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ciencia ficción y fantasía

dimensión
número especial dedicado a

ROBERIA. HEINLEIN
ARTHUR C. CLARKE
PHIUP K. DICK
EDMOND HAMILTON
ALFRED COPPEL
A . R. LONG

-V
dimensión
T h e Year o f the Jackpot by R obert A. H einlein. C opyright,
1952, by W orld Editions, Inc. for Galaxy Science Fiction.

■nmensian
L o st N ight o f Sum m er by Alfred Coppel. Copyright, 1954,
by H anro Corp. fo r Orbit.
Im p ostor by Philip K. D ick. Copyright, 1953, by Street &
REVISTA DE CIENCIA FICCIÓN Smith Publications, Inc., in the U .S.A , and G reat Britain;
reprinted from A stounding Science-Fiction,
Y FANTASIA
A cargo de: Rescue Party by A rthur C. Clarke. Copyright, 1946, by
Street & Smith Publications, Inc., in the U .S.A , and
Sebastián M artínez G reat B ritain; reprinted from A stounding Science-Fiction.
D om ingo Santos
Luis Vigil O m ega by Amelia Reynolds Long. Copyright, 1932, by
Teck Publishing C orporation.
Director Periodisia: In the W orld's D u sk by Edm ond H am ilton. Copyright, 1936,
José M. Armengou by the P opular Fiction Publishing Co.
Colaboradores: © 1956, by A. A. W yn, Inc.
Joaquín Alberich
D r. A lfonso Álvarez Villar © Ediciones D ronte, 1971. Published by arrangem ent with
Luis*Eduardo Aute D onald A. WoUheim.
Carlos Buiza
Alfonso Figueras
C ario F rabctti
José Luís Garci
Luis G asea
Teresa Inglés
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José Luis M. M ontalbán
B erit Sandberg

Director Artístico:
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Ilustradores:
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José M.» Beá
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Esteban M aroto
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Corresponsales:
A rgentina: A ndrés Baila y H éctor R . Pessina
A ustralia: John Bangsund
A ustria: K urt Luif PORTADA DE
Estados U nidos: Forrest J. Ackerm an Enrique Torres
G ran Bretaña: Jean G . M uggoch
Japón: Takum i Shibano
R um ania: Ion H obana ILUSTRACIONES DE
Carlos Giménez
Edita:
EDICIONES DRONTE
Redacción y administración:
Merced, 4, enU.» 2.* - Barcelona, 2 (España)
Im prim e: Distribuidor exclusivo para todos los países de
T. G I. A. S. A,
Provenza, 86 hiabla castellana:
D epósito Legal: B. 6.900 - 1968 EDITORIAL POMAIRE, S. A.
Marzo 1971 / Núm ero 20 Avda. Infanta Carlota, 100
© 1971, Ediciones Dronte Barcelona-15
ESPAÑA
_ jiu B \ # a _
dimensión
hoy manana
EDITORIAL CUENTOS
El fin del mundo El año final
por Robert A. Heinlein 25
SE PIENSA
La última noche del verano
Entrevista con Donald A. Wolihelm 10 por Alfred Coppel . . . 57

Impostor
por Philip K. Dick . 67

Grupo de rescate
por Arthur C. Clarke 81

Omega
por Amelia Reynolds Long 105

En el crepúsculo del mundo


por Edmond Hamilton . . . 117

NUMERO ESPECIAL DEDICADO A


EL FIN DEL MUNDO
Selección de Donald A. Woliheim
ED ITO B IA L

EL FIN DEL MUNDO


Millones de células primarias e inconscientes se integran e
interrelacionan en un organismo diferenciado y consciente: el
hombre.
Millones de hombres (más o menos) diferenciados y cons­
cientes se integran e interrelacionan en un organismo primario
e inconsciente: la sociedad.

4 / editorial
En el hombre —como en todo organismo viviente— las célu­
las concurren para realizar otro ser, sacrificando su individua­
lidad.
En el organismo social, los hombres concurren para reali­
zarse a sí mismos en y con los demás, para potenciar su indi­
vidualidad. La medida en que esto se cumple indica el grado
de validez de una determinada estructura social. La dialéctica
hombre-sociedad es en cierto modo inversa a la dialéctica célula-
hombre.
Los impulsos vitales, las necesidades y funciones de la célula
elemental (nutrición, reproducción, percepción, locomoción, etc.)
persisten en el ser que integran.
Del mismo modo (m ejor dicho, de modo muy distinto), todo
impulso o inquietud del hombre tiene su homólogo colectivo,
que es algo más que la mera suma de impulsos o inquietudes
individuales, puesto que las relaciones interhumanas no son de
simple yuxtaposición.
Así, junto al instinto de conservación y la consiguiente in­
quietud ante la idea de la muerte, está más o menos arraigada
en cada individuo la preocupación por la supervivencia de la
raza humana y la consiguiente inquietud ante la idea de su extin­
ción definitiva.
Las cábulas y profecías sobre el fin del mundo son algo tan
antiguo como la especulación.
La SF, literatura especulativa por excelencia, tenía forzosa­
mente que ocuparse del tema. Si a los relatos que tratan del fin
del mundo en el pleno sentido de la expresión añadimos los que
especulan sobre posibles fines de nuestro mundo concreto —es
decir, de nuestra civilización— (preferentemente a raíz de una
hecatombre nuclear), nos encontraremos con uno de los filones
más ricos y sugestivos de la SF.
Los seis relatos aquí reunidos, si bien son muy pocos para
pretender constituir una antología de un asunto tantas veces
tratado y tratable desde tantos ángulos, permiten apreciar la
evolución del enfoque del tema en Estados Unidos, desde los
años treinta a los cincuenta.
En «Omega» (1932) e «In the World Dusk» (1936) el mundo
muere de vejez (la espada de Damocles nuclear todavía no ha
sido suspendida sobre nuestras cabezas), y en su extinción hay
algo de rito inexorable que el hombre no debe atreverse a pro­
fanar. El cuento de Hamilton, especialmente, está impregnado
de una patente religiosidad cósmica orientalizante.
En «Rescue Party» (1946), ni siquiera la conversión del sol
en nova puede detener el irresistible avance del arrogante pue­
editoriai / 5
blo terrestre, que, ante los atónitos ojos de los observadores
galácticos, emprende el más gigantesco e increíble éxodo inter­
planetario en busca de nuevos mundos. Los Aliados acaban de
ganar la II Guerra, y cuando Clarke describe el asombro de
las antiquísimas civilizaciones galácticas ante el rápido y es­
pectacular progreso tecnológico de los humanos, está entonando
un himno alegórico a la joven y triunfal América, que en sus
escasos siglos de existencia ha dejado atrás (?) a las milenarias
Europa y Asia, y que acaba de dejar al mundo boquiabierto con
sus «hazañas» de Hiroshima y Nagasaki. Si existiera un término
equivalente a patriotero a nivel planetario, habría que aplicár­
selo a buena parte de la obra de Clarke, como lo demuestra
este interesante relato.
Heinlein se reafirma en «The Year of the Jackpot» como el
más fascistoide de los autores de SF en esa época. El relato es
de 1952, y, naturalmente, no podía faltar el perverso ruso dis­
puesto a asestar la puñalada trapera atómica en cualquier mo­
mento. Es muy interesante en este cuento ver cómo bajo la
apariencia de un erudito cientifismo puede ocultarse un meca­
nicismo fatalista totalmente irracional. Es éste un vicio en el
que la SF de derechas cae con mucha frecuencia, cosa, por otra
parte, perfectamente comprensible.
El factor xenofobia persiste en «Imposter» (1953), de Philip K.
Dick, proyectado esta vez sobre un enemigo extraterrestre. Este
relato también es muy representativo de su autor, cuyas bri­
llantes ideas no suelen cuajar en tramas coherentes.
Por último, «Last Night of Summer», de Alfred Coppel, el
relato más lúcido de los seis, muestra con una estremecedora
crudeza, poco común en la literatura de SF, las taras de una
sociedad competitiva y deshumanizada, a través de las reaccio­
nes de los individuos ante la inminencia de una catástrofe de
dimensiones apocalípticas.
Seis relatos, varias épocas y diversas actitudes ante una preo­
cupación común, ante un tema que merecería un estudio mucho
más profundo y una antología mucho más amplia.
Pues el enfrentarse, hoy por hoy, con actitud crítica a la
cuestión del fin del mundo lleva, necesariamente, a determina­
das consideraciones sobre la situación socio-político-económica
actual, en la que se incuba el germen (un germen de muchísi­
mos megatones) de una catástrofe definitiva, o poco menos,
bastante prematura desde todos los puntos de vista cosmoló­
gicos.
A medida que la sociedad adquiere más características de
«organismo» (un sistema nervioso eficaz que transmite impul­
6 / editorial
sos centralizados: una adaptación cada vez más total de las «cé­
lulas» a su función específica en el organismo: división del tra­
bajo, especialización profesional, etc.; una progresiva desindi­
vidualización de las «células»: masificación del hombre, anomia,
incomunicación...), más abocada parece a su autodestrucción,
como si los hombres estuviéramos engendrando un mítico ma-
crolemingo, ansioso de ahogarse en un océano de fuego y odio.
O se lucha por transformar las estructuras hasta ponerlas
al servicio de la realización del hombre, o la inercia agresiva de
las estructuras seguirá forzando la cosificación del hombre, para
que se adapte cada vez más dócil y plenamente a su mecánica
suicida.
Hemos llegado a un punto en el que el eterno dilema «ser
o no ser» se nos plantea en su más pleno y literal significado.

editorial / 7
BILL.
cnLncTicD

BILL, HEROE GALACTICO


d e H a r r y H a r r is o n

Bill era simplemente un vulgar Operador Técnico en Fertilizantes en su granja, hasta que un
robot lo alistó en contra de su voluntad en las Fuerzas Espaciales del Imperio. Destinado a la
nave espacial Fanny Hill, en la guerra contra los lagartos Chinger, Bill no se destacó como
soldado, pero un acto accidental de heroísmo le hizo merecedor a la condecoración del Dardo
Púrpura y a un viaje a Helior, el planeta central del Imperio. Y allí fue donde realmente empe­
zaron las aventuras del Bill...

¡LA SATIRA MAS EXPLOSIVA EN TODA LA HISTORIA DE LA


CIENCIA FICCION!

Pídalo en su librería habitual o diríjase a;

EDICIONES DRONTE / Merced, 4 / Barcelona-2 / ESPAÑA


ENTREVISTA CON
DONALD A. WOLLHEIM

do esta estancia para realizar una entre­


vista, que ha centrado especialmente en
los problemas editoriales norteamerica­
nos. Igualmente, nos hubiera gustado que
le hubiera hablado de los libros de que
es autor o recopilador. Por desgracia, la
mayor parte de ellos son inéditos en Es­
paña, tal como puede verse en la biblio­
grafía que sigue a esta entrevista.
Donald A. Wollheim es el e d i t o r de la
Ace Books, lo que, en una revista, equi­
valdría al cargo de redactor jefe; y que,
en el caso de una editorial, es una fun­
ción similar a la de director literario, aun­
que no se corresponda integramente. Por
ello, hemos preferido conservar el térmi­
no inglés. Lo mismo ocurre con las pala­
bras p a p e r b a c k (cubiertas de papel) y
h a r d c o v e r (encuadernación en tela) dado
que el sistema de edición norteamericano
es muy diferente al nuestro: nuestros li­
Donald A. Wollheim hizo un breve viaje bros de lujo son prácticamente desco­
a Europa en diciembre de 1970. Tras el nocidos, y el mercado se reparte entre
contacto realizado en Heidelberg, junto los h a r d c o v e r s , a menudo bastante caros,
con Forrest J. Ackerman, con la Moewig- y los p a p e r b a c k s . En lo que se refiere a
Verlag, venia esencialmente a negociar la SF, los h a r d c o v e r s que valen de 5 a 6
con esta editorial los acuerdos referentes dólares tienen un tiraje habitual de 4 ó
a la serie Perry Rhodan, publicada en Es­ 5.000 ejemplares, de los que aproximada­
tados Unidos por la Ace Books y tradu­ mente el 90 % son vendidos a las biblio­
cida por Wendayne Ackerman. De re­ tecas públicas. Finalmente, si hemos con­
greso, ha pasado por París para visitar servado s i n g l e y d o u b l e es porque se ha
a los principales editores de SF. Nuestro de tomar este último término en el sen­
colaborador Patrice Duvic ha aprovecha­ tido norteamericano que Donald A. Woll-
do I se piensa
heim nos explica en la entrevista, y que ellas, y por consiguiente eran confiadas
es muy diferente a lo que se entiende en automáticamente a los recién llegados.
España por volumen doble. En efecto, un En 1947 dejé la Ace Magazines para pasar
single puede tener mayor cantidad de a la Avon Books, y me convertí en editor
páginas que un double, contrariamente a jefe casi inmediatamente. El que tenían
lo que ocurre en nuestro país cuando se anteriormente les había dejado, y yo era
trata de un libro de bolsillo sencillo o el único de la empresa. Estuve allí cinco
doble. años. Era la época del crecimiento y de­
sarrollo de los paperbacks. Luego, en 1952,
volví con A. A. Wyn. Estaba interesado
Du Vie: Señor Donald A. Wollheim, se en los paperbacks. Las revistas pulp ha­
ocupa usted desde sus inicios de la edi­ bían comenzado a desaparecer, y buscaba
torial Ace Books, y, en especial, de los a un editor de confianza. Era un hombre
libros de SF publicados por la misma... extraño; al mismo tiempo muy tímido y
W ollheim : Sí. Yo he sido el editor muy arisco. Le gustaba trabajar con gen­
jefe desde el principio, y hasta me atre­ te a la que conociese, y que hubiese for­
vería a decir que sin mí no hubiera exis­ mado él mismo. Y se daba el caso de que
tido la Ace Books. Desde 1955 soy el res­ me había formado y que sabía que yo no
ponsable de la misma, e hice publicar el ignoraba su forma de pensar. Por mi par­
primer libro de s f en 1953. Creo que se te, yo tenía ganas de trabajar con él. Fue
trataba de la primera novela de la serie así como debuté en la Ace Books, en la
de Conan, publicada en un double junto que permanezco desde entonces. En lo
con una Leigh Brackett. referente a la s f , edité la primera antolo­
D: Pero a usted se le conocía en el gía profesional de s f que se titulaba T h e
campo de la s f desde mucho antes. ¿Ha­ POCKETBOOK OF SCIENCE FICTION (El librO
bía trabajado antes para alguna otra casa de bolsillo de la s f ) . Era en el 1943 y se
editorial? trataba realmente de la primera antolo­
W: Sí. Escribo en plan profesional gía que se publicó de relatos de s f , el
desde 1933. Vendí mi primer relato a Hu­ primer libro que llevaba este término en
go Gernsback a la edad de 18 años. En su título. En la Ace, no publiqué libros
1941 me convertí en editor de una pe­ de SF hasta mi segundo año en la em­
queña empresa productora de revistas presa; pero ya había publicado algunos
pulp, que sólo resistió un año. Publica­ en la Avon desde 1947 a 1952, que eran
mos los primeros relatos de un buen nú­ clásicos en el género: Abraham Merritt,
mero de escritores de la época, especial­ Ray Cummings.
mente de Damon Knight. Y después pasé D: Cuando comenzó usted a trabajar
a la Ace Magazines, que era una cadena en la Ace, debió de descubrir algunos
de revistas pulp dirigida por A. A. Wyn. nuevos autores...
D: ¿Y p u b l i c a b a SF? W; En aquella época, en los años 1952
W: No, en absoluto. Yo era el redactor a 1955, no había demasiada competencia
en jefe de la revista deportiva y de la en el campo de los paperbacks, y muy
policíaca. Habitualmente, estas revistas poca gente conocía la s f . Mi problema era,
eran encargadas a los noveles. Los pulp- sobre todo, el que por aquella época Ace
men no querían nunca hacerse cargo de no publicaba mas que doubles, y que la

se piensa / 11
mayor parte de las novelas de los nom­ publicados en las revistas. S l a n de Van
bres famosos eran demasiado largas para Vogt apareció primeramente en la Ark­
que cupiesen en la mitad de un double. ham House, y luego lo vendió a otra edi­
Por consiguiente, había muchos libros tora importante, y más tarde a una de
que no podíamos aceptar. Por ejemplo, paperbacks. C i t y (Ciudad), el gran clá­
he publicado primero a A. E. van Vogt sico de Simak, fue editado en primer lu­
en double que en single. gar por la Gnome Press, que luego nos
D: ¿Se publicaban muchos hardcovers lo cedió a nosotros.
en aquella época? D: ¿Cuántos ejemplares vendieron?
W: No. Las casas importantes sólo pu­ W; Yo diría que unos 600.000, quizá
blicaban algunos, de vez en cuando. Lo más. Pero, volviendo a lo de antes, le diré
que ocurrió fue que, al volver de la que casi nadie era editado en hardcover.
guerra, algunos jóvenes que habían com­ Luego, Doubleday comenzó a publicar, de
batido en las Fuerzas Armadas obtuvie­ vez en cuando, s f . Pero nadie tenía ni
ron préstamos del Gobierno para poder idea en esa empresa. Publicaban a escri­
reanudar sus negocios. Y trataron de pro­ tores desconocidos, escritores malos, y
ducir hardcovers para los fans, pues ellos sólo a veces, por casualidad, se encon­
creían en la SF. August Derleth creó la traban con im buen escritor, aunque ellos
Arkham House para publicar las obras no lo supieran. En este caso, nunca le
de Lovecraft y de su grupo, y por consi­ publicaban un segundo libro. No fue sino
guiente comenzó a editar hardcovers, que, pasados algimos años cuando empezaron
al principio, vendía por correspondencia, a tener un programa consistente de bue­
gracias a anuncios publicados en las re­ na SF, pero aún desde entonces, han con­
vistas. También estaba la Fantasy Press, tinuado publicando algunas cosas muy
dirigida por Eschbach, que también era malas.
escritor. Pero, excepto Derleth, los de­ D: ¿Siguen aún así?
más fracasaron. No podían sobrevivir a W: Sí. Publican a un gran escritor
los costos inherentes a este tipo de edi­ como Zelazny, y rehúsan editarle su si­
ción. Aunque sacaban una gran parte de guiente novela en provecho de algún ilus­
sus beneficios de la venta de derechos tre desconocido. Malgastan su dinero en
para ediciones de paperbacks. Pero, Gno- cosas espantosas, porque sus editors no
me Press, por ejemplo, tuvo varios juicios saben lo que se hacen. Habitualmente, es­
porque no pagaba la parte correspondien­ cogen para ello a una jovencita recién
te a los autores. Por su parte, la Arkham salida de la Universidad, y le dan el em­
House no quería venderlos; quería tener pleo. Piensan que lo que seleccionará será
la exclusiva. Publicaba ediciones de tiraje bueno. Por suerte, a veces se encuentran
limitado y no permitía reediciones. No con alguien como Larry Ashmeat que sabe
obstante, en aquella época, la mayor par­ lo que se hace, y que lleva a cabo un es­
te de los grandes clásicos estaban dispo­ fuerzo. Por otra parte, está el Club del
nibles, a simple demanda, y sin casi tener Libro, que es una filial de Doubleday. Ac­
que pagar nada por adelantado. Un autor tualmente está dirigido por una jovencita,
se mostraba muy satisfecho porque se le Helen Giger, que fue mi secretaria, y que
hubiera escogido para hacer un hardco- por consiguiente comenzó a enterarse de
ver tomando uno de sus viejos relatos lo que era la SF. Luego, pasó a la Berkley
12 / se piensa
donde continuó documentándose y, final­ sido pagado por una novela de SF, una
mente, ha llegado a dirigir el Club del reedición, fue 10.000 dólares. No le diré
Libro de SF. Tiene muy buen gusto y saca de qué libro se trataba. En mi opinión,
buenos libros, dos hardcovers por mes, perdieron dinero en el trato. El editor
de los que algunos son la primera edición era nuevo en el campo y no sabía lo que
en hardcover de libros primitivamente se hacía. Por un autor como Arthur C.
publicados en paperback. Ha logrado con­ Clarke o Robert A. Heinlein, que sea co­
vencer a la Doubleday para que hicieran nocido fuera del círculo de los habitua­
esto, con lo que hemos llegado a una si­ dos a la SF, se puede pagar un precio
tuación divertida: al inicio, los paper- elevado. Nosotros hemos pagado un pre­
backs eran reediciones de hardcovers, y cio muy elevado por una novela de Hein­
ahora se da la inversa, a menudo porque lein. Tampoco le diré cuál. Pero se tra­
las editoras de paperbacks se han con­ taba de muchísimo más de lo que paga­
vertido en la principal fuente de ingre­ mos por varios de los otros libros juntos.
sos de los autores, por lo que escriben Pero sabíamos que sería rentable; de otra
directamente para ellas. Es por esto por manera, no lo hubiéramos hecho.
lo que en Ace hemos podido descubrir a D: Volvamos a los años 50. ¿Cuáles
Delany o a Zelazny, y publicar sus prime­ eran entonces sus problemas como editor?
ros libros, que luego fueron reeditados W: Personalmente, mi problema era el
en hardcover. de los doubles. Ace publica doubles, es
D: Pero, ¿cuáles son actualmente sus decir dos novelas editadas conjuntamen­
relaciones con las empresas editoras de te en un mismo volumen, contrapuestas
hardcovers'? y con su propia portada cada una de ellas,
W: En gran número de casos, hemos y al precio de una sola. A muchos auto­
resultado ser para ellas un importante res no les gusta esto. Los autores no es­
apoyo financiero. Un hardcover no da be­ criben sólo para ganar dinero, también
neficios mas que si se vende a los paper­ lo hacen por vanidad. Y no les gusta
backs. Resulta casi inútil decir que estas mucho ser publicados conjuntamente con
editoriales se interesan mucho en las de algún otro. Prefieren tener su libro propio.
paperbacks. En la mayor parte de los D: Pero, ¿a menudo ustedes publican
casos se llevan a cabo verdaderas pujas. dos obras del mismo autor?
Sucede que, por un best-seller se pagan W: Sí, si el autor está de acuerdo, es­
precios fantásticos; un cuarto de millón cribe los dos lados del libro, y a mí me
de dólares por un libro, por adelantado, gusta mucho esta solución: una novela
o hasta medio millón de dólares. Es muy por un lado, y una antología de cuentos
difícil recuperar este dinero; es preciso por el otro. A los autores también les
hacer al menos im tiraje de un millón de gusta. Es muy provechoso para ellos.
ejemplares. Esto significa que es necesario D: Habitualmente ustedes vuelven a
que el libro sea muy importante, que se publicar en single las novelas que han
haya vendido muy, muy bien en hard­ tenido más éxito en double...
cover. Se puede perder mucho dinero de W: Es más rentable reeditar por se­
esta forma, si se hace un mal pronóstico. parado los doubles publicados hace al­
Por suerte, en la SF, la competencia no gunos años. Esto es consecuencia del alza
es tan dura. Lo máximo que jamás haya constante de los gastos de impresión y
se piensa / 13
del costo del papel. Cuando sabemos que bles ha podido descubrir a una nueva
podemos hacer un single, que tiene éxito autora de calidad. Su novela siguiente ya
y que los lectores aprecian a su autor, era algo más larga. También la publica­
ya no corremos tanto riesgo. Por otra mos en doüble. Se trataba de P l a n e t o f
parte, los doubles tienen la ventaja de E x i l e (Planeta de Exilio). Luego, hemos
tener una clientela fiel, y pueden ser un publicado su tercer libro en single: C i t y
buen banco de ensayo de nuevos auto­ OF I l l u s i o n s (Ciudad de Ilusiones). Por
res. Cuando un autor novel ha tenido último, el cuarto fue T h e L e f t H a n d o f
éxito, podemos tomar su medio doüble D a r k n e s s (La mano izquierda de la oscu­
y reeditarlo por sí solo, con una nueva ridad) que mostraba una madurez total,
presentación, una mejor promoción, y manteniendo el talento que se apercibía
todo el mundo está contento. en sus primeras obras
D: ¿Cuál es el criterio que sigue usted D: Tomando el ejemplo del libro de
para «aparear» un autor con otro? Disch: M a n k i n d U n d e r t h e L a s h (La
W: Habitualmente se reduce sólo a humanidad bajo el látigo), se trata de una
una cuestión de extensión. Tengo que jun­ versión modificada de un cuento que ha­
tar una novela larga con otra algo más bía escrito antes. ¿Cuál es su política a
corta. O, cuando escojo algo de un autor este respecto?
novel, me gusta publicarlo con otro expe­ W: No tenemos ninguna objeción. A
rimentado, para que no se desorienten los autores les gusta hacer eso porque les
los lectores, y encuentren a alguien que representa la posibilidad de vender dos
conozcan. Edwin C. Tubb escribe una se­ veces el mismo relato. Lo que tratan de
rie cuyo personaje principal trata de re­ hacer es ver si pueden hallar una forma
gresar a la Tierra, pero no puede, puesto en que darle mayores dimensiones, de­
que nadie sabe dónde se encuentra la sarrollar algo más el ambiente o la in­
Tierra. Ha hecho siete libros sobre ese triga. Es lo que hizo Mike Moorcock con
tema. También Kenneth Bulmer escribe B e hO L D t h e M a n (He aquí al hombre).
una serie para los doubles que trata de Al principio se trataba de una novela corta
otra dimensión, de una Tierra paralela. que alargó hasta convertirla en una no­
Esto da casi a los doubles una continui­ vela que vendió a Doubleday.
dad de revista. D: ¿Sucede en ocasiones que le guste
D; Pero también sucede que publican a usted una novela corta y le pida enton­
juntos a un par de noveles. Por ejemplo, ces al autor que la convierta en novela?
pienso en Disch y Ursula K. LeGuin. W: Podría suceder, pero es muy raro.
W: Es cierto. Pero se debe a que la Algunos autores me entregan una novela
primera novela de Ursula K. LeGuin era corta y me sugieren que podría servir de
muy corta, de unas 35.000 palabras. Era primer capítulo para una novela. Quizá
demasiado corta para publicarla sola, me muestre de acuerdo en ese punto, peró
sobre todo tratándose de una autora des­ realmente, no me preocupo en buscarlas
conocida, como sucedía entonces. Es en yo mismo porque, principalmente, no ten­
este sentido en el que los doubles dan go tiempo. Actualmente sacamos de 18
su mayor servicio: era posible hacer con a 20 libros por mes, y aunque no soy res­
esa novela la mitad de un double. Así, la ponsable personalmente de todos ellos,
clientela fiel que tenemos para los dou­ debo supervisarlos en mi calidad de edi­
14 / se piensa
tor jefe. Además, soy responsable directo moción del que hablábamos hace un rato,
de 10 ó 12 de los mismos. Comprenderá o tampoco tiene tiempo?
que no tengo tiempo, en absoluto, de con­ W: ¡Claro que tiene tiempo!, mucho
tinuar haciendo el trabajo de promoción más que yo, y tan sólo trabaja en eso;
que debería efectuar. Cuando uno se ocu­ pero tiene un gusto muy estricto. No le
pa sólo de un par de libros por mes, pue­ gusta todo lo que lee y, por consiguiente,
de consagrar mucho tiempo a eso; cuando trabaja mucho con los autores. Esa es
se trata de 10 ó 12 , le resulta material­ una cosa que yo no puedo hacer, por falta
mente imposible. de tiempo.
D: ¿Es ésta una de las razones de su D: ¿Cómo realizan la selección de li­
colaboración con Terry Carr? bros? ¿Tienen un comité de lectura?
W: Se trata de una colaboración muy W: Tenemos asesores que se dedican
interesante. Terry trabaja de una manera a la lectura. Ellos rechazan todo lo que,
muy independiente. Lee por su propia evidentemente, es malo, y nos dan resú­
cuenta, para los volúmenes especiales. Si menes de los libros. No obstante, mucho
encuentra alguna cosa que no considera de lo que publicamos son reediciones de
apta para los mismos, pero que piensa hardcovers. Por consiguiente, estos libros
que me podría interesar, me la pasa. Por han sido ya leídos por otras personas, y
mi parte, yo hago lo mismo si hay un li­ tenemos críticas de los mismos. En lo
bro que considero excepcional. que se refiere a las obras que nos son
D: Esencialmente, ¿se ocupa sólo de sometidas, de SF, las leo yo mismo. Fran­
los especiales? camente, no autorizo a nadie a juzgarlas
W: S í , es el responsable de los espe­ Recibimos una gran cantidad de manus
ciales; pero se ocupa también de las se­ crítos de novelas de autores desconocidos
ries, por ejemplo la de Jack Vanee: Pla- Es muy difícil decir cuantas. Hoy en día
NET OF A d v e n t u r e (Planeta de la aventura), los autores comienzan por escribir ya una
o de la serie S t a r w o l f (Lobo estelar) de novela, en lugar de pasar primero por los
Edmond Hamilton. De los doce especiales cuentos. Estos manuscritos no son de
que se publicaron el año pasado, creo calidad inferior, ni tampoco malos, son
que dos o tres han pasado inicialmente legibles. Recibimos muchas imitaciones de
por mi oficina. Por ejemplo, M e c h a s m Burroughs y de Howard. Parece que las
de John Sladek: he sido yo quien lo ha obras de estos autores hayan influenciado
encontrado y recomendado. También un a un cierto número de escritores en po­
libro de una novel, que aparecerá en mar­ tencia, que tratan de escribir sus propias
zo. Una autora de un talento asombroso, aventuras de Conan o de «Espadas y Bru­
Suzette Haden Elgin, de la que creo que jería» y, habitualmente, lo que escriben
se hará tan famosa y será tan apreciada no es malo, pero tampoco es bueno, y no
como Delany o Zelazny. Hemos publica­ nos interesamos mucho en ello. Pero, oca­
do en un double su primera novela T h e sionalmente, se puede descubrir un buen
C o m m u n i p a t h : ( L o s comunipatas), que autor novel. Ocurre cuando vemos que
era muy corta. La segunda aparecerá en su obra hay algo que verdaderamente
como especial. Y me ha prometido su ha sido sentido, que sobrepasa la simple
tercera y cuarta novelas. imitación.
D: Pero, ¿hace Terry el trabajo de pro­ D: ¿De qué estilo reciben más obras,
se piensa / 15
de «Fantasía Heroica» o «Space Operas»? W: Aventuras, «Space Operas». No creo
W: Una mezcla de ambas. En la actua­ que exista hoy en día una SF «científica».
lidad, recibimos una gran cantidad de En mi opinión, jamás la ha habido. No
«Espadas y Brujería», relatos de mundos creo que actualmente muchos de los auto­
paralelos en los que existe la magia. Fran­ res sean ingenieros o que siquiera conoz­
camente, las rechazo porque no me gus­ can bien los problemas científicos. La s f
tan. No creo que tengan un mercado tan trata, en principio, de adivinar a qué se
importante como la verdadera SF, los parecerá el futuro, de predecir lo que va
«Space Operas», las exploraciones de otros a hacer, o cómo va a vivir, la Humanidad.
planetas. Estas cosas son las que yo bus­ Pero la s f tecnológica, construida sobre
co principalmente. En realidad, se nece­ una base científica sólida, es muy rara.
sitaría que una obra de «Espadas y Bru­ Hay muy pocos científicos que sean ca­
jería» fuera verdaderamente excepcional paces de escribir, y aún menos que lo
para que me decidiese a comprarla. hagan.
D: En lo referente a la antigua y nueva D: ¿Nota algún tipo de evolución en
ola, ¿qué proporción de las obras que el género de relatos que le son someti­
reciben pertenecen a la «Nueva Cosa»? dos? ¿Son muy diferentes a los que le
W: Casi no recibimos nada pertene­ eran sometidos hace una decena de años?
ciente a la «Nueva Cosa». Esta se distin­ W: Al menos, la invasión de las obras
gue sobre todo por dos cosas: por una de «Espadas y Brujería» ha dado el re­
forma de pensar y por un estilo literario. sultado de suscitar un esfuerzo hacia una
El estilo es un esfuerzo vanguardista, con mejor construcción de la intriga y la in­
técnicas diferentes, surrealistas, etc... Yo troducción de personajes hxmianos en lu­
no tengo, esencialmente, objeciones con­ gar de los caracteres estereotipados que
tra ello, si es que sirve a una finalidad, eran norma en la SF de otro tiempo.
si tiene un significado. La idea acostum­ D; ¿Cree alcanzar ahora a nuevas ca­
bra a ser pesimista, deprimente; presu­ tegorías de lectores?
pone que la Humanidad no tiene muchas W: No, pienso que el lector-tipo de SF
posibilidades de porvenir. Diría que lleva sigue siendo el mismo. Pero su gusto se
consigo una gran parte de dadaísmo in­ ha refinado; ya no aceptaría las obras
consciente: nada tiene sentido, y, ¿para estereotipadas que aparecían hace 25 ó
qué sirve todo esto? Como ya le decía, 30 años. No obstante, hay una cosa extra­
de todas maneras no recibimos apenas. ña: reimprimimos a Edgar Rice Bur-
Creo que esos relatos son a menudo es­ roughs, cuyas obras datan de 1912, 1916,
critos por autores experimentados que 1920, y tienen un gran éxito. A los lecto­
tratan de escapar de las fórmulas que les res les gusta Burroughs, les encanta leer­
han dado el éxito, o por otras personas, le. Y eso que, aunque dejásemos a un lado
habitualmente influenciadas por N e w los personajes, que son de cartón piedra,
W o r l d s , que tratan de escribir de esa hasta vemos que la intriga de sus obras
manera. No creo que los noveles, se in­ ha envejecido. Sin embargo, esos libros
teresen por ese tipo de obras. tienen éxito, porque al público le gusta
D: Por cierto, ¿qué es lo que escriben las buenas historias de acción y aventu­
los noveles? ¿Obras de un contenido cien­ ras. Son una buena lectura evasiva.
tífico alto o novelas de aventuras? D: ¿Tiene la impresión de que haya
16 / se piensa
a u m e n t a d o e l n ú m e r o d e l e c t o r e s d e SF? muebles, en las técnicas publicitarias,
W; Sí, en efecto. Si bien no han aumen­ en el estilo de las canciones. Su termino­
tado los tirajes medios de las obras de SF, logía, su forma de pensar, se han incul­
es preciso tener en cuenta que existen cado en los primeros años de la infancia
muchos más libros en el mercado, com­ de las nuevas generaciones. Los niños han
prendidos los de nuestros competidores. crecido con la idea de que el mañana será
Por consiguiente, tenemos una masa de diferente del hoy, que irán a la Luna, a
lectores más grande. Y, por tanto, yo creo Marte, a Venus, a los otros sistemas so­
que nos encontramos en una época de SF, lares, que poblarán el Universo entero.
en la que la gente piensa en términos Científicamente, es todavía difícil decir
de SF. Todo el mundo ha aceptado el viaje cómo se realizará esto, pero todo el
a la Luna. Leyendo los diarios, nos hemos mundo tiene la sensación de que se lle­
acostumbrado a aceptar diariamente nue­ vará a cabo. Al menos, si la Humanidad
vos milagros. logra sobrevivir los próximos treinta años,
D: ¿Cree, pues, que la aventura lunar con los problemas de la polución, de la
haya dado un nuevo empuje a la SF? superpoblación y de la guerra atómica,
W: No lo creo. Era algo que ya llevá­ que nos llevan hacia. una crisis. Todos
bamos esperando muchos años, y que, ellos serán solucionados o no. Si no lo
cuando se ha realizado, aún ha causado son, ya no habrá más Humanidad. Pero
una impresión al público: esto le ha he­ yo creo que serán resueltos, porque la
cho darse cuenta de que la SF es una pre­ Humanidad ha sobrevivido ya un millón
dicción del porvenir. Es en este sentido de años, y siempre se las ha ingeniado
en el que la s f ha tenido una influencia para escapar en el último momento.
en el mundo en que vivimos. Por otra Después de todo, no somos un animal
parte, ese es el tema de mi libro, que estúpido. Hemos sobrevivido a todos los
aparecerá en febrero, que está dedica­ desastres conocidos desde el alba de los
do a estudiar la s f , y que se titulará tiempos. Todo individuo que viva hoy
T h e U n i v e r s e M a k e r (El hacedor de en día desciende de los supervivientes de
Universos). Presenta la filosofía de un esas catástrofes. Esto nos permite creer
lector de s f , la mía en concreto, que en nuestra capacidad de supervivencia.
constata que el mundo es tal como lo D: ¿Cree usted que la SF pueda con­
ha hecho la s f . El pensamiento de la s f tribuir a ello?
de los años treinta ha madurado hasta W: Como ya le he dicho, la SF ha dado
convertirse en el mundo de hoy en día, las directrices para el futuro. Ha presen­
para bien o para mal. Yo no afirmo que tado la idea de la conquista de las estre­
esto sea necesariamente ni bueno ni malo. llas en términos de ficción, para susci­
La bomba atómica fue predicha en los tarla. Sus previsiones sobre la energía
años treinta. El aterrizaje en la Luna, los atómica estaban cercanas a la realidad.
viajes por el espacio, la conquista del El avión fue predicho a finales del si­
Cosmos son todo ideas de aquella época, glo XIX, y se escribieron todo tipo de re­
cuyos lectores han crecido y se han con­ latos acerca de máquinas voladoras mu­
vertido en los hombres que las han pro- cho antes de que lograsen construirse és­
mocionado y llevado a cabo. Se encuentra tas. Por consiguiente, todo el mundo
a la SF en el diseño de los coches, de los acabó por creer que algún día habría

se piensa / 17
aviación comercial, y la tuvimos en los gar a ser ingeniero. El mundo está com­
años veinte. He atravesado el Atlántico puesto de muchas gentes: de cocineros,
en uno de los nuevos 747, un avión gigan­ representantes, aviadores, conductores de
tesco que puede transportar a 500 perso­ autobús y todas estas personas pueden
nas; es exactamente como si se volase en proyectar lo que ven sobre otras perso­
un teatro, y recuerdo haber leído en las nas. No es necesario ser ingeniero para te­
revistas de 1929 la descripción de un ner una idea. Un gerente, un vendedor, no
avión exactamente igual. Lo que fue pre­ importa quien, puede exclamar: «¡Vaya,
dicho en 1929 es la realidad de 1970. ahí hay más de lo que parece!». Cual­
Y esto es lo que quiero señalar: las pre­ quiera que lee un diario puede decir:
dicciones de hoy día son las realidades «Esto es una idea de SF». Existe un hecho
del mañana. Tendremos estaciones espa­ que demuestra que la gente piensa en
ciales, colonizaremos las estrellas, y en términos de SF. ¿Recuerda el momento
aquel momento, la Humanidad será in­ en que se descubrió la existencia de los
mortal. pulsar? Pues bien, cuando se anunció eso
D: ¿Y los viajes por el tiempo? en los diarios, el N e w Y o r k T i m e s , el más
W: Es algo en lo que no creo. Para importante de los periódicos norteame­
mí, el viaje por el tiempo es únicamente ricanos, citó simplemente la declaración
una técnica que permite a los autores de un sabio que decía que los pulsar
proyectar una visión del futuro. Perso­ podían ser estaciones espaciales destina­
nalmente, no creo que sean posibles, no das a guiar a las astronaves. El hecho
veo que haya nada en el campo de las que quiero señalar es que esto pueda ser
Ciencias que nos de una indicación de impreso en los diarios y que todo el mun­
como podrían realizarse. Pero debo reco­ do comentase esta hipótesis; la idea ha
nocer que es un tema sobre el que se sido admitida. Seguro, luego se ha aban­
escribe mucho. Y, si se escribe mucho donado: hemos descubierto una serie de
sobre ello, también se reflexionará mu­ cosas que nos deja suponer que no deben
cho. Los sabios, los ingenieros, van a tratarse de estaciones espaciales. No obs­
tante, la primera idea que han tenido era
comenzar a preocuparse. Por consiguien­ que los pulsar podían ser una especie de
te, si se desvelase la mínima posibilidad faros, y ello resultaba aceptable. Esto sig­
en ese sentido, alguien que haya sido in­ nifica que el lector medio de diarios ha
teresado por el tema en su infancia reco­ aprendido a pensar como un aficionado
nocerá esa posibilidad, y se pondrá a tra­ a la SF, aunque no sea consciente de ello.
bajar en ella. Si uno es un científico y D: Pero, la pregunta que yo quería
se fija en algo, gracias a la SF puede tener hacerle es: ¿cree que la mayor parte de
lo que aquello puede significar. Esto for­ sus lectores son jóvenes?
ma parte de la manera en la que la SF W: Sí, la mayor parte de nuestros lec­
forma el espíritu, y que yo considero tores son jóvenes. Casi todos están com­
como su papel actual. Y me parece que prendidos entre los 16 y los 25 años. Un
lo logra representar. cierto número de ellos sigue leyendo SF
D: Habla usted de jóvenes lectores que luego, pero creo que lo que ocurre es
llegan a ser ingenieros, y que... que es descubierta por una masa de jóve­
W: No, no digo que sea necesario lle­ nes que la leen ávidamente, casi en forma
18 / se piensa
exclusiva, durante un corto periodo. Lue­ equivocan. Me parece que, por cada fan
go, comienzan a calmarse, pero su espí­ que da una opinión, hay un millar de lec­
ritu conserva esa forma de proyectar las tores silenciosos que tienen la misma opi­
cosas del porvenir. Cuando se inventó la nión. Un fan puede decir que un relato es
bomba atómica, teníamos desde hacía bueno, y otro que es malo; hay un millar
tiempo relatos sobre la energía atómica de lectores que no han dicho nada y que
y sobre las consecuencias que podía tener, piensan que es bueno, y otro millar que
y, por consiguiente, un gran número de lo creen malo. Considero que cada fan
personas capaces de pensar en lo que esto se expresa en nombre de un millar de
significaba se han sentido concernidas por lectores silenciosos. De esta manera, pue­
ello. Si no hemos logrado resolver el pro­ do equilibrar mi producción.
blema, se debe sobre todo a que sucede D: ¿Y qué contactos tiene con los
que los políticos no acostumbran a ser autores?
lectores de s f , por desgracia. Pero el resto W: Se puede tener relación directa
del mundo comprende el problema, y lo­ con ellos, o pasar a través de un agente.
grará por fin franquear el obstáculo que En calidad de editor se guía al autor, se
constituyen los profesionales de la po­ le dice de lo que uno tiene necesidad, lo
lítica. que uno está buscando. Se puede respon­
D: ¿Qué clase de contactos tiene con der a sus preguntas, se le puede decir lo
los lectores? ¿Le escriben cartas? que debería hacer y lo que no debería
W: Parece ser que los redactores jefe hacer. Se pueden aceptar sus obras o
de las revistas reciben numerosas cartas. rechazarlas.
No sucede igual con los editors de libros. D: ¿Qué clase de correcciones le pue­
Es muy curioso, pero apenas si recibimos de hacer usted a un libro?
correo de los lectores. Es por esto por W: Si un autor escribe una obra con
lo que yo, personalmente, busco contactos una cierta consistencia, sucede a veces
asistiendo a las convenciones, teniendo que tiene al comienzo del mismo una idea
reuniones con fans, y leyendo fanzines; de la que se olvida cuando lo termina.
porque creo que es importante mantener Forma parte del trabajo del editor el dar­
un contacto, de esta manera. Si uno pasa se cuenta de que hay un hilo que cuelga
todo el año en su oficina, sin salir de ella, y que es preciso, o atarlo, o cortarlo. Por
no sabe lo que piensa el público. La única el contrario, el trabajo del escritor es
forma de saberlo serían las cifras de ven­ interesarse en sus relatos y personajes,
ta, que no son significativas mas que año y por consiguiente se deja en ocasiones
y medio después de la publicación. Pero, llevar de tal manera por la acción, que
desplazándose, reuniéndose con los fans se olvida de cosas que ha puesto en los
y autores en las Convenciones y otras capítulos precedentes. Se deja llevar por
ocasiones, uno se mantiene verdadera­ su imaginación. El editor debe cuidar de
mente en contacto con la parte más ac­ que esto sea corregido.
tiva del público lector. D: ¿Es esta una tarea que usted tenga
D: ¿Cree que esa parte sea muy re­ que realizar muy a menudo?
presentativa? W: No demasiado a menudo. La ma­
W; Sí, lo creo firmemente. Algunos de yor parte de nuestro trabajo se lleva a
mis colegas no lo creen asi; creo que se término con autores profesionales, que

se piensa / 19
ya han aprendido a releer y corregir sus res a los que uno les compra sus libros
propias obras. Además, si tienen un agente durante años, que se convierten en amigos
literario, también suele ocuparse de ello, de uno, y que por tanto están en buenas
lee el relato y le dice al autor lo que relaciones contigo. Pero algunos agentes
debería reescribir antes de entregarlo. En les dicen que los editors son sus enemigos,
este campo, los agentes nos sirven de y que es preciso venderse a quien sea,
ayuda. con tal de conseguir más dinero. Esta es
D: Por cierto, ¿cuáles son sus relacio­ una situación muy desagradable para un
nes con estos agentes? ¿No crean proble­ editor.
mas suplementarios? D: Pero hay un contrato-tipo...
W: Ante todo, un agente es algo que W: Siempre se usan esos contratos.
no son los autores, al menos la mayoría El trabajo que han de realizar el agente
de los mismos. Un agente literario es un y el editor consiste en debatir los puntos
hombre de negocios, un comerciante, y del detalle de los mismos. El agente tra­
no un soñador. Se supone que tiene que tará de conseguir un porcentaje más ele­
ocuparse de la obra de uno y venderla vado, si cree que el autor lo merece. O in­
por la suma más alta posible. Por consi­ tentará conservar una influencia ulterior
guiente, trata de sacarle el máximo al sobre las adaptaciones o los derechos para
editor, y este, en calidad de tal, debe in­ el cine. En ciertos casos, sabe que puede
tentar dar el mínimo posible, ya que tra­ hacerlo. Si el autor es de renombre, el
baja para una editorial que desea pagar agente puede tratar de retener todos los
lo menos que sea necesario, con vistas derechos, excepto el de publicación. Pero
a reducir gastos. Pero el mercado perte­ esto es sólo posible con los nombres muy
nece a los autores más solicitados. El ven­ famosos.
dedor puede entonces poner su precio, D: ¿Se realizan arreglos con los agen­
y uno debe discutírselo. La cosa se con­ tes sobre unos libros en conjunto?
vierte entonces en un trato comercial: el W: Efectivamente, se realizan arreglos
cual Henry Morrison deben tener una de ese tipo. Nosotros hemos llegado a
vez uno ha decidido que lo quiere, tiene acuerdos con ciertos autores para que
que discutir el precio. escriban directamente para nosotros, y
D: Supongo que las grandes agencias nuestros contratos les aseguran un ade­
como Scott Meredith o los agentes tales lanto más importante tras un cierto nú­
cual Henry Morrison deben tener una mero de ventas. Así, en este momento,
gran influencia sobre lo que se escribe la Ace Books tiene acuerdos con Bertram
en el campo de la SF, ¿no? Chandler, Philip Farmer y A. E. Van Vogt,
W: No demasiada. Realmente, no pue­ que nos escriben regularmente una cierta
den imponer muchas cosas a los autores. cantidad de libros.
Lo único que de hecho pueden hacer por D: ¿Tienen ustedes problemas de pu­
ellos, es tratar de obtener una cantidad blicidad?
realmente alta, cuando el mercado está W; Ese es un campo muy difícil. En
en buenas condiciones. Como ya le he los Estados Unidos nos enfrentamos con
dicho, se conducen como representantes. una competencia feroz. Aparecen más de
Evidentemente, cada uno de los agentes 300 ó 350 volúmenes por mes. Es muy
tiene una idiosincrasia distinta. Hay auto­ difícil hacer propaganda de cada uno de
20 / se piensa
ellos. A veces, un autor aparece en las
pantallas de la televisión local, y resulta
que no se puede encontrar su libro, que
no hay ni uno en las librerías de aquella
ciudad. Así que la publicidad no sirve. AVISO
Nos enfrentamos con una difusión en gran
escala y, en un país tan extenso como son A LOS LECTORES
los Estados Unidos, uno no puede estar
jamás seguro de la fecha en la que lle­
gará un libro a un lugar que está a 3000
kilómetros de distancia de Nueva York, Tras un estudio de nuestras últimas publi­
que es donde se ha editado. Puede suce­ caciones, en el que hemos tenido muy en
der muy bien que no sea el día para el cuenta las opiniones y sugerencias de nues­
que uno ha previsto su esfuerzo publici­ tros distribuidores y lectores, NUEVA DI­
tario. Lo que hacemos es dar curso a las MENSION se ha replanteado su política
peticiones de material, por ejemplo, los editorial, introduciendo las siguientes modi­
carteles, a través de los distribuidores. ficaciones:
Si un libro es importante o tenemos ya Se suprime la división entre revista y nú­
varios otros del mismo autor, lo que ha­ mero «Extra», pero, puesto que tanto nos­
cemos es fabricar unos presentadores de otros como, al parecer, nuestros lectores
cartón que persuadan a los libreros a deseamos mantener el actual ritmo de
colocarlos en sitio visible, con el fin de edición, la periodicidad de la revista será,
mejorar las ventas. en lo sucesivo, mensual, con la particula­
D: ¿Están especializados en algunas ridad de que los números impares conser­
zonas, como por ejemplo la región de varán la estructura mantenida hasta ahora
Nueva York, o la región de Los Angeles, por la revista, mientras que los números
o por el contrario cubren todo el país? pares tendrán un planteamiento intermedio
W: Cubrimos el país por entero. La entre la antología y la revista actuales; es
Ace Books tiene su propio distribuidor: decir, girarán alrededor de un tema unitario
la Ace News Company. Formamos parte ftema, autor, país, época, etc.), pero inten­
de la misma empresa, y, por consiguiente, taremos conferirles la agilidad y el carácter
trabajamos en relación directa con la informativo propios de una revista, mediante
distribuidora. estudios, artículos, noticias, etc., relaciona­
D: ¿Qué problemas ocasiona la distri­ dos con el tema axial del número.
bución?
Con esta fórmula alternativa pero homogé­
W: Son problemas que se derivan siem­
pre del número de libros. Si se tiene una nea, intentaremos ofrecer a nuestros lecto­
distribución masiva y una distribuidora res una visión a la vez variada y metódica
como Ace News o Cable News u otra de de la SF mundial.
las grandes empresas, es preciso llegar a
acuerdos con los distribuidores regiona­
les, que controlan su sector prácticamen­
te sin competencia. Uno le da una serie
de directrices al distribuidor regional que
se piensa / 21
controla, por ejemplo, un estado o parte a menos de 60; o sea el doble. Y hay li­
de él, y es este distribuidor quien coloca bros que salen a 75 ó 95 centavos, casi
los libros en las librerías o almacenes el triple del precio de hace 15 años. Este
locales. Por consiguiente, uno siempre es un problema serio. Claro que afecta
trabaja mediante intermediarios y no tie­ a todas las industrias, es la inflación. Te­
ne contacto directo con los puntos de nemos que enfrentamos con ello, constan­
venta. Para paliar esto, nosotros tenemos temente. Querríamos mantener los pre­
un buen número de representantes que cios, no deseamos aumentarlos, pero nos
viajan constantemente de ciudad en ciu­ vemos en la necesidad absoluta de ha­
dad para darse cuenta de las ventas y de cerlo, a causa de los gastos de impresión
la distribución. Todo ello es, en los Esta­ y el costo del papel.
dos Unidos, im problema muy compli­
cado. El proceso resulta costoso y es, en
cierta manera, destructivo. Si tenemos un
cierto número de ejemplares de un libro
en la costa oeste, que no se venden, les
arrancamos las portadas y los destrui­
mos, porque los gastos de reenvío son
más elevados que el beneficio que podría­
mos extraer.
D: Para concluir, ¿cuáles son ahora
sus proyectos para Ace Books?
W: Continuar como hasta este momen­
to. Publicamos aproximadamente unos 18
títulos por mes, de los que hay más SF
que cualquier otra cosa, y tenemos la
intención de seguir así. Nuestras ventas
están en alza. Continuaremos sacando un
double por mes y cuatro o cinco singles
de los que uno puede ser una reedición
de un título que se nos pida, además de
los especiales, las series, etc... Así que no
preveo ningún cambio en particular. No
vamos a lanzamos a la producción de
«Espadas y Brujería», como han hecho
algunos de nuestros competidores, ni si­
quiera a la Fantasía propiamente dicha.
Estoy convencido que todo esto no se
vende tan bien como la SF propiamente
dicha. Naturalmente, nuestro problema es
el alza constante de los gastos de fabrica­
ción. En 1952, comenzamos con libros a
35 centavos de dolar, y hasta a 25 los
singles. Ahora, no los podemos vender
22 / se piensa
BIBLIOGRAFIA DE
DONALD A. WOLLHEIM

NOVELAS ANTOLOGIA DE CUENTOS Adventures in the Far Future


The Ultímate Invader and Other
The Secret of Saturn’ s Rings Two Dozens Dragón Eggs (1969) Science Fiction
(1954) Adventures on Other Planets
The Secret of the Martian Moons BIOGRAFIA Terror in the Modern Vein
(1955) The End of the World
One against the Moon (1956) Lee De Forest: Advancing the The Earth in Peril
The Secret of the Ninth Planet Electronic Age (1962) Men on the Moon
(1959) The Macabre Reader
Mike Mars, Astronaut (1961) ANTOLOGIAS DE OTROS More Macabre
Mike Mars flies the X-15 (1961) More Adventures on Other Pla­
AUTORES
Mike Mars at Cape Cañaveral nets
(1961) The Pocket Book of Science Fic­ Avon Detective-Mysteries N° 3
Mike Mars in Orbit (1961) tion (1943) Giant Mystery Reader
Mike Mars flies the Dyna-Soar The Portable Novéis of Science The Hidden Planet
(1962) (1945) Operation: Phantasy
Mike Mars, South Pole Spaceman Avon Fantasy Reader (serie de Swordsmen in the Sky
(1962) 18 volúmenes) A Quintet of Sixes
Avon Science Fiction Reader (se­ Avon Fantasy Reader (1969, en
Mike Mars and the Mystery Sa­
rie de 3 volúmenes) colaboración con George Erns-
télite (1963)
The Girl with the Hungry Eyes berger)
Mike Mars around the Moon and Other Stories Second Avon Fantasy Reader
(1964) The New Avon Bedside Compa- (1969, en colaboración con
(Bajo el pseudónimo de David nion George Ernsberger)
Grinell) The Avon Book of New Stories Worid's Best Science Fiction
of the Great Wild West (1965 a 1971, en colaboración
Across Time (1957) Flight into Space con Terry Carr)
Edge of Time (1958) Every Boy’ s Book of Science Ace Science Fiction Reader 1971
The Martian Missile (1959) Fiction
Destiny’ s Orbit (1961) Let’ s go Naked ENSAYO SOBRE LA SF
Destination Saturn (1967) Prize Science Fiction: 1953
To Venus! To Venus! (1969) Tales of Outer Space The Universe Makers (1971)
^jnue\/a
rlim iü iism n

H t H E M E SPE C IA L D E W C iW I A O O W I^G O SiffT O S

¿YA TIENE USTED ESTOS NUMEROS « E X T R A » ?

dim ensión

N U M ER O E S P E C IA L D ED IC A D O A H A R R Y H A R R IS O N
EL AÑO FINAL
R O B E R T A. HEINLEIN
¿Mantendrá la Tierra aún su lugar
entre los planetas: viajará con regula­
ridad alrededor del Sol... solitaria? ¿Que­
darán inmóviles las montañas, y segui­
rán los arroyos su curso hacia los vas­
tos abismos cuando el hombre, dueño,
poseedor, receptor y testigo de todas
estas cosas haya desaparecido, cual si
nunca hubiera existido? ¡Oh, que gran
burla es esta!

de El último hombre,
de Mary Wollstonecraft Shelley
Al principio, Potiphar Breen no se fijó mana Nacional del Queso Campestre anun­
en la chica que se estaba desnudando. ciaba que pensaba casarse y tener doce
Ella estaba en una parada del auto­ hijos con el hombre que pudiese probar
bús a sólo tres metros de distancia. El que había sido vegetariano durante toda
se encontraba en el interior de un edi­ su vida, un informe circunstancial y bas­
ficio, pero esto no le hubiera impedido tante improbable sobre un platillo volan­
observarla: estaba sentado en la sala de te, y una petición de plegarias invocando
un bar adyacente a la parada del auto­ la lluvia en el Sur de California.
bús; entre Potiphar y la joven no había Potiphar acababa de escribir los nom­
mas que una lámina de cristal y algún bres y direcciones de tres residentes de
peatón ocasional. Watts, California, que habían sido mila­
No obstante, no alzó la vista cuando grosamente sanados en una reunión de
comenzó a quitarse ropa. Frente a él es­ la Congregación de Dios es la Verdad Pri­
taba abierto un ejemplar de Los Angeles mera por el Reverendo Dickie Bottom-
Times; junto a él, aún cerrados, se halla­ ley, el evangelista de ocho años de edad,
ban el Herald-Express y el Daily News. y se estaba preparando a enfrascarse en
Estaba estudiando cuidadosamente el pe­ el Herald-Express, cuando miró por enci­
riódico, pero las noticias de primera pla­ ma de sus gafas de lectura y vio a la nu­
na sólo le merecían una ojeada rápida. dista amateur en la esquina de la calle.
Se fijó en las temperaturas máxima Se puso en pie, guardó sus gafas en
y mínima de Brownsville, Texas, y las el estuche, dobló los periódicos y los co­
anotó en una agenda negra. Hizo lo mis­ locó cuidadosamente en el bolsillo dere­
mo con los precios de cotización de tres cho de su chaqueta, contó la cantidad
acciones en alza y dos en baja en la Bolsa exacta de su nota y le añadió el quince
de Nueva York, así como el número total por ciento, recogió su impermeable del
de transacciones. perchero y se lo echó al brazo, y salió
Luego comenzó una rápida lectura de fuera.
las noticias de menor importancia, anotan­ Para entonces, la muchacha e s t a b a
do, de vez en cuando, resúmenes de las prácticamente como vino al mundo. Y a
mismas en su agenda. Potiphar Breen le pareció que el mundo
Los datos que compilaba parecían sin había salido ganando con ello, y sin em­
relación alguna: entre ellos, un anuncio bargo, no había llamado mucho la aten­
publicitario en el que la Miss de la Se­ ción. El vendedor de periódicos de la es­
el año final / 27
quina había dejado de vocear los desas­ thal uniformado sigue molestándola, me
tres del día y estaba sonriéndole, y una encantará ocuparme de él.
pareja mixta de travestidos que aparente­ —¡Grace, por favor! —exclamó el hom­
mente esperaban el autobús la observa­ bre del faldellín.
ban. Ninguno de los paseantes se detenía. Ella le hizo callar con un ademán.
La contemplaban, y luego, con la indife­ —Silencio, Norman. Esto es cosa nues­
rencia afectada hacia lo inusitado del ver­ tra —Se dirigió hacia el policía—. ¿Bien?
dadero californiano del sur, seguían su Llame al coche celular. Mientras tanto,
camino. mi cliente no responderá a pregunta al­
Los travestidos la contemplaban fija­ guna.
mente. El miembro masculino de la pa­ El agente parecía lo bastante disgus­
reja llevaba una blusa de encajes feme­ tado como para echarse a llorar, y su ros­
nina, pero su falda era un conservador tro estaba adquiriendo un peligroso color
faldellín escocés. Su compañera vestía un rojo. Breen se adelantó silenciosamente
traje formal y un sombrero hongo; mi­ y colocó su impermeable sobre los hom­
raba con visibles muestras de verdadero bros de la muchacha.
interés. Esta pareció asombrada, y habló por
Mientras Breen se acercaba, la mucha­ primera vez:
cha colgó un trozo de nylon en el banco —Eh... Gracias —Se arropó con el im­
de la parada del autobús, y entonces se permeable, como si fuera una caja.
agachó para quitarse los zapatos. Un agen­ La abogado miró a Breen y de nuevo
te de policía, que parecía sofocado y mo­ al policía.
lesto, cruzó con la luz verde y llegó hasta —¿Y bien, agente? ¿Está ya dispuesto
ella. a arrestamos?
—De acuerdo —dijo con voz cansada—, Acercó su rostro al de ella.
ya está bien, señora. Póngase otra vez esas —¡No le voy a dar esa satisfacción!
cosas y lárguese de aquí. —suspiró y añadió—: G r a c i a s , señor
La travestida se sacó un veguero de Breen. ¿Conoce a esta señora?
la boca: —Me ocuparé de ella. Puede olvidar
—¿Qué demonios le importa lo que el asunto, Kawonski.
haga, agente? —preguntó. —Me gustaría mucho. Si se va con us­
El policía se volvió hacia ella. ted, lo haré. Pero llévesela de aquí, señor
—¡No se meta en esto! —Paseó la vis­ Breen... ¡Por favor!
ta por su indumentaria, y la de su com­ La abogado intervino:
pañero—. Debería llevármelos a ustedes —Un momentito. Está presionando a
también. mi cliente.
La travestida alzó las cejas. —¡Cállese! Ya ha oído al señor Breen:
—Arrestamos por ir vestidos y a ella va con él. ¿No es cierto, señor Breen?
por no estarlo. No creo que me guste de­ —Bueno... Sí. Soy amigo suyo. Me ocu­
masiado. —Se volvió hacia la muchacha, paré de ella.
que estaba quieta y sin decir nada, como La travestida dijo con voz suspicaz:
asombrada por lo que sucedía—. Soy abo­ —No he oído que ella dijese eso.
gado, querida —Se sacó una tarjeta de —¡Grace! Aquí viene nuestro autobús
un bolsillo del chaleco—. Si este neander­ —dijo su compañero.

28 / robert a. Heinlein
—Ni tampoco le oí decir que fuera su en lugar de a ella, y éste se la metió en
cliente —replicó el policía—. Parece ser los bolsillos de la chaqueta.
usted una... —Sus palabras fueron ahoga- Ella dejó que Breen la llevase a donde
,das por el ruido de los frenos del auto- tenía aparcado su coche, entró en él y se
cliente —replicó el policía—. Parece ser arropó con el impermeable de forma que
autobús y sale de mi demarcación le... le... iba más cubierta de lo que va normal­
—¿Qué? mente una muchacha. Le miró.
—¡Grace! Perderemos el autobús. Vio a un hombre de estatura y rasgos
—Sólo un momento, Norman. Querida, medios que había superado ya los treinta
¿es este hombre verdaderamente amigo y cinco, y parecía más viejo. Sus ojos te­
suyo? ¿Se va a ir con él? nían ese brillo apagado y vacuo de los
La muchacha miró incierta a Breen, que habitualmente llevan gafas, en el mo­
y luego dijo con voz débil: mento en que se las quitan. Su cabello
—Esto, sí. Lo es. Me iré con él. era canoso en las sienes y escaso en la
—Bueno... —El compañero de la abo­ frente. Su traje conservador, zapatos ne­
gado tiró de su brazo. Ella colocó su tar­ gros, camisa blanca y cuidada corbata
jeta en la mano de Breen y subió al auto- parecían más del Este que de California.
tús. Este partió. El vio un rostro qué clasificó más como
Breen se metió la tarjeta en el bolsillo. a g r a d a b l e y simpático que hermoso y
qy arrebatador. Lo coronaba una abundante
mata de cabello marrón claro. Calculó su
Kawonski se secó el sudor que perlaba edad en veinticinco, año y medio más o
su frente. menos. Le sonrió confortadoramente, su­
—¿Por qué lo hizo, señora? —dijo mal­ bió al coche sin decir nada y lo puso en
humorado. marcha.
—No... no lo sé —La muchacha parecía Giró subiendo por Doheny Drive y ha­
asombrada. cia el este por Sunset. Cerca de La Cié­
—¿Oye eso, señor Breen? Es lo que naga, disminuyó la velocidad.
todos dicen. Y si nos los llevamos, apa­ —¿Se siente mejor?
recen seis más al día siguiente. El Jefe —Esto, creo que sí, señor... ¿Breen?
dijo... —suspiró—. El Jefe dijo... Bueno, —Llámeme Potiphar. ¿Cuál es su nom­
si la hubiera arrestado como esa arpía bre? No me lo diga si no lo desea.
quería que hiciese, mañana estaría en los —¿Yo? Soy... soy Meade Barstow.
arrabales, y pensando en mi retiro. Así —Gracias, Meade. ¿Dónde quiere ir?
que llévesela de aquí, ¿me hará el favor? ¿A casa?
—Pero... —dijo la chica. —Supongo que sí. Qh, no. No puedo
—Nada de «peros», jovencita. Y alé­ ir a casa así —Se arrebujó más con el im­
grese de que un verdadero caballero como permeable.
el señor Breen esté dispuesto a ayudarla —¿Padres?
—Recogió las ropas y se las entregó. —No, mi casera. Le daría un susto de
Cuando ella tendió la mano para tomar­ muerte.
las, volvió a exponer una desacostumbra­ —Entonces, ¿a dónde?
da cantidad de piel. Kawonski le entregó Ella lo pensó.
apresuradamente la ropa al señor Breen —Quizá pudiéramos detenernos en una
el año final / 29
estación de servicio y me podría meter cía pensar en el agua de los pozos y los
en el lavabo de señoras. desayunos campestres.
—Tal vez. Escuche, Meade: mi casa Tomó el impermeable que le alargaba,
está a seis manzanas de aquí y tiene una lo colgó, y dijo:
entrada por el garaje. Podríamos entrar —Siéntese, Meade.
sin que la vieran. —Sería mejor que me fuese —dijo
Ella lo miró. ella, indecisa.
—¡No parece ser un Don Juan! —Si lo prefiere, pero esperaba poder
—¡Pues lo soy! Y de los peores. —En­ hablar con usted.
tornó los ojos lánguidamente—. ¿Lo ve? —Bueno... —Se sentó en el borde del
Pero el miércoles es mi día libre. —Lo sofá y miró alrededor. La habitación era
volvió a mirar y en sus mejillas se for­ pequeña, pero tan cuidada como su cor­
maron unos hoyuelos. bata y tan limpia como el cuello de su
—¡Ah, bien! De todas maneras, pre­ camisa. El hogar de la chimenea estaba
fiero tener que pelear con usted que con limpio; el suelo encerado. En cada lugar
la señora Megeath. Vamos allá. disponible había estanterías repletas de
libros. Un rincón lo ocupaba un anticua­
do escritorio; los papeles situados sobre
Giró hacia las colinas. Su casa de sol­ él estaban cuidadosamente amontonados.
tero estaba en uno de los pequeños edi­ Cerca de él, sobre su propia mesilla, se
ficios que crecían como hongos en las encontraba una pequeña calculadora eléc­
laderas marrones de las montañas de San­ trica. Hacia el lado derecho, unas venta­
ta Mónica. El garaje hagía sido excavado nas de tipo francés se abrían a un pe­
en aquella colina; la casa, edificada en­ queño porche sobre el garaje. Más allá
cima de ella. podía ver la extensión de la ciudad, en
Entró, detuvo el motor y la guió por la que algunos anuncios luminosos ya es­
una balanceante escalera interior hacia taban parpadeando.
la sala de estar. Se recostó un poco más.
—Ahí dentro .—señaló. —Es una bella habitación... Potiphar.
Sacó las ropas de sus bolsillos y se las Se nota su personalidad en ella.
entregó. —Me imagino que es un cumplido.
Ella enrojeció y las tomó, desapare­ Gracias —Ella no respondió, por lo que
ciendo en el dormitorio. Oyó como ce­ prosiguió— : ¿Le gustaría tomar algo?
rraba con llave. Se sentó en su sillón, sacó —¡Muchísimo! —Se estremeció—. Aún
la agenda y comenzó con el Herald-Ex- estoy temblando. ■
press. —No es extraño —Se puso en pie—.
Estaba terminando con el Daily News ¿Qué prefiere?
y había añadido varias notas a su colec­ Escogió escocés con agua, sin hielo;
ción, cuando ella salió. Se había vuelto él prefería el bourbon con ginger ale. Se
a peinar; arreglado el rostro; había lo­ bebió la mitad de su high ball en silen­
grado eliminar la mayor parte de las arru­ cio, luego lo dejó sobre la mesita, echó
gas de su falda. Su sueter no era ni de­ los hombros hacia adelante y dijo:
masiado justo ni tenía un gran escote, —¿Potiphar?
pero lo rellenaba placenteramente. Le ha­ —¿Sí, Meade?
30 / robert a. Heinlein
—Escuche, si me ha traído aquí con —No está loca... al menos no más que
segundas intenciones, desearía que aca­ los demás —rectificó—. Dígame, ¿dónde
básemos de una vez. No le va a servir de vio a alguien hacer eso?
nada intentarlo, pero me pone nerviosa —¿Cómo? Nunca lo había visto hacer.
el esperar. —Entonces, ¿dónde leyó sobre ello?
El no dijo nada, ni cambió de expre­ —Pero, si no he leído... Un momento,
sión. Ella prosiguió: esa gente en el Canadá. Los dook... lo
—No es que le recrimine el que lo in­ que sea.
tente... vistas las circunstancias. Y le estoy —Doukhobors. ¿Eso es todo? ¿Nada
agradecida. Pero... Bueno, es tan sólo que de reuniones nudistas? ¿Nada de espec­
no... táculos de cabaret?
Se acercó a ella y tomó sus manos. —No —contestó negando con la ca­
—No tengo la menor intención de se­ beza—. Quizá no pueda creerlo, pero yo
ducirla. Ni tiene por qué estarme agrade­ fui siempre el tipo de niña que se des­
cido. Intervine porque estaba interesado nudaba con el camisón puesto —Se rubo­
en su caso. rizó y añadió—: Y aún lo hago... a me­
—¿Mi caso? ¿Es usted médico? ¿Psi­ nos que me diga a mí misma previamente
quiatra? que es una estupidez.
Negó con la cabeza. —La creo. ¿No había leído ninguna
—Soy matemático. Experto en estadís­ noticia?
tica, para ser exacto. —No. ¡Sí, ahora recuerdo! Creo que
—¿Cómo? No comprendo. fue hace dos semanas; una chica en un
—No se preocupe. No obstante, me teatro; me refiero a una espectadora. Pero
gustaría hacerla algunas preguntas. ¿Me me imaginé que era tan sólo un truco
lo permite? publicitario. Ya sabe las cosas que llegan
—¡Desde luego! ¡Desde luego! Es lo a hacer.
menos que puedo hacer por usted... Y no Breen negó con la cabeza.
será bastante para pagarle. —No fue publicidad. El tres de febre­
—Ya le digo que no me debe nada. ro en el Gran Teatro, la señora Albin Co-
¿Quiere otro trago? pley. Se retiraron las acusaciones contra
Bebió el resto y le entregó el vaso, ella.
luego lo siguió hasta la cocina, donde mi­ —¿Cómo lo sabe?
dió cuidadosamente la bebida, entregán­ —Excúseme —Se dirigió hacia su es­
dosela luego. critorio, y marcó el número de la Oficina
—Ahora, dígame porque se quitó la de Noticias de la ciudad—. ¿Alf? Soy Pot
ropa —preguntó. Breen. ¿Están aún tras la pista de esas
noticias? Sí, el dossier del strip-tease.
¿Ha habido algo nuevo hoy?
Ella enarcó las cejas. Esperó. A Meade le pareció que podía
—No lo sé. Realmente no lo sé. Su­ escuchar maldiciones.
pongo que me dio un ataque de locura —Tómatelo con calma, Alf; este bo­
—añadió, con los ojos muy abiertos—; chorno no puede durar siempre. Nueve,
pero no me parece estar loca. ¿Podría per­ ¿eh? Bueno, añade otra: en la Avenida
der la razón, sin darme cuenta? Santa Mónica, a última hora de esta tar­

el año final / 31
de. No hubo arresto —añadió—: No, na­ científico. Es por esto por lo que quisiera
die tomó su nombre. Una mujer de me­ saber lo que sentía. Hábleme de ello.
diana edad, con un defecto en un ojo. Por —Pero... de acuerdo, lo intentaré. Ya
casualidad lo vi... ¿Quién, yo? ¿Por qué le dije que no sabía por qué lo hice; sigo
iba a querer mezclarme en ello? Pero está sin saberlo. Yo...
empezando a resultar ser un asunto muy, —¿Recuerda cómo fué?
muy interesante. —¡Oh, sí! Recuerdo que me alcé del
Colgo el teléfono. banco y me quité el suéter. Recuerdo que
—¡Vaya, un defecto en un ojo! —co­ me bajé la cremallera de la falda. Recuer­
mentó Meade. do que pensé que tendría que apresurar­
—¿Prefiere que vuelva a llamar y les me puesto que ya veía a mi autobús pa­
de su nombre? rado a dos manzanas de allí. Recuerdo lo
—¡Oh, no! bien que me sentí cuando finalmente...
—Muy bien. Ahora, Meade, parecemos —Se detuvo y pareció asombrada—. Pero
haber localizado el punto de contagio en sigo sin saber el por qué.
su caso: la señora Copley. Lo que me gus­ —¿En qué estaba pensando en el mo­
taría saber ahora es como se sentía, en mento en que se puso en pie?
lo que estaba pensando cuando lo hizo. —No lo recuerdo.
—Espere un momento, Potiphar —Te­ —Visualice la calle. ¿Qué es lo que la
nía el ceño fruncido—. ¿Tengo que enten­ estaba atravesando? ¿Dónde tenía las ma­
der que otras nueve muchachas han he­ nos? ¿Tenía las piernas cruzadas o no?
cho lo que yo? ¿Había alguien cerca de usted? ¿En qué
—Oh, no. Nueve hoy. Usted es... —Hi­ estaba pensando?
zo una breve pausa—, él trescientos déci- —No había nadie en el banco conmigo.
monono caso en el Condado de Los An­ Tenía mis manos sobre el regazo. Aque­
geles desde principios de este año. No llos tipos con las ropas cambiadas se ha­
tengo datos sobre el resto del país, pero llaban cerca, pero yo no me fijaba en ellos.
el servicio de noticias del Este sugirió que No pensaba en mucho más que en que
no se comentaran estos casos cuando ya me dolían los pies y que deseaba llegar
los periódicos de aquí habían dado cuenta a casa, y en lo insoportablemente caluro­
de los primeros. Eso prueba de que el so y sofocante que era el tiempo. Enton­
problema es general. ces... —Sus ojos miraron a la lejanía—.
—¿Quiere decir que mujeres de todo De pronto supe lo que tenía que hacer,
el país se están quitando la ropa en pú­ y que era urgente que lo hiciese. Así que
blico? ¡Vaya, esto es un escándalo! me puse en pie y... y... —Su voz se hizo
aguda.
—¡Tómeselo con calma! —Le dijo auto­
No le contestó. Se ruborizó de nuevo ritariamente—. No lo haga de nuevo.
e insistió; —¿Eh? ¡Vaya, señor Breen! Nunca ha­
—Bueno, es escandaloso, aunque esta ría una cosa como esa.
vez fuera yo. —Claro que no. ¿Qué pasó después de
—No, Meade. Un caso sería escanda­ que se desnudase?
loso; más de trescientos lo convierten en —Bueno, pues usted me colocó su im­
algo interesante desde el punto de vista permeable alrededor, y ya sabe el resto
32 / robert a. Heinlein
—Le miró a la cara—. Dígame, Potiphar, una migración hacia la muerte, hasta que
¿qué es lo que hacía con un impermeable? millones, centenares de millones de ellos
No ha llovido durante semanas. Es la se ahogan en el mar. Pregúntele a un le-
temporada de las lluvias más seca y calu­ mingo por qué lo hace. Si pudiera dete­
rosa en muchos años. nerlo en su carrera hacia la muerte, se­
—En sesenta y ocho años, para ser guro que racionalizaría su respuesta tan
exactos. bien como cualquier graduado universi­
—Sesenta... tario. Pero lo cierto es que lo hace por­
—De todas maneras, yo llevo un im­ que tiene que hacerlo, al igual que no­
permeable. Es una idea mía, pero pienso sotros.
que cuando llueva, lo hará con fuerza. —Esa es una idea horrible, Potiphar.
—Luego añadió—: Quizá cuarenta días —Quizá. Venga aquí, Meade. Le ense­
y cuarenta noches. ñaré datos que a mí también me confun­
Ella decidió que estaba bromeando y den. —Se dirigió hacia su escritorio y sacó
se rió. un paquete de ñchas—. Aquí hay uno.
—¿Puede recordar cómo le vino la idea Hace dos semanas un hombre puso una
de desnudarse? —prosiguió. querella contra toda la legislatura de un
Hizo girar su vaso, mientras pensaba. estado por la alienación del afecto de su
—Simplemente, no lo sé. esposa... y el juez aceptó que se llevase
—Eso es lo que me esperaba —asin­ a cabo el proceso. O este otro: una peti­
tió él. ción de patente para un aparato con que
—No lo comprendo... a menos que poner al globo terrestre de lado y calentar
piense que estoy loca. ¿Lo piensa? así las regiones árticas. La patente fue
—No. Creo que tenía que hacerlo, que negada, pero el inventor recibió más de
no pudo hacer nada para evitarlo, y que trescientos mil dólares en pagos iniciales
ni sabe ni puede saber por qué. sobre terrenos en el Polo Norte antes de
—Pero usted lo sabe —^le dijo ella acu­ que las autoridades postales intervinie­
sadoramente. ran. Ahora se le está juzgando y parece
—Tal vez. Al menos tengo algunos da­ que hasta quizá se le absuelva. Y otro:
tos. ¿Se ha interesado alguna vez por las un prominente obispo anglicano propone
estadísticas, Meade? cursos prácticos de los llamados hechos
Negó con la cabeza. de la vida en la enseñanza superior.
—Los números me aturden. No me Dejó a un lado la ñcha con rapidez.
hable de estadísticas... ¡Deseo saber por —^Aquí hay otra preciosa: un proyecto
qué hice lo que hice! de ley presentado a la cámara baja de
La miró muy seriamente. Alabama para que sean repelidas las le­
—Creo que somos lemingos, Meade. yes de la energía atómica. No los estatu­
tos que regulan su aplicación en la indus­
tria, sino las leyes naturales de la física
Ella pareció asombrada, y luego horro­ nuclear; eso al menos es lo que dice la
rizada. propuesta —Se alzó de hombros—. ¿Has­
—¿Se reñere a esos animalillos pelu­ ta dónde puede llegar la estupidez?
dos, similares a ratones? ¿Esos que...? —Están locos.
—Sí. Esos que periódicamente hacen —No, Meade. Uno podría estar loco;

el año final / 33
una multitud de ellos se convierte en una —No, no lo hará —le dijo él en un tono
marcha de lemingos hacia la muerte. No, que no admitía réplica—. Nunca afecta
no me interrumpa: he trabajado en el a la misma persona dos veces.
trazado de una curva. La última vez que —¿Está seguro? De todas maneras, no
se produjo algo así fue en la llamada Era tengo ganas de estar entre gente —Miró
de la Maravillosa Estupidez. Sólo que esta hacia la puerta de la cocina—. ¿Tiene algo
vez es mucho peor. —Rebuscó en uno de de comida? Podría cocinar.
los cajones inferiores, y sacó un gráfico—. —Hum, cosas para el desayuno. Y hay
La amplitud es más de dos veces supe­ medio kilo de carne en el congelador y
rior, y aún no hemos llegado al punto alguna cosa más. A veces me hago ham-
máximo. Cual será este, es algo que no burgesas cuando no tengo ganas de salir.
me atrevo a imaginar: hay tres progresio­ Se dirigió hacia la cocina.
nes diferentes, que se refuerzan. —Borracha o sobria, totalmente ves­
Ella contempló las curvas. tida o... desnuda, puedo cocinar. Ya lo
—¿Quiere decir que el tipo de la venta verá.
de terrenos en el Polo está en algún punto
de esta línea?
—Está añadido a ella. Y aquí, en la Lo vió. Canapés con la carne cortada
última cresta están los tipos que se sien­ justamente al tamaño del pan tostado y
tan en mástiles de banderas y los que se el sabor aumentado y no suprimido por
tragan peces de colores y el engaño de cebolla picada y eneldo, una ensalada he­
Ponzi y los bailarines de pruebas de re­ cha con las cosas que había ido encon­
sistencia y el hombre que llevó un ca­ trando por el refrigerador y unas patatas
cahuete hasta el Pico Pikes empujándolo doradas pero no vulcanizadas. Comieron
con la nariz. Usted está en esta nueva en la pequeña terraza, al tiempo que be­
cresta, o lo estará cuando la añada a ella. bían cerveza fría.
—No me gusta nada —dijo ella hacien­ Suspiró y se limpió la boca:
do una mueca. —Sí, Meade, sabes cocinar.
—Ni a mí. Pero está todo tan claro —Algún día vendré con los materiales
como un estado de cuentas bancario. Este adecuados y saldaré mi deuda. Entonces
año la raza humana se está soltando el sí que quedará probado.
pelo, sacudiéndose los labios con un dedo —Ya lo has hecho. No obstante, acep­
y diciendo buba, buba, buba... to. Pero ya te he dicho tres veces que no
Ella se estremeció. me debes nada.
—¿Podría darme otra copa.? Luego me —¿No? Si no hubieras hecho tu acción
iré. buena de boy-scout, estaría en la cárcel.
—Tengo una idea mejor. Le debo una Breen negó con la cabeza.
cena por haber respondido a mis pregun­ —La policía tiene órdenes de guardar
tas. Escoja el sitio y nos tomaremos un silencio a toda costa, de impedir que la
cocktail antes. cosa crezca. Ya lo viste. Y, querida, en
—No me debe nada —dijo ella mordis­ aquel momento no eras para mí una per­
queándose un labio—. Y no tengo ganas sona. Ni siquiera me fijé en tu rostro.
de enfrentarme con la gente de un restau­ —¡Tenías otras muchas cosas que mi­
rante. Podría... podría... rar!
34 / robert a. Heinlein
meridiano
la revista española de bolsillo
En 1971 ••••
hoy, más que nunca, usted necesita
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pasa y podrá formar su PROPIA OPINION
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Extranjero; 280 ptas.
Estudiantes: 210 ptas., Nombre
previa fotocopia del Calle .... N."
carnet estudiantil.) Ciudad
País
—A decir verdad, no lo hice. Eras tan alguna en la que averiguar cuando va a
solo una... una estadística. morir una persona específica, pero sí hay
Ella jugueteó con su cuchillo y dijo una certeza absoluta de que un determi­
asombrada: nado número de un cierto grupo de eda­
—No estoy muy segura pero creo que des morirá antes de una fecha fija. ¡Eran
he sido insultada. En los veinticinco años tan hermosas esas curvas: y siempre fun­
que llevo luchando con los hombres, con cionaban bien! Siempre. Uno no tenía que
más o menos éxito, se me ha llamado un saber el por qué; podía predecir con ab­
montón de cosas, pero nunca estadística. soluta certeza y no saber el por qué. Las
Vaya, si debería tomar tu regla de cálculo ecuaciones funcionaban; las curvas eran
y golpearte con ella hasta matarte. exactas.
—Mi linda dama... “También estaba interesado en la astro­
—No soy ima dama, eso queda claro. nomía; es la ciencia en la que los datos
Pero tampoco soy una estadística. individuales funcionan exacta, completa
—Mi querida Meade, entonces. Querría y limpiamente hasta la última cifra deci­
decirte, antes de que hagas algo inopina­ mal que nos pueden facilitar nuestros ins­
do, que en la universidad tuve mis escar­ trumentos. Comparadas con la astrono­
ceos amorosos con jovenzuelas. mía, las otras ciencias son simple carpin­
Ella sonrió y se le formaron de nuevo tería y química culinaria.
los hoyuelos. «Hallé que habían recovecos y rinco­
—Ese es un lenguaje que le gusta más nes en la astronomía en los que los nú­
a una muchacha. Estaba empezando a te­ meros individuales no sirven, en donde
mer que te hubieran construido en una uno tiene que recurrir a las estadísticas,
fábrica de sumadoras. Potty, eres un ver­ y aún me interesó más. Me uní a la Aso­
dadero encanto. Pero, dime, ¿realmente ciación de las Estrellas Variables y quizá
crees que el país está perdiendo los tor­ me hubiera dedicado profesionalmente a
nillos? la astronomía, en lugar de ser consejero
—Es aún peor que eso —contestó, po­ de negocios, que es en lo que ahora tra­
niéndose súbitamente serio. bajo, si no me hubiera interesado más
—¿Cómo? otra cosa.
—Ven adentro. Te lo mostraré. —¿Consejero de negocios? —repitió
Meade—. ¿Trabajas en asuntos de im­
puestos?
Recogieron los platos y los dejaron —Oh, no. Eso es demasiado elemental.
en el fregadero, mientras Breen seguía Soy el chico de los números de una em­
hablando: presa de ingenieros industriales. Le puedo
—Cuando era xm chico, me sentía fas­ decir exactamente a un ranchero cuántos
cinado por los números. Los números son de sus temeros Hereford serán estériles.
una cosa hermosa que se combina en con­ O a un productor cinematográfico en qué
figuraciones interesantes. Naturalmente, cantidad asegurarse contra las lluvias en
cursé la carrera de ciencias exactas, y con­ un determinado lugar de rodaje. O quizá
seguí un empleo como actuario en la Mu­ hasta qué punto son aceptables los ries­
tua del Medio Oeste, la compañía de se­ gos de accidentes industriales para una
guros. Era muy divertido. No hay forma empresa de un tipo determinado. Y no

36 / robert a. Heinlein
me equivoco. Nunca me equivoco. Es im­ después de un punto máximo en los casa­
posible. mientos.
—Espera un momento. Me parece que —Pero eso tiene sentido.
una gran compañía tendría que estar siem­ —¿Lo tiene? ¿Cuántos recién casados
pre asegurada. conoces que puedan permitirse construir
—En absoluto. Una compañía realmen­ una casa? Se podría seguir relacionán­
te grande comienza a parecerse a un uni­ dolo con las hectáreas de trigo. No sabe­
verso estadístico. mos el por qué; simplemente es así.
—¿Cómo? —¿Será a causa de las manchas sola­
—Déjalo correr. También me interesé res?
en otras cosas: en los ciclos. Los ciclos —Se pueden relacionar las manchas
lo son todo, Meade. Y están en todas par­ solares con los precios de la Bolsa o con
tes. Los ciclos. Las estaciones. Guerras. los salmones del río Columbia, o las fal­
Amor. Todo el mundo sabe que en la pri­ das femeninas. Y uno tiene la misma jus­
mavera los impulsos de los jóvenes se tificación para echarle las culpas de las
vuelven hacia aquello en lo que las jóve­ minifaldas o del salmón a las manchas
nes nunca han dejado de pensar, pero solares. No lo sabemos. Pero de todas ma­
¿sabías que además eso sigue un ciclo de neras, las curvas continúan cumpliéndose.
dieciocho años? ¿Y que una chica nacida —Pero tiene que haber alguna razón
en el lado descendente de la curva no detrás de todo.
tiene las mismas posibilidades que su her­ —¿Tiene que haber? Eso es una sim­
mana mayor o menor? ple suposición. Un hecho no tiene un «por
—¿Es por esto por lo que sigo siendo qué». Existe, y se demuestra a sí mismo.
una solterona? ¿Por qué te quitaste la ropa hoy?
—¿Tienes veinticinco años? —Pensó un —Ese es un golpe bajo —dijo ella,
momento—. Quizá, pero vuelves a tener enarcando las cejas.
buenas posiblidades; la curva está otra —Quizá sí, pero quiero mostrarte por
vez en alza. De todas maneras, recuerda qué estoy tan preocupado.
que eres tan sólo un dato estadístico; la
curva se aplica a todo el grupo. Cada año
se casan algunas chicas. Fue a su alcoba y salió con un ancho
—No me llames dato estadístico —dijo rollo de papel milimetrado.
ella con firmeza. —Lo extenderemos en el suelo. Aquí
—Perdón. Y los casamientos se rela­ están todos. El ciclo de los 54 años: ¿Ves
cionan con las hectáreas de trigo planta­ aquí la Guerra Civil? ¿Te fijas cómo coin­
das, con el crecimiento de la curva del tri­ cide? El ciclo de los dieciocho años y un
go. Uno casi podría decir que es la siem­ tercio, el ciclo de los nueve y algo, el corto
bra del trigo lo que hace que la gente se de los cuarenta y un meses, los tres rit­
case. mos de las manchas solares... todo, com­
—Suena raro. binado en un único gráfico. Las inunda­
—Es raro. El mismo concepto de la ciones del río Mississippi, la producción
causa y efecto es posiblemente una supers­ de pieles del Canadá, los precios de las
tición. Pero el mismo ciclo muestra un acciones, las bodas, las epidemias, las car­
punto máximo en la edificación de casas gas de los vagones de ferrocarril, los sal­
el año final / 37
dos bancarios, las plagas agrícolas, los línea de puntos vertical? Es justamente
divorcios, el crecimiento de los árboles, ahora, y las cosas están bastante mal. Pero
las guerras, las lluvias, el magnetismo te­ dale una mirada a esta vertical de trazo
rrestre, las construcciones de edificios, las continuo. Esto será dentro de seis meses,
solicitudes de patentes, los asesinatos... cuando todo se vaya al cuerno. Fíjate en
cualquier cosa que te imagines, la tengo los ciclos: los largos, los cortos, todos.
aquí. Cada uno de ellos alcanza o un punto má­
Ella contempló al alucinante amasijo ximo o de inflexión justo en esa línea o
de líneas onduladas. muy cerca de ella.
—Pero, Potty, ¿qué es lo que esto sig­ —¿Es eso malo?
nifica? —¿Tú qué crees? Tres de los mayores se
—Significa que esas cosas suceden, to­ juntaron en 1929 y la depresión casi nos
das ellas, según un ritmo regular, nos gus­ arruinó... aimque el ciclo largo de los 54
ten o no. Significa que cuando tienen que años estaba manteniendo las cosas. Ahora
subir las faldas, ni todos los modistos de tenemos ese grande en el punto crítico
París pueden hacer que bajen. Significa y las pocas crestas que no van a juntarse
que cuando los precios están bajando, ni no son cosas que nos vayan a ayudar. Lo
todas las ayudas ni controles ni la plani­ que quiero decir, es que los cienpiés y la
ficación del gobierno pueden hacerlos su­ gripe no nos sirven para nada. Meade, si
bir. —Señaló una curva—. Fíjate en los las estadísticas sirven para algo, todo esto
anuncios de hortalizas. Luego mira en las se resume en que este viejo y cansado
páginas financieras y verás como los Gran­ planeta no ha visto un momento como
des Cerebros tratan de salir de ello con éste desde que Eva hizo la broma de la
palabrería. Significa también que cuando manzana. Estoy asustado.
tiene que llegar una epidemia, llega, a pe­ —Potty, ¿no te estás simplemente rien­
sar de todos los esfuerzos de la sanidad do de mí? —le contempló atentamente el
pública. Significa que somos lemingos. rostro—. Sabes que no puedo comprobar
Ella se tiró del labio. lo que dices.
—No me gusta., «Soy el dueño de mi —Ojalá fuera así. No, Meade, no sé
destino» y todo eso. Tengo libre albedrío, bromear con números; nunca lo haría.
Potty. Sé que lo tengo... Puedo notarlo. Así están las cosas. 1962: el Año Impor­
—Me imagino que cada neutroncillo tante.
de una bomba atómica piensa lo mismo.
Puede hacer ¡blam! o puede quedarse
quieto, tal como desee. Pero de todas ma­ Meade estaba muy callada mientras
neras la mecánica estadística funciona, la llevaba en coche a casa. Cuando se acer­
y la bomba estalla... que es a lo que voy. caban al oeste de Los Angeles, dijo;
¿Ves algo raro aquí, Meade? —¿Potty?
Estudió el gráfico, tratando de no de­ —¿Qué, Meade?
jar que las líneas zigzagueantes la con­ —¿Qué podemos hacer?
fundiesen. —¿Qué puede hacer uno contra un hu­
—Parecen apelotonarse al lado de­ racán? Te tapas las orejas. ¿Qué puede
recho. hacer uno contra una bomba atómica?
—¡Ya lo creo que lo hacen! ¿Ves esta Tratar de evitarla, no estar en el punto
38 / robert a. Heinlein
donde estalla. ¿Qué otra cosa se puede viera fueron casados hoy por el obispo
hacer? Dalton en una ceremonia televisada con
—Oh —^permaneció en silencio durante la ayuda de la novísima cámara de la Ma­
unos momentos, luego añadió— : Potty, rina de Guerra...
¿me dirás hacia donde saltar? Mientras el Año Importante proseguía.
—¿Cómo? ¡Oh, seguro! Si es que pue­ Breen se tomó el melancólico placer de
do averiguarlo. añadir los datos que probaban que la cur­
La llevó hasta la puerta, y se volvió va estaba siguiendo el curso previsto. La
para irse. Guerra Mundial no declarada continuaba
—¡Potty! —dijo ella. su sangriento y tortuoso camino en media
—¿Sí, Meade? —dijo volviéndose ha­ docena de pimtos alrededor del martiri­
cia ella. zado globo. Breen no seguía su desarro­
Tomó su cabeza entre sus manos, la llo; los titulares de los periódicos resul­
sacudió, y luego le besó apasionadamente taban evidentes de por sí. Se concentró
en la boca. en los hechos extraños de las últimas pá­
—Ya está, ¿es esto un dato estadís­ ginas de los periódicos, en los hechos que,
tico? tomados en sí mismos, no significaban
—Pues no. nada, pero que juntos mostraban una tra­
—^Así está mejor —dijo ella amenaza­ yectoria desastrosa.
doramente—. Potty, creo que voy a cam­ Hacía listas de los precios de la Bolsa,
biar tu curva. de las mediciones pluviométricas, de las
previsiones de trigo, pero los datos que
realmente le fascinaban eran los de la
II «temporada de las tonterías». Claro que
siempre había habido humanos que esta­
Los RUSOS RECHAZAN LA NOTA DE LA ONU ban constantemente haciendo tonterías,
Los DAÑOS DE LA INUNDACIÓN DEL M ISSO U RI pero ¿en qué momento se había conver­
EXCEDEN EL RÉCORD DE 1961 tido en común esa tontería? ¿Cuándo, por
E l M e s ía s d e l M is s is s ip p i d e s a fía a lo s ejemplo, habían sido aceptadas las mode­
TRIBUNALES los profesionales, con aspecto de zombies,
C o n v e n c ió n n u d is t a in v a d e l a p l a y a d e como ejemplos de la feminidad norteame­
BAILEY ricana? ¿Cuáles eran los pasos que lleva­
L a s c o n v e r s a c i o n e s c h i n o b r i t á n i c a s s i ­ ban de la Semana Nacional contra el Cán­
g u e n e n p u n to m u e rto cer a la Semana Nacional contra los Sa­
S e a n u n c i a u n a r m a m á s r á p i d a q u e l a l u z bañones? ¿En qué día había abandonado
El t if ó n r e g r e s a a M a n ila finalmente el pueblo norteamericano el
Se c e l e b r a u n a b o d a e n e l fo n d o sentido común?
d e l H udson Fijémonos en el travestismo. Las ves­
timentas masculinas y femeninas eran ar­
Nueva York, 13 de julio: En un traje bitrarias, pero habían parecido profunda­
de buceo para dos, especialmente cons­ mente arraigadas en la cultura. ¿Cuándo
truido, Merydith Smithe, bien conocida había comenzado la ruptura? ¿Con los tra­
joven de la alta sociedad y el príncipe jes masculinos de Marlene Dietrich? Ha­
Augie Schleswieg de Nueva York y la Ri- cia finales de los años 40, no había nin­
el año final / 39
gún artículo de la vestimenta “masculi­ gunos cultos paranoides en Los Angeles,
na" que las mujeres no pudieran usar en que se hacía tal cosa, pensó Breen. El
público... pero, ¿cuándo habían comen­ pastor decía que la ceremonia era idén­
zado los hombres a atravesar la línea? tica a «la danza de la alta sacerdotisa»
¿Debía contar a los enfermos psicológi­ del antiguo templo de Kamak.
cos que habían hecho famosos algunos lu­ Quizá fuera así, pero Breen tenía su
gares de Greenwich Village y Hollywood propia i n f o r m a c i ó n acerca de que la
mucho antes de esta eclosión? ¿O no per­ «sacerdotisa» había estado trabajando en
tenecían aquellos «adelantados»a la cur­ night-clubs y variedades antes de su ac­
va? ¿Comenzó todo con algún desconocido tual empleo. En cualquier caso, lo cierto
hombre normal que al ir a un baile de era que aquel buen hombre estaba te­
disfraces descubrió que en realidad las niendo un éxito loco, y aún no había sido
faldas eran mucho más confortables y detenido.
prácticas que los pantalones? ¿O había Dos semanas más tarde, ciento nueve
comenzado con el resurgimento del na­ congregaciones de treinta y tres estados
cionalismo escocés reflejado por el uso o f r e c í a n atracciones similares. Breen
del faldellín nacional por muchos norte­ anotó estos datos en sus curvas.
americanos de ascendencia escocesa? Esta extraña locura no parecía tener
¡Pregúntenle a un lemingo sus moti­ relación con el asombroso incremento de
vos! El resultado estaba frente a él, un cultos evangélicos disidentes que se exten­
artículo de periódico. El travestismo en­ dían por el país. Estas sectas eran since­
tre los prófugos del servicio militar ha­ ras, dedicadas y pobres; pero en incre­
bía, por fin, terminado con un arresto mento desde la guerra. Ahora estaban cre­
masivo en Chicago que culminó en un gi­ ciendo como la levadura.
gantesco juicio conjunto... en el que el Parecía de una certeza estadística el
ñscal se presentó con un delantal de vo­ hecho de que los Estados Unidos estaban
lantes y desafió al juez a someterse a un cayendo en una época de búsqueda reli­
examen médico que determinase su ver­ giosa. Correlacionó esto con el Trascen-
dadero sexo. El juez sufrió un ataque al dentalismo y con la tendencia de los San­
corazón y se desplomó muerto, y el juicio tos del Ultimo Día. Hum, sí, coincidía.
fue pospuesto... pospuesto por siempre, Y la curva estaba subiendo hasta un má­
en opinión de Breen; dudaba que alguien ximo.
volviera de nuevo a intentar resucitar el
asunto.
O hacer cumplir las leyes en contra de Se acercaba la fecha de pago de miles
la indecencia en lugares públicos. La ten­ de millones de bonos de guerra; los casa­
tativa de limitar los strip-tease públicos, mientos de tiempo de guerra venían re­
ignorándolos, había acabado con toda fuer­ flejados en el alto punto máximo de la
za que pudiera tener tal ley. Ahora llegaba población escolar de Los Angeles. El Río
un informe de que la Secta Comunal de Colorado sufría una sequía record y las
Todas las Almas de Springfield en la que torres del Lago Mead se alzaban muy por
el pastor había reinstituído el nudismo encima del nivel del agua. Pero los habi­
ceremonial. Probablemente era la primera tantes de Los Angeles cometían un suici­
vez en un millar de años, descontando al­ dio comunal al regar sus jardines como
40 / robert a. heinlein
habitualmente. Los funcionarios de la Co­ rada que se extendía a todo lo largo de
misión Metropolitana de Aguas trataron la costa oeste.
de impedirlo. El Pelée y el Etna entraron en erup­
Se encontraron con la oposición de las ción. El Mauna Loa seguía aún tranquilo,
fuerzas de policía de cincuenta ciudades por el momento.
«soberanas». Los grifos siguieron abiertos, Parecía que diariamente aterrizaban
goteando el fluido vital del paraíso del platillos volantes en cada uno de los es­
desierto. tados. Nadie había mostrado aún uno de
Las cuatro convenciones de los parti­ ellos en tierra... ¿O acaso el Departamento
dos regulares; Sudistas, R e p u b l i c a n o s de Defensa había censurado la noticia?
Normalísimos y Demócratas, atrajeron Breen no estaba muy satisfecho con los
poca atención, porque los Ignorantes no informes extraoficiales que había logrado
se habían reunido aún. El hecho de que obtener. El contenido alcohólico de mu­
la «Congregación Americana», como pre­ chos de ellos había sido muy alto. Pero
ferían ser llamados los Ignorantes, cla­ la serpiente marina de la Playa Ventura
mase no ser un partido sino una sociedad era real; él la había visto. En cambio, no
educativa, no restaba nada de su potencia. estaba en posición de verificar lo del tro­
Pero, ¿cuál era su potencia? Sus inicios glodita de Tennessee.
habían sido tan oscuros que Breen tuvo Treinta y un accidente aéreos en las
que ir a rebuscar entre los datos de di­ rutas nacionales en la última semana de
ciembre para hallarlos, y sin embargo ya julio... ¿Era sabotaje, o era una curva cre­
le habían sugerido en dos ocasiones que ciente en un gráfico? ¿Y esa epidemia de
se uniese a ellos, justamente en su misma neopolio que se extendía desde Seattle
oficina; una vez por el jefe, y otra por el hasta Nueva York? ¿Había llegado el tiem­
botones. po de una nueva plaga? Los gráficos de
No había sido capaz de trazar la curva Breen así lo afirmaban. Pero, ¿y si fuera
de los Ignorantes. Le producían escalo­ guerra bacteriológica? ¿Podía un gráfico
fríos. Fue tomando nota de los centíme­ indicar cuando un bioquímico eslavo ha­
tros de columna de prensa que se les de­ bría perfeccionado un virus y vector de
dicaban; halló que la información sobre transporte eficiente con que trasladarlo
los mismos decrecía mientras, obviamen­ al corazón de América?
te, su número se incrementaba vertiginosa­ ¡Tonterías!
mente. Pero las curvas, si significaban algo, era
El Krakatoa estalló el 18 de julio. Dio porque incluían el «libre albedrío»; daban
tema para la primera emisión importante la media de todos los «albedríos» indivi­
de televisión a través del Pacífico. Su efec­ duales de un universo estadístico; y el
to sobre las puestas de sol, sobre la cons­ resultado era una función exacta. Cada
tante solar, sobre la temperatura media mañana, tres millones de «libres albe­
y sobre la caída de lluvia no se notaría dríos» se dirigían hacia el centro de la
hasta finales del año. megápolis de Nueva York; cada tarde, sa­
La falla de San Andrés, con sus ten­ lían de nuevo de ella... Todo gracias a su
siones no mitigadas desde el desastre de «libre albedrío», y siguiendo una exacta
Long Beach en 1933, continuó incremen­ y predecible curva.
tando su inestabilidad: una herida no cu­ ¡Pregúntaselo a un lemingo! Pregún-

el año final / 41
táselo a todos los lemingos, vivos o muer­ ción. Es un puro dato estadístico, y yo
tos. ¡Que lo pongan a votación! soy im dato salvaje.
—^Ah, bueno, de todas maneras ya tengo
doscientos cuarenta y siete dólares para
Dejó a un lado su agenda y telefoneó comenzar ese millón. Hasta luego.
a Meade: Lo que le quería mostrar Meade era la
—¿Hablo con mi dato estadístico fa­ habitual propaganda Rosacruz, cuidado­
vorito? samente impresa, incluyendo una fotogra­
—¡Potty! Estaba pensando en tí. fía (retocada, de eso estaba seguro) de
—Naturalmente. Es la noche en que la tan disputada línea en la pared del co­
salimos juntos. rredor que se decía que profetizaba, con
—Sí, pero también por otra razón. Po- sus diversas discontinuidades, todo el fu­
tiphar, ¿has visto alguna vez la Gran Pi­ turo. Esta tenía una escala de tiempos
rámide? poco habitual, pero en ella venían seña­
—Ni siquiera he estado en las Catara­ lados los principales acontecimientos: la
tas del Niágara. Estoy buscándome una caída de Roma, la invasión normanda, el
mujer rica, para así poder viajar. descubrimiento de América, Napoleón, las
—Ya te avisaré cuando tenga mi pri­ guerras mundiales.
mer millón, pero... Lo que le daba interés era que, repen­
—Es la primera vez que te me declaras tinamente, se detenía: en 1962.
esta semana. —¿Qué te parece, Potty?
—Cállate. ¿Has estudiado alguna vez —Me imagino que el que labraba esas
las profecías que encontraron en el inte­ piedras se cansó. O lo despidieron. O que
rior de la pirámide? contrataron a un nuevo sumo sacerdote
—Escucha, Meade, todo eso está en la con distintas ideas. —^Metió el folleto en
misma categoría que la astrología: justo su escritorio—. Gracias. Ya pensaré como
para los crédulos. Despierta ya. incluirlo en mis datos.
—Sí, naturalmente. Pero, Potty, pensé Pero lo sacó de nuevo, y tomó una re­
que te interesaba todo lo extraño. Y esto gla y una lupa.
es extraño. —^Aquí dice —^anunció—, que el fin lle­
—Ah, perdón. Si es un «bulo de ve­ gará a últimos de agosto, a menos que
rano», Veámoslo. esto sea una cagada de mosca.
—De acuerdo. ¿Tengo que cocinar esta —¿Por la mañana o por la tarde? Me
noche? gustaría saber como tengo que vestirme.
—¿Acaso no es miércoles? —Se llevarán zapatos. Todos los hijos
—¿Cuándo pasarás por aquí? de Dios tienen zapatos —Dejó de nuevo
Miró a su reloj. el folleto.
—Te recogeré en once minutos —Se Ella permaneció en silencio durante
palpó las mejillas—. No, en doce y medio. un momento, y luego dijo:
—Estaré preparada. La señora Megeath —Potty, ¿no es ya hora de saltar a un
dice que el que salgamos con regularidad lado?
significa que te vas a casar conmigo un —¿Cómo? Muchacha, no dejes que esa
día de estos. cosa te afecte. Son puros «bulos de ve­
—No le prestes ni la más mínima aten­ rano».
42 / robert a. Heinlein
—Sí. Pero mira tu gráfico. lares para compensar a Thomas Jefferson
No obstante, pidió que le dejaran libre Meeks por las pérdidas sufridas mientras
la siguiente tarde, y la pasó en la biblio­ era cartero de emergencia en la época de
teca central, en la sala de referencias, con agobio de Navidades del 1936, aprobó el
lo que confirmó su opinón de los agore­ nombramiento de cinco tenientes genera­
ros. Nostradamus era pretenciosamente les y un embajador y finalizó sus sesiones
estúpido. La Madre Shippey era aún peor. en menos de ocho minutos.
En cualquiera de los casos uno podía en­ Los extintores de incendios de un or­
contrar lo que quisiera. felinato del oeste medio resultaron estar
Halló un dato en Nostradamus que le llenos tan solo de aire. El entrenador de
gustó: «El Oriental vendrá desde su sede... uno de los equipos de fútbol americano
Atravesará el cielo, las aguas y la nieve, más importantes inició una recolecta para
y golpeará a cada uno con su arma». enviar mensajes de paz y vitaminas al
Esto sonaba como lo que el Departa­ Politburó.
mento de Defensa pensaba que los comu­ El mercado de valores cayó en dieci­
nistas tratarían de hacer a los Aliados Oc­ nueve puntos y los teletipos llevaban un
cidentales. retraso de dos horas.
Pero también era una descripción de Wichita, en Kansas, seguía inundada
toda invasión que había salido del “cora­ mientras Phoenix, en Arizona, imponía res­
zón del planeta", a lo largo de la historia. tricciones en el agua potable a las áreas
¡Bobadas! situadas fuera de los límites de la ciudad.
Cuando regresó a casa, se encontró to­ Y Potiphar Breen se dio cuenta de que
mando la Biblia de su padre y buscando se había dejado el impermeable en la pen­
las Revelaciones. No pudo hallar nada sión de Meade Barstow.
que comprendiese, pero quedó fascinado Telefoneó a la dueña de la misma, pero
por el continuo uso de números exactos. la señora Megeath pasó la llamada a
Luego, hojeó el libro. Meade.
Su mirada se detuvo en: «No alardees —¿Qué estás haciendo en casa en vier­
de lo que harás en el futuro; porque no nes? —le preguntó.
sabes lo que te traerá un nuevo día». —El encargado me ha despedido. Aho­
Dejó la Biblia a un lado, sinténdose ra, tendrás que casarte conmigo.
pequeño, y nada animado. —Eso es imposible. Meade... en serio,
¿qué ha sucedido?
—Estaba dispuesta a abandonar aquel
Las lluvias comenzaron a la mañana sitio, de todas maneras. Durante las últi­
siguiente. mas seis semanas lo único que ha produ­
Los fontaneros eligeron a la señorita cido dinero ha sido la máquina de vender
Star Morning «Miss Lavabos y Excusados palomitas de maíz. Hoy estuve viendo dos
de 1962» el mismo día en que los emplea­ veces La historia de Lana Turner. No ha­
dos de pompas fúnebres la elegían «El bía trabajo.
Cuerpo Que Más Nos Gustaría Embalsa­ —Voy para ahí.
mar», con lo que su opción a contrato —¿Once minutos?
fue rescindida por Fragantes Films. —Está lloviendo. Veinte... con suerte.
El Congreso votó la suma de 1,37 dó­ Fueron casi sesenta. La Avenida Santa
el año final / 43
La revolución necesita gotas de su­
dor, gotas de sangre y gotas de tinta.

-Y a s s e r A r a f a t
GASBOfi i=EY

Las noticias y artículos de los periódicos,


debido a su forzosa brevedad, siempre de­
jan al lector interesado en los sucesos de
la historia contennporánea con el ansia de
saber más sobre un hecho determinado.
Gaspar Rey no sólo nos documenta sobre
el origen de los movimientos revoluciona­
rios palestinos sino también de su organi­
zación y actividades, del papel que han ju­
gado los países árabes como apoyo o freno
de los guerrilleros, de la política de ocupa­
ción de Israel, etc., hasta los sangrientos
días de la batalla de Ammán, que el autor
nos relata en forma de apuntes de diario
que iba tomando mientras las luchas se
desarrollaban alrededor suyo durante su es­
tancia en aquella capital.
lalucha de un pueblo en busca de una patria

iF E D i»flN !
la lucha de un pueblo en busca de una patria

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EDICIONES DRONTE / Merced, 4 / Barcelona 2 / ESPAÑA


Mónica era un río apenas navegable. La mitió conservar mi trabajo durante tres
Avenida Sunset un atasco. Cuando trató meses más. ¿No te parece bien?
de vadear los arroyos que llevaban a la —Bueno, siento que lo hicieras, eso
casa de la señora Megeath, se dio cuenta es todo. Olvídalo. Meade, el agua está ya
experimentalmente de que el cambiar un sobre la acera ahí fuera.
neumático con la rueda apoyada contra —Lo mejor será que te quedes aquí
un recolector de aguas, presentaba algu­ esta noche.
nos problemas. —Hum... No me gustaría dejar a En­
—¡Potty! —exclamó ella cuando entró tropía aparcado toda la noche en el agua.
chapoteando—. Pareces una rata ahogada. ¿Meade?
Al pronto, se halló arrebujado en una —¿Sí, Potty?
bata que había pertenecido al difunto se­ —Los dos estamos sin trabajo. ¿Que
ñor Megeath y sorbiendo cacao caliente te parecería si nos escapásemos hacia el
mientras la señora Megeath secaba sus ro­ norte, hacia el Mojave, y tratásemos de
pas en la cocina. hallar un lugar seco?
—Meade, yo también estoy sin empleo. —Me encantaría. Pero oye, Potty, ¿es
—¿Cómo? ¿Has dejado el trabajo? una proposición honesta o deshonesta?
—No exactamente. El viejo Wiley y yo —No me vengas con las argumentacio­
hemos tenido diferencias de opinión sobre nes de «blanco-o-negro». Es tan solo una
mis respuestas durante meses... Había de­ sugerencia para que nos tomemos unas
masiados factores de incertidumbre en los vacaciones. ¿Quieres llevarte una cara­
datos que le suministraba para los clien­ bina?
tes. Creía que me estaba mostrando de­ •—No.
masiado pesimista. —Entonces prepara una maleta.
—¡Pero tienes razón! —Ahora mismo. Pero, ¿qué quieres que
—¿Desde c u á n d o el tener razón ha ponga en la maleta? ¿Estás tratando de
puesto a buenas a un hombre con su jefe? decirme que ya es hora de saltar?
Pero no ha sido por eso por lo que me La miró, y luego llevó la vista a la
ha despedido; eso fue sólo la excusa. De­ ventana.
sea a alguien que esté dispuesto a apoyar —No lo sé —dijo lentamente—, pero
el programa de los Ignorantes con papa­ esta lluvia puede proseguir bastante tiem­
rruchadas pseudocientíficas, y yo no es­ po. No te lleves nada que no necesites...
tuve dispuesto a aceptar —Se acercó a la pero no dejes nada de lo que luego no
ventana—. Llueve más fuerte. vayas a poder prescindir.
—Pero los Ignorantes no tienen pro­ Recuperó sus ropas de la señora Me­
grama alguno. geath mientras Meade estaba arriba. Des­
—Ya lo sé. cendió vestida con pantalones y llevando
—Potty, deberías haberte unido a la dos grandes bolsas. Bajo uno de sus bra­
organización. Es una cosa sin consecuen­ zos se veía un viejo y maltrecho oso de
cia alguna. Yo lo hice hace tres meses. peluche.
—¡Infiernos! —Este es Winnie —dijo.
Ella se alzó de hombros. —¿Winnie el Pooh?
—Pagas tu dólar y vas a un par de —No, Winnie Churchill. Cuando estoy
reuniones y te dejan tranquila. Me per­ deprimida, me promete sangre, sudor y
el año final / 45
lágrimas. Entonces me siento mejor. Me bros y ropas, y lo cubrió con todas las
dijiste que trajese todo aquello de lo que mantas de la casa. Subieron por las re­
no pudiese prescindir, ¿no? —Lo miró an­ chinantes escaleras para dar una última
siosamente. mirada.
—De acuerdo. —Potty, ¿dónde está tu gráfico?
Tomó las bolsas. La señora Megeath —Enrrollado detrás del asiento tra­
había parecido satisfecha con la informa­ sero. Bueno, supongo que esto es todo...
ción de que iban a visitar una «mítica» ¡Hey, espera un momento! —Fue a una
tía de él en Bakersfield antes de buscar estantería sobre su escritorio y comenzó
empleo. No obstante, lo dejó cohibido al a recoger unas pequeñas revistas de as­
despedirlo con un beso y pedirle que «se pecto serio—. Casi me olvido de mi colec­
cuidase de su muchachita». ción de El astrónomo del oeste y los do­
La Avenida Santa Mónica estaba blo­ cumentos de la Asociación de observado­
queada, y no se podía transitar por ella. res de las estrellas variables.
Mientras estaban detenidos por el tráfico —¿Para qué llevarlas?
en Beverly Hills, trató de encontrar algo —Me falta por leer casi un año de cada
con la radio del coche, consiguiendo chi­ una. Quizá ahora tenga tiempo de hacerlo.
llidos y sonidos restallantes, y al final una —Hum... Potty, el contemplarte leyen­
estación cercana: do revistas profesionales no es la mejor
—... en efecto —decía una voz seca, idea que se me ocurre para unas vaca­
chillona y tartamudeante—, el Kremlin ciones.
nos ha dado hasta el anochecer para aban­ —¡Silencio, mujer! Tú tienes a Winnie,
donar la ciudad. Este es el corresponsal yo me llevo estas.
de Nueva York, que piensa que en días Se calló y lo ayudó. El echó una mi­
como estos, todo norteamericano de bien rada de deseo a su calculadora eléctrica,
debe procurar tener sus armas a punto. pero decidió que ya era demasiado. Po­
Y ahora, unas palabras de nuestro... dría arreglárselas con la regla de cálculo.
Breen apagó la radio y miró al rostro Mientras el coche hacía olas por la ca­
de ella. lle, ella dijo:
—No te preocupes —dijo—. L l e v a n —Potty, ¿qué tal estás de dinero?
hablando así durante años. —¿Cómo? Supongo que bien.
—¿Crees que están e c h á n d o s e un —Quiero decir que nos estamos yen­
farol? do mientras los bancos están cerrados, y
—No he dicho eso. He dicho: «No te todo eso. —Le entregó su bolso—. Aquí
preocupes». tienes mi banco, no hay mucho, pero po­
Pero lo que él recogió, con la ayuda demos usarlo.
de ella, era claramente un «equipo de su­ Sonrió y le dio unas palmadas en la
pervivencia»: alimentos enlatados, ropa rodilla.
de invierno, un rifle de caza que hacía —¡Buena chica! Yo también llevo mi
dos años que no utilizaba, un equipo de banco encima; comencé a convertir todo
primeros auxilios y el contenido de su lo que tenía en dinero contante y sonante
botiquín. Metió los papeles de su escri­ a principios de año.
torio en una caja de cartón, la puso en —Oh. Yo liquidé la cuenta de mi banco
el asiento trasero junto con las latas, li­ justo después de conocerte.
46 / robert a. Heinlein
—¿Sí? Debes haberte tomado muy en meda y cálida que se hallaba sobre la
serio mis teorías. California del Sur. Preferían esperar a que
—Siempre te tomo en serio. esto ocurriese. Breen hizo que le repara­
sen el limpiaparabrisas y compró dos neu­
máticos nuevos para reemplazar el de
El Cañón Mint era una pesadilla a diez recambio que ya había utilizado, añadió
kilómetros por hora, con la visibilidad algunos artículos de camping a su carga
limitada a las luces posteriores del ca­ y le compró a Meade una automática del
mión que iba delante. Cuando se detuvie­ calibre 32, una pistola muy adecuada para
ron para tomar un café en Halfway, con­ una dama de sociedad.
firmaron lo que parecía evidente: el Puer­ —¿Y esto qué es? —deseó saber ella.
to de Cajón estaba cerrado y el tráfico —Bueno, estás llevando encima una
de la Carretera 66 estaba siendo desvia­ cierta cantidad de dinero.
do por un puerto secundario. —Oh, pensé que quizá fuera para evi­
Al fin, mucho después, alcanzaron la tar que te propasases.
desviación de Victorville y dejaron atrás —Escucha, Meade...
gran parte del tráfico; lo que era una bue­ —Déjalo correr. Gracias, Potty.
na cosa, porque el limpiaparabrisas del Habían terminado de cenar y estaban
lado del conductor había dejado de fun­ metiendo en el coche las compras recién
cionar, y estaban conduciendo por el sis­ hechas cuando les alcanzó el terremoto.
tema de comité. Doce centímetros y medio de agua en
Llegando a Lancaster, ella dijo repen­ veinticuatro horas, más de tres mil mi­
tinamente: llones de toneladas de masa caídas sobre
—Potty, ¿está este cacharro provisto una falla que ya estaba en extrema ten­
de snorkel? sión, provocaron una ruptura que se anun­
—No. ció con un rugido subsónico que retorcía
—Entonces lo mejor será que nos de­ los estómagos.
tengamos. Veo una luz al lado de la carre­
tera.
La luz era un motel. Meade solucionó Repentinamente, Meade se encontró
el dilema entre el ahorro y los convencio­ sentada en el suelo mojado; Breen per­
nalismos firmando ella misma en el libro maneció en pie bailando como un made­
de registro; les dieron un solo aparta­ rero sobre un tronco en el río. Cuando el
mento. Vio que habían dos camas y dejó terreno se calmó un poco, treinta segun­
correr el asunto. Meade se fue a la cama dos más tarde, la ayudó a ponerse en pie.
con su oso de peluche sin siquiera pedir —¿Estás bien?
que le diera un beso de buenas noches. —Tengo los pantalones empapados
Ya estaba amaneciendo un día gris y hú­ —dijo ella ásperamente—. Pero, Potty,
medo. nunca hay un terremoto en tiempo hú­
Se levantaron a media tarde y decidie­ medo. Nunca. Tú mismo lo has dicho.
ron quedarse otra noche más, y luego se­ —Calla un momento, ¿puedes? —Abrió
guir al norte, hacia Bakersfield. Se decía la puerta del coche, y encendió la radio,
que un área de altas presiones se estaba esperando impacientemente a que se ca­
dirigiendo al sur, apartando la masa hú­ lentase:
el año final / 47
—Su estación de radio Sunshine en —Quiero ir hacia el oeste de la auto­
R i v e r s i d e , California. Permanezcan en pista del valle.
nuestra sintonía para oír las últimas noti­ —¿A algún punto en especial?
cias. En este momento es imposible dar —Creo que sí. Ya veremos. Tú escu­
cuenta de la extensión del desastre. El cha la radio, pero también fíjate en el ca­
acueducto del Río Colorado se ha roto; mino. Toda esa gasolina ahí detrás me
no se sabe nada de la cuantía de los da­ pone nervioso.
ños o del tiempo que llevará repararlo.
Por lo que sabemos, el acueducto del va­
lle del Río Owens quizá esté intacto, pero Atravesaron la ciudad de Mojave y se
se aconseja a todas las personas del área dirigieron al noroeste, por la 466 hacia
de Los Angeles no malgastar agua. Mi con­ las Montañas Tehachapi.
sejo personal es llenar todos los cacha­ Se oía mal la radio en el desfiladero,
rros que tengan a mano con el agua de pero lo que pudo escuchar Meade confir­
la lluvia. mó su primera impresión: había sido peor
«Ahora voy a leerles las intrucciones que el terremoto del 1906, peor que lo de
para casos de desastre: “Hiervan el agua San Francisco, Managua y Long Beach
antes de bebería. Permanezcan tranquilos juntos.
en sus casas y no se dejen llevar por el Cuando llegaron a las montañas, el
pánico. No congestionen las carreteras. tiempo se estaba aclarando en aquellos
Cooperen con la policía y den...” ¡Joe! contornos; aparecieron algunas estrellas.
•(Contesta al teléfono! “...den la ayuda que Breen salió hacia la izquierda de la auto­
se les solicite cuando sea necesario. No pista y rodeó Bakersfield por la carretera
usen el teléfono excepto para...” ¡Noticia local del sur y llegó a la superautopis-
de última hora! Según un informe no con­ ta 99, justo al sur de Greenfield. Como
firmado llegado de Long Beach se dice ya se había temido, estaba abarrotada de
que la costa de Wilmington y San Pedro refugiados. Se vio obligado a seguir con
está sumergida bajo metro y medio de la caravana tres o cuatro kilómetros an­
agua. Repito, que no se ha podido con­ tes de poder salir hacia el oeste en Green­
firmar esto. Y aquí hay ún mensaje del field, hacia Taft. Se detuvieron en los su­
general al mando del Campo March: burbios oeste de la ciudad y comieron
”Nota oficial; todo el personal militar se en un local que permanecía abierto toda
presentará...”. la noche.
Breen apagó la radio. Iban a subir de nuevo al coche cuando,
—Métete en el coche. repentinamente, «salió el sol» hacia el sur.
Se detuvieron en el pueblo y lograron La rosácea luz se expandió casi instantá­
comprar seis bidones de veinte litros y neamente, llenó el cielo, y se apagó. Don­
una lata. Los llenó con gasolina y los co­ de había estado, se elevaba ahora una co­
locó en el asiento trasero, rodeándolos lumna roja y púrpura, que formaba un
con mantas, coronando el lío con una do­ hongo en su cima.
cena de latas de aceite. Reanudaron la Breen la contempló, miró a su reloj,
marcha. y dijo secamente;
—Qué es lo que vamos a hacer, Po- —Métete en el coche.
tiphar? —¡Potty, eso ha sido en...!

48 / robert a. heinlein
—En lo que fue Los Angeles. ¡Métete Breen, sacó su pequeña pistola de señora,
en el coche! apuntándola al rostro del hombre y apre­
Condujo en silencio durante varios mi­ tó el gatillo. Breen pudo ver el fogonazo
nutos. Meade parecía estar en un estado frente a su mismo rostro, pero ni se en­
de shock, incapaz de hablar. Cuando les teró del ruido del disparo. El hombre
llegó el sonido, miró de nuevo su reloj. pareció asombrado, con un redondo y aún
—Seis minutos y diecinueve segundos. no ensangrentado orificio en su labio su­
Exactamente. perior; luego, lentamente, se desplomó
—Potty, debíamos habernos traído a hacia atrás.
la señora Megeath. — ¡ Ac e l e r a ! —dijo Meade con voz
—¿Cómo íbamos a saber que ocurri­ aguda.
ría esto? —le contestó él irritado—. De Breen inspiró profundamente.
todas maneras, uno no puede trasplantar —Pero...
un árbol viejo. Si estaba allí, ni ha debido —¡Ponlo en marcha! ¡Acelera!
enterarse. Siguieron la carretera estatal que atra­
—¡Oh, así lo espero! vesaba el Bosque Nacional Los Padres,
—Ya será bastante difícil que podamos deteniéndose en una ocasión para llenar
ocuparnos de nosotros mismos. Toma la el depósito con los bidones. Giraron hacia
linterna y estudia el mapa. Deseo girar un camino de tierra. Meade seguía pro­
hacia el norte en Taft, para ir hacia la bando con la radio, y logró captar en una
costa. ocasión la emisión de San Francisco, pero
—Sí, Potiphar. con demasiada estática para poder escu­
charla. Luego, logró encontrar Salt Lake
City, débil pero nítida:
Se calló e hizo lo que le decía. La ra­ —... dado que no hay informes de que
dio permanecía muda, incluso la estación nada lograse atravesar nuestra cadena de
de Riverside. Toda la banda estaba llena radares, se debe suponer que la bomba
de una curiosa estática, parecida al soni­ de la ciudad de Kansas debió haber sido
do de la lluvia en ima ventana. colocada en vez de lanzada. Esta es tan
Disminuyó la velocidad al acercarse solo una teoría, pero...
a Taft, para que ella encontrase la des­ Entraron en un profundo desfiladero
viación hacia el norte de la carretera es­ y perdieron el resto. Cuando la radio vol­
tatal, y doblaron por ella. Casi inmediata­ vió a funcionar, se oía una nueva voz,
mente, saltó una figura a la carretera, autoritaria:
frente a ellos, agitando violentamente los —Mando de la Defensa Aérea, retrans­
brazos. Breen pisó a fondo el freno. mitiendo a través de todas las emisoras.
El hombre corrió al lado izquierdo El rumor de que Los Angeles ha sido al­
del coche, golpeando con los nudillos el canzado por una bomba atómica carece
cristal. Breen lo bajó. Entonces, se quedó totalmente de fundamento. Es cierto que
mirando anonadado la pistola en la mano la metrópolis del oeste ha sufrido un se­
del hombre. vero terremoto, pero eso es todo. La ayu­
—Fuera del coche —dijo con sequedad da del gobierno y la Cruz Roja ya se en­
el extraño—. Lo necesito. cuentra allí para cuidar de las víctimas,
Meade se inclinó sobre las rodillas de pero, repito, no ha habido ningún ataque

el año final / 49
atómico. Así que relájense, y quédense era casi impracticable. Pero finalmente
en sus casas. Tales rumores criminales lograron subir a un promontorio desde
pueden hacerle tanto daño a los Estados el que casi se divisaba el Pacífico, y por
Unidos como las bombas enemigas. Apár­ fin descendieron a una hondonada en la
tense de las carreteras y permanezcan a que se encontraba la casa.
la escucha para... —Todos fuera, m u c h a c h a . Final de
Breen cerró la radio. trayecto.
—^Alguien —dijo amargamente—, ha Meade suspiró.
decidido una vez más que «Papá sabe lo —Es divino.
que hay que hacer». No nos dirán las ma­ —¿Crees que podrás preparar algo de
las noticias. desayuno, mientras descargo las cosas?
—Potiphar —dijo Meade, angustiada—, Probablemente habrán troncos en el co­
eso fue una bomba atómica, ¿no? bertizo. ¿Sabes encender un hogar?
—Lo fue. Y ahora no sabemos si sólo —Ya lo verás.
ha sido en Los Angeles, y en la ciudad Dos horas más tarde. Breen estaba en
de Kansas, o en toda gran ciudad del país. lo alto del promontorio fumando un ciga­
Lo único que sabemos, es que nos están rrillo y mirando hacia el oeste. Se pre­
engañando. guntaba si aquello que veía en dirección
Se concentró en conducir el coche. El a San Francisco sería un hongo atómico.
camino era muy malo. Probablemente sería su imaginación, dada
la distancia. Lo que era seguro, es que
no se veía nada hacia el sur.
Cuando comenzaba a amanecer, ella Meade salió de la casa:
le dijo: —¡Potty!
—Potty, ¿sabes a dónde vamos? ¿O es —^Aquí estoy.
que tan sólo estamos alejándonos de las Fue junto a él, le tomó la mano y son­
ciudades? rió, luego le quitó el cigarrillo y dio una
—Creo que sé a donde vamos. No estoy larga chupada. Exhaló el humo, y dijo:
perdido —^Miró a su alrededor—. En efec­ —Sé que es pecaminoso decirlo, pero
to, aquí es. ¿Ves aquella colina, allá de­ me siento más en paz de lo que he estado
lante, con los tres gendarmes siluetados? en meses.
—¿Gendarmes ? —Lo sé.
—Los grandes pilares de roca. Son una —¿Viste las latas de comida que hay
señal inconfundible. Ahora, hemos de en­ en la despensa? Podremos soportar un
contrar un camino privado. Lleva a un invierno duro aquí dentro.
pabellón de caza que pertenece a dos ami­ —Quizá tengamos que hacerlo.
gos míos; en realidad, se trata de un viejo —Supongo que sí. Desearía que tuvié­
rancho, que no rendía económicamente. semos una vaca.
—¿No les importará que lo utilicemos? —¿Qué harías con una vaca?
Se alzó de hombros. —^Acostumbraba a ordeñarlas antes de
—Si aparecen, ya se lo preguntaremos. coger el autobús escolar, cada mañana.
Si aparecen. Vivían en Los Angeles. También sé cómo matar un cerdo.
El camino privado había sido, en otro —Trataré de encontrarte un cerdo.
tiempo, un mal sendero de muías; ahora. —Si lo consigues, yo lo ahumaré —^bos­
50 / robert a. Heinlein
tezó—. De pronto, me siento horrible­ —¿Cómo? Por todos los infiernos, mu­
mente cansada. jer, quizá nos olvidásemos hasta de decir­
—Yo también. Y no es extraño. lo. Ahora, repite tras de mí: Yo, Poti­
—Vamos a la cama. phar, te tomo a tí, Meade...
—Uh, sí. ¿Meade?
—¿Sí, Potty?
—Quizá tengamos que estar aquí bas­ III
tante tiempo. Lo comprendes, ¿no?
—Sí, Potty. O f i c i a l : A l a s e s t a c io n e s d e n t r o d e l
—De hecho, no sería nada estúpido el RADIO DE ESCUCHA, PARA EMITIRLOS DOS VE­
quedamos escondidos hasta que esos grá­ CES. B o l e t ín e j e c u t i v o n ú m e r o n u e v e : L a s
ficos comiencen a subir de nuevo. Ten­ LEYES DE c a r r e t e r a s PREVIAMENTE H E C H A S
drán que hacerlo, ¿sabes? PÚBLICAS H A N SIDO IGNORADAS BN M U CHOS
—Sí. Ya me había imaginado eso. CASOS. S e o r d e n a a l a s p a t r u l l a s q u e DIS­
Breen dudó, y luego prosiguió: PAREN SIN PREVIO AVISO, Y A LOS AGENTES
—Meade, ¿quieres casarte conmigo? DE LA LEY QUE CONDENEN A PENA DE MUERTE
—Sí —Se le acercó. A TODO AQUEL QUE POSEA GASOLINA SIN AUTO­
Al cabo de un rato, él la apartó sua­ RIZACIÓN. L a s NORMAS d e g u e r r a b io l ó ­
vemente, y dijo: g ic a Y CUARENTENA DE RADIACIÓN ANTERIOR­
—Cariño, cariño mío... Esto... Podría­ MENTE DICTAMINADAS DEBEN SER SEGUIDAS
mos tomar el coche e ir a buscar a un RÍGIDAMENTE. ¡VlVAN LOS ESTADOS U n IDOS!
sacerdote en algún pueblecillo. H a r l e y J . N ea l, T e n ie n t e G e n e r a l , J e f e
Ella lo miró fijamente. P r o v i s i o n a l d e l G o b i e r n o . T od a s l a s e m i ­
—¿No crees que eso no sería muy inte­ s o r a s , REPÍTANLO d o s VECES.
ligente? Quiero decir que nadie sabe que
estamos aquí, y eso es lo que deseamos.
Además, tal vez tu coche no pudiera vol­ E st a e s la c a d e n a d e e m i s o r a s d e R a­
ver a repetir ese camino. d io A m e r i c a L i b r e . ¡D i f u n d i d e s t o , m u ­
—No, no sería muy inteligente. Pero c h a c h o s ! E l G obern ad o r B ra n d ley ju r ó
me gustaría hacer las cosas como Dios h o y e l ca rgo de P r e s id e n t e a n t e e l S e ­
manda. c r e t a r io d e J u s t ic ia P r o v is io n a l R o b e r t s ,
—No importa, Potty. No importa. s e g ú n la l e y d e S u c e s i ó n . E l P r e s i d e n t e
—Bueno, entonces... Arrodíllate aquí n o m b r ó S e c r e t a r i o d e E s ta d o a T h o m a s
conmigo. Diremos las palabras juntos. D e w e y y a P a u l D o u g la s c o m o S e c r e t a r io
—Sí, Potiphar —Se arrodilló y tomó DE D e f e n s a . S u s e g u n d o a c t o o f i c i a l f u e
su mano. Breen cerró los ojos y rezó men­ e x p u l s a r del E jé r c it o a l ren eg a d o N ea l,
talmente. y o r d e n a r s u a r r e s t o p o r c u a l q u ie r p e r ­
Cuando los abrió, dijo: son a , c iv il o m i l i t a r . S e g u ir á n n u e v a s
—¿Qué sucede? n o t ic ia s m á s t a r d e . D if u n d id e s t o .
—Las piedras me hacen daño en las
rodillas.
—Entonces, lo diremos de pie. H o l a . H o l a . CQ, CQ, CQ. A q u í W 5 K M R ,
—No. Mira, Potty, ¿por qué no vamos F r e e p o r t . ¡QRR, QRR! ¿ M e e s c u c h a a l ­
a la casa, y lo decimos dentro? g u ie n ? ¿ A l g u ie n ? E s t a m o s m u r ie n d o co m o

el año final / 51
MOSCAS POR AQUÍ. ¿QuÉ H A PASADO? CO­ Las curvas estadísticas estaban subien­
MIENZA CON FIEBRE Y UNA SED ENLOQUECE­ do de nuevo. Ya no le quedaba a Breen
DORA, PERO UNO NO PUEDE TRAGAR. N ECESI­ ninguna duda al respecto. Quizá ni si­
TAMOS AYUDA. ¿M e ESCUCHA ALGUIEN? HOLA, quiera fuera n e c e s a r i o quedarse en la
CQ 75, CQ 75. A q u í W5 K a E m e E r r e Sierra Madre durante el invierno, aunque
EMITIENDO QRR Y CQ 75. P a so a la e s c u ­ pensaba que lo mejor sería hacerlo. Sería
c h a ... ¡D e q u i e n s e a .' estúpido el ser alcanzados por las últi­
mas oleadas de una epidemia que desapa­
recería, o muertos por un vigilante ner­
E sta es la hora d el S e ñ o r , p a t r o c i­ vioso, cuando algunos meses de espera
nada POR el E l ix ir del C i s n e , e l t ó n ic o eliminarían todo peligro.
QUE c o n v ie r t e EN DICHOSA LA ESPERA POR Se dirigía hacia el promontorio para
EL R e i n o d e D i o s . V a n a o í r u s t e d e s u n contemplar la puesta del sol y leer un
MENSAJE DE ÁNIMO DEL JU E Z BROOMFIELD, rato. Miró su coche mientras pasaba jun­
VICARIO UNGIDO DEL REINO EN LA TIERRA . to a él, pensando que le gustaría escu­
P e r o p r im e r o , u n b o le tín : e n v íe n s u s do­ char la radio. Suprimió el deseo: ya ha­
n a tiv o s A M e s s ia h , C l i n t , T e x a s . No t r a ­ bían gastado dos tercios de la reserva de
t e n d e e n v ia r lo s p o r c o r r e o ; m á n d e n lo s gasolina simplemente en mantener la ba­
POR UN m e n s a j e r o DEL R eIN O O POR ALGÚN tería cargada para oír la radio; y aún esta­
p e r e g r i n o q u e v i a j e h a c i a AQUÍ. Y AHORA, ban en diciembre. Realmente, tendría que
e s c u c h e n a l C o ro d e l T a b e rn á c u lo , se ­ reducirlo a dos veces por semana. Pero
g u i d o POR LA v o z d e l V i c a r i o e n l a significaba mucho para él el escuchar el
T ie r r a ... boletín de noticias del mediodía de Amé­
rica Libre y luego mover el botón durante
unos minutos, para ver que otras cosas
podía escuchar.
...EL PR IM E R s í n t o m a SON UNOS PEQUE­
Pero, durante los últimos tres días,
ÑOS p u n t i t o s r o j o s e n l o s s o b a c o s . P i c a n .
América Libre no había emitido: quizá
C o lo q u e n in m e d ia ta m e n te a l o s p a c ie n te s
fuera a causa de las interferencias sola­
EN u n l e c h o y m a n t é n g a n l o s TAPADOS Y
res, o tal vez un fallo en el suministro
c a lie n te s . L uego, v a y a n a e n ja b o n a rs e co n
eléctrico. Pero, aquel rumor de que ha­
u n c e p illo y u se n u n a m ásca ra. No sab e­
bían asesinado al Presidente Brandely...
m o s AÚN c o m o s e c o n t a g i a . PASEN LA IN ­
no lo había oído por la emisora de Amé­
FORMACIÓN, E d.
rica Libre, pero tampoco había sido dene­
gado por ésta, lo cual era bastante signi­
ficativo.
...NO SE H A INFORMADO SOBRE NUEVOS N o obstante, le preocupaba.
ATERRIZAJES EN NINGÚN PUNTO DEL CONTI­ Y aquella otra historia de que la mí­
NENTE. Los POCOS PARACAIDISTAS QUE LOGRA­ tica Atlántida había emergido durante el
RON ESCAPAR A LA MATANZA INICIAL, SE SU­ período de los terremotos, y que las Azo­
PONEN ESCONDIDOS EN LOS POCONOS. D ISPA­ res eran ahora parte de un pequeño con­
REN AL VERLOS, PERO TENGAN CUIDADO; PO­ tinente... Casi con certeza se trataba de
DRÍA SER LA TÍA T eS S IE . CORTO Y CIERRO. un recuerdo de las antiguas «serpientes
H a s t a m a ñ a n a a l m e d io d ía ... de mar» de los periódicos en verano, pero

52 / robert a. Heinlein
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teléfono 563-63-59 Teléfono 2 03 05 33
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le hubiera gustado oír algo más de aquel tado aquel lugar, tenía mucho que ver con
asunto. el fin de la guerra, suponía.
Con una cierta sensación de culpa, dejó Era asombroso que siquiera alguno de
que sus pasos lo llevaran al coche. No era los transportes de paracaidistas soviéti­
honesto escuchar cuando Meade no es­ cos hubiera logrado llegar.
taba allí. Encendió la radio, giró lenta­
mente el botón, primero en un sentido,
y luego en el otro, para recorrer total­ Breen suspiró y se sacó del bolsillo
mente la banda. A todo volumen, no se el ejemplar de noviembre de 1961 del
oía ni una voz, tan sólo un terrible rugido Astrónomo del oeste. ¿Dónde estaba? Oh,
de estática. sí. Algunas notas sobre la estabilidad de
Se lo tenía merecido. las estrellas tipo G con especial referen­
Subió al promontorio, se sentó en el cia al Sol, escrito por Dymkowski, del Ins­
banco que había llevado hasta allí: su tituto Lenin y traducido por Heinrich
«banco del recuerdo», consagrado a la Ley, F.R.A.S.
memoria del día en que Meade se había Buen chico, ese ruso: un excelente ma­
hecho daño en las rodillas con el suelo. temático. Aplicaba muy astutamente la
Se sentó y suspiró. Tenía el estómago lle­ teoría de las series armónicas, razonando
no de venado y maíz frito; sólo le faltaba sin fallo alguno.
tabaco para sentirse totalmente feliz. Breen comenzó a buscar la página en
El color de las nubes del atardecer era que estaba, cuando se dio cuenta de un
espectacularmente bello, y el tiempo ma­ pie de página que antes no había leído.
ravilloso para diciembre; ambas cosas, Se refería al autor del artículo: «Este tra­
pensó, causadas por el polvo volcánico, bajo fue denunciado por Pravda como
tal vez con una cierta ayuda de las bom­ “reaccionarismo romántico”, poco des­
bas atómicas. pués de ser publicado. Desde entonces,
¡Era sorprendente ver como todo se no se ha sabido nada más del Profesor
derrumbaba, en cuanto se abría una grie­ Dymkowski, y se puede suponer que ha
ta! Y también lo era como todo se estaba sido liquidado.»
recuperando, según parecían mostrar las ¡Pobre hombre! Bueno, de todas ma­
señales. Una curva llega a su punto mí­ neras hubiera sido atomizado luego, jun­
nimo, y entonces comienza a subir. to con los asesinos que lo mataron. Se
La Tercera Guerra Mundial había sido preguntó si realmente el ejército habría
la más corta de todas las grandes guerras: acabado con todos los paracaidistas ru­
cuarenta ciudades desaparecidas, contan­ sos. El había matado su propia cuota: si
do Moscú y las otras ciudades enemigas, no hubiera logrado cazar aquel venado
así como las americanas... Y luego, ¡plaff!, a menos de medio kilómetro de la casa,
ninguno de ambos bandos había estado y no hubiera regresado inmediatamente,
en disposición de continuar la lucha. Meade lo habría pasado mal. Los había
Naturalmente, el hecho de que ambos matado por la espalda y enterrado detrás
contendientes hubieran lanzado su ataque de la leñera.
principal sobre el Polo Norte durante uno Se sentó para disfrutar de un poco
de los peores momentos del clima ártico de placer sólido. Dymkowski era una de­
conocidos desde que Peary había inven­ licia. Naturalmente, ya se sabía de anti­
54 / robert a. heinlein
guo que una estrella de tipo G, tal como ciarios y cuaternarios, que daban exac­
el Sol, era potencialmente inestable; una tamente el momento de mayor posibi­
estrella G-0 podía explotar, apartarse del lidad.
diagrama de Russell, y terminar siendo ¡Maravilloso! Dymkowski hasta asig­
una enana blanca. Pero nadie, antes de naba fechas para los límites extremos de
Dymkowski, había definido las condicio­ su yugo primario, como tenía que hacer
nes exactas para una tal catástrofe, ni cualquier estadístico que se preciara.
había logrado construir la fórmula ma­ Pero, mientras Breen r e p a s a b a los
temática con que diagnosticar esa inesta­ cálculos, su sensación pasó de intelectual
bilidad y describir su progreso. a personal. Djmikowski no estaba hablan­
Alzó la vista, para descansar de la lec­ do de cualquier estrella G-0. En la parte
tura, y vio que el sol estaba oscurecido segunda hablaba del mismo Sol, del Sol
por una delgada nube baja: una de esas personal de Breen: el tiparrón ese de allá
condiciones poco usuales en las que el arriba con la gran peca en la cara.
efecto de filtro es el exacto para permitir ¡Y era una peca tremendamente enor­
ver el sol con el ojo desnudo. Probable­ me! Un agujero en el que uno podía tirar
mente era polvo volcánico en el aire, se a Júpiter sin producir oleadas. Ahora, lo
dijo, que actuaba cual si fuera un cristal podía ver todo miiy claro.
ahumado. Siempre se habla acerca de «cuando
Lo miró de nuevo. O lo veía mal, o las estrellas se enfríen y también el Sol»,
aquello era una tremenda mancha solar. pero este es un concepto impersonal,
Había oído hablar de que a veces se po­ como el de la muerte de uno mismo.
dían ver a simple vista, pero nunca lo Breen comenzó a pensar en ello muy
había logrado. personalmente. ¿Cuánto tiempo tardaría,
Deseó tener un telescopio. desde el momento en que se iniciase el
Parpadeó. Sí, señor. Estaba allí, al lado desequilibrio, hasta que la oleada en ex­
derecho del sol. Una mancha enorme: no pansión llegase a la Tierra? No podría
era extraño que la radio del coche sonase saberlo sin realizar un cálculo, mediante
como un discurso de Hitler. las ecuaciones situadas frente a él. A pri­
Regresó al artículo, y continuó hasta mera vista, le parecía que sería una me­
acabarlo, sintiéndose ansioso por hacerlo dia hora el tiempo transcurrido desde el
antes de que faltase la luz. inicio hasta que la Tierra hiciera ¡fluff!
Al principio, su sensación era de puro Contempló la idea con suave melanco­
placer intelectual ante el lógico razona­ lía. ¿Nunca más? ¿Jamás? Colorado en
miento matemático del escritor. Un dese­ una mañana fría... la carretera de Boston
quilibrio del tres por ciento en la cons­ con el humo de las hojas de otoño flo­
tante solar: sí, aquello era algo standard; tando en el aire... el Condado de Bucks
el Sol se convertiría en nova con un tal estallando en colorido en la primavera.
cambio. Pero Dymkowski seguía más allá. Los aromas húmedos del mercado de pes­
Mediante una nueva operación matemá­ cado de Ful ton: no, aquello ya había de­
tica a la que había denominado «yugo», saparecido. Café en el Morning Cali. Ya
delimitaba el período de la historia de nunca más moras silvestres en una colina
una estrella en que esto podía suceder, de Jersey, cálidas y dulces como labios.
rematándolo con yugos secundarios, ter­ Amanecer en el Pacífico Sur con el suave

el año final / 55
aire cual fresco terciopelo bajo la camisa Era mayor. La mancha estaba cre­
y ningún otro sonido que el cloqueo del ciendo.
agua contra los costados de la vieja lan­ ¿Y qué es la raza humana? Monos,
cha herrumbrosa... ¿ Cu á l era su nom­ pensó, monos con un toque de poesía,
bre? Hacía ya mucho tiempo: la Mary apiñándose y estropeando un planeta de
Brewster. segunda clase de una estrella de tercera.
Ya no más Luna si la Tierra desapa­ Pero, a veces, acababan las cosas con gran
recía. Estrellas, pero nadie para contem­ estilo.
plarlas. Se acurrucó contra él:
Volvió a mirar las fechas que limita­ —Tengo frío.
ban el yugo de p r o b a b i l i d a d de Dym- —Pronto hará más calor... Quiero de­
kowski. cir, que se te pasará el frío.
«Tus ciudades de alabastro brillan, —Potty, cariño —Miró hacia arriba—.
no veladas por...» Potty, algo raro le está pasando a esta
Repentinamente, sintió necesidad de puesta de sol.
Meada y se puso en pie. —No, querida: al Sol.
Contempló la revista, aún abierta fren­
te a él. 1739 y 2185. No necesitaba sumar
Ella venía a su encuentro. las dos fechas y dividir por dos para lo­
—¡Hola, Potty! Ya puedes venir, sin grar una respuesta. En lugar de hacerlo,
correr peligro: he terminado de fregar le apretó con fuerza la mano, dándose
los platos. cuenta, con una inesperada y arrolladora
—Debería haberte ayudado. sensación de pena que 1962 era el...
—Tú haces el trabajo de hombre; yo
el de mujer. Es lo correcto —Con una Fin.
mano hizo visera sobre sus ojos—. ¡Qué
puesta de sol! Deberían estar saltando
volcanes por los aires durante todo el
año.
—Siéntate, y la contemplaremos.
Se sentó junto a él.
—¿Te fijas en la mancha solar? Pue­
des verla a simple vista.
Ella la miró.
—¿Es eso una mancha solar? Parece
como si alguien le hubiese dado un mor­
disco.
Volvió a mirarla, entonando los ojos.
¡Parecía aún mucho mayor!
Meade se estremeció.
—Tengo frío. Pásame el brazo por los
hombros.
Lo hizo con el brazo libre, mientras
seguía teniéndole la mano con el otro.
56 / robert a. Heinlein
LA ULTIMA NOCHE DEL VERANO
ALFRED C O P P E L
El cuarto derramó su copa sobre ei
Sol, y fuéle dado abrasar a los hombres
con el fuego. Eran abrasados los hom­
bres con grandes ardores, y blasfema­
ban el nombre de Dios, que tiene poder
sobre estas plagas; pero no se arrepin­
tieron para darle gloria.

del Apocalipsis,
de San Juan
Ardían fuegos en la ciudad. Con su y utilizaron todos los términos astrofísi­
casa a oscuras —la central eléctrica es­ cos que ni siquiera un hombre de cada
taba abandonada por aquel entonces— dos millones se había preocupado jamás
Tom Henderson podía ver claramente los en comprender. Y lo que le decían al
fuegos. Se reflejaban como fogatas contra mundo era que, en la última noche del
la masa de humo. verano, moriría.
Se sentó en la oscuridad, fumando y Al principio, el incremento sería gra­
escuchando la aguda voz del locutor que dual. Las temperaturas habían sido altas
le llegaba por la radio portátil: durante todo el verano. Luego, el 22 de
—...las temperaturas medias están su­ septiembre, se produciría un repentino
biendo hasta máximas anormales en todo incremento en el calor producido por la
el mundo. París nos informa de una máxi­ familiar bola roja del cielo. La tempera­
ma registrada ayer de 42°... Nápoles tuvo tura superficial de la Tierra alcanzaría los
45°... Los astrónomos predicen... El go­ 200° durante diecisiete horas. Luego, todo
bierno aconseja que la población civil per­ volvería a la normalidad.
manezca en calma. Ha sido declarada la Henderson hizo una mueca al vacío.
ley marcial en Los Angeles... Volvería a la normalidad. Los mares, que
La voz sonaba débil. Las pilas estaban habrían desaparecido en una gigantesca
ya muy gastadas. Y no es que importase. ebullición, se condensarían y caerían en
A pesar de toda nuestra palabrería, pensó forma de lluvia durante un mes o así,
Henderson, este es el fin. Y no tenemos inundando las tierras, arrastrando toda
valor para enfrentarnos con ello. Real­ traza de la civilización humana... que no
mente, era bien simple. Ni guerra de los hubieran ardido antes. Y, en un par de
mundos, ni colisión con otro planeta. Un meses, la temperatura descendería otra
ligero incremento en la temperatura. Eso vez hasta un nivel en el que un hombre
era todo. Los astrónomos habían sido los pudiera caminar por la superficie sin
primeros en descubrirlo; y habían hecho necesidad de ropa protectora contra el
declaraciones tranquilizadoras a la pren­ calor.
sa. El aumento de la temperatura sería Sólo que no quedarían muchos hom­
pequeño. De un diez por ciento, con un bres con vida. Tan sólo los afortunados
error en más o en menos de unos pocos que poseían talismanes de supervivencia,
millones de grados. Hablaron de tensio­ los discos metálicos que daban acceso a
nes superficiales, de presiones internas las Madrigueras. De una población de cua­

la última noche del verano / 59


tro mil millones, menos de un millón Pero, ¿si no había pensado en ellas
sobreviviría. antes, por qué iba a hacerlo ahora, aun­
El locutor parecía mortalmente can­ que hubiera un fin del mundo? Las había
sado. Tiene por qué, pensó Henderson. abandonado, y t a m b i é n a Laura. ¿Por
Ha estado en emisión durante diez horas qué? Por Kay y el dinero y un estilo de
o más sin que nadie lo sustituyese. Todos vida que desaparecería con un destello
hacemos lo que p o d e m o s . Que no es al llegar el alba. Todos danzaban su mi­
mucho. núsculo ballet en el borde del mundo
—...ya no se aceptan solicitudes para mientras él permanecía sentado, vacío de
las Madrigueras... objetivo o sensación, contemplándolos a
Espero que así sea, pensó Henderson. través del telescopio invertido.
Había habido tan poco tiempo... Tres me­ Se preguntó donde estaría Kay ahora.
ses. El que hubieran logrado construir Por toda la ciudad se estaban celebrando
las diez Madrigueras ya era b a s t a n t e . Fiestas Estelares. ¡Esta noche no hay lí­
Pero, después de todo, el dinero no había mites para nada! Cualquier cosa que uno
importado. Tenía que estar recordando desee. Mañana... ¡bang! Nada prohibido,
siempre que las valoraciones antiguas no nada negado. ¡Esta es la última noche del
servían para este caso. No importaba ni mundo, muchacho!
el dinero, ni los materiales, ni siquiera el Kay se había vestido, si es que así se
trabajo... Aquella antigua medida del co­ podía decir, y salido a la calle a las
mercio. Tan sólo el tiempo. Y eso era lo siete.
que había faltado. —¡No me voy a quedar aquí simple­
—...la población de Las Vegas ha sido mente a esperar! —Recordaba la histeria
evacuada a varias minas del área... de su voz, el estupor anonadado en sus
Buen intento, pero no servirá, pensó ojos. Y luego a Tina y a las otras llegan­
Henderson lánguidamente. Si el calor no do, algunas borrachas, otras sólo histéri­
los mataba, lo haría el apiñamiento. Y, si cas por el terror. Tina envuelta en su abri­
eso también fallaba, entonces serían las go de armiño, bailando por la habitación
inundaciones. Y, naturalmente, habrían y cantando con una voz aguda y quebrada.
terremotos. No podemos imaginarnos una Y la otra chica, Henderson nunca podía
catástrofe de esta magnitud, se dijo a sí recordar su nombre, pero la recordaría
mismo. No estamos equipados ni mental ahora por el tiempo que quedase: ves­
ni físicamente para ello. La única cosa que tida sólo con sus joyas. Diamantes, rubíes,
podía comprender un hombre eran sus esmeraldas; brillando y fulgurando a los
propios problemas. Y aquella última no­ últimos rayos del hinchado sol. Y las lá­
che del verano hacía que todos ellos pa­ grimas rodando por sus mejillas mientras
reciesen insignificantes, diminutos, como le rogaba que hiciera el amor con ella...
si se estuvieran contemplando con un te­ Era una pesadilla, pero era real. El
lescopio puesto al revés. rojo sol que se sumergía en el Pacífico
Lo siento por las niñas, pensó. Lorrie era real. Los incendios y los saqueos en
y Pam. Deberían haber tenido una opor­ la ciudad no eran sueños. Aquella era la
tunidad de vivir. Notó una sensación de forma en que se estaba acabando el mun­
ahogo al pensar en sus hijas. Ocho y diez do. Fiestas Estelares y asesinatos en las
años son malas edades para morir. calles, y mujeres vestidas con piedras pre­
60 / alfred coppel
ciosas, y lágrimas: un millón de litros de bado? La noche anterior, en casa de los
lágrimas. Gilmans se había celebrado una ridicula
Fuera se oyó un chirrido de neumáti­ Misa Negra llena de horror y de estupi­
cos y un choque, luego el tintineo de cris­ dez: la hermosa Louise Gilman tomando
tales y silencio. Calle abajo sonó un dis­ a sus invitados, uno tras otro, entre la
paro. Se escuchó un grito que era parte destrozada vajilla y platería de la mesa
risa y parte alarido. del comedor mientras su esposo estaba
No tengo objetivo, pensó Henderson. medio muerto por una dosis excesiva de
Estoy sentado, miro y espero el fin. Y la morfina.
voz de la radio se hizo aún más débil. Nuestro grupo, pensó Henderson. Ban­
—...los que se hallen en las madrigue­ queros, industriales, gente que cuenta.
ras sobrevivirán... En minas y cavernas... ¡Dios! Ya era bastante malo el morir;
Los geólogos prometen un porcentaje de pero el morir sin dignidad, era aún peor.
supervivencia del cuarenta por ciento... Y el morir sin propósito, era abismal.
Detrás del telón de acero... Alguien estaba golpeando la puerta,
Detrás del telón de acero, nada. Quizá arañándola, aullando. Siguió sentado.
fuera instantáneo, y no siguiendo la cur­ —¡Tom... Tom... Soy Kay! ¡Déjame en­
vatura del mundo con la aurora. Natural­ trar, por Dios!
mente que sería instantáneo. El sol se Quizá era Kay. Quizá lo era y debiera
hincharía, oh, muy poquito, y ocho minu­ dejarla fuera. Debiera conservar los res­
tos más tarde los ríos, lagos, arroyos, los tos de dignidad que me quedan, pensó,
océanos, toda el agua, herviría subiendo y, al menos, morir solo. ¿Cómo habría
al cielo... sido enfrentarse con esto junto a Laura?
¿Diferente? ¿Acaso había posibilidad de
elegir? Me casé con Laura, pensó, y tam­
De la calle llegó un hiriente grito repe­ bién me casé con Kay. Era fácil. Si un
titivo. No era una mujer. Era un hombre. hombre podía conseguir un divorcio cada
Estaba ardiendo. Un grupo callejero lo dos años, supongamos, y si vivía, diga­
había empapado en gasolina y prendido mos que hasta los sesenta y cinco... ¿Con
con una cerilla. Lo seguían gritando: cuántas mujeres se casaría? Y, suponien­
—¡Así será! ¡Así será! do que hubieran dos mil millones de mu­
Henderson lo contempló por la ven­ jeres en el mundo, ¿qué porcentaje del
tana mientras corría con aquel grito uuu, total representaría?
uuu, uuu, surgiéndole de la garganta. De­ —¡Déjame entrar, Tom, maldito seas!
sapareció tras la esquina de la siguiente ¡Sé que estás ahí!
casa, seguido de cerca por sus atormen­ Ocho y diez años de edad no son mu­
tadores. chos, pensó. Realmente, no son muchos.
Espero que las niñas y Laura estén a Podrían haber sido maravillosas muje­
salvo, pensó. Y luego casi se echó a reir. res... ¿Para yacer entre los restos y co­
A salvo. ¿Qué era estar a salvo ahora? habitar como animales mientras el sol se
Quizá, pensó, debiera haber ido con Kay. preparaba a estallar?
¿Quedaba algo por hacer que le hubiera —¡Tom...!
gustado realizar? ¿Matar? ¿Violar? ¿Al­ Agitó con fuerza su cabeza y apagó la
guna sensación que aún no hubiera pro­ radio. Los fuegos de la ciudad eran mayo-

la última noche del verano / 61


res y más brillantes. No eran originados
por el sol. Alguien los había encendido.
Se alzó y fue a la puerta. La abrió. Kay
entró tambaleante, sollozando.
—¡Cierra la puerta, oh, por Dios, cié­
rrala!
Se quedó contemplando sus desgarra­
das ropas, lo que quedaba de ellas, y sus
manos. Estaban enrojecidas con sangre.
No sintió ni horror ni curiosidad. No ex­
perimentaba nada más que una repentina
sensación de vacío. Nunca la amé, pensó
repentinamente. Esa es la explicación.
Apestaba a licor y el maquillaje le
manchaba todo el rostro.
—Le di lo que quería —dijo en tono
agudo—. El sucio cerdo que venía a mez­
clarse con los muertos para luego volver
corriendo a la Madriguera... —Repentina­
mente, se echó a reír—. ¡Mira, Tom...
mira!
Alzó una mano ensangrentada. En su
palma brillaban opacos dos pequeños
En 1968, nuestros lectores eligieron a MARIA discos.
GÜERA y ARTURO MENGOTTI como los me­ —Estamos a salvo —Lo repetía una
jores autores en lengua castellana publicados y otra vez, apretando los discos y acari­
en aquel año. ciándolos.
Henderson permaneció inmóvil en el
Ahora, desarrollando la temática del cuento recibidor en penumbras, dejando lenta­
que les hizo merecedores de tal galardón, estos mente que su mente comprendiese lo que
autores españoles, madre e hijo, nos ofrecen una veía. Kay había matado a un hombre para
serie de relatos en el conseguir esos billetes para la Madri­
guera.
«EXTRA» N.° 5 —Dámelos —dijo.
Ella los apartó.
—No.
Pídalo en su librería habitual o diríjase a:
—Los deseo, Kay.
—No, nononono... —Se los metió por
EDICIONES DRONTE el rasgado escote de su traje—. He vuelto.
Merced, 4 He vuelto por tí. ¿No es cierto?
Barcelona 2 —Sí —dijo Henderson. Y también era
cierto que nunca hubiera podido esperar
ESPAÑA
alcanzar una Madriguera ella sola. Nece­
sitaría un c o c h e y un h o m b r e con un
62 / alfred coppel
arma—. Lo comprendo, Kay —dijo en voz
baja, odiándola. * r ‘ S ii|S fS S
—Si te los diera, te llevarías a Laura
—dijo—. ¿No es cierto? ¿No es cierto?
Oh, te conozco, Tom, te conozco muy bien.
Nunca has logrado olvidarla ni a esos
repugnantes crios tuyos...
La abofeteó con fuerza, sorprendido
por la ira que lo embargaba.
—No hagas eso otra vez —le dijo ella,
mirándolo con odio—. Te necesito ahora,
pero tú me necesitas más. No sabes don­
de está la Madriguera. Yo sí.
Eso, naturalmente, era cierto. Las en­
tradas a las Madrigueras debían de ser
secretas, conocidas sólo por los elegidos
para sobrevivir. De otra manera, las mul­
titudes las a s a l t a r í a n . Y Kay le había
arrancado el secreto al hombre... Al hom­
bre que había pagado con su vida el olvi­
darse de que ahora sólo existían super­
vivientes potenciales y animales.
—De a c u e r d o , Kay —dijo Hender­
son—. Haré un pacto contigo.
—¿Cuál? —preguntó ella, suspicaz.
—Te lo diré en el coche. Prepárate. LAS ESTRELLAS MI DESTINO
Toma lo indispensable —Se fue a la al­
coba y cogió su Luger del cajón de la de Alfred Bester
mesita. Kay estaba atareada embutiendo ganador del Premio Hugo 1953...
sus joyas en un maletín—. Vamos —le
dijo—. Ya está bien. Es demasiado. No
Leer este libro es una experiencia tan
hay mucho tiempo.
violenta que sólo podría compararse a
Bajaron al garaje y se metieron en el
la de ser arrastrado por un huracán.
coche.
—Sube los c r i s t a l e s —le dijo—, y
cierra las puertas con llave.
—De acuerdo.
Puso en marcha el motor y salió a la
calle. Pídalo en su librería habitual o diríjase a
—¿Cuál es el trato? —le preguntó Kay. EDICIONES DRONTE
—Más tarde —le dijo.
Merced, 4
Puso una marcha y comenzó a rodar,
saliendo del distrito residencial, a través Barcelona 2 -ESPAÑA
de los sinuosos y arbolados caminos. Por

la última noche del verano / 63


entre las sombras, corrían formas oscu­ —Dile adiós a Laura por mí —le pidió
ras. Un hombre apareció en el haz de los Kay, con los ojos brillantes.
faros y Henderson lo evitó con una finta. —Sí —contestó él—. Lo haré.
Oyó disparos detrás. Una sombra se movió amenazadora,
—^Agáchate —dijo. saliendo del oscuro portal. Sin dudarlo,
—¿A dónde vamos? Este no es el ca­ Tom Henderson alzó la Luger y disparó.
mino. El hombre se desplomó y quedó inerte.
—Voy a llevarme las niñas conmigo Acabo de matar a un hombre, pensó Hen­
—dijo—. Con nosotros. derson. Y luego: Pero, ¿qué importa esto
—No las dejarán entrar. en la última noche del verano?
—Podemos intentarlo. Reventó la cerradura de un disparo y
—¡Eres un estúpido, Tom! ¡Te digo atravesó rápidamente el oscuro vestíbulo,
que no las dejarán entrar! subiendo los dos pisos cuyas escaleras
Detuvo el coche y se volvió para mi­ recordaba tan bien. Llamó a la puerta de
rarla a los ojos. Laura. Se oyó un movimiento en el inte­
—¿Prefieres seguir andando? rior. La puerta se abrió lentamente.
El rostro de ella se afeó con el regreso —He venido por las niñas —dijo.
del miedo. Veía que se le escapaban las Laura se echó hacia atrás.
posibilidades de huida. —Entra —contestó.
—De acuerdo. Pero ya te digo que no El perfume que llevaba comenzó a
las dejarán entrar. Nadie entra en una traerle recuerdos. Sus ojos se veían ar­
madriguera sin su disco. dientes y llorosos.
—Podemos intentarlo —Puso nueva­ —Queda muy poco tiempo —le dijo él.
mente el coche en marcha, conduciendo La mano de Laura tomaba la suya en
a toda prisa por las calles llenas de ba­ la oscuridad.
sura, dirigiéndose hacia el apartamento —¿Puedes meterlas en una Madrigue­
de Laura. ra? —preguntó. Y luego, débilmente—:
En varios puntos, la calle estaba inte­ Las hice acostarse. No se me ocurrió otra
rrumpida con restos ardiendo, y en una cosa.
ocasión un grupo de hombres y mujeres No podía verla, pero se la imaginaba:
casi los rodeó, lanzando piedras y otros el corto cabello color arena; los ojos de
objetos contra el coche, mientras daba color chocolate; su cuerpo, tan familiar,
marcha atrás. grácil y cálido bajo la bata; su color
—Conseguirás que nos maten por nada y su sabor. Ya no importa ahora, nada
—le dijo airada Kay. importaba en la última loca noche del
Tom Henderson contempló a su mu­ mundo.
jer y sintió repugnancia por los años per­ —Ve a buscarlas —le ordenó—. Rápido.
didos. Hizo lo que le decía. Pam y Lorrie,
—Todo irá bien —dijo. podía escucharlas quejarse en voz baja
Detuvo el coche frente a la casa de porque las hubieran despertado en me­
Laura. Habían dos automóviles vueltos dio de la noche, suaves cuerpecillos, con
boca abajo en la acera. Abrió la puerta el húmedo olor infantil a sueño y segu­
y salió, llevándose las llaves con él. ridad. Luego Laura se arrodilló, apretán­
—No estaré mucho tiempo —dijo. dolas contra ella, una tras otra. Y supo
64 / alfred coppel
que las lágrimas debían mojar sus meji­ che corría por el cementerio de cemento
llas. Pensó: di adiós, rápido. Besa a tus en que se había transformado la ciudad.
niñas en despedida y mira cómo se van Una mujer colgada por los tobillos,
mientras te quedas sola en la oscuridad con su falda cubriéndole la cabeza y tor­
que ni siquiera tendrá -fin. ¡Ah, Laura, so, con las piernas y nalgas marcadas por
Laura...! latigazos...
—Llévatelas rápido, Tom —le dijo Lau­ Gentes arrodilladas en la calle, can­
ra. Y luego, se abrazó a él por un instan­ tando salmos, y no moviéndose cuando
te—, Te amo, Tom. Nunca dejé de ha­ un camión abrió un camino por entre
cerlo. ellos. Y el himno, débil y quejumbroso,
Alzó a Pam en brazos y tomó la mano haciéndose oír por entre los gemidos de
de Lorrie. No se arriesgó a hablar. los moribundos: Roca de los Tiempos,
—Adiós, Tom —dijo Laura, y cerró la refugio para mí, deja que me oculte den­
puerta tras él. tro de tí...
—¿No viene mami? —preguntó Pam Adoradores del sol, recién convertidos,
adormilada. y trogloditas bailando alrededor de una
—Luego, querida —dijo suavemente fogata alimentada con libros...
Tom. Los espasmos agónicos de un mundo,
Las llevó hasta el coche, con Kay. pensó Henderson. Lo que sobreviva al
—No las dejarán entrar —dijo ella—. fuego y al diluvio tendrá que ser mejor.
Ya verás. Y entonces llegaron a la silenciosa co­
—¿Dónde es, Kay? lina que era la entrada a la Madriguera,
Ella permaneció en un obstinado silen­ el refugio de kilómetros de profundidad,
cio y Henderson notó como sus nervios arropado por conductos de refrigeración
estallaban. y roca protectora.
—Kay... —^Allí —dijo Kay—. Donde está la luz.
—De acuerdo —le dio la dirección a Habrán guardias.
regañadientes, como si odiase tener que Tras ellos, ardían los fuegos en la ciu­
compartir su supervivencia con él. Ni mi­ dad. La noche iba siendo iluminada por
raba a las niñas, dormidas de nuevo, en la luna que se alzaba, una luna demasiado
la parte de atrás del coche. roja, demasiado grande. Quizá q u e d e n
Atravesaron la ciudad, la saqueada y cuatro horas, pensó Tom. O menos.
torturada ciudad que ardía y se hacía eco —No puedes llevarlas —susurraba se­
de la histérica alegría de las Fiestas Este­ camente Kay—. Si lo intentas, tal vez no
lares y que ya hedía a muerte. nos dejen entrar a nosotros. Es mejor
En dos ocasiones casi chocaron con dejarlas aquí... dormidas. Ni se enterarán.
coches sin control, repletos de gente bo­ —Es cierto —dijo Tom.
rracha, desnuda, loca, repletos del deses­ Kay salió del coche y comenzó a subir
perado deseo de hacer que aquella última por la ladera cubierta de hierba.
noche fuera más vibrante que las ante­ —¡Entonces, ven!
riores, la más vibrante desde el inicio de A medio camino de la colina, Hender­
los tiempos. son podía ya ver la silueta vigilante de
Los faros iluminaban cuadros propios los guardias: centinelas sobre el cadáver
de algún salvaje infierno mientras el co­ de un mundo.

la última noche del verano / 65


—Espera un momento —dijo él. sobre la hierba. Las alzó y las llevó colina
—¿Qué pasa? arriba hasta llegar a treinta metros de la
—¿Estás segura de que podremos en­ entrada a la casamata. Entonces, las dejó
trar? en el suelo y les dio un dico a cada una—.
—Naturalmente. Id hasta la luz y entregad estas cosas —les
—¿Sin hacer preguntas? dijo, y les dio un beso.
—Lo único que necesitamos son los —¿Tú no vienes?
discos. No pueden conocer a todos los —No, queridas.
que tienen que entrar. Lorrie parecía que fuese a empezar a
—No —dijo Tom en voz baja—. Clara llorar.
que no. —Tengo miedo.
Se quedó mirando a Kay a la luz de —No hay nada de que tener miedo
la luna roja. —dijo Tom.
—Tom... —Nada en absoluto —dijo Pam.
Tomó la mano de Kay. Tom las vio alejarse. Luego, como un
—No valíamos mucho, ¿no, Kay? guarda se arrodillaba y las abrazaba a
Los ojos de ella estaban muy abiertos, ambas. Aún queda algo de ternura en este
brillantes, mirándolo. abandono de las inhibiciones, pensó Hen­
—¿Acaso esperabas otra cosa? derson, todavía queda algo bueno. Desa­
—¡Tom... Tom! parecieron en el interior de la Madriguera
La pistola apenas pesaba en su mano. y el guarda se puso en pie, saludando ha­
—Soy tu esposa... —dijo con voz ronca. cia la oscuridad con un brazo. Hender­
—Imaginémonos que no lo eres. Ha­ son se volvió y descendió por la colina,
gamos ver que es una Fiesta Estelar. dando un rodeo para no pasar por donde
—Por Dios... por favor... nonono... yacía Kay, cara al cielo. Un cálido viento
La Luger saltó en su mano. Kay se seco le rozó el rostro. El tiempo corre
derrumbó sobre la hierba desmadejada­ aprisa ya, pensó. Subió al coche y regresó
mente y se quedó allí, con los ojos vidrio­ hacia la ciudad. Aún quedaban algunas
sos y abiertos en horrorizada sorpresa. horas de la última noche del verano, y
Henderson le abrió el traje y tomó los Laura y él podrían contemplar la aurora
dos discos de entre sus senos. Luego, la roja, juntos.
cubrió cuidadosamente y le cerró los ojos
con el índice.
—No te perdiste gran cosa, Kay —dijo,
mirando hacia ella—. Tan sólo lo de siem­
pre.
Regresó al coche y d e s p e r t ó a las
niñas.
—¿Dónde vamos ahora, papi? —pre­
guntó Pam.
—Arriba de esa colina, cariño. Donde
está la luz.
—¿Me llevas en brazos?
—A las dos —dijo, y dejó caer la Luger
66 / alfred coppel
IMPOSTOR
P H IL IP K. DICK
...los robots no son personas. M ecá­
nicamente son más perfectos que noso­
tros, tienen una inteligencia tremenda­
mente desarrollada, pero no tienen alma.
¿Ha visto alguna vez cómo es un robot
por dentro?

de R.U.R.,
de Karel Capek
—Un día de estos voy a tomarme unas zón. Las pequeñas naves oscuras salidas
vacaciones —dijo Spence Olham en la de Alfa Centauro habían dejado atrás a
primera comida. Miró a su esposa—. Creo los cruceros terrestres con facilidad, como
que me he ganado un descanso. Diez años si fueran inofensivas tortugas. Habían su­
es mucho tiempo. frido golpes sin poder contestarlos du­
—¿Y el Proyecto? rante todo el camino de regreso a la
—La guerra puede ser ganada sin mí. Tierra.
Este grano de arena nuestro no está real­ Hasta que al fin la burbuja protectora
mente en peligro —Olham se sentó frente fue inventada por los laboratorios West-
a la mesa y encendió un cigarrillo—. Las inghouse. La habían colocado sobre las
máquinas de noticias alteran los comu­ principales ciudades terrestres, y final­
nicados para hacer ver que los alieníge­ mente alrededor de todo el planeta; la
nas están ganándonos. ¿Sabes lo que me burbuja fue la primera defensa real, la
gustaría hacer en mis vacaciones? Me gus­ primera respuesta adecuada a los aliení­
taría ir a hacer camping a aquellas mon­ genas... que era como los habían llamado
tañas, fuera de la ciudad, donde fuimos las máquinas de noticias.
la otra vez. ¿Recuerdas? Yo me caí en Pero ganar la guerra era otra cosa.
unas ortigas y tvi casi pisas una culebra. Cada laboratorio, cada proyecto, estaba
—¿El bosque de Sutton? —Mary co­ trabajando noche y día, sin detenerse,
menzó a recoger los platos—. Ardió hace para hallar algo más: un arma de ataque
algunas semanas. Creí que ya lo sabías. efectiva. Su propio proyecto, por ejemplo.
Fue un fuego repentino. Durante todo el día, año tras año.
Olham se balanceó. Olham se puso en pie, apagando su
—¿Y ni siquiera se preocuparon por cigarrillo.
hallar la causa? —^hizo una mueca—. Ya —Es como la espada de Damocles.
nada le importa a nadie. En lo único que Siempre colgando sobre nosotros. Ya es­
piensan es en la guerra —apretó las man­ toy cansado, lo único que deseo es tomar­
díbulas, mientras en su mente se formaba me un largo descanso. Pero me imagino
el cuadro completo: los alienígenas, la que todo el mundo se siente así.
guerra, las naves aguja. Sacó su chaqueta del armario y se di­
—¿Como podríamos pensar en otra rigió al porche de entrada. En cualquier
cosa? momento llegaría el vehículo que lo lle­
Olham asintió. Naturalmente, tenía ra­ varía hasta el Proyecto.

impostor / 69
—Espero que Nelson no se retrase ham se dio cuenta de ello y frunció el
—miró su reloj—. Son casi las siete. entrecejo. El vehículo estaba ganando ve­
—Ahí llega el vehículo —dijo Mary, locidad, centelleando a lo largo del te­
mirando por entre las hileras de casas. rreno árido y yermo hacia el lejano con­
El sol brillaba tras los tejados, refleján­junto de los edificios del Proyecto.
dose sobre las gruesas planchas de plo­ —¿Y cuál es su trabajo? —dijo Ol­
mo. El pueblo estaba tranquilo, sólo se ham—. ¿O no se le permite hablar de él?
movían algunas personas—. Te veré lue­ —Trabajo para el Gobierno —dijo Pe­
ters—. Con la Agencia de Seguridad.
go. Trata de no hacer h o r a s e x t r a s ,
Spence. —¿Eh? —Olham alzó una ceja—. ¿Hay
alguna infiltración enemiga en esta re­
gión?
Olham abrió la puerta y se metió den­ —De hecho, he venido aquí para verle
tro, recostándose en el asiento con un a usted, señor Olham.
s u s p i r o . Había un hombre mayor con Olham se sentía asombrado. Consideró
Nelson. las palabras de Peters, pero no pudo ob­
—¿Bien? —dijo Olham, mientras el tener ningún significado de ellas.
vehículo salía disparado hacia adelante—. —¿Para verme? ¿Por qué?
¿Has oido alguna noticia interesante? —He venido a arrestarle por espía alie­
—Las habituales —dijo Nelson—. Al­ nígena. Por esto he venido tan temprano.
gunas naves alienígenas alcanzadas, otro Agárrelo, Nelson...
asteroide abandonado por razones estra­ La pistola se clavó en las costillas de
tégicas. Olham. Las manos de Nelson estaban tem­
—Me alegraré cuando el Proyecto lle­ blando, agitadas por la emoción desata­
gue a su fase final. Quizá sea la propa­ da. Su rostro se veía pálido. Inspiró pro­
ganda de las máquinas de noticias, pero fundamente y soltó poco a poco el aire.
en el último mes me he hartado de todo —¿Lo matamos ahora? —susurró a
esto. Todo parece triste y serio, sin que Peters—. Creo que deberíamos matarlo
la vida tenga color. ahora. No podemos esperar.
—¿Cree que esta guerra es en vano? Olham miró al rostro de su amigo.
—dijo repentinamente el viejo—. Usted Abrió la boca para hablar, pero no sur­
mismo es parte integrante en ella. gieron palabras. Los dos hombres lo mi­
—Te presento al Mayor Peters —dijo raban fijamente, rígidos y hoscos por el
Nelson. Olham y Peters se estrecharon miedo. Olham se sintió mareado. Su ca­
las manos. Olham se quedó estudiando beza giraba y le dolía.
al viejo. —No comprendo —murmuró.
—¿Cómo va usted tan t e m p r a n o ? En aquel momento, el vehículo aban­
—dijo—. No recuerdo haberlo visto an­ donó el suelo y subió, dirigiéndose al es­
tes por el Proyecto. pacio. Bajo ellos, el Proyecto quedó atrás,
—No, no trabajo en el Proyecto —dijo empequeñeciéndose, desapareciendo. Ol­
Peters—. Pero sé algo de lo que ustedes ham cerró la boca.
están haciendo. Mi trabajo es bastante —Podemos esperar un poco —dijo Pe­
distinto. ters—. Quiero hacerle primero algunas
Nelson y él cruzaron una mirada. Ol­ preguntas.

70 / philip k. dick
Haré bajar la nave fuera de ella. No quie­
ro ponerla en peligro.
Olham se quedó mirando a un punto —Como quiera —los ojos del Jefe chis­
indeterminado mientras el vehículo atra­ porrotearon cuando miró de nuevo a Ol­
vesaba el espacio. ham. Luego su imagen se desvaneció. La
—Llevamos a cabo el arresto sin com­ pantalla se apagó.
plicaciones —dijo Peters ante la pantalla Olham miró a través de la ventanilla.
del video, en el que se veía las facciones El vehículo ya había atravesado la bur­
del Jefe de Seguridad—. Esto nos quita buja de protección, acelerando cada vez
una carga de encima. más. Peters tenía prisa. Bajo ellos, ru­
—¿No hubo problemas? giendo a través del suelo, los cohetes esta­
—Ninguno. Entró en el vehículo sin ban a máximo régimen. Tenían miedo, se
sospechar nada. No pareció pensar que apresuraban al máximo a causa de él.
mi presencia fuera algo desacostumbrado. Sentado junto a él, Nelson se agitó
—¿Dónde están ustedes ahora? nervioso.
—Camino del exterior, justo en el bor­ —Creo que tendríamos que hacerlo
de de la burbuja de protección. Estamos ahora —dijo—. Daría cualquier cosa por
volando a la máxima velocidad. Puede terminar de una vez.
considerar que el período crítico ya ha —Tómeselo con calma —dijo Peters—.
sido superado. Me alegra que los cohetes Quiero que c o n d u z c a la nave un rato
de despegue de este vehículo funcionasen mientras hablo con él.
perfectamente. Si hubiera habido algún Se colocó junto a Olham, mirándole
fallo en ese momento... a la cara. Luego alzó la mano y le palpó
—Déjeme verlo —dijo el Jefe de Segu­ cuidadosamente, primero el brazo y luego
ridad. Miró a Olham, que estaba sentado la mejilla.
con las manos en el regazo, con la vista Olham no dijo nada. Si pudiera avisar
perdida—. Así que éste es nuestro hom­ a Mary, pensó. Si lograse encontrar la for­
bre —lo estudió largo rato. Olham no dijo ma en que decírselo. Miró a su alrededor.
nada. Al fin, el Jefe hizo una seña a Pe­ ¿Cómo? ¿La pantalla visora? Nelson es­
ters—. De acuerdo, ya basta —una ligera taba sentado junto a los controles, con
mueca de disgusto alteró sus facciones—. la pistola. No había nada que pudiera
Ya he visto todo lo que quería ver. Uste­ hacer. Estaba cogido, atrapado.
des dos han hecho algo que será recor­ Pero, ¿por qué?
dado por largo tiempo. Están preparando
una citación para ambos.
—No es necesario —dijo Peters. —Escuche —dijo Peters—, deseo ha­
—¿Cuál es el peligro en este momento? cerle algunas preguntas. Ya sabe dónde
¿Hay todavía posibilidades de que...? vamos. Nos dirigimos a la Luna; dentro
—Hay alguna posibilidad, pero no mu­ de una hora aterrizaremos en el lado
chas. Según lo que sabemos, necesita una oculto, el deshabitado. Cuando aterrice­
frase clave verbal. En cualquier caso, ten­ mos, lo pondremos inmediatamente en
dremos que arriesgamos. manos de un grupo de hombres que es­
—Notificaré a la base lunar su llegada. peran allí. Destruirán su cuerpo inmedia­
—No —Peters negó con la cabeza—. tamente. ¿Comprende? —miró su reloj—.

impostor / 71
Dentro de dos horas desparramaremos ¿No me reconoces? Somos amigos desde
sus piezas por los cuatro puntos cardi­ hace veinte años. ¿No recuerdas que fui­
nales. No quedará nada de usted. mos jxmtos a la universidad? —se puso
Olham combatió su letargia. en pie—. Tú y yo fuimos compañeros de
—¿No podrían decirme...? habitación en la residencia. —Caminó
—Seguro, se lo diré —Peters asintió—. hacia Nelson.
Hace dos días recibimos un informe de —¡No se acerque a mí! —resopló Nel­
que una nave alienígena había penetrado son.
en la burbuja protectora. La nave desem­ —Escucha, ¿recuerdas el segundo cur­
barcó a un espía bajo la forma de un so? ¿Recuerdas aquella chica? ¿Cuál era
robot humanoide. El robot debía destruir su nombre...? —se frotó la frente—. La
a un ser humano en particular y tomar de pelo oscuro. La que encontramos en
su lugar. casa de Ted.
Peters miró con calma a Olham. —¡Basta! —Nelson agitó frenéticamen­
—Dentro del robot había una Bom­ te la pistola—. No quiero oírlo más. ¡Us­
ba U. Nuestro agente no sabía como iba ted lo mató! Usted... máquina.
a ser detonada la bomba, pero imaginó Olham miró a Nelson.
que lo sería por una frase hablada espe­ —Te equivocas. No sé lo que sucedió,
cífica, un cierto grupo de palabras. El ro­ pero el robot no acabó conmigo. Algo de­
bot asumiría la vida de la persona a la bió salirle mal. Quizá la nave se estre­
que matase, entrando en sus actividades llase —se volvió hacia Peters—. Soy Ol­
usuales, en su trabajo, en su vida social. ham, lo sé. No hubo sustitución. Soy el
Había sido construido para asemejarse a mismo que he sido siempre.
aquella persona. Nadie notaría la dife­ Se palpó, pasándose las m a n o s por
rencia. todo el cuerpo.
El rostro de Olham se tornó yesoso. —Debe haber alguna forma en que
—La persona a quien el robot tenía probarlo. Devuélvanme a la Tierra. Un
que suplantar era Spence Olham, un dis­ examen con rayos X, un estudio neuro­
tinguido investigador de los proyectos de lógico, cualquier cosa que les p a r e z c a
experimentación. Dado que este proyecto bien. O quizá sea mejor buscar la nave
en especial se acercaba al estadio crítico, estrellada.
la presencia de una bomba animada, mo­ Ni Peters ni Nelson hablaron.
viéndose por el centro del mismo... —Soy Olham —dijo de nuevo—. Lo sé.
Olham se miró las manos. Pero no puedo probarlo.
—¡Pero yo soy Olham! —El robot —dijo Peters— no tendría
—Una vez el robot hubiera localizado por qué saber que no era el verdadero
y matado a Olham, era muy simple sus­ Spence Olham. Se convertiría en Spence
tituirle. Probablemente desembarcaron al Olham, en cuerpo y alma. Se le habrá pro­
robot de la nave hace ocho días. Proba­ visto de una memoria artificial, de un fal­
blemente se efectuó la sustitución el pa­ so sistema de recuerdos. Se le parecería,
sado fin de semana, cuando Olham salió tendría sus recuerdos, sus pensamientos e
a dar un corto paseo por las colinas. intereses, llevaría a cabo su trabajo. Pero
—Pero yo soy Olham —se voM ó hacia habría una diferencia: dentro del robot
Nelson, sentado frente a los controles—. hay una Bomba U, dispuesta a estallar
72 / philip k. dick
al oir la frase clave —se apartó un poco—. —Nos habremos ido antes de que em­
Esta es la verdadera diferencia. Es por piecen a trabajar —dijo Peters—. Saldre­
eso por lo que lo estamos llevando a la mos de aquí dentro de un momento —se
Luna. Allí lo desmontarán y sacarán la puso su traje de presión y, cuando hubo
bomba. Tal vez estalle, pero no impor­ terminado, tomó la pistola de Nelson—.
tará. Allí no. Lo vigilaré un momento.
Olham se sentó lentamente. Nelson se puso su traje de presión,
—Pronto estaremos allí —dijo Nelson. apresurándose desmañadamente.
Se recostó, pensando frenéticamente, —¿Qué hacemos con él? —indicó a Ol­
mientras la nave caía lentamente. Bajo ham—. ¿Necesita traje?
ellos se encontraba la picada superficie —No —Peters negó con la cabeza—.
de la Luna, aquella extensión de ruinas Los robots no necesitan oxígeno.
sin límites. ¿Qué podía hacer? ¿Qué cosa El grupo de hombres estaban ya casi
lo salvaría? junto a la nave. Se detuvieron, esperando.
—Prepárense —dijo Peters. Peters les hizo una señal.
Dentro de algunos minutos e s t a r í a — ¡ V e n g a n ! —hizo un gesto con la
muerto. Allá abajo podía ver un puntito, mano, y los hombres se aproximaron cau­
un edificio de algún tipo. En él, había un tamente, figuras grotescas y rígidas en sus
grupo de hombres, el equipo de demoli­ hinchados trajes.
ciones, esperándolo para hacerlo pedazos. —Si abren la puerta —dijo Olham—,
Lo descuartizarían, le arrancarían los bra­ será mi muerte. Me habrán asesinado.
zos y las piernas, lo harían migas. Cuan­ —Abra la puerta —dijo Nelson. Exten­
do no encontrasen ninguna bomba se sor­ dió la mano hacia la manecilla.
prenderían; entonces sabrían a qué ate­ Olham lo contempló. Vio como la mano
nerse, pero sería demasiado tarde. del hombre aferraba la barra metálica.
Olham estudió la pequeña carlinga. Dentro de un momento, la puerta se abri­
Nelson estaba aún apuntándole con el ría, y el aire de la nave saldría afuera.
arma. No había posibilidad alguna por Moriría, y entonces se darían cuenta de
ese lado. Si pudiera ver a un doctor, hacer su error. Quizá en otro tiempo, si no hu­
que lo examinasen... ése era el único ca­ biera guerra, los hombres actuarían de
mino. Mary podía ayudarle. Pensó frené­ otra manera, no llevando a una persona
ticamente, con la mente a toda velocidad. a la muerte porque tenían miedo. Todo
Tan sólo le quedaban unos minutos. Si el mundo tenía miedo, todo el mundo es­
pudiera entrar en contacto con ella, ha­ taba dispuesto a sacrificar al individuo
cérselo saber de alguna manera. al miedo colectivo.
—Tranquilo —le dijo Peters. La nave Lo iban a matar porque no podían es­
descendió lentamente, rebotando sobre el perar a asegurarse de su culpa. No había
irregular terreno. Todo quedó en silencio bastante tiempo.
—Escuchen —dijo Olham con voz pas Miró a Nelson. Nelson había sido su
tosa—, puedo probar que soy Spence 01 amigo durante años. Habían ido juntos
ham. Llamen a un doctor. Tráiganlo aquí a la universidad. Había sido el padrino
—Ahí está el equipo —dijo Nelson— de su boda. Y ahora le iba a matar. Pero
Ya vienen —miró nervioso a Olham—. Es Nelson no era un malvado; no era culpa
pero que no suceda nada. suya. Eran los tiempos. Quizá hubiera sido

impostor / 73
así durante las plagas. Cuando a un hom­ hombres se habían unido al grupo. Este
bre le hubiera aparecido una mancha, po­ se dispersó, corriendo en todas direccio­
siblemente también lo hubieran matado, nes. Uno a uno, se tiraron al suelo, aplas­
sin una duda, sin pruebas, basándose úni­ tándose contra el polvo. Olham se sentó
camente en sospechas. En momentos de frente a los controles. Movió las palan­
peligro no hay otro camino. cas. Mientras la nave se alzaba, los hom­
No les echaba la culpa, pero tenía que bres de abajo se pusieron en pie y mira­
vivir. Su vida era demasiado p r e c i o s a ron hacia arriba, con las bocas abiertas
como para ser sacrificada. Olham pensó de asombro.
rápidamente. ¿Qué podía hacer? ¿Había —Lo siento —murmuró Olham—. Pero
algo a hacer? Miró a su alrededor. tengo que regresar a la Tierra.
—Vamos ya —dijo Nelson. Llevó la nave por el camino por el que
—Tienes razón —dijo Olham. El so­ había venido. Era de noche. Alrededor de
nido de su propia voz le sorprendió. Tenía la nave chirriaban los grillos, alterando
la fuerza de la desesperación—. No tengo el silencio de la fría oscuridad. Olham se
necesidad de aire. Abre la puerta. inclinó sobre la pantalla visora. Gradual­
Hicieron una pausa, contemplándole mente, la imagen se formó: había logrado
con curiosidad y alarma. la conexión sin problemas. Suspiró tran­
—Adelante. Abrela. No importa —la quilizado.
mano de Olham desapareció en el inte­ —Mary —dijo. La mujer se le quedó
rior de su chaqueta—. Me pregunto lo mirando. Abrió la boca.
lejos que podrán correr. —¡Spence! ¿Dónde estás? ¿Qué ha su­
—-¿Correr? cedido?
—Tienen quince segundos de vida —en —No puedo explicártelo. Escucha, ten­
el interior de su chaqueta, sus dedos se go que hablar rápidamente. Quizá corten
contorsionaron, y su brazo quedó repen­ la llamada en cualquier momento. Vete
tinamente rígido. Se relajó, sonriendo dé­ al Proyecto y busca al doctor Chamber­
bilmente—. Estaban equivocados acerca lain. Si no está allí, busca a cualquier
de la frase clave. En eso estaban equivo­ doctor. Llévalo a casa y haz que se quede
cados. Les quedan a h o r a c a t o r c e se­ allí. Que lleve equipo: rayos X, fluoros­
gundos. copio, todo.
Dos rostros anonadados lo contempla­ —Pero...
ron desde el interior de los trajes de pre­ —Haz lo que te digo. Rápido. Que esté
sión. Luego estuvieron corriendo, peleán­ dispuesto dentro de una hora. —Olham
dose, abriendo la puerta de un empellón. se inclinó hacia la pantalla—. ¿Todo va
El aire silbó, escapándose al vacío. Peter bien? ¿Estás sola?
y Nelson saltaron fuera de la nave. Olham —¿Sola?
fue tras ellos, aferró la puerta y la cerró. —¿Hay alguien contigo? ¿Ha... ha en­
El sistema automático de presión bom­ trado en contacto contigo Nelson o al­
beó furiosamente, restaurando el aire. Ol­ guien?
ham dejó de aguntar la respiración con —No. Spence, no te entiendo.
un estremecimiento. —De acuerdo. Te veré en casa dentro
Un segundo más... de una hora. Y no le digas nada a nadie.
A través de la ventana, vio como los dos Haz que Chamberlain vaya allí con cual-

74 / philip k. dick
¿HA VISTO USTED NUESTRA TARIFA DE

SUSCRIPCION
en la página 127?
quier pretexto. Dile que estás muy en­ lo aclararía todo. Pero no tenían tiempo
ferma. ni para la prueba más simple. Sólo po­
Cortó la conexión y miró su reloj. Un dían pensar en el peligro. En el peligro,
momento más tarde abandonó la nave, y nada más.
introduciéndose en la oscuridad. Tenía Se puso en pie, y caminó hacia la casa.
que recorrer un kilómetro. Llegó al porche. Al llegar a la puerta hizo
Comenzó a caminar. una pausa, escuchando. Seguía sin oirse
nada. La casa estaba totalmente en si­
lencio.
Se veía una luz en la ventana, la del Demasiado en silencio.
estudio. La contempló, arrodillado junto Olham se quedó en el porche, inmó­
a la verja. No se veía ningún movimiento vil. Estaban tratando de no hacer ruido en
ni se oía nada. Alzó su reloj y lo leyó a el interior. ¿Por qué? Aquella era una casa
la luz de las estrellas. Había pasado casi pequeña, Mary y el doctor Chamberlain
una hora. debían hallarse a sólo unos metros de dis­
Un vehículo pasó disparado por la ca­ tancia detrás de la puerta. Y, sin embargo,
lle. No se detuvo. no podía oír nada, ni sonido de voces ni
Olham miró hacia la casa. El doctor nada. Miró la puerta. Era una puerta que
debía haber llegado ya. Debía estar en el había abierto y cerrado un millar de ve­
interior, esperando con Mary. Se le ocu­ ces, cada mañana y cada noche.
rrió una idea: ¿habría podido salir de Puso la mano en la manija. Entonces,
casa? Quizá la hubieran interceptado. Qui­ de repente, cambió de idea y pulsó el bo­
zá se fuera a meter en una trampa. tón. Sonó el timbre, en algún lugar de la
Pero ¿qué otra cosa podía hacer? parte trasera de la casa. Olham sonrió.
Con el informe de un médico, con foto­ Podía oír movimiento.
grafías y análisis, había una posibilidad, Mary abrió la puerta. Lo supo en cuan­
una posibilidad de probar lo que decía. to le vio la cara.
Si pudiera ser examinado, si pudiera per­ Corrió, zambulléndose entre los ma­
manecer con vida el tiempo bastante como torrales. Un agente de Seguridad apartó
para que lo estudiase... a Mary de un empujón, disparando tras
Lo podría probar de esa manera. Se­ él. Los arbustos saltaron hechos trizas.
guramente era la única manera. Su sola Olham corrió rodeando la esquina de la
esperanza estaba en el interior de la casa. casa. Saltó y corrió, escapando frenética­
El doctor Chamberlain era un hombre mente en la oscuridad. Se encendió un
respetable. Era el director médico del Pro­ reflector, y un haz de luz lo buscó.
yecto. El sabría qué hacer. Su palabra en Atravesó el camino y saltó una valla.
aquel asunto tendría valor. Podría frenar Corrió a través de un patio trasero. Tras
su histeria, su locura, con hechos. él llegaban hombres. Agentes de Seguri­
Locura; eso es lo que era. Si tan sólo dad, gritándose los unos a los otros mien­
pudieran esperar, actuar lentamente, em­ tras corrían. Olham jadeó, con su pecho
plear el tiempo necesario. Pero no podían agitándose a sacudidas.
esperar. Tenía que morir. Morir de inme­ Su rostro... lo había sabido de inme­
diato, sin pruebas, sin ningún tipo de jui­ diato. Los labios apretados, los ojos ate­
cio o examen. Y la prueba más simple rrorizados y desorbitados. ¡Si hubiese se­
76 / philip k. dick
guido adelante, abierto la puerta y entra­ yecto, la mujer, todos nosotros morire­
do! Debían haber interceptado la llamada mos. ¿Comprende?
y acudido en cuanto la había cortado. Olham no dijo nada, estaba escuchan-^
Probablemente ella creía lo que le habían do. Había hombres que se movían hacia
dicho. No tenía duda de que ella también él, deslizándose por entre la espesura de
le creía un robot. los árboles.
—Si no sale, le iremos a buscar. Sólo
es cuestión de tiempo. Ya no pensamos
Corrió y corrió. Estaba dejando atrás llevarlo a la Luna. Lo destruiremos en
a los agentes, perdiéndolos. Aparente­ cuanto lo veamos, y tendremos que correr
mente no eran buenos corredores. Subió el riesgo de que la bomba detone. He
a una colina y descendió por la otra la­ hecho venir a todo agente de Seguridad
dera. En un momento regresaría a la nave. disponible a esta área. Toda la zona está
Pero, ¿adónde ir esta vez? Frenó su ca­ siendo batida palmo a palmo. No hay lu­
rrera, deteniéndose. Ya podía ver la nave, gar en que pueda esconderse. Alrededor
recortada contra el cielo, allá donde la de este bosque hay un cordón de hombres
había dejado. El pueblo estaba tras él; armados. Tiene una seis horas antes de
se hallaba en los bordes del terreno sil­ que investiguemos el último metro.
vestre situado entre los lugares habita­ Olham se apartó. Peters siguió hablan­
dos, allá donde comenzaban los bosques do; no sabía dónde estaba. La noche era
y la desolación. Cruzó un campo yermo y demasiado oscura para poder ver a al­
entró en la espesura. guien. Pero Peters tenía razón. No había
Mientras llegaba hacia ella, se abrió sitio donde esconderse. Estaba más allá
la puerta de la nave. del pueblo, en los bordes del bosque.
Peters salió, enmarcado en la luz. En Podía esconderse por algún tiempo, pero
sus brazos llevaba un pesado rifle boris. finalmente lo atraparían.
Olham se detuvo, rígido. Peters miró a Sólo era cuestión de tiempo.
su alrededor, en la oscuridad de la no­ Olham se deslizó silenciosamente a
che. través del bosque. Kilómetro a kilómetro,
—Sé que está ahí, en algún sitio estaba siendo medida, desnudada, inves­
—dijo—. Venga acá, Olham. Hay agentes tigada, estudiada y examinada cada parte
de seguridad rodeándole. de la zona. El cordón se iba cerrando por
Olham no se movió. momentos, encerrándolo en un espacio
—Escúcheme. Lo atraparemos en se­ que se reducía poco a poco.
guida. Aparentemente, sigue sin creer que ¿Quedaba alguna solución Había per­
es el robot. Su llamada a la mujer indica dido la nave, su única esperanza de fuga.
que aún está bajo los efectos de la ilusión Estaban en su casa; y su mujer estaba
creada por sus recuerdos artificiales. Pero con ellos, creyendo, sin duda, que el ver­
usted es el robot. Es el robot, y en su dadero Olham había sido asesinado. Apre­
interior está la bomba. En cualquier mo­ tó los puños. En algún sitio debía haber
mento la frase clave puede ser dicha por una nave aguja alienígena, y en su interior
usted, por otro, por cualquiera. Cuando los restos del robot. La nave tenía que
esto suceda, la bomba destruirá todo en haberse estrellado por allí cerca, estre­
un radio de muchos kilómetros. El Pro­ llado y destrozado.
impostor / 77
Y el robot estaba en su interior, tam­ Una nave en descenso, no familiari­
bién destrozado. zada con el bosque, tenía pocas oportuni­
Una débil esperanza comenzó a son- dades de evitarlo. Y ahora se hallaba aga­
reirle. ¿Y si pudiera hallar los restos? ¿Y zapado allí, mirando a la nave o a lo que
si pudiera mostrarles el lugar del acci­ quedaba de ella.
dente, los restos de la nave, el robot...? Se puso en pie. Los podía oir tan solo
Pero ¿dónde? ¿Dónde lo iba a hallar? a corta distancia, acercándose, hablando
Caminó, perdido en sus pensamientos. en voz baja. Se puso en tensión. Todo de­
En algún lugar, probablemente no muy pendía de quien fuera el primero en divi­
lejano. La nave debía haber aterrizado sarle. Si era Nelson, no tenía posibili­
cerca del Proyecto; el robot debía haber dad alguna. Nelson dispararía de inme­
esperado hacer el resto del trayecto a pie. diato. Estaría muerto antes de que vie­
Subió por la ladera de una colina y miró ran la nave. Pero si tenía tiempo para avi­
a su alrededor. Estrellado e incendiado. sarles, para entretenerlos un momento...
¿Había alguna clave, alguna pista? ¿Había Eso era todo lo que necesitaba. Una vez
leido algo, escuchado algo? Algún sitio vieran la nave, estaría a salvo.
cercano, a la distancia de un paseo. Algún Pero, si disparaban primero...
sitio agreste, un lugar remoto en el que Crujió una rama quemada, apareció
no hubiera gente. una figura, adelantándose con aire incier­
Repentinamente, Olham sonrió. Estre­ to. Olham inspiró profundamente. Tan
llado e incendiado... sólo quedaban algunos segundos, quizá
El bosque Sutton. los últimos de su vida. Alzó los brazos,
Caminó más deprisa. mirando fijamente.
Era Peters.
—¡Peters! —Olham agitó los brazos.
Era de mañana. La luz del sol se fil­ Peter levantó el arma, apuntando—. ¡No
traba por entre los árboles desgajados, dispare! —su voz temblaba—. Espere un
hasta el hombre agazapado al borde del momento. Mire más allá, detrás del claro.
claro. Olham miraba hacia arriba de vez —¡Lo he encontrado! —gritó Peters.
en cuando, escuchando. No estaba muy De los árboles quemados de su alrededor
lejos, tan sólo a algunos minutos de dis­ surgieron agentes de Seguridad.
tancia. Sonrió. —¡No disparen! ¡Miren más allá! ¡La
Bajó él, desparramados por el claro, nave, la nave aguja! ¡La nave alienígena!
y entre los quemados muñones de lo que ¡Miren!
había sido el bosque Sutton, se encon­ Peters dudó. Su arma se movió, in­
traba una retorcida masa de restos. Bri­ quieta.
llaban oscuros a la luz del sol. No había —Está ahí abajo —dijo rápidamente
tenido muchos problemas para hallarlos. Olham—. Sabía que la encontraría aquí.
El bosque Sutton era un lugar que cono­ Por el bosque que se había quemado.
cía bien; lo había recorrido muchas ve­ Ahora tendrán que creerme. Encontrarán
ces en su vida, cuando era más joven. los restos del robot en la nave. ¿Me harán
Había sabido donde iba a encontrar los el favor de mirar?
restos, pues un pico surgía repentina­ —Hay algo ahí abajo —dijo nerviosa­
mente, inesperadamente. mente uno de los hombres.
78 / philip k. dick
—¡Disparen contra él! —dijo una voz. Olham bajó con ellos. Se quedaron en
Era Nelson. círculo, contemplándolo.
—Esperen —Peters se giró rápidamen­ En el suelo, doblado y retorcido de
te—. Yo estoy al mando. Que nadie dis­ una extraña manera, se veía una forma
pare. Quizá esté diciendo la verdad. grotesca. Parecía humano, quizá. Solo que
—Disparen contra él —dijo Nelson—. estaba doblado de forma rara, con los bra­
Mató a Olham. Puede matamos a todos. zos y piernas extendidos en todas direc­
Si la bomba estalla... ciones. La boca estaba abierta, los ojos
—Cállese —Peters avanzó hacia la la­ miraban vidriosos.
dera. Miró hacia abajo—. Miren eso —^hizo —Como una máquina a la que se le
una seña a dos hombres para que se acer­ ha acabado la cuerda —murmuró Peters.
caran—. Bajen para ver qué es. Olham sonrió débilmente.
Los hombres corrieron ladera abajo, —¿Y bien? —preguntó.
atravesando el claro. Se inclinaron, bus­ Peters lo miró.
cando por entre los restos de la nave. —No puedo creerlo. Estaba diciéndo­
—¡Y bien? —gritó Peters. nos la verdad todo el tiempo.
Olham contuvo la respiración. Sonreía —El robot nunca llegó hasta mí —dijo
débilmente. Debía estar allí; no había te­ Olham. Sacó un cigarrillo y lo encendió—.
nido tiempo de mirar por sí mismo, pero Fue destruido cuando la nave se estrelló,
debía estar allí. De pronto, una duda lo y ustedes estaban demasiado preocupados
asaltó. ¿Y si el robot hubiera vivido lo con la guerra como para pensar en por
bastante como para alejarse? ¿Y si su qué había ardido un bosque repentina­
cuerpo hubiera sido totalmente destruido, mente. Ahora ya lo saben.
convertido en cenizas por el fuego? Se quedó fumando, contemplando a
Se mojó los labios. Tenía la frente los hombres. Estaban arrastrando los gro­
llena de sudor. Nelson lo estaba miran­ tescos restos fuera de la nave. El cuerpo
do, con el rostro aiin lívido. Su pecho estaba rígido, los brazos y piernas como
se alzaba y bajaba desmesuradamente. postes.
—Mátenlo —dijo Nelson— antes de —^Ahora encontrarán la bomba —dijo
que nos mate a todos. Olham. Los hombres dejaron el cuerpo
Los dos hombres se pusieron en pie. en el suelo. Peters se inclinó sobre él.
—¿Qué es lo que han encontrado? —Creo que veo un extremo de ella
—preguntó Peters. Tenía el arma prepa­ —extendió el brazo, tocando el cuerpo.
rada—. ¿Hay algo ahí? El pecho del cadáver estaba abierto.
—Parece que sí. Desde luego, es una En el interior del orificio brillaba algo,
nave aguja. Y hay algo en el suelo junto algo metálico. Los hombres miraron el
a ella. metal sin decir palabra.
—Iré a ver —Peters pasó junto a Ol­ —Esto nos habría destruido a todos,
ham, que lo contempló descender la co­ si hubiera seguido con vida —dijo Pe­
lina y llegar hasta los hombres. Los otros ters—. Esa cosa metálica de ahí adentro.
estaban tras él, empinándose para ver Hubo un silencio.
mejor. —Creo que le debemos una disculpa
—Es un cadáver de algún tipo —dijo —dijo Peters a Olham—. Esto debe de
Peters—. Mírenlo. haber sido una verdadera pesadilla para
impostor / 79
usted. Si no se hubiera escapado, lo hu­ raba la mente, todo daba vueltas—. ¿Es­
biéramos... —no terminó la frase. taba equivocado?
Olham apagó su cigarrillo. Abrió la boca.
—Yo sabía, naturalmente, que el ro­ —Pero si ése es Olham, entonces yo
bot no había llegado hasta mí, pero no debo ser...
tenía forma de probarlo. A veces, no es No completó la oración, solo la pri­
posible probar una cosa inmediatamente. mera frase. La explosión fue visible desde
Este era el problema. No había forma en Alfa Centauro.
que pudiese demostrar palpablemente que
yo era yo.
—¿Qué le parecerían unas vacaciones?
—preguntó Peters—. Creo que podremos
conseguirle un mes. Se podría tomar las
con calma, relajarse.
—En este momento creo que lo que
deseo es volver a casa —dijo Olham.
—De acuerdo —le contestó Peters—.
Lo que usted quiera.
Nelson se había puesto de cuclillas
junto al cadáver. Extendió la mano hacia
el brillo metálico visible en el interior
del pecho.
—No lo toques —le dijo Olham—. Aún
podría estallar. Será mejor que dejemos
que el equipo de demoliciones se haga
cargo de ello.
Nelson no dijo nada. Repentinamente,
asió el metal, metiendo la mano dentro
del pecho. Tiró de él.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —gri­
tó Olham.
Nelson se puso en pie. Estaba soste­
niendo el objeto metálico. Tenía el rostro
contorsionado por el terror. Era un cu­
chillo metálico, un cuchillo-aguja aliení­
gena, cubierto de sangre.
—Esto fue lo que lo mató —susurró
Nelson—. Mi amigo fue asesinado con
esto —^miró a Olham—. Lo mató con esto,
y lo dejó junto a la nave.
Olham estaba temblando. Sus dientes
castañeaban. Miró el cuchillo y luego el
cadáver.
—No puede ser Olham —dijo. Le gi­
80 I philip k. dick
GRUPO DE RESCATE
ARTHUR C. CLARKE
El pequeño mundo del hombre ter­
minará. La mente humana ya puede ima­
ginar ese fin. Si la humanidad puede im­
poner la fuerza de su voluntad tal como
ha incrementado el alcance de su inte­
lecto, escapará a este fin. Si no, el jui­
cio habrá resultado en una condena del
hombre, y éste, y todas sus obras, pe­
recerán para siempre. O bien la raza
humana probará que su destino es la
eternidad y el infinito, y que el valor del
individuo es desdeñable en comparación
con este destino, o el fin llegará.

de El juicio final,
de J. B. S. Haldane
¿A quién había que echarle las culpas? Una vez más, Alveron leyó el mensaje
Desde hacía tres días, los pensamientos de la Base; luego, con un movimiento de
de Alveron habían girado alrededor de un tentáculo que ningún ojo humano hu­
esa pregunta, sin hallar respuesta. Una biera sido capaz de seguir, apretó el botón
criatura de una raza menos civilizada o de «llamada general». A lo largo del cilin­
sensitiva nunca hubiera dejado que eso dro de dos kilómetros de longitud que era
torturase su mente, y se habría satisfecho la nave exploradora galáctica S9000, se­
con la convicción de que nadie podía ser res de muchas razas abandonaron su tra­
considerado responsable de los manejos bajo para escuchar las palabras de su
del destino. Pero Alveron y su especie capitán.
habían sido los señores del Universo des­ —Sé que todos vosotros os habéis es­
de los inicios de la historia, desde aquella tado preguntando —comenzó a decir Al­
era lejana en que la Barrera del Tiempo veron— por qué se nos ordenó abando­
había sido colocada alrededor del cosmos nar nuestra exploración y acudir tan ace­
por los poderes desconocidos que exis­ leradamente a esta región del espacio.
tían antes del Comienzo. A ellos les había Algunos de vosotros quizá podáis daros
sido entregado todo conocimiento; y con cuenta de lo que significa la aceleración
el conocimiento infinito venía la respon­ a que hemos venido. Nuestra nave está
sabilidad infinita. Si se producían errores haciendo su último viaje: los generado­
y fallos en la administración de la Gala­ res han estado funcionando durante se­
xia, la falta era directamente imputable senta horas a la Carga Extrema. Tendre­
a Alveron y su gente. Y no cabía duda: mos mucha suerte si podemos regresar
aquella era una de las mayores tragedias a la Base por nuestros propios medios.
de la historia. «Estamos aproximándonos a un sol
La tripulación seguía sin saber nada. que está a punto de convertirse en nova.
Aun el mismo Rugon, su mejor amigo y La explosión ocurrirá dentro de siete ho­
primer oficial de la nave, tan sólo cono­ ras, más o menos una hora, dejándonos
cía parte de la verdad. Pero ahora, los un máximo de cuatro horas para explora­
mundos condenados se hallaban a menos ción. Existen diez planetas en este siste­
de mil millones de kilómetros de distan­ ma que va a ser destruido; y hay una civi­
cia. En unas horas, estarían aterrizando lización en el tercero. Este hecho fue des­
en el tercer planeta de aquel sistema cubierto hace tan sólo unos días. Nuestra
solar. trágica misión es entrar en contacto con
grupo de rescate / 83
esta raza condenada y, de ser posible, venían del sistema que tenemos delante.
salvar algunos de sus miembros. Sé que »Kulath está a doscientos años luz de
hay poco que hacer en tan corto tiempo aquí, así que esas ondas de radio habían
con ima sola nave. Pero ninguna otra po­ estado viajando durante dos siglos. For
día llegar al sistema antes de que se pro­ consiguiente, en uno de estos mundos ha
dujera la explosión. existido, al menos durante ese período,
Hubo una larga pausa, durante la cual una civilización capaz de generar ondas
no se produjo sonido ni movimiento al­ electromagnéticas, con todo lo que ello
guno en la totalidad de la enorme nave, implica.
mientras corría veloz hacia los mundos »Se llevó a cabo un inmediato examen
situados frente a ella. Alveron sabía lo telescópico del sistema, y se halló que el
que sus compañeros estaban pensando, sol estaba en un estadio prenova. La explo­
y trató de contestar a su pregunta no sión podía haber ocurrido en cualquier
formulada. momento, hasta mientras las señales de
—Os preguntaréis por qué un tal de­ radio estaban camino de Kulath.
sastre, el mayor del que tengamos me­ »Se produjo un pequeño retraso mien­
moria, ha podido suceder. Una cosa puedo tras los visores superveloces de Kulath II
aseguraros: el fallo no reside en Explo­ eran enfocados a este sistema. Mostraron
ración. que no se había producido aún la explo­
»Como sabéis, con nuestra actual flota sión, pero que sólo faltaban unas horas.
de menos de doce mil naves, es tan sólo Si Kulath se hubiera hallado a una frac­
posible reexaminar cada uno de los ocho ción de año luz más lejos, nunca hubié­
mil millones de sistemas solares de la ramos conocido la existencia de esa civi­
galaxia con intervalos de un millón de lización hasta después de su desaparición.
años. La mayor parte de los mundos cam­ »E1 Administrador de Kulath entró in­
bian bien poco en un tiempo tan corto. mediatamente en contacto con la Base
»Hace menos de cuatrocientos mil del Sector, y se le ordenó acudir rápida­
años, la nave de exploración S5060 exa­ mente al punto. Nuestro objetivo es sal­
minó los planetas del sistema al que nos var a todos los miembros que podamos
aproximamos. No encontró inteligencia en de la raza condenada, si es que queda al­
ninguno de ellos, aunque el tercero es­ guno. Pero hemos supuesto que una civili­
taba repleto de vida animal y dos mundos zación que posee la radio puede haberse
más habían estado habitados en otro protegido contra cualquier incremento de
tiempo. Se realizó el informe habitual, y la temperatura que pueda haberse pro­
el sistema quedó para su próximo exa­ ducido ya.
men dentro de seiscientos mil años. »Esta nave y las dos falúas explorarán
»Parece ser que en el período increí­ un sector del planeta cada una. El Co­
blemente corto transcurrido desde la últi­ mandante Torkalee utilizará la Número
ma exploración apareció vida inteligente Uno. El Comandante Orostron la Núme­
en el sistema. Se tuvo la primera noticia ro Dos. Tendrán sólo cuatro horas para
de ello cuando se detectaron señales de explorar ese mundo. Al acabar ese perío­
radio desconocidas en el planeta Kidath do, deberán haber regresado a la nave.
del sistema X29.35, Y34.76, Z27.93. Se to­ Yo partiré entonces, con o sin ellos. Daré
maron marcaciones goniométricas; pro­ a ambos comandantes instrucciones mu­
84 / arthur c. Clarke
cho más detalladas en la sala de control. tando de detectar alguna radiación pro­
»Eso es todo. Entraremos en la atmós­ cedente de la Tierra, pero en vano.
fera dentro de dos horas. —Llegamos muy tarde —anunció hos­
camente—. He comprobado todo el espec­
tro y no he captado nada más que nues­
En el mundo conocido otrora como tras propias estaciones y algunos progra­
Tierra, se estaban apagando los fuegos: mas de hace doscientos años procedentes
no quedaba nada que pudiera arder. Los de Kulath. No hay nada en este sistema
grandes bosques que se habían extendido que esté emitiendo todavía.
por el planeta como una oleada tras la Se dirigió hacia la gigantesca pantalla
desaparición de las ciudades, ya no eran visora con un grácil movimiento fluctuan-
sino tizones encendidos y el humo de sus te que ningún bípedo podría imitar. Al­
piras funerarias aún ensuciaba el cielo. veron no dijo nada; había estado espe­
Pero todavía estaban por llegar las últi­ rando aquella noticia.
mas horas, ya que las rocas superficiales Toda la pared de la sala de control es­
no habían comenzado aún a derretirse. taba ocupada por la pantalla, un gran rec­
Los continentes podían verse dificultosa­ tángulo negro que daba una impresión de
mente a través del humo, pero sus silue­ profundidad casi infinita. Tres de los del­
tas no significaban nada para los vigías gados tentáculos de control de Rugon,
de la nave que se aproximaba. Los mapas inútiles para trabajos pesados, pero in­
de que disponía tenían un desfase de una creíblemente rápidos en la manipulación,
docena de glaciaciones y de más de un movieron los diales de selección y la pan­
diluvio. talla se encendió con un millar de puntos
El S9000 había pasado junto a Júpiter de luz. El campo estelar fue moviéndose
y visto en el acto que no podía existir rápidamente mientras Rugon ajustaba los
vida alguna en aquellos océanos semiga- controles, centrando la imagen en el mis­
seosos de hidrocarburos comprimidos, mo Sol.
que ahora entraban en furiosa erupción Ningún hombre de la Tierra hubiera
bajo el anormal calor solar. No pasaron reconocido la monstruosa forma que llenó
cerca de Marte y los planetas exteriores, la pantalla. La luz del sol ya no era blan­
y Alveron se dio cuenta de que los pla­ ca: grandes nubes violeta azulado cu­
netas más cercanos al Sol que la Tierra brían la mitad de su superficie, y de ellas
debían ya estar fundiéndose. Era muy pro­ brotaban tremendos chorros de llamas
bable, pensó tristemente, que ya hubiera hacia el espacio. En un punto, una enor­
finalizado la tragedia de aquella raza des­ me prominencia había surgido de la fotos­
conocida. En lo profundo de su corazón fera, llegando hasta los mismos parpa­
pensó que quizá fuera mejor así. La nave deantes velos de la corona. Era como si
tan sólo podía haber salvado a unos pocos un árbol de fuego hubiera echado raíces
centenares de supervivientes, y el proble­ en la superficie del sol; un árbol de ocho­
ma de seleccionarlos había estado ator­ cientos mil kilómetros de alto y cuyas
mentando su mente. ramas eran ríos de fuego fluyendo a tra­
Rugon, jefe de comunicaciones y pri­ vés del espacio a centenares de kilóme­
mer oficial, entró en la sala de control. tros por segundo.
Durante la última hora había estado tra­ —Supongo —dijo Rugon al fin— que

grupo de rescate / 85
estará satisfecho con los cálculos de los El asolado terreno de abajo estaba
astrónomos. Después de todo... bañado por una lúgubre y parpadeante
—Oh, estamos completamente a salvo luz, ya que una tremenda aurora boreal
—dijo Alveron confiado—. He hablado con se extendía sobre la mitad del mundo.
el observatorio de Kulath y han llevado Pero la imagen de la pantalla visora era
a cabo algunas comprobaciones adiciona­ independiente de la luz externa, y mos­
les a través de nuestros propios instru­ traba claramente una extensión de roca
mentos. Esa tolerancia de una hora in­ desnuda que nunca parecía haber sopor­
cluye un margen de seguridad que no tado ninguna forma de vida. Probable­
quieren comunicarme por si me sintiese mente aquel desierto terminaría en al­
tentado de permanecer más tiempo. gún sitio. Orostron incrementó su velo­
Miró el panel de instrumentos. cidad hasta el máximo que se atrevía en
—El piloto debe de habernos llevado una atmósfera tan densa.
ya hasta la atmósfera. Por favor, mués­ La nave voló por entre la tormenta,
trenos el planeta en la pantalla. ¡Ah, ahí y entonces el desierto de rocas comenzó
van! a subir hacia el cielo. Una gran cordillera
Se produjo un repentino temblor bajo se alzaba al frente, con sus picos perdi­
sus pies y un ronco clamor de alarmas, dos entre las nubes de humo. Orostron
instantáneamente detenido. En la panta­ dirigió los visores hacia el horizonte, y
lla visora vieron como dos estilizados pro­ en la pantalla se vio cercana y amenaza­
yectiles caían hacia la creciente masa de dora la cordillera. Comenzó a subir rápi­
la Tierra. Viajaron juntos unos pocos ki­ damente. Era difícil imaginar un terreno
lómetros y luego se separaron, desapare­ menos prometedor en el que encontrar
ciendo abruptamente uno de ellos al in­ signos de civilización, y se preguntó si no
troducirse en la sombra del planeta. sería mejor cambiar de ruta. Decidió no
Lentamente, la gran nave madre, con hacerlo. Cinco minutos más tarde tuvo
su masa un millar de veces superior, des­ su premio.
cendió tras ellos entre las tremendas tem­ Kilómetros por debajo se hallaba una
pestades que ya estaban derrumbando las montaña decapitada, con la totalidad de
abandonadas ciudades del Hombre. su cima cortada por una tremenda proeza
de ingeniería. Alzándose en la roca y lle­
nando la meseta artificial se hallaba una
Era de noche en el hemisferio sobre intrincada estructura de andamiajes, so­
el que Orostron dirigió su pequeña nave. portando masas de maquinaria. Orostron
Como Torkalee, su misión era fotografiar hizo detener su nave y bajó en espiral
y grabar, e informar sobre los progresos hacia la montaña.
a la nave madre. La navecilla auxiliar no La pequeña distorsión del efecto Dop-
tenía cabida para especímenes o pasaje­ pler se había desvanecido, y la imagen
ros. Si se establecía contacto con los habi­ de la pantalla era clara y nítida. Los an­
tantes de aquel mundo, la S9000 llegaría damiajes sostenían algunas docenas de
al punto. No habría tiempo para tratos: grandes pantallas metálicas, que apunta­
si surgían problemas, el rescate se efec­ ban al cielo en un ángulo de cuarenta y
tuaría a la fuerza, y las explicaciones ven­ cinco grados con la horizontal. Eran lige­
drían después. ramente cóncavas, y cada una de ellas te­
86 / arthur c. Clarke
nía algún complicado mecanismo en su —¡Aquí está! ¡Escuchad!
foco. Parecía haber algo impresionante Bajó una palanca, y el pequeño recinto
y con un propósito definido en la gran se llenó con un estrepitoso sonido zum­
instalación; cada pantalla estaba apun­ bante, que cambiaba continuamente de
tada, precisamente, al mismo punto del tono pero que no obstante retenía algu­
cielo... o más allá. nas características difíciles de definir.
Orostron se volvió hacia sus colegas. Los cuatro exploradores escucharon
—A mí me parece una especie de obser­ atentamente por un minuto; luego, Oros­
vatorio —dijo—. ¿Han visto algo así al­ tron dijo:
guna vez? —¡Desde luego, esto no puede ser nin­
Kalrten, im ser trípodo y multitentacu- gún tipo de lenguaje! ¡Ningún ser puede
lar de un cúmulo globular situado al ex­ producir sonidos tan rápidamente!
tremo de la Vía Láctea, tenía otra teoría: Hansur I había llegado a la misma con­
—Es un equipo de comunicaciones. clusión;
Esos reflectores se utilizan para enfocar —Es un programa de televisión. ¿No
haces electromagnéticos. He visto el mis­ crees lo mismo, Klarten?
mo tipo de instalación en un centenar de
mundos. Puede que hasta sea la estación El otro estuvo de acuerdo.
emisora que captó Kulath, aunque es poco —Sí, y cada una de esas antenas pa­
probable, porque la banda de emisión debe rece estar emitiendo un programa distin­
ser muy estrecha para unas antenas de to. Me pregunto adónde estarán dirigidas.
ese tamaño. Si no me equivoco, uno de los otros pla­
—Eso podría explicar el por qué Rugen netas de este sistema debe hallarse en la
no pudo detectar ninguna radiación antes trayectoria de esas ondas. Pronto lo com­
de que aterrizásemos —añadió Hansur II, probaremos.
uno de los seres gemelos del planeta Orostron llamó al S9000 y anunció el
Thargon. descubrimiento. Tanto Rugon como Alve-
Orostron no estaba de acuerdo. ron se sintieron muy emocionados, y com­
—Si eso es una emisora de radio, tie­ probaron rápidamente los informes astro­
ne que haber sido construida para realizar nómicos.
comunicaciones interplanetarias. Fijaos en El resultado fue sorprendente y desa­
la forma en que están apuntadas las an­ lentador. Ninguno de los otros nueve pla­
tenas. No creo que una raza que sólo ha netas se hallaba siquiera cerca de la línea
tenido la radio desde hace doscientos años de transmisión. Parecía que las grandes
haya cruzado ya el espacio. Le llevó a mi antenas estaban apuntando ciegamente al
gente seis mil años el lograrlo. espacio.
—Nosotros lo conseguimos en tres mil Sólo parecía poderse extraer una res­
—dijo nuevamente Hansur II, hablando puesta, y Klarten fue el primero en for­
unos segundos antes que su mellizo. mularla;
Antes de que pudiera iniciarse la ine­ —Tenían comunicaciones interplaneta­
vitable discusión, Klarten comenzó a agi­ rias —dijo—, pero la estación debe estar
tar excitadamente sus tentáculos. Mien­ abandonada ya, y los transmisores sin
tras los otros habían estado hablando, él control. Ni siquiera los han apagado, y
ponía en marcha el monitor automático. están apuntando hacia donde quedaron.

grupo de rescate / 87
—Bueno, pronto lo sabremos —dijo con él con la tremenda estática de la in­
Orostron—. Voy a aterrizar. terferencia solar.
Llevó su navecilla lentamente hasta el No les llevó mucho tiempo a Klarten
nivel de las grandes antenas metálicas, y y a los Hansur descubrir que sus teorías
por entre ellas hasta descansar sobre la eran básicamente correctas. El edificio
roca de la montaña. A un centenar de era una estación de radio, y estaba total­
metros de distancia, se agazapaba un edi­ mente desierto. Consistía en una enorme
ficio de piedra blanca entre el laberinto habitación con unas cuantas pequeñas ofi­
de andamies. No tenía ventanas, pero en cinas adosadas a la misma. En la sala
la pared situada frente a ellos se abrían principal, se extendían hasta lo lejos hi­
varias puertas. lera tras hilera de equipos eléctricos; en
Orostron contempló a sus compañeros centenares de paneles de control parpa­
enfundándose en sus trajes protectores, deaban lucecillas, y una luz mortecina lo
y deseó poder acompañarles. Pero alguien iluminaba todo.
tenía que quedarse a bordo para perma­ Pero Klarten no se sentía impresio­
necer en contacto con la nave madre. Esas nado. El primer aparato de radio que su
eran las instrucciones de Alveron, y eran raza había construido se hallaba ahora
muy oportunas. Uno nunca sabía lo que fosilizado en un estrato de un millar de
podía suceder en un mundo que se estaba millones de años de antigüedad. El hom­
explorando, especialmente en las condicio­ bre, que sólo poseía maquinaria eléctrica
nes de aquél. desde hacía pocos siglos, no podía com­
Muy cautamente, los tres exploradores petir con aquellos que la conocían desde
salieron por la compuerta y ajustaron el un período equivalente a la mitad de la
campo antigravitatorio de sus trajes. En­ edad de la Tierra.
tonces, utilizando cada uno el sistema de No obstante, el grupo mantuvo en fun­
locomoción propio de su raza, se dirigie­ cionamiento sus grabadoras mientras ex­
ron hacia el edificio, los gemelos Hansur ploraban el edificio. Quedaba un problema
delante y Klarten muy cerca, tras ellos. por resolver. La estación desierta estaba
Aparentemente, su control de gravedad emitiendo programas, pero ¿de dónde pro­
parecía estar causándole problemas, ya venían?
que repentinamente cayó al suelo, con El control central había sido localizado
gran regocijo de sus colegas. Orostron les enseguida. Estaba diseñado para manejar
vio detenerse un momento frente a la simultáneamente docenas de programas,
puerta más cercana, y luego abrirla len­ pero la fuente de los mismos se perdía
tamente y desaparecer de su vista. en una maraña de cables que desapare­
Así que Orostron esperó, con la mejor cían en las profundidades del suelo. Allá
paciencia que pudo, mientras la tormenta en la S9000 Rugon estaba tratando de ana­
se alzaba a su alrededor y la luz de la lizar las emisiones y quizá sus investiga­
aurora se hacía aún más brillante en el ciones revelasen el origen. Era imposible
cielo. Con los intervalos acordados, fue seguir cables que tal vez atravesasen con­
llamando a la nave madre y Rugon le con­ tinentes.
firmó la recepción. Se preguntó que tal El grupo perdió poco tiempo en la es­
le irían las cosas a Torkalee, en las antí­ tación abandonada. Poco era lo que po­
podas, pero no podía entrar en contacto dían aprender de ella, y buscaban vida y
88 / arthur c. Clarke
no información científica. Unos minutos manas, sino más de im siglo. Pues el sis­
más tarde, la pequeña nave se alzó rápi- tema de vida urbano que se había man­
mente desde la meseta y se dirigió hacia tenido durante tantas civilizaciones había
las llanuras que debían encontrarse tras llegado a su fin cuando el transporte aéreo
las montañas. Les quedaban menos de se había convertido en el sistema de co­
tres horas. municación universal. En unas pocas ge­
Mientras el cúmulo de enigmáticas pan­ neraciones, las grandes masas de la hu­
tallas desaparecía de su vista, Orostron manidad, sabiendo que podían llegar a
fue invadido por una repentina idea: ¿era cualquier parte del globo en cuestión de
su imaginación, o se habían movido to­ horas, habían regresado a los campos y
das ellas un pequeño ángulo mientras es­ bosques en los que siempre habían an­
taban allí, como si estuvieran compen­ helado vivir. La nueva civilización tenía
sando aún la rotación de la Tierra? No máquinas y recursos nunca soñados por
podía estar seguro, y olvidó el detalle por las anteriores épocas, pero era esencial­
poco importante. Sólo querría decir que mente rural y ya no estaba atada a las
el mecanismo que las dirigía funcionaba celdas de acero y cemento que habían do­
de alguna forma. minado los siglos anteriores. Las ciuda­
Quince minutos más tarde descubrie­ des que aún quedaban eran centros espe­
ron la ciudad. Era una grande y extensa cializados en investigación, administra­
metrópoli edificada alrededor de un río ción o entrenamiento; se había permitido
que ahora había desaparecido, dejando que las otras fuesen quedando en ruinas,
una fea cicatriz que serpenteaba entre los pues era demasiado problema el destruir­
grandes edificios y bajo puentes que ahora las. La docena de ciudades más importan­
se veían incongruentes. tes y las antiguas ciudades universitarias,
Ya desde el aire, la ciudad parecía de­ apenas habían cambiado y hubieran du­
sierta. Pero tan sólo quedaban dos horas rado muchas generaciones aún; pero las
y media; no había tiempo para más explo­ ciudades fundadas sobre la base del vapor,
raciones. Orostrom tomó su decisión: el acero y el transporte superficial habían
aterrizó cerca de la edificación más grande muerto con las industrias que las habían
que se divisaba. Parecía razonable imagi­ creado.
nar que algunos seres hubieran buscado Así, mientras Orostron esperaba en la
refugio en los edificios más resistentes, navecilla, sus colegas corrían por intermi­
en donde estarían a salvo hasta el último nables pasillos vacíos y salas desiertas,
momento. tomando innumerables fotografías pero
Las cavernas más profundas, en el co­ sin aprender nada de los seres que habían
razón mismo del planeta, tampoco sumi­ utilizado aquellos edificios. Había libre­
nistrarían protección cuando llegase el ca­ rías, salas de reunión, lugares públicos,
taclismo final. Aún en el caso de que aque­ miles de oficinas; todo vacío y cubierto
lla raza hubiera alcanzado los planetas de polvo. Si no hubieran visto la esta­
exteriores, su fin sólo se retrasaría las ción de radio sobre su plataforma mon­
pocas horas que tardasen las devoradoras tañosa, los exploradores hubieran podido
ondas en cruzar el sistema solar. creer que aquel mundo no conocía la vida
Orostron no podía saber que la ciudad desde hacía siglos.
llevaba desierta no unos pocos días y se­ Durante los largos minutos de la es-

grupo de rescate / 89
pera, Orostron trató de imaginar donde
podía haberse desvanecido aquella raza.
REVISTA Quizá se hubieran suicidado al saber que
era imposible escapar; quizá hubieran
H O R IZ O N T E construido grandes refugios en las entra­
ñas del planeta, y aún ahora estuviesen
La Revista del realismo fantástico escondidos a millones bajo sus plantas,
esperando el fin. Comenzó a temer que
nunca lo sabría.
Fue casi un descanso cuando tuvo al
fin que dar la orden de regreso. Pronto
sabría si el equipo de Torkalee había te­
nido más fortuna. Y estaba ansioso por
regresar a la nave madre, pues mientras
los minutos pasaban el suspense se había
hecho más y más insoportable. Siempre
había tenido una idea en la mente: ¿y
si los astrónomos de Kulath se hubieran
equivocado? Comenzaría a sentirse mejor
cuando tuviese a su alrededor el casco
del S9000. Y aún más cuando se hallasen
en el espacio y aquel sol ominoso se es­
Director: ANTONIO RIBERA tuviese desvaneciendo a popa.
Tan pronto como sus colegas hubie­
Comité de dirección de ran penetrado en la compuerta, Orostron
los artículos extranjeros: lanzó la navecilla hacia el cielo y dispuso
LOUIS PAUWELS los controles para que se dirigiese hacia
JACQUES BERGIER el S9000. Luego, se volvió hacia sus amigos.
FRANQOiS RiCHAUDEAU —Bien, ¿qué habéis hallado? —pre­
guntó.
Klarten sacó un ancho rollo de tela y
lo extendió en el suelo.
Aparece cada dos m eses —^Así eran —dijo en voz baja—. Bípe­
Precio del ejemplar: 100 ptas. dos, con sólo dos brazos. Y a pesar de
eso, parece que no les fueron mal las co­
Adquiérala en su librería
habitual, o suscríbase a ella sas. Además, sólo tenían dos ojos, a me­
dirigiéndose a: nos que tuvieran otros en la espalda. Tu­
vimos suerte de hallar esto. Es casi la
•PLAZA & JANES, S. A.
EDITORES
única cosa que dejaron.
La antigua pintura al óleo devolvía in­
Virgen de Guadalupe, 21-33 mutable las miradas de los seres que la
ESPLUGAS DE LLOBREGAT contemplaban tan atentamente. Por una
(Barcelona) ironía del destino, su completa falta de
valor artístico la había salvado de la des-

90 / arthur c. Clarke
trucción. Cuando la ciudad había sido
evacuada, nadie se había preocupado en

BDESAHO
llevarse al Teniente de Alcalde John Ri­
chards, 1909-1974. Durante un siglo y me­
dio había estado recogiendo polvo mien­
tras lejos de las viejas ciudades la nueva
civilización alcanzaba cimas desconocidas
para las anteriores culturas.
—Eso fue casi lo único que hallamos
—dijo Klarten—. La ciudad debe haber
estado abandonada muchos años. Me temo
que nuestra expedición haya sido un fra­
caso. Si hay algún ser vivo en este pla­
neta, se ha escondido demasiado bien para
que podamos hallarlo.
Su comandante tuvo que darle la ra­
SACHA SilON
zón.
—Era una tarea casi imposible —dijo—.
Si hubiéramos tenido semanas en lugar
de horas, quizá hubiéramos tenido éxito.
Ni siquiera sabemos si habrán construido
refugios bajo el mar. Nadie parece haber
pensado en ello.
Contempló rápidamente los indicado­
res y corrigió el rumbo.
—Estaremos allí en cinco minutos. Pa­
rece que Alveron se está moviendo con
rapidez. Me pregunto si Torkalee habrá
hallado algo.
El S9000 estaba flotando a muy pocos
kilómetros sobre la costa de un continen­
te en llamas cuando Orostron llegó hasta
él. Faltaban sólo treinta minutos para lle­
gar a la línea de peligro, y no había tiem­
po que perder. Manejó hábilmente la na­
vecilla hasta colocarla en su tubo de lan­
zamiento, y la tripulación salió por la ANTES DE HABLAR SOBRE LA
compuerta. U. R.S.S., LEA ESTE LIBRO
Había una pequeña multitud esperan­
do. Era algo previsible, pero Orostron se Pídalo en su librería habitual o diríjase a
dio cuenta en seguida de que algo más
EDICIONES DRONTE
que la curiosidad había llevado allí a sus
amigos. Antes de que se hablase una sola Merced, 4 - Barcelona-2 - ESPAÑA
palabra, supo que algo iba mal.

grupo de rescate / 91
—Torkalee no ha regresado. Ha per­ Aunque él y sus compañeros llevaban mu­
dido a su grupo y vamos a rescatarlo. Ve­ cho tiempo desparramados por toda la
nid inmediatamente a la sala de mandos. galaxia en la exploración de innumerables
mundos, algún ligamen desconocido se­
guía manteniéndolos unidos tan inexora­
Desde el principio, Torkalee había sido blemente como lo están las células vivas
más afortunado que Orostron. Había se­ de un cueipo humano.
guido la zona de penumbra, mantenién­ Cuando hablaba uno de los seres de
dose alejado del intolerable resplandor Palador, el pronombre que siempre usaba
del sol, hasta llegar a las orillas de un era nosotros. Ni había, ni podría haber
mar interior. Era un mar muy reciente, nunca, una primera persona del singular
una de las últimas obras del Hombre, en el lenguaje de Palador.
pues la superficie que había cubierto era Las grandes puertas de un espléndido
desierto un siglo antes. Dentro de unas edificio asombraron a los exploradores,
pocas horas volvería a ser desierto de aunque cualquier niño humano habría re­
nuevo, pues el agua estaba hirviendo y suelto su secreto. T’sinadree no perdió
se alzaban hasta los cielos nubes de vapor. tiempo en ellas, sino que llamó a Torka­
Pero no podían ocultar la belleza de la lee por el transmisor. Luego, los tres se
gran ciudad blanca que dominaba el mar apresuraron a apartarse mientras su co­
sin mareas. mandante maniobraba el vehículo hasta
En la plaza en la que aterrizó Torka­ la mejor posición. Hubo una breve des­
lee aún se veían, cuidadosamente aparca­ carga de intolerables llamas; el resistente
das, máquinas voladoras. Eran primiti­ acero brilló en el extremo del espectro
vas, aunque bellamente construidas. En visible y desapareció. Las piedras aún re­
ninguna parte se veían signos de vida, lucían cuando el ansioso grupo se apre­
pero el lugar daba la impresión de que suró a entrar en el edificio, iluminando
sus habitantes no se hallaban muy lejos. con los haces de sus proyectores el ca­
Aún brillaban luces en algunas de sus mino.
ventanas. No necesitaban las linternas. Ante ellos
Los tres compañeros de Torkalee se se abría una enorme sala iluminada por
apresuraron en abandonar la nave. Diri­ la luz de hileras de tubos colocados en el
giendo al grupo, por antigüedad en el es­ techo. A cada lado, la sala daba a dos
calafón, y raza, iba T’sinadree, que como largos corredores, mientras que frente a
Alveron mismo había nacido en uno de ellos una gigantesca escalinata subía ma-
los antiguos planetas de los Soles Centra­ yestáticamente hacia los pisos superiores.
les. Luego iba Alarkane, miembro de una T’sinadree dudó un momento, luego,
de las razas más jóvenes del Universo, y como cualquier camino era tan bueno
que sentía un perverso orgullo por ello. como los demás, llevó a sus compañeros
Cerraba el grupo uno de los extraños seres por el primer corredor.
del sistema de Palador. No tenía nombre, La sensación de que los nativos esta­
como todos los de su especie, pues no ban cerca se hizo muy fuerte. Parecía que
poseía identidad propia, siendo tan sólo en cualquier momento podían hallarse
una célula móvil, pero sin embargo de­ frente a las criaturas de aquel mundo.
pendiente, de la conciencia de su raza. Si mostraban hostilidad, y no se les po­
92 / arthur c. Clarke
dría recriminar el hacerlo, los paraliza­ a un centenar de metros. Estaba medio
dores serían utilizados en el acto. vacía, al contrario de las demás. A su al­
La tensión era muy alta mientras el rededor yacían libros en un montón des­
grupo entraba en la primera habitación, ordenado por el suelo, como si los hubiera
y sólo se relajó tras ver que no contenía dejado caer alguien que tuviese una prisa
nada más que máquinas: hilera tras, hi­ frenética. Los signos eran innegables. No
lera de máquinas, ahora inmóviles y silen­ hacía mucho, otros seres habían pasado
ciosas. Tapizando la enorme habitación, por allí. En el suelo eran visibles débiles
había millares de archivadores, forman­ huellas de ruedas para los agudos senti­
do ima pared continua hasta tan lejos dos de Alarkane, aunque los demás no
como podía abarcar la vista. Y eso era pudieran ver nada. Hasta podía ver pisa­
todo; no había muebles, nada más que los das, pero no sabiendo nada de los seres
archivadores y las misteriosas máquinas. que las habían dejado no podía decir que
Alarkane, el más rápido de los tres, dirección seguían.
ya estaba examinando los archivadores. La sensación de proximidad era aún
Cada uno de ellos contem'a muchos milla­ más fuerte ahora, pero de proximidad en
res de láminas de delgado pero resisten­ el tiempo y no en el espacio. Alarkane
te material, perforado con innumerables plasmó los pensamientos del grupo:
agujeros. El paladoriano se apropió de —Esos libros debían ser valiosos, y
una de las tarjetas y Alarkane filmó la alguien vino a rescatarlos, pero a última
escena y tomó algunos primeros planos hora. Eso significa que debe haber un
de las máquinas. Luego salieron. La gran lugar de refugio, posiblemente no muy
sala, que había sido una de las maravillas lejano. Quizá podamos hallar otras pis­
del mundo, no significaba nada para ellos. tas que nos lleven a él.
Nadie más volvería a ver aquella mara­ T’sinadree estuvo de acuerdo; el pala­
villosa batería de ordenadores, ni los cin­ doriano no se mostró entusiasta.
co mil millones de fichas perforadas que —Quizá sea así —dijo—. Pero el refu­
contenían todos los datos de cada hom­ gio puede hallarse en cualquier lugar de
bre, mujer y niño del planeta. este planeta, y sólo nos quedan dos horas.
Resultaba claro que aquel edificio ha­ No perdamos más tiempo si es que quere­
bía sido usado muy recientemente. Con mos rescatar a esa gente.
creciente excitación, los exploradores se El grupo se apresuró de nuevo, dete­
apresuraron a la siguiente estancia, que niéndose tan sólo a recoger algunos li­
contenía una enorme biblioteca, en la que bros que podían ser útiles a los científi­
se encontraban millones de libros en kiló­ cos de la Base, aunque era dudoso que
metros y kilómetros de estanterías. Allí, pudieran ser traducidos. Pronto se die­
aunque los exploradores no pudieran sa­ ron cuenta de que el gran edificio estaba
berlo, estaban todas las leyes que el Hom­ compuesto principalmente de pequeñas
bre jamás hubiera promulgado, y todas habitaciones, todas las cuales mostraban
las palabras pronunciadas en sus salas de signos de reciente ocupación. La mayoría
consejo. de ellas estaban limpias y ordenadas,
T'sinadree estaba decidiendo su plan pero una o dos eran todo lo contrario.
de acción, cuando Alarkane llamó su aten­ Los exploradores se sintieron especial­
ción hacia una de las estanterías situada mente asombrados por una de ellas: cla­
grupo de rescate / 93
ramente una oficina de algún tipo, que bitantes de aquel mundo. El problema
parecía haber sido destruida salvajemen­ quedaba sin resolver, y parecía que nun­
te. El suelo estaba cubierto de papeles, ca lo sería.
los muebles habían sido destrozados, y Tan sólo quedaban cuarenta minutos
entraba humo de los fuegos exteriores antes de que la S9000 partiese.
por las rotas ventanas. Estaban a medio camino de regreso
T’sinadree se alarmó bastante. a la falúa cuando vieron el pasadizo semi­
—¡Espero que ningún animal peligroso circular que descendía a las profvmdida-
pueda haber entrado en un sitio así! —ex­ des del edificio. Su estilo arquitectónico
clamó, moviendo nerviosamente su para­ era bastante distinto al utilizado en otras
lizador. partes, y el suelo, en suave descenso cons­
Alarkane no contestó. Comenzó a pro­ tituía una irresistible atracción para los
ducir aquel molesto sonido que su raza seres cuyas muchas piernas se habían
denominaba «risa». Pasaron varios mi­ cansado de las escalinatas de mármol que
nutos antes de que pudiera explicar lo sólo unos bípedos podían haber construi­
que le había divertido. do en tal profusión. T’sinadree había sido
—No creo que ningún animal lo haya el más perjudicado, pues normalmente
hecho —dijo—. En efecto, la explicación empleaba doce piernas, y podía utilizar
es muy simple. Suponte que hubieras es­ veinte cuando tenía prisa, aunque nadie
tado trabajando toda tu vida en esta habi­ le hubiera visto realizar tal hazaña.
tación, procesando innumerables docu­ El grupo se quedó quieto contemplan­
mentos, año tras año. Y, de repente, te do el pasadizo con un solo pensamiento:
dicen que nunca más la verás, que se ha ¡Un túnel que llevaba a las profundida­
acabado tu trabajo, y que tienes que de­ des de la tierra! En su otro extremo quizá
jarla para siempre. Más aún: que nadie hallasen a la gente de aquel planeta y
seguirá tu tarea. Todo se acabó. ¿Qué pudieran rescatar a algunos de ellos de
clase de despedida harías, T’sinadree? su destino. Pues aún quedaba tiempo para
El otro pensó por un momento. llamar a la nave madre si surgía la nece­
—Bueno, supongo que ordenaría las sidad. T’sinadree señaló a su comandante
cosas y me iría. Esto es lo que parece y Torkalee situó encima de ellos la pe­
haber ocurrido en las otras habitaciones. queña navecilla. Quizá no hubiera tiempo
Alarkane rió de nuevo. para que el grupo volviese sobre sus pa­
—Estoy seguro de que lo harías. Pero sos a través del laberinto de corredores,
algunos individuos tienen una psicología tan meticulosamente grabados en la men­
diferente. Creo que me hubiera gustado te paladoriana que resultaba imposible
conocer al ser que habitaba aquí. perderse. Si la velocidad fuera necesaria,
No se explicó más, y sus dos colegas Torkalee podría abrirse camino a caño­
se quedaron pensando en sus palabras nazos a través de los doce pisos situados
durante un rato, antes de dejarlo correr. sobre ellos. En cualquier caso, no les lle­
Sintieron como un shock cuando Tor- varía mucho tiempo hallar lo que se en­
kalee dio la orden de regreso. Habían reu­ contraba al extremo del pasadizo.
nido una buena cantidad de información, Les llevó tan solo treinta segundos.
pero no habían hallado clave alguna que El túnel terminaba de una forma abrupta
les pudiera llevar a los desaparecidos ha­ en una muy curiosa habitación cilindrica
94 / arthur c. Clarke
con asientos tapizados, situados a lo largo Estaba equivocado. Los ingenieros que
de las paredes. No había ninguna salida, habían diseñado el subterráneo automá­
excepto por donde ellos habían entrado, tico habían pensado que cualquiera que
y pasaron varios segundos antes de que entrase en él desearía, naturalmente, ir
la mente de Alarkane pudiera resolver el a alguna parte. Si no seleccionaban una
enigma del uso de aquella sala. Era una estación intermedia, tan solo podían que­
pena, pensó que no tuvieran tiempo para rer ir al íinal de la línea.
utilizarla. El pensamiento fue interrum­ Hubo otra pausa mientras los relés y
pido por un grito de T’sinadree. Alarkane circuitos esperaban sus órdenes. En aque­
giró sobre sí mismo y vio que la entrada llos treinta segundos, si hubieran sabido
se había cerrado silenciosamente tras que hacer, el grupo hubiera podido abrir
ellos. las puertas y salir del ferrocarril subte­
Aún en aquel primer momento de pá­ rráneo. Pero no lo sabían, y las máquinas,
nico, Alarkane pensó con admiración: dispuestas para la psicología humana, ac­
¡Fueran quienes fuesen, sabían como cons­ tuaron por ellos.
truir maquinarias automáticas! La sensación de aceleración no era
El paladoriano fue el primero en ha< muy grande; la mullida tapicería era un
blar. Señaló con xmo de sus tentáculos lujo, no una necesidad. Tan sólo una vi­
las sillas. bración casi imperceptible les indicaba
—Creo que sería mejor que nos sen­ la velocidad con la que estaban viajando
tásemos —dijo. La mente múltiple de Ta­ a través de las entrañas de la tierra, en
lador había analizado ya la situación, y un viaje cuya duración no podían imagi­
sabía lo que seguiría. nar. Y, dentro de treinta minutos, la
No tuvieron que esperar mucho antes S9000 abandonaría el sistema solar.
de que de ima rejilla, situada por encima Hubo un largo silencio en la máquina
de sus cabezas, surgiese un zumbido agu­ que viajaba a toda velocidad. T'sinadree
do y por última vez en la historia ima voz y Alarkane estaban pensando frenética­
humana fue escuchada en la Tierra. Las mente. También el paladoriano, aunque
palabras no tenían significado, aunque los en forma diferente. El concepto de muer­
exploradores atrapados podían imaginar­ te personal no tenía significado para él,
se claramente lo que decían: pues la destrucción de una sola unidad
—Por favor, acomódense. no significaba nada para la mente-grupo.
Simultáneamente, un panel en la pa­ Pero, aunque con gran dificultad, podía
red de uno de los extremos de la estan­ llegar a apreciar el problema con que se
cia brilló iluminándose. En él se veía un enfrentaban las inteligencias individuales
sucinto mapa, consistente en una serie tales como Alarkane y T’sinadree, y sentía
de una docena de círculos conectados con ansiedad por ayudarles, si ello era posible.
una línea. Cada uno de los círculos tenía Alarkane había logrado comunicarse
algo escrito a su lado, y además de lo con Torkalee con su transmisor personal,
escrito, dos botones de diferentes colores. aunque la señal era muy débil y parecía
Alarkane miró interrogativo a su líder. estar desapareciendo rápidamente. A toda
—No los toquemos —dijo T'sinadree—. prisa, le explicó la situación, y casi en se­
Si no lo hacemos, quizá se abran de nuevo guida las señales se hicieron más fuertes.
las puertas. Torkalee estaba siguiendo el camino de
grupo de rescate / 95
la máqmna, volando sobre el terreno bajo Su análisis era totalmente exacto. La
el que corrían hacia su destino descono­ máquina podía ser detenida en cualquier
cido. Esta fue la primera indicación que estación intermedia. Sólo llevaban diez
tuvieron del hecho de que estaban via­ minutos de viaje, y si hubieran podido
jando a cerca de mil quinientos kilóme­ salir ahora, nada malo hubiera ocurrido.
tros por hora, y muy poco después Tor- Fue pura mala suerte el que el primer
kalee pudo darles otra noticia aún más botón que apretó T’sinadree fue el equi­
perturbadora: que se estaban acercando vocado.
rápidamente al mar. Mientras estuvieran La lucecita en el mapa se deslizó len­
bajo tierra, había una esperanza, aunque tamente pasando por el círculo iluminado
fuera pequeña, de detener la máquina y sin perder velocidad. Y, al mismo tiempo,
escapar. Pero, bajo el océano... ni todos Torkalee les llamó desde la nave situada
los recursos y ciencia de la gran nave ma­ encima de ellos.
dre podrían salvarlos. Parecía imposible —^Acabáis de pasar por debajo de una
imaginar una trampa mejor. ciudad y os dirigís hacia el mar. No puede
T’sinadree había estado examinando haber otra parada durante al menos un
el mapa de la pared con gran atención. millar y medio de kilómetros.
Su significado resultaba obvio, y se veía
un pequeño punto luminoso deslizándose
a lo largo de la línea que enlazaba los Alveron había perdido ya toda espe­
círculos. Ya estaba casi a la mitad de dis­ ranza de encontrar vida en aquel mundo.
tancia de la primera estación señalada. La S9000 había errado sobre la mitad del
—Voy a apretar uno de esos botones planeta, no quedándose nunca mucho
—dijo por fin T’sinadree—. No nos hará tiempo en un mismo sitio, descendiendo
ningún daño, y quizá consigamos algo. aquí y allá en un esfuerzo de atraer aten­
—Estoy de acuerdo. ¿Cuál vas a pro­ ción. No había habido respuesta; la Tierra
bar primero? parecía totalmente muerta. Si alguno de
—Sólo hay de dos clases, y no impor­ sus habitantes estaba aún con vida, pensó
tará si apretamos primero el equivocado. Alveron, debía de haberse escondido en
Supongo que uno es para poner en mar­ las profundidades en las que ninguna ayu­
cha la maquinaria y el otro para dete­ da podía alcanzarles, a pesar de que con
nerla. ello no iban a lograr escapar de la muerte.
Alarkane no tenía grandes esperanzas. Rugon le informó del desastre. La gran
—Se puso en marcha sin que apretá­ nave cesó en su inútil búsqueda y voló
semos ningún botón —dijo—. Creo que por entre la tormenta hacia el océano so­
es totalmente automático, y que no po­ bre el que la pequeña falúa de Torkalee
dremos controlarlo desde aquí. seguía aún el camino de la máquina sub­
T'sinadree no estaba de acuerdo. terránea.
—Esos botones están claramente aso­ La escena era realmente aterradora.
ciados con la estaciones, y no tiene sig­ En ningún momento, desde que la Tierra
nificado el ponerlos a menos de que uno había nacido, se habían visto mares como
pueda usarlos para controlar el destino. aquellos. La tormenta arrastraba consigo
La única pregunta es: ¿cuál es el co­ montañas de agua empujadas por vientos
rrecto? que habían alcanzado ahora velocidades
96 / arthur c. Clarke
de muchos centenares de kilómetros por asegurarse de que las cosas se realizasen
hora. Aún a aquella distancia de la tierra en forma justa. Alveron necesitaría todas
firme, el aire estaba lleno de restos lle­ sus dotes superhumanas durante las pró­
vados por el viento: árboles, fragmentos ximas horas.
de casas, planchas metálicas, cualquier Mientras tanto, a kilómetro y medio
cosa que no hubiera estado bien aferrada bajo el fondo del océano, Alarkane y T'si-
al suelo. Ningvma máquina aérea podría nadree estaban muy ocupados con sus
haber sobrevivido ni un instante en tal comunicaciones privadas. Quince minu­
huracán. Y una y otra vez el rugido del tos no es mucho tiempo en que disponerse
viento era apagado por el estampido de a concluir una vida. Ciertamente, apenas
las montañas de agua chocando unas con si hay tiempo bastante para dictar unos
otras en colisiones que parecían resque­ pocos de los mensajes de despedida que
brajar los cielos. en tales momentos son mucho más impor­
Afortunadamente, aún no se había pro­ tantes que cualquier otra cosa.
ducido ningún terremoto serio. Muy por Mientras tanto, el paladoriano había
debajo del océano, la maravillosa pieza permanecido silencioso e inmóvil, sin de­
de ingeniería que había sido el ferroca­ cir palabra. Los otros dos, resignados a
rril subterráneo privado del Presidente su destino e inmersos en sus asuntos pri­
Mundial seguía funcionando aún perfec­ vados, no pensaban en él. Se sobresalta­
tamente, sin ser afectado por el tumulto ron cuando repentinamente comenzó a
y destrucción de arriba. Continuaría así dirigirse a ellos en su peculiar voz átona.
hasta el último minuto de la existencia —Nos damos cuenta de que estáis to­
de la Tierra, para lo cual, si los astróno­ mando algunas decisiones conforme a
mos no habían errado, tan sólo faltaba vuestra prevista muerte. Probablemente,
un cuarto de hora; con un cierto margen no sean necesarias. El Capitán Alveron
de error que a Alveron le hubiera gustado espera rescatarnos si podemos detener
mucho conocer con exactitud. Pasaría cer­ esta máquina cuando llegue de nuevo a
ca de una hora antes de que el grupo atra­ tierra.
pado pudiera alcanzar tierra firme y tener Tanto T'sinadree como Alarkane se sin­
así una cierta esperanza de rescate. tieron demasiado asombrados como para
Las instrucciones de Alveron habían poder contestar de inmediato. Por fin, este
sido muy precisas y, aunque no las hu­ último logró articular:
biera dado, nunca habría pensado en co­ —¿Cómo lo sabes?
rrer ningún riesgo con la gran máquina Era una pregunta estúpida, ya que en
que había sido puesta a su cuidado. Si seguida recordó que habían varios pala-
hubiera sido humano, la decisión de aban­ dorianos, si es que se podían considerar
donar a los miembros de su tripulación como entidades diversas, a bordo de la
atrapados hubiera sido una que le hubiera S9000, y que consecuentemente, su com­
costado tomar pero, era miembro de una pañero sabía todo lo que estaba sucedien­
raza mucho más sensitiva que el hombre, do en la nave madre. Por esto no esperó
una raza que amaba tanto los asuntos del una respuesta sino que continuó:
espíritu que hacía mucho, y con gran re­ —¡Alveron no puede hacer eso! No se
luctancia, había tomado el control de uni­ atreverá a correr tal riesgo!
verso dado que era la única forma de —No habrá riesgos —dijo el palado-
grupo de rescate / 97
riano—. Ya le hemos dicho lo que debe
hacer. Es realmente muy simple.
Alarkane y T'sinadree contemplaron
a su compañero con algo que se aproxi­
maba a la veneración, dándose cuenta ya
de lo que debía de haber sucedido. En
momentos de crisis, las diversas unidades
que conformaban la mente paladoriana
podían unirse en una organización no me­
nos conjuntada que la de las células de
un cerebro. En tales momentos formaban
un intelecto más poderoso que cualquier
otro del universo. Todos los problemas
ordinarios podían ser resuletos por unos
pocos centenares o millares de unidades.
Raras veces se necesitaban millones de
ellas, y en tan solo dos ocasiones históri­
cas se había unido toda la consciencia de
Palador para enfrentarse con emergen­
cias que amenazaban a la raza. La mente
paladoriana era uno de los recursos inte­
¡BANG! lectuales más grandes del universo; po­
cas veces se necesitaba toda su potencia,
Revista de los tebeos españoles. pero el conocimiento de su disponibilidad
era especialmente confortador para las
otras razas. Alarkane se preguntó cuantas
células se habrían coordinado para tratar
Publicación especializada en el estudio y la con aquella emergencia en particular.
difusión de la historieta. En sus páginas hallará
análisis estéticos, estudios sociológicos, la his­ También se preguntó cómo un incidente
toria de los comics, documentación y bibliogra­ tan trivial había llamado su atención.
fía, ediciones cuidadas de los mejores comics Nunca iba a conocer la respuesta a
españoles e internacionales y, en general, todo
lo que se refiere a las formas de expresión
aquella pregunta, aunque podría habérse­
gráficas y afines. la imaginado de haber sabido que la tre­
mendamente remota mente paladoriana
poseía un rasgo casi humano de vanidad.
Hacía mucho, Alarkane había escrito un
Para información y solicitudes de condiciones libro tratando de probar que, eventual­
de suscripción, escribir a: mente, todas las razas inteligentes sacri­
ficarían sus consciencias individuales y
que, un día, tan sólo quedarían en el uni­
IBANGI verso mentes-grupo. Palador, había dicho,
Apartado Correos 9331 era el primero de esos intelectos finales,
Barcelona — ESPAÑA y la vasta y dispersa mente se había sen­
tido complacida por ello.
98 / arthur c. Clarke
No tuvieron tiempo de hacer más pre­
guntas antes de que el mismo Alveron
comenzase a hablar por los comunica­
dores.
—¡Alveron al habla! Permaneceremos
en este planeta hasta que los efectos de AVISO A LOS
la explosión lo alcancen, de forma que
podamos rescatarles. Se dirigen hacia una LECTORES
ciudad en la costa a la que llegarán den­
tro de cuarenta minutos a su velocidad
actual. Si no pueden detenerse entonces,
El anuncio de NUEVA D IM EN ­
destruiremos el túnel por delante y de­
trás de ustedes para cortarles la energía. SIÓN EN AMÉRICA que figura en
Entonces, perforaremos un túnel para la pág. 53, no se inserta para lle­
sacarles: el ingeniero jefe dice que puede
nar una página más o para hacer
hacerlo en cinco minutos con los proyec­
tores principales. Así que estarán a salvo bonito, sino en función de su
dentro de una hora, a menos de que el utilidad a los lectores que se hayan
sol estalle antes. quedado sin algún número ante­
—¡Y si eso sucede, también será des­
truida la nave! ¡No deben correr ese rior de la revista, ya que en dicho
riesgo! anuncio figuran las señas de los
—No se preocupen por eso; estamos distribuidores a los cuales pueden
totalmente a salvo. Cuando estalle el sol,
tardará varios minutos en llegar a un má­ dirigirse para solicitar los números
ximo su efecto destructivo. Además, esta­ que al lector le falten en su co­
mos en el lado nocturno del planeta, tras lección. (¿Acaso hay algún lector
una coraza de doce mil kilómetros de
roca. Cuando lleguen los primeros sínto­ que no coleccione la revista?)
mas de la explosión, aceleraremos fuera
del Sistema Solar, permaneciendo ocultos ¡Ah! Y que conste que los anun­
por el planeta. A nuestra aceleración má­
xima, llegaremos a la velocidad de la luz cios de suscripción tampoco son
antes de abandonar el cono de sombra, para hacer bonito, sino para tratar
y entonces la explosión ya no podrá ha­ de conseguir algún resultado fruc­
cemos ningún daño.
T’sinadree aún no quería hacerse espe­ tífero (¿O es que los lectores creen
ranzas. Inmediatamente, se le ocurrió otra que la revista está financiada por
objeción. el Gran Imperio Galáctico?)
—Sí, pero ¿cómo se enterarán de los
primeros síntomas, estando en el lado
nocturno del planeta?
—Muy fácilmente —le replicó Alve­
ron—: este planeta tiene una luna que es
grupo de rescate / 99
ahora visible desde este hemisferio. Te­ en que terminaba tenía más de trescientos
nemos apuntados telescopios hacia ella. metros de diámetro y descendía hacia las
Si muestra algún incremento repentino profundidades a tanta distancia como po­
en su brillantez, nuestros motores prin­ dían llegar sus linternas. Por encima, las
cipales se pondrán automáticamente en nubes de tormenta huían ante una luna
marcha y seremos lanzados fuera del sis­ que ningún hombre hubiera reconocido,
tema. por la brillantez de su disco. Y, la más
El razonamiento lógico no tenía nin­ bella de todas las visiones, la S9000 flo­
gún fallo. Alveron, cauto como siempre, taba muy por arriba, con los grandes
no corría ningún riesgo. Pasarían muchos proyectores que habían perforado aquel
minutos antes de lo que los doce mil kiló­ enorme pozo brillado aún con color rojo
metros de roca fueran destruidos por el cereza.
fuego del sol al estallar. En aquel tiempo, Una forma oscura se destacó de la nave
la S9000 podría haber alcanzado el refugio madre y descendió rápidamente hacia el
de la velocidad de la luz. suelo. Torkalee regresaba a recoger a sus
Alarkane apretó el segundo botón cuan­ amigos. Un poco más tarde, Alveron los
do aún estaban a varios kilómetros de la saludaba en la sala de control. Señaló
costa. No esperaba que sucediese nada hacia la gran pantalla visora y dijo, en
entonces, asumiendo que la máquina no voz baja:
podía detenerse entre estaciones. Les pa­ —Miren, apenas si lo logramos a
reció demasiado bello para ser cierto tiempo.
cuando, algunos minutos después, la li­ El continente, bajo ellos, estaba hun­
gera vibración cesó, y se detuvieron. diéndose lentamente ante el embate de las
Las puertas se abrieron silenciosamen­ olas de un par de kilómetros de alto que
te. Antes de que lo hubieran hecho del estaban atacando sus costas. Lo último
todo, los tres ya habían abandonado el que se pudo contemplar de la Tierra fue
compartimento. No iban a correr más una gran llanura, bañada por la luz pla­
riesgos. Ante ellos, se extendía un largo teada de la anormalmente brillante luna.
túnel en la distancia, subiendo lentamente Sobre ella, corrían las aguas en deslum­
hasta perderse de vista. Comenzaban a co­ brante inundación hacia una distante cor­
rrer por él cuando, repentinamente, la voz dillera montañosa. El mar había ganado
de Alveron gritó por sus comunicadores: su victoria final, pero su triunfo sería de
—¡Quédense donde están! ¡Vamos a corta duración, pues pronto no existirían
abrirnos paso! ni tierra ni mar. Mientras el silencioso
El suelo se estremeció, y muy por de­ grupo de la sala de control contemplaba
lante se oyó el ruido de un derrumbe de la destrucción de allá abajo, la catástrofe,
rocas. El suelo se estremeció de nuevo; infinitamente más grande, de la que aque­
y a un centenar de metros por delante de llo era tan sólo un preludio, cayó sobre
ellos se desvaneció repentinamente el pa­ ellos.
sadizo. Un tremendo pozo vertical había Era como si repentinamente hubiera
sido perforado a través de él. amanecido sobre aquel paisaje nocturno.
El grupo se apresuró hacia adelante, Pero no era el amanecer: era la luna, bri­
hasta que llegaron al final del corredor llando con el fulgor de un segundo sol.
y se quedaron esperando al borde. El pozo Durante quizá treinta segundos, aquella

100 / arthur c. Clarke


aterradora y supranatural luz iluminó des­ gido la construcción de un equipo espe­
lumbrantemente la condenada tierra de cial, y esto había llevado tiempo.
allá abajo. Luego se produjo el repentino —¿Qué es lo que ha encontrado? —pre­
parpadeo de las luces de control en la guntó Alveron.
consola de mando. Los motores princi­ —Bastante —le contestó Rugon—. Hay
pales se habían puesto en marcha. Du­ algo misterioso aquí, y no logro compren­
rante un segundo Alveron estudió los in­ derlo. No llevó mucho tiempo el averiguar
dicadores y comprobó sus informaciones. como estaban construidos los transmiso­
Cuando miró de nuevo a la pantalla, la res de visión, y hemos podido transformar
Tierra había desaparecido. nuestros equipo para aceptar sus emisio­
Los magníficos y desesperadamente nes. Parece ser que había cámaras por
sobrecargados generadores se quemaron todo el planeta, captando puntos de inte­
silenciosamente mientras el S9000 estaba rés. Algunas de ellas, aparentemente, se
pasando junto a la órbita de Perséfona. hallaban en las ciudades, en las azoteas
Pero no importaba, el Sol ya no podía de los edificios más altos. Las cámaras
dañarles ahora, y aunque la nave estaba estaban girando continuamente para dar
navegando sin control por la solitaria no­ vistas panorámicas. En los programas que
che del espacio interestelar, sólo sería hemos grabado hay unas veinte escenas
cuestión de días que llegase el rescate. diferentes.
Era irónico. El día antes habían sido
«Además, había un cierto número de
los rescatadores, corriendo en ayuda de
una raza que ahora ya no existía. Por ené­ transmisiones de distinto tipo, que ni eran
sonido ni visión. Parecían ser de tipo cien­
sima vez, Alveron pensó en el mundo que
acababa de perecer. Trató, en vano, de tífico: posiblemente lecturas de instru­
imaginárselo tal como había sido en su mentos, o algo así. Todos esos programas
esplendor, con las calles de sus ciudades estaban siendo emitidos simultáneamente
abarrotadas de vida. Aunque su gente ha­ en distintas frecuencia.
bía sido primitiva, podían haber ofrecido »Y tiene que haber una razón para
mucho al Universo. ¡Si tan sólo hubieran todo esto. Orostron sigue pensando que
podido entrar en contacto! Pero no ser­ es simplemente que la estación no fue
vía de nada el lamentarlo; mucho antes desconectada cuando la a b a n d o n a r o n .
de que ellos llegasen, la gente de aquel Pero esos no son el tipo de programas
mundo debía de haberse enterrado en el que una estación de esta clase emitiría
corazón de su planeta. Y ahora, ellos y habitualmente. Ciertamente, debió de ser
su civilización seguirían siendo un mis­ usada para comunicaciones interplaneta­
terio por el resto de los tiempos. rias; Klarten tenía razón en esto. Así que
Alveron se alegró cuando sus pensa­ estos seres debieron de cruzar el espacio,
mientos fueron interrumpidos por la en­ ya que ninguno de los otros planetas te­
trada de Rugon. El jefe de comunicacio­ nía vida cuando se realizó la última ex­
nes había estado muy ocupado desde el ploración. ¿No cree?
despegue, tratando de analizar los pro­ Alveron seguía interesado en sus razo­
gramas emitidos por el transmisor que namientos.
Orostron había descubierto. El problema —Sí, parece bastante razonable. Pero
no era muy complicado, pero había exi­ también es cierto que esas ondas no es­

grupo de rescate / 101


taban enfocadas a ninguno de los otros de kilómetros del sol. La nova sigue ex­
planetas. Yo mismo comprobé eso. pandiéndose; y ya tiene un tamaño doble
—Lo sé —contestó Rugon—. Lo que al del antiguo Sistema Solar.
quiero descubrir es por qué una gigan­ Rugon permaneció en silencio durante
tesca estación emisora interplanetaria está un momento.
retransmitiendo atareadamente imágenes —Quizá tenga razón —dijo, bastante
de un mundo que está a punto de ser des­ a regañadientes—. Con eso destruye mi
truido; imágenes que podrían ser de un teoría, pero no ha logrado darme una res­
inmenso interés a los científicos y astró­ puesta.
nomos. Alguien se había tomado un tra­ Paseó arriba y abajo de la habitación
bajo inmenso para colocar todas esas cá­ antes de hablar de nuevo. Alveron esperó
maras. Estoy convencido que las emisio­ pacientemente. Conocía los poderes casi
nes tenían algún destino. intuitivos de su compañero, que podían
Alveron se irguió. resolver a menudo un problema para el
—¿Cree que pueda haber algún otro que la lógica se mostraba insuficiente.
planeta exterior, del que no hayamos sido Luego, lentamente, Rugon comenzó a
informados? —le preguntó—. Si es así, hablar de nuevo:
su teoría es falsa. Las ondas ni siquiera —Veamos una cosa —dijo—. Supon­
seguían el plano del Sistema Solar. Y gamos que hubiéramos infravalorado to­
aunque lo hicieran... Mire esto. talmente a esa gente. Orostron ya lo hizo,
Encendió la pantalla visora y ajustó cuando pensó que no podían haber cru­
los controles. Sobre la aterciopelada cor­ zado el espacio ya que sólo habían cono­
tina del espacio colgaba una esfera blan- cido la radio desde hacía dos siglos. Han-
co-azulada, compuesta aparentemente de sur II me habló de ello. Bueno, pues Oros­
muchas esferas concéntricas de gas incan­ tron se equivocaba. Quizá todos nos equi­
descente. Aunque la inmensa distancia voquemos. Le di una ojeada a los materia­
convertía en invisible todo movimiento, les que Klarten trajo del transmisor. No
resultaba claro que estaba expandiéndose me impresionó lo que encontró allí, pero
a una enorme velocidad. Y su centro era era un logro maravilloso para un tiempo
un cegador punto de luz: la enana blanca tan corto. Habían aparatos en esa emisora
en que aquel sol se había c o n v e r t i d o propios de civilizaciones millares de años
ahora. más viejas. Alveron, ¿puede ver dónde nos
—Probablemente no se da cuenta de llevaría esto?
lo grande que es esa esfera —dijo Alve­ Alveron no contestó nada durante un
ron—. Mire esto. minuto. Casi se había estado esperando
Incrementó el aumento hasta que sólo aquella pregunta, y no era fácil respon­
fue visible la porción central de la nova. derla. Los generadores principales esta­
Cerca del mismo centro se veían dos di­ ban irremediablemente averiados. No te­
minutas condensaciones, una a cada lado nía sentido el tratar de repararlos. Pero
del núcleo. aún disponían de energía y, mientras dis­
—Esos son los dos planetas gigantes pusieran de ella, podían llevar a cabo algo,
del sistema. Han logrado seguir mante­ mientras aún era tiempo. Significaría mu­
niendo, en cierto modo, su existencia. Y cha improvisación, y algunas maniobras
estaban a varios centenares de millones difíciles, ya que la nave mantenía su tre­
102 / arthur c. Clarke
menda velocidad inicial. Sí, podría llevar­ Tardó una semana en comenzar a mo­
se a cabo, y la actividad impediría que verse el indicador de los detectores de
la tripulación se deprimiese aún más, masa, vibrando suavemente en el punto
ahora que empezaba a causar efecto la más bajo de la escala. Pero Rugon no dijo
reacción originada por el fracaso de la nada, ni siquiera a su capitán. Esperó
misión. Las noticias de que la nave de hasta estar seguro, y siguió esperando
reparaciones más cercana no podría al­ hasta que los detectores de corta distan­
canzarles hasta al cabo de tres semanas, cia comenzaron a reaccionar, y a dar una
habían acabado por arrebatarles la moral. débil imagen en la pantalla visora. Y aún
Los ingenieros, como siempre, pusie­ continuó la espera hasta poder interpretar
ron interminables objeciones. Y, también las imágenes. Luego, cuando supo que la
como siempre, llevaron a cabo la tarea en más loca de sus imaginaciones se había
mitad del tiempo en que habían tratado quedado corta ante la verdad, llamó a sus
de demostrar que era imposible. Muy len­ colegas a la sala de control.
tamente, durante muchas horas, la gran La imagen en la pantalla visora era la
nave comenzó a eliminar la velocidad que ya familiar de campos estelares sin cuen­
los motores principales le habían impri­ to, sol tras sol hasta los mismos límites
mido en pocos minutos. Trazando una de Universo. Cerca del centro de la pan­
inmensa curva, de millones de kilóme­ talla, una lejana nebulosa formaba una
tros de radio, la S9000 cambió de trayec­ mancha de luminosidad que era difícil ver
toria, y los campos estelares giraron a su a simple vista.
alrededor. Rugon incrementó el aumento. Las es­
La maniobra les llevó tres días, pero trellas desaparecieron del campo de vi­
al fin de la misma la nave progresaba len­ sión. La pequeña nebulosa se expandió
tamente por una trayectoria paralela a hasta llenar la pantalla y entonces... dejó
las ondas que, en otro tiempo, habían sur­ de ser una nebulosa. Un simultáneo sus­
gido de la Tierra. Estaban dirigiéndose piro de asombro fue emitido por todo el
hacia el vacío, mientras la ardiente esfera grupo ante la visión que se les ofrecía.
que había sido un sol disminuía lenta­ Extendiéndose por el espacio, en una
mente tras ellos. Según los estándares de vasta formación tridimensional en filas
los vuelos interestelares, prácticamente y columnas, con la precisión de un ejér­
permanecían estacionarios. cito desfilando, se veían millares de pe­
Durante horas, Rugon trabajó con sus queños puntos de luz. Se movían rápida­
instrumentos, lanzando ondas detectoras mente; y la trama general mantenía su
muy a lo lejos, a través del espacio. Cier­ formación, como si se tratase de un solo
tamente, no había planeta alguno en mu­ ente. Mientras Alveron y sus camaradas
chos años-luz. De esto no cabía duda. De la contemplaban, comenzó a salir de la
vez en cuando, Alveron iba a verle y siem­ pantalla, y Rugon tuvo que volver a cen­
pre le tenía que dar la misma respuesta: trarla moviendo los controles.
—Nada que informar —Más o menos Tras una larga pausa, Rugon comenzó
una de cada cinco veces, la intuición de a hablar.
Rugon le fallaba miserablemente; comen­ —Esta es la raza —dijo en voz baja—,
zó a preguntarse si aquella no era una de que sólo ha conocido la radio en los últi­
tales ocasiones. mos doscientos años... La raza que creía­
grupo de rescate / 103
mos que se había ocultado para morir en como todas las razas aisladas piensan que
el corazón de su planeta. He examinado son los únicos seres inteligentes del Uni­
esta imagen con el máximo aumento po­ verso. Pero, deberían estam os agradeci­
sible. dos: vamos a evitarles muchos centenares
«Se trata de la mayor flota de la que de años de viaje.
jamás se tenga noticia. Cada uno de esos Alveron contempló la Vía Láctea, ex­
puntos luminosos representa una nave tendiéndose como un velo de niebla pla­
mayor que la nuestra. Naturalmente, son teada por la pantalla. Lo abarcó con un
muy primitivas: lo que ven en la pantalla gesto de un tentáculo que incluía todo el
son los escapes de sus cohetes. ¡Sí, se círculo de la Galaxia, desde los Planetas
atrevieron a usar cohetes para atravesar Centrales hasta los solitarios soles del
el espacio interestelar! Ya pueden darse Borde.
cuenta de lo que esto significa. Les lleva­ —¿Sabe? —le dijo a Rugon—. Me da
ría siglos alcanzar la estrella más próxi­ bastante miedo esa gente. Imagínese que
ma. La raza entera debe de haberse em­ no les gustase nuestra pequeña Federa­
barcado en este viaje, con la esperanza ción...
de que sus descendientes lo terminen, Hizo un nuevo ademán hacia las nubes
generaciones más tarde. de estrellas que se apiñaban a lo ancho
»Para medir la dimensión de su logro, de la pantalla, brillando con la luz de sus
piensen en lo mucho que nos llevó a no­ innumerables soles.
sotros conquistar el espacio, y en lo mu­ —^Algo me dice que deben de ser una
cho más que pasó antes de que nos atre­ gente muy decidida —añadió—. Lo mejor
viésemos a alcanzar las estrellas. Aunque será que nos mostremos amables con
nos viésemos amenazados por la aniqui­ ellos. Después de todo, sólo los supera­
lación, ¿podríamos haber hecho tanto en mos en una proporción de un millar de
tan poco tiempo? Recuerden, esta es la millones por cada uno de ellos.
civilización más joven de todo el Uni­ Rugon se rió de la broma de su ca­
verso. Hace cuatrocientos mil años ni si­ pitán.
quiera existía. ¿Cómo será dentro de un Veinte años más tarde, la frase ya no
millón de años? parecía tan divertida.
Una hora más tarde, Orostron aban­
donó la averiada nave madre para efec­
tuar contacto con la gran flota. Mientras
la pequeña navecilla desaparecía entre las
estrellas, Alveron se volvió hacia su com­
pañero e hizo un comentario que Rugon
iba a recordar a menudo en los años si­
guientes.
—Me pregunto como serán —dijo—.
¿Serán tan sólo unos maravillosos inge­
nieros, sin arte o filosofía? Van a sufrir
una buena sorpresa cuando Orostron lle­
gue hasta ellos... Me imagino que será
un buen golpe a su orgullo. Es curioso
104 / arthur c. Clarke
OMEGA
AMELIA REYNOLDS LONG
Que ningún hombre busque
ya jamás la predicción de lo que ha de
sucederle a él o a sus descendientes.

Milton
Yo, el Doctor Michael Claybridge, que con el segmento del círculo correspon­
vivo en el año 1926, he escuchado la des­ diente a Waterloo. El que hubieran tenido
cripción del fin del mundo de labios de contacto físico anteriormente, es algo sin
un hombre que lo contempló; el último importancia.
miembro de la raza humana. El que esto Naturalmente, no comprendí nada de
sea posible, o el que yo no esté loco, es esto; pero antes de que pudiera solicitar
algo que no puedo solicitarles que crean: una explicación, se volvió hacia el joven.
tan sólo puedo presentarles los hechos. —^Atila, el Huno, está cayendo sobre
Durante largo tiempo, mi amigo, el Roma con sus hordas —le dijo—. Usted
Profesor Mortimer, había estado experi­ está entre ellas. Dígame lo que ve.
mentando con lo que denominaba su teo­ Durante un instante, no sucedió nada;
ría del tiempo mental; pero yo no había luego, ante nuestros mismos ojos, las fac­
sabido nada de ella hasta que im día, en ciones del joven parecieron sufrir un cam­
respuesta a sus deseos, visité su labora­ bio. Su nariz se hizo aguileña, mientras
torio. Lo hallé inclinado sobre un joven su frente se inclinaba hacia atrás. Su pá­
estudiante de medicina, al que había pues­ lido rostro se tornó rojizo y sus ojos cam­
to en un estado de trance hipnótico. biaron de marrones a verdigrises. De
—Es un experimento sobre mi teoría, pronto, alzó los brazos violentamente; y
Claybridge —susurró excitado cuando en­ de sus labios surgió un torrente de soni­
tré—. Hace un momento le sugerí a Ben­ dos de los que ni Mortimer ni yo pudi­
net que hoy era el día de la batalla de mos extraer significado alguno, excepto
Waterloo. Y, consecuentemente, lo fue que se asemejaban extraordinariamente
para él; ¡pues me ha descrito, y en fran­ a las lenguas germánicas.
cés, una parte de la batalla en la que Mortimer dejó que esto continuase du­
estuvo presente! rante un rato antes de despertar al mu­
—¡Presente! —exclamé—. ¿Quieres de­ chacho de su trance. Para mi sorpresa,
cir que es una reencarnación de... el joven Bennet presentaba, al despertar­
—No, no —me interrumpió impacien­ se, su aspecto usual, sin ninguna traza
te—. Te olvidas... O mejor dicho, no sa­ de características húnicas. No obstante,
bes, que el tiempo es un círculo, y que hablaba con un deje de cansancio.
todas sus partes son coexistentes. Median­ —Y ahora —dije cuando Mortimer y
te una sugestión hipnótica, moví su línea yo nos quedamos solos—, ¿te importaría
de materialidad hasta hacerla tangente contarme qué es todo esto?

omega / 107
Sonrió. enteramente satisfactorio; y no obstante
—El tiempo —comenzó—, es de dos —repentinamente se le vio deprimido—,
clases; mental y físico. De los dos, el men­ en lo que se refiere al mundo científico,
tal es el real y el físico el irreal; o, po­ no prueba nada.
dríamos decir, el instrumento utilizado —¿Por qué no? —le pregunté—. ¿No
para medir el real. Y esta medida viene podrían otros ser testigos de una demos­
dada por la intensidad no por la exten­ tración tal cual la que me has hecho?
sión. —Y la etiquetarían como una excelen­
—¿Lo que quiere decir...? —le pre­ te prueba de la reencarnación —Se alzó
gunté, no muy seguro de haberle com­ de hombros—. No, Claybridge, eso no sir­
prendido correctamente. ve. Tan sólo hay una prueba válida; la
—Que el tiempo real se mide por la transferencia de la consciencia de un hom­
intensidad con que lo vivimos —me con­ bre al futuro.
testó—. Así, un minuto de tiempo mental —¿Y no puede realizarse eso? —in­
puede ser, según los estándares inventa­ quirí.
dos por el hombre, equivalente a tres ho­ —Sí —dijo—, pero lleva consigo un
ras, porque lo hayamos vivido intensa­ elemento de peligro. El estado mental tie­
mente; mientras que un eon de tiempo ne una fuerte influencia sobre el ser físico,
mental puede durar sólo medio día físico como demostró la reversión de Bennet
por las razones inversas. al tipo húnico. Si le hubiera mantenido
—Un millar de años de vuestra visión en estado hipnótico durante un período
es tan sólo como ayer, cuando ha pasado, demasiado largo, no hubieran desapare­
y como un velar en la noche —murmuré. cido sus facciones germánicas al desper­
—Exactamente —dijo—, excepto que tarse. No puedo imaginarme que cambios
en el tiempo mental no hay ni pasado ni pueda traer la proyección al futuro; y por
futuro, sino sólo un presente continuo. esta razón, se muestra, naturalmente, pre­
El tiempo mental, como ya dije hace un cavido ante una posible experimentación
momento, es un círculo infinito y la ma­ en ese sentido.
terialidad una línea tangente al mismo. Caminó de un lado a otro del labora­
El punto de tangencia lo materializa a torio mientras hablaba. Su cabeza se in­
través de los sentidos físicos, y así crea clinaba hacia delante, como si pesase tre­
lo que llamamos tiempo físico. Dado que mendamente por la profundidad de sus
una línea sólo puede ser tangente a un pensamientos.
círculo en un punto, nuestra existencia —Entonces, ¿es imposible obtener una
física es única. Si fuera posible, y tal vez prueba satisfactoria? —le pregunté—. ¿No
lo sea alguna vez, hacer que la línea sea cabe esperanza de que puedas convencer
bisectriz al círculo, entonces viviríamos satisfactoriamente al mundo?
simultáneamente dos existencias. Se detuvo con tal brusquedad que me
»He probado, tal como acabas de ver sobresaltó, y su cabeza se alzó con una
en el caso de Bennet, que el punto de tan­ sacudida.
gencia entre el círculo del tiempo y la —¡No! —gritó—. ¡Aún no he abando­
línea de la materialidad puede ser cam­ nado! Tengo que hallar una cobaya para
biado mediante una sugestión hipnótica. mis experimentos, y no descansaré hasta
Debes admitir que ha sido un experimento encontrarla.
108 / amelia reynolds long
En aquel momento, no me impresionó cían demasiado grandes para su rostro.
particularmente su determinada afirma­ —Señor Williams, este es mi amigo el
ción, ni, he de reconocerlo, tampoco su Doctor Claybridge —Nos presentó Morti­
teoría sobre el tiempo. Pero, ambas cosas mer—. El Doctor va a ser testigo de esos
me fueron recordadas una semana más documentos que tenemos que firmar.
tarde cuando, en respuesta a su llamada, Williams me saludó con una voz que
visité de nuevo a Mortimer en su labora­ parecía infinitamente cansada.
torio, y me entregó un periódico, seña­ —Aquí están los papeles —dijo Mor­
lando un anuncio en la sección de deman­ timer, empujando algunos documentos
das de empleo. sobre la mesa, en dirección al hombre.
—Se necesita —leí— una persona para Williams apenas si los miró, y tomó
experimentos hipnóticos. Se pagarán 5.000 una pluma.
dólares a quien sea elegido. Razón Pro­ —Espere un momento —^Mortimer lla­
fesor Alex Mortimer, Laboratorios Morti­ mó a Gable. El asistente y yo fuimos tes­
mer, Ciudad. tigos de la firma, y firmamos también.
—No esperarás —exclamé— recibir una —Si lo desea, estoy dispuesto a comen­
respuesta a este anuncio. zar inmediatamente —dijo Williams cuan­
—No una —sonrió— sino doce son las do Gable se hubo ido.
que ya he recibido. Entre ellas, he reco­ Mortimer lo contempló reflexivamente,
gido la que corresponde a la cobaya más durante un momento.
idónea. Estará aquí dentro de unos mi­
—Primero —dijo—, hay una pregunta
nutos para firmar los documentos que me que me gustaría hacerle, señor Williams.
dejan libre de cualquier responsabilidad
No tiene porque contestarla si no lo de­
en caso de accidente. Es por eso por lo
sea. ¿Por qué tiene tantos deseos de some­
que te he mandado llamar.
terse a un experimento cuyo resultado no
Me quedé mirándolo sin saber qué
puede siquiera imaginar?
decir.
—Naturalmente —prosiguió—, le he —Si respondo, ¿se considerará estric­
explicado que el asunto llevará consigo tamente confidencial lo que diga? —pre­
un cierto grado de riesgo personal, pero guntó Williams, mirándome de reojo.
pareció no importarle. Por el contrario, —Por supuesto —^replicó Mortimer—.
casi diría que le alegró. Es... Se lo prometo tanto por mí como por el
Una llamada en la puerta interrumpió Doctor Claybridge.
sus palabras. Uno de sus ayudantes fue Confirmé sus palabras con un gesto.
a abrir. —Entonces —dijo Williams—, se lo
—El señor Williams está aquí. Pro­ explicaré. Acepto este experimento por­
fesor. que, tal como me dijo usted ayer, existe
—Hágale entrar, Gable —Cuando el la posibilidad de que en él se produzca
asistente desapareció, Mortimer volvió a mi muerte. No, no lo dijo usted tan clara­
hablarme—; Mi cobaya en potencia —ex­ mente, Profesor Mortimer, pero ese es el
plicó—. Es puntual. temor que trata usted de ocultar. Y, ¿por
Un hombre delgado y bastante bajo qué tendría yo que desear morir? Porque,
entró en la habitación. Al punto, mi aten­ caballeros, he cometido im asesinato.
ción fue atraído por sus ojos, que pare­ —¿Qué? —aullamos al mismo tiempo.
omega / 109
Williams sonrió débilmente ante nues­ bre diablo, pero ciertamente ha escogido
tro asombro. un momento muy poco oportuno para
—Esa es una afirmación poco usual, tener su ataque.
¿no? —^nos pregimtó con voz cansada—. —Te telefonearé para explicarte como
No importa a quién asesiné. La policía ha ido el experimento —me prometió Mor­
nunca lo averiguará, pues realicé el hecho timer mientras recogía mi sombrero—.
muy astutamente de forma que mi her­ Quizá puedas estar presente durante el
mana, a la que usted deberá pagar los próximo.
5.000 dólares. Profesor, nunca deba sufrir Cumpliendo con su promesa, me tele­
la humillación de verme arrestado. Pero, foneó aquella tarde.
aunque puedo escapar de las autoridades, —¡He tenido un éxito maravilloso!
no puedo escapar a mi propia conciencia. —gritó exultante—. Hasta ahora sólo he
El conocimiento de que he matado deli­ experimentado en forma muy limitada,
beradamente a un hombre, aunque mere­ pero ya con esto ha quedado probada, sin
ciese la muerte, está convirtiéndose en lugar a dudas, mi teoría. Y hay una cosa
una carga demasiado pesada para mí; y muy interesante, Claybridge. Williams me
dado que mi religión prohíbe el suicidio, ha explicado cuál será la naturaleza del
me dirijo a usted como un posible escape. experimento que llevaré a cabo mañana
Eso es todo. por la tarde.
Lo contemplamos en silencio. Lo que —¿Y cuál será? —le pregunté.
Mortimer pensaba, no lo sé. Probable­ —Voy a hacer que su conciencia ma­
mente estaba reflexionando sobre la ex­ terial sea tangente con el fin del mimdo
traña psicología de la conducta humana. —fue la asombrosa respuesta.
En cuanto a mí, no podía dejar de pre­ —¡Santo cielo! —grité a pesar mío—.
guntarme en que terrible tragedia se ha­ ¿Crees que debes hacerlo?
bía visto envuelto aquel ser humano. —No tengo elección posible —me re­
Mortimer fue el primero en hablar. plicó.
Cuando lo hizo, no se refirió en absoluto —¡Mortimer, no seas fatalista! Tú...
a lo que acababa de oír. —No, no —protestó—. No es fatalismo.
—Dado que está dispuesto, señor Wi­ ¿No puedes comprender que...?
lliams, procederemos inmediatamente con Pero le interrumpí;
nuestro experimento inicial —dijo—. He —¿Puedo estar presente? —pregunté.
dispuesto una sala especial para el mis­ —Sí —me contestó—. Estarás allí. Wi­
mo, en la que no habrán otras ondas men­ lliams te vio.
tales ni sugestiones que lo perturben. Tuve grandes deseos de no asistir, de­
Se alzó, y aparentemente iba a llevar­ liberadamente, sólo por perturbar su pre­
nos a aquella sala,- cuando sonó el telé­ ciosa teoría; pero mi curiosidad era de­
fono. masiado grande, y a la hora indicada,
—Diga. ¿El Doctor Claybridge? Está estaba allí.
aquí, un momento —Me pasó el auricular. —Ya he puesto a Williams en trance
Me llamaban del hospital. Tras oír el —dijo Mortimer cuando entré—. Está en
mensaje, colgué disgustado. la sala especialmente preparada. Ven con­
—Un caso de apendicitis aguda —anun­ migo.
cié—. Naturalmente, lo siento por el po­ Me guió a lo largo de un pasillo hasta
t í o / amelia reynolds long
la puerta de lo que anteriormente había —Hablaré con Williams a través del
sido un cuarto trastero. Metiendo la llave micrófono —me explicó Mortimer—, y
en la cerradura, la abrió y empujó la me oirá mediante los auriculares. Cuando
puerta. responda por su micrófono, lo oiremos a
En la habitación podía ver a Williams través del altavoz.
sentado en una silla giratoria. Sus ojos Se sentó frente al aparato y habló:
estaban cerrados y su cuerpo relajado, —^Williams, ¿me oye?
como si durmiese. No obstante, no fue —Le oigo —la respuesta llegó rápida,
eso lo que atrajo mi atención, sino la ha­ pero con la pesadez propia de un hombre
bitación en sí misma. No tenía ventanas, dormido.
con un solo tragaluz en el techo para —Escúcheme. Está viviendo los últi­
admitir luz y aire. Aparte de la silla en mos seis días del mundo. Por «días» no
la que se sentaba Williams, no.había más me reñero a períodos de veinticuatro ho­
mobiliario que un instrumento parecido ras, sino los espacios de tiempo de que
a un inmenso micrófono que un brazo se habla en el primer capítulo del Gé­
telescópico mantenía a unos cinco centí­ nesis. Ahora está en el primero de los seis.
metros de la boca del hombre hipnoti­ Dígame lo que ve.
zado, y un par de auriculares, similares Tras un corto intervalo, llegó la res­
a los de las telefonistas, puestos sobre sus puesta en un extraño y agudo tono. Aun­
orejas. Pero lo más extraño de todo era que las palabras eran en inglés, las pro­
que paredes, suelo y techo de la habita­ nunciaba con im curioso acento que al
ción estaban forrados con un metal blan­ principio resultaba difícil de comprender.
quecino. —Estamos en el año 46.812 —dijo la
—Plomo blanco —dijo Mortimer, al voz—. O, según el calendario moderno,
ver mi mirada—. Es la sustancia menos el 43.930 D.C.I., esto es. Después de la
conductora para las ondas mentales. De­ Comunicación Interplanetaria. Las cosas
seo que el sujeto esté tan libre como sea no ván bien en la Tierra. El casquete polar
posible de cualquier interferencia mental ártico llega hasta Terranova. El verano
exterior, de forma que, cuando me hable dura sólo unas pocas semanas, y durante
a través de ese micrófono, que está co­ ellas el calor es tórrido. Lo que en otro
nectado con mi laboratorio, no haya peli­ tiempo se conoció como la llanura de la
gro de que me cuente otras cosas mas Costa Atlántica hace tiempo que fue su­
que sus propias experiencias. mergida por las aguas. Son necesarios al­
—Pero el tragaluz —señalé—, está se- tos diques para impedir que el agua cubra
miabierto. la isla de Manhattan, donde está locali­
—Cierto —admitió—, pero las ondas zado el gobierno mundial. Acaba de ter­
mentales viajan hacia arriba y hacia los minar una gran guerra. Hay muchos muer­
lados, y casi nunca hacia abajo. Así que, tos por enterrar.
ya ves que hay poco peligro por ese lado. —Habla usted de comunicaciones in­
Cerró la puerta con llave y regresamos terplanetarias —dijo Mortimer—. ¿Acaso
al laboratorio. En un rincón había lo que este mundo se halla en comunicación con
parecía un altavoz, mientras que cerca los planetas?
de él se veía un micrófono similar al de —En el año 2952 —llegó la respuesta—,
la habitación en que estaba Williams. la Tierra logró ponerse en comunicación

omega / 111
con Marte. Se transmitieron, en ambos de atmósfera. Repentinamente, hace unos
sentidos, imágenes por radio entre los dos cincuenta años, cesaron todos los men­
mundos hasta que lograron comprender sajes procedentes de ese planeta; y las
los respectivos idiomas. Entonces, se es­ señales que les son enviadas no reciben
tableció comunicación sonora. Los mar­ respuesta.
cianos habían estado tratando de comu­ Mortimer cubrió el micrófono con su
nicarse con la Tierra desde los principios mano.
del siglo veinte, pero no habían logrado —Eso —^me dijo— solo puede signifi­
establecer un sistema adecuado dado el car que la vida inteligente en Marte se
retraso científico de los terrestres. ha extinguido. Por consiguiente, la Tierra
«Un millar de años más tarde, se re­ sólo sobrevivirá unos cuantos miles de
cibió un mensaje de Venus, que había años más.
por aquel entonces alcanzado el grado de Durante casi una hora consultó a Wi­
civilización correspondiente al de la Tie­ lliams sobre las condiciones en el año
rra cuando esta se comunicó con Marte. 46.812. Todas sus respuestas indicaban
Durante cerca de quinientos años habían que, aunque el conocimiento científico ha­
estado recibiendo mensajes tanto de Mar­
bía alcanzado un estadio casi increíble
te como de la Tierra, pero les había re­
sultado imposible responder. de desarrollo, la raza humana se hallaba
en su ocaso. Las guerras habían matado
«Algo más de cinco mil años después
a millares de personas, mientras que nue­
comenzaron a recibirse una serie de soni­
vas y extrañas enfermedades causaban
dos que parecían venir de algún sitio más
allá de Venus. Venus y Marte también multitud de muertes diarias a una raza
los escucharon; pero, como nosotros, no cuyos miembros ya no tenían una natura­
pudieron comprender su significado. Los leza física adecuada para resistirlas. Lo
tres mundos retransmitieron sus imáge­ peor de todo era que la tasa de natalidad
nes por radio en la longitud de onda co­ estaba disminuyendo rápidamente.
rrespondiente a la de los sonidos misterio­ —Escúcheme —Mortimer alzó la voz
sos, pero no recibieron respuesta. Por fin. como si desease impresionar a su invisi­
Venus formuló la teoría de que los sonidos ble cobaya con lo que estaba a punto de
llegaban de Mercurio, cuyos habitantes, decir—. Está usted viviendo ahora en el
obligados a vivir en el hemisferio de su segundo día. Dígame lo que ve.
mundo opuesto al sol, o bien carecerían Hubo un momento de silencio, luego
totalmente de visión, o tendrían unos ojos la voz, en un tono aiin más agudo que
insuficientemente desarrollados para ver antes, habló de nuevo:
nuestras imágenes. —^Veo a la h u m a n i d a d en agonía
«Recientemente, algo espantoso ha ocu­ —dijo—. Sólo quedan unas cuantas tribus
rrido en Marte. Los últimos mensajes re­ desperdigadas por los continentes desier­
cibidos de allí hablan de terribles guerras tos. Los animales han empezado a enfer­
y pestes, tales como las que estamos su­ mar y morir; y es peligroso utilizarlos
friendo en la Tierra. Igualmente, sus re­ como alimento. Hace cuatro mil años, co­
servas de agua están comenzando a ago­ menzamos a fabricar aire artificial, tal
tarse, debido a que tuvieron que usar gran como hicieron los marcianos antes que
cantidad de la misma en la fabricación nosotros. Pero casi no vale la pena, pues

112 / amella reynolds long


ya no nacen niños. Seremos los últimos gritos de alarma y sorpresa fueron si­
de nuestra raza. multáneos.
—¿No han tenido más noticias de Mar­ Williams estaba sentado en la silla en
te? —^preguntó Mortimer. que lo habíamos dejado; pero, físicamen­
—Ningima. Hace dos años, en la época te, era un hombre distinto. Había perdido
adecuada. Marte no apareció en los cie­ varios centímetros de estatura, mientras
los. En cuanto a lo que le haya sucedido, que su cabeza parecía haberse hecho ma­
es algo sobre lo que sólo podemos con­ yor, con una frente de aspecto basi bul­
jeturar. boso. Sus dedos eran tremendamente lar­
Había una terrible implicación en aque­ gos y sensibles, pero daban una impresión
llas palabras. Me estremecí, y me di cuen­ de gran fuerza. Su cuerpo estaba delgado,
ta de que Mortimer también lo hacía. casi esquelético.
—El casquete de hielo polar ha co­ —¡Santo cielo! —exclamé— ¿Qué ha
menzado a retirarse —dijo la voz—. Ahora sucedido?
son los inviernos los que duran poco. Han —Es un caso extremo de influencia
empezado a aparecer plantas tropicales mental sobre la materia —contestó Mor­
en las zonas templadas. Las formas de timer, inclinándose sobre el hombre hip­
vida inferiores se están convirtiendo en notizado—. ¿Recuerdas cómo la facciones
las más numerosas, y han iniciado la per­ del joven Bennet tomaron las caracterís­
secución del hombre, que anteriormente ticas de un huno? Algo similar, pero en
las persiguió. Los días de la raza humana grado mucho mayor, le ha sucedido a Wi­
están definitivamente contados. Somos lliams. Se ha convertido en un hombre
una bandada de extraños en nuestro pro­ del futuro tanto física como mentalmente.
pio mundo. —¡Buen Dios! —grité—. ¡Despiértalo
—Escúcheme —dijo Mortimer de nue­ ahora mismo! Esto es horrible.
vo—. Ahora es el tercer día. Descríbalo. —Para ser franco contigo —dijo Mor­
Siguió el habitual intervalo de silen­ timer gravemente—, tengo miedo de ha­
cio; luego se oyó la voz, quebradiza de cerlo. Ha permanecido en este estado mu­
gélido terror. cho más de lo que yo esperaba. Desper­
—¿Por qué —chilló— me hacen seguir tarlo demasiado repentinamente sería pe­
aquí, el último hombre vivo en un pla­ ligroso. Quizá, hasta fatal.
neta moribundo? El mundo está cubierto Por un momento pareció perdido* en
de seres muertos. Déjenme morir con sus pensamientos. Luego, le quitó los au­
ellos. riculares a Williams y se dirigió a él;
—¡Mortimer! —interrumpí—. ¡Esto es —Duerma —le ordenó—. Duerma pro­
monstruoso! ¿No tienes bastante con lo funda y naturalmente. Cuando haya des­
que ya has oído? cansado lo bastante, se despertará y vol­
Echó atrás su silla y se alzó. verá a su estado normal.
—Sí —dijo con un tono que me pareció Poco después, me despedí de Morti­
tembloroso—. Al menos por ahora. Ven; mer y, aunque era mi día libre, fui al hos­
despertaré a Williams. pital. ¡Cuán simples me parecían los ha­
Lo seguí por el pasillo, y estaba tras bituales casos de amigdalitis tras las im­
de él cuando abrió la puerta de la habita­ pías cosas que acababa de experimentar!
ción forrada de plomo y entró. Nuestros Dejé tan sorprendido al médico de guar­
omega / 113
dia, que casi cayó en estado de coma al obstante, su temperatura y pulso son casi
ver cómo realizaba durante el resto del normales. Diría que aún está parcialmen­
día un trabajo casi sobrehumano en las te en un estado de hipnosis.
salas gratuitas; y finalmente me fui a casa, —Entonces, es una autohipnosis —dijo
con la mente y el cuerpo fatigados. Mortimer—, pues yo he retirado total­
Me retiré a buena hora para tener un mente mi influencia.
merecido descanso, y me quedé dormido —Quizá —sugerí—, lo hayas transpor­
casi en seguida. De la siguiente cosa que tado al futuro sin posibilidad de retorno.
me enteré fue del insistente repiqueteo —Eso —replicó Mortimer— es preci­
del timbre del teléfono, situado al lado samente lo que temo que haya sucedido.
de mi cama. Lo miré anonadado.
—¿Diga? —dije adormilado, tomando —La única forma de salir de esto
el auricular—. Aquí el Doctor Claybridge. —^prosiguió—, es volverlo a hipnotizar y
—Claybridge, aquí Mortimer —llegó terminar el experimento. Al concluir este,
la respuesta casi histérica—. ¡Por Dios, tal vez regrese a su estado natural.
ven al laboratorio ahora mismo! No pude dejar de pensar que había
—¿Qué ha sucedido? —pregunté, repen­ ciertas cosas que le estaba prohibido co­
tinamente despierto. Se necesitaba algo nocer al hombre, y que Mortimer, habien­
muy poco usual para excitar de tal forma do violado estos secretos, debía ahora pur­
al poco emotivo Mortimer. gar su culpa. Lo contemplé mientras ac­
—Es Williams —respondió—. No pue­ tuaba sobre el pobre Williams, luchando
do traerlo de vuelta. Se despertó hace una con todas sus fuerzas para inducirle un
hora, y aún cree estar en el futuro. Física­ estado de sueño hipnótico. Con manos
mente, sigue igual que lo vimos esta tarde. que temblaban visiblemente, ajustó los
—Iré ahora mismo —grité—, y colgué auriculares, y regresamos al laboratorio.
con un golpe el auricular. Mientras me —Williams —llamó Mortimer por el
vestía apresuradamente, miré el reloj. Las micrófono—. ¿Me escucha?
dos y cuarto. En media hora podría estar —Le escucho —replicó la ya familiar
en el laboratorio. ¿Qué es lo que hallaría voz.
esperándome allí? —Vive ahora en el cuarto día. ¿Qué
Cuando llegué, Mortimer estaba en la es lo que ve?
sala forrada de plomo. —Veo reptiles; grandes lagartos que
—Claybridge —me dijo—, n e c e s i t o caminan sobre sus patas traseras, y pája­
otra opinión sobre este caso. Examínalo ros de cabeza pequeña y alas de murcié­
y dime lo que piensas. lago, que construyen sus nidos en las rui­
Williams estaba sentado en la silla si­ nas de las ciudades desiertas.
tuada en el centro de la habitación. Tenía —¡Dinosaurios y pterodáctilos! —ex­
los ojos muy abiertos, pero era evidente clamé sin poderme contener—. ¡Una se­
que no nos veía ni a Mortimer ni a mí. gunda era de los reptiles!
Aún cuando me incliné sobre él y le to­ —Los casquetes polares se han reti­
qué, no dio señales de darse cuenta de rado hasta que no resta más que una pe­
mi presencia. queña área helada alrededor de cada polo
—Parece como si estuviera sufriendo —continuó la voz—. Ya no hay estaciones;
algún tipo de catalepsia —le dije—. Y no sólo un continuo reino del calor. La zona
114 / amelia reynolds long
tórrida se ha tornado inhabitable hasta a que su cuerpo está aquí, en el siglo vein­
para los reptiles. Allí, hierve el mar. Gran­ te, en el que hay mucho aire. El aire en
des monstruos se estremecen en agonía ese estadio de la evolución de la Tierra
en su superficie. Hasta las aguas del ex­ en que se halla su mente debe ser dema­
tremo norte se están caldeando. Toda la siado tenue para mantener la vida orgá­
superficie está cubierta por lujuriosa vege­ nica. Pero no obstante, la influencia men­
tación de la que se alimentan los repti­ tal es tan fuerte, que se cree que la den­
les. El aire es fétido. sidad de la atmósfera está disminuyendo.
Mortimer lo interrumpió; —Hace poco —^prosiguió la voz de Wi­
—Describa el quinto día. lliams— la estrella Vega ha tomado el lu­
Tras el acostumbrado intervalo, la voz gar de la Polar como centro del universo.
replicó. Tenía un tono pegajoso que me Muchas de las antiguas estrellas han desa­
recordó el ruido que produce una ciénaga parecido, mientras otras nuevas han to­
el tragarse un objeto que ha caído en ella. mado sus lugares. Tengo la sospecha de
—Los reptiles han desaparecido —di­ que nuestro sistema solar está cayendo
jo—. Sólo yo vivo en este mundo que o viajando en una nueva dirección a tra­
expira. Hasta la vida vegetal ha amari­ vés del espacio.
lleado y se ha agostado. Los volcanes tie­ —Escúcheme, Williams —la voz de
nen una tremenda actividad. Las monta­ Mortimer sonaba seca y quebradiza, y su
ñas se desploman, y pronto no habrá frente estaba perlada por gruesas gotas
mas que una llanura. Un espeso cieno de sudor—. Está en el sexto, el último
verdoso se está formando en la superficie día. ¿Qué es lo que ve?
de las aguas, por lo que es difícil decir —Veo una desnuda llanura de roca
dónde acaba la tierra con su vegetación gris. El mundo está en una perpetua pe­
putrefacta y comienza el mar. El cielo numbra porque los vapores que se alzan
tiene un color azafrán, como una placa del mar oscurecen el sol. Montones de
de cobre caliente. Por la noche, una luna huesos amarillentos están esparcidos por
color rojo sangre flota en un cielo negro. la llanura cerca de los montículos que en
«Algo le está pasando a la gravedad. otro tiempo fueron ciudades. Los diques
Ya hacía tiempo que lo sospechaba. Hoy alrededor de Manhattan hace mucho que
lo comprobé lanzando una piedra al aire. se desplomaron; pero no habría necesi­
Subió varios metros por el impulso que dad de ellos, ni aunque hubieran hombres
le di. Tardó casi veinte minutos en regre­ allí, pues el mar se está secando rápida­
sar al suelo. ¡Cayó lentamente, en ángutol mente. La atmósfera se está rarificando
—¡En ángulo! —gritó Mortimer. por momentos. Apenas si puedo respirar...
—Sí, apenas si era apreciable, pero »La gravedad está desapareciendo más
real. El movimiento de la Tierra es más rápidamente. Cuando me pongo en pie me
lento, los días y las noches han duplicado bamboleo como si estuviera borracho. La
su extensión. pasada noche las nubes de vapor se abrie­
—¿Cómo está la atmósfera? ron por un momento y vi como la Luna
—^Algo rarificada, pero no lo bastante salía volando por el espacio.
para dificultarme la respiración. Es algo »Grandes rayos saltan hacia la tierra,
extraño. pero no se oyen truenos. El silencio es to­
—Esto —me dijo Mortimer— se debe tal en todas partes. Tengo que estar ha­
omega / 115
blando en voz alta continuamente o gol­ Mortimer me asió por el brazo, y me
peando un objeto contra otro para aliviar arrastró con él a lo largo del pasillo.
la tensión en mis oídos... —¿Está... está muerto? —Me atraganté
»Han comenzado a aparecer grandes mientras corríamos.
fisuras en el suelo, de las que salen humo Mortimer no respondía. Su respiración
y lava. He huido a Manhattan para que era una serie de cortos jadeos que le hu­
los esqueletos de los altos edificios las bieran impedido hablar aunque me hubie­
oculten de mi vista. ra oído.
»Los pequeños objetos han empezado A la puerta de la habitación forrada
a moverse por sí mismos. Tengo miedo de de plomo, se detuvo y trasteó con las lla­
caminar, pues cada paso me hace perder ves. Desde allí no podíamos oír sonido
el equilibrio. El calor es espantoso. No alguno. Por dos veces Mortimer, dado su
puedo respirar. nerviosismo y prisa, dejó caer las llaves
Hubo un corto intervalo, que fue un y tuvo que recogerlas. Pero al fin logró
alivio para nuestros tensos nervios. La introducir la adecuada en la cerradura,
agitación a que nos sometía el experi­ y abrió la puerta de un empujón.
mento era aterrorizadora. Y no obstante, En nuestra prisa, tropezamos el uno
yo al menos, no podría haberme apartado contra el otro al meternos en la estancia.
de allí del mismo modo que no podría Entonces, nos quedamos helados. ¡La ha­
haber pasado a la cuerta dimensión. bitación estaba vacía!
¡Al pronto, la voz rasgó el aire! —¿Dónde...? —comencé a decir incré­
—¡Los edificios! —chilló desesperada­ dulo—. ¡No ha podido salir! ¿No?
mente—. ¡Se están moviendo! ¡Se incli­ —No —respondió roncamente Morti­
nan los unos hacia los otros! ¡Se están mer.
derrumbando, desintegrando; y los cas­ Buscamos por la habitación, mirando
cotes vuelan hacia arriba en lugar de caer! por cada rendija y rincón. Los auricula­
Saltan partículas de todos los objetos que res se balanceaban por detrás de la silla,
tengo a mi alrededor. ¡Oh, qué calor! ¡No suspendidos de su cordón; mientras que
hay aire! colgando de la silla se veía lo que parecía
Siguió un repugnante gorgoteo; luego: haber sido en otro tiempo un traje mascu­
—¡El suelo se está disolviendo bajo mis lino. Al verlo, el rostro de Mortimer se
pies! Es el ñn. ¡La creación está volviendo puso pálido. En sus ojos apareció una
a sus átomos originarios! ¡Oh, Dios mío! mirada de naciente comprensión y horror.
Se oyó un gemido que enfermaba, que —¿Qué es lo que significa todo esto?
rápidamente se fue debilitando como de­ —pregunté.
saparece una emisión de radio. Por respuesta, apuntó con un temblo­
—¡Williams! —gritó Mortimer—. ¿Qué roso índice.
ha sucedido? Al mirar, el primer rayo del sol na­
No hubo respuesta. ciente atravesó el tragaluz por encima de
—¡Williams! ¡Williams! —^Mortimer es­ nosotros, y cayó oblicuo hasta el suelo.
taba en pie, dando alaridos ante el mi­ En su haz dorado, directamente encima
crófono—. ¿Me escucha? de la silla en que había estado sentado
La única respuesta fue un silencio Williams, danzaban una miríada de áto­
total. mos infinitesimales.

116 / amelia reynolds long


•m i

EN EL CREPUSCULO DEL MUNDO


EDMOND HAMILTON
... Y surgieron nuevas humanidades,
nuevas civilizaciones, nuevas vanidades,
otra Babilonia, otra Tebas, otra Atenas,
otra Roma, otro París, nuevos palacios,
templos, glorias y amores. Y todas es­
tas cosas no debían nada a la Tierra,
cuya memoria se había d e s v a n e c i d o
como una sombra.
Y esos universos pasaron a su vez.
Pero permaneció el espacio infinito, po­
blado de mundos, y estrellas, y almas,
y soles; y el tiempo prosiguió por siem­
pre.
Pues ni puede haber fin ni principio.

de Omega,
de Camille Flammarion
La ciudad de Zor alzaba sus sombrías ra, en el cielo del crepúsculo florecían las
torres y minaretes de mármol negro ha­ estrellas, y atisbaban a través del pórtico
cia el rojizo ocaso, una gran masa de es­ como burlones ojos blancos. Y le parecía
piras erguidas circunvaladas por una gran escuchar sus débiles y plateadas voces es­
muralla negra. Doce puertas de grueso telares gritando en tono de mofa: «El fin
bronce se abrían en aquella muralla, y llegará pronto para la raza de Galos
tras ella se extendía el blanco desierto Gann.»
de sal que ahora cubría la totalidad de la Pues Galos Gann era el último de los
Tierra. Una cruel y ardiente llanura que hombres. Sentado, solo, en su oscura sala
se extendía, haciendo daño a la vista, has­ de lo alto de la sombría Zor, sabía que
ta el horizonte, sin que su monotonía en ninguna otra parte del desértico globo
fuera rota por colina, valle o mar alguno. se movía otra forma humana, ni sonaba
Hacía mucho que los últimos mares se otra voz de hombre. Era aquel en quien
habían secado y desaparecido, y también durante anteriores épocas se había fijado
mucho desde que las continuas eras de una atemorizada pero irremediable fas­
erosión geológica habían limado monta­ cinación: el último superviviente. Sabo­
ñas, colinas y valles hasta convertirlos reaba una soledad que ningún otro hom­
en una llanura sin accidentes. bre había conocido jamás pues su tarea
Mientras el sol se ocultaba, lanzó un era recordar todos los millones de hom­
dardo de luz rojiza que atravesó la ciudad bres que habían existido antes que él, y
de Zor hasta llegar a la gran sala de la que ya no estaban con vida. Podía regre­
espira más alta. Los rayos carmesí atrave­ sar a billones de años antes, cuando en
saron la sombría penumbra de la poco la tumultuosa juventud de la Tierra los
iluminada sala y bañaron la sentada fi­ cálidos mares habían dado luz a la pri­
gura de Galos Gann. mera vida protoplasmática que, bajo las
Pensativo bajo la rojiza luz. Galos Gann potentes influencias de la radiación cós­
miró a través del desierto hacia el sol en mica, había evolucionado a formas más
ocaso, y dijo: y más complejas hasta culminar en la del
—Pasó otro día. El fin llegará pronto. hombre. Podía rememorar cómo el hom­
Con el mentón apoyado en la mano, bre se había alzado desde el salvajismo
pensaba, y el sol se ocultaba, y las som­ primitivo hasta la civilización mundial
bras del gran salón se hacían más pro­ que le había dado por fin tremendos po­
fundas y negras, a su alrededor. Allá afue­ deres y que había alargado su expecta­

en el crepúsculo del mundo / 119


ción de vida a muchos siglos. Y podía re­ morirá, sino que vivirá para alcanzar glo­
cordar también el tenebroso e irrefrena­ ria aún mayor.
ble mecanismo de las fuerzas naturales Las blancas estrellas permanecieron
que por fin había llevado la ruina a las en silencio, moviéndose con cínica imper­
bellas ciudades de la época de oro. turbabilidad sobre los desiertos que ro­
En forma continua, silenciosa e inexo­ deaban a la ciudad de Zor, amortajada
rablemente, a través de las eras había ido por la noche.
disminuyendo la hidrosfera, o sea la en­ Y Galos Gann alzó su mano hacia Ri-
voltura acuosa de la Tierra, a causa de la gel y Canopus y Achernar en un gesto re­
pérdida de sus partículas en el espacio, pleto de desafío y amenaza.
por la dispersión molecular. Los mares —¡En algún lugar y de alguna manera
se habían secado en el transcurso de mi­ encontraré el modo de mantener en vida
llones de años, y los desiertos de sal ha­ a la raza del hombre! —les gritó—. ¡Sí, y
bían ido invadiendo el orbe. Y el hombre llegará el día en que nuestra simiente os
había visto cercano el fin de su raza, y ponga un yugo a vosotras y a todos vues­
a causa de ello, dejado de concebir hijos. tros mundos, para sujetaros a los deseos
Los hombres estaban cansados de la del hombre!
lucha sin íin ni esperanza, y no querían Y luego Galos Gann, repleto de esta
escuchar las súplicas de Galos Gann, el determinación, tomó una gran decisión y
mayor de sus científicos, y el único entre se dirigió a sus laboratorios buscando
ellos que ansiaba mantener en vida a la ciertos instrumentos y crípticos mecanis­
raza moribunda. Y así, en su cansancio, mos. Albergándolos entre sus ropajes, des­
había desaparecido la última generación cendió de la torre y caminó por entre las
de ellos, y en el mundo no quedaba ser oscuras calles de la ciudad de Zor.
viviente alguno sino el inquebrantable Ga­ Muy pequeño y solitario parecía mien­
los Gann. tras se encaminaba bajo la débil luz este­
En su oscuro salón en lo alto de Zor, lar y por entre las mortecinas sombras
Galos Gann estaba sentado, arrebujado en de las amplias avenidas de la ciudad, y
sus ropas y reflexionando sobre todas es­ no obstante avanzaba orgulloso; pues un
tas cosas sin que variase la expresión de inconquistable desafío al destino ardía en
su ajado rostro o sus negros y vivaces su corazón y vitalizaba su cerebro con una
ojos. Luego, al fin, se puso en pie. Caminó determinación irrefrenable.
con su ropaje flotando a su alrededor Llegó hasta la baja y maciza estruc­
hasta el balcón, y en la noche miró al­ tura que buscaba, y su puerta se abrió
zando la vista a los burlones ojos blan­ con un suspiro mientras se acercaba. En­
cos de las estrellas. tró, y allí en la pequeña sala en penum­
Y dijo: bras había una escalera por la que descen­
—Creéis estar mirando al último de los dió. La escalera en espiral bajaba hasta
hombres, que todas las glorias de mi raza una gran sala subterránea de mármol ne­
son un relato ya contado y terminado, gro, iluminada por una débil luz azul que
pero estáis equivocadas. Soy Galos Gann, no provenía de ninguna fuente visible.
el más grande de todos los hombres que
jamás han vivido en la Tierra. Y es mi
decisión irrevocable el que mi raza no Cuando Galos Gann pisó al fin el suelo
120 / edmond hamilton
de mosaico, se quedó mirando a lo largo poderosos estímulos eléctricos e inyeccio­
de la sala oblonga. De sus paredes, que nes glandulares hizo que sus corazones
se extendían hasta la lejanía, colgaban palpitasen convulsivamente, y luego regu­
un centenar de grandes paneles cuadrados larmente. Y, mientras sus corazones bom­
en los que estaba pintada la historia de beaban la nueva sangre a través de sus
la humanidad. El primero de ellos mos­ cuerpos, hasta sus perfectamente conser-r
traba la vida protoplasmática primigenia vados cerebros, los muertos recuperaron
de la que había descendido el hombre, lentamente su consciencia y se tambalea­
y el último de ellos mostraba aquella mis­ ron poniéndose en pie, tras lo que se mi­
ma sala subterránea. Porque, en criptas raban incrédulamente los unos a los otros,
dispuestas en el suelo de la misma yacían y al vigilante Galos Gann.
los cadáveres de los ciudadanos de Zor, Este sintió un tremendo orgullo y ale­
que habían sido la última generación de gría mientras contemplaba a aquellos
la humanidad. Quedaba una última cripta fuertes hombres y bellas mujeres que ha­
vacía que acogería a Galos Gann cuando bía rescatado de la muerte. Les dijo:
descendiese a ella para morir, y, dado —Os he vuelto a traer a la vida porque
que ése sería el último capítulo de la his­ he decidido que nuestra raza no debe
toria de la humanidad, había sido repro­ acabar ni ser olvidada por el universo.
ducido en el último panel. Es mi deseo que la humanidad continúe,
Pero Galos Gann no se fijó en las pa­ y lo lograré a través de vosotros.
redes pintadas y caminó a lo largo de la Las mandíbulas de uno de los hombres
sala, abriendo una tras otra las criptas se movieron rígidamente y de entre ellas
del suelo. Trabajó en ellas hasta que al surgieron los herrumbrosos acentos de
fin yacieron frente a él docenas de hom­ una voz no usada por largo tiempo.
bres y mujeres muertos, cuyos cuerpos
estaban tan perfectamente conservados, —¿Qué locura es ésta. Galos Gann?
que parecía que estuvieran durmiendo. Nos has dado un aspecto de vida, pero
seguimos muertos, y, ¿cómo podemos los
Galos Gann les dijo:
—Tengo la idea de que hasta vosotros, que estamos muertos prolongar la vida
del hombre?
que ya no vivís, podáis tal vez ser utiliza­
dos para impedir que perezca la huma­ —Os movéis y habláis, por consiguien­
nidad. Parece sacrilego el perturbar vues­ te estáis vivos —insistió Galos Gann—.
tra paz en la muerte, pero en nigún otro Os aparearéis y tendréis hijos, y serán los
lugar, sino en la muerte, puedo hallar a progenitores de nuevos pueblos.
aquéllos que necesito para perpetuar la El muerto dijo huecamente:
himianidad. —Luchas contra lo inevitable como un
Entonces Galos Gann comenzó a tra­ niño que se rompe los puños contra una
bajar sobre los cuerpos de los muertos, puerta de mármol. Es ley del universo
logrando, con su tremenda resolución, lle­ que todo lo que existe tenga algún día un
gar a hazañas científicas superhumanas fin. Los planetas se agostan y mueren y
que jamás antes había logrado. caen a los soles que les dieron vida, y los
En una suprema hazaña química sin­ soles chocan unos con otros y se trans­
tetizó nueva sangre con la que llenó las forman en nebulosas, y las nebulosas no
vacías venas de los cadáveres. Y, mediante perduran, sino que a su vez se condensan

en el crepúsculo del mundo / 121


para formar otros soles y mundos que por las estrellas. Y los días y noches si­
a su tiempo deberán morir. guientes en Zor hubo la macabra visión
«¿Cómo puedes tú esperar mantener de una ciudad poblada de nuevo por las
por siempre viva la raza del hombre, en­ gentes que habitaron en ella antes de mo­
frentándote con esta universal ley de rir. Porque Galos Gann decretó que de­
muerte? Hemos vivido una bella vida por bían vivir en los mismos edificios en que
muchos billones de años, hemos luchado lo habían hecho antes. Y aquellos que
y triunfado y perdido, hemos reído a la habían sido marido y mujer antes debían
luz del sol y soñado bajo las estrellas, serlo ahora, y en todas las cosas debían
hemos interpretado nuestro papel en el comportarse cual lo habían hecho antes
tremendo drama de la eternidad. Ahora de sus muertes.
es tiempo de que nos resignemos a nues­ Así, durante los días, bajo el cálido sol,
tro predestinado fin. los muertos iban y venían por Zor y pre­
Cuando el muerto terminó de hablar, tendían que verdaderamente estaban vi­
un hueco y débil susurro de asentimiento vos. Caminaban rígidos por las calles y
recorrió las filas de los otros muertos. se saludaban los unos a los otros con sus
—Así es —dijeron—. Es hora de que chirriantes y herrumbrosas voces, y aque­
los cansados hijos del hombre se acojan llos que habían ejercido profesiones en
al bendito sueño de la muerte. los viejos tiempos, las practicaban de nue­
Pero la firme actitud de Galos Gann vo, de forma que los animosos sonidos
indicaba su determinación, y sus ojos de la vida y el trabajo resonaron de nuevo
echaban chispas y su silueta se envaraba en la ciudad.
con su voluntad inquebrantable. Por la noche se dirigían al gran teatro
—Vuestras palabras no os servirán de de la ciudad y permanecían en rígida in­
nada —les dijo a los muertos—. A pesar movilidad en las butacas mientras aque­
de vuestros gélidos deseos de renuncia, llos que habían sido cantantes o bailari­
estoy decidido a que el hombre siga vivo nes actuaban con pesada ineptitud en el
para enfrentarse con las ciegas leyes del escenario. Y el auditorio muerto aplaudía,
cosmos. Por consiguiente me obedeceréis, y reía, y su risa era un extraño sonido.
pues bien sabéis que con mis poderes y Y, por la noche, cuando las estrellas
ciencia puedo obligaros a seguir mi vo­ atisbaban curiosas hacia Zor, aquellos de
luntad. No estáis muertos ya, sino vivos, entre ellos que habían sido jóvenes cami­
y repoblaréis la ciudad de Zor. naban juntos y con mecánicos gestos se­
Con estas palabras. Galos Gann caminó guían una pantomima de amor, y se de­
hasta la escalera en espiral, y comenzó cían palabras tiernas los unos a los otros.
a subirla. Y, sin poder oponérsele, torpe­ Y se casaban entre sí, pues tal era el de­
mente sumisos, los hombres y mujeres creto de Galos Gann.
muertos le siguieron por la escalera, ca­ En su alta torre. Galos Gann contem­
minando rígidamente. plaba como nacía luna tras luna, para mo­
rir luego. Una gran esperanza lo embar­
gaba mientras los meses pasaban uno a
Un extraño espectáculo fue el que dio uno sobre la ciudad habitada por muertos.
Galos Gann guiando a su silenciosa hueste Se decía a sí mismo:
por las calles de la ciudad, iluminadas —Realmente no están totalmente en

122 / edmond Hamilton


vida; hay algo que mis poderes no pu­ abandonaré mi ambición de perpetuar la
dieron rescatar de la muerte; pero, aún raza.
en este estado, servirán para dar un nue­ Los muertos no le contestaron, sino
vo inicio a la humanidad. que dándole la espalda se movieron en
Pasaron los lentos meses y, al fin, a un grupo silencioso y tambaleante, atra­
una de las parejas muertas que vivía en vesando las calles de la ciudad hacia aquel
la ciudad le nació un hijo. Muy altas vola­ bajo y macizo edificio que tan bien co­
ron las esperanzas de Galos Gann cuando nocían.
oyó la noticia, y grande su excitación Bajaron sin decir palabra por la es­
mientras se apresuraba a través de la ciu­ calera en espiral hasta llegar a la sala de
dad para ver. Pero, cuando contempló el las criptas, iluminada de azul, y allí cada
niño, notó como se le helaba el corazón. uno yació de nuevo en la cripta que le
Pues el hijo era tal cual los padres que pertenecía. Y las dos mujeres que habían
le habían dado a luz, ya que no vivía del dado a luz se recostaron con sus extraños
todo. Se movía, veía y emitía sonidos, pero hijos muertos en su regazo. Luego, cada
sus movimientos y gritos eran rígidos y uno de ellos colocó de nuevo sobre su
extraños, y sus ojos albergaban la som­ cripta la losa que la cubría, hasta que
bra de la muerte. todos estuvieron de nuevo ocultos. Y una
Sin embargo. Galos Gann no abandonó vez más reinó im solemne silencio en la
toda esperanza de éxito de su gran plan. cámara mortuoria de Zor.
Esperó a que naciese otro niño, pero el si­
guiente también fue así.
Entonces sí que murió toda su fe y En la cima de su alta torre Galos Gann
esperanza. Llamó a los ciudadanos muer­ los había contemplado irse, y allí quedó
tos de Zor y les habló en esta manera: pensativo durante dos días y dos noches,
—¿Por qué no traéis al mundo hijos estudiando la ciudad, de nuevo silenciosa.
que vivan del todo, ya que vosotros habéis Y se dijo a sí mismo:
vuelto a la vida? ¿Acaso lo hacéis tan sólo —Parece que mi esperanza fue vana,
por despecharme? y que en verdad la humanidad muere con­
Del grupo de ojos desvaídos le respon­ migo, dado que aquellos que estaban
dió un muerto: muertos no pueden ser progenitores del
—La muerte no puede dar a luz vida hombre futuro. Pues, ¿dónde voy a en­
tal cual la luz no puede nacer de las tinie­ contrar hombres y mujeres vivos que pue­
blas. A pesar de tus palabras sabemos dan servir para mis fines?
que estamos muertos, y que sólo podemos Esto dijo, y entonces un repentino
producir muerte. Convéncete ahora de la pensamiento golpeó con la fuerza de un
futilidad de tu loco plan y permítenos relámpago las profundidades oscuras de
que regresemos a la paz de la muerte, y su mente pensativa. Su cerebro se tam­
deja que la raza del hombre llegue pací­ baleó ante la audacia de la idea que tan
ficamente a su fin predestinado. repentinamente había concebido; y, sin
Galos Gann les dijo tétricamente: embargo, tal era la desesperación de su
—^Volved pues a la nada que ansiáis, propósito que se aferró tembloroso aún
ya que no podéis servir para mis propó­ a esta posibilidad inhumana.
sitos. Pero sabed que ni ahora ni nunca Murmuró para sí:

en el crepúsculo del mundo / 123


—No hay hombres ni mujeres vivos estremecieron de extraña forma, cual si
en el mundo de hoy, Pero, ¿y los trillones los agitase un terrible huracán.
de hombres y mujeres que han existido Galos Gann se daba cuenta de que las
en el pasado de la Tierra? Esos trillones titánicas fuerzas que había desencadenado
están separados de mí por el abismo del estaban abriéndose camino a través del
tiempo. Y, no obstante, si pudiera en al­ espacio y tiempo mismos, en el interior
guna forma atravesar ese abismo, podría del cilindro, y horadando las hasta enton­
arrancar a muchos seres vivos del pasado ces invioladas dimensiones del universo.
para traerlos a la muerta Zor. La fuerza blanquecina ardía y el retumbar
El cerebro de Galos Gann se inflamó atronaba y la ciudad se estremecía hasta
con este pensamiento enloquecedor. Y que al fin, convulsivamente, apretó de
así, el más grande científico que jamás nuevo los botones. Entonces murieron el
hubiera habido en la Tierra, comenzó resplandor, el retumbar y el estremeci­
aquella noche el audaz intento de atraer, miento, y mientras Galos Gann contem­
a través del océano de los tiempos, hom­ plaba el interior del cilindro, gritó en
bres y mujeres vivos que engendraran agudo tono de triunfo:
una nueva raza. —¡Lo he conseguido! ¡El cerebro de
Día tras día, mientras el sol ardía so­ Galos Gann ha triunfado sobre el tiempo
bre la silenciosa Zor, y noche tras noche y el destino!
mientras las majuestuosas estrellas bri­ Pues allí, en el cilindro, se encontra­
llaban sobre ella, el ajado científico tra­ ban un hombre y una mujer vivos, atavia­
bajó en sus laboratorios. Y gradualmente dos con las grotescas vestimentas de tela
se alzó en ellos el gran mecanismo cilin­ de las épocas anteriores.
drico de bronce y cuarzo que iba a per­ Abrió la puerta del cilindro y el hom­
forar el tiempo. Al fin, el tremendo ins­ bre y la mujer salieron lentamente. Galos
trumento estuvo terminado y Galos Gann Gann les dijo exultante:
se preparó a iniciar su increíblemente —Os he traído a través del tiempo para
audaz experimento. A pesar de la inflexi­ que seáis el inicio de una nueva genera­
bilidad de su resolución, su alma se es­ ción. ¡No tengáis miedo! Sólo sóis los
tremecía mientras conectaba los controles primeros de los muchos que traeré del
que ponían en funcionamiento la gran pasado en esta misma forma.
máquina. Pues bien sabía que el intentar El hombre y la mujer contemplaron
lanzar una sonda a través del inconmen­ a Galos Gann y, de pronto, se echaron a
surable abismo del tiempo era algo tan reír. Su risa no era de alegría, sino que
atrevido y tan en contra de la misma natu­ tenía algo de maníaco. Salvaje, locamente,
raleza del cosmos que bien podría resultar rieron el hombre y la mujer. Y Galos Gann
un inimaginable cataclismo de ello. Sin comprendió que ambos estaban totalmen­
embargo. Galos Gann, movido por su am­ te locos.
bición inalterable, apretó los botones con Y se dio cuenta de lo sucedido. Me­
mano temblorosa. diante su ciencia suprahumana había lo­
Se oyó un trueno de proporciones cós­ grado traer sus cuerpos vivos a través
micas y el siseo de una cegador relámpago del mar de los tiempos, sin que sufrieran
de fuerza que llenó el cilindro, y los ci­ daño, pero al hacerlo había destruido sus
mientos de la muerta ciudad de Zor se mentes. Ninguna ciencia existente podía
124 / edmond Hamilton
trasladar sus mentes a través del abismo deseos de gritar con los otros a través de
de los tiempos sin destrozarlas, pues la las calles oscuras.
mente no es materia, y no obedece las Así que, con enfermizo disgusto y mie­
leyes de la materia. Y, a pesar de todo. do, salió a ellas y destruyó a los locos
Galos Gann estaba tan absorbido por su hasta no dejar uno, dándoles la liberación
alucinante plan, que rehusó abandonarlo. de la muerte. Y Zor de nuevo conoció
—Traeré a más hombres a través del el silencio mientras el último hombre ca­
tiempo —se dijo a sí mismo—. Y segura­ minaba solitario por sus avenidas.
mente alguno de ellos llegará con su men­
te indemne.
Y, así, una y otra vez, en las noches Finalmente llegó un día en que Galos
que siguieron, puso en marcha el gran Gann caminó hasta su balcón y contem­
mecanismo y con su potente fuerza sacó pló fijamente el blanco y árido desierto.
a muchas docenas de hombres y mujeres Y exclamó:
de sus propios tiempos, y los llevó a tra­ —He tratado de obtener nuevos hom­
vés de los milenios hasta Zor. Pero siem­ bres, rescatándolos de la muerte, y luego
pre, a pesar de que traía sus cuerpos in­ haciéndoles traspasar el tiempo, pero ni
tactos, no podía hacer lo mismo con sus de la muerte ni del tiempo parece que
mentes; así que sólo surgían hombres y puedan surgir aquellos que prolongarán
mujeres locos del cilindro, sin importar la raza. ¿Cómo puedo esperar producir
de que lugar o tiempo proviniesen. hombres en un corto instante del tiempo
Esas locas gentes vivían en Zor en una cuando le requirió billones de años para
forma aterradora, errando por su calles hacerlo a las fuerzas de la naturaleza?
de forma que ningún rincón de la ciudad Así que produciré una nueva raza en la
estaba libre del sonido de su demente forma en que fue creada la antigua. Cam­
aullar. Subían a las sombrías torres y bra­ biaré la faz de la Tierra de forma de que
maban y farfullaban desde ellas a la ciu- nueva vida florezca de ella como lo hizo
dada muerta y al desnudo desierto que hace tiempo, y, con el devenir de las eras,
la rodeaba. Parecía que hasta la ciudad la vida evolucionará de nuevo hasta lle­
loca se atemorizaba ante la terrible horda gar al hombre.
que albergaba, pues una ciudad de demen­ Animado por esta colosal resolución.
tes era aún más terrible de lo que había Galos Gann, el último y más formidable
sido la ciudad de los muertos. de todos los científicos de la Tierra, inició
Finalmente, Galos Gann dejó de traer una pavorosa tarea que hasta entonces
hombres y mujeres del pasado, pues vio ni siquiera había sido soñada por hombre
que nunca podría esperar transportarlos alguno.
cuerdos. Durante un tiempo trató de cu­ Primero reunió todas las fuerzas co­
rar las mentes que había destruido en nocidas por su raza, y muchas otras que
aquella gente insana. Pero vio que esto él mismo había descubierto. Y logró fuer­
también estaba más allá del poder de cual­ zas aún más poderosas, que hasta un
quier ciencia material. Y entonces, en mismo dios se atemorizaría ante la idea
aquella aullante ciudad de locura, que de emplearlas a la ligera.
era la última de la Tierra, Galos Gann sin­ Y entonces Galos Ganji puso en ac­
tió miedo de enloquecer también. Sintió ción esas fuerzas y comenzó a perforar

en el crepúsculo del mundo / 125


un túnel a través de la litosfera de la La Tierra estaba pasando por los mis­
Tierra. Perforó hacia abajo, atravesando mos cambios que había sufrido tiempo
la arenisca y el granito y el gneis hasta ha. Mientras su superficie fundida comen­
que hubo superado la corteza de roca y zaba a enfriarse, empezó a caer lluvia des­
se halló en lo profundo del tremendo nú­ de las nubes, reuniéndose en lugares de
cleo de hierro y níquel que forma el cora­ la rota superficie del mundo para formar
zón del planeta. nuevos mares.
En aquel núcleo de hierro construyó Galos Gann contemplaba en tensión lo
una gran cámara que equipó con el uti­ que sucedía a través de sus maravillosos
llaje y mecanismos que requeriría para la instrumentos, y vio moléculas complejas
tarea que se había propuesto. Y, cuando que se formaban en las orillas de los ma­
todo lo que necesitaba se halló en aquella res cálidos, con carbono, hidrógeno, oxí­
profunda cámara, se retiró a ella, y en­ geno y otros elementos. Y bajo la acción
tonces hizo derrumbarse, cerrándolo, el de la fotosíntesis del sol, esos compues­
pozo que llevaba hasta la superficie. tos orgánicos se combinaron para iniciar
Luego Galos Gann comenzó a sacudir los comienzos de la vida protoplasmática
la Tierra. Desde su profunda cámara en primaria.
el núcleo de hierro, lanzó pequeños im­ Galos Gann se dijo entonces a sí mis­
pulsos de fuerza a intervalos exactos. Y mo:
el ritmo de esos impulsos estaba perfec­ —Se ha iniciado el nuevo ciclo de la
tamente adecuado al ritmo de la Tierra. vida de la Tierra. La radiación del sol
Al principio, los pequeños impulsos no crea la vida a partir de los elementos in­
tenían efecto sobre el vasto globo del pla­ orgánicos, tal como hizo en las eras del
neta. Pero, poco a poco, su efecto se acu­ pasado. Esta vida evolucionará bajo las
muló y se hizo más fuerte, hasta que fi­ mismas condiciones y en la misma forma,
nalmente toda la corteza rocosa que es y con el tiempo, producirá hombres, que
la litosfera se agitó violentamente. Las de nuevo poblarán la Tierra.
tensiones y fuerzas produjeron inmensas Calculó las épocas que llevaría el que
presiones y elevaciones de temperatura una nueva raza humana evolucionase en
en el interior de las rocas, haciendo que el planeta. Y, entonces, tomó una canti­
gran parte de ellas se convirtiesen en lava. dad, cuidadosamente medida, de una sutil
Y esta lava fundida se abrió camino hacia droga que había preparado, que suspen­
arriba, surgiendo en terribles borbotones dería indefinidamente toda función de su
por todo el globo, tal como había hecho cuerpo, y que sin embargo le permitiría
en la juventud del planeta. seguir vivo en un sueño que no era el de
Galos Gann, en su cámara profunda­ la muerte. Se extendió en un diván en la
mente hundida estudiaba sus instrumen­ cámara subterránea, en el interior de la
tos y veía los cambios que tenían lugar Tierra.
en la superficie de la Tierra. Vio como las —Dormiré ahora en animación suspen­
masas florecientes de magma fundido sol­ dida hasta que haya evolucionado la nue­
taban los gases que aprisionaban, y ob­ va raza del hombre —dijo Galos Gann—.
servó como estos gases formaban, com­ Cuando despierte, la Tierra estará de nue­
binándose, una nueva capa de nubes de vo poblada por la victoriosa e inmortal
vapor de agua, rodeando al planeta. raza humana, y podré salir y vivir entre
126 / edmond hamilton
ellos, y morir entonces en paz, sabiendo
que el hombre perdura.
Diciendo esto, cruzó sus brazos sobre
su pecho, la droga hizo su efecto, y dur­
mió.
Y le pareció que acababa de cerrar los
ojos y había perdido consciencia, cuando
se despertó de nuevo, pues el dormir una
eternidad o un momento es lo mismo.

Durante un tiempo, Galos Gann no


pudo creer que ya había dormido a tra­
vés de las épocas para las que había calcu­
lado el efecto de la droga. Pero sus cro­
nómetros habían calculado el tiempo por
la transmutación del uranio, y demostra­
ban que realmente había dormido du­
rante muchos billones de años.
Entonces supo que había llegado el
momento de su triunfo. Pues en aquellos Obtenga la ventaja de recibir ia re­
lentos milenios debía haber evolucionado vista en su propio hogar, sin molestias
la nueva raza del hombre que ahora debía ni peligro de quedarse sin algún nú­
poblar la superficie de la Tierra, por en­ mero que se agote.
cima de él.
Sus manos temblaban mientras se pre­
paraba a perforar un nuevo túnel desde ¡SUSCRIBASE!
su cámara a la superficie.
—Mi muerte no está muy lejana —dijo Tarifa de suscripción semestral;
Galos Gann—. Pero primero estos ojos
verán la nueva raza que he creado para España 500.— Ptas,
perpetuar la antigua. (anual; 950,— Ptas.)
Sus máquinas perforaron un túnel a
través de la corteza rocosa hasta la super­ Iberoamérica y USA US $ 9
ficie y, llevado por sus poderes. Galos (anual; US $ 17)
Gann subió por el pozo y emergió a la
superficie de la Tierra, bajo la radiante Otras países, solicitar tarifa.
luz del sol.
Miró a su alrededor. Estaba en el cen­
tro de un desierto blanco de sal que se EDICIONES DRONTE
extendía monótonamente en todas las di­ Merced, 4
recciones, hasta el horizonte, y que en Barcelona 2
ninguna parte era roto por colina o valle ESPAÑA
alguno.

en el crepúsculo del mundo / 127


Un terrible escalofrío estremeció el co­ mirando ciegamente a Galos Gann le con­
razón de Galos Gaim mientras permane­ testó;
cía bajo el cegador destello del sol en el —No hay ningún otro, pues soy el últi­
desierto solitario. mo superviviente de toda la raza del hom­
—¿Puede ser —se preguntó a sí mis­ bre. Hace billones de años comenzó la
mo—, que las fuerzas de la naturaleza vida en el protoplasma de los mares cáli­
hayan secado y gastado la Tierra tal como dos del mundo, y se desarrolló a través
lo hicieron hace largo tiempo? Aiin si es de innumerables formas hasta llegar al
así, en alguna parte del planeta deben hombre, y la civilización y poder del hom­
encontrarse las nuevas razas del hombre bre llegaron hasta altas cimas. Pero los
que el tiempo haya creado. mares se secaron y, mientras la Tierra en­
Miró en una y otra dirección hasta que vejecía, nuestra raza también envejeció
finalmente vio en el horizonte las distin­ y murió, hasta que he quedado tan solo
tas espiras de una ciudad. Su corazón se yo en esta ciudad muerta. Y mi propia
alegró ante esta visión, y se movió hacia muerte está al llegar.
la ciudad con ansia expectante. Pero, cuan­ Con estas palabras, el encogido y tam­
do llegó cerca de ella, se turbó de nuevo. baleante hombre se desplomó hacia ade­
Pues era una ciudad de torres y mina­ lante, exhaló su último suspiro, y yació
retes de mármol negro, rodeada por una muerto sobre el suelo.
alta muralla negra, que en gran manera Y Galos Gann, el último hombre, le­
se asemejaba a la ciudad de Zor, perecida vantó la vista del cadáver y miró al sol
hacía largo tiempo. en su ocaso.
Llegó a una de las puertas abiertas y
entró en la ciudad. Y, como un hombre
en sueños, caminó por sus calles, mirando
en uno y otro sentido. Pues esta ciudad
estaba tan vacía de vida como lo había
estado la antigua Zor. En ninguna de sus
plazas o avenidas se movía forma humana
alguna, ni hacía ecos voz ninguna.Y en­
tonces, un fatal presentimiento invadió
a Galos Gann y le llevó hasta la más alta
torre, y a una sala en tinieblas en la cima
de la torre.
Allí, en el extremo de la sala, sentado,
arrebujado en sus vestiduras, había un
hombre ajado y encogido, que parecía
muy próximo a la muerte.
Galos Gann le habló con voz angus­
tiada, diciéndole:
—¿Quién eres tú, y dónde están los
otros componentes de la raza del hombre?
El otro alzó su tambaleante cabeza y

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