero, ¿su repugnancia te recuerda algo? —Toby
presionó esperanzadamente—. ¿Pollo General Tso, tal vez?
Miré de nuevo.
—Es en general pollo repugnante —le informé.
—Mmm —lo contempló tristemente—. Creo que tienes razón.

***

Pasé el fin de semana sacándome de debajo de un montón de


trabajo. Moreno quería un "ensayo práctico" de Gatsby, que al parecer se
diferenciaba de un verdadero ensayo, muy probablemente de una
manera que no existía. El entrenador Anthony quería cincuenta términos
clave para el martes, escrito a mano, para impedirnos el uso de copiar y
pegar. Y tenía una prueba para hacer en casa de cálculo. El único punto
brillante fue la noche del domingo, cuando Cassidy finalmente me destelló 102
código Morse desde la ventana de su dormitorio.
Hola, dijo, parpadeando dos veces. Hola, Hola.
Todavía recordaba código Morse de mis días de Cachorro Scout, y
alcancé el interruptor de la lámpara de mi escritorio y le destellé un Hola
de regreso, preguntándome y medio esperando que me pidiera
escaparme y encontrarla en el parque.
Pero su ventana se quedó a oscuras después de que le respondí,
aunque sabía que se hallaba ahí, mirando. Así que me fui a dormir
pensando en ella, en la curva de su espalda en un ligero vestido de
algodón, en su pelo torcido en una corona de trenzas, en ella, saltando
desde el cenit de los columpios de plástico y limpiando la caja de arena,
dando una limpia vuelta alrededor de todo Eastwood, California, mientras
que se hallaba allí, atrapado en la monotonía de todo, aturdido mirando.

***

Toby llamó a dos sesiones de práctica para el equipo de debate


después de la escuela esa semana. Nos emparejamos para simulacros de
debates el martes y fui emparejado con Phoebe. Cassidy hizo de juez,
sentada con las piernas cruzadas sobre la mesa de la Sra. Weng y jugando
con los flecos de su bufanda.
Toby me había enseñado cómo fluir, o tomar notas, el día antes, y
todavía usaba una de esas cuadrículas fotocopiadas con las flechas
dibujadas dentro. Me hacía sentir discapacitado. Lo único bueno era que
Phoebe, quien había sospechado que me aplastaría, terminó siendo
sorprendentemente terrible en debate, y sólo había competido en un
torneo hasta el momento. Después de nuestras declaraciones de cierre,
entregamos a Cassidy nuestras notas y nos acercamos a examinar la vitrina
de trofeos en el fondo de la clase.
Los más impresionantes tenían un par de años por lo menos, el
legado de los estudiantes graduados. Lo que una vez había sido un equipo
campeón se había convertido en un destinado lugar de reunión nerd, con
sus participantes buscando diversión en lugar de la gloria. No me podía
imaginar que algo así le sucediera alguna vez al equipo de tenis de la
escuela —o a cualquier equipo deportivo, realmente. Te divertirás si estás
ganando, mi padre solía decir, como si fuera posible controlar este tipo de
cosas.
—¿Alguno de estos es reciente? —le pregunté a Phoebe, señalando
con la cabeza hacia la vitrina.
103
—Un par. El hilarantemente pequeño es de Toby. Y la placa es de
Sam y Luke, en realidad son dignos debatientes del equipo cuando Sam
no se deja llevar por la agenda republicana. —Se rio un poco—. Eres
sorprendentemente bueno en hablar en público, sabes.
—Sí, bueno, es posible que tenga una forma de hablar decente,
pero su flujo es un desastre —dijo Cassidy, bajando desde el escritorio de la
señora Weng y pasando de vuelta nuestras notas. La mía parecía su pluma
había tenido una hemorragia por todas partes, mientras que la de Phoebe
sólo tenía algunas marcas.
—Y tú eres lo contrario —continuó Cassidy, frunciéndole el ceño a
Phoebe—. Sólido esquema, pero tu manera de hablar es poco
convincente. Vamos, vamos a verlos a los dos con un tema diferente.
Practicamos hasta las cuatro y media, cuando Austin tenía
preparación SAT y yo tenía que salir de allí a fisioterapia, sólo dije que era al
dentista. Sé que la terapia física no es nada de lo que avergonzarse, pero
todavía sonaba mal: "terapia", como si necesitara ayuda profesional para
funcionar.
Por lo menos era sólo fisioterapia, no una de esas sesiones de
consejería de trauma en las que el hospital había insistido después del
accidente. Las que no podía soportar, pero por suerte las recibía una vez al
mes con el Dr. Cohen, el más grande idiota del mundo de la psicología
clínica. En serio, sus dientes eran tan blancos que probablemente brillaban
en la oscuridad.
Así que me dirigí tímidamente hacia el centro médico, donde pasé
una hora en la bicicleta estática y en la caminadora, escuchando los
debates de muestra que Toby me había dicho en un archivo de audio y
tratando de no pensar en Cassidy. Actuaba como si nunca se hubiera
molestado por la anoté en el equipo de debate, y no podía entender si
sólo tuvo una reacción exagerada o escondía su enojo.
Tal vez era como Toby había dicho, y era impredecible. Pero lo
dudaba. Porque todas las noches alrededor de las once, desde el otro
lado de Meadowbridge Park, la ventana del dormitorio de Cassidy se
oscurecía, y su linterna parpadeaba el mismo saludo para mí en código
Morse. Siempre hola. Hola, hola. Nada más. El comienzo de una
conversación sin terminar de la que no tenía las agallas para tomar el
control.
Me fui a dormir todas las noches de esa semana esperando que lo
que sea que había entre nosotros empezara a viajar a la velocidad de las
linternas, pero nunca lo hizo. Como siempre, me dejaba con ganas de
más, y soñando como sería si alguna vez lo tengo.
104
Traducido por letssinkhearts
Corregido por Val_17

El torneo se celebraba en SDAPA, la Academia de San Diego para


las Artes Escénicas. Era uno de esos campus estilo Misión, todos los arcos
con mosaicos en blanco adobe. Casi esperaba ser capaz de oír el
estruendo de las olas en la playa desde el estacionamiento.
Nos habíamos atrasada a causa del tráfico, y casi no tuvimos tiempo
para cambiarnos de ropa. Cassidy, Phoebe, y yo tuvimos que agarrar las
maletas y cambiarnos en el baño, mientras que el resto del equipo, que
había llevado sus trajes a la escuela, se apresuraron a registrarse.
A nuestro alrededor, el campus se había convertido en un centro
frenético de estudiantes con trajes de negocios y uniformes de escuelas 105
privadas. Pasamos a dos chicos cargando cajas de archivos, apilándolas
en un montón y atándolas con un cable elástico, y a una chica que
recitaba un monólogo a una pared de ladrillos. Todo el lugar tenía un aire
desesperado, el último minuto de preparación que me recordó a la
mañana en que me había sentado en el examen.
Me puse el traje, el cual, tuve que admitir que encajaba mucho
mejor que los que había alquilado para bailes formales. Las chicas se
demoraron más, y pasé unos minutos parado torpemente fuera del baño
como una especie de guardaespaldas, esperándolas.
—Awww —dijo Phoebe cuando por fin salieron—. Alguien se ve
adorable en su traje.
—Mentiras. Me veo como un senador —me quejé, tirando de mi
collar.
—Un senador liberal —aseguró Cassidy—. Del tipo que tiene un
escándalo sexual con una prostituta de clase alta.
Y fue entonces cuando vi lo que Cassidy se había hecho: el oro y la
nervadura roja en su chaleco de punto, las rayas combinadas en su
corbata, la falda de uniforme gris y el blazer azul marino sobre su brazo…
—¿Es eso una corbata de Gryffindor? —pregunté.
—Y un chaleco oficial de la mercancía de Harry Potter —confirmó
con aire de suficiencia.
—La señora Weng hará que te cambies —dijo Phoebe.
—No puede —sonrió Cassidy—. No estoy incumpliendo el código de
vestimenta. Técnicamente. Ahora vengan conmigo Cedric, Cho.
Nos dirigimos a la cafetería interior donde todos los equipos
acampaban, y me di cuenta de que me sentía nervioso. Profundamente,
terriblemente nervioso. No se trataba de hacerlo bien en el torneo, porque
sabía que era bastante inútil en ese sentido. Estaba nervioso de que fallara
en ver lo maravilloso de ponerse un traje y hablar sobre el gobierno.
Nervioso de que realmente no pertenezca a este grupo de amigos
después de todo. Que estaba destinado a ser siempre alguien cuya
característica definitoria se perdió para siempre a los diecisiete años, en
lugar de encontrarla.
La cafetería se encontraba llena, Cassidy se acercó y tomó mi mano
mientras caminábamos. La miré, se veía diferente a la chica que había
colocado una corona de flores en mi pelo en el arroyo y me dijo que
pidiera un deseo a una estrella de papel. Por primera vez, Cassidy parecía
nerviosa.
Toby nos vio, llamándonos para que nos acercáramos a la mesa de 106
nuestro equipo, donde la Sra. Weng rápidamente nos puso al corriente de
la programación: Tendríamos dos rondas preliminares en la noche, y luego
dos más preliminares a la mañana siguiente, para seguir con dos rondas
finales y una ceremonia de premiación.
—Cassidy, ¿qué llevas puesto? —preguntó la señora Weng.
—¿Mi corbata de Oxford? —Cassidy frunció el ceño, una imagen
perfecta de confusión—. Es de mis estudios de verano.
No sé cómo nos las arreglamos para no reírnos mientras ella se salía
con la suya, pero lo hicimos. Y entonces una oleada de conmoción
apareció al otro lado de la cafetería: La primera ronda había sido
publicada. La sala estalló en un caos total mientras trescientos
adolescentes se lanzaron hacia delante para echar un vistazo.
Cassidy insistió en que me quedara atrás, así que me quedé de pie al
lado de la Sra. Weng por un momento, hasta que regresó empuñando un
notita púrpura con mi número de lugar garabateado.
Me quedé mirando la nota, mis nervios se duplicaron.
—Vas a estar bien —dijo Toby, dándome una palmada en la
espalda—. Apestamos, ¿recuerdas? Ve a perder por el equipo.
Me reí, sintiéndome un poco mejor. Podía hacer esto. Era sólo un
discurso, algo que había hecho todo el tiempo en las reuniones de SGA y
reuniones motivacionales. Un discurso en una habitación donde casi nadie
escuchaba. Un discurso que aún no se había escrito todavía, así que ni
siquiera tenía que preocuparme por olvidar mis líneas.
Miré a Cassidy, para ver cómo lo pasaba, porque había estado
actuando rara todo el día. Se hallaba tan pálida que parecía que iba a
desmayarse, y su expresión parecía como de poseída.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Estoy bien —dijo Cassidy, intentando sonreír—. Ahora, no te
preocupes por mí, pequeño pupilo. Vamos, vuela lejos.
—Está bien. Buena suerte —dije.
—¡Rómpete una pierna! —gritó Cassidy burlonamente detrás de mí
mientras me dirigía hacia el edificio.
Tomé una ruta que evitaba las escaleras principales y terminaba
dando la vuelta la esquina. Llegué al corredor Este por error, y estaba
bastante disgustado conmigo mientras regresaba de nuevo a través del
pasillo del tercer piso. Y entonces vi a Cassidy.
Se encontraba de espaldas, junto a una fuente de agua decrépita, 107
hablando con esta vieja entrenadora que no reconocí. La entrenadora
tenía la mano en el hombro de Cassidy y su expresión era tan grave que
no me atreví a interrumpir.
—… pero es maravilloso verte de vuelta aquí, compitiendo otra vez
—dijo la entrenadora.
—Gracias —murmuró Cassidy.
Dudé, sintiendo que no era algo que tenía que ver, y luego Cassidy
se dio la vuelta.
—Oye —dijo ella, avergonzada—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Intentando localizar el corredor Oeste? —admití.
—Es por ahí —dijo Cassidy—. Te mostraré.
Me empujó y dimos la vuelta alrededor de la esquina, y por supuesto,
las pequeñas letras junto a los números de lugar cambiaban de ―Este‖ a
―Norte‖.
—¿Qué fue eso? —pregunté.
—No tengo ni idea. —Se encogió de hombros—. En realidad, me
alegro de que aparecieras. Esta entrenadora, que nunca he visto antes,
me llevó aparte al azar. Comenzó a llamarme Elizabeth y actuaba como si
mi mamá tuviera cáncer.
—Extraño —dije.
—Tiene que haber alguna escuela que en realidad tenga uniformes
de Gryffindor —sonrió Cassidy, tirando de su chaleco—. Bueno, el Este
debe estar a la vuelta de la esquina. Tengo que regresar.
—Nos vemos más tarde, Elizabeth —llamé.
—Te odio —gritó ella.

***

Cuando regresé a la mesa después de mi ronda, Toby, Austin, y


Phoebe ya se hallaban allí. Phoebe había sacado una caja de bocadillos
de fruta, y me ofreció un paquete.
—Gracias —dije, abriéndolo—. No he tenido estos desde que era un
niño.
—Ese es el punto —dijo Phoebe, sonriendo—. Saben a infancia.
—Entonces, ¿cómo te fue? —preguntó Toby. 108
—Bien —dije—. Supongo. Es raro, no puedo saber si he ganado o
perdido.
—Eso sucede a veces. —Austin levantó la vista de su consola de
juegos—. A pesar de que definitivamente haya perdido. Me han
emparejado con uno de esos idiotas de Rancho. Llevan broches de la Liga
Nacional Forense en sus solapas. De todos modos, fue un desastre.
—Apesta —dije.
Austin se encogió de hombros y se comió un puñado de bocadillos.
—Está bien —dijo, agitando su consola de juegos—. Tengo tres
conexiones con otras consolas por caminar hacia allí, además de un
nuevo código de desbloqueo, por lo que Rancho puede joderse.
Phoebe rodó los ojos.
—Austin cree que ganar o perder en dos consolas tiene sentido
cuando hay una alta puntuación para superar.
—Es cierto —dijo Austin, saludándola con su lápiz.
—Así que, Austin —preguntó Toby—. ¿Vences tu propia y más alta
puntuación todos los días?
Eso sonaba tan sucio que todos nos encogimos.
—¿Estás preguntando si soy un maestro en la masturbación, Ellicott?
—regresó Austin.
En ese momento todos estábamos casi histéricos. Así fue como
Cassidy nos encontró, discutiendo con tanta fuerza que en realidad
tomaba un esfuerzo para no ahogarse con la comida.
Luke y Sam arribaron diez minutos más tarde, ya que los debates de
equipo siempre duraban un poco más. En el momento en que llegaron a la
mesa, se agruparon en torno al iPad de Austin para ver ridículos vídeos de
YouTube y tomando turnos para mostrar nuestros favoritos.
La segunda ronda se publicó, y una vez más, Cassidy salió corriendo
para recuperar mi número de lugar. Supuse que trataba de ser útil, pero
era un poco demasiado. Sin embargo, no tuve el corazón para decirle. Así
que obedientemente acepté mi nota y troté a debatir con uno de los
chicos de Rancho, un escuálido chico de primer año con un Blackberry
agarrado a su cinturón, como si ya estuviera a cargo de una empresa. El
enemigo, pensé, dándome cuenta de que empezaba a desarrollar un
sentido de lealtad de equipo.
Acabamos debatiendo los méritos de la economía de libre
mercado, lo que sin duda no era mi fuerte, y argumenté a favor de nuevo.
Pensé que había conseguido presentar bien mi argumento, pero en el 109
momento en que el novato se ajustó el cinturón y la corbata y me lanzó
una mirada como si esperara que me jodiera, sabía que estaba acabado.
Me hizo pedacitos.
Fue muy frustrante, sabiendo que si estuviéramos en una pista de
tenis, podría haberlo matado con mi revés, rebanando la tierra y viéndolo
correr como el infierno. Pero esto era un debate, y mis súper poderes eran
inexistentes. Casi deseaba que él hubiera debatido con Cassidy en su
ridículo traje de Harry Potter, así podría haber borrado la sonrisa de su cara
muggle.
Traducido por Zafiro & Majo_Smile ♥
Corregido por Itxi

—Niños, antes de darles las llaves de la habitación, aquí están las


reglas —dijo la Sra. Weng, empeñada en humillarnos en el atestado
vestíbulo del hotel—. Las habitaciones son de un solo sexo. Si me entero de
lo contrario, están fuera del equipo. Pueden cenar en el restaurante del
hotel o en el centro comercial al otro lado de la calle. Si van al centro
comercial, estarán de regreso aquí a las ocho. No salir del hotel por la
noche, y no fumar; no me importa si son lo suficientemente mayores como
para comprar cigarrillos. Nos vemos aquí mañana a las siete cuarenta y
cinco de la mañana para salir. Cualquier recargo a la habitación es su
responsabilidad. ¿Todo el mundo lo entiende? 110
Murmuramos que lo hicimos, y nos hizo a todos apuntar su número de
teléfono antes de entregarle a Toby los sobres con nuestras llaves.
—Estoy en la habitación de dos treinta y nueve —dijo mientras todos
nos dirigimos hacia el ascensor—. Si hay una emergencia.
Cassidy se rio, llevándose una mano a la boca.
—Lo siento —dijo— pero uno de esos idiotas de Rancho me invitó a
emborracharme en su habitación esta noche. Dijeron que vaya a la
habitación dos treinta y siete.
La hilaridad de lo que iba a pasar nos golpeó con toda su fuerza.
—Pobre señora Weng —dijo Toby con tristeza—. Sin embargo ¿leerá
su lasciva novela romántica en la bañera en paz con esos vándalos
jugando a Beer Pong en la habitación de al lado?
—Amigo —le dije, haciendo una mueca—. La imagen mental.
—No, en serio, eso es lo que hace —me dijo Austin—. Es por eso que
accedió a entrenar al equipo de debate. Weng vive con sus padres,
hombre. Asesoraría al equipo de lucha si contara con una habitación de
hotel gratis una vez al mes.
—Siempre pregunta en la recepción si la habitación tiene una
bañera —dijo Toby—. El primero de nosotros en reír pierde cincuenta
puntos.
—¿Por qué son los puntos? —pregunté finalmente.
Pensé que era una pregunta válida, pero al parecer no, ya que
todos me miraron, horrorizados.
—Oh, Ezra —dijo Cassidy tristemente—: Has herido nuestros
sentimientos y perdido todos los tuyos.
—¿Es posible tener puntos negativos? —pregunté mientras las
puertas del ascensor se abrieron, depositándonos en el cuarto piso.
—No se me permite explicar las reglas del juego —dijo Toby—. Ni
reconocer si estamos o no jugando uno. Vamos, equipo. ¡Muévanse!
Teníamos dos habitaciones una al lado de la otra. Los chicos
desfilaron dentro de una, y las chicas se dirigieron a la otra.
—Eh —dije, examinando las dos camas dobles e intentando no
señalar lo obvio, que éramos cinco.
Y entonces Luke abrió una puerta que tomé inicialmente por un
armario, pero que en realidad abría a la habitación de las chicas. 111
—Hola —dijo Phoebe mientras ella y Cassidy pasaban y se nos unían.
Fue entonces cuando me di cuenta: Nadie pretendía mantener los
arreglos para dormir de un solo sexo.
—¿Todo el mundo listo para la cena? —preguntó Toby.
—¿No vamos a cambiarnos? —Miré a mi traje.
—No —dijo Phoebe, sonriendo—. Rito de iniciación. Cena de equipo
en los uniformes del equipo. Y es tu problema si lo manchas.
—Dice eso —confesó Luke—, pero en realidad, planchará las
camisas de todos por la mañana si se lo pedimos amablemente.
—¡No lo haré! —Phoebe cogió una almohada y se la tiró.
El centro comercial al otro lado del Hyatt no estaba mal, aunque me
sentí acomplejado porque nosotros siete íbamos en nuestros trajes. Bueno,
seis y uno en el uniforme de Hogwarts. Terminamos en el Cheesecake
Factory, lo cual me pareció una extraña elección, cuando había un
Denny’s y un Burger King. No era algo que hablamos, pero sabía Toby
nunca tenía mucho dinero en efectivo.
—¿Quién quiere aperitivos? —preguntó Toby alegremente, abriendo
el menú gigante. Vio mi expresión y se echó a reír—. La cena va por
cuenta de Faulkner.
—Eso no es gracioso —dije—. Incluso en el tenis no hacen eso con los
nuevos.
—Relájate. —Toby mostró una tarjeta de crédito—. Va a salir de
nuestro presupuesto de equipo. El cual, técnicamente, tú aprobaste el
pasado abril. Más bien generosamente, por cierto.
—Oh, bien —dije tímidamente. Había aprobado los presupuestos del
equipo de actividades del año siguiente—. Aperitivos para todos,
entonces. Pueden agradecerme más adelante.
—En realidad, el chico nuevo compra el alcohol —me dijo Luke.
Phoebe negó con la cabeza. —Está bromeando.
Pedimos un par de bandejas de aperitivos, y todo el mundo me puso
al corriente de la rivalidad con Rancho.
—Básicamente, nos odian —dijo Austin—. Creen que no tomamos
seriamente el debate.
—No tomamos el debate en serio —arrastró las palabras Sam.
—Sí, pero lo hacíamos —dijo Austin—. Éramos como, equipos de
hermanas, o como se llame, durante el primer año. Antes de tu tiempo.
Sam y Phoebe eran de primaria, pero lo olvidaba. 112
—Debate apestaba en ese entonces —dijo Luke—. El entrenador
Kaplan nos sorprendía y buscaba en las habitaciones de hotel.
—Eso apestaba —estuvo de acuerdo Toby—. Pobre Kenneth Yang.
—¿Qué pasó con Kenneth Yang? —preguntó Cassidy, tomando un
sorbo de su bebida.
Todo el mundo suspiró, y me dio la impresión de que esta era una
historia que todos habían oído un millón de veces. Pero Toby se hallaba
decidido a contarla de nuevo. Sonrió.
—Por lo tanto el entrenador Kaplan viene a las dos de la mañana
para asegurarse de que todos estamos en la cama y no seguíamos
despiertos, porque Kenneth Yang hizo este gran espectáculo de traer un
tablero de Monopoly con él. Entonces el entrenador está todo, ―¡Abran!
Puedo escucharlos pequeñas mierdas jugando Monopoly allí,‖ y nadie
abre la puerta, porque había licor en todas partes. Así que despierta a
todos los que duermen en la habitación contigua e irrumpe
completamente, y hay un Kenneth Yang con tres corbatas alrededor de su
cabeza, haciendo bombas de sake, mientras que plancha sus pantalones.
Todos nos reímos a carcajadas.
—Y el entrenador Kaplan es todo, ―¿Qué mierda, Yang?‖ Porque
Kenneth Yang era capitán del equipo en ese entonces, y uno de los
mejores debatientes políticos. Y Kenneth Yang mira al entrenador con las
tres corbatas todavía alrededor de su cabeza, en jodidos calzoncillos, y
dice: "No es lo que piensa. Tengo una tarjeta de oportunidad en Monopoly,
entrenador".
Incluso Phoebe se ahogaba en su refresco en este punto.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Suspensión por una semana —dijo Toby—. Y tiene prohibida la
competencia durante la noche por el resto del año. Carly Tate se hizo
cargo como capitán. Y se había enganchado con el capitán del Rancho
el año anterior, por lo que fue incómodo.
—Y eso, Escuadra Dragón —dijo Austin—, es por lo que Rancho es el
enemigo.
—Y también el por qué la puerta del enemigo está abajo —añadió
Luke, ganando unas rodadas de ojos por razones que no comprendí.
Pedimos una tarta de queso con chocolate entera para el postre.
Llegó a la mesa junto con la mitad del personal Cheesecake Factory,
quienes aplaudían y cantaban alguna permutación de "Cumpleaños Feliz". 113
La tarta de queso descendió frente a Cassidy, una sola vela
asomaba dentro del montoncito de crema batida en el centro. Se puso
roja cuando se dio cuenta de lo que sucedía, pero tomó bien la broma,
soplando la vela y afirmando que iba a conservarla como recuerdo de
nuestra inmadurez.

***

Resultó que las bolsas de lona que todo el mundo llevaba de un


tamaño sospechosamente grande, se encontraban llenas de artículos
para fiestas. Específicamente, ginebra, whisky y vino —las cosas de lujo que
mis padres bebían, no la cerveza barata de las fiestas de instituto. Había
altavoces también —los caros con carcasa elegante que se conectan en
el iPod de Austin— agua tónica con limón, pequeñas cuñas de queso
gourmet, y una baguette, que me pareció particularmente hilarante
mientras Phoebe la sacó de su mini maleta. No conozco a ninguna
persona de dieciséis años de edad que compra baguettes como
provisiones de fiesta.
Antes de darme cuenta, me hallaba de pie en medio de una fiesta.
Un grupo de personas de alguna escuela llamada Wentworth se presentó
con una botella de Prosecco, que Cassidy me susurró era un vino parecido
al champán pero en barato. Iban a una pequeña escuela K-12 en Los
Angeles y dieron la impresión de ser más viejos y hastiados, a pesar de que
algunos de ellos eran simplemente estudiantes de segundo año.
Sam jugó al camarero, arremangándose las mangas y llenando
copas de champán de plástico y copas de vidrio del cuarto de baño.
Parecía saber lo que hacía, recitando los nombres de los cócteles,
lamentando el hecho de que no tuviéramos una botella de St. Germain, y
que Luke había comprado el tipo equivocado de vermut. El equipo
Wentworth —había seis de ellos— se desplazaron al balcón, fumando y
bebiendo ―casi champán‖.
Austin configuró los altavoces y lo acopló a su iPod. —Solicitudes —
llamó.
—Hacer que nos sintamos jóvenes y trágicos —dijo Cassidy, sentada
con las piernas cruzadas en una de las camas. Tomaba algo que parecía
Sprite, pero probablemente no lo era.
Los primeros compases de algún desastre de Beyonce flotaron a
través de los altavoces de Austin, y todo el mundo gimió.
—¡Estoy bromeando! —Nos aseguró, cambiando a Bon Iver.
Toby me pasó un whisky con hielo, y lo probé cautelosamente. No
114
era un gran bebedor, pero había una buena reproducción de música, un
baguette en la tabla de planchar, y Cassidy sentada con las piernas
cruzadas en el edredón con un traje de colegiala, así que me tiré hacia
atrás, porque estaba harto de ser cauteloso.
Sam volvió a llenarlo de inmediato y bebí el segundo vaso, no
comprendiendo lo que había hecho hasta que mi cabeza empezó a dar
vueltas por la combinación de medicamentos para el dolor y el licor; una
combinación que las pequeñas etiquetas de prescripción habían
advertido. Me senté junto a Cassidy, que hablaba con una linda chica
rubia de Wentworth.
—Pero tú estás aquí. —La chica frunció el ceño, y me dio la impresión
de que hablaban de la vieja escuela de Cassidy.
—¿No has oído? —Cassidy sonrió apretadamente—. Voy a Eastwood
ahora.
La chica se rio, escéptica.
—Lo digo en serio —insistió Cassidy—. Tenemos reuniones de ánimo y
todo. Es adorable.
—Sí, adorable. —La chica me miró por unos segundos, sus labios
retorciéndose en una sonrisa cómplice.
—¿Has conocido a mi hermano pequeño Cassius? —preguntó
Cassidy, lanzando su brazo alrededor de mi hombro como si estuviéramos
realmente emparentados—. Es difícil de creer que sólo tiene catorce años.
Por un instante la chica le creyó.
—Yo pensé... —La chica comenzó con el ceño fruncido.
—Bromeaba —interrumpió Cassidy con frialdad—. Dios.
—Soy Ezra —dije, ofreciendo un apretón de manos, ya que parecía ir
con el traje.
—Blair —dijo la chica con un movimiento de su pelo. Me miró a
través de sus pestañas, y me di cuenta de que era el tipo de chica que
disfrutaba compitiendo por la atención de un chico—. Dios, eres
encantador. Vamos, encanto, vamos a bailar.
No podía bailar. No antes, y ciertamente no ahora, con dos vasos de
whisky calentando mis venas y una visible falta de equilibrio.
—Honestamente, no puedo —protesté mientras ella me levantó.
Y entonces las luces se apagaron, sumergiéndonos en la oscuridad.
—Oye, estoy descorchando una botella de vino aquí —se quejó
Sam, su acento aún más grueso después de unos tragos, como una 115
parodia de sí mismo.
—¡Shh! —dijo alguien.
La puerta de la habitación contigua se abrió, y Toby se quedó allí
sosteniendo una vela.
—Todos de pie para los capitanes del equipo —dijo alguien.
Austin cortó la música, y todo el mundo se levantó.
La luz de la vela parpadeaba mientras Toby y el otro capitán del
equipo, ese chico pijo con un viejo Rolex de su abuelo, quien se había
presentado a sí mismo como Peter, se dirigieron a las dos sillas en la
esquina. Peter portaba un martillo (por supuesto que tenía un martillo), que
golpeó contra el reposabrazos acolchado, supongo que para la
ceremonia misma.
—Un brindis —exclamó, levantando su bebida—. ¡Para las vírgenes,
para que aprovechen el tiempo!
Todo el mundo se echó a reír y bebió sin importar si el término se
aplicaba a nosotros personalmente, aunque más bien pensaba que se
aplica a la gran mayoría, teniendo en cuenta que nos encontrábamos en
una habitación llena de debatientes de secundaria. Podía sentir a Cassidy
de pie a mi lado, y cuando la miré, un poco inestable en mis pies debido al
licor, sentí una inestabilidad en su interior, de un tipo diferente.
Luke encendió de nuevo las luces, dejándolas atenuadas, y Sam
cerró la puerta del balcón. Y así comenzó la reunión.
Fue la reunión más extraña en la que jamás había estado, como una
especie de sociedad secreta sarcástica. Toby y Peter se turnaron para
elegir a los diferentes miembros de su equipo para discutir entre ellos sobre
temas ridículos, como si el presidente de los Estados Unidos debe ser
elegido por el billete de lotería, o si el Papa podía derrotar a un oso en una
pelea a puñetazos. Todos nosotros votamos quien había ganado cada
debate, y el perdedor tuvo que tomar un trago de ginebra.
Esencialmente, todo el asunto era un juego elaborado de beber.
Para mi sorpresa, gané mi debate sobre si verdad o reto era una
alternativa eficaz a un juicio criminal. Pero mi victoria no duró mucho, ya
que me hicieron beber de todos modos, porque era nuevo.
El debate de Cassidy fue después del mío, y cuando ella salió
enfadada a la parte delantera de la sala para enfrentarse contra Blair,
todo el mundo se quedó en silencio. Por un momento, pensé que Cassidy
iba a rechazar, o ser terrible a propósito, pero no hizo ninguna de esas
cosas. 116
En cambio, se quedó allí tranquilamente bebiendo su bebida
mientras Blair argumentó que los vampiros no deberían tener derecho a
voto y entonces se enderezó la corbata, sonriendo.
—Mi admirable oponente alega que los vampiros no se merecen el
sufragio, mientras que muchos grandes políticos mal informados han hecho
antes eso, mientras pedían la continua marginación de las mujeres, o de
otras minorías —comenzó Cassidy—. Sin embargo, los vampiros fueron, en
algún momento, humanos. ¿En qué punto se pueden revocar los derechos
de voto de un hombre, si él ha demostrado ser de mente racional? ¿Y
quién aquí estaría de acuerdo con una violación tan flagrante de la
libertad? ¡No, la verdadera amenaza para nuestro sistema electoral es el
hombre lobo! ¿Puede el hombre lobo emitir su voto en forma de lobo, o
sólo cuando parece ser un hombre? ¿Y podemos asegurar que él
meramente no hecha el voto del lobo alfa en su paquete, en lugar del
suyo?
Fue a la vez divertido e inteligente. Y fue completamente Cassidy. No
me gustaría seguir eso, y al parecer tampoco Blair, porque, cuando llegó el
momento de su réplica, sacudió la cabeza y bebió de la botella de
ginebra, admitiendo la derrota.
Cassidy tomó un trago también. Se tambaleó hacia la cama y se
sentó a mi lado, poniendo su cabeza en mi hombro.
—¿Sufragio de hombre lobo? —pregunté.
—Estoy cansada —murmuró Cassidy—. Ni siquiera recuerdo de lo
que hablaba.
Toby y Peter se dieron la mano, dando al debate su fin, y Austin giró
la música de nuevo.
Alguien sacó las mantas de una de las camas y convirtió el balcón
en una fortaleza. Parejas se metieron dentro y fuera para tener intimidad, y
me pregunté si Cassidy sugeriría que nosotros vayamos dentro, pero no lo
hizo.
Austin rompió la baguette por la mitad y se batió a duelo con Toby,
descuidados borrachos y riéndose, hasta que Phoebe salió de la fortaleza
de la manta y les gritó.
—¿Tienes alguna idea —echaba humo—, de lo difícil que es guardar
una baguette rancia dentro de una maleta de la noche a la mañana?
Esto sentó a todos en la histeria.
Me encontraba decentemente achispado a esas alturas, la
habitación girando suavemente mientras me sentaba en una de las camas
117
con Cassidy acurrucada contra mi hombro como si fuera un gato.
Jugábamos Fruit Assassin en el iPad de Austin, tratando de sabotear a los
demás renegados con golpes fuertes. La música sonaba más tranquila
ahora.
—Oye —dijo Cassidy, dejando el iPad—. Hola.
—Hola de nuevo —dije. Sí, definitivamente borracho.
—Creo que a Blair le gustas —dijo Cassidy, mordiéndose el labio para
no reírse—. He hablado con ella aproximadamente dos veces, así que soy
una experta en esto y confía en mí, probablemente aún está enamorada
de ti.
—Bueno, por supuesto que lo está —me burlé—. Soy un encanto
irresistible.
—Oh, ¿lo eres? —Sonrió abiertamente. Su cara se encontraba a
centímetros de la mía. Su trenza se había deshecho, y el pelo caía sobre
sus hombros, oliendo a champú de menta.
Y entonces Toby gritó:— ¡Bien! ¡Todos pueden ser hermosos copos de
nieve! ¡Voy a ir por aquí y ser un copo de nieve torpe!
Cassidy me miró y se echó a reír, mientras que Toby farfulló indignado
hacia Sam y Austin; aunque no realmente enojado. Y sentí el flujo de
nuestro momento ir a la deriva, sobre la barandilla del balcón del hotel, y
dentro del centro comercial donde todos habíamos fingido celebrar la
cena de cumpleaños de Cassidy. Y tal vez era mejor así, después de todo,
ya que quería que nuestro primer beso fuera más que alguna cosa
borracha en un torneo de debate.
La fiesta terminó alrededor de las dos, todo el mundo haciendo un
intento a medias para limpiar las pruebas para que el equipo de
Wentworth volviera a sus habitaciones de hotel para tomar un par de horas
de sueño. Cassidy hizo café para todos en la pequeña cafetera, y bebimos
en las copas de champán de plástico.
—Bueno, es hora de resolver esto —dijo Toby, contoneándose fuera
del baño en una bata del hotel, con el pelo mojado y sus contactos
intercambiados por gafas—. ¿Quién se acuesta con quién?
Phoebe apareció en la puerta de la otra habitación con una toalla y
sandalias con suficiente tiempo para anunciar que ella y Luke compartirían
una cama allí.
Sam y Austin se miraron y se encogieron de hombros.
—No me importa si no roncas —dijo Sam.
—Sí, lo mismo. —Austin arrastrò los pies pasando a Toby y
desapareció en el cuarto de baño.
118
—¿Alguno de ustedes quiere una cama para sí mismo? —Toby
preguntó a Cassidy y a mí.
Cassidy me miró, pero yo sabía que era mejor no decir nada.
—Sólo tendremos que compartir esta —dijo, palmeando el
edredón—. Privilegios del capitán, Ellicott. Consigues tu propia cama.
Y así fue como acabé compartiendo una cama con Cassidy Thorpe.
Antes de que supiera lo que ocurría, Cassidy se había puesto una
camiseta sin mangas y pantalones cortos de pijama y se metió debajo de
las sábanas. Salí del cuarto de baño en calzoncillos y camiseta,
sintiéndome terriblemente tímido. Austin y Sam ya se habían quedado
dormidos, deslizados hacia los bordes opuestos de la cama, los dos
roncando.
Cassidy se llevó un dedo a los labios y asintió con la cabeza hacia
Austin, cuya boca se hallaba completamente abierta.
Sonreí abiertamente.
—Oye —dije en voz baja—, no traje pijama. Te importa si, eh, ¿está
bien?
Intentaba ser un caballero al montarme en la cama con ella en mis
boxers ya que, estúpidamente, no había empacado lo suficiente, pero
Cassidy negó con la cabeza y peleo contra las mantas.
—Sólo entra —dijo.
Me senté, enchufando mi teléfono en la mesita de noche, una
acción que se sentía increíblemente madura, cuando había una chica al
otro lado de la cama. Y entonces sentí la mano de Cassidy en mi pierna.
—¿Todavía te duele? —preguntó, deslizando los dedos por encima
de mi rodilla.
—No —mentí tranquilamente.
Los dedos de Cassidy se remontaron a través de mis cicatrices, y
pude decir que no me creyó.
—No tienes que preocuparte —dije—. Sobre que te patee dormido ni
nada.
—Pero no lo querría. —Se apoyó en un codo, mirándome fijamente—
. Vas a tener que abrázame fuerte, para asegurarte de que no lo hago.
Y con eso, se dio la vuelta y apagó la luz.
Me metí bajo las sábanas, esperando que mis ojos se adaptaran y 119
teniendo la extraña idea de que Cassidy podía verme bien en la oscuridad
completa. Las persianas se encontraban corridas, y la habitación llena de
una especie expectante de oscuridad llena de cuerpos y chicas vistiendo
diminutos pantalones cortos azules de pijama para dormir.
Si me estirara, nuestros brazos se tocarían. La posibilidad de ello, de
nuestra piel encontrándose debajo de las mantas, me emocionó. Me
pregunté si ella pensaba en ello también. Y luego suspiró.
—¿Qué? —susurré.
—Shhh —susurro Cassidy, arrastrándose hacia mí hasta que su
cabeza se hallaba en mi hombro—. No lo arruines.
A pesar de que era tarde y estaba cansado, debo haber estado allí
durante una hora, frustrado y duro, e incapaz de hacer nada al respecto
mientras Cassidy se acostó con su mejilla contra mi hombro.
Traducido por Drys
Corregido por Daniela Agrafojo

A la mañana siguiente, me desperté con la alarma de alguien


programada en un teléfono celular, sintiéndome como si estuviera muerto.
Mis brazos se hallaban envueltos alrededor de Cassidy, y de algún modo
mi cabeza se encontraba en su hombro, aunque tenía la certeza de que
había sido al contrario cuando nos quedamos dormidos.
—Oye —dije suavemente—. Despierta.
—Mmmmm —murmuró Cassidy, adormilada. Su cabello se
derramaba por la almohada como una feroz enredadera, y era tan
increíblemente íntimo despertar con ella allí, en mis brazos, que apenas
podía soportarlo. 120
Desde la cama de al lado, Sam gimió.
—¡Hombre, pensé que te ibas a quedar en tu lado! —se quejó.
—Eso es tan dulce —dije—. ¿Quién era la cuchara grande?
—Cállate, Faulkner —gruñó Austin.
Cassidy se acurrucó contra mi brazo, encogiéndose en una bola.
—Cinco minutos más —susurró.
—Vamos —le dije, empujándola—. Tienes que levantarte y planchar
mi camisa.
Eso la despertó.
Los ojos de Cassidy se abrieron, y su boca se torció en una sonrisa.
—Buenos días a ti también —dijo.

***

No sé cómo nos las arreglamos para vestirnos, recoger nuestras cosas


y bajar al vestíbulo a tiempo, pero lo hicimos. Pensé que la señora Weng
con seguridad iba a sospechar de nosotros, por el estado en que nos
encontrábamos, pero apenas se dio cuenta. Había círculos debajo de sus
ojos y se mantuvo bostezando. Los ruidos de Rancho probablemente la
habían mantenido hasta la mitad de la noche con su cerveza.
—¿Podemos parar en algún lugar por café? —preguntó Toby, y la
señora Weng estuvo de acuerdo, así que para cuando llegamos a SDAPA,
todos llevábamos la mañana mucho mejor.
La Sra. Weng se desvió hacia la sala de los entrenadores, y nosotros
nos dirigimos hacia nuestra mesa en la cafetería para dejar nuestras cosas
y esperar a la siguiente ronda para pedir. Las chicas fueron a maquillarse al
baño y Toby deambuló hacia un rincón tranquilo de la cafetería, con un
gesto para que lo siguiera.
—Entonces —dijo enfáticamente, sonriendo como si me estuviera
acusando de " clavarla "—. ¿Ustedes dos están juntos ahora?
Reflexivamente, miré hacia nuestra mesa, a pesar de que las chicas
todavía no habían regresado.
—No lo sé —le dije con sinceridad—. Tal vez.
—Están actuando como tal.
Tenía razón, actuábamos así. Había pasado toda la noche con una 121
chica abrazada contra mi hombro como si acabáramos de tener sexo,
una chica de la que me había enamorado, y a la que ni siquiera había
besado. Y no tenía ni idea de qué hacer al respecto.
—¿Te molestaría si lo estuviéramos? —pregunté.
—Bueno, no voy a tener un ataque de celos ni nada, si eso es lo que
te preocupa. —Toby sonrió, pero vio que yo hablaba en serio—. ¿La
verdad? He tenido una especie de revelación de que esto iba a suceder.
Ella está dentro de ti.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—No, quiero que hagas el ridículo y en realidad seas rechazado por
primera vez en tu vida. Soy como el proverbial avestruz que te tira arena en
la cara, amigo.
—En realidad, entierran sus picos en la arena —dije.
—Sólo bromeaba.
La tercera ronda se publicó antes de que pudiera decir algo, y todo
el mundo se apretó contra la pared del fondo para echar un vistazo. Toby
y yo nos abrimos paso hacia la parte delantera, buscando nuestros
apellidos y el nombre de la escuela impresos en la lista del torneo.
Memorizamos nuestros números de habitación, murmurándolos bajo
nuestro aliento.
Caminábamos de vuelta a la mesa cuando Cassidy me agarró del
brazo. Su expresión era seria, y me di cuenta de que no llevaba la corbata
de Gryffindor, sólo el uniforme normal de la escuela.
—Oye —dijo ella.
—La tercera ronda se ha publicado. —Asentí hacia la pared—. Voy a
esperar por ti para que podamos caminar juntos.
—Ezra —dijo Cassidy—. Tenemos que hablar. Ahora.
Y sabía que lo que fuera que tenía que decir, no iba a ser bueno. La
seguí fuera de la cafetería y al patio. Se detuvo por ese muro de mosaico
que ofrecía un día perfecto en la playa, era un poco cruel, si piensas en
ello, poner algo así en una escuela. Cassidy parecía nerviosa, no
presagiaba nada bueno. Y todavía no había dicho nada. De repente, me
invadió una gran sensación de temor.
—Puedes decírmelo —dije—. Sea lo que sea.
Cassidy se colocó el pelo detrás de las orejas. Lo llevaba suelto y
caía en ondas, haciéndola parecer de alguna manera más joven y más
vulnerable. 122
—No puedes ir a tu tercera ronda —dijo—. Tienes que ir a la mía. Nos
cambié.
Lo que sea que había estado esperando escuchar, no era eso. Eso
no se encontraba ni siquiera cerca. Fruncí el ceño, sin entender.
—Tú has estado compitiendo como yo —explicó—. Los jueces no ven
nuestros nombres, solo una serie de números, por lo que te envié a mis
rondas ayer, no a la tuyas.
—Espera —dije, mientras el impacto total de lo que Cassidy me
decía se hundía en mí—. ¿Durante todo este tiempo hemos estado
haciendo trampa?
—¡No! —dijo Cassidy con fiereza—. Yo sólo... He terminado de
competir, Ezra. Lo dejé, y tú me trajiste de vuelta. Así que pensé que sería
mi manera de no tener que hacer esto. Después de todo, yo no me
encontraba realmente aquí, si tú competías en mi lugar.
—Sí —dije lentamente—, pero si estoy compitiendo como tú,
entonces tú estás compitiendo como yo. Lo que es hacer trampa.
Cassidy negó con la cabeza.
—Pasé el primer partido —prometió—. Ninguno de nosotros va a
llegar a las finales.
—Todavía está mal —dije—. Aunque ninguno de los dos gane.
Entonces, ¿qué?, ¿se supone que debo seguir compitiendo como tú todo
el día?
—Básicamente —dijo Cassidy, la barbilla sobresaliendo
obstinadamente. Y entonces, como en cámara lenta, vi disminuir su
bravuconería. Sus hombros se hundieron, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo siento —susurró—. No quería que te enteraras así. No quiero
estar aquí, ni ser parte de esto. Pensé que lo entenderías.
—Tal vez lo entendería mejor si me dijeras de qué se trata en
realidad. —Pero incluso mientras lo decía, sabía que no me lo diría. No ahí,
con el alcohol de la última noche filtrándose a través de nuestros poros,
con ese ridículo mosaico de la playa, mientras cientos de adolescentes
pasaban flotando en sus uniformes con sus botones superiores
desabrochados.
—Ezra —dijo—, por favor.
Suspiré, mirándola. Los ojos de Cassidy eran líquidos, su rostro pálido.
—Lo siento —susurró—. Pero ninguno de nosotros puede cambiar lo
que hizo. Tú me inscribiste. Yo nos cambié. Continúa con esto y estaremos
en paz. 123
—No me importa continuar con esto —le dije—. Algo está pasando
contigo.
—No pasa nada —espetó Cassidy—. ¿Recuerdas la primera semana
de clases, cómo todo el mundo se quedaba mirándote y te diste la vuelta
como si quisieras desaparecer? Eso es lo que siento cuando estoy aquí. Por
eso estoy actuando así. Pensé que lo entenderías. Pensé que éramos
iguales.
—Lo somos —dije, preguntándome cómo había hecho eso, hacerme
pasar de estar molesto a querer consolarla—. Tienes razón, y lo siento.
Sólo... dame un minuto para pensar.
No usaba manuales de estudio, ni copiaba las asignaciones de mis
amigos o compraba trabajos finales de Internet. Era
desesperanzadoramente moral sobre ese tipo de cosas. Cassidy se había
equivocado al cambiarnos, pero era aleatorio como emparejaban a los
debatientes en las rondas preliminares. Si ninguno de los dos llegaba a la
final, en realidad no importaba. No tomábamos el lugar de nadie, ni
usábamos ninguna ventaja injusta para seguir adelante. Simplemente
cambiábamos nuestros lugares. Entonces supongo que, si se trataba eso,
era una forma moral de hacer trampa. Y si ella me había obligado a
mentir, yo era la razón por la que sentía que tenía que hacerlo.
—Tenemos que continuar —dije—. Si cambiamos de nuevo las
posiciones y competimos contra alguien que ya hayamos debatido, sería
un desastre.
—Sabía que lo harías por mí, Ezra. Sabía que lo entenderías. —
Cassidy me abrazó y hundió su cara en mi pecho, entonces creí que con el
tiempo me diría de que iba todo esto, y eso, fuera lo que fuera,
probablemente yo imaginaba algo mucho peor.

***

No le dije nada a Toby sobre la mentira. Cassidy y yo nos fuimos a las


rondas del otro por la mañana y actuamos como si no hubiera ningún
problema, como si la cosa más grande entre nosotros fuera que habíamos
compartido una cama.
Las rondas finales fueron publicadas por la tarde, ninguno de los dos
logró pasar. Todos miraron a Cassidy con asombro, preguntando quién
había vencido a la inmejorable Cassidy Thorpe, pero ella sólo sonrió y se
negó a decir nada, como si la broma fuera tan buena que no podía
soportar la idea de compartirla. 124
Excepto que la había compartido conmigo. Era mi broma también, y
no me pareció para nada graciosa.
Cassidy había dicho que éramos iguales, y me lo creí. Me había
hecho sentir como si estuviera rescatándola, pero cuanto más pensaba en
ello, más me preguntaba por qué simplemente no había ganado el torneo,
una demostración definitiva de por qué era esa campeona imbatible. Y
entonces me pregunté si realmente importaba. Porque cada vez que
cerraba los ojos, la imaginaba acurrucada contra mí en esa cama de
hotel, con sus piernas suaves y cálidas contra las mías, y de todas las cosas
que quería pero sabía que no podía tener, una parte de mí esperaba que
Cassidy fuera la única excepción.
Traducido por NatiiQuiroga
Corregido por gabihhbelieber

Esa noche me senté en mi escritorio repasando las correcciones de


Moreno en mi redacción práctica de Gatsby. Las farolas del Parque
Meadowbridge habían estado encendidas por horas, iluminando los
arbustos de madreselva. Pensé en la linterna de Cassidy, acerca de cómo
me quedé en mi ventana esperando que su habitación se oscureciera, y
como F. Scott Fitzgerald hubiera amado eso.
Cooper gimoteó por atención. Se había envuelto a sí mismo a través
de mis pies y masticaba un hueso de cuero, sosteniéndolo verticalmente
entre sus patas como si estuviera fumando una pipa. Me incliné para
acariciarlo, y él susurró. 125
—Tienes razón —dije—. Lo sé. No tengo esperanza.
Alcancé el interruptor en mi lámpara de escritorio y relampagueó
HOLA. Las luces se apagaron en el dormitorio de Cassidy, y su linterna se
encendió. LO SIENTO.
—Ella lo siente —le dije a Cooper, porque él no entiende el código
Morse.
Él levantó su cabeza como si dijera: Pero eso tú ya lo sabías, viejo
amigo.
Su linterna parpadeó de nuevo.
PERDONAME. Esta vez, no dudé.
SIEMPRE, contesté.

***

Mamá me despertó muy temprano.


—Ezraaaaa —grojeó, empujando la cabeza en mi habitación—.
Tienes compañía.
—Ughhh, ¿qué hora es? —logré decir.
—Nueve en punto —dijo—. En serio, cariño, has estado tan cansado
últimamente. ¿Necesito llamar al Dr. Cohen?
Adormilado, me di cuenta de que necesitaba dejar de usar ―Estoy
cansado‖, como una excusa para pasar tiempo solo en mi habitación.
—Estuve despierto hasta tarde terminando un ensayo.
—Bueno, hay una muy linda chica abajo que quiere que vayas a
desayunar con todos tus amigos del equipo de debate.
Me senté.
—¿Cassidy está aquí?
—La tengo esperando en la cocina con tu padre. Es muy linda,
cariño. Y sus padres son ambos doctores.
Tuve esta realización horrible de que mis pesadillas eran ciertas:
Mientras dormía, mis padres habían estado en el piso de abajo
interrogando a la chica que me gustaba en lo que sus padres hacían para
vivir.
Cuando me precipité en la cocina cinco minutos más tarde, aun
abotonando mi camisa, encontré a Cassidy sentada con las piernas 126
cruzadas en el azulejo, rascando a Cooper detrás de las orejas.
—¡Hola! —dijo ella alegremente—. Te olvidaste del desayuno con el
equipo ¿no es así?
—Oops. —dije tímidamente, mayormente por el beneficio de mis
padres, ya que estaba bastante seguro de que no había desayuno en
equipo.
—¿Podemos llevarnos a Cooper? —preguntó Cassidy.
Cooper levantó su cabeza, medio interesado.
—¿A un restaurante? —preguntó mi madre, consternada.
—Por supuesto que no, Sra. Faulkner —dijo Cassidy—. Todos están
viniendo a mi casa por panqueques. A nuestra ama de casa no le
importará. Esta justo cruzando el parque.
—Bueno, supongo. —dijo mi madre con dudas.
El momento en que estuvimos fuera de la puerta de en frente,
Cassidy sosteniendo la corra de Cooper, levanté una ceja. —¿Que está
pasando en realidad? —pregunté.
—¿Quieres decir que no me crees? —Cassidy hizo que sus ojos fueran
grandes e inocentes—. Honestamente, Ezra, estoy herida.
La seguí hasta la puerta peatonal que llevó al parque. Cooper saltó
por delante, brincando importantemente. Él tenía parte de su correa
colgando de su boca, y lucia muy satisfecho de sí mismo.
—Hay protector solar en mi bolso, a propósito. Si quieres tomar
prestado un poco. —dijo Cassidy, sosteniendo la puerta abierta.
—¿Por qué querría usar protector solar?
—Vamos a una búsqueda del tesoro. ¿No lo mencioné?
—No, me dijiste que íbamos a comer panqueques con el equipo de
debate. En tu casa. —dije.
—Claramente eso era un código para ―Estamos yendo a una
búsqueda del tesoro‖. Que es por lo que necesitamos a Cooper aquí. Así él
puede ser nuestro rastreador de trufas.
Ella giró a la derecha en el camino, que guió hacia las rutas de
senderismo de Eastwood.
—Bien —concedí—. Dame el protector solar.
Ella lo extrajo de su bolso, y yo me lo unté mientras ella jugaba con
Cooper. Él me dio una mirada como si dijera así que esta es la chica, viejo.
—Estas a cargo del GPS —dijo Cassidy, pasándome su teléfono—. No 127
cierres la aplicación o tendremos que empezar de nuevo.
Cassidy me guió a los senderos, explicando mientras íbamos que
buscábamos un geocache, o una pequeña capsula. Estos se escondían
por toda América, y tenías que resolver acertijos para encontrarlos.
—Algunas veces no tienen nada dentro, y a veces están llenos con
pequeños tesoros —dijo ella—. Pero si te llevas algo, se supone que tienes
que dejar algo en su lugar.
—La ley de conservación de geocaches. —dije.
—Pues sí, Sr. Atleta Inculto, exactamente como eso. —Cassidy me
sonrió, su cabello ferozmente rojo en la luz del sol. Había un poco de
protector solar debajo de su oreja.
—Espera —dije, alcanzándolo para limpiárselo—. Tienes protector
solar en tu mejilla.
—¿Lo tienes? —preguntó.
—No, lo manché más grande.
—Lo que sea —dijo ella—. Al menos no tengo protector solar en
mi cabello.
—No es protector solar. Tú estás volviendo mi cabello blanco.
No navegué a través de las rutas de senderismo, contándole
historias a Cassidy sobre el mundo invisible que Toby y yo habíamos
inventado allí cuando éramos niños. Encontramos el geocache detrás de
un ladrillo suelto en esta pared por la parte de atrás de la Iglesia Católica.
Se hallaba lleno de basura ––comida chatarra barata, juguetes, en su
mayoría. Pero no importaba lo que había dentro, solo que las rutas de
senderismo realmente estaban llenas con tesoros enterrados.
Y entendí que Cassidy me lo compensaba. Que esta aventura era su
disculpa por lo que pasó en el torneo de debate, porque simplemente
decir lo siento era demasiado normal para una chica como Cassidy Torpe.
—¿No quieres firmar el registro? —pregunté, señalando hacia el
teléfono de Cassidy, que había terminado de reproducir esta pequeña
fanfarria de felicitación y mostraba una lista de nombres.
—¿Por qué? —preguntó.
—¿Así la siguiente persona que encuentre esto sabrá que estuvimos
aquí? —Sonaba poco convincente incluso mientras lo decía. Pero los ojos
de Cassidy se iluminaron.
—Hmm —dijo ella, agarrando el teléfono y escribiendo rápidamente.
—Mi turno —dije, tomándolo de vuelta. Pero entonces fruncí el ceño
a lo que había escrito—. ¿Quién es Owen?
128
—Mi hermano —dijo Cassidy tímidamente—. Solíamos hacer esto,
para meternos con el universo.
—¿Así que registraban al otro por boletines de noticias extrañas y
esas cosas? —pregunté.
—Todos hacen eso. Nosotros cambiábamos tarjetas de librería,
poníamos el nombre del otro en comentarios de blogs, joder al gran
registro cósmico de quién hizo qué.
—¿Por qué? —pregunté, confundido.
—El mundo tiende hacia el caos, tú sabes —dijo Cassidy—. Yo solo
estoy ayudándolo. Tú podrías también. Solo escribe un nombre inventado,
o incluso un personaje de ficción. Y a la siguiente persona que encuentre
este geocache, es como si las cosas realmente sucedieron de esa manera.
Tienes por lo menos permitir la posibilidad de eso.
—Personajes de ficción —bromeé—. Solo tú podrías pensar en eso.
Pero sé que eso no es cierto; la historia está llena con personajes de
ficción. E incluso el epígrafe que Fitzgerald puso en el inicio de El Gran
Gatsby es de un escritor que no existía. Todos hemos sido engañados para
creer en personas que son enteramente imaginarias ––prisioneros
inventados en un panóptico hipotético. Pero el punto no es si crees o no en
personas imaginarias; es si quieres o no.
—Creo que me quedo con la realidad —dije, entregando el teléfono
de vuelta a Cassidy.
Ella lo miró fijamente, y luego a mí, decepcionada. —Creí que tú de
todas las personas querría escapar.
—Los prisioneros imaginarios son todavía prisioneros —dije, lo que era
aparentemente la cosa correcta, porque Cassidy deslizó su mano en la
mía y me dijo más acerca de Foucault mientras caminábamos de regreso
al parque.

***

Esa noche, cuando Cassidy hizo clic en su luz para saludar, hice lo
impensable: respondí por un mensaje de texto.
En realidad, me sorprendió que eso funcionó. Pero después de un
tiempo relativamente corto de ida y vuelta, ella me dio su dirección y
acordó esperar fuera mientras yo conducía. Cuando llegué, Cassidy se
hallaba apoyada en una farola, bañada por el suave resplandor naranja.
129
Llevaba el jersey verde de siempre, una manga arrastrando.
—Hola —dijo ella—. ¿A dónde vamos?
—Te olvidaste de la cena en equipo —bromeé, echando el carro en
reversa.
Cassidy rió, abrochando el cinturón de seguridad. Su cabello se
encontraba mojado, y su humedad había dejado un camino abstracto a
través de los hombros de su blusa azul. Le dije que quería mostrarle algo, y
que era una sorpresa. Alcancé su mano, y conducimos así, en el silencio
tranquilizador de una noche de domingo en Eastwood, todo el camino
hacia la autopista, escuchando Buzzcocks.
El momento en que se unió con la 5 Norte, el silencio fue
reemplazado por el vacío de la autopista en la noche, y bajamos las
ventanas, derramando música como lastre. Después de un par de
kilómetros, comencé a oírlo en la distancia ––el ruido sordo de lo que
habíamos venido a ver.

¿Qué es ese ruido? —preguntó Cassidy sospechosamente.


—Solo espera. —Sonreí, disfrutando el suspenso
Y luego una explosión de fuegos artificiales sobre el paso elevado de
Harbor Boulevard. Se quedó ahí, brillando en el cielo de la noche antes de
parpadear en una nube de humo.
—¡Un fuego artificial! —Cassidy volvió hacia mí, encantada.
Tres fuegos artificiales más se dispararon sobre la autopista, retorciéndose
en estrellas purpuras mientras estallaban contra el humo desvaneciéndose.
El cielo se tiñó del color del carbón, y los fuegos artificiales siguieron
viniendo, más fuerte ahora, y enormes.
—Fuegos artificiales de Disneylandia —dije, saliendo de la autopista
—. Pensé que podríamos estacionar y mirar.
Había un restaurante justo fuera de la autopista, abierto más por
optimismo que por la demanda. Estacioné en un espacio vacío y Cassidy
alzó la mano para abrir el techo corredizo. Su sonrisa era luminosa, incluso
más brillante que los fuegos artificiales, mientras quitó el techo corredizo,
sus piernas colgando. Uno de los cordones de sus Converse se había
desatado, y chasqueó suavemente contra el freno de mano.
—¡Sube! —Insistió, y lo hice, porque ella me esperaba por debajo de
los fuegos artificiales formados como planetas y estrellas.
Nos sentamos ahí, lado a lado, sosteniendo nuestras manos en esa
manera de la infancia con nuestros dedos juntos, nuestras caras giradas 130
hacia el cielo. Los fuegos artificiales brillaron por encima, golpeando como
tambores.
—Hola. —dijo Cassidy, empujándome con su hombro.
—Hola.
—Esto es agradable.
—Muy agradable —Estuve de acuerdo—. El aparcamiento más
agradable que haya visto nunca.
Cassidy sacudió su cabeza a mi terrible intento de humor. Tres fuegos
artificiales explotaron conjuntamente: morado —verde— dorado.
—Hay una palabra para eso —dijo—, en francés, para cuando se
tiene una impresión persistente de algo después de haber pasado por alto.
Sillage. Siempre pienso en eso cuando un fuego artificial explotas y se
ilumina el humo de los anteriores a este.
—Esa es una palabra terrible —bromeé—. Es como una excusa para
sostenerse en el pasado.
—Bueno, yo creo que es hermosa. Una palabra para recordar
pequeños momentos destinados a estar perdidos.
Y yo pensaba que ella era hermosa, excepto que las palabras se
atoraban en mi garganta, como solían hacerlo cuando me sentaba en
una mesa del almuerzo diferente. Volvimos nuestra atención a los fuegos
artificiales exhibiéndose, aunque tenía problemas concentrándome,
porque mis dedos se hallaban atados con los suyos más pequeños, y la
pierna de sus pantalones se presionaba contra el pálido algodón de su
falda, y la brisa acarreaba un toque de su champú.
—¿No sería increíble —dije—, si pudieras enviar mensajes secretos
con fuegos artificiales? Como código Morse.
—¿Por qué? —preguntó, su cara a pulgadas de la mía—. ¿Qué
dirías?
Cerré la distancia entre nosotros, presionando mis labios contra los
suyos. Nos besamos como si no estuviéramos en un aparcamiento en una
no —tan— agradable parte de Anaheim, sentados en el techo de mi auto
en una noche de escuela. Nos besamos como si hubiera una cama
esperando por nosotros para compartir en un torneo de debate, y no
importaba si olvidé empacar pijamas. Y luego nos besamos otra vez, por si
acaso.
Ella sabía cómo un tesoro escondido, columpios y café. Sabía a la
manera en que los fuegos artificiales se sentían, como algo que podrías 131
tener cerca pero nunca realmente tenerlo solo para ti. —Espera. —Suspiró
Cassidy, empujándose lejos.
Sillage, pensé. La persistente sensación de un beso teniendo su final.
Ella se tiró del techo, arrastrándose en el asiento trasero con una
sonrisa traviesa y haciendo señas para que la siga. Aprendí tres cosas esa
noche: 1) compartiendo una cama no es ni de cerca tan íntimo como
besarse en un asiento trasero demasiado pequeño, 2) inexplicablemente,
algunos sostenes de desabrochan en el frente, y, 3) Cassidy no sabía que
yo era Judío.
Traducido por Eni & por Gaz Walker
Corregido por Tsuki

Llevé a Cassidy a la escuela todos los días de esa semana,


deteniéndome afuera de su casa con dos tazas de café para llevar,
esperando a que ella saliera por la puerta de la entrada, balanceando su
bolso de cuero mientras se apresuraba por el camino.
Su casa era enorme, una de esas villas españolas embaldosadas con
cuatro garajes, de la clase que estás casi seguro que son dos casas unidas,
debido a que son igual de grandes simétricamente. Me acordé cuando
construyeron esta subdivisión, dos años después que la mía, y como había
despertado esa mañana cuando me encontraba en quinto grado por el
sonido de los trabajadores, ni siquiera me molesté en programar una 132
alarma después eso por un tiempo. Recordé esa extraña y tranquila
mañana de un lunes cuando el martilleo finalmente se había detenido, y
mi mamá me había gritado por quedarme dormido.
¿Cómo iba a saber, en aquel entonces, que la casa blanca en
frente del parque pertenecería a Cassidy Thorpe? ¿Que de una hilera de
mansiones típicas casi idénticas, habría una ventana en particular que
buscaba cada noche antes de dormir, buscando mensajes secretos?
Tomó cinco minutos para que todos en la escuela se dieran cuenta
que nosotros estábamos juntos. Supongo que éramos malos
manteniéndolo en secreto, o tal vez ni siquiera lo intentábamos. Había
estado saliendo con Charlotte durante tanto tiempo que había olvidado
cómo eran estas cosas, como todo el mundo nos miraba mientras
bajábamos del auto en el estacionamiento de los de último año, usando
nuestros lentes de sol, y llevando tazas idénticas de café.
Las palabras habían definitivamente obtenido un descanso; se sentía
como si todos en el patio nos observaban mientras nos sentábamos en
nuestra mesa con el resto del equipo de debate.
—Honestamente —dijo Phoebe, dándome una mirada severa—, hoy
usé pantalones de chándal. Me podrías haber advertido que esto iba a
pasar.
Asumí que Phoebe se refería a, uh, los teléfonos con cámara que
apuntaban en dirección a nuestra mesa. Era perturbador, ser noticia de
interés en esta particular mesa de almuerzo, estando totalmente seguro
que tú eras la razón por la cual todo el mundo miraba, y no estar seguro si
era por envidia o desaprobación.
La corriente de atención se redujo a un goteo a lo largo de la
semana cuando todo el mundo se dio cuenta que Cassidy yo no íbamos a
subirnos en los regazos del otro, y aplastar nuestras caras en la mesa. Eso
no quiere decir que éramos totalmente inocentes de cualquier
demostración de afecto en público. Algunas veces nos tomábamos de las
manos y nos dábamos un ocasional beso de despedida apresurado, en
días cuando teníamos diferentes sextos periodos.
El miércoles durante el descanso, fui a la oficina principal y le pedí a
la señora Beams, la secretaria escolar, una llave para el ascensor.
—Ezra —dijo ella, nivelándome con una mirada severa por encima
de sus gafas de leer de diamantes de imitación—, se supone que debes
recoger esto en el primer día de escuela.
—¿Lo olvidé? —traté tímidamente, aunque una respuesta más
adecuada hubiese sido que lo había hecho mi prioridad principal para
evitarlo. 133
—Es casi octubre, jovencito —me reprendió ella.
—Tiene razón, lo sé.
Ella me dio la llave, y la metí en el bolsillo de mis jeans, tratando de
parecer extremadamente patético en mi salida de la oficina, en caso de
que ella tuviera segundas intenciones. No usé la llave hasta esa tarde,
cuando la campana sonó para el cuarto periodo. Cassidy comenzó a
caminar hacia el salón de la señora Martin, nuestro camino usual, a través
de la escalera por el estacionamiento de la facultad, pero la detuve.
—En realidad —dije—, vamos por el otro lado.
Cassidy levantó una ceja, pero estuvo de acuerdo. Tomé la llave y la
giré en la ranura de llamada del ascensor para discapacitados, tratando
de no parecer demasiado complacido conmigo mismo.
—Las damas primero —dije solemnemente.
—¿Qué está pasando? —preguntó Cassidy con desconfianza,
dando un paso en el interior del ascensor de metal con abolladuras.
Me encogí de hombros y esperé a que las puertas estuvieran
cerradas antes de deslizar mi brazo alrededor de su cintura.
—¿Alguna vez has querido hacerlo en un ascensor? —pregunté,
sonriendo.

***

Mientras que el resto de la escuela rápidamente se obsesionó con


Cassidy y yo, nuestra mesa de almuerzo se obsesionó con la noticia de una
rave silenciosa en Los Angeles el viernes. Toby se ofreció para conducir, y
Phoebe le prometió que iba a tratar de dejar la guardería, y en el
momento en que tuve el valor suficiente para preguntarle qué era
exactamente una rave silenciosa, todo el mundo me miró como si
estuviera loco.
—Es un tipo de flash mob —explicó Cassidy—. Cientos de extraños se
reúnen en un lugar público, ponen sus auriculares exactamente en el
mismo momento y empiezan a bailar.
Traté infructuosamente de imaginarlo, pero tenía que admitir que
sonaba más interesante que un musical histórico de tres horas sobre los
adolescentes alemanes deprimidos, que había sido el último para el que
todos habían ido a Los Ángeles. 134
—¿Así que hay uno mañana? —pregunté.
—Sip. Y nosotros vamos a estar en el centro —me informó Toby.
Luke y Sam ya tenían planes de ir a hacer paintball con algunos
chicos de su iglesia, y Phoebe no podía salir de la guardería, después de
todo, por lo que terminamos siendo Toby, Austin, Cassidy y yo, que nos
amontonamos en la Fail Whale el viernes después de la escuela.
Toby nos hizo parar en una gasolinera por aperitivos así que me sentí
como en un verdadero viaje por carretera, a pesar de que se hallaba a
dos horas como máximo. Cassidy tenía un paquete de regaliz y Austin
echó energizante en un granizado de cereza del que todos se burlaban.
—Es bueno —protestó Austin—. Honestamente, ¿no han tenido
alguna vez un granizado Red Bull?
—No veo el punto de la cafeína sin café. O el café sin cafeína, para
el caso —le informé.
—Lo que sea. —Austin se puso su capucha mientras tomaba su
cambio de la caja—. Un día, el mundo reconocerá a Red Bull como un
grupo de alimentos legítimo, ¿y quién se reirá, entonces?
—Todo el mundo —dijo Cassidy secamente—. Van a estar con
demasiada cafeína para hacer nada más.
Nos metimos de nuevo en la Fail Whale, que contaba con —ten
esto— cintas. Toby tenía un montón de cintas de la mezcla que había
recogido en reuniones de intercambio y tiendas de segunda mano, por lo
que escuchó "¡Feliz cumpleaños Heather!", mientras íbamos por la 5 Norte.
Era como jugar a la ruleta rusa con música horrible de los ochenta en
cinco de las seis cámaras.
—Ugh. —Cassidy hizo una mueca—. Ponlo. Sobrecarga de Ace of
Base.
Toby expulsó la cinta y Austin, que viajaba de copiloto, puso una
diferente y golpeó el rebobinado.
—Hay nostalgia de los noventa —observó Austin mientras
esperábamos a que la cinta se rebobinara—, y luego está la tecnología
anticuada. Desafortunadamente, esto es del último.
Toby no tomó bien a cualquiera insultando a su coche. Como él
mismo dijo, la Fail Whale era "una magnífica reliquia de la crisis permanente
de sólida clase media de los suburbios."
—Austin, conduces un Jetta.
—¡Era de mi hermana! —protestó Austin. Pude ver su cara de color
rojo en el espejo retrovisor. 135
Yo no dije nada, desde que había, uh, ganado un BMW por cumplir
dieciséis años. Cassidy me ofreció uno de sus regalices, y acepté
distraídamente, mordiendo cada extremo antes de darme cuenta de lo
que hacía.
—Toby —llamé—. ¿Recuerdas hacer sorbetes de regaliz en el Cub
Scouts?
—Pensé que fui el único que lo hizo —dijo Austin.
—Bueno, ¿alguno aplastó esos pequeños vasos de papel que tienen
al lado de los dispensadores de agua? —preguntó Cassidy.
No tenía ni idea de lo que hablaba, pero Toby sí.
—Sí. Tuviste que soplar en ellos y destruir el fondo al mismo tiempo
para conseguir que funcionara.
Y luego pasamos el resto del viaje recordando sobre los programas
de Nickelodeon viejos, Furbys y Tamagotchis, y cámaras I- Zone, y lo
extraño que era que todo el mundo hiciera video llamadas y viera la
televisión en sus ordenadores.
—Amigo —dijo Austin saliendo de la autopista—, dentro de
cincuenta años, todos los hogares de ancianos van a estar llenos de
ancianos escuchando a Justin Bieber en la estación de clásicos y
hablando de cómo las películas solían ser en dos D.
—Todos nuestros deseos son deseos universales —dijo Cassidy—.
Estoy parafraseando, pero es Fitzgerald.
—No creo que él estuviera hablando de Neopets. —La voz de Toby
goteaba desprecio cuando superó en el centro de la intersección,
esperando para girar.
—Bueno, él hablaba acerca de la condición humana —respondió
Cassidy—. Y si, para nuestra generación, pasa a ser un anhelo colectivo de
un mundo antes de los teléfonos inteligentes, entonces que así sea. No
tiene sentido especular sobre el impacto duradero del pasado, si la cultura
popular era predictiva, todo sería obsoleto al momento en que comenzó a
existir.
Por un momento, nadie dijo nada. Y luego Austin se echó a reír. —
Jesús, ¿qué están enseñando a los niños en las escuelas de preparación en
estos días?
—Conformidad —respondió Cassidy, como si Austin hubiera estado
hablando en serio.
136
***

Había una corriente subterránea agitada para el centro comercial.


Todo el mundo miraba a todos los demás, pensando que se encontraba
allí para participar en el flash mob, aunque estuviera en una expedición
comercial inocente.
Llegamos un poco temprano, así que nos fuimos al Barnes and
Noble. Toby y Austin se dirigieron a las novelas gráficas, y Cassidy y yo
terminamos por nuestra cuenta en la sección de arte, donde vimos un libro
sobre Banksy, el artista de graffiti subversivo del que no había oído hablar.
—Lo que me gusta de él —dijo Cassidy, con los ojos brillantes y
emocionados—, es la forma en que imprimió todo éste dinero falso y lo
lanzó contra la multitud. La gente pensaba que era real y trataron de
gastarlo en las tiendas, y se enojaron tanto cuando se enteraron de que
era falso. Pero ahora, esos billetes se venden por una fortuna en eBay. Es al
mismo tiempo real y no real, ¿sabes? Sin valor como moneda, pero como
arte... mi hermano uno de esos para Navidad hace unos años, y mi mamá
asumió que quería enmarcarlo, y me dijo que acababa de pegarlo en su
cartera, ya que fue una de las pocas obras de arte que se puede llevar en
el bolsillo.
Cassidy se detuvo, cerrando el libro.
—Debemos encontrar a Toby y Austin —dijo.
—Pueden esperar —insistí, inclinando la cara de Cassidy hacia la mía
para robarle un beso.
—¿En serio? —murmuró Cassidy, sus labios contra los míos.
Cuando salimos a tomar aire, Toby se encontraba allí de pie,
haciendo una mueca. Cassidy y yo nos arrastramos hacia la escalera
mecánica, ligeramente humillados por haber sido capturados.
—Oye —dije, metiendo la mano en el bolsillo de atrás—. Te he traído
algo.
Le entregué a Cassidy el iPod que me prestó mi papá, y ella miró
hacia él, completamente desconcertada.
—Es un préstamo —le expliqué—. Puse algunas canciones.
Los labios de Cassidy se curvaron en una sonrisa.
—¿Me hiciste una lista de canciones para el flash mob? —preguntó.
—Más o menos. Solo presiona play. Lo he sincronizado con el mío, así
que puedo bailar las mismas canciones.
137
Había tenido la inspiración alrededor de la medianoche, la noche
anterior, y me había quedado despierto hasta las dos decidiendo sobre las
pistas perfectas. Me imaginé muy románticamente, los dos solos en medio
de una multitud de extraños, bailando la misma música. Pero la sonrisa de
Cassidy desapareció, y tuve la impresión de que la había decepcionado
de alguna manera.
—¿Qué? —le pregunté.
—Ezra —dijo—. Es un flash mob. El punto es que todo el mundo baile
con su propia música, y es tan bonito al azar que funciona. Cientos de
extraños, todos eligen una canción diferente para encapsular su propia
experiencia. Es una pista de baile donde todos los géneros de la música se
están reproduciendo a la vez, y no se supone que se debe saber lo que los
demás están escuchando.
—Lo siento —dije, avergonzado.
Me entregó el iPod de nuevo con una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes por eso —dijo—. No lo sabías.
—Se podría poner en aleatorio —sugerí—. De esa manera, no sería la
misma música que el mío.
—Eso está bien —dijo Cassidy, su sonrisa ensanchándose hasta que
era genuina—. Prefiero bailar con mis propias canciones, que tratar de
adivinar lo que son.
Toby y Austin habían caminado por la escalera mecánica, y
esperaban en la puerta de la tienda de libros. Austin había comprado un
libro y fue a meter la bolsa de plástico en su mochila omnipresente.
—Vamos —dijo Toby con impaciencia—. Dos minutos.
Todos se congregaron en el patio central, donde un montón de
estudiantes de secundaria y universidad se arremolinaban, tratando de
parecer indiferente. Todo el mundo tenía sus teléfonos fuera, esperando a
conectarlos a las cinco en punto. Un grupo de chicos que buscan
inconformistas asintió ante nosotros, informando a Toby de que su corbata
era "de calidad".
—¿Ves? —dijo Toby, sonriendo—. Las pajaritas son frescas.
Nos apostamos en un lugar cerca de la fuente que Toby juzgó que
estaría justo en el medio de todo. The Grove estaba lleno, lo que era
sorprendente para las cinco de un viernes. Las familias con cochecitos y
turistas con cámaras de fantasía vagaban por los caminos, haciendo sus
labores de compras y turismo. Por un minuto angustioso, esperamos en la
anticipación colectiva palpable de cientos de extraños que trataban de 138
fingir que no hacían nada fuera de lo normal, hasta que Toby susurró: —
Ahora.
En una señal invisible, todo el mundo se puso los auriculares y el
juego comenzó. Los adolescentes comenzaron a llegar de las fachadas de
las tiendas, corriendo hacia el patio central, uniéndose a la fiesta de baile.
Fue fantástico, extraños sonrientes entre sí, bailando break dance o
balanceándose hacia fuera o moviéndose al compás de algún misterioso
ritmo que sólo ellos podían oír. Subí el volumen de los auriculares, bailando
torpemente The Clash.
Cassidy llevaba un par de auriculares caros de DJ dorados y
brillando a la luz del sol. Los apretaba con fuerza alrededor de las orejas,
cerrando los ojos y bailando como si nadie estuviera mirando. El dobladillo
de su vestido turquesa se levantó peligrosamente, y el viejo collar de reloj
de bolsillo que llevaba rebotó hacia arriba y hacia abajo sobre su pecho, y
era tan hermosa que casi no podía soportarlo.
Toby bailaba irónicamente, haciendo "el aspersor" y "el carro de
compras", el mejor momento de su vida cuando se quebró. Y Austin
realizaba algunas contorsiones complicadas a lo que supuse era techno.
A nuestro alrededor, los extraños se emparejaron y bailaron juntos,
riendo. Me sentí abrumado por el número de personas que registran en
vídeo el evento, sin estar presentes en el momento. Había un hombre
mayor en un traje de plátano haciendo movimientos pélvicos,
desesperados por atención. Me pregunté lo que hacía para ganarse la
vida, si se trataba de algún trabajo en un banco respetable o algo
totalmente degradante.
Pero el flash mob no se trataba del tipo del traje traje de plátano, o
la gente de pie torpemente con cámaras de video, o la multitud
embobada que había salido de las tiendas para ver qué pasaba. Se
trataba de poder bailar como Cassidy, como si nadie estuviera mirando,
como si el momento fuera lo suficientemente infinito sin necesidad de
documentar su existencia. Así que cerré los ojos y traté.
Cuando los abrí, Cassidy se encontraba allí de pie, con los
auriculares alrededor de su cuello. Hizo un gesto para que yo hiciera lo
mismo, y cuando lo hice, la tranquilidad de lo que sucedía me impactó.
Había estado tan seguro de que mi banda sonora privada era una parte
de todo, que no me había dado cuenta de lo que parecía, cientos de
extraños bailando en un silencio absoluto.
Bailamos durante una media hora, hasta que se convirtió en más de
un espectáculo de un flash mob. Nadie quería regresar todavía, así que
nos fuimos en coche a Santa Monica y cenamos en algún lugar de
hamburguesas a la antigua. Nos dimos una vuelta por el paseo marítimo
139
después, inventando historias de vida hilarantes y trágicas para el tipo que
había llevado el traje de plátano. Los Angeles pareció cambiar a una
ciudad diferente esa noche, una más vibrante y misteriosa. Me habllaba
tranquilo, porque habíamos caminado un montón, y no estaba seguro de
cuánto más podría soportar. Me encontraba muy mal cuando Cassidy me
apretó la mano y me dijo: —Oye, vamos a sentarnos en un banco y ver a
la gente.
—Me parece bien —le dije, aliviado.
Toby y Austin se metieron en una librería a localizar alguna novela
gráfica que la otra tienda no había tenido, y Cassidy y yo nos sentamos a
esperarles. Pensé que había hecho un buen trabajo fingiendo que me
encontraba bien, pero algo me delató porque Cassidy suspiró y me lanzó
una mirada severa.
—Podrías haber dicho algo —me regañó.
—Estoy bien —le mentí.
—No, quieres que todos piensen que estás bien. Hay una gran
diferencia.
Me encogí de hombros y no dije nada. Cassidy se estremeció, y la
acerqué más a mí.
—¿Crees que están juntos? —murmuró, presionando su mejilla con
gusto en mi cuello.
—¿Quién?
—Toby y Austin.
Me sorprendió bastana la pregunta, porque ese tipo de cosas
simplemente no se me ocurren.
—¿Por qué piensas eso?
—No lo sé. —Cassidy se encogió de hombros—. Sólo una impresión
que tuve. Pero puedo estar equivocada. Austin no acaba de parecer del
tipo.
—¿Y Toby lo hace? —No me di cuenta de que era una pregunta
retórica hasta que la hice.
Era extraño pensar que Toby podría ser gay. Tenía un extraño tipo de
sentido, pero no me molestaba ni nada de eso. Todavía era Toby, nuestro
capitán valiente.
No pasó mucho tiempo antes de que Toby y Austin salieran de la
librería.
—Tenemos que regresar —dije, en caso de que fueran a caminar un 140
kilómetro o dos.
Cassidy se mantuvo mirándome por el rabillo del ojo mientras
caminábamos de regreso a la Fail Whale, como si pensara que debería
decir algo, pero no había manera en el infierno de que le fuera a pedir a
Toby que trajera el auto.
—Asiento trasero —gritó Austin, luchando por ello. Se estiró, cruzando
los brazos sobre su pecho—. No me despierten.
Toby puso los ojos en blanco. —No voy a conducir de nuevo con
todos ustedes, idiotas, durmiendo. Faulkner, lo obtuviste por adelantado.
Yo ya había reclamado mi asiento, y una siesta sonaba increíble,
como que tal vez podría dormir por el dolor en mi rodilla.
—En realidad, voy a hacerte compañía —dijo Cassidy, subiendo al
asiento del copiloto.
Nuestros ojos se encontraron en el espejo retrovisor, y le lancé una
mirada de gratitud antes de lanzar mi capucha sobre mi regazo como una
manta e ir a la deriva durmiendo en las calles concurridas de la 10 East.
Traducido por EyeOc
Corregido por Tsuki

Cassidy me llevó de compras el fin de semana a una tienda de


segunda mano. Se hallaba en este grupo de tiendas de vinilo y
restaurantes vegetarianos unas cuantas cuadras del gran y lujoso centro
comercial, un lugar por el cual he pasado una docena de veces pero
nunca pensé en detenerme y explorar.
Había raras esculturas por todos lados, las cuales Cassidy llamó
―instalaciones artísticas.‖
Una instalación de arte en particular se hallaba hecha de cañones
oxidados, y sugerí que tal vez deberían de desinstalarlo, lo cual hizo a
Cassidy reír. Su cabello se encontraba suelto de la manera que más me 141
gustaba, cayendo sobre sus hombros en ondas sueltas. Se puso un par de
botas con gran tacón, una altura extra que hacía que el sostener las
manos se sintiera diferente, aunque se hallaba más cerca, y era más fácil
de alcanzar.
Me arrastró dentro de una estrecha tienda llena de ropa de
segunda. Con poco entusiasmo pasé rápidamente por el estante de
camisas, más gente mirando que comprando. Había una chica rubia con
rastas y un arete en la nariz detrás del mostrador, y un chico Asiático con
mangas de tatuajes y un arete expansor parado fuera del probador.
—¡Oh mi Dios, es perfecto! —exclamó Cassidy, sosteniendo algún
tipo de monstruosidad con plumas azules que debió de haber sido o un
saco o una bata de baño.
—No —le dije.
—¡Te lo vas a probar! —insistió, riendo mientras lo ponía de vuelta.
Después de un tiempo, se convirtió más claro que Cassidy bromeaba
con las peores cosas que podía encontrar.
—Eso es una camisa negra —me informó, mirando lo que sostenía—.
Vamos, Ezra, no lo voy a hacer por ti. Necesitas expresarte. No eres un
estirado de Abercrombie y pantalones de mezclilla holgados.
Bajé la mirada a la camisa negra, dándome cuenta que Cassidy no
me había arrastrado de compras así me haría comprar algunos pantalones
de mezclilla nuevos. Estaba determinada a ayudarme a darme cuenta
quien quería ser, ahora que me senté con el equipo de debate, participé
en flash mobs y escabullí dentro de una sala de conferencias de la
universidad. Y podía ver su punto. Si no quería pasar el rato con mis
antiguos amigos, probablemente no debería seguir vistiéndome como lo
hacía, especialmente desde que bajé lo suficiente de peso en el verano
que nada en mi closet me quedaba.
—¿Tienes algunas sugerencias? —pregunté, porque eso parecía
seguro.
—Hmmm —me midió como disfrutando de un chiste privado—. ¿Qué
hay sobre una chaqueta de cuero?
Cuando dejé la pila de ropa en el mostrador para pagar, la chica
con rastas me sonrió.
—Increíble chaqueta —dijo, levantándola—. Deberías usarla con los
pantalones de mezclilla negros.
—Sí, está bien —dije, sacando la tarjeta de crédito.
—Solo que no con esa camisa. —Se rió mientras cobraba mis
compras y las metía en una bolsa.
142
—¿Seguro que no quieres la bata de baño con plumas, también? —
bromeó Cassidy mientras subíamos de vuelta en mi carro.
—No, solo podría a Toby celoso.
—Muy celoso —concordó Cassidy.
Un carro esperaba por mi lugar en el estacionamiento, encima de mí
así que vagamente podía salir.
—En serio —murmuré—, ¿por qué el mundo está lleno de
conductores idiotas?
—Bueno, estás debajo de un árbol. A lo mejor es
un schattenparker —dijo Cassidy, encendiendo la radio. Presiona el botón
de pre ajuste, obteniendo tres estaciones seguidas de comerciales antes
de darse por vencida.
—¿Qué es un schattenparker?
—Es alemán. —Cassidy sonrió—. Y se traduce aproximadamente
como ―alguien que siempre estaciona su carro en la sombra así el interior
no se calienta.‖ Los alemanes están llenos de buenos insultos.
—¿Cómo cuáles? —pregunté.
—Um —consideró Cassidy por un momento—. Vomdoucher. Eso
significa alguien que no soporta tomar duchas heladas. Y me gusta mucho
backpfeifengesicht. Esa se traduce como ―una cara que llora por un puño
en ella.‖ Es muy Shakesperiano.
Niego con la cabeza. —¿Dónde aprendes éstas cosas?
—¿Nunca te aburres? —preguntó Cassidy.
—Sí, pero no busco en Google ―insultos alemanes‖
—¿Por qué no? Es fascinante.
Me encogí de hombros, mezclándome en la autopista. —Supongo
que nunca se me ocurrió.
—¿Sabes que se me acaba de ocurrir? —preguntó Cassidy
juguetonamente.
—¿Qué?
—Nunca he visto tu habitación.

***
143
Afortunadamente, mis padres estaban fuera comprando nuevas
iluminaciones fijas o lámparas o lo que sea. No había estado prestando
atención cuando mi mamá lo explicó en la mañana, pero el punto era,
que no se encontraban en casa, y no estarían de vuelta por un rato.
—¿Debería estar asustada? —preguntó Cassidy cuidadosamente
mientras la dirigía hacia mi habitación—. ¿Esta será una habitación como
esas de chicos descuidados que huelen como queso viejo?
—Definitivamente. Tengo posters de chicas en bikinis, también. Y un
cajón a un lado de la cama lleno de lubricante.
—Sería decepcionante si no lo tuvieras —se rió Cassidy.
Mi habitación no era tan emocionante, excepto por el hecho de
que contenía una cama grande. Mayormente, era realmente limpio. Si no
lo estaba, mi mamá lo limpiaría antes de que la sirvienta viniera los martes,
lo que significaba que pasaría por todas mis cosas.
No tenía permitido poner posters o nada como eso, así que había
solo unos cuantos de pinturas enmarcadas: McEnroe y Fleming en el
Wimbledon, más algunas cosas sobre navegación que a mi papá le
gustaba, aún cuando nunca íbamos a navegar. Tenía un gran librero que
tenía fotografías de bailes de la escuela, un par de consolas de
videojuegos, y el espacio vacío donde mis trofeos de tenis solían estar
antes de que los pusiera en una caja y los metiera al closet.
Abrí la puerta, Cooper pasó entre nosotros y brincó en la cama,
colocando su cabeza en el mando del Wii.
—¡Cooper fuera! —dije, riendo.
—Awww, pobre perro. —Cassidy se sentó en mi cama y le rascó
detrás de las orejas.
—Eso no está ayudando —dije.
—¿Por qué tienes fotos enmarcadas de botes de vela? —preguntó.
Me encogí de hombros y senté enseguida de ella.
—Déjame adivinar —dijo Cassidy—, porque alguien más lo tomó y lo
puso en una habitación tratando de encapsular quien eres, aun cuando
no tienes interés en botes.
—Si digo que sí, ¿consigo besarte?
—¡No enfrente del perro! —pretendió estar conmocionada.
—¡Vete Cooper! —dije, animándolo.
Cooper se sentó, considerándolo, y después de inmediato se acostó 144
de espalda.
Cassidy finalmente lo persuadió de bajarse de la cama y lo ahuyento
fuera de la puerta.
—Ahí —dijo—. Hemos exitosamente excluido sexualmente a tu
poddle.
—Tarea cumplida. —Era una frase que tomé de nuestra mesa de
almuerzo, e hizo que Cassidy sonriera.
Se inclinó para quitarse las botas, y después caminó descalza
alrededor de mi habitación examinándola.
—¿Dónde están tus libros? —preguntó.
—Debajo de la cama —admití avergonzadamente.
Cassidy se agachó en sus manos y rodillas, y echó un vistazo debajo
de la cama.
—Es la biblioteca perdida de Alexandria —dijo secamente.
—No lo entiendo, pero está bien.
—Deberías ponerlos en tus estanterías. Al menos que tengas miedo
de que el equipo de futbol pueda venir y descubrir que eres un gran nerd.
—No he leído la mayoría de ellos —dije, en caso que pensara que lo
había hecho—. Eran de mi mamá en la universidad.
—Nunca los vas a leer si están debajo de tu cama.
—Me pondré la chaqueta de cuero nueva e iré a leer en una de
esas cafeterías mañana —prometí, sonriendo.
—Eres un hablador —bromeó Cassidy, moviéndose sobre la cama.
Sus brazos tenían piel de gallina debido al aire acondicionado, y su blusa
de resaque estaba ladeada, revelando las tiras de su sostén.
—Mmm, ven aquí —dije, jalándola encima de mí.
Me olvidé de poner música para ambientar, pero no importó. Por
primera vez, teníamos una enorme cama toda para nosotros, un cerrojo en
la puerta, y una casa vacía haciendo eco detrás de ese cerrojo.
Besé su cuello, deslizando las tiras de su blusa sobre sus hombros, y
luego besé esos también. Bajé su blusa alrededor de su cintura, deseando
que entendiera la indirecta de que quería que se la quitara.
—Muy sutil —dijo, sentándose y quitándose su blusa. Franjas de la luz
del sol de la tarde se filtraba por la persiana, creando bandas doradas a
través de su piel.
—Es morado —dije estúpidamente, cautivado por la apariencia de
145
su sostén de encaje y las suaves curvas de su cintura.
Y después Cooper dejó salir un lamentable lloriqueo y arañó su pata
en contra de la puerta. Cassidy levantó la vista, y Cooper lloriqueó otra
vez, más fuerte esta vez.
—¡Cállate, Cooper! —dijo, pero al contrario, la mención de su
nombre pareció alentarlo.
—Solo ignóralo —le dije.
Y tratamos, por un tiempo. Pero era bastante difícil pretender que tu
perro no sollozaba hasta que casi se le salían los ojos en el otro lado de la
puerta.
—Se está volviendo peor —dijo Cassidy, tratando de no reírse—. ¿No
puedes hacer algo?
—Nunca es así —gruñí, levantándome.
Saqué la cabeza por la puerta. Cooper me devolvió la mirada, sus
ojos cafés estremeciéndose. Dejó salir un lloriqueo experimental.
—¡No! —le dije—. ¡Cállate, Cooper! ¡Vete!
No va a pasar, viejo amigo, sus ojos parecían decir. Se acostó,
colocando su cabeza en sus patas, y lloriqueando suavemente.
—Mejor —dije, cerrando la puerta con un suspiro.
Cassidy se encontraba sentada en la cama con su sostén y sus
pantalones de mezclilla, su cabello cayendo sobre sus hombros.
—¿Así que donde está el cajón lleno de lubricante? —bromeó.
—No lo necesitaremos —prometí, y mi camisa se unió a la suya en el
piso.
Comenzamos a besarnos otra vez. Cassidy se encontraba encima, a
ahorcadas sobre mí. Su cabello moviéndose en contra de mi mejilla,
mordió un poco mi labio inferior mientras nos besábamos, y quería
demasiado morir, era tan sexy. Alcancé su sostén y batallé por un
momento pero perdí la batalla en contra del broche, manejando para
que se quedara atascado en el velcro de mi muñequera.
—Um —dije—. Tenemos un problema.
—Tu, ya sabes… ¿terminaste? —preguntó Cassidy incómodamente.
—No, aun bien —le aseguré—. Pero, um, me quedé atrapado en tu
sostén.
Atrapado prácticamente era un eufemismo. Mi muñeca estaba
prácticamente esposada a su espalda. 146
—Oh. —Cassidy se mordió su labio—. A lo mejor debería —que si
hago— no, espera, lo sacaré por encima de mi cabeza.
—Esto es tan humillante —murmuré mientras Cassidy salía de su
sostén.
—Bueno, trae un nuevo significado a la frase ―trampa de calabozos‖
—bromeó, y ambos nos reímos de la situación, una situación que se volvió
infinitamente más interesante porque se hallaba con el pecho descubierto.
—Así que, ¿te importa donde lo ponga? —pregunté.
—¿Qué? —farfulló.
—Oh guau, no. Tú sostén —aclaré, liberándolo de mi muñequera—.
Lo siento.
—Eres lindo cuando te sonrojas —dijo Cassidy sonriendo
traviesamente—. Y ya que preguntaste, ¿qué tal si te enseño exactamente
donde ponerlo?
Cassidy se deslizó debajo de las sabanas, tiré su sostén al piso, cerré
los ojos, apreté mis puños, y dejé que la deliciosa presión de su cálida y
suave boca me llevara de vuelta a nuestros fuegos artificiales, todos ellos
explotando al mismo tiempo.
Más tarde —después le regresé el favor, nos vestimos, y Cassidy
había expresado su eterna apreciación al hecho de que tuviera un baño
completo— después de que habíamos dejado entrar a Cooper de vuelta
a la habitación y estábamos inocentemente jugando Mario Cars con la
puerta abierta en caso de que mis padres llegaran a casa, Cassidy
preguntó si era virgen.
Pausé el juego, ya que tenía el control A.
—Um —dije, preguntándome si adivinó.
—Oh, mi Dios —los labios de Cassidy se torcieron mientras trataba de
reprimir una sonrisa—. ¡No lo eres!
—¡Oye, solía ser genial! —Traté de hacer un chiste de ello.
—Lo sé, es horrible —dijo Cassidy secamente, y después jugueteó
con el control, dándose cuenta lo que había empezado.
—Bueno, me estoy conservando para el matrimonio —anunció
Cassidy, como si fuera la culminación de un chiste sin contar, y después se
encogió de hombros, avergonzada—. ¿Por qué inclusive lo llaman así,
―conservando para el matrimonio‖? ¿Cómo si necesitáramos ser
rescatados del sexo? No es como si las vírgenes pasaran sus vidas enteras
enganchadas en la sagrada ceremonia de ―estar conservándose para el
matrimonio‖ para tener relaciones sexuales?
147
—Solo lo suficiente mientras estás bien con relaciones no sexuales,
supongo que no me importa —sonreí.
—¿Qué demonios es relaciones no sexuales? —Cassidy frunció el
ceño.
Traté de hacerme el inocente.
—Bueno, ¿te lo podría mostrar otra vez?
Traducido por Juli
Corregido por Paltonika

No sé con seguridad si puedo precisar el momento exacto en el que


cambié irremediablemente. En estos días, creo que no fue un momento en
absoluto, sino un proceso. Una reacción química, por así decirlo. Ya no era
Ezra Faulkner, el chico de oro, y tal vez no lo fui por un tiempo, pero cuánto
más andaba con Cassidy, mejor me sentía sobre eso.
Después de que ella se fue a su casa y mis padres regresaron de la
excursión a varios almacenes de decoración, de lo cual hablamos
largamente durante la cena, me puse mi nueva chaqueta de cuero y me
miré al espejo. Realmente me observé, ya que era algo que evité durante
mucho tiempo. 148
Desde el accidente, sólo veía las cosas que se encontraban mal: mi
cabello crecido, mis músculos disminuyendo de tamaño, mi bronceado
sustituido por una palidez enfermiza, mis pantalones que anteriormente me
iban a la medida ahora colgaban de mis huesos de la cadera, incluso con
la ayuda de un cinturón.
Pero en esta ocasión, cuando me miré en el espejo, no vi ninguna de
esas cosas. Todavía seguían allí, por supuesto, pero no como defectos, sino
como hechos: delgado, cabello enmarañado, pálido. Soy yo, pensé, sólo
que en una versión diferente de lo que recuerda la mayoría de la gente.
En algo así como un gran gesto, saqué los libros de debajo de la
cama y los coloqué en los estantes. No es que pensara en leer muchos de
ellos, pero era una sensación agradable, ser capaz de mirar a mi librero y
contemplar esa posibilidad. El pensar que un pedacito de mi dormitorio
finalmente representaba algo de mí.
Me pregunté cómo luciría el dormitorio de Cassidy, si la definía de
una manera que el mío no. Me pregunté si era como la habitación de
Charlotte, con figuritas de mariquitas revistiendo el alféizar de su ventana y
un escritorio entero sólo para su colección de maquillaje, lo cual al parecer
se llamaba vanidad.
—¿Cómo es que nunca vamos a tu casa? —le pregunté a Cassidy el
lunes cuando la recogí para ir a la escuela.
—Porque tenemos un ama de llaves —dijo, suspirando—. Y le diría a
mis padres que llevo chicos cuando ellos no se encuentran.
—Técnicamente, soy sólo yo —dije, asintiendo al guardia de
seguridad al pasar.
—Aún más desastroso —me aseguró—. Confía en mí, es más fácil si
no vienes. No te pierdes de nada.
—Supongo —le dije, sintiendo que quería cambiar de tema.
Tomó un sorbo del café que traje.
—¿Alguna vez has probado un café francés? —preguntó—. Creo
que te gustará más.

***

Fui al cine con Cassidy el viernes por la noche, en una cita real, en el
Centro Prism. Usó un bonito vestido, y yo llevé mi ropa nueva. Vimos esa
comedia horrible protagonizada por los mismos actores que siempre
149
interpretan comedias horribles.
Ir al cine siempre me hace sentir extrañamente eufórico cuando
salgo de la sala, rodeado por el olor de las palomitas y con todo el mundo
hablando de la película. Es como si todo fuera más vívido, y la línea entre
lo probable y lo cinematográfico se volviera borrosa. Piensas en grandes
ideas, como si tal vez fuera posible mudarte a algún lugar interesante, o
arriesgarlo todo por darle una oportunidad a tus sueños o lo que sea, pero
nunca lo haces. Es más la sensación de que podrías convertir tu vida en
una película si lo quisieras.
Nunca fui capaz de explicarle a nadie el por qué son tan sagrados
los instantes después de salir de una sala de cine, así que me sorprendí
cuando Cassidy sonrió y no dijo nada hasta que llegamos a la parte inferior
de la escalera, dejándome con el perfecto silencio de mi momento.
—Es raro —expresó, deslizando su mano en la mía—, oír cien
conversaciones idénticas.
—Entonces vamos a tener una conversación diferente —prometí—.
Dime algo que sucedió cuando eras una niña.
Sonrió, complacida.
—Cuando tenía siete años, mi mejor amiga apagó las velas de mi
pastel de cumpleaños. Lloré porque pensé que mi deseo no se haría
realidad. Ahora tú dime algo.
—Um —dije, pensando—. En segundo grado, Toby y yo tomamos
prestado un montón de joyas de plástico de su hermanita y las enterramos
en el cantero de flores de su madre. Queríamos desenterrar un tesoro,
supongo, pero nos metimos en un gran problema. Tuve que dormir en una
habitación diferente, por mucho tiempo.
—No sabía que fueran amigos desde hace tanto tiempo.
—Desde el jardín de niños —le dije—. Por el orden alfabético. Tuvimos
que compartir un cubículo y todo.
Entonces un par de chicos de la escuela nos interrumpieron para
saludarnos. Nos detuvimos a charlar sobre la película que vimos, la cual
resultó ser la misma, por lo que comentamos lo mala que fue.
Al momento de alejarnos, nos cruzamos con la mitad del equipo de
chicas de waterpolo, pasando el rato en una de las fuentes. Saludaron, y
les asentí en respuesta.
En realidad no planeé una gran noche romántica, pero ninguno de
nosotros quería volver a casa, así que me ofrecí a mostrarle el parque del
castillo. Es este gran parque antiguo con una gran fortaleza de hormigón
150
construida por los años ochenta, y en el que solía jugar de pequeño.
Mientras íbamos, Cassidy descubrió que nunca probé una barra de
chocolate Toblerone, lo que consideró totalmente inaceptable, así que
nos detuvimos en la tienda de comestibles para comprar algunas. En tanto
esperábamos para pagar, posiblemente podríamos haber tenido a todo el
equipo de fútbol americano amontonado en la fila detrás de nosotros.
Compraban dos docenas de latas de aerosol antiadherente para cocinar.
Era tan completamente magnífico que me sentí demasiado aturdido
para reír. Cassidy me dio un codazo, sonriendo.
—Hola —dije, girándome.
Connor, el mariscal de campo, lucía sorprendido de verme, aunque
no tanto como yo de ver a toda la alineación de titulares comprando lo
que tenía que ser aerosol para cocinar.
—Faulkner —reconoció, y luego asintió a Cassidy—. Amiga.
Connor estaba borracho, el olor a licor irradiaba de él. Esperaba que
alguien más fuera el conductor designado.
—Hacen de diferentes sabores —le dijo Cassidy educadamente,
señalando con la cabeza el aceite en aerosol—. No sé si eres consciente.
Reprimí una carcajada. Todo era demasiado extraño. Y lo peor era
que el cajero también iba en la escuela, posiblemente era de primero. Se
veía aterrorizado ante la perspectiva de marcar la compra del equipo de
fútbol, y no lo culpaba.
—Lo tengo, gracias —dijo Connor con timidez, como si lo hubiéramos
atrapado comprando un paquete de condones. ¿La verdad? Eso habría
sido menos sorprendente.
Pagué rápidamente y llevé a Cassidy al estacionamiento, donde nos
comenzamos a reír.
—¿Qué fue eso? —preguntó, jadeando.
—No estoy seguro —le dije—, pero creo que pudo ser la alineación
titular del equipo de fútbol de la escuela comprando veinticuatro latas de
aceite.
—Oh, Dios mío —balbuceó—. Me muero.
Todavía seguíamos riendo cuando estacioné en un espacio vacío,
en el parque del castillo.
—Tal vez es una especie de ritual —dijo, especulando—. En donde
tienen que cubrirse con aceite y luego jugar fútbol americano.
—Créeme, si fuera eso, lo sabría. Los chicos de tenis les darían a los
151
de fútbol tanta mierda. —Como si no lo hiciéramos ya. Nosotros jugamos
un deporte de club de campo; ellos se colocan almohadillas protectoras
para golpearse unos con otros.
—Tal vez van a hacerle una broma a alguien.
—Probablemente es un juego de beber. Chupitos de aceite con
cerveza.
Observamos al enorme castillo de concreto, el cual era una extraña
combinación de arenero y juegos con un columpio que solían encantarme
de niño. Cassidy sostuvo la bolsa de plástico, con los dulces y las bebidas
que compramos en la tienda, anudada alrededor de su muñeca como un
ramillete.
—Entonces, ¿subimos? —preguntó dubitativa, sujetándose de la
pared de piedra que conducía al lado de la fortaleza.
Hice una mueca, dándome cuenta que sus dudas se enfocaban en
mi dirección.
—Bueno, ahí hay escaleras. —Desaparecí por el otro lado del castillo,
intentando bromear con cómo ni siquiera podía manejar un maldito juego.
Reclamamos el mirador de la fortaleza, el punto más alto del parque,
y fue triste ver lo triunfante que me sentía por llegar allí. Un pequeño timón
de plástico se hallaba atornillado al balcón, lo que hizo reír a Cassidy.
—¡Es como el castillo de Monty Python! —dijo, tomándolo—. Vamos a
dar una vuelta.
—Pensé que no tenías licencia —bromeé, sentado en el suelo de
goma de nuestro pequeño fuerte.
La luna llena brillaba alta y blanca sobre los esqueletos de los árboles
de abedul, y podía oír a alguien que todavía seguía en las pistas de tenis
más allá de la zona de barbacoa al aire libre, a pesar de que era casi el
toque de queda. Me pregunté si lo conocía.
Cassidy se sentó a mi lado, con su vestido burlándose de mí al
tiempo que ondeaba con la brisa. Rompió la barra de chocolate a la
mitad y esperó a que lo probara con esa mueca de ―te lo dije‖.
Terminamos el dulce en un rápido y vergonzoso tiempo, y vi cómo
distraídamente se lamió el chocolate de los dedos. Se sonrojó al percatarse
de mi reacción.
—Apuesto a que sabes a chocolate —dijo Cassidy.
—Apuesto a que tienes razón —le dije, y luego permanecimos muy 152
ocupados en nuestro pequeño torreón privado, con Cassidy y su vestidito
sentada en mi regazo, volviéndome loco con las piernas desnudas contra
mis vaqueros. Mientras le besaba el cuello, sus manos se encontraban bajo
mi camisa, y no sé qué tan lejos iba, pero no me importaba, porque la
magnífica posibilidad de besar a Cassidy Thorpe se convirtió en un hecho
indiscutible de mi diaria existencia, y casi no podía creer mi buena fortuna.
Le pasé la mano por el muslo, medio esperando que me empujara,
pero no lo hizo. En su lugar, se enderezó como si nos hubiera atrapado su
querida y dulce abuela, y por lo que sabía, así fue.
—Hay alguien aquí —dijo, alisándose el cabello. Se acercó a la orilla
del mirador y vio a través de las almenas. Esperaba desesperadamente
que se lo hubiera imaginado, pero entonces oí una risa. Risas y latas de
aerosol siendo agitadas.
—No lo vas a creer. —Me hizo una seña para que echara un vistazo.
El equipo de fútbol llegaba, las camionetas y chaquetas se alinearon
en el terreno. Con latas de aerosol en la mano, avanzaron a través de los
columpios y pasamanos.
—¿Es broma? —susurré cuando empezaban a rociar el aceite en las
barras.
—Eso es horrible —susurró Cassidy—. Tenemos que hacer algo.
—Yo me encargo —le dije. Después de todo, nada mata más rápido
el estado de ánimo que ser testigo de vandalismo masivo.
No se percataron de mi presencia hasta que me encontré allí, de pie
al borde del arenero. Saqué mis llaves del coche y presioné el botón de
alarma, por lo que todo el mundo saltó.
—¡Oye! —dije, apagándola—. ¡Connor MacLeary, trae tu trasero
borracho aquí!
Connor se tambaleó hacia mí, elevando arena. Iba descalzo, vestido
con una camiseta y un par de pantalones cortos de mezclilla, pareciendo
extrañamente vulnerable sin zapatos. Lo conocía desde el jardín de niños,
y lo que pensaba en ese momento no era que yo pertenecía al equipo de
debate de mi escuela secundaria y me hallaba a punto de enfrentar al
mariscal de campo del equipo superior, sino en cómo Connor se negó a
ponerse el sombrero de peregrino de papel durante la fiesta de Acción de
Gracias de nuestro jardín de niños. Hizo un berrinche por ello hasta que la
señora Lardner lo recogió y sentó arriba del cubículo para calmarse.
Él era el chico que se negaba a darles a las niñas gordas tarjetas de
San Valentín aunque se suponía que debíamos llevar suficiente para todos,
era el que siempre olvidaba parte de su uniforme de los Scouts y también 153
hacía maquetas en papel rayado la mañana que debían ser entregadas.
Y cometía vandalismo en el parque infantil con aceite en aerosol, lo cual
era tan ridículo, que la gran diferencia entre nuestras respectivas mesas del
almuerzo ni siquiera era un factor en mi decisión para enfrentarme a él.
—¡Faulkner! —gritó Connor, abriendo los brazos como si literalmente
abrazara mi aparición en el parque del castillo—. ¡Justo a tiempo! ¡Agarra
una lata!
—Eres un imbécil —le dije—. También un idiota, pero sobre todo, un
imbécil.
Su sonrisa desapareció y se rascó la cabeza como si no pudiera
creer que en verdad estuviera enojado, como si probablemente fuera un
malentendido.
—¿Qué? Es una broma —explicó entre risas.
Negué con la cabeza, asqueado.
—Esto es lo más alejado de una broma que he visto en mi vida.
Estamos en un parque infantil. Es para niños, imbécil. Detén a tus matones
antes de que algún estudiante de segundo grado se rompa un brazo.
Finalmente entendió que me encontraba seriamente molesto. Inclinó
la cabeza, evaluándome, y por un momento, pensé que realmente podría
golpearme. Pero ambos sabíamos que no se libraría de eso. No el lunes en
la escuela, no con todo el equipo de fútbol contra un chico con bastón.
Suspiré impaciente y volví a golpear la alarma en mi coche.
—Acabalo —amenacé—. Ahora.
—Está bien, Faulkner. Jesús. —Connor negó con la cabeza y se
encaminó hacia su equipo—. Oigan, imbéciles —le oí llamarlos—. Tiren sus
latas. Esta fue una idea tonta. Vamos a buscar la cerveza de mi cochera.
Me sentía invencible a medida que me contoneaba hacia el castillo,
como si hubiera logrado algo en serio bueno. Sonreí cuando vi a Cassidy.
Permanecía sentada en la escalera, mirando solemnemente al equipo de
fútbol escabulléndose en derrota. Me senté a su lado y la atraje hacia mí.
—He terminado mi misión, hermosa doncella —bromeé—, y regresé
al palacio para compartir la historia de mi triunfo.
Pero no se reía.
—No puedo creer que hicieras eso —dijo—. Pensé que se lanzaría
sobre ti.
—Vencí al ogro —insistí—. Soy el rey del parque del castillo.
—Ezra, en serio. 154
—Connor no hubiera hecho nada. Lo conozco desde que teníamos
cinco años.
Incliné el rostro de Cassidy hacia mí, tratando de retomar donde lo
habíamos dejado, pero era evidente que acabó mi asignación de éxitos
por esa noche, ya que no me hizo caso.
—No quiero que te ocurra nada —dijo, torciéndose el cabello para
recogerlo en un moño—. Sólo… no me asustes así, ¿de acuerdo?
—No más misiones —le prometí, y luego la llevé a casa porque se
hacía tarde.
Traducido por CrisCras
Corregido por Verito

El lunes la escuela fue insoportable. No pensé que nadie sabría lo


que sucedió, pero era bastante evidente que todo el mundo lo hacía. Un
chico principiante de tenis llamado Tommy Yang (el hermanito del notable
creador del coctel sake bomber, Kenneth Yang) estuvo en las pistas esa
noche y lo vio todo.
—Desearía ser invisible —gemí, bajando la cabeza sobre la mesa de
comida.
—Sí, bueno, yo desearía que el pavo de este sándwich no sudara
más que un niño gordo en un jacuzzi —dijo Toby filosóficamente, quitando
dos trozos de carne increíblemente húmeda y agitándola para dar énfasis. 155
Me reí, sintiéndome un poco mejor acerca de toda la atención
indeseada. Y luego Luke sonrió y se reclinó en su asiento.
—Así que, escuché un chiste bastante bueno —dijo—. Oí que
Faulkner se peleó con todo el equipo de fútbol el viernes por la noche.
—¿Qué tiene de divertido? —pregunté, no estando de humor para
la mierda de Luke.
—¿Es verdad? —Toby dejó que cayeran las mitades de su sándwich
en el envoltorio de plástico.
—Muy cierto —admití—. Dependiendo de la versión que escucharas.
—Preferiría oír tu versión —dijo Phoebe, inclinándose hacia delante
en su asiento y recordándome fuertemente que llevaba el periódico de la
escuela.
Entonces Cassidy se unió a nosotros en la mesa, desenvolviendo una
barra de granola de la máquina expendedora.
—Hola —dijo, besándome rápidamente en la mejilla—. No dije nada.
Lo prometo.
—Lo sé —suspiré—. Tommy Yang se encontraba en las pistas de tenis.
Así que les conté a todos lo que sucedió realmente, dejando de lado
la parte de mí estando todo el tiempo a media asta gracias a mi, uh, juego
de la fortaleza con Cassidy. Toby se rió tan fuerte que resopló, lo cual no le
escuchaba hacer desde que éramos niños.
—Odio decirlo —Austin se encogió de hombros con impotencia—,
pero es bastante genial usar aceite en aerosol de esa manera.
—La clase de genial que cae en el ámbito de los pedófilos y los
psicópatas —señaló Phoebe.
—No puedo creer que no te destrozaran el culo —dijo Sam.
—Bueno, no sé si te das cuenta, pero cojeo —dije sin expresión.
Toby se rió.
—Yo me habría cagado en los pantalones —me dijo—. Si me hallara
sentado en el parque y esos matones aparecieran borrachos y repartiendo
aerosol felices, no bromeo, habría tenido una disfunción corporal.
—Es solamente Connor MacLeary —dije—. Es como un gran perrito
borracho. Para ser honesto.
—Tal vez para ti —dijo Toby—. Pero hizo de mi vida un infierno en la
escuela media. ¿Quién crees que desafió a Tug Mason para que meara en
mi botella de Gatorade?
156
En realidad, ahora que Toby lo mencionó, el misterio de la tendencia
de Tug Mason a mear en bebidas deportivas se resolvió por sí solo. Quiero
decir, la gente no hace esa clase de cosas sin instigación.
—Toby tiene razón —dijo Phoebe—. Los futbolistas son un puñado de
borrachos descerebrados. ¿En cuánto tiempo no han ganado un partido?
—Bueno, empataron una vez con los de Beth Shalom la temporada
pasada —ofrecí—. Aunque no cuenta de verdad, ya que faltaba la mitad
del otro equipo debido al año nuevo judío, el Rosh Hashaná.
—Me siento tan contento de que Faulkner esté aquí para darnos las
estadísticas de fútbol del último año —gruñó Luke.
—Jódete —dije.
—Jode a tu novia —replicó—. Si puedes hacer que tu polla lisiada
funcione.
Nuestra mesa se quedó en silencio, y el ruido de fondo del patio
pareció desaparecer hasta que éramos nada más Luke Sheppard y yo. Él
con sus gafas flojas, su desagradable sonrisita e imperdonable insulto.
Siempre pensé que no me pasaría a mí, el que alguien me llamara
lisiado como si debiera avergonzarme de ello. Supongo que sólo imaginé
la palabra en sí misma en términos generales, como cuando Charlotte
llamó nerds a los del equipo de debate, o perdedores a los de la orquesta.
Pero lo que él dijo no fue algún insulto generalizado. Era genuinamente
ofensivo, y no iba a olvidarse.
—Eres un imbécil —dijo Phoebe, abofeteando a Luke. El golpe hizo
eco, o quizá la palabra es reverberar, y en consecuencia, el mundo entero
volvió a rugir en su lugar.
Phoebe se levantó, llevándose su mochila. El espíritu de su almuerzo
sin terminar se quedó en la mesa, la mitad de una galleta de chocolate y
un sándwich de crema de cacahuate del que quedaban dos bocados.
—Iré a ver si está bien —dijo Cassidy.
—No. —Negué con la cabeza—. Yo iré.
Encontré a Phoebe sentada en el banco de metal del exterior del
complejo de natación, en el borde del estacionamiento. No había ninguna
mesa de comida por allí, así que era un lugar decente para ponerse de
mal humor, si no te importaba el olor a cloro.
Sus ojos lucían rojos, y se acarició la mano como si todavía le picara.
Se deslizó a un lado del banco para dejarme espacio, me senté, y no dije
nada. 157
—Es un auténtico idiota —murmuró Phoebe después de un rato,
limpiándose los ojos con la manga del suéter.
—Lo sé. —Metí la mano en mi mochila para sacar un paquete de
pañuelos.
—Tienes pañuelos. —Sacudió la cabeza como si acabara de
ofrecerle uno de tela.
—Mi madre me los compra a granel. También tengo desinfectante
para las manos, por si quieres limpiarte la cara de Luke del puño.
—No tienes que ser tan agradable conmigo —murmuró.
—Bueno, como que defendiste mi honor allí.
—Abofeteé a Luke Sheppard.
Dijo su nombre como si significara algo. Como si pensara que ella ni
siquiera tenía el derecho de esperar que él la saludara por los pasillos, y
fuera tan importante como se cree. Me mataba, Phoebe sentada allí con
su coleta y gafas, un año más joven que yo y tan pequeña que las puntas
de sus pies apenas tocaban el cemento, horrorizada consigo misma por ser
la única de nosotros lo suficientemente valiente como para sacar a Luke
de su mierda.
—Él se comportó como un backpfeifen10… lo que sea. Su cara fue la
que inició miles de puñetazos —dije—. Así que no te preocupes. No le diste
nada que no se mereciera.
—Ahora como que deseo haberle abofeteado más fuerte —dijo
Phoebe pensativamente.
Solté un bufido.
—Dios, no puedo creer lo que dijo. —Phoebe hizo una mueca, como
si lo reprodujera en su cabeza—. Nadie piensa en ti de esa manera. Con
lástima, o como sea. Luke siempre solía compararse contigo, en cómo
manejaban ambos las cosas. Se quejaba constantemente, de que eras un
deportista petulante sin cerebro que no hacía nada pero recibía todo el
crédito. Y ahora que te encuentras en el mismo lado, y en realidad eres
bastante genial, lo está matando. Quiero decir, si hay alguien que no
pertenece a nuestra mesa del almuerzo, soy yo.
Nunca se me ocurrió que Phoebe no se sintiera segura acerca de
sentarse con nosotros. Quizá era porque siempre vi nuestra mesa igualitaria,
en lugar de un grupo de chicos con sus novias, o quizá era porque Phoebe
se llevaba bien con todos. Pero no podía soportar verla inundada con una
inseguridad como esa.
—Oye —dije con firmeza, del modo en que lo hacía cuando tenía 158
que dedicarle palabras de ánimo al equipo—. Escucha. Todo el mundo en
nuestra mesa te quiere.
Phoebe me miró como si no supiera con certeza si decía la verdad.
—Pero ¿qué si paran? —preguntó, haciendo una mueca.
—¿Si tú y Luke terminan?
Phoebe negó con la cabeza. —Es difícil de explicar —dijo—. Es
como… me vuelvo paranoica con la gente pidiendo prestada mi portátil
porque me convenzo de que encontrarán algún documento secreto allí
que hará que todos piensen que soy una persona horrible; algo que ni
siquiera recuerdo que escribí. Y no importa que no exista ningún archivo
así. Todavía me siento aterrorizada, ¿sabes?
—Toda la gente se siente de ese modo —dije—. Incluso Luke.
—Te equivocas. A Luke no le importa si todos piensan que es una
persona horrible, siempre y cuando hagan lo que él diga.

10Parte de la palabra alemana: backpfeifengesicht. Hace referencia a una persona que


debería ser abofeteada en la cara.
En ese momento me di cuenta que Phoebe lo conocía infinitamente
mejor de lo que yo jamás haría. Luke la rodeaba con su brazo en el cine y
le bajaba su lengua por la garganta en los torneos de debate, y ni una sola
vez ella lució feliz por ello, por ellos.
—Por una vez quiero que alguien tenga miedo de perderme —dijo
Phoebe—. Pero la única cosa que Luke teme perder es el poder.
Me encogí de hombros, sin saber qué decir, así que no dije nada
durante un rato. Miré fijamente hacia el gimnasio enfrente del complejo de
natación, y luego de unos pocos minutos, puse mi brazo alrededor de
Phoebe, porque era pequeña y lloraba, y parecía lo apropiado. Y nos
sentamos así hasta que sonó la campana.

***

Teníamos que votar para la corte del baile de bienvenida esa


semana, la caja de votaciones con incrustaciones brillantes se burlaba de
mí, ya que se hallaba frente a mi salón de clases. Se suponía que teníamos
que nominar a un chico y a una chica para la corte, y nunca fui bueno en
eso. Se sentía raro votar por mí, incluso en cosas como las elecciones del
gobierno escolar, donde debía tomar la iniciativa, y siempre sentí como si
159
mis votos no fueran sinceros cuando escribía el nombre de mis amigos. Al
final dejaba mi papeleta en blanco.
Cuando me senté en mi mesa del almuerzo, estaba extrañamente
vacía. Luke y Sam salieron del campus, a algún lugar de hamburguesas o
algo, y no comentamos a dónde fueron, o si regresarían.
Phoebe robó la mitad de una bolsa de maíz dulce de la sala de
periodismo, y cada uno tomó un puñado. Cassidy nos enseñó cómo quitar
con los dedos las partes de abajo, de manera que lucían como dientes.
Bueno, más que mostrarnos, fingió que se le había caído un diente, y luego
se rió cuando nos dimos cuenta de lo que ocurrió. Pero nuestra risa se sintió
demasiado pequeña, como si nos encontráramos en un teatro con una
cantidad abrumadora de asientos disponibles, y nada de lo que hicimos
podía volver el espacio menos vacío.
Nuestra mesa del almuerzo se quedó así durante dos días, hasta que
Luke y Sam reaparecieron como si nunca se hubieran alejado. Los hombros
del primero tenían un aspecto petulante, y al desenvolver su sándwich, un
destello de plata brilló en su dedo. Un anillo de pureza. Al principio pensé
que quería ser irónico, así que no entendí por qué todo el mundo se reía.
Pero resultó que Luke iba en serio, o eso quería que pensáramos.
—¿Qué puedo decir? —Se encogió de hombros con modestia—. He
viso el error de mis acciones.
Phoebe soltó un bufido y susurró de una forma que sugería que
quería que Luke la oyera: —Lo más probable es que esté saliendo con una
chica de su iglesia.
Fue fantástico. En vez de que Luke apareciera en nuestra mesa con
una nube masiva de incomodidad, la forma en que normalmente iban las
cosas, su actitud de santo y el Anillo del Regalo Sagrado nos dio a todos
una oportunidad para burlarnos de él, una que Toby aprovechó con
alegría. Era como si el altercado en nuestra mesa hubiera desaparecido
por sí mismo en una grieta irregular, con Luke y Sam en un lado, y el resto
de nosotros al otro, preguntándonos cómo nos perdimos el terremoto en
primer lugar.

160
Traducido por Julieyrr
Corregido por LIZZY’

La mañana del viernes trajo consigo el segundo evento motivacional


del año. Los arcos de globos sobre cada sección de las gradas eran de los
colores otoñales. Dios, globos marrones y naranjas. Parecía el carnaval más
sombrío del mundo.
Me le uní a Toby y Cassidy en la tercera fila de la sección de los de
último año; Toby me apartó el asiento del final.
—¿Seguro que no quieres cambiarte a la grada de los maestros? —
bromeó.
—Jódete —le dije, sin darle realmente significado. 161
—Jode a tu novia —agregó Cassidy, riendo. Era algo que hacíamos
ahora; la frase se convirtió en una broma entre nuestro grupo de amigos y
me alegraba.
Nos instalamos en las gradas, esperando que el evento diera inicio.
En la fila bajo la nuestra, la tanga rosa eléctrico de Staci Guffin sobresalía
magníficamente por la parte trasera de sus vaqueros, como la cola de una
ballena color neón.
Toby la señaló con un gesto de desaprobación que hizo que Cassidy
sofocara un ataque de risa, y me sentí un poco mal de que se rieran,
incluso si Staci era una de mis exnovias. El mitin comenzó en ese momento,
con el gobierno escolar saliendo en camisas de tela escocesa a bailar
algún número espantoso de Katy Perry. Le eché un vistazo a Toby, que
sacudía la cabeza como si se avergonzara de ellos.
—¡Alumnos de último curso! ¡Muestren algo de espíritu! —gritó Jill,
poniéndose la mano en la cadera.
El ruido era ensordecedor.
Continuó así durante unos buenos cinco minutos, con el necesario
"no los escucho" y "así me gusta más".
Tiffany Wells, nuestra irremediable rubia de eventos sociales, tomó el
micrófono. Ella escribía notas en las reuniones del gobierno escolar el año
pasado con un bolígrafo cubierto de una nube de plumas rosas. Daba la
impresión de que sus amigos se burlaban en su cara, y no entendía la
razón.
Todos pusimos atención mientras Tiffany anunciaba el tema del baile
de bienvenida: el casino Monte Carlo. Lo dijo como si fuera especialmente
emocionante el tener escenarios de cartón con motivos de casino y las
―mesas de blackjack en vivo‖.
Toby casi se muere.
—Un formal juego fingido —susurró—. En el gimnasio.
Tenía que admitir que era terrible.
Y entonces Jill le entregó un sobre a Tiffany.
—Está bien —dijo ella, alargando las vocales de esa forma particular
de California—, anunciaremos a los nominados del baile de bienvenida, y
estoy, como, ¡súper emocionada sobre esto, chicos!
Gritó en el micrófono, provocando que todos hiciéramos muecas de
dolor por la reverberación.
—Si digo su nombre, ¡deben venir aquí y tomar una Rosa Real!
162
—Querido Dios —susurró Toby—. Es como estar en la grabación de un
reality show.
Me eché a reír.
Cassidy nos hizo callar, cautivada.
—Las nominadas para reina —continuó Tiffany, nombrando a Jill
Nakamura; Charlotte Hyde; Sara Sumner, quien dirigía ese detestable
grupo de chicas de la liga caridad, las cuales pretendían que vivían en
mansiones frente al mar en Back Bay; y Anamica Patel.
Hice una mueca cuando llamó a Anamica; era uno de esos juegos
crueles que a Charlotte le gustaba llevar a cabo, diciéndonos a todos que
nomináramos a alguien como broma, y Anamica era sin duda, la meta del
año. Anamica se centraba un poco demasiado en sacar sobresalientes,
pero no se merecía tener su nombre silbado entre risas por los idiotas que
se sentaban en la parte trasera de la sección de los de último grado.
—Eso es horrible —susurró Cassidy al tiempo que Anamica aceptaba
su Rosa Real, con el rostro rojo.
—Y ahora, los candidatos a rey —prosiguió Tiffany una vez que los
aullidos se calmaron—. Evan McMillan.
Evan se paseó por allí y alzó la rosa sobre su cabeza como si fuera un
premio.
—Jimmy Fuller.
Jimmy elevó su puño.
—Luke Sheppard.
Luke trató de actuar como si fuera demasiado frío para eso, aunque
se podía ver el triunfo en su rostro.
—Y Ezra Faulkner.
Me quedé helado. El gimnasio parecía hallarse en completo silencio,
y lo único que podía pensar, era: Oh, Dios, soy Anamica Patel. Soy la
nominación de broma.
No tengo ni idea de cómo fui de mi asiento al centro del gimnasio,
pero de repente había una rosa en mi mano y toda la escuela se elevaba
a mi alrededor como si fuera un gladiador condenado.
Cuando me volví a sentar, Toby se reía.
—Lo bueno es que ya tienes un traje —dijo.
—Cállate —le susurré miserablemente, deseando que todo el mundo
dejara de mirar.
163
***

Para el momento del almuerzo, me hallaba totalmente confundido


por lo que sucedió: si se trataba de una broma, o lástima residual, o algo
completamente distinto. Fuera lo que fuera, casi la mitad de mi clase de
matemáticas me felicitó como si la nominación fuera algo de lo que
enorgullecerme, en vez de avergonzarme.
Se sentía raro, como si todas esas invitaciones a fiestas que rechacé
hubieran sido genuinas, como si no importara que apenas pudiera soportar
las escaleras, que saliera con una chica del equipo de debate y pasara los
fines de semana estudiando para las clases del examen de la universidad
con Toby Ellicott.
—Felicidades —le dije a Anamica, después de la clase de
matemáticas, ya que parecía la cosa por hacer, con los dos sentados ahí y
las rosas marchitándose en nuestros escritorios.
—No tú también. —Anamica me miró fijamente, como si sospechara
que me burlaba de ella.
—¿Qué? —le pregunté confundido.
—Lo entiendo, Faulkner. Tu grupo popular y cruel votó por mí como
una broma. No tienes que restregármelo.
—¿Mi grupo popular y cruel? —Me pregunté si de alguna manera se
perdió la noticia de que el trono fue usurpado hace meses. Pensé que nos
ubicábamos en la misma situación. Anamica y yo, navegando torpemente
a través del día que nos exhibió con atención no deseada y vergonzosa.
Pero claramente ella no lo veía de esa manera.
—Déjame en paz —advirtió, aventando su rosa a la basura.

***

Había una tensión extraña pero inconfundible en la mesa del


almuerzo por la tarde. Nunca competí directamente con Luke, y presentía
que a él no le gustaba el hecho, que sentía como si fuéramos adversarios
que finalmente se enfrentaban entre sí.
Toby no era consciente de la tensión a medida que le explicaba
alegremente nuestros bailes escolares a Cassidy: la manera en que todos
tenían que posar para un fotógrafo que colocaba su telón de fondo en la
164
sala de entrenamiento, cómo nuestros maestros se paraban torpemente
contra las paredes del gimnasio, consternados por la música y el baile.
—Es muy gracioso —le aseguró Toby—. Todas las chicas usan vestidos
de satén de mal gusto cubiertos de diamantes falsos, y los chicos van
detrás de ellas y hacen el baile loco.
—¿El baile loco? —Cassidy levantó una ceja.
—Ya sabes, ¿frotan su basura en los troncos? —explicó Toby en un
intento de sonar como mafioso, lo que hizo que me ahogara con mi té
helado.
—¿Podemos hacerlo, por favor? —me preguntó Cassidy—. Y tienes
que llevarme a cenar a algún lugar horrible, con palitos de pan sin límite o
una máquina de refrescos.
—Creo que se supone que el chico le pregunte a la chica para ir al
baile —le dije.
—Oh. —El rostro de Cassidy cayó al considerarlo—. Bueno, no te
preocupes, actuaré sorprendida cuando me preguntes.
Me eché a reír.
—Es un plan —le prometí.
—Ugh, ¡escóndanse! —murmuró Toby, y me tomó un momento, pero
luego vi de lo que hablaba. Charlotte Hyde se dirigía directamente a
nuestra mesa, sola. Su coleta brillaba con el sol y sonreía como si supiera
que todo el mundo la miraba.
—Ezra —ronroneó—. Ven a la mesa por un segundo.
La mesa. Como si sólo existiera una en todo el patio.
—¿Por qué? —pregunté con suspicacia.
Charlotte examinó el final de su coleta, molesta.
—Es una cosa de la bienvenida. Te necesitamos.
Suspiré y me puse de pie, pensando que era mejor terminarlo de una
vez y rápido. Luke se paró también suponiendo que la invitación lo incluía.
Charlotte alzó una ceja.
—Tú no —le dijo, agarrándome del brazo y dirigiéndome lejos.
Charlotte estalló su chicle y me sonrió, acariciando mi manga. Olía
igual que siempre, una combinación de loción perfumada, brillo labial y
chicle de frutas que le daba la gran impresión de fresas artificiales.
—Tu chaqueta es linda —dijo en lo que caminábamos a mi antigua
mesa del almuerzo—. Casi no puedo mantener mis manos alejadas de ella. 165
—Cassidy la escogió.
Charlotte retiró su mano abruptamente.
—La llevarás al baile, ¿no es así?
—Es mi novia, Charlotte.
Entonces llegamos a la mesa, todos levantando la mirada.
—Amigo —dijo Evan, sonriendo—. El trío fantástico de regreso en el
baile de bienvenida. Somos los malditos reyes.
No tuve el corazón para decirle que el punto de la corte del baile
era que sólo habría un rey. Así que sonreí y le dije: —Sí, por supuesto.
—Oh, Dios mío. —Jill puso los ojos en blanco—. Me reí tanto cuando
llamaron a Anamica. Y después a Luke, qué broma.
—Lo sé —se rió Charlotte—. Él todavía tiene frenos.
Me quedé allí, incómodo, preguntándome si alguien se atrevería a
admitir que sólo me nominaron por lástima, hasta que Evan me llevó a un
lado y explicó que ellos tendrían la suite de un hotel después del baile. Que
habría juegos de beer pong, y después, una fiesta en la bañera de
hidromasaje. Quería saber si iría.
—¿Por cuánto? —le pregunté, dándome cuenta que realmente no
quería decir que nos invitaban a mi cita y a mí a emborracharnos con ellos
en el hotel Four Seasons.
—Un par de cientos de dólares. Tal vez más si tenemos una limusina
Hummer.
Obviamente, sí lo quería decir. Evan en verdad pensaba que quería
pagar por el prestigio de ser coanfitrión de lo que sin duda sería una fiesta
desastrosa en un jacuzzi.
De alguna manera, me las arreglé para excusarme y sacarme de su
mesa.
—Hola —dije tímidamente cuando me senté con mis amigos.
—¿Qué querían? —preguntó Luke, entrecerrando los ojos.
—Nada. Compartir limusina.
Pero me di cuenta que no me creyó.

***

166
Le pedí a Cassidy ir al baile cuando estudiábamos con Toby en la
cafetería de Barnes and Nobles la tarde siguiente. Hice que el camarero lo
escribiera en su café.
Cuando Cassidy lo vio, sonrió.
—Por qué, cariño mío —arrastró las palabras en un sobreexcitado
acento sureño—, un caballero me dice que quiere escoltarme al baile.
—Cenaremos en Fiesta Palace —le prometí—. Puedes ordenar papas
fritas en un sombrero y hay un chico que va acompañado del mariachi y
hace gorros con globos.
—Por qué, señor Faulkner —dijo, todavía con ese acento ridículo—,
eso suena positivamente delicioso.
Y entonces Toby actuó disgustado cuando nos besamos.
El teléfono de Cassidy sonó con una secretaria confirmando su cita.
—La oficina del dentista —susurró, haciendo una cara, y cuando salió para
hablar, le pregunté a Toby a quién llevaría al baile.
—Pensé que Phoebe y yo podríamos ir como amigos —admitió—. Y
Austin decidió llevar a esta chica de su clase para el examen de admisión.
Cree que encontró a su alma gemela.
—Oh, así que ustedes no son… —me fui apagando, apenado.
—No, Faulkner, no lo somos —dijo secamente.
Me encogí de hombros, deseando que Cassidy regresara para
rescatarnos. Pero no lo hizo.
—Um, está bien —le dije—. Quiero decir, de cualquier forma. Si vas
con Phoebe, o sí, lo que sea…
—Esto es doloroso, amigo —me informó Toby. Sorprendentemente se
veía como si tratara de no reírse—. No soy gay. Quiero decir, creo que lo
soy, pero lo averiguaré en la universidad. Tienes que saberlo en serio como
para destaparte en la escuela secundaria. Y soy un irremediable soltero,
nunca me han besado, no hay prospectos en el horizonte, tengo citas con
mi mano izquierda y una pila de vídeos de hentai.
—¿Hentai? —pregunté, tratando de mantener el rostro serio—. ¿De
verdad?
—Más puntos de nerd por saber lo que es, pero sí.
—Huh. —Lo consideré—. Es bueno saberlo.
—Bueno, no te preocupes, no eres mi tipo —dijo Toby con sequedad.
—Lo supuse, si te gusta el hentai.
—Cierra la boca sobre el hentai —rogó—. Nunca debí mencionarlo. 167
Nos reímos, ya que admitir que disfrutas animes japoneses desnudos
era bastante vergonzoso, y ambos sabíamos que lo molestaría con eso
hasta el final de los tiempos.
—Escucha —dijo Toby, sorbiendo de su frappuccino—, te agradezco
por tomarlo a la ligera. Me preocupaba un poco.
—¿En serio? —Me pregunté por un momento si daba la impresión de
ser la clase de chico que desconocería a su mejor amigo sobre algo como
eso. No era un pensamiento agradable.
—Tus viejos amigos me habrían llamado maricón —dijo Toby.
Hice una mueca. —¡No es cierto!
—Permíteme aclarar —dijo Toby con amargura—, me habrían vuelto
a llamar maricón.
Negó con la cabeza y no me dijo cuándo ocurrió eso, quería seguirlo
presionando, pero entonces Cassidy regresó de su llamada, y Toby la hizo
entrar a un sitio web tonto con fotos elegantes y embarazosas, y nos reímos
tan fuerte que el camarero vino y limpió deliberadamente nuestra mesa.
24
Traducido por aa.tesares
Corregido por Mel Wentworth

Todos coincidieron en que comer en Fiesta Palace era un golpe


profundamente irónico de genialidad, así que hice una reserva para seis.
O, llamé y traté de hacer una reserva, sólo para ser la burla de la mujer
que contestó el teléfono.
Austin siguió y siguió con la chica de su clase para el examen de
admisión que asistía a la academia de artes y hacía maquillaje de efectos
especiales, y Phoebe y Cassidy fueron de compras por los vestidos tres días
seguidos después de la escuela, y todo el asunto se convirtió en una gran
producción que no podía decir si en realidad tomábamos muy en serio.
Pero claro, así es como siempre hemos sido. Exteriormente la burla,
pero nunca hasta el punto de no querer participar. Por supuesto, mi mamá 168
se emocionó mucho porque invité a Cassidy al baile. Me preguntaba el
color de vestido que usaría (por lo que sabía, Cassidy llevaría un esmoquin
y un sombrero de copa), si iríamos a juego (no), en dónde cenaríamos
(mentí y nombré el lugar italiano que a ella y a mi padre le gustaba), y lo
que haríamos después (ver una maratón de Dr. Who en lo de Austin).
Votamos por el rey y la reina en el salón de clases el lunes, con hojas
de opción múltiple en esta ocasión. Me recordó a las elecciones del
gobierno escolar, la forma en que tenía que poner en una burbuja la A
para un candidato, o B para otro. Pasé mi voto en blanco hacia adelante
y traté de no pensar en ello, en cómo estuve en el hospital durante las
elecciones del presidente de clases el año pasado. En su lugar, pensé en
Cassidy, y cómo pronuncia "vitamina" de manera británica y odia cuando
la gente toma demasiadas servilletas en los restaurantes. Era como si
juntara recuerdos suyos, como si supiera, o sospechara, lo que venía.
Había una enorme cola en la floristería la tarde del baile, e intenté
distraerme viendo a los niños que vinieron con sus padres de pie alrededor
fingiendo que no se avergonzaban. Pero eso se volvió aburrido después de
un rato, así que le envié un mensaje en tono de broma a Cassidy con una
foto de un collar de flores de color rosa fuerte junto con el mensaje: ¡Me
dijeron que podría tener esto por el mismo precio que un ramillete!
¡¿No hablas en serio?! respondió de inmediato.
Me eché a reír por el mensaje y dejé que se lo preguntara al tiempo
que pagué por su ramillete.
Mi teléfono sonó en lo que caminaba de vuelta a mi coche.
—Por favor, dime que no lo hiciste —dijo Cassidy.
—No lo hice —admití—. Nota mental: la novia no quiere tener sexo.
—Oh, muy divertido.
Tony Masters chirrió dentro del estacionamiento y luego, las ventanas
de su camioneta bajaron derramando música rap. Tocó la bocina para
saludar, y salté un kilómetro.
—Jesús —juré, medio en pánico a pesar de que todavía me hallaba
en la acera.
—¿Qué fue eso?
—Nada. Sólo este tipo de la escuela que es un idiota.
—Está bien —dijo Cassidy—. Bueno, trata de no morir antes de esta
noche.
—Si veo un gran todoterreno negro que parece que pasará volando
una señal de pare, daré marcha atrás —prometí.
169
—¿Qué?
—El accidente —dije—. ¿En mayo pasado?
—Nunca me dijiste esa parte. Siempre lo llamabas el accidente.
—Oh, pensaba que lo había hecho. —Me metí la mano en el bolsillo
por las llaves—. Salía de la fiesta de este chico Jonas en su casa del lago
cuando aún tenía mi coche genial, antes de conducir a Voldemort.
Silencio, y un poco de forcejeo en el extremo de Cassidy.
—¿Te dije que decidí nombrar el Volvo? —presioné, preguntándome
por qué no se reía. Seguro se impresionó por el nombre increíblemente
inteligente que le di a mi coche.
—Lo siento —dijo Cassidy. Parecía distraída, como si estuviera en la
estética o algo así—. Me tengo que ir.
—Sí, yo también. Nos vemos esta noche.

***
Me vestí algo temprano, me puse un poco de algún producto para
el cabello que nunca me molesté en usar para la escuela y me quedé allí
ajustándome la corbata en el espejo como por siempre.
No era que me sintiera nervioso por llevar a Cassidy a un baile,
porque sabía con seguridad que bromaríamos y pasaríamos un buen rato
con nuestros amigos como siempre lo hacíamos, pero más que nada, la
nominación me hacía sentir como si me empujaran otra vez en un mundo
que me alegraba de dejar atrás.
No esperaba ganar la nominación a rey. Sería halagador, pero inútil,
ya que era el tipo de cosas que acababan al instante que comenzaban.
Aun así, puse la alarma de mi teléfono para la hora en que la señora Reed,
la tutora del gobierno escolar, dijera que los candidatos nos dirigiéramos a
la sala verde. La "sala verde", como si fuera un lugar más elegante que el
pequeño anexo con baño unisex para minusválidos en la parte trasera del
gimnasio.
Recogí mi copia de El Gran Gatsby en lo que esperaba a que llegara
Cassidy y releí las partes acerca de las fiestas de Gatsby ya que parecían
bastante festivas. Me absorbió tanto el libro que no me di cuenta que ya
era tarde, y me sorprendí cuando mamá tocó la puerta de mi habitación.
—Tal vez deberías confirmar con Cassidy, cariño —me dijo mamá 170
preocupada. Llevaba la cámara que mi padre le compró para Hanukkah
hace quizá unos cinco años, voluminosa y anticuada.
—Sí, le escribiré —prometí, sacando mi celular. Cuando no contestó,
la llamé. Se fue al correo de voz, y no veía el punto de dejar un mensaje.
Pero cuando ya era media hora tarde y aún no devolvía la llamada,
o cualquiera de mis textos, empecé a preocuparme. Mamá volvió a meter
su cabeza en mi habitación y me preguntó qué ocurría. Lucía falsamente
alegre, agarrando esa cámara vieja y triste, y no sé lo que me hizo hacerlo,
pero observé mi teléfono y actué como si Cassidy me hubiera contestado
los mensajes.
—Se le hizo tarde —mentí, buscando mis llaves—. Y es más fácil si la
recojo. No te importa, ¿verdad?
El guardia en la puerta a Terrace Bluffs acostumbraba que recogiera
a Cassidy, por lo que me saludó con la mano sin una segunda mirada.
Algunos niñitos hicieron dibujos de tiza en la calle, con fantasmas y
calabazas. Varias casas en Terrace Summit ya tenían decoraciones de
Halloween, con luces brillantes y naranjas en los árboles y telarañas falsas
sobre sus copas.
Agarré el ramillete y toqué el timbre, preguntándome si finalmente
conocería a sus padres. Nadie respondió, así que llamé más fuerte, y toqué
el timbre otra vez, tratando de no ser demasiado grosero.
—¿Hola? Es Ezra —grité, por si pensaban que era uno de esos niños
en las bicicletas que iban de puerta en puerta predicando la alegría de la
Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Quiero decir, usaba una corbata.
Una limusina pasó por delante, con Tommy Yang del equipo de tenis
sacando la cabeza por el techo corredizo. Me tocó la bocina, y le devolví
el saludo. No fue hasta que desapareció en la esquina que empecé a
entrar en pánico.
Llamé a Cassidy de nuevo. Su teléfono sonó cinco veces antes de
que se fuera al correo de voz.
—Hola —dijo entre risas—. Deja un mensaje en ciento cuarenta
caracteres o menos y… Oh, Dios mío, Owen, detente, trato de grabar un
saludo en mi buzón de voz. Lo siento, bueno, deja un mensaje. O envíame
un telegrama si es urgente.
—Um —dije—. Hola. Soy yo, Ezra. Estoy en tu puerta, y el ramillete
está sudando. Espera, no, eso suena horrible. Está húmedo. Lo siento, eso
es peor. De todos modos, debes venir a abrir porque ando manoseando
todo tu timbre. 171
Algunas personas temen hablar en público, yo temo dejar mensajes
de voz. Algo acerca de hablar con el vacío, en tener tu voz grabada, sin
ensayos y sin previo aviso, siempre me hacía sentir inútil lograr llegar al
objetivo.
Sabía con bastante certeza que no había nadie en casa, así que me
metí otra vez en mi coche, intentando no entrar en pánico. Cassidy,
bueno, desapareció, y yo me encontraba totalmente confundido por lo
que sucedía. Y luego, porque no supe qué más hacer, llamé a Toby.
—¡Hola! —dijo, contestando después del primer timbre—. ¿Vienen en
camino?
—Cassidy desapareció —dije con voz hueca.
—¿Qué quieres decir con que desapareció? —Sonaba divertido,
como si esperara que la explicación fuera graciosa.
—Nunca llegó, no me regresa los mensajes y estoy en la puerta de su
casa, pero nadie responde. Pásame a Phoebe.
Toby me dijo que esperara, y luego oí una conversación apagada, y
finalmente Phoebe agarró el teléfono y me preguntó qué ocurría.
—No lo sé —dije. Mi voz rompiéndose—. Cassidy no se encuentra en
casa y no contesta su teléfono. ¿No fueron a peinarse juntas o algo así?
—No —dijo Phoebe. Podía oír el ceño fruncido en su voz—. No he
hablado con ella desde ayer.
—Yo le hablé esta tarde —dije dubitativamente—. ¿Puedes llamarla?
Tal vez me está evitando.
—Claro —dijo Phoebe—. Espera, usaré mi teléfono.
Escuché el ruido del restaurante, y el sonido lejano de un timbre de
teléfono, luego un leve pitido y “Hola, deja un mensaje en ciento cuarenta
caracteres o menos…”
—Lo siento. —Volvió Phoebe—. No respondió.
—Eso oí.
Estudiamos el silencio del otro.
—¿Tal vez su cita en la peluquería se atrasó? —sugirió Phoebe.
—Tal vez. —No sonaba muy optimista.
—Bueno, Austin acaba de llegar y, ¡oh, Dios mío! Su cita es una
completa gótica, no es broma. Usa lápiz labial negro y todo.
Fue un poco ruidoso cuando Toby cogió el teléfono.
—Tenemos que ir a burlarnos de Austin ahora. Avísame cuando 172
vengan en camino, ¿de acuerdo?
—Lo haré —prometí—. Sigan adelante y pidan sin nosotros.
Colgué el teléfono y reproduje la lista que hice para esta noche,
oyendo el canturreo de The Kooks sobre el mar en tanto esperaba que un
carro se estacionara en el camino de entrada, o que una luz parpadeara
o que mi teléfono zumbara. Pero nada de eso sucedió.
Después de un par de canciones, me puse el cinturón de seguridad y
alejé de la acera. Algo se sentía mal. Ella siempre me esperaba. Siempre
allí, con su linterna en la ventana de su dormitorio, siempre corriendo por la
acera con una sonrisa en el rostro, nunca llegaba tarde o faltaba.
Más que nada, me preocupaba. Me la imaginé en una zanja en las
rutas de senderismo, un accidente de coche a un lado de la autopista,
situada en uno de los anexos de pacientes rodeada por una cortina ligera
en la sala de emergencias. Me la imaginé trágicamente, nunca se me
ocurrió imaginarla como la tragedia.
Como no sabía qué hacer, acabé dando vueltas por Eastwood.
Conducir siempre me calmaba, en especial por la noche, con las farolas
vacilando ligeramente fuera de foco, las calles vacías y los tramos oscuros
de las antiguas tierras del rancho.
Después pasé por el parque del castillo, y algo me hizo parar. Una
figura de la cima de la torre más alta, la que tiene el volante. Una chica.
Entré en el estacionamiento, mi corazón latiendo con fuerza en mis
oídos, no queriendo saber, pero incapaz de detenerme.
Había luces en las canchas de tenis, el brillo lanzando un suave
resplandor contra el castillo de hormigón. Tan pronto como salí del coche,
pude ver el verde inconfundible del suéter favorito de Cassidy.
Crucé el césped, gritándole. Ella saltó de la torrecilla con facilidad,
brincando sobre la caja de arena del castillo y atravesando el parque
infantil.
A medida que se me acercaba, la miré en sus vaqueros y camisa a
cuadros, sus zapatillas, el cabello en una coleta. Parecía una niña que no
tenía intención de asistir a un baile formal, y de lo que sea que se tratara,
no iba a ser bueno.
—¿Qué haces aquí ? —Su expresión lucía oscura y fría, como si fuera
la última persona que quisiera ver, y el enojo en su voz me confundió.
—El baile —dije, obligándome a sonreír, a hacer una broma—. ¿Te
acuerdas?
Cassidy abrió la boca como para decir algo, pero se contuvo. 173
—No iré —me informó, como si debiera ser evidente.
—Está bien. Bueno, ¿quizá debiste de habérmelo dicho antes? —Me
encogí de hombros con impotencia.
De repente las luces del estadio parecían duras, como las que usan
en las salas de operaciones.
—Vete, Ezra —declaró Cassidy—. Por favor, sólo vete.
—No —dije tercamente.
Cassidy me miró, sus ojos tan llenos de lágrimas como si hubieran
perdido la capacidad para albergar más de ellas.
—Dios, ¿no te das cuenta de que eres la última persona con la que
quiero hablar en este momento? —preguntó.
—Sí, de hecho —dije—. Y no tengo ni idea de por qué.
—Es complicado. —Cassidy se abrazó a sí misma como si tuviera frío,
y mi primer instinto fue ofrecerle mi chaqueta, pero por supuesto que no lo
hice. No con los dos de pie en la cima de la colina cubierta de hierba en el
parque del castillo y un ramillete inerte en el asiento del copiloto de mi
auto en tanto nuestros amigos comían en una mesa con asientos vacíos.
—¿Tal vez aun así me lo puedas explicar?
—Oh, cariño. —Nunca me llamó así antes, y no me gusta—. ¿No es
obvio? Tú. Yo. Saliendo. Me divertí. Y entonces mi novio condujo desde San
Francisco para sorprenderme. Acaba de irse a la gasolinera para comprar
cigarrillos. Es probable que no quieras estar aquí cuando vuelva.
Cassidy señaló hacia las luces de neón de la estación de servicio,
que se hallaba justo al otro lado de la calle. Pensé en ir allí y darle un
puñetazo en la cara a ese idiota. Pero Cassidy sorbió, y me volvió a pedir
que me fuera.
Nos quedamos allí, considerándonos fríamente el uno al otro. El
parque del castillo se ubicaba detrás de ella, como una fotografía de una
noche que compartimos hace un millón de años y dos semanas.
—Yo… sólo… todo el tiempo, ¿había alguien más? —dije aturdido.
Ladeó la cabeza ligeramente, con la mano en la cadera, como si le
doliera tener que explicarme.
—¿Cómo podrías haber sido tú? Dios, Ezra, mírate. Eres un fracasado
rey del baile que perdió su virginidad con alguna animadora en un jacuzzi.
Me llevas a comer hamburguesas y a ver películas los viernes por la noche
en el multicinema. Eres la mayor razón por la que me burlo de los pueblitos
como este, y aún estarás aquí dentro de veinte años, como entrenador del
equipo de tenis de secundaria para que puedas revivir tus días de gloria. 174
Antes, cuando me restablecieron la fractura en la muñeca, me
desperté en la mesa de operaciones. Fue sólo un momento, antes de que
los médicos aumentaran la anestesia, pero en esos segundos cuando las
luces se veían brillantes y calientes y los cirujanos se inclinaban sobre mí
con sangre goteando de sus escalpelos, me sentía como si me hubiera
despertado en una pesadilla.
Oír a Cassidy decir esas cosas fue peor. Debido a que no me rompí
cuando me fui de casa una hora antes, con un ramillete de rosas blancas
todavía frías de la nevera, pero ahora ciertamente sí lo estaba.
La miré fijamente, horrorizado. Su barbilla sobresalía obstinadamente
y sus ojos eran un huracán, y no existía lugar para buscar refugio.
—Está bien —dije con voz hueca—. Lo siento. Sólo lo siento.
Me di la vuelta y me alejé.
—¡Ezra! —gritó desesperadamente, como si yo fuera el irrazonable.
Me detuve, considerándolo, pero ¿qué más quedaba por decir? Y
luego continué mi marcha fúnebre hacia el estacionamiento.
La muerte de una relación. Por lo menos iba vestido para un velorio.
Mi teléfono era una lista de llamadas perdidas, pero no tenía ganas
de tratar con ellos. En cambio, me fui a casa en la fría oscuridad, más allá
de la franja espectral de abedules blancos y alrededor de la malla que
rodeaba Eastwood como una soga.
Metí los frenos en un alto que apareció recientemente, y el ramillete
voló hacia adelante, aterrizando en el suelo. Lo dejé allí, deslizándose
hacia atrás y adelante, sus pétalos golpeándose con cada curva de la
carretera.
—¿Ezra? —llamó mi mamá cuando entré.
—Sí, hola.
Podía ver en mi rostro que algo iba profunda y terriblemente mal. Y
que no quería hablarlo.
—¿No vas al baile, cariño? —preguntó.
—No.
Subí las escaleras, Cooper siguiéndome con preocupación, y cerré la
puerta, bloqueándonos a ambos. Me acosté en la parte superior de la
cama en mi traje y cerré los ojos.
Esta es la forma en que te entierran, pensé. En tu mejor traje, el que
llevas a bodas y funerales, un traje con el que las chicas se han cubierto en
175
las noches frías y tintorerías han absuelto de todas las manchas.
De repente, no podía soportar llevar la cosa. Ella lo escogió, y me
sentía enfermo de sólo pensarlo.
Cooper se quejó nerviosamente, su gran cola golpeando contra el
edredón en lo que me desnudé hasta quedar en mis bóxers. Miré fijamente
el ventilador de techo, pero las hélices me recordaban a mi viejo carro, el
logotipo de BMW, así que me giré, enterrando la cara en mi almohada.
Fue entonces cuando la oí: la alarma en mi teléfono. La nominación
del baile. Los resultados. Y no podría importarme menos.
La alarma seguía vibrando en intervalos de dos minutos mientras
yacía allí, desnudo y miserable en la oscuridad. Lloré por mi desolación, por
la forma en que sus palabras me paralizaron, y por las dos palabras no
pronunciadas que llevaba conmigo desde hace un tiempo, y por cómo
rápidamente una de ellas había cambiado.
—Te odio, Cassidy Thorpe —susurré—. Te odio.
Traducido por NnancyC
Corregido por Merryhope

Hay un reloj en la clase de cálculo del señor Choi que tiene sesenta y
dos segundos en cada minuto. Los he contado antes, fascinado con la
discrepancia, pero sin creerlo en serio. El reloj tenía algo mal, no el tiempo.
Ese fin de semana, era el tiempo el que iba mal. Pasé una agonía de
minutos interminables y horas perdidas. Abandoné mi teléfono, cerré las
persianas y prolongué mi miseria hasta que fue hora de ir a la escuela, me
escabullí por la puerta con barba de dos días y tarea sin finalizar.
Se sentía raro conducir a la escuela solo, como si olvidara algo. Miré
a los trabajadores migrantes en los campos de fresas, rompiéndose las
espaldas para cosechar fruta fuera de temporada, y pensé en lo mucho 176
que preferiría hacer eso hoy. Sentir el sol quemándome la nunca en lo que
me dedicaba al tipo de actividad que ocupaba mi mente lo suficiente
para alejar el dolor de lo que ocurrió. Pero no, tenía examen de cálculo.
Reprobé el examen, mal. Era como si mi cerebro no quisiera resolver
por el ritmo de la aceleración, como si sólo quisiera pisar los frenos y no
acelerar en absoluto. Desacelerar. Lo que sea.
Cuando entregué mi hoja de repuestas al sonar el timbre, Anamica
levantó la mirada de su escritorio y me miró fijamente.
—Bueno, bueno —dijo, deslizando la calculadora en su estuche con
innecesaria fuerza—. Si no es más que el rey del baile de bienvenida.
Sé muy bien que la repuesta correcta no es: —Uh, ¿qué? —Pero eso
es lo que dije.
Anamica suspiró y me empujó una copia del periódico escolar. En
efecto, la primera página mostraba la foto del evento motivacional, con
todos nosotros sosteniendo las Rosas Reales y ninguno viendo a la cámara.
Supongo que querían tomar una en el baile, vestidos formalmente y todo
eso, pero lo arruiné.
Ezra Faulkner y Jillian Nakamura son nombrados rey y reina del baile
de bienvenida. Artículo y fotos por Phoebe Chang, decía el subtítulo.
—Cierto —dije, aún sorprendido—. Vaya. Sí, así que al parecer eso
sucedió.
—Se suponía que me escoltarías —acusó Anamica—. Cuando todos
los nominados caminaran al escenario. Tuve que ir sola porque no asististe.
—Lo siento —murmuré al tiempo que Justin Wong me palmeó en el
hombro.
—¡Oye, Faulker! Felicidades —gritó, ya a medio camino de la puerta
para el receso.
—Gracias. —Me quedé allí, medio aturdido, en lo que unos cuantos
más de mis compañeros de clase añadían sus buenos deseos. Esa mañana
llegué listo a la escuela en una niebla colgante de miseria, esperado que
pudiera arreglármelas a través del día para pasar desapercibido, pero
claramente no sucedería.
Tony Masters me pasó y le dio un tirón a la correa de la mochila de
Anamica. —No te preocupes, voto en broma, seguramente ganarás la
mascota del profesor en la tanda del último año.
Anamica me fulminó con la mirada, como si también me culpara por
eso, y de repente simplemente necesitaba salir de allí. De lo último que
quería hablar era de por qué me perdí el anuncio de la nominación del
baile, y la última persona con la que quería hablarlo era Anamica Patel.
177
—Lo siento —dije, y luego hui del salón, tomando la escalera trasera
para evitar el patio.
Rey del baile. Y estuve acostado bocabajo en mi cama en bóxers y
un montón de desesperación cuando lo anunciaron.
Pensaría que fui capaz de sentir a la escuela entera parada ahí,
confundida, cuando mi nombre fue llamado y no estaba en ningún lado.
Pensaría que alguien, como Toby, Phoebe, incluso Austin, me llamaría. Pero
por supuesto mi teléfono se descargó, y seguía así. Sentí una perturbadora
cantidad de placer por verlo morir en mi mesa de noche, negándome a
cargarlo.
No me dirigía a ningún lugar en particular, sólo evitaba ver a alguien,
así que terminé sentado en mi coche, deseando que tuviera el coraje para
alejarme conduciendo pero sabiendo que el guardia me atormentaría.
Cuando la campana sonó, decidí que no iría a clase. En su lugar,
desaparecí dentro de mi sudadera con capucha en una de las mesas
traseras de la biblioteca, escuchando mi vieja lista de reproducción de
Dylan desde verano y recordando cuando escuché por primera vez esta
música, en la sala de espera de la oficina del doctor Cohen, el perfecto
fondo de mi infierno personal. Para el momento que alcé la mirada, el
patio ya se encontraba lleno por el almuerzo y la bibliotecaria me miraba
como si no supiera si tenía permiso de sentarme ahí todo el día.
Me paré, intentando prepararme mentalmente para el calvario de
salir y enfrentar a toda la escuela como su rey del baile de bienvenida.
Lucía horrible; mi cabello era un desastre y no me preocupé en afeitarme
en todo el fin de semana. Los círculos oscuros debajo de mis ojos se volvían
parábolas, y me puse una camiseta que definitivamente vio días mejores.
Mis ojos fueron automáticamente a la mesa de Toby: Phoebe me
localizó y me saludó con la mano, pero dudé, sin sentirme preparado. Y
luego la voz estruendosa de Evan McMillan cortó la tensión en el patio: —
¡Oye, Faulkner! ¡Trae tu trasero real aquí!
De repente, sabía lo que tenía que hacer. Y quizá siempre lo supe.
Así que asentí hacia Evan y me acerqué con la escuela completa mirando,
para elegir la mesa del almuerzo a la par de la pared que separa a los
superiores e inferiores, como si nunca me hubiera ido.
Aguanté las felicitaciones y payasadas del equipo de tenis con una
mueca bondadosa y esperé a que alguien me ofreciera un asiento ante la
mesa ya atestada.
—Trevor, levántate —gruñó Evan a uno de los de primer año.
—Jódete, ando en muletas —se quejó Trevor.
178
Él también. Una de esas lesiones deportivas superficiales, de la clase
que te saca por un juego. Trevor alcanzó inquisitivamente una muleta, pero
negué con la cabeza.
—Guárdalo por mí —dije—. Tengo que comprar el almuerzo.
Pero no hice movimiento hacia la línea del almuerzo. Por una parte,
no tenía apetito, y por otra, no confiaba en mí mismo para regresar. Pero
no importó, ya que no podría haberme alejado si quisiera, la mitad del
equipo de canto quería abrazarme, porque ―Oh, Dios mío, ¿no era como
muuuuy épico que ganara como rey del baile?‖ y ―¿dónde estuve durante
el anuncio?‖.
Murmuré algo sobre pelearme con Cassidy, y todas exclamaron en
la forma que las chicas hacen, como si las cosas tristes y mascotas lindas
fueran intercambiables.
—No, está bien —dije, incómodo por toda la atención—. La verdad.
Charlotte se sentó en la cima de la pared, balanceando sus piernas
largas y bronceadas de adelante hacia atrás en lo que observaba todo.
—Sólo para ser claros —dijo, saltando de la pared y arrojando su
cabello en un movimiento fluido—, ¿se pelearon o rompieron?
Me permití decirlo.
—Rompimos.
—Ya era hora. —Charlotte me puso la mano en el brazo por un
momento pequeño—. Oh, y bienvenido de vuelta.
La bienvenida al rey del baile de bienvenida. La ridícula frase se
presentó en mi cabeza y permaneció ahí por el resto del período, cuando
finalmente Aaron Hersh se levantó para que me sentara, y Charlotte se fue
a la fila del almuerzo con Jill y Emma Rosen, las tres regresaron riendo, con
un sándwich de pavo, una bebida y paquetes extras de mostaza,
insistiendo que no tenía que devolverles el dinero.
Miré sobre el hombro a la mesa de Toby al tiempo que desenvolvía el
sándwich, y era como si las últimas seis semanas nunca hubieran sucedido.
Cassidy se esfumó, dejando sólo a Phoebe y a los chicos con demasiado
lugar entre ellos con los bancos.
Luke me atrapó viendo y me dio una arrogante sacudida de barbilla
como si dijera: Quédate de tu lado, y me quedaré del mío.
—¿Faulkner? ¿Qué dices? —Jimmy me arrojó una papa curvada,
intentando llamar mi atención.
Saqué la papa de mis vaqueros y la arrojé de vuelta a su recipiente. 179
—Diviértete comiéndotela, ahora que estuvo en mi entrepierna.
Todos se rieron. Jimmy se encogió de hombros antes de inclinar el
recipiente de papas en su rostro, vaciándolo.
—No me importa —dijo—. Así que, ¿vienes o no?
—¿Adónde? —pregunté.
—A la práctica.
Por un momento, pensé que bromeaba.
—Alguien tiene que hacerle compañía a Trev en la banca —insistió
Evan.
Supuse que no tenía importancia un descenso al infierno, así que dije
que me presentaría. Y en verdad, ¿cuál era la alternativa? ¿Sentarme en
mi habitación intentando fingir que mi mamá no rondaba preocupada
afuera de mi cuarto y que la presencia de Cassidy no me cazaba desde el
otro lado del parque?
Cuando la campana sonó, me emprendí hacia el sexto período de
física, pasé el aparcamiento para bicicletas y algo me hizo buscar la roja
de Cassidy. Pero no se hallaba allí. Por supuesto que no. Y ninguna era
Cassidy Thorpe.
***

Trevor y yo tomamos extremos opuestos de la banca cerca de la


fuente y nos asentimos el uno al otro. No lo conocía muy bien; él era de
primer año, y pensé que lo recordaba arrojando la fragancia oficial de
Abercrombie y Fitch sin camiseta cuando Charlotte solía arrastrarme al
centro comercial, pero eso no era exactamente un tema de conversación,
así que no lo traje a colación.
Un grupo de novias del equipo de tenis vinieron y se sentaron en la
mesa de picnic cerca de la fuente. Conversando, ninguna particularmente
interesada en mirar las canchas.
—Hola, Ezra —gritó Emma en tono burlón, sosteniendo una frasco de
esmalte para uñas—. ¿Quieres que haga las tuyas?
—Absolutamente —dije de manera inexpresiva, dejándome caer en
el asiento al lado del suyo con una sonrisa.
Por un momento, pensó que hablaba en serio.
—¡Faulkner! —me gritó Evan desde las canchas—. ¿Podrías golpear
algunas voleas con Trev?
180
Levanté la mirada de la mesa de las novias de otras personas.
—¡No puedo! —grité—. Mis uñas están recién pintadas.
—¡No es verdad! —chilló Emma—. ¡Ni siquiera he comenzado!
—Entonces, lo posponemos para después —prometí, guiñándole un
ojo.
—Así que, uh, ¿quieres que vaya por algunas raquetas? —preguntó
Trevor con nerviosismo.
—Claro —dije. Quiero decir, ¿por qué no?
Compartimos una cancha con Evan y Jimmy, usando las raquetas
de mierda prestadas que el entrenador mantenía en el vestuario. Trevor,
que solamente tenía un esguince menor de tobillo, tiró las muletas a un
lado, y saltó a la línea de volea. Lo había visto jugar en sus comienzos, pero
no esperé que ascendiera hasta el equipo superior antes de su último año.
Bajé mi bastón y caminé a la cancha. Y en ese momento me golpeó
que Trevor se encontraría bien la siguiente semana, pero yo continuaría
sentado en la banca. Siempre lo estaría, y toda esta cosa era solamente
un recuerdo elaborado y cruel de que nunca podría volver a la forma en
que las cosas fueron, sin importar dónde me sentara durante el almuerzo.
Le envié a Trevor un par de voleas fáciles y luego otras más difíciles.
Se sintió genial volver a sostener una raqueta; saqué mi abrazadera casi
una semana antes, y los doctores tenían razón, mi muñeca se curó bien.
Pero por supuesto, no podría realmente jugar. No un juego completo,
jamás. No había razón en engañarme a mí mismo.
Por desgracia, el entrenador Anthony nos atrapó saliendo de la
cancha.
—Faulkner —dijo con frialdad.
—Sí, hola, entrenador —dije, notando que sostenía una raqueta y un
bastón.
—¿Estás en mi equipo, Faulkner? —exigió el entrenador.
—No, entrenador.
—Entonces, ¿por qué te encuentras en mi cancha?
Hice una mueca.
—Um —dije.
—Sólo hacíamos el tonto, entrenador —dijo Trevor, moviéndose en
sus muletas.
—¿Hacían el tonto? —La boca del entrenador se volvió una mueca
181
agria—. ¿No es así como te lesionaste en primer lugar, Barnes?
Trevor murmuró que sí.
—Permanezcan fuera de mis canchas, caballeros —nos ordenó—,
hasta que puedan correr tres vueltas al campo con una raqueta sobre su
cabeza. Y por supuesto requeriré una demostración.
—Sí, entrenador —murmuramos, y luego nos escabullimos de vuelta a
las bancas.
—Tres vueltas con raqueta, maldición —silbó Trevor ante el castigo.
Tres vueltas con raqueta, pensé. Qué no daría por ser capaz de
correr siquiera una. Pero claro que no dije nada. En su lugar, me estiré en el
banco como si lo disfrutara pero en secreto deseaba no haber vuelto.
—Oh, Dios mío —chilló Emma, sonando asustada—. ¿Qué es eso?
Apuntó hacia el lado más lejano de las canchas de tenis donde
algún gran animal iba por los arbustos que bordeaban las estribaciones, su
pelaje cobrizo en el sol.
—¡Guau! Es un coyote —murmuró Trevor, nervioso.
Pero tan pronto como lo localizamos, los arbustos dejaron de crujir; el
animal volvía a las colinas.
—Eso es raro —dije—, no los ves a menudo durante el día.
—Tal vez no era realmente un coyote —bromeó Emma, haciendo su
voz escalofriante—. O tal vez, nos vigilaba.

***

Mi mamá me acorraló cuando volví a casa de la escuela. Al parecer


me llamó dos veces. No me llevé mi teléfono.
—¿Dónde estabas? —exigió, más preocupada que disgustada.
—La práctica de tenis —dije, y pensó que bromeaba.
—Ezra. —Me dio esa mirada de madre. Cooper, que dormía sobre la
alfombra debajo del fregadero de la cocina, se despertó y aulló de forma
culpable—. Siéntate.
Me senté. Alcé la vista del mantel como si fuera un calvario. Esperé.
—¿Embarazaste a esa chica? ¿Eso es lo que pasa aquí?
De todas las cosas que esperé que mi mamá dijera, esa se hallaba
tan por debajo de la lista que prácticamente se fue a la de espera. 182
—Sí, ya le puedes planear el bris11 —murmuré, en lo que no era mi
momento más sofisticado—. No, mamá. Dios.
Nos miramos fijamente, y se ablandó, sintiendo exactamente la razón
por la que estuve deprimido en mi dormitorio todo el fin de semana.
—Ezra, cariño —susurró—. Las chicas cambian de opinión. Eso
sucede. El Señor sabe que rompí bastantes corazones en mis días.
—Mamá —gemí, agachando la cabeza.
—Sólo lo digo, cariño. Una ducha y rasurada no dolerán. Aún puedes
ser miserable y limpio.
—Eso —dije sarcásticamente—, es un consejo alucinante.
—No me gusta que me hables en ese tono —advirtió, sirviéndonos un
vaso de jugo sin azúcar—. ¿Cómo te fue en la escuela?
—Gané como rey del baile —lo dije en la forma que los amigos de
Toby usaban cuando anunciaban algo serio, con el atisbo de una sonrisa,
como si tal vez no fuera cierto, pero ¿no sería divertidísimo si lo fuera?
—¿De verdad? —Levantó una ceja.

11 Es el ritual de circuncisión que se le practica al varón judío al octavo día de nacido.


—De verdad.
—Bien, qué maravilloso —dijo mamá, toda ovación falsa—. Apuesto
a que esa chica ahora se patea a sí misma por abandonarte.
No tenía el corazón para decirle lo contrario.

183
Traducido por Eni
Corregido por niki26

Cassidy aún no volvía a la escuela el martes. La señora Martin, quien


claramente pensaba que trataba de saltarse clases, me eligió durante un
rol para preguntar si sabía a dónde fue la señorita Thorpe. La clase se echó
a reír en esa ya conocida e incómoda forma, en lo que balbuceé: —No sé,
señora. —Y deseé poder desaparecer.
Tenía entrenamiento físico esa tarde, por lo que para evitar ir a las
canchas de tenis inventé algunas excusas débiles que dudé que alguien
me creyera, y conduje a la unidad de cuidados especiales del Complejo
Médico de Eastwood con las ventanas abajo.
El clima era magnifico, y mientras el calor se derramaba a través de 184
mi coche, reproduje la conversación del almuerzo de hoy, cuando Jimmy
anunció que los ombligos que sobresalían como protuberancia lucían más
como pezones. Evan se rió tan fuerte que resopló su refresco, y todo el
asunto fue tan chistoso sino se pensaba en ello por mucho tiempo, en tal
caso se convertía en algo increíblemente depresivo. Lo cierta era que no
entendía cómo de repente se volvió tan doloroso andar alrededor de Evan
y Jimmy cuando fuimos compañeros de equipo desde noveno grado.
Los tres fuimos los únicos estudiantes de primero que formaron parte
del equipo avanzado de tenis. Pero sentarme en la mesa de almuerzo que
heredamos, pensando en la primera fiesta de grados superiores a la cual
asistimos, con los tres usando nerviosamente nuestras chaquetas marcadas
que probaban que éramos geniales, me hacía preguntarme si alguna vez
tuvimos algo en común aparte de tomar la mierda de los estudiantes
mayores un año antes que el resto de nuestros compañeros de equipo.
Me frustraba, el oír conversaciones que en su mayoría consistían en
chismes y bromas sin gracia que decían a expensas de alguien más, me
contenía los comentarios inteligentes y pretendía que lo disfrutaba. Era
como pensar que desaparecí en unas aventuras épicas, siendo perseguido
por fuegos artificiales y buscando el tesoro enterrado, bailando con música
que sólo yo podía escuchar, y volviera para darme cuenta que lo único
que cambió fui yo. Pero quizá era mejor de esta manera, recordando esos
pocos meses al principio del año como una cosa maravillosa que ahora
terminó, en lugar de vivir en el mundo de Cassidy sin ella.
El doctor Levine me hizo hacer los ejercicios habituales y un par de
repeticiones en la maquina elíptica. Conversamos acerca de cómo lo
llevaba, y si fui a ver al doctor Cohen últimamente. No sé qué me hizo
decirlo, pero le pregunté si era posible deshacerse del bastón.
El doctor me miró pensativamente por un momento, y luego bajó la
mirada a mi historial clínico.
—Pienso que podemos intentarlo por una semana así veremos cómo
te va —dijo—, siempre y cuando entiendas que trabajarás con el actual
rango de movimiento, el cual realmente es al límite.
Dije que lo comprendía, y me deprimió al continuar con una lista de
precauciones y cosas que no tenía que hacer, todo viniendo con una pila
de folletos.
Los metí en mi mochila y salí al pasillo, pensando que era afortunado
de haber conservado esta estúpida llave del ascensor después de todo. El
baño donde usualmente me cambiaba la ropa de ejercicio sudada se
encontraba fuera de servicio, así que utilicé el del otro extremo del pasillo,
cerca al ascensor norte.
Tenía que pasar por la oficina del doctor Cohen, y dudé afuera por
185
un momento. No entraba ahí desde el verano, cuando rápidamente me di
cuenta sobre qué decir para salir de mi semana traumática en una terapia
de trauma. Era raro, pasar por una puerta sabiendo exactamente a dónde
llevaba, y lo mal que iba mi vida cuando la utilicé por última vez, como
una especie de anti-nostalgia.
La puerta de la sala de espera se abrió y una chica salió. Usaba un
uniforme de animadora de la escuela de Rancho color rojo y amarillo, y
atrapó mi mirada con una sonrisa avergonzada antes de dirigirse a las
escaleras.
No tenía ganas de ir a casa, por lo que acabé cruzando el puente
peatonal y paseando alrededor del campus de UCE. Era más pequeño de
lo que recordaba, y con mi mochila y chaqueta de cuero, desaparecí al
instante en la multitud de estudiantes. Fue un alivio agradable, el sentirme
como invisible luego de los últimos días, cuando mirarme se convirtió en
una actividad extracurricular en la que toda la escuela se inscribió.
Estar allí me recordó el día que Cassidy y yo fingimos ser estudiantes,
pero entonces, sabía que lo sería. Pensé en cómo hizo una corona de
flores cerca al arroyo, riéndose cuando dije que probablemente acabaría
en una escuela pública cercana y que lo cierto era que no tenía ningún
plan de abandonar el Condado de Orange. Sin embargo, ella tenía razón.
No pertenecía a este lugar, a un dormitorio a dieciséis kilómetros de casa,
en donde durmiera cada noche con el ligero y distante sonido sordo de los
juegos artificiales de Disneyland.
Supongo que medio esperaba ver a Cassidy saliendo de un edificio,
usando vaqueros y zapatillas, su disfraz. Me la imaginé, alzando la mirada,
secretamente feliz de que la encontrara. Nos sentaríamos en una de esas
bancas de madera y me diría cuánto lo sentía y que todo había sido un
error. Pero cosas como esas nunca pasan, excepto en películas en verdad
espantosas.
Entré a la biblioteca, en donde la chica del escritorio me saludó con
la mano sin levantar la vista del libro que leía. Realmente no esperé que
me dejara pasar, o pensé en lo que haría una vez que lo hiciera. Pero tenía
una mochila llena de libros de texto, y había un área de aspecto cómodo,
por lo que me senté, saqué mi tarea y me puse los audífonos. Pero escogí
un sofá con vista a la puerta principal, estúpidamente esperando que
Cassidy entrara.
Por supuesto nunca lo hizo, y después de un rato, dejé de mirar a la
puerta cada vez que se abría. Sentarme aquí era increíblemente tranquilo,
escuchando un viejo álbum de Frank Turner y confundido por mis hojas de
ejercicios de física con una sorprendente buena taza de café del campus.
Para el momento que guardé, me pregunté si después de todo en verdad
186
buscaba a Cassidy, o tenía la esperanza de encontrarme a mí mismo.

***

No sé lo que esperaba cuando me escabullí a discurso y debate el


miércoles. Ciertamente no que Cassidy alzara la vista de algún libro grueso
que leía, con una tristeza terrible en los ojos.
—Regresaste —dije. Una declaración que sólo sirvió para multiplicar
la incomodidad entre nosotros.
—¿Qué pasó con tu bastón?
—No lo necesito. —Me deslicé torpemente en mi silla, demostrando
lo contrario desafortunadamente. El café que sostenía salpicó a través de
nuestro escritorio compartido—. Lo siento —dije, tomando varios pañuelos
de mi bolso para limpiar la mesa—. Estaba demasiado lleno.
Cassidy cerró los ojos y respiró hondo, como si se contuviera de decir
y hacer millones de cosas a la vez. Levantó su libro, inclinándolo como un
escudo. El escritorio se secó lentamente entre ambos, oliendo ligeramente
a pan francés.
La señora Weng ni siquiera notó que no estaba. Venía resfriada y se
determinaba a no desperdiciar sus días de enfermedad, por lo que puso
algo sobre un documental de la historia pública de la oratoria y atenuó las
luces.
Cassidy entrecerró los ojos a su libro utilizando el tenue resplandor de
la televisión, e intenté y fallé en prestarle atención a la película. El aire a
nuestro alrededor crujía con tensión, la de la acusación que no haría, de la
relación que una vez tuvimos, y una explicación que sabía con bastante
seguridad ninguno de los dos creía.
Si creía que era toda una broma, si tuvo un novio todo este tiempo,
entonces se debería reír por el resultado de nuestra ruptura, no actuar
como si quisiera desaparecer por completo. Algo ocurrió. Algo importante.
Incluso si todas las señales apuntaban a una explicación mundana: la
manera en que en ocasiones Cassidy usaba ropa de hombre, su fondo de
pantalla en el celular con un chico que decía era su hermano, la forma en
que nunca me llevó a su casa, como si necesitara ocultarme o dejarme
lejos, no podía creerlo. Nada de eso.

***
187
Esa semana, mis visitas a la biblioteca del campus de Eastwood se
volvieron habituales, conduciendo hasta allí cada día luego de la escuela
para hacer la tarea. Solía tener ocupadas mis tardes con actividades
como tenis, reuniones del gobierno escolar, incluso esas horribles clases de
preparación para el examen a la universidad que tomé con la mitad de los
chicos de nivel avanzado en mi año. Y luego entré al equipo de debate, y
Toby y Cassidy ocuparon mis tardes. Era encantador tener interminable
tiempo libre, y me sentía extrañamente agradecido con mi tutor que me
inscribió en tantos cursos avanzados, ya que podía estirar mi tarea por
horas si la hacía minuciosamente bien.
Podía decir que mi mamá se preocupaba, porque cuando el jueves
volví a casa de la biblioteca, tomó mi bastón de armario y lo apoyó contra
la puerta de mi habitación como si pensara que tal vez olvidé que lo tenía,
en lugar de dejarlo de utilizar por completo.
Pero había algo reconfortante acerca del dolor que me causaba no
usarlo. Algo tranquilizador al tener una molestia física a la que aferrarme,
era parte de mi independencia de Cassidy. Pensé en el metal de mi rodilla,
remplazando una parte mía que se perdió, que ya no funcionaba. Y no era
mi corazón, seguía diciéndome. No era mi corazón.
Traducido por Blaire2015
Corregido por Cami G.

Cuando alcancé a Toby y a Phoebe en el carrito de café el viernes,


parecían sorprendidos, y no del todo contentos, de verme.
—Hola —dije tímidamente, parándome en la fila detrás de ellos.
—Oh, ¿tengo permitido hablarte? —Toby fingió preocupación—. ¿O
los cerdos de tus amigos deportistas me empujarán contra los casilleros?
Me reí del chiste. Nuestra escuela no tenía casilleros, dado que cada
uno tenía sus propios libros para dejar en casa.
—Bueno, te ves miserable —dijo Toby.
—Cassidy y yo rompimos. —Como si toda la escuela no lo supiera ya. 188
—Dije miserable, no con el corazón roto, imbécil —corrigió Toby—. Y
al menos podrías haberme contestado los mensajes después de que me
ocupé de tu falta el lunes.
Me preguntaba sobre eso.
—Sí, gracias —dije—. No tener detención fue lo mejor.
Era tan fácil regresar al modo en el que solíamos estar, que pararme
a su lado en la fila del café me hizo extrañarlos incluso más de lo que creía
posible.
—Últimamente he evitado mi teléfono —expliqué débilmente.
Phoebe sonrió con vacilación y comenzó a decir algo, pero luego
cambió de idea.
—No llevas bastón —dijo en cambio.
—Lo negocié por unos frijoles mágicos y la dictadura de un pequeño
país del Medio Oriente.
—Con un desafortunado clima árido en el cual los frijoles mágicos no
crecen exactamente —señaló Toby secamente.
—Sabía que de alguna manera me estafaban. —Fingí decepción.
Phoebe se rió, y Toby comenzó a hablar de cómo, en caso de que
mis frijoles mágicos hubieran crecido, ordenaría a mis súbditos que fueran a
recogerlos. Los tres parados ahí haciendo bromas ridículas me hizo sentir
más feliz que en mucho tiempo.
—Escucha —dije—. Quería...
—¡Ezra! ¡Hooola! —gritó Charlotte, abrazándome con una intimidad
que sacó de la nada. Jill y Emma se materializaron a su lado, y las tres se
nos unieron al frente de la fila como si supieran exactamente lo que hacían
para salirse con la suya.
—No importa, ¿verdad? —preguntó Charlotte dulcemente, cortando
el paso de Phoebe para pedir su orden de café.
La expresión de Phoebe se oscureció, y murmuró algo a sus zapatos.
Toby tosió significativamente.
—Ezra sólo nos guardaba nuestros lugares, ¿cierto, cariño? —Jill me
palmeó en el brazo.
—Sí, claro —dije secamente, haciendo una mueca al escuchar las
palabras que salían de mi boca.
Toby lucía disgustado, y no lo culpaba.
189
***

Cassidy se hallaba acurrucada en su asiento en discurso y debate,


con dos tercios avanzados de la novela del miércoles. Me senté en silencio
y saqué mi libro. Me observó y suspiró, alejándose de mí con su silla, mi
presencia en verdad la hacía retroceder.
—¿En serio? —susurré.
—¿Qué? —Frunció el ceño, aparentemente sin entender.
—¿Ahora ni siquiera puedes sentarte a mi lado?
Bajó su libro y me estudió por un minuto, y lo que sea que buscaba,
obviamente no lo encontró. —Bueno, realmente no tenemos que sentarnos
juntos.
—Bien —dije fríamente, levantándome.
Me moví a una mesa vacía algunos asientos por debajo de donde
solíamos sentarnos. La señora Weng vino y puso ese horrible documental.
Cassidy y yo nos concentramos en nuestros respectivos libros, y de vez en
cuando nos miramos en la tenue luz que traspasaba las ventanas tintadas.
Después de un rato, sentí un golpecito en el hombro, y casi salté un
kilómetro.
—Ven conmigo —dijo Toby.
Ni siquiera lo escuché llegar.
La señora Weng nos abandonó con la película, por lo que agarré mi
mochila y seguí a Toby al anexo.
—No lo hagas —dijo, apoyándose en la mesa central. Un desastre de
papeles que clasificaba y el iPod más antiguo del mundo la cubrían, este
último reproducía lo que sonaba sospechosamente como opera a través
de los auriculares.
—¿Hacer qué? —pregunté.
—¡Realmente me estás cabeceando! —acusó Toby enfadado.
—¡No tengo idea de lo que significa! —Era la verdad. Pero Toby lucía
sensato.
—¿En serio? —Su voz derrochaba desprecio—. ¿Recuerdas cuando
cumplí doce años? ¿La cabeza cortada? Cómo de repente, ya no éramos
amigos.
—¿Dices que Cassidy es una cabeza cortada? 190
—No, Faulkner. Digo que tú eres un idiota. Me alejas, exactamente
como hiciste en séptimo grado.
Me miró fijamente, y me crucé de brazos, regresándole la mirada.
—En caso de que lo olvidaras, tú fuiste el que cortó esa cabeza —le
dije—. No tenía nada que ver conmigo.
—¡No hablo de la estúpida cabeza, Faulkner! Hablo sobre ti. Yo era el
chico gordo que dibujaba historietas. Me iban a molestar, sin importar qué.
Actúas como si aquel día en Disneyland fuera mi gran tragedia, pero tú
eres quien perdió a su mejor amigo. Eres tú quien empezó a almorzar con
los atletas populares y se olvidó de cómo ser increíble porque te ocupaste
demasiado siendo genial. Todavía podríamos haber salido después de la
escuela si lo hubieras preguntado o querido. Pero sólo me abandonaste
porque todos esperaban que lo hicieras. Y lo vuelves a hacer, y apesta.
Lo miré fijamente con horror, dándome cuenta que tenía razón. Lo
aparté. Para ser justos, tenía doce años, y consideré un milagro que luciera,
vistiera y golpeara una pelota lo suficientemente bien para ser librado de
la peor parte de ese infierno. Pero honestamente nunca se me ocurrió que
no tenía que perder a mi mejor amigo ese año. Que tenía una opción.
—Entonces, soy un idiota —dije.
—Bueno, sí. Inserta un chiste gay acerca de mi gusto por los idiotas
aquí. —Toby se encogió de hombros, tratando de no sonreír.
—Bueno, lo haría. Pero entonces eso me haría un imbécil12.
Toby bufó. —Touché.
—Lamento apartarte. Yo sólo… no lo sé. Todo el desastre de Cassidy.
Suspiré y miré hacia la puerta de la clase de la señora Weng.
—Sí, gracias por mandarme mensaje. Los esperamos en Fiesta Palace
por siempre —se quejó Toby.
—Lo siento —murmuré, sintiéndome horrible.
—De todos modos, ¿cómo lo hizo? ¿Te llevó a alguna cafetería para
luego romperte el corazón en la mesa?
—No —dije con amargura—, porque de alguna manera eso habría
sido decente por su parte. Como suele suceder, nunca se presentó. La
encontré en el parque del castillo, en una cita con otro chico.
Toby soltó el bolígrafo con el que jugueteaba. —¿Es broma? —dijo—.
¿En la noche del baile?
—¿Qué importa? Ella realmente no planeaba ir. —Me encogí de
hombros con pesimismo.
191
—¡Por supuesto que sí! —insistió Toby—. Me envió mensajes con fotos
de este vestido de quinientos dólares preguntando si te gustaría, y arrastró
a Phoebe a todas las zapaterías de Eastwood.
—¿En serio? —pregunté.
—Mira, Faulkner. Ve los mensajes femeninos —dijo Toby, tendiendo su
teléfono—. Y nota que te los muestro por nuestra amistad.
—Te creo —dije, pero Toby lucía determinado. Me quedé mirando la
foto que Cassidy le mandó ese día, en algún espejo de un vestidor. Hacía
una cara tonta mientras posaba descalza en un vestido dorado. Pude ver
a Phoebe en el fondo, intentando salirse de la imagen.
—Bien —dijo Toby cautelosamente, separando el teléfono de mí—.
Esto demuestra que fue una mala idea, amigo. Te tiemblan las manos.
Pero apenas podía escucharlo. Lo que pensaba era en cómo estos
mensajes, la foto, lo probaba. Después de todo, Cassidy quería ir al baile.
Lo más importante, significaba que me mintió aquella noche en el parque.

12En el original se utilizan "asshole" y "dick" que significan "culo" y "polla", respectivamente.
Al traducirlo se pierde la gracia del chiste.
—Esto es lo que harás —me dijo—. Comenzarás por el principio. El uso
de la introducción ―Érase una vez, mi increíble mejor amigo me advirtió
sobre una chica, pero no le escuché‖ es opcional.
Probablemente se refería a que debería iniciar en el comienzo de la
noche del sábado, pero había tantas partes que dejé fuera que no podía.
Necesitaba regresar más. Así que le conté todo: cómo Cassidy me hizo
trampa en el torneo de debate, cómo nos besamos durante los fuegos
artificiales en Disneyland y nos comunicamos por linternas, cuán perfecto
era todo, y las cosas terribles que dijo la noche del baile, sobre ser la broma
del pueblo destinado a entrenar al equipo de tenis en un patético intento
de revivir mis días de gloria.
—Es como si quisiera que la odiaras. —Frunció el ceño—. Es el tipo de
cosas falsas pero horribles que le dices a alguien para asegurarte que no te
vuelvan a hablar.
—Ni siquiera soporta estar a mi alrededor, y no le hice nada —dije
desesperado.
—Realmente sabes cómo elegirlas, ¿no? —bromeó Toby.
—Creo que estoy maldito.
—No lo diría así —reflexionó—, más bien sufres las consecuencias de
una tragedia personal.
192
Las consecuencias de una tragedia personal. Me gustaba. Sonaba
apropiadamente triste.
—Sí, seguro —dije. Y me sentí inexplicablemente agradecido con él.
Por aguantarme, por sacarme de clase y forzarme a hablar de lo ocurrido,
a pesar de que fui un poco idiota últimamente. Por ser un verdadero buen
amigo, y no alguien con quien solamente compartía la mesa del almuerzo,
o con quien competía en el mismo equipo. Porque si había alguien que
podía ayudarme a descubrir las respuestas que buscaba, era Toby.
—Escucha —dije—. Sé que es una locura, pero tengo la sensación de
que me pierdo algo que sucedió. Y tengo que saber. Tengo que averiguar
la verdad sobre Cassidy Thorpe, y necesito tu ayuda.
Por supuesto que me ayudaría. En todo lo que necesitara, porque así
es como funcionaba la cosa de mejores amigos. Toby me miraba fijamente
como si no pudiera creer que casi esperaba que se negara. Y pensé: Toby,
Phoebe, Austin, ellos me habrían visitado en el hospital, no enviado alguna
tarjeta cursi. No me habrían preguntado que fuera a la práctica de tenis y
levantara una raqueta sólo para ganar una apuesta estúpida.
Porque Cassidy se equivocó acerca de una cosa en esa mentira
desesperada que inventó en el parque. No era yo quien se quedaría aquí
en veinte años, entrenando al equipo de tenis de la escuela secundaria en
un intento desesperado de revivir los días de gloria: era Evan.

193
Traducido por Val_17
Corregido por Merryhope

Mi mamá me esperaba con dos calabazas enormes de Halloween y


un juego de cuchillos para tallar cuando llegué a casa, evidentemente
albergando la ilusión de que encontraría esta actividad divertida.
—Pensé que podrías usarlas para animarte —dijo, haciendo un gesto
a la mesa de la cocina, que cubrió de por lo menos una docena de capas
de periódico y culpa. Así que me senté y tallé caras sonrientes en nuestras
calabazas y conversé hasta que estaba razonablemente seguro que no
me haría participar en ninguna actividad de ánimo en un futuro próximo.
—Te hice una cita con el doctor Cohen —comentó cuando ponía las
lámparas de calabaza en la puerta principal. 194
Dejé de encender y apagar la luz, y la miré con horror, dándome
cuenta que planeó esto desde el principio. Las calabazas fueron sólo la
primera parada en su viaje de culpabilidad con todos los gastos pagados.
—Mamá, no.
Cooper, que investigaba las calabazas, me observó, preguntándose
por qué me molesté tanto.
—Una cita —dijo mamá con firmeza—. Se supone que te reportes, lo
sabes. ¿Me puedes pasar esa lámpara?
Fruncí el ceño y le entregué con la que jugaba.
—No necesito ver a un terapeuta.
Suspiró. Ajustando la calabaza de Halloween. Aclarando que no lo
hablaríamos en los escalones de entrada ya que, Dios no lo quiera, los
vecinos podrían oírnos. Finalmente, cerró la puerta y presionó los labios por
mi actitud.
—Estoy bien —insistí—. Terminaron conmigo, eso es todo.
—No es negociable —me dijo—. Lo siento, cariño, pero tu padre y yo
coincidimos con esto. Te programé una cita para el miércoles después de
la escuela.
—¿Qué pasa si no salto exactamente a la oportunidad de manejar
ahí y hablar con el doctor sobre mi vida personal? —pregunté.
Sabía que me comportaba como un imbécil, pero no me importaba.
No podía simplemente soltarme esto. Esperando que volviera a esa oficina
donde la última vez que el doctor Cohen me vio, iba en muletas, con mi
bolsillo sacudiéndose con una botella de analgésicos, tratando de superar
la noticia de que nunca jugaría deportes en la universidad. Para tener que
ponerme al corriente con cosas que nunca entenderá, sobre Cassidy, Toby
y mis viejos amigos. Para discutir mi vida como si fuera la trama de alguna
novela que leí pero en realidad no entendía.
—Enfurrúñate todo lo que quieras —advirtió mamá—, pero si olvidas
esa cita, pierdes tus privilegios del auto por el mes. Incluso para la escuela.
No me importa llevarte, lo sabes.
—Genial —dije, deambulando a la despensa de la cocina porque,
por supuesto, no compró ningún dulce de Halloween. Al menos no existía
riesgo de sufrir kummerspeck, o alguna emoción relacionada con comer
en exceso, en nuestra casa.

***
195
Luke llevó a cabo otro cine flotante el sábado por la noche, algún
tipo de festival de terror clásico en el gimnasio, y claro que no me invitó.
Toby insistió en que debería ir de todos modos, pero no creía que saldría
bien. Al final, terminé asistiendo a la gran fiesta de Halloween de Jill, casi
retractándome a la mitad del camino.
Sólo quería quedarme en casa, ya que últimamente me sentía muy
cansado. Pero no podía pasar Halloween viendo a mi madre repartir esas
pequeñas cajas de pasas al consternado ―dulce o truco‖, a medida que
mi padre escribía algún documento importante en su oficina, suspirando
cada vez que el timbre sonaba. Así que tomé unos colmillos de plástico y
brillo corporal de camino a la casa de Jill. Era bastante patético, y dudé
que alguien en la fiesta entendiera lo que quería decir irónicamente, pero
fue todo lo que pude manejar en el corto plazo.
Jill vivía en una de las subdivisiones más viejas en el lago, donde la
mayoría de las casas fueron adquiridas por sus lotes y luego reconstruidas.
Su patio trasero tenía un muelle privado, y sus padres mantenían un velero
allí. Cada año para su fiesta de Halloween, Jill lo decoraba como un barco
fantasma, con telarañas, una bandera pirata y un casco lleno de cerveza.
En tercer año, el equipo completo de tenis se vistió con sábanas
como togas y jugamos tantas rondas de voltear el vaso que seguía ebrio
cuando desperté a la mañana siguiente, algo que no sabía era posible.
La fiesta estaba en pleno apogeo cuando llegué. Parecía que todos
los trajes de las chicas consistían en ropa interior y tacones altos, no es que
me quejara. El equipo de fútbol reclamó un barril en la sala de estar y
algunos chicos trataban que se levantara a través de una máscara de
Hillary Clinton, la cual era bastante incomprensible para ser convincente,
ya que Connor MacLeary se involucró. Pasé a dos chicas en la cocina con
el mismo traje desnudista de Dorothy, gritándose entre ellas, al tiempo que
su amiga intentaba separarlas diciendo: —¡Chicas! ¡No es como si usaran
el mismo vestido en el baile de graduación!
Traté de no reírme a medida que abría el mosquitero y salía al patio.
Empezaba a tener la impresión de que llegué a la fiesta demasiado tarde.
Algunos estudiantes de segundo año, que dudaba hubieran invitado, ya se
hallaban enfermos en los arbustos, y los vasos cubrían el césped.
—¡Ezra! —dijo Charlotte, lanzándoseme. Caminaba algo inestable en
sus tacones, y parecía ir disfrazada como una princesa de Disney con una
inclinación por el baile de tubo—. ¡Viniste!
—Claro —le dije—. ¿Quién podría perderse un barco pirata lleno de 196
cerveza?
—¿Cómo es que no usas un disfraz? —preguntó Charlotte. No podría
decir si se burlaba.
—Soy un vampiro —insistí, mostrando los colmillos de plástico.
—Hmmm. —Charlotte lo consideró—. Es más realista sin los colmillos.
Vamos.
Se rió y me arrastró a una mesa de picnic llena de nuestros amigos.
Aparentemente, me perdí el tema. Todas las chicas iban como princesas
sexys, y a los chicos los maquillaron de zombi, siendo convincentes con la
boca abierta a reacción de los trajes reveladores de las chicas.
—¡Amigo, lo lograste! —Jimmy se entusiasmó, derramando cerveza
de su vaso. Parecía como si pensara que yo era el alma de la fiesta, o tal
vez siempre se emborrachaba mucho para recordar que no era así.
La fiesta era un desastre, llena con el tipo de cosas que lamentabas
hacer cuando se esparcían los rumores por toda la escuela el lunes. Luego
de coquetear un montón, Trevor y Jill se alejaron para besuquearse, y al
parecer él vomitó a la mitad del acto. Para su favor, galantemente evitó
sus zapatos. Y dicen que la caballerosidad está muerta. Evan y Charlotte se
enzarzaron en una pelea sin motivo, la cual terminó con ella fulminándolo
con la mirada desde el círculo de princesas Disney enojadas en tanto Evan
irrumpía el gabinete de licor que se encontraba fuera de los límites y se
bebía media botella de whiskey a pesar de que Jill le gritaba que sus
padres la matarían si se daban cuenta.
Me imaginé que era sólo cuestión de tiempo para que apareciera la
policía y terminara la fiesta, y no quería andar por aquí cuando ocurriera.
Dejé mi cerveza sin terminar y los colmillos de plástico sobre la mesa, y me
consideraba la mejor manera de pasar sobre el chico que se desmayó a
través de la puerta corrediza de la cocina cuando Charlotte me alcanzó.
—¿Te vas? —preguntó.
No sé lo que me hizo decirlo, además de que me sentía cansado por
sentarme ahí y mirar la descuidada fiesta cayendo, pero me encogí de
hombros y le dije: —Bueno, sí. Quiero decir, es una fiesta horrible.
—Realmente lo es —aceptó—. Pero nadie lo recordará el lunes.
—Todo lo que recordarán es el barco pirata lleno de cerveza.
—Y que Ezra Faulkner apareció sin disfraz —bromeó.
—¡Jódete, soy un vampiro! —insistí.
—¿De verdad? —Charlotte sonrió, inclinándose hacia mí—. ¿Debería
asustarme? 197
Me vio a través de sus pestañas, y me di cuenta que la conversación
se volvió incómoda. Nos encontrábamos en una de esas fiestas de las que
nada bueno venía, y ella no llevaba mucho puesto, y yo andaba cubierto
de brillo.
—Así que, uh, feliz Halloween, Char —dije, rodeando torpemente al
chico que se desmayó en la puerta.
—Ezra, espera —dijo Charlotte—. Antes de irte, ¿podemos hablar?
Acepté y la llevé al cuarto de limpieza. Charlotte se sentó en la parte
superior de la secadora, y yo en la lavadora, mirándola examinar la ruina
de su manicura.
—Nos extraño —dijo, aun mirándose las uñas.
No me lo esperaba, y me golpeó.
—Charlotte, estás borracha —señalé—. Y sales con Evan.
—Evan y yo nos volvimos a pelear —soltó—. Tú y yo estábamos tan
bien juntos, Ezra. Ojalá no hubiéramos roto.
Me puso su mano en la pierna, y me sorprendió ver que hablaba en
serio.
—Bueno, lo hicimos —le dije de manera casual.
—Lo sé. Pero, igual, podríamos volver.
Me apretó la pierna e inclinó su rostro hacia el mío, permitiéndome
besarla. Por un minuto, me dejé imaginarlo. El sabor de sus labios, la curva
de su espalda, su pecho que tan obviamente se derramaba del sujetador
color oro. Y luego imaginé a Evan abriendo la puerta y encontrándonos
allí. Excepto que no era Evan, sino yo, hace cinco meses, en una fiesta
diferente, porque así era la manera en que las cosas iban con Charlotte:
impulsivas, y por lo tanto sin sentido.
—No —le dije, quitándome su mano de la pierna—. No podemos. No
es una buena idea.
Los labios de Charlotte temblaron por un instante, luego se tranquilizó
y me dejó preguntándome si lo imaginé.
—¿Por qué no? —exigió—. No tienes novia, y Evan lo superará. Digo,
¿nunca piensas en cómo solíamos acurrucarnos en el sofá después de la
escuela, horneaba galletas, y te ponías nervioso de que se quemaran en lo
que nos besábamos? ¿O en la vez que fuimos a la feria del Condado de
Orange, me diste diez dólares y dijiste que te ganara un animal de
peluche? ¿O cuando tuvimos una cita doble con Jimmy y una chica de
primer año que se derramó el granizado en el regazo durante la película y
no podíamos dejar de reír? 198
Recordé esas cosas, y no fui capaz de evitar sonreír ante el recuerdo.
Parecían parte de mi infancia; se sentía como una eternidad.
—Ves, estás sonriendo —dijo Charlotte, animada—. Y sé que piensas
que estoy borracha, pero me tomé como cuatro cervezas, así que todavía
no ando tan mal. Y esto es diferente. ¿Recuerdas el año pasado en la
playa cuando me pediste que fuera tu novia y el lunes todos en la escuela
querían ser como nosotros? Podríamos volver a ser esa pareja. Ni siquiera
importa que entraras al equipo de debate como por dos segundos, o que
salieras con esa pelirroja presumida. En serio, no me importan esas cosas.
Podemos fingir que los últimos cinco meses nunca ocurrieron.
Charlotte dejó de balbucear lo suficiente para observarme con una
expresión suplicante.
—Podríamos —dije suavemente—, pero no quiero.
—Disculpa, ¿acabas de rechazarme? —Entrecerró los ojos, incrédula.
Pero la cosa con Charlotte era que sólo mencionó las partes buenas
de lo nuestro. Me pregunté si útilmente olvidó cómo me atormentó con sus
cambios de humor cuando salíamos, provocando peleas por nada. Cómo
me dio listas de compras para su cumpleaños y Navidad, y siempre me las
arreglaba para equivocarme. Cómo nunca llegué a escoger la película y
ajustó mi coche porque oía ―deprimente mierda hipster‖. La gramática
ofensiva en sus textos, y la forma en que enloquecía cuando me tomaba
demasiado tiempo para contestarle. Cómo siempre me ofreció para ser el
conductor designado en fiestas, incluso con sus amigos, y cómo siempre
copió la tarea de español de Jill porque me negué a dejarla tener la mía.
Por un momento, me pregunté si debería decirle que era una egoísta
e imprudente chica que pensaba que el mundo le debía algo sólo porque
era bonita, y que no quería estar cerca cuando lo descubriera. Pero por
supuesto que no pude. A su alrededor, me parecía imposible evocar casi
nada que valiera la pena decir.
—Mira, Char, creo que eres genial —dije—. Lo sabes. Pero no quieres
salir conmigo. No somos remotamente compatibles. Soy una especie de
nerd. Tengo cojera y un pésimo auto, y odio tanto este lugar que me siento
en la biblioteca de la universidad después de la escuela fingiendo que ya
me fui.
—¿Cómo puedes odiar Eastwood? Es perfecto.
—Tú ves la perfección, yo veo el panóptico.
—Oh, Dios mío, ¿por qué usas palabras tan grandes? —exigió con
exasperación.
—Lo siento —me disculpé, notando que era el tipo de chica que se
molestaba cuando alguien usaba una palabra desconocida, en lugar de
199
aprender lo que significaba.
—A veces eres realmente extraño —me acusó—. Como esta noche,
cuando todos se vistieron como zombis, y tú usabas eso. Quiero decir, ¿no
quieres ser como los demás?
—No particularmente —le dije, deseando que finalmente entendiera
lo mucho que cambié y lo poco que sabía de mí.
Charlotte lo consideró por un tiempo, y luego su rostro se rompió con
una sonrisa maliciosa.
—Muy gracioso —anunció, y luego se me lanzó.
—Charlotte —dije, empujándola y levantándome—. Dije que no.
—¿Cómo voy a saber si lo dices de verdad? —De repente parecía
tremendamente ofendida—. No puedes aceptar hablar en un lugar
privado en una fiesta y nada más.
—Oh. No lo noté... —Me estremecí cuando caí en la cuenta de que
pensó que también quería quedarme a solas con ella.
—Nunca lo haces —dijo Charlotte con un suspiro de exasperación—.
Hay veces en que puedes ser un verdadero idiota sin notarlo. Solía pensar
que era a propósito, por lo que coqueteaba con otros chicos para ponerte
celoso.
Me eché a reír sordamente.
—¿Así es como lo llamas? ¿Coquetear con otros chicos? Mi error. En
la fiesta de Jonas, debería haber notado que sólo coqueteabas.
—No, lo que debiste de hacer fue aguantarte, tratar con ello el lunes
y llevarme al baile como todos esperaban. —Se enfureció.
—¿Al baile? —Creía no haberla escuchado bien—. ¿Sabes dónde
me hallaba la noche del baile de graduación, Charlotte? En el hospital,
preguntándome si alguna vez volvería a caminar. Y ambos sabemos cómo
llegué allí.
Se volvió demasiado silencioso por un segundo, y creo que ambos
esperábamos que alguna pareja borracha se tropezara por la puerta y nos
interrumpiera, rescatándonos de la incomodidad, pero nada pasó.
—Si ambos lo sabemos, entonces ¿por qué se siente como si me
echaras la culpa? —exigió Charlotte—. Ni siquiera estaba allí.
—No, no estabas allí —dije—. Los paramédicos me encontraron solo.
Y tú simplemente me dejaste así. Me dejaste.
El rostro de Charlotte palideció, y no podía decidirse a mirarme.
200
—Estábamos borrachos —dijo a la defensiva—. No tenía un aventón,
y todos gritaban sobre de los policías viniendo por el accidente, y soy un
desastre con la sangre, probablemente me habría desmayado.
—Una disculpa habría sido suficiente —le dije—. Mira, es tarde, y creo
que ya terminamos. ¿Por qué no te vas a buscar a Evan o algo?
—¿Le dirás lo que dije? —preguntó nerviosa—. Porque sólo dije que
lo terminaría si…
—No, Charlotte, no le diré —comenté secamente—. El himen de tu
integridad se mantiene intacto. Tu preciosa joya de reputación está sin
manchar.
Dejé la fiesta de Jill pensando que a veces no vale la pena confirmar
lo que ya sabemos sobre la gente que entendemos tan bien. Porque lo
que Charlotte quería esa noche no era yo. Sino una versión imaginaria del
chico con el que solía salir pero nunca se molestó en verlo realmente como
una persona. Y tal vez el Ezra imaginario habría vuelto con ella y tratado de
olvidarse de los últimos cinco meses. Quizá se habría convencido de que se
sentía feliz por eso, que al final ninguno de ellos era una mala persona, que
era posible adentrarse en la popularidad y descuido, y nunca reconocer el
daño que le causó a la gente que lo rodeaba, o las mentiras que creerían
para hacer su felicidad realidad.
Pero no importaba lo que el Ezra imaginario dentro de la cabeza de
Charlotte habría hecho, porque no era real, y ciertamente no era yo. Lo
que yo hice fue conducir a casa, más allá de las señales de alto llenas de
huevo y los álamos tapizados en papel higiénico, y convencer a Cooper
de moverse del tapete de la cocina donde seguía enojado porque no lo
dejaron salir a jugar con el "dulce o truco", y caí en mi cama sin siquiera
molestarme en lavar ese ridículo brillo corporal.

201
Traducido por Blaire2015
Corregido por Vanessa VR

Cooper actuaba raro el domingo en la noche, su expresión inquieta,


la cabeza ladeada como si oyera algo más allá del azulejo de mosaico de
la piscina cubierta de hojas.
—Está bien, muchacho —dije, acariciándole distraídamente la cima
de la cabeza, en tanto me sentaba en mi escritorio revisando los catálogos
universitarios.
Estaban llenos de imágenes de un mundo que me recordaba a ella,
un lugar rebosante de posibilidades desconocidas y puede que también
de aventura. Por un momento, me permití imaginar lo que sería asistir a la
universidad del Este, donde las hojas se volvían doradas y la nieve cubría 202
los tejados, donde las bibliotecas lucían como castillos y los comedores
parecían sacados directamente de la película de Harry Potter. Pero sentía
que todos los folletos se fundían con la misma promesa de Nueva
Inglaterra y me di cuenta que hay una gran diferencia entre decidir irte y
saber a dónde ir.

***

Los coyotes volvieron a Eastwood, y de algún modo Cooper lo sintió.


Dos gatos domésticos fueron arrastrados el fin de semana, y descubrieron
un coyote en la Terrace Bluffs. El titular del periódico local dio a entender
que nuestro pueblo era ―aterrorizado‖, como si las calles se encontraran
llenas de lobos nocturnos deslizándose entre las sombras, cazando a los
ancianos y enfermos.
De la forma que algunos lugares tienen series de robos o hurtos,
nosotros tenemos coyotes. No es sorprendente cuando animales pequeños
desaparecen, o que de vez en cuando llegara a ver algo escabullirse por
las canchas de tenis al practicar después del anochecer. Ocasionalmente
los estanques de peces koi de los vecinos se agotaban durante la noche, o
un corredor vería a un coyote observándolo en uno de los senderos, pero
nadie nunca fue asesinado por uno. Era una idea absurda, como algo
salido de esas novelas llenas de vampiros y brujas.
Sin embargo, había una camioneta de Control Animal aparcada a
un lado del campo de fútbol el lunes, y todos los días de esa semana
veíamos por las ventanas de clase a oficiales revisando los senderos.
Me volví a sentar en la mesa de almuerzo de Toby, donde poco se
dijo sobre mi reaparición. Austin levantó la mirada de su iPad el tiempo
suficiente para apartarse el flequillo de los ojos, y anunciar que ya era hora
de que regresara, ¿y que si había visto la nueva consola de Nintendo?
—No, pero ¿sabías que hay un juego de ocho bits de El Gran
Gatsby? —pregunté.
—Lo estás inventando. —Austin comenzó a teclear furiosamente.
Miré a mi antigua mesa de almuerzo, donde Jimmy se sacó un rollo
de mentos del bolsillo y amenazó con lanzarlo al refresco de Emma. Evan
se rió a carcajadas, y Trevor comenzó un coro de ―¡Hazlo y eres genial!‖.
Cuando inevitablemente Jimmy sucumbió a la tentación, los chicos se
alejaron riéndose al tiempo que el refresco de Emma disparó un tornado
efervescente en el aire.
—¡Oh, mierda! —murmuraron alegremente. 203
Las chicas se quedaron allí, chorreando e indignadas a medida que
la explosión de burbujas se volvió un goteo. El pavimento bajo la mesa y la
parte delantera del uniforme de animadora de Charlotte se empapó. Evan
alzó la vista y se sorprendió de verme. Sacudió la barbilla, diciéndome que
fuera ahí, pero solamente negué con la cabeza.
—Emma lo matará —dije, rompiendo un pedazo de tarta de Phoebe.
—Su relación es burbujeante —dijo Phoebe, alejando tardíamente mi
mano de su desayuno.
—Diez puntos para Chang —dijo Toby.
—Probablemente debería mantener el refresco como un mementos
mori. —Sonreí, y nuestra mesa se quedó totalmente en silencio.
—¿Lo entienden? —pregunté—. Mentos, como, memento...
—Lo entendemos —me aseguró Toby—. Jesús, Faulkner. ¿Era poesía?
¿En latín?
—Eso fueron cincuenta puntos —le dije—. ¿A menos que alguno de
ustedes pueda hacerlo mejor?
—Los privilegios para compartir la tarta se activaron —dijo Phoebe,
ofreciéndome otra parte.
—¡Amigo! —Austin levantó la mirada de su iPad—. ¡Realmente hay
un Gatsby de ocho bits! ¿Por qué me miran así? ¿Qué me perdí?

***

Control Animal renunció a la búsqueda el miércoles, y nuestros


profesores del aula distribuyeron un folleto de precaución que culminó en
una ridícula serie de preguntas con acontecimientos verdaderos o falsos
sobre ataques de coyotes. Rodé los ojos y lo volteé en mi escritorio, sin
importarme que estuviéramos haciendo lectura aleatoria, ya que nadie se
atrevería a elegirme.
Mi escuela era conocida por usar papel reciclado, y me tomó un
momento darme cuenta lo que se ubicaba detrás de los folletos de
"¡Prevención de Ataques de Coyotes!": los sobrantes de la fiesta hawaiana
del año pasado para estudiantes de primer a último año, completándose
con una mala copia de la fotografía del gobierno escolar usando gafas de
sol y collares hawaianos. Si mantenías el folleto contraluz, se creaba esta
inquietante impresión en la que parecía que éramos víctimas del ataque,
convirtiéndonos en la moraleja del cuento.
Cuando conducía al centro médico esa tarde, el sol comenzaba a
204
ponerse, y esos rayos dorados se inclinaban a través de los árboles de
magnolias que dividían las filas de los lugares del aparcamiento. Con esa
iluminación, las hojas parecían falsas, como si fueran de cera. Le habría
encantado a Cassidy.
Era un poco temprano cuando abrí la puerta del Cuarto 322 Norte:
Cohen y Ford, Grupo de Práctica de Salud Mental. La recepcionista me
sonrió inexpresivamente, y preguntó a qué doctor iba a ver, como si fuera
un paciente nuevo. Le dije que al doctor Cohen y que ya había ido. Tecleó
algo en la computadora más vieja que alguna vez hubiera visto, y dijo que
el seguro se encargaría así que sólo debía sentarme y relajarme.
Una cosa que noté es que los únicos lugares en los que la gente
insiste en que te relajes son los lugares menos relajantes del planeta. Los
aviones, el dentista, salas de espera de psiquiátricos, esas pequeñas áreas
donde te ponen una vía intravenosa. De todas formas. Me senté y esperé,
considerando lo increíblemente nervioso que me sentía.
Decoraron todo el lugar, y quiero decir todo, como una parodia de
la Navidad. Había muñecos de nieve anónimos, copos de nieve y brillantes
guirnaldas con enormes mentas de plástico. Era bastante horrible. Además
ya había una señora mayor sentada ahí, vestida con un vestido sari y una
expresión de ―espero a mi hijo‖ mientras hojeaba una revista vieja.
Tosió y se removió en la silla, haciendo que la guirnalda temblara.
Una pequeña avalancha de brillantina se desprendió, y no tuve la suerte
suficiente de evitarla. Hice una mueca e intenté quitarla de mis hombros,
pero no sirvió de nada.
La recepcionista asomó la cabeza por el vestíbulo y me hizo saber
que el doctor Cohen iba retrasado por veinte minutos. Suspiré y me puse
los auriculares, alcanzando la aplicación de la universidad en la que
trabajaba. La señora con la revista era bastante entrometida, y después
de unos cinco minutos, finalmente decidió lanzarse.
—¿Esas son solicitudes para la universidad?
Asentí.
—¿A dónde aplicas? —me preguntó descaradamente.
—Um, esta es para Duke —dije—. Y esta para Dartmouth.
—Debes ser un chico listo. —Lo dijo como si tuviera tres años, lo que
no era realmente reconfortante.
—Lo cierto es que no. —Me encogí de hombros—. Pero vale la pena
intentarlo.
—Mi hija fue una Becaria al Mérito Nacional —dijo, como si tal hecho
fuera en absoluto relevante en nuestra conversación.
205
—Eso es genial. —Jugueteé con mis auriculares, esperando a que
perdiera el interés.
Acababa volver a empezar con mi aplicación cuando la puerta de
la oficina del doctor Ford se abrió. Alcé la vista, pensando que sería la hija
de la señora entrometida y nos presentaría torpemente, pero no fue así.
Cassidy Thorpe entró en la sala de espera, algo en el aspecto de sus
hombros sugería que esta visita era una rutina. Tenía los ojos un poco rojos,
como si hubiera llorado, y un suéter blanco que se deslizaba de su hombro
pecoso. Su saco se hallaba entre sus brazos, el cinturón colgando.
Cuando me vio, palideció. Se mordió el labio. Lucía como si quisiera
desaparecer.
Nos miramos fijamente uno al otro, totalmente avergonzados, ya que
la sala de espera de una clínica de salud mental no es el mejor lugar para
encontrarte con tu ex, particularmente cuando la decoraron con miles de
caramelos falsos brillantes. No tenía idea de lo que hacía allí, pero
maldición si no lo averiguaría.
—Hola —dije, quitándome los auriculares.
Los papeles en mi regazo se me cayeron al suelo, y Cassidy y yo los
miramos fijamente como si hubiera roto negligentemente un jarrón en la
casa de otra persona.
—¿Qué haces aquí? —exigió.
—Vendiendo galletas de chica scout —dije inexpresivamente.
Ninguno de los dos nos reímos.
—No, en serio.
—Bueno, estuve en este accidente. —Aún trataba de bromear—. Así
que tengo que pasar por la molestia de convencer a los médicos que no
experimento un ataque atroz de depresión clínica. ¿Entiendes, atroz?
—Detente —insistió Cassidy, como si lo que dije la hiciera sentir peor.
Era raro, ya que ella se reía de juegos de palabras estúpidos como esos.
Se arrodilló y me recogió los papeles. Murmuré un agradecimiento y
los guardé otra vez en mi mochila.
—Por cierto, odias Dartmouth —me dijo.
—Guau, ¿en serio? ¿Hablaremos sobre esto ahora? —salió de mi
boca antes de que pudiera pensarlo, rebosante de sarcasmo, y al instante
quise retractarme. 206
—Está bien, bueno, te veré en la escuela. —Empezó a alejarse, pero
no dejaría pasar esto.
—De ninguna manera —dije, levantándome—. No quieres sentarte a
mi lado en clase, está bien. Quieres enfurruñarte en la biblioteca, adelante.
Pero me encuentro contigo aquí, me vas a decir lo que ocurre.
No me importaba que la señora del sari nos espiara detrás de la
revista. Ni que mi camiseta brillara asquerosamente. Nada más quería que
confiara en mí, por una vez, que me dijera qué era lo que convirtió nuestra
relación fluida en un naufragio total.
—Mantente fuera de esto, Ezra. —Los ojos de Cassidy me rogaban,
pero sonaba más como una advertencia que otra cosa. Y me enfureció.
—Oblígame.
—¿Qué crees que he estado tratando de hacer? —me preguntó con
exasperación.
Su expresión era la misma que usaba constantemente en los últimos
días, repleta de una tristeza que la acechaba por mucho más tiempo del
que estuvimos juntos. Y me cansé de preguntarme la razón.
—¿No lo sé? ¿Joderme?
—Disculpen —nos dijo la recepcionista, asomando la cabeza por el
vestíbulo—. ¿Hay algún problema?
—Todo bien —dijimos al unísono, ambos sonando terriblemente mal.
—¿Pasillo? —sugerí.
Cassidy me lanzó una mirada asesina pero aun así me siguió.
—¿Qué? —demandó una vez que la puerta se cerró detrás.
—Entonces, ¿vienes a menudo? —Intenté no sonreír ante lo ridículo
que sonaba.
—No es de tu incumbencia —replicó, claramente no viendo ningún
humor en esto.
Y si quería jugar de esa forma, por mí perfecto. Porque ya me cansé
de lo que hacíamos, de que lo que había entre nosotros fuera este vasto e
infranqueable desierto de miseria.
—Claro que no. Pero ¿sabes qué pienso? —pregunté, no esperando
una respuesta—. Creo que estabas sola esa noche en el parque. Que tu
―novio‖ no existía.
Jugué secretamente con esa teoría por un tiempo y no planeaba
hacer la acusación, pero al segundo que lo dije, supe que tenía razón. 207
—¿Por qué haría algo así? —vociferó, evadiendo la pregunta.
—¿Lo hiciste? —presioné.
—¿Qué importa, Ezra? Rompimos. No todas las cosas buenas tienen
finales felices.
—Sólo trato de averiguar lo que hice para que actúes de esta forma.
De verdad, Cassidy, ¿qué tragedia te ocurrió que hizo que desearas que
nunca nos hubiéramos conocido?
Se le quedó viendo a la alfombra. Se colocó el cabello detrás de las
orejas. Sonrió tristemente.
—La vida es la tragedia —me dijo con amargura—. Sabes cómo se
clasifican las obras de Shakespeare, ¿cierto? Si termina con una boda, es
una comedia. Y si termina con un funeral, es una tragedia. Así que todos
vivimos tragedias, porque acabaremos de la misma manera, y no es una
maldita boda.
—Bueno, gracias. Eso lo aclara todo bastante bien. Todos somos
prisioneros. No espera… vivimos tragedias, sólo pasando el tiempo hasta
nuestros funerales.
Frunció el ceño, pero no me importó. Me enfurecía que estuviera ahí,
que fuera miserable, que se negara a explicar.
—Nadie se ha muerto, Cassidy —dije duramente—. No puedo decidir
si estás loca, o eres una mentirosa, o alguien a quien le gusta lastimar a la
gente. Eres toda adivinanzas y citas pero no puedes darme una respuesta
directa acerca de nada y ya me cansé de esperar a que te des cuenta
que me debes una.
No quería explotar así, y no usé mi voz interior exactamente cuando
lo dije. Cassidy estudió la alfombra durante un buen rato, y cuando me
miró, una tormenta tropical se agitaba en sus ojos. Dos lágrimas se le
deslizaron por las mejillas.
—No te debo nada —sollozó—. Y tienes razón, deseo que nunca nos
hubiéramos conocido.
Me rozó al pasar, subiendo las escaleras, donde sabía que no podía
seguirla.
—¡Sí, pues yo también! —le grité a su espalda, no queriéndolo decir,
pero sin importarme.
La puerta de la escalera se cerró de golpe como respuesta.
Tomé una respiración profunda, y me pasé una mano por el cabello,
me calmé el tiempo suficiente para regresar a la oficina de ese doctor y
decirle con tranquilidad a la recepcionista que probablemente era mejor si
reprogramaba la cita.
208
Traducido por Aimetz
Corregido por Zöe..

Hubieron otros avistamientos en el camino de senderismo detrás del


parque Meadowbridge, y mis padres nada más hablaban de los coyotes,
eclipsando incluso el tema de si deberían o no regresar el nuevo accesorio
de luz en el baño de invitados del primer piso, el cual llegó con una ligera
imperfección en el cristal.
Incluso mis amigos bromeaban sobre ello, con Phoebe, en particular,
disfrutando cuán, y cito, ―profundamente irónico es que nuestra mascota
escolar, y un supuesto emblema de orgullo, se volviera emblemático pero
para nuestro miedo colectivo‖.
Algunos de los chicos del equipo de tenis en mi antigua mesa de 209
almuerzo hacían falsos aullidos lobunos, y Connor MacLeary se ganó una
suspensión de dos días por tal razón, lo cual encontramos divertidísimo, ya
que la escuela literalmente lo forzaba a perder clases.
Había un torneo de debate ese fin de semana en Santa Bárbara, y
por supuesto yo no iría. Las inscripciones fueron hace semanas, cuando
seguíamos obsesionados con el baile de bienvenida, y Cassidy no quiso.
No la presioné, ya que supuse que pasaríamos el fin de semana juntos.
Pero Toby me dijo una cosa interesante, la escuela Barrows se hallaba en la
lista del torneo. Asumí que Cassidy estaba al corriente cuando sugirió que
lo dejáramos pasar. La forma en que evitaba ciertas cosas era otra parte
de este misterio exasperante.
Toby se esmeró al máximo, llevando su traje en la escuela el viernes,
contoneándose por el patio con un pañuelo morado en el bolsillo y una
corbata con un pavorreal impreso, e incluso Luke y Sam se nos unieron
tímidamente a la hora del almuerzo, luciendo en las solapas unas banderas
estadounidenses a juego. Se sentía mal, nosotros seis reunidos, como si
fuéramos dos grupos que nunca jamás fueron un todo lógico. Y parecía
extraño, pensar que Cassidy era el pegamento que nos conectaba.
—¿Todavía sigues aquí, Faulkner? —se burló Luke.
—¿Todavía sigues haciendo esa horrible imitación de Draco Malfoy?
—pregunté.
Todos en la mesa estallaron en risas, inclusive Sam intentaba no
hacerlo. Luke murmuró algo entre dientes, arrastrando a su amigo a la fila
de comida.
—Es algo triste, cuando lo piensas —reflexionó Austin.
—¿Qué cosa? —pregunté, asumiendo que probablemente hablaba
sobre algún video juego.
—Cómo nadie nunca invita a Luke a ningún lado porque su hermano
es policía. Hombre, se lo toma personal.
—Guau. Por favor, sé un ser humano más seguido —le rogó Phoebe.
—¿Con qué punto? Nunca podré liderar las tablas de clasificaciones.
—Austin se encogió de hombros filosóficamente, sacó su celular del bolsillo
de su chaqueta, y regresó a jugar.
—Entonces, Faulkner —dijo Toby—. ¿Algo específico que quieras que
les pregunte a los de la escuela Barrows cuando los vea en el torneo?
—¿Tal vez sobre el año pasado? —sugerí—. ¿De lo que pasó?
—Bueno, es tu oportunidad. —Toby se puso las gafas de sol e inclinó 210
hacia atrás para asolearse—. La conoces mejor que nadie más.
No tuve el corazón para decirle que comenzaba a creer que no la
conocía en lo absoluto. Y a lo mejor lo que Toby averiguara no ayudaría en
nada. Porque la cosa era, después de lo que pasó en el centro médico, no
sabía con certeza si valía la pena arreglarnos. Ni qué respuestas me harían
saber si quería intentarlo.
Sigo recordándolo una y otra vez en mi cabeza, los ojos de Cassidy
llenándose de lágrimas mientras anunciaba que desearía que nunca nos
hubiéramos conocido. La manera en que su cabello fluyó en su espalda al
alejarse, confiada de que no la seguiría. La estúpida mentira que le grité.
Antes fuimos muy buenos juntos, y luego lo echamos a perder, como
un cadáver enterrado tardíamente. Leí en algún lugar que el cabello y las
uñas en los cuerpos muertos no crecen en realidad, lucen así porque la piel
se contrae cuando el cuerpo se va secando. Por lo que es posible mentir
aún en la muerte, para engañar a la gente más allá de la tumba. Me
preguntaba si así era esto. Si miraba el cadáver podrido de lo que Cassidy
y yo tuvimos en algún momento, erróneamente convencido de que aún
había vida en ello, aferrándome a una mentira mal informada.
Miré a mis amigos subirse a la camioneta del equipo esa tarde, sus
equipajes llenos de emparedados, licor y Fruit by the Foot como bocadillos.
Luego me fui a casa a jugar este inútil juego con el sonido apagado para
no perderme la llamada de Toby.

***

Mamá debió de sentir lástima por mí, porque me dejó dormir hasta
tarde el sábado. Finalmente me levanté alrededor del mediodía, después
de decidir que, en cuanto a las relaciones monógamas, podría hacerlo
peor que casándome con mi cama.
Ya que todos mis amigos se hallaban en Santa Bárbara, volví a
acabar en la biblioteca, trabajando en mis aplicaciones a la universidad
con poco entusiasmo, pero mayormente revisando mi teléfono como un
loco.
No tenía sentido molestar a Toby, ya que tendría rondas de debate
todo el día, y me encontré deseando haber ido al torneo. Me imaginé a
Austin con su interminable suministro de entretenidos vídeos de YouTube, y
a Phoebe dando bocadillos de contrabando (―nostalgia de los noventa
garantizada‖) e inclusive a Sam enrollándose las mangas para mezclar
cócteles masivamente intoxicantes, y a Toby con su traje de segunda
mano y su terca insistencia de que lo llamemos ―Oh, Capitán, mi Capitán‖.
211
Las chicas a mi lado en la biblioteca conversaban ruidosamente, así
que me coloqué los audífonos. Por lo que, cuando mi celular sonó, casi no
me doy cuenta.
—¿Si? —dije, lanzándome por ello.
—¡Amigo, te perdiste una gran fiesta! —Toby sonaba increíblemente
lleno de cafeína, como para que alguien lo hubiera alejado de las bebidas
energéticas hace dos latas—. ¡Ah! ¡Faulkner! ¡Debiste venir! Todos desean
que estés aquí. Menos Luke, porque anoche se emborrachó tanto que se
orinó en la cama.
—¿De cuánta orina hablamos? —pregunté, recogiendo mis cosas.
Las chicas sentadas cerca me dieron una mirada rara, la cual supuse se
justificaba.
—Si su cama era el golfo, esto era un derrame petrolero.
—Eres un amigo magnífico por decirme esto. —Pasé por la mesa de
registro, asintiendo a la chica que siempre me deja entrar sin identificación.
Estaba nublado afuera, no tanto como sobrepasado por la neblina.
Ocurría en ocasiones. Una enorme bestia de nubes podría tragarse por
completo a Eastwood, y por un día o dos viviríamos en el centro de la
nube, incapaces de ver más de metro y medio por delante.
Toby me relató la historia de la hora de vergüenza de Luke, miré a la
neblina y lo escuché reírse de cómo Luke no sólo orinó la cama, sino que lo
hizo en la habitación de otro equipo. Me reí con él una o dos veces porque
sabía que se suponía lo hiciera, pero comenzaba a presentir que no me
contaba algo.
—¿Qué tan malo es? —dije bruscamente.
Se detuvo. Nos conocíamos demasiado bien, y sabía el significado
de ese silencio. Era uno serio.
—Hoy hablé con algunas personas del equipo de Barrows —dijo,
tratando de restarle importancia.
—¿Y?
—Amigo, ¿estás sentando?
—¡Amigo, dime! —rogué.
—¡Cristo, eso intento! —insistió Toby—. De acuerdo. Bueno, ¿conoces
al hermano de Cassidy?
—¿Seis años mayor? ¿Gran campeón de debate? ¿Fue a Yale y 212
luego a la escuela de medicina en Hopkins? —completé, preguntándome
qué sabía Toby que yo no.
Suspiró, su aliento crepitando por el teléfono.
—El hermano de Cassidy murió.
—¿Qué? —me ahogué. Porque cualquier cosa que esperaba que
me dijera, no era eso.
—Falleció el año pasado —dijo Toby—. Fue ahí cuando Cassidy dejó
la escuela, y el debate.
Nunca oí a Toby sonar de la manera que lo hizo cuando me lo dijo.
No era sólo tristeza, sino vergüenza de sí mismo, como si hubiera sido muy
duro con Cassidy, juzgándola y malinterpretándola de alguna forma en la
peor manera posible. El gran misterio de la legendaria Cassidy Thorpe no
era el tipo de historia que alguien querría contar.
—¿Cómo murió? —pregunté, rompiendo el silencio.
—Aparentemente de alguna condición del corazón. Fue repentino.
Había un artículo completo en el periódico de su escuela. Es… ah, espera.
Se escucharon algunos de altercados, y luego volvió.
—Lo siento —dijo—. Oye, tengo que ir a la ceremonia de premiación,
la señora Weng me lleva a la fuerza mientras hablamos. Pero todavía
puedo mandarte mensajes… Es broma, señora Weng…
—Ve —dije—. Está bien. Te llamaré más tarde.
Colgué y observé mi teléfono, a la pequeña luz parpadeante que
mostraba cuánto tiempo le tomó a Toby destrozar completamente todo lo
que pensaba que sabía sobre Cassidy Thorpe. Ahora veía la manera en
que hablaba sobre escapar del panóptico. De lo que en realidad hablaba
era de todo menos de que su hermano ya lo había hecho.

213
Traducido por Aimetz & Vane Ryan
Corregido por Karool Shaw

Conduje a casa esa tarde con la extraña impresión de que lo que


sea que pasó entre Cassidy y yo no se trataba realmente sobre nosotros.
Sino de su hermano. Su muerte repentina. La manera que dejó la escuela y
se mudó a casa para el último año. Era como si intentara encontrar algún
lugar para escapar de lo ocurrido, o tal vez para lidiar con ello.
Tantas piezas perdidas de Cassidy Thorpe cayeron en su lugar. La
ropa de chico que a veces usaba, la casa fantasma, la mujer preocupada
llevándola a un lado en el torneo de debate, la manera desesperada en
que se aseguró de perder.
Sabía lo que era tener a gente viéndote con lástima. Que la mirada 214
de todos te siguiera por los corredores como si pensaran que la tragedia te
marcó por lo que ya no perteneces. Y podía entender el por qué no lo
quería. Por qué se guardaría la muerte de su hermano. Por qué elegiría una
ciudad donde apenas conocía a alguien, y a un novio que sabía lo que se
sentía estar roto.
De repente, me di cuenta de lo idiota imperdonable que fui en el
psiquiátrico. Nadie se ha muerto, le dije. No podría haber elegido una cosa
más horrible para decirle de intentarlo.
Y después se me ocurrió que no era que Cassidy no quisiera salir
conmigo, sólo no quería decirme. Pero ahora lo sabía. Sabía la razón por la
que se veía tan miserable a veces, el por qué me rogaba que lo olvidara.
Todo inició la noche del baile de bienvenida. Ella había estado bien
antes. Inclusive el viernes, cuando el señor Martin nos tenía planeando
nuestras vacaciones ideales, y Cassidy se entusiasmó diciéndome sobre un
hotel con concepto artístico donde dormías en féretros. De hecho, sí, era
demasiado mórbido.
—Pero si nos hospedamos ahí, no podríamos compartir una cama —
dije—. Un ataúd. O lo que sea.
—Oh, veríamos cómo hacerle —me aseguró Cassidy, poniéndome la
mano en la pierna aunque nos encontrábamos en clase de español.
Fue al día siguiente cuando todo se echó a perder.
Así que allí se hallaba Cassidy, la tarde del baile. Tal vez empezó a
alistarse. Se pintó las uñas o cualquier cosa que las chicas hacen. Cortó las
etiquetas del vestido. Agarró el teléfono después de que bromé con el
collar hawaiano. Y luego recordó algo. ¿El aniversario de la muerte de su
hermano? No, no aún no pasaba tanto tiempo. A lo mejor olvidó algo. ¿Su
cumpleaños? ¿Alguna tradición que tenían? Y de pronto el baile ya no
importó, nada importó salvo el hecho de que él se fue, o no, ya que ella no
podía escapar de su muerte sin importar lo que hiciera.
Así que se fue al parque, porque a Cassidy le gustaban los parques,
porque ahí era a donde iba cuando las cosas necesitaban ser dichas o
pensadas, y ahí fue donde la encontré. Había oscurecido y no se dio
cuenta, y entonces era demasiado tarde para explicar la verdad que
escondió durante tanto tiempo. No esperaba acercarse tanto a nadie en
Eastwood, y ahora que ahí estaba, ¿qué tendría que decir para que me
fuera?
Por lo que mintió. Claro que lo hizo. La atrapé fuera de guardia y no
tuvo tiempo de hacerlo bien. Dijo que iba con su novio y que yo sólo era
un entretenimiento. Sonó como una mentira inspirada en la historia que le
conté sobre cómo Charlotte y yo terminamos, y no sé dio cuenta cuánto
me rompería. Trató de retractarse, cambió de opinión, pero ya me alejaba.
215
Y cuando por fin tuvo el coraje de volver a clases y enfrentarme, no pudo
hacerlo por completo.
Reproduje esta explicación en mi cabeza en lo que conducía a casa
contra el cielo púrpura, pasando los interminables e inmaculados campos
de golf que se ubicaban entre Eastwood y Back Bay. Si lo entendía bien,
entonces Cassidy me alejó porque era más sencillo que explicar que su
hermano murió, y no habría otro lugar a donde correr y pretender que no
pasó. Si lo entendía bien, entonces no debíamos terminar esa noche en el
parque, y a ambos nos dolía eso.

***

Mi padre me detuvo cuando llegué a casa.


—Entra por un segundo, campeón —dijo, haciéndome señas para
que pasara a su oficina con una sonrisa congraciada.
Me quité la mochila y me senté en el sofá. La esencia de la cena
cocinándose venía a la deriva desde la cocina, oliendo sospechosamente
a comida italiana, lo cual debía ser un error.
—¿Mamá hace lasaña? —pregunté esperanzadoramente en tanto
mi padre pasaba entre múltiples archivos de Excel.
—Libre de gluten. —Se giró en su silla para mirarme y juntó sus dedos.
—Puede que sepa mejor. —De alguna manera logré mantener el
rostro serio.
—Primer paso: lasaña; segundo paso: pizza —me dijo, guiñando. Y
después cruzó su tobillo sobre la rodilla, y fue directo a los negocios—.
Escuché que te has mantenido ocupado estos días.
—Aplicaciones de la universidad —le dije—. Es más fácil terminarlas
en la biblioteca.
Dijo que se sentía feliz de que fuera proactivo acerca de mi futuro, y
asentí y escuché mientras se lanzaba sobre otra de sus largas historias sobre
sus buenos tiempos como presidente en el Sigma Alpha Epsilon. Cuando
terminó, me miró, supongo que esperando que confirmara mi ambición de
seguir sus pasos como siempre planeamos. Pero no lo hice.
En su lugar, le dije que pensaba en ir al este. Nombré una serie de
escuelas cuyos folletos guardé en mi escritorio. Sus cejas se levantaron con
varias opciones, y no lo culpaba. Mencioné historia, inglés, química.
Mencioné que pensaba que podría hacerlo mejor que en una universidad
estatal, y que quería por lo menos intentarlo.
216
—Bueno, me sorprendes —dijo mi padre, escudriñándome—. Has
madurado mucho este año, chico. Tuviste que hacerlo y lo siento. Pero me
alegra ver que tienes un plan.
—¿Quieres decir que no hay problema? —le pregunté, sin atreverme
a creerlo.
—No me atrevo a hablar en nombre de tu madre. —Me sonrió con
ironía—. Y creo que sería bueno para ti. Por supuesto mi vieja fraternidad
tiene secciones en la mayoría de las escuelas.
Me reí, por primera vez encontrando una de las medio bromas de mi
padre graciosa. Y cuando mi mamá nos llamó a cenar y permaneció de
pie a un lado de un plato de lasaña medio saludable, por fin tuvimos algo
de lo que hablar, además de artefactos de iluminación.

***

Después de la cena, me dirigí a la casa de Toby.


—Hola —dijo, guiándome a su dormitorio. Usaba lentes y pantalones
de pijama, y me recordó a cuando éramos niños, ambos escabulléndonos
alrededor de la casa en la noche cuando se suponía que durmiéramos.
Me pasó un antiguo control del Nintendo 64, el transparente por el
que solíamos pelearnos, y puso un juego sin preguntar. Eso era algún Mario
pasado de moda que le regalé en un cumpleaños en la escuela primaria
cuando era nuevo y genial, y nos sentamos allí y jugamos, como cientos
de veces antes, con niveles secretos y todo, excepto que esta vez se sentía
diferente.
—¿Quieres ver el artículo? —preguntó finalmente.
Le dije que sí, y lo abrió en su computadora.
Efectivamente, Owen Alexander Thorpe. Se graduó como primero de
su clase en Barrows, fue a Yale, y luego a la escuela de medicina de Johns
Hopkins. Murió a la edad de veintitrés, inesperadamente, por un repentino
ataque cardiaco causado por una tromboembolia. Aprendí bastante en
mi tiempo en el hospital para saber lo que quería decir: Owen murió de un
corazón roto.
También tenía una fotografía, una toma turística cursi abarcaba la
mitad de la pantalla. Podía ver la Torre Eiffel al fondo, el suelo mojado por
la lluvia, varios extraños aún bajo sus sombrillas. Owen sonreía con timidez, 217
su cabello rubio le descansaba sobre los ojos, la sombra azul especial de
Cassidy evidentemente era de familia. Llevaba una bufanda en el cuello. Y
sus brazos colgaban alrededor de alguien que recortaron de la foto. Se
veía la esquina del saco, el borde de una bolsa de compras.
Para su crédito, Toby me permitió sentarme ahí viendo la pantalla de
su computadora por un largo tiempo. Fue hasta que las luces de su vecino
se encendieron, salpicando la ventana de su habitación, que levanté la
mirada, recordando dónde me encontraba.
La casa al otro lado de la calle prendió sus luces navideñas. Toby y
yo miramos por la ventana horrorizados por el par de muñecos de nieve
inflables de seis metros de alto que salieron de la nada, sosteniendo un
nacimiento color neón. Alguien subió al tejano y usó docenas de líneas de
luces para escribir "Feliz cumple, Jesús" en un destellante rojo y verde.
—Ni siquiera es Acción de Gracias —dije.
—Al menos podrían haberse esforzado para deletrear ―cumpleaños‖
completo —observó Toby, cerrando las persianas—. Así que, ¿qué harás?
Suspiré y me pasé una mano por el cabello.
—Um —dije—, ¿llamar a su puerta con flores? —Incluso al decirlo
sonaba patético. Como si le diera ramos fúnebres tardíos.
—¿Si? —preguntó Toby dudoso.
—Ugh, no sé —dije miserablemente—. Mira, la amo. Amaba, o como
sea. Y si puedo mejorar las cosas entre nosotros, porque en serio la extraño
demasiado y creo que también ella a mí. Entonces iré ahí y golpearé a su
maldita puerta.
—Hablamos de Cassidy. —Toby alzó una ceja, tratando de trasmitir la
completa seriedad de la situación—. Te llamó fracasado lugareño poco
original de pueblucho.
—Lo recuerdo —dije secamente, esperando que se dirigiera a algún
lado que no fuera únicamente para contribuir a su propio entretenimiento.
—¿Y tú quieres aparecer en su puerta con flores? —Hice una mueca,
entendiendo su punto de inmediato.
—De acuerdo, mal plan —murmuré.
—Lo que necesitas es una podadora y un equipo de sonido —sugirió
Toby—. O una máquina del tiempo y nave espacial. Podrías construírsela e
invitarla a ir contigo a una aventura.
Sabía que Toby no lo decía en serio, pero algo sobre la última parte
me llegó. Una aventura. Cassidy me la dio una vez, como una disculpa por
el torneo de debate. 218
—Ni siquiera me estás escuchando, ¿cierto? —se quejó Toby.
—Nop. —Porque una idea extraña comenzaba a tomar forma en mi
mente, algo que definitivamente no podría considerarse ordinario. Sabía
cómo la ganaría de regreso.

***

A la mañana siguiente, desperté al amanecer. Me puse ropa oscura


y salí de la casa mientras todo el mundo dormía. Cuando las primeras luces
comenzaban a encenderse en Terrace Bluffs, me arrastré de vuelta a casa.
Era muy temprano para tomar una ducha, y me asustaba despertar
a mis padres, así que borré la suciedad y pintura lo mejor que pude con un
paño húmedo y me cambié a algo más presentable.
Esperé, caminé de un lado al otro, y cuando el reloj golpeó las siete,
no lo soporté por más tiempo. Me deslicé por las escaleras y me ataba los
zapatos cuando Cooper caminó lentamente al recibidor. Inclinó su cabeza
hacia mí y gimió.
—Shhh —le dije.
¿Qué haces, viejo amigo? parecían decir sus ojos.
—Volveré. Sólo voy a ver a Cassidy —susurré. Ante la mención de su
nombre, Cooper se animó y gimió más fuerte—. ¡Detente! ¡Despertarás a
todos!
Pero no sirvió de nada, Cooper me persiguió a la puerta de entrada,
dejando salir otro gemido insistente.
—¿Quieres acompañarme, Cooper? —pregunté, exasperado—. ¿Es
eso? ¿Tú vienes o no iré?
Empezó a girar en la palabra ―iré‖, así que me di por vencido y fui a
conseguir su correa.
—Tienes que portarte bien —le dije, enganchándosela en el collar—.
En serio, no se supone que te pasee. No puedes tirar de la correa ni nada.
Tenía la impresión que entendió, porque cuando lo dejé fuera de la
puerta de entrada se quedó esperándome, como si sintiera que se trataba
de una ocasión especial.
Las calles se encontraban vacías y grises con neblina, esperaba que
se hubiera agotado, pero no tuve suerte. El pavimento se hallaba húmedo,
y los parabrisas de los autos que pasábamos bañados en condensación.
Incluso la puerta al parque Meadowbridge se sentía resbaladiza. 219
Cooper resopló indignado cuando se dio cuenta que nos dirigíamos
para cruzar el césped mojado, pero le dije que él fue quien insistió en venir,
y obedientemente lo atravesó saltando con la nariz en el aire, haciéndome
reír. Sin embargo, no me reí cuando se sacudió el agua al otro lado.
—¡Cooper! —lo regañé.
Tú lo pediste, viejo amigo, parecía decir su expresión.
Suspiré y supuse que tenía razón. Y cuánto más lo pensaba, más me
alegraba de haberlo traído, ya que Cassidy siempre lo adoró. Cuando su
casa se alcanzó a ver, suspiré aliviado. Medio esperando que hubiera
desaparecido, pero continuaba ahí, adornando su jardín con magnifica
ironía, mi muñeco de nieve de planta rodadora.
Medía como metro y medio, tenía ojos de botones y un pedazo de
regaliz en la boca. Una vieja bufanda alrededor de su cuello flotaba con la
brisa. Se ubicaba ahí, aún húmedo por la pintura en aerosol. Un muñeco
de nieve en un pueblo donde no nevaba, hecho por un chico que no
podía esperar para salir, y dárselo a la chica que nunca perteneció.
Toby tenía razón, ahora no era momento para flores. No era tiempo
para grandes gestos, sino para construir un muñeco de nieve de plantas
rodadoras.
Cooper me miró, preguntándose por qué nos detuvimos de repente,
y le susurré que esperara. Inclinó su cabeza y luego se orinó en un rosal del
vecino. Finalmente la niebla se aligeró. Estábamos del otro lado de la calle
de la casa de Cassidy, y la imaginé saliendo por la puerta en su pijama,
con el cabello revuelto de dormir, sonriendo de placer al ver el muñeco de
nieve.
Tome mi teléfono y marqué su número. Esperé tres tonos, Cuatro. Y a
continuación somnolienta, murmuró: —Hola.
—Ven afuera —le dije.
—Ezra, ¿eres tú? —susurró.
—Si no sales a tu jardín delantero en cinco minutos, tocaré el timbre
hasta que lo hagas.
—No lo dices en serio —protestó.
—Timbre —amenacé—. Fuera. Cinco minutos.
Y entonces colgué.
—Tiempo de esconderse —le dije a Cooper, pero no quería cooperar
conmigo en absoluto. Actuaba raro. Tenía las orejas levantadas, su cuerpo
rígido, el pelo erizado—. Vamos, Coop —insistí, jalando su correa—. Nos vas
a delatar.
220
Finalmente logré convencerlo de cruzar la calle y esconderse detrás
de un auto estacionado, sólo en lo que Cassidy salía de su casa.
Llevaba vaqueros y el suéter verde de siempre. Se veía tan hermosa
y vulnerable al cruzar los brazos sobre su pecho en la luz gris de la mañana
mientras caminaba por la acera.
Iba con el ceño fruncido, y entonces vio el muñeco de nieve y se rió.
Era lo más feliz que la había visto en mucho tiempo.
—¿Ezra? —llamó dudosamente.
—Sí, hola —dije tímidamente, uniéndomele en el jardín.
Cooper le frotó su nariz contra la pierna, y ella bostezó, rascándole
detrás de las orejas.
—Hola, hermoso —susurró—. ¿Tú me hiciste este muñeco de nieve?
—Lo hizo —dije—. Él solo. Me arrastró hasta aquí para que te llamara
y lo vieras.
—Es maravilloso —dijo, y se mordió el labio, su expresión seria—. Aquí,
déjame ayudarte a deshacerlo.
Por un momento, no creí haberla escuchado correctamente.
—¿Me ayudarás a deshacerlo? Pasé la noche entera haciendo la
maldita cosa.
Cassidy suspiró, parada en el pasto. Jalándose las mangas sobre las
manos. —No te lo pedí —murmuró.
—No, no lo pediste —dije enojado—. Dios, intento disculparme por lo
que dije, ¿bien? Trato de darte algo interesante, loco y maravilloso así tal
vez finalmente me hables sobre tu hermano, ¿y tú quieres deshacerlo?
—Quiero que lo deshagas —me dijo fríamente, sus ojos como dardos
chocando contra los míos—. Y te dije que lo olvidaras. Que era mejor que
no supieras.
—Evidentemente no escuché.
—Sí, evidentemente —dijo burlándose de mí—. Ahora, si no ayudarás
a deshacer este muñeco, por favor, sólo… por favor vete.
—De acuerdo —le dije—. Vamos, Cooper, hora de irnos. Cassidy no
quiere hablar con nosotros justo ahora porque le molestó que encontrara
la razón de nuestra ruptura.
—No es verdad —gritó a mi espalda—. Sólo encontraste el acertijo.
Pero me sentía cansado de acertijos, de sus impredecibles cambios
de humor, y de que nunca jamás sería lo suficientemente bueno para ella.
221
Abrí de golpe la puerta del parque, y Cooper de pronto se sentó en
la acera, negándose a ceder.
—Esto es lo último que necesito —dije—. No puedo arrastrarte. Tienes
que caminar.
Cooper me miró como si pensara que debería regresar ahí y ayudar
a Cassidy a destruir otra cosa que equivocadamente pensé que quería.
Finalmente, se levantó y me siguió dentro del parque. La neblina aún no
desaparecía, y era casi imposible distinguir el azul fuerte de los columpios,
mucho menos el otro lado del parque.
—¡Ezra! —llamó Cassidy, y me giré, entrecerrando los ojos en su
dirección cruzando el parque. Estaba en la puerta. No me dejaría alejarme
después de todo—. ¡Ezra, corre! —gritó, su voz teñida de pánico.
Y entonces vi al coyote.
Era enorme, de metro y medio de largo por lo menos, y se deslizaba
silenciosamente a través de la niebla.
—¡Corre! —volvió a gritar, pero no podía, y una parte de mí sabía
que el coyote podía sentirlo. Me quedé congelado de terror, viendo a ese
animal enorme acercarse a mí a través la hierba húmeda.
Y entonces Cooper dejó salir un ladrido feroz y jaló su correa de mi
mano. Saltó hacia el coyote, gruñendo y ladrando, su correa arrastrándose
detrás de él en el pasto húmedo. Los dos animales peleaban por agarrar el
cuello del otro. Ceñidos en un combate atroz cerca del arenero, a medida
que los observábamos con impotencia.
Me les acerqué, los gritos de Cassidy volviéndose sollozos ahogados
al presionarse las manos en la boca. Pero ¿qué oportunidad tenía Cooper?
¿Un caniche de dieciséis años contra un coyote salvaje?
—¡Fuera de aquí! —le grité al coyote, pero ya había mucha sangre.
La mandíbula del coyote se cerraba alrededor de la garganta de Cooper,
y este gemía. Chillando horriblemente, y mi corazón latía con fuerza, y todo
en lo que podía pensar era ―no, esto no es posible, no puede ser real”.
—¡Cooper, no! —se lamentó Cassidy—. Por favor, no.
Cooper se quedó blando, y el coyote, al parecer satisfecho, liberó su
agarre del cuello, marchándose. Se deslizó por la valla y desapareció en el
sendero.
No me importaba que estuviera sentado en medio del parque en
una mañana nublada de domingo. No me importaba que comenzara a
lloviznar. La cabeza de Cooper descansaba en mi regazo, y mis manos se
presionaban sobre la herida, con su pelo ya enmarañado y húmedo por la 222
sangre, y mis manos rojas y goteando.
—Oh, Dios —jadeé—. Lo siento mucho. Lo siento mucho, muchacho.
Estarás bien. Sólo aguanta. Eres un héroe, Coop. Estará bien.
Levanté la vista a Cassidy que lucía tan blanca que me preocupaba
que se desmayara.
—Necesita ayuda —dije—. Tus padres son doctores.
—Están de guardia.
—¡Tenemos que hacer algo! Lo llevaremos a la veterinaria. Necesito
que saques las llaves de mi auto del bolsillo.
Mantuve presionadas las manos en las heridas de Cooper, y Cassidy
alcanzó mi bolsillo y se las arregló para sacarlas.
—Lo que necesitas hacer es correr a mi auto y traerlo de este lado.
—Me sorprendía lo calmado que sonaba.
—No conduzco —dijo Cassidy, su voz temblando.
—Mentira que no conduces. Consigue el auto.
Cassidy asintió aturdida y se fue por el césped, su cabello ondeando
detrás de ella como si fuera una llama y la niebla el humo.
Cooper dejó salir un gemido desgarrador, y presioné mis manos con
más fuerza contra la herida de su cuello, intentando mantenerlo, al igual
que a nosotros, junto.
Cassidy sonó la bocina cuando aparcó.
—No puedo levantarlo —grité, mi voz rompiéndose con vergüenza.
Vino y me ayudó, y entre ambos nos las arreglamos para disputar a
Cooper en el asiento trasero. Se subió después de él, poniéndole las manos
sobre la herida.
—Tú conduces —insistió—. Hay mucha neblina.
Encendí las luces de cruce y manejé, el auto en un silencio espeso, y
el volante manchado de sangre.

223
Traducido por Vanessa VR
Corregido por Karool Shaw

Cassidy y yo nos sentamos mirando fijamente al frente en el frío aire


acondicionado de la sala de espera de la veterinaria. Era como un mal
sueño, y me confundían un poco los detalles, pero algo sí sabía: eran las
siete y media de la mañana, Cooper se encontraba en problemas, y yo
me sentía aterrorizado de que no fueran capaces de salvarlo.
Cassidy se estremeció, colocándose las manos dentro de las mangas
del suéter. Me quité la chaqueta de piel y se la di.
—Gracias —murmuró, poniéndosela y curvando las piernas debajo
de ella, como si intentara meterse por completo en la chaqueta.
Estaba en shock, aturdido por la enormidad de lo que sucedió; por lo
224
que pasamos. La sala de espera se hallaba vacía. Éramos sólo nosotros, y
la báscula animal que lucía casi como una cinta para correr en la esquina.
La recepcionista, cuya presencia de cierta manera olvidaba, se aclaró la
garganta y frunció el ceño en mi dirección.
—¿Disculpe, señor? —llamó—. ¿Por qué no utiliza nuestro baño para
limpiarse?
Su sonrisa no coincidía exactamente con sus ojos mientras señalaba
a donde quería que fuera. Aturdido, me arrastré hasta el baño y prendí la
luz.
Un espectro me observó maliciosamente por el espejo. Con mejillas
demacradas, la boca muy pálida, la camisa abotonada manchada con
sangre. Mis manos parecían particularmente horribles. Pensé con amargura
que este era mucho mejor disfraz de Halloween que el que intenté.
Me encorvé sobre el lavabo, mirando el remolino de agua naranja
metálica bajar por el desagüe, e incluso mucho después de que el agua
corría clara, ya no me atrevía a cerrar el grifo y salir.
Seguí reproduciendo en mi cabeza: esa imagen confusa del coyote
que se dirigía a mí a través de la niebla, y la manera en que mi corazón se
sacudió cuando Cassidy me llamó y gritó para que corriera. La forma en
que Cooper peleó con el coyote, inclusive cuando el suelo yacía cubierto
con su sangre, y cómo todo era mi culpa, porque sabía sobre los coyotes y
no hice caso.
Eventualmente, alguien llamó a la puerta.
—¿Ezra? —Era Cassidy, y sonaba preocupada.
—Un segundo. —Salpiqué algo de agua en mi cara y abrí la puerta.
—Hola —dijo—. Te tardaste una eternidad. Me preocupaste.
Levanté una ceja ante esto, y Cassidy apartó la mirada.
—¿Saben algo? —apuré.
Cassidy negó con la cabeza.
—Vamos —dijo, tomando mi mano entre las suyas. Las mías estaban
heladas por lavarlas, y la sentí estremecerse, pero no dijo nada al respecto.
Nos volvimos a sentar en la sala de espera, y se deslizó cerca, haciendo
que nuestros vaqueros se tocaran. No sabía qué quería decir, pero me dio
un pequeño rayo de esperanza, el sentirla, sentirnos, tocándonos, como si
tal vez la distancia entre ambos no fuera tan permanente como una vez
me desesperé al pensar.
Cassidy tiró la chaqueta más fuerte alrededor de sus hombros. 225
—Recuerdo el día que compramos esto —dijo, casi para sí misma—.
Nos liamos sobre tu colección perdida. McEnroe y Fleming vieron todo. Tu
pulsera se quedó atascada en mi sujetador.
—Y aquí estamos —le dije, tratando de bromear—. Tú, yo y Cooper.
Somos una carga de molécula positiva, tanta que atraemos la tragedia.
—No lo hagas —dijo—. No me construyas un muñeco de nieve con
plantas rodadoras y digas cosas como esas.
—¿Lo siento? —intenté.
—Soy yo la que debería disculparse —murmuró.
En el exterior, un camión de bomberos pasó a toda velocidad, la
sirena lamentándose en su camino hacia el desastre de otra persona.
—¿Cómo te enteraste de mi hermano? —preguntó, y no la culpaba
por ser curiosa.
—Por Toby —admití—. El último fin de semana del torneo.
—Y ahora ya sabes por qué ya no compito —dijo Cassidy.
—Sí, y lo siento —dije en voz baja, dándome cuenta de cuán inútil se
volvió esa frase.
—Está bien. Quiero decir, no lo está. No está completamente bien lo
de Owen, pero supongo que no me importa más si sabes de él.
—Bueno, si hubieras decidido eso hace tres semanas, nos habrías
salvado de un montón de problemas —le dije, y los hombros de Cassidy se
levantaron ligeramente al ahogar una risa.
—Es sólo… —le dije, y luego comencé nuevamente—. No entiendo
por qué tuviste que mentir esa noche en el parque. Habría entendido que
no querías ir a ese baile estúpido por cualquier razón, pero me apartaste, y
me dolió como el infierno.
—Tuve que hacerlo —susurró Cassidy—. Dios, no consigo creer que
esté hablando contigo ahora mismo.
—Quiero que me hables —insistí—. He estado intentando lograr que
hables conmigo, de ahí el muñeco de nieve que odiaste.
—No lo odié. En realidad, me encantó. Sólo no quería que mis padres
lo vieran y preguntaran de dónde había venido. —Una mirada de angustia
se apoderó de su rostro de nuevo—. Ezra, no puedo hacerlo. Perdón, pero
no puedo. Sin embargo, tienes razón… te debo una explicación. Así que
seré Sherlock Holmes solamente por esta ocasión.
Jugó con el cierre de mi chaqueta por un momento, y yo escuchaba
el ritmo nervioso de esto, como un latido. Zip-zip. Zip-zip. Zip-zip.
226
—La cosa con Owen —comenzó—, no es sobre cómo nos metimos
con el universo, hablamos de artistas del grafiti o nos colamos a clases en
la universidad. Es sobre cómo todo se detuvo cuando nuestros padres lo
forzaron a entrar a la escuela de medicina y lo destrozaron. Me llamaba
convencido de que su cadáver era alguien que conocía, un viejo profesor
u otro. Tenía ataques nerviosos en el teléfono respecto a ese tipo de cosas,
por cómo se sentía atrapado en ese laboratorio, donde esperaban que
cortara carne humana y llenara historiales médicos antes de lavarse la
sangre de la ropa, y el tener que decirle a la gente que se morían, o que
sus seres queridos murieron, o que sus seguros no los cubrirían, o no había
nada más que pudiera hacer para quitarles el dolor, y le aterrorizaba por
completo que haría eso el resto de su vida. Empezó a ducharse mucho,
porque dijo que no importaba cuándo se lavaba, había pedazos de los
muertos, los moribundos y enfermos que se aferraban a él, y poco a poco
se fue convirtiendo en un fantasma, pero no podía retractarse, porque ya
había desperdiciado la universidad estudiando esos requisitos, y le temía
demasiado a nuestros padres como para decirles que quería dejarlo.
Cassidy se quedó en silencio de nuevo, y no la culpaba. Le tomé la
mano, y las vimos fijamente entrecruzadas. La mía, callosa por el tenis, pero
cada vez más suave. La suya, pequeña, pecosa y temblorosa, con esmalte
de uñas dorado, que se despegó en gran parte.
La apartó, secándose los ojos y sollozando a pesar de que no lloraba
plenamente.
—Una noche —siguió—, sacó a escondidas un bisturí del laboratorio
y lo llevó a su habitación. Y me llamó para decirme que se sentía muy
asustado, arrepentido, estresado, y le dije que volara a casa. Que tomaría
el tren ese fin de semana para que habláramos juntos con mamá y papá.
Pero ellos se impusieron. Nos encontrábamos en este restaurante de lujo
estúpido en Back Bay, y siguieron ordenando bebidas y discutiendo en voz
baja sobre nuestras entradas, por lo que finalmente Owen agarró las llaves
de mamá y simplemente salió dando un portazo de ahí. Y no lo detuve. No
corrí tras él ni hice que me diera las llaves.
Cassidy se volvió hacia mí, ahogada por contener las lágrimas.
—Pero murió de un, um, algo del corazón —le dije—. No a causa de
un accidente de coche.
—Ezra —dijo Cassidy, rogándome que lo entendiera—. Cuando salió
del restaurante, tomó el Land Rover negro de nuestra madre.
Sentí toda mi alma retorcerse cuando me di cuenta de lo que me
decía. El coche. El de la fiesta de Jonas Beidecker que no se detuvo luego
227
de estrellarse al lado de mi Roadster.
—No —dije cuando todo el peso de esto me llegó a la cabeza. Me
volvió a golpear el recuerdo de aquella noche, el impacto de la colisión, el
derrape nauseabundo de todo lo que siempre quise y todo lo que tenía
deslizándose a través de mis manos extendidas. Era la respuesta al misterio
equivocado, el misterio que nunca quise resolver.
Y así, nos sentamos en el desbordamiento repugnante de la verdad,
ninguno de los dos enojado o molesto, simplemente arreglándonoslas a
través de la tristeza compartida, esta pena colectiva. Y por mucho que
quisiera hacer sonar mi trágico lamento sobre los tejados, dejar de lado el
día, arrastrarme de nuevo hacia el puerto seguro, ceder a la muerte de la
luz, y hacer todas las cosas dañadas no heroicas de las que las personas
nunca escriben en los poemas, no lo hice.
—¿Desde hace cuánto lo sabías? —conseguí decir.
—La tarde del baile —dijo—. Cuando me llamaste de la floristería.
—Voldemort el Volvo —le dije, recordando.
Entonces eso fue lo que sucedió. Yo aporté los datos faltantes del
accidente. Y una vez que se lo dije sin saberlo, quiso alejarse de mí lo más
posible. No huía de mí, sino del compromiso de tener que verme a los ojos
y decirme exactamente quién condujo ese todoterreno negro en la señal
de alto.
—Nos dijo que chocó contra un árbol. —Negó con la cabeza—. Y
mis padres se enfurecieron, pero le creyeron. Volví a Barrows, y él se quedó
en casa porque no se sentía bien, pero pensé que simplemente evitaba la
universidad. Creyó que eran ataques de pánico, ¿sabes? Porque hay una
horrible broma en la que los estudiantes de medicina siempre piensan que
tienen alguna enfermedad mortal, y no quería que se burlaran de él. Pero
tenía la embolia del accidente, y el coágulo entró en su corazón. Cuatro
días más tarde, mis padres llegaron a casa y lo encontraron muerto.
Cassidy me apretó la mano y me miró, como pidiéndome perdón.
¿Por qué? No lo sabía.
Me quedé pensando en cómo su hermano murió en esa casa. Tenía
un raro sentido, cómo siempre la sentí fantasmal, poseída. No se me hacía
extraño por qué nunca quería ir a casa.
—Lo siento mucho —murmuré.
Cassidy se encogió de hombros, porque hasta donde sé, los
científicos aún tienen que descubrir la reacción propia de "lo siento."
—Lo que no logro comprender —insistió—, es por qué no dijo que
golpeó a alguien. Quizá iba tan fuera de sí que honestamente pensó que
228
eras un árbol.
—O tal vez no era él —le dije, apenas atreviéndome esperarlo—. Hay
un montón de todoterrenos negros en Eastwood.
—Ezra —me reprendió Cassidy, como si fuera irracional—. ¿El viernes
por la noche antes del baile, alrededor de las diez? ¿Los caminos entre la
Terrace Bluffs y Back Bay? Era él. No he podido decirles a mis padres. No le
he dicho a nadie, excepto a ti.
Sonrió con tristeza y me volvió a apretar la mano, de una manera
que oprimió mi corazón.
—Bueno, me alegra que me dijeras —comenté—. Es mejor así. Somos
dos caras de la misma moneda trágica. Es como si nos hubieran atado
desde antes de conocernos.
—No —dijo Cassidy con fiereza—. No es así. ¿No lo ves? Nunca
podremos estar juntos. Cuando te miro ahora, todo lo que veo es a Owen.
Lo veo muerto en ti. La forma en que te sientas con la pierna estirada, lo
veo chocar el auto contra ti. Y pienso, ¿cómo puedo presentarte a mis
padres? El chico al que su hijo muerto lisi… hirió, perdón. Por lo que no
podemos. Jamás.
Lo consideré. Se le quedó mirando al reloj industrial en la pared del
fondo, sin verlo realmente. Me pasé una mano por el cabello. Y entonces
la veo, anhelándola cerca de mí, pero sabiendo que no podía. Tal vez una
parte de mí ya empezaba a comprender que llegar a Cassidy era lo mismo
que alejarla. Posiblemente ya había adivinado que la física de nosotros no
desafía las leyes de la gravedad, y con ella, había siempre una reacción
igual y opuesta.
—Me gustaría que me dejaras decidir lo que quiero hacer —dije
finalmente—. Porque lo digo en serio, nada de esto cambia que te extrañe
y te quiera de regreso. Estamos muy bien juntos, y es una tragedia en sí
misma desperdiciarlo por algo que ninguno de nosotros hicimos. Porque de
la forma que lo veo, todo el mundo tiene una tragedia. Y considerando las
cosas, me alegro de que ese accidente automovilístico fuera el mío. De lo
contrario no aplicaría para las universidades de la costa este, o estaría en
el equipo de debate, o en cualquiera de esas cosas, porque no te habría
conocido.
—Pero yo no hice nada de eso —insistió Cassidy—. Ezra, la chica que
persigues no existe. No soy una bohemia aventurera que te lleva a la
búsqueda del tesoro y te envía mensajes secretos. Soy este triste, solitario
desastre que estudia mucho, aleja a la gente y se esconde en su casa
embrujada. Sigues queriendo darme a mí el crédito porque tú finalmente 229
decidiste que no te sentías contento con apretujarte en el estrecho pasillo
de las expectativas de todos, pero hiciste esa decisión antes de que
inclusive nos conociéramos, aquel primer día de escuela cuando hablaste
de más en la clase avanzada de historia europea.
Lo había olvidado por completo. Sobre el día que nos conocimos,
cuando me expulsaron del evento motivacional, por comportarme como
un listillo con mi entrenador, y abandoné a mis amigos en el almuerzo. En
mi memoria, era ella, siempre, la fuerza motivadora detrás de mis acciones.
—Ahí —dijo con aire de suficiencia, porque mi expresión debió haber
cambiado—. ¿Lo ves? Apenas lo entiendes ahora, pero descubrí hace
mucho tiempo que entre más inteligente seas, más tentador es lo que la
gente se imagina de ti. No movemos por la vida del otro como fantasmas,
dejando atrás recuerdos persistentes de personas que jamás existieron. El
atleta popular. La chica nueva y misteriosa. Sin embargo, somos nosotros
los que decidimos, en última instancia, cómo nos ven. Y prefiero que me
recuerden de forma equivocada. Por favor, Ezra, recuérdame de forma
equivocada.
Era capaz de percibir un tono suplicante en los ojos de Cassidy que
no había visto antes, y me di cuenta de que no importaba si algo de lo que
dijo fuera verdad, ella lo creía completamente por lo que no existía forma
alguna de convencerla de lo contrario.
Para Cassidy, el panóptico no era una metáfora, sino la mayor
debilidad de todo lo que era, una prisión que se construyó fuera de la
incapacidad de aparecer nada menos que perfecta. Y así se hizo
fantasma, en la búsqueda incesante del escape, no de la sociedad, sino
de ella. Siempre se limitaría por lo que todos esperaban, porque se sentía
demasiado temerosa y muy dispuesta a corregir nuestras imaginaciones
imperfectas.
Pero no le dije nada de eso. En su lugar, actué como si le hubiera
creído, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Fue ese poema que me dio el
día en el arroyo, sobre todo muriéndose al final, y demasiado pronto. Fue
donde ambos inquirimos la pregunta sin respuesta sobre qué otra cosa
podríamos haber hecho.
—No quiero que terminemos. —No era una pregunta.
—Ezra —dijo Cassidy, sonando tremendamente arrepentida—. Estás
mejor sin mí. Y no quiero estar ahí cuando te des cuenta de ello.
Se quitó la chaqueta y me la puso sobre los hombros. La vi hacerlo,
sin en realidad comprenderlo hasta que se alejó un paso y sorbió, tratando
de ser valiente. Podía sentir el adiós flotando entre nosotros, pesado y final,
y luego el veterinario apareció en la puerta, con una expresión sombría.
—¿Señor Faulkner? ¿Podría venir aquí un momento? 230
—Oh, qué bueno. Está bien, ¿no? ¿Estará bien? —pregunté.
El veterinario miró su portapapeles, sin atreverse a verme a los ojos, y
en ese instante, lo supe. Fui detrás de él sin mirar atrás, y así como así, las
placas de Cooper fueron presionadas en mi mano temblorosa, como si me
pidiera que lo llorara como un héroe, y Cassidy desapareció de mi vida.
Traducido por Annabelle
Corregido por Melii

Por más de una semana, la urna con las cenizas de Cooper


permaneció sobre mi escritorio, y cada vez que mi madre, con mucha
cautela, volvía a sugerir moverlo hacia algún otro lugar más discreto, le
lanzaba una mirada y ella abandonaba la habitación si mencionar otra
palabra.
Para mí, Eastwood era retorcido, un lugar pintoresco hecho para
calmar a sus residentes, haciéndoles creer que detrás de nuestros portones
y más allá de nuestros toques de queda, nunca nada malo podría ocurrir
que durara demasiado. Era un lugar tan fatalmente dañado, que se
rehusaba a reconocer que cualquier imperfección de ese tipo fuera
posible.
231
Las filas impecables de hogares marchando hacia adelante, como
soldaditos en las primeras filas de los suburbios, esperaban valientemente
que nunca tuvieran que enfrentarse cara a cara con un trágico final. Pero
a muchos les ocurrió. Muchísimas casas idénticas detrás de portones
idénticos lucían marcas de tragedias, y era gracias a esas casas que poca
gente con mucha determinación abandonaba Eastwood, y dejaba todas
sus promesas vacías en el pasado por siempre.
Toby y yo esparcimos las cenizas de Cooper sobre el camino de
senderismo una tarde a finales de noviembre, incluso aunque era ilegal.
Como encomio, leí una parte de mi copia ruyida de Gatsby, recitando
esas famosas líneas que hablaban sobre el fétido polvo que afloraba en el
amanecer de sus sueños a medida que vaciaba la urna funeraria contra el
viento.
En tanto Toby y yo caminábamos de vuelta al parque, con mi bastón
enterrándose en el césped recientemente regado, la luz en la habitación
de Cassidy se encontraba encendida, y recuerdo observar hacia allá y
preguntarme por mucho. Me pregunté en qué se convertían las cosas
cuando ya no las necesitabas, y qué deparaba el futuro una vez que
superábamos nuestras tragedias personales del pasado y les probábamos
lo que era fundamentalmente la supervivencia.
Cuando Cassidy no se apareció en la escuela para el semestre de
primavera, no me sorprendió particularmente. Desde hace algún tiempo,
esperaba que regresara al internado, que regresara a ese panóptico del
que en realidad nunca logró escapar, y sucedió justo eso. La resolución de
su partida me permitió reclamar como míos aquellos lugares que alguna
vez fueron nuestros, me permitió despedirme de mis parques de la infancia
y de los caminos de senderismo, en lugar de aferrarlos por la pérdida de los
momentos compartidos con una chica perdida que se rehusaba a que la
encontraran.
Ahora voy a la universidad, y han pasado algunas semanas desde
que las hojas bajo nuestros pies se convirtieron en recuerdos y las bandejas
comenzaron a desaparecer del comedor, guardadas debajo de abrigos
de lana como contrabando en anticipación a la primera aparición de
nieve.
Incidentalmente, nieva otra vez al tiempo que escribo esto, los copos
gordos ondeando a la deriva junto a la ventana de mi dormitorio, el cual
da hacia el frente de un patio gótico. Toby vino desde Boston para pasar
el fin de semana, y mi habitación aún mantiene las inconfundibles señales
de su visita; un libro de arte sobre Magritte que su novio insistió en que me
trajera, aunque ni siquiera concibo de dónde pudo habérsele ocurrido la
idea que era fanático del arte surrealista. Un colchón inflable, el cual tenía 232
que regresar desde hace días a la chica al otro lado del pasillo, excepto
que nuestros horarios al parecer nunca logran coincidir. Y esta fantástica
fotografía de mi decimoctavo cumpleaños que Toby pegó en mi escritorio
cuando fui a enjuagar la cafetera de émbolo al pasillo de la cocina.
Phoebe tomó la foto, girándose a último momento sobre su asiento
en la montaña rusa, aunque los miembros del personal de Disneyland le
gritaban para que mirara hacia el frente. Es una toma borrosa de Toby y yo
en la última fila del juego Thunder Mountain Railroad. Toby se ríe de algo
que Austin acababa de decir, y yo medio miro a la cámara, pero no por
completo. Le sonrío a Phoebe, a las promesas susurradas de ese último
verano, y la profunda renuencia que descubrí sobre dejar a las personas
buenas en el pasado. Pero teníamos más que suficiente tiempo para un
poco de indecisión juvenil, ambos juntos y separados, para cojear hasta el
futuro, dejando atrás a las inolvidables montañas de cenizas de nuestras
historias.
Frecuentemente me preguntaba lo que sería de Cassidy Thorpe. Fue
la primera de nosotros en abandonar Eastwood, regresando a la escuela
Borrows esa primavera de último año con lo que sólo logro imaginar serían
cuentos en los que todos éramos elaboradamente malinterpretados. No
puedo decir que la perdono por rehusarse a satisfacer las posibilidades de
lo que pudimos haber sido, pero puedo entender por qué escogió hacerlo,
y nunca pidió mis disculpas.
Sin embargo, al final tuvo razón, nunca debí de haberle dado tanto
crédito. Todo se enredó, su aparición y el regreso de Toby a mi vida, la
primera vez que leía un libro que en verdad me llegaba, y la interrogación
de quién quería ser en la secuela de mi propia tragedia personal. Porque
ese año tomé una decisión, comenzar a que me importaran las cosas de
una manera que no tenía nada que ver con los equipos deportivos o las
coronas de plástico, y la realidad es que podría haberla tomado sin ella, o
sin nunca haberme enamorado de una chica que consideraba que el
amor era el mayor desastre de todos.
La verdad era que durante toda mi vida puse en marcha el
experimento equivocado, y aunque Cassidy fue la primera persona en
darse cuenta, no añadió ningún elemento que me permitiera proceder por
un camino distinto. Ella encendió una chispa, o quizá ofreció una flama,
pero el incendio fue provocado por mí.
Oscar Wilde una vez dijo, que vivir era lo más extraño del mundo,
porque la mayoría de las personas simplemente existen, y eso es todo. No
sé si tenga razón, pero lo que sí sé es que estuve mucho tiempo existiendo,
y que ahora, mi propósito es vivir.
233

Fin
Si las gracias fueran notas musicales, probablemente las cantaría
desafinadas, así que estén felices de que no los he premiado a todos con
notas literales de agradecimiento. En vez de eso, los he condensado —
¡como sopas!— en esta pequeña listita.
Primero, a mi agente, la maravillosa Merrilee Heifetz. Tu
inquebrantable fe, tanto en mí como en este pequeño libro, en serio, me
ha cambiado la vida. Lamento haberte enviado tantas imágenes de jirafas
sacando la lengua (aunque aún mantengo que lo disfrutaste). A mi
editora, Katherine Tegen, por ayudarme a darle a este libro una súper
genial cresta como argumento y por ser la mejor cosita en Facebook.
Sarah Nagel, por ser encantadora con todo lo que respecta a este libro y
por conspirar para enviarme un montón de peluches cuando estuve en el
hospital. Liane Graham, por sentarte en los techos de Brooklyn conmigo y
hablar sobre el amor. Si los libros pudiesen ser escritos como reglaos para
las personas, éste es para ti. Kaleb Nation, básicamente por ser la única
razón por la que me meto a Skype.
234
Philo, la conspiración indirecta de todo, pero particularmente Sam y
Cris, por ser consultantes de personas Ezra y permitirme destruir un piano
con un martillo y bromear con que soy una hadita maniática—pero
obviamente jugando, ajem. El grupo de YouTube, Paige, Karen, Adorian,
Kayley, and Alexa. Mi compañera de casa, Jennifer, por editarlo antes de
que fueses una editora y antes de que este fuese un libro. Y todos en
HarperCollins, no puedo agradecerles lo suficiente. Si pudiese, metería un
GIF aquí, pero probablemente mis agradecimientos no deberían ser tan
Tumblr, así que me resistiré.
Robyn Schneider es una escritora, actriz y personalidad en línea que
malgastó su juventud en un pueblo coincidentemente parecido a
Eastwood. Robyn es graduada de la Universidad de Columbia, donde
estudió escritura creativa, y de la Escuela de Medicina de la Universidad
de Pennsylvania, donde estudió ética médica. Vive en Los Angeles,
California, pero también en el internet. Puedes ver sus vlogs en
youtube.com/robynisrarelyfunny y seguirla en Twitter, Tumblr, Facebook,
and Instagram.

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